Jesús. La historia alternativa | Carlos Uribe Celis

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Carlos Uribe Celis | Imagem: Tweeter

Al que tiene cuerpo,

le da hambre.

El que tiene cuerpo,

dice mentiras.

Oye, tú,

no te burles de mí

que tengo cuerpo;

encárnate por una vez

a ver cómo te va,

oh Ramanatha.

DEVARA DASIMAYYA1

Este libro hace una reconstrucción histórica y una interpretación sociológica de la vida, pasión y muerte de Jesús. Por un lado, está basado en fuentes históricas como los evangelios canónicos y apócrifos, las 21 epístolas, los Hechos de los Apóstoles, las narraciones de historiadores antiguos como Flavio Josefo, Filón de Alejandría y Eusebio de Cesarea. Y, por el otro, está basado en el análisis social hermenéutico propuesto por los sociólogos Max Weber, Alfred Schütz y Anthony Giddens. Esto último tiene las siguientes dos implicaciones.

En primer lugar, este libro está “en claro contraste con la actitud religiosa de la fe, con la reflexión de carácter teológico o con cualquier otra forma de interpretación, como la esotérica” y la que se debe a “intuiciones místicas” (p. 326). Ni la ciencia ficción, ni el literalismo, ni la fe son usadas como presupuestos epistemológicos o instrumentos metodológicos. Aun así, tampoco se “pretende desbancar ni atacar ni sustituir la fe” (p. 15); esta, sostiene Uribe Celis, “no sólo la respetamos, sino que nos parece indisputable. No tenemos argumentos contra le fe” (p. 328).

En segundo lugar, este libro interpreta a Jesús (quien posee dos naturalezas, pues, según la teología cristiana, es plenamente hombre y plenamente Dios) como a un ser humano y, consiguientemente, como a un ser social e histórico. Es decir, en lugar de ocuparse de la naturaleza divina del Cristo, intenta responder qué “pasó realmente con Jesús, con los contemporáneos de él que lo vieron pasar y actuar, que lo padecieron, lo admiraron, lo siguieron maravillados y, en una palabra, vivieron su presencia y acción extraordinarias” (p. 337).

Desde luego, esta no es la primera vez que alguien intenta develar el Jesús sociohistórico mediante la ciencia occidental y la historia documental moderna. Antes de Uribe Celis lo intentaron, entre otros, Hermann Samuel Reimarus con Apología o defensa de los adoradores racionales de Dios en 1774; 2 Ernest Renan con Vida de Jesús en 1863;3 Wilhelm Wrede con El secreto mesiánico en 1901;4 Alfred Loisy con Los misterios paganos y el misterio cristiano en 1919;5 Rudolf Bultman con La historia de la tradición sinóptica en 1921 y Teología del Nuevo Testamento en 1958;6 Ernst Käsemann con El problema del Jesús histórico en 1954;7 y Robert Eisenman con Santiago, el hermano de Jesús en 1997.8

Como se puede ver, la denominada Búsqueda de Jesús es un tema que ha sido investigado ampliamente. Pero, a pesar de eso y a raíz de que está en constante diálogo y contradicción con quienes lo anteceden, Uribe Celis hace planteamientos muy originales. A continuación, enumeraré algunos de ellos.

Primero. Jesús nació en el año 10 a.n.e., no en el 4 o 6 a.n.e., que es cuando el consenso general ubica el hecho.9 Su ministerio no duró uno o tres años sino cinco o seis, esto es, del año 30 o 31 n.e. hasta el 36 n.e. Además, de esto se infiere que la crucifixión no sucedió en el año 30 o 33 n.e. sino en el año 36 n.e., y que en el momento de la pasión Jesús tenía 46 años, no 33 como lo asegura la tradición cristiana.

Segundo. ¿Por qué Jesús se refería a María como “mujer” y no como “madre” (Jn 19:25-27, citado en p. 231); por qué sus hermanos no creyeron en él e incluso dijeron: “Está loco” (Mc 3:21, citado en p. 109); y por qué Marcos en su evangelio relata esto?:

Llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera, enviaron a llamarlo. Entonces la gente […] le dijo [a Jesús]: —Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan. Él les respondió: […] —¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: Aquí están mi madre y mis hermanos. (Mc 3:31-34, citado en p. 109)

La explicación que propone Uribe Celis es que los padres y hermanos de Jesús no lo conocían lo suficiente y él tampoco los reconocía como sus íntimos, porque “no eran su familia de sangre”; eran “su familia adoptiva” (pp. 110-111). El origen biológico de Jesús era otro. Es más, Uribe Celis sugiere a modo de hipótesis que nació en Adiabene (Mesopotamia superior, hoy Turquía) producto de la unión entre el rey Monobazus y su hermana Helena. En ese caso, Belén solo sería un intento por hacer coincidir a Jesús con David para acomodar la narración evangélica a las antiguas profecías.

Tercero. El nacimiento y ministerio de Jesús no fue algo accidental. Fue el resultado de un plan diseñado por la secta de los Nazoreos, que “eran unos ‘apartados’ del mundo de su tiempo y de su entorno, y unos ‘consagrados’ a una tarea sublime, la más importante de todas, la de producir un Mesías” (p. 77). Antes de que naciera Jesús, exactamente durante la época herodiana, había “hambre de mesías en Israel” (p. 60). Los judíos esperaban al hombre ungido (= Masiá /heb/, Christós /gr/) de la casa de David y enviado por Dios, que llevaría a Israel (léase bien, a Israel y ¡no a toda la humanidad!) a la condición de pueblo elegido, esto es: salvo, santo, feliz y libre de toda opresión. Fue entonces cuando los Nazoreos elaboraron el “proyecto mesiánico”: “se programó el momento en que debía nacer el Mesías y muy cuidadosamente dónde se formaría y quiénes estarían estrictamente a su cuidado” (p. 75). En este proyecto participaron José, María y sus padres: Joaquín y Ana; Juan Bautista junto a sus padres: Zacarías y Elizabeth; y quizás José de Arimatea y Nicodemo, hombres de la élite política de Israel.

Por ello, el Nuevo Testamento se refiere a Jesús como un nazoreo —“el texto original griego dice literalmente: […] Iesún ton nazoraion (= Jesús, el nazoreo)” (p. 53)— y no como un nazareno: un hombre nacido en Nazaret o Nazarah. Esta última no es más que una traducción incorrecta. Pero, en caso de que haya existido tal lugar, fue —según las exploraciones arqueológicas— una aldea de cuevas y muy pocos pobladores en el que seguramente se refugiaban los nazoreos. Entonces, no es “que ‘nazoreo’ proceda de Nazaret, sino exactamente al revés: que Nazaret, mejor dicho, Nazarah, venga de nazoreo y pueda ser identificado como el lugar específico de los nazoreos” (p. 75).

Cuarto. Judas no traicionó a Jesús; todo lo contrario, intentó salvarlo. Así es, Judas lo entregó, que es muy distinto a traicionar, y lo hizo por orden del propio Jesús. “Uno de vosotros me va a entregar, el que está comiendo conmigo (= amén légo hymín hóti eis hymín paradósei me ho estíon met´ emú). El verbo paradídomi, cuyo tiempo futuro va aquí (= paradósei), significa simplemente ‘entregar’” (p. 193). En ninguno de los otros usos que se hacen de este verbo en los evangelios “significa traicionar, como se ha creído. Significa simplemente dar, rendir, presentar” (p. 193). Lo que sí hizo Judas en contravía de la voluntad de Jesús, fue haberlo entregado a la autoridad romana y no a la judía. “¿Con qué fin? Con el fin de salvar a Jesús de la sentencia judía a la pena capital, seguramente por lapidación, como era el uso común” (p. 194).

Quinto. Barrabás, entendido como un personaje diferente a Jesús, nunca existió. Bar-Abbas en hebreo significa Hijo del Padre o Hijo de Dios, y en “los evangelios, Jesús habla de Dios como su padre individual, por lo menos 125 veces” (p. 203). Por lo tanto, Jesús y Barrabás eran en realidad la misma persona o, mejor dicho, Bar-Abbas “era […] un alías de Jesús” (p. 214).

Sexto. Jesús no murió en la cruz. Los sacerdotes judíos “lo condenaron, declarándolo digno de muerte” (Mc 14:64, citado en p. 206). Pero Pilato lo absolvió: “Ningún delito digno de muerte he hallado en él; lo castigaré y lo soltaré” (Lc 23:22, citado en p. 210). Si tenemos en cuenta que fueron los romanos quienes se encargaron de la crucifixión y que difícilmente algún judío siguió este proceso (ya que estaban ocupados en la víspera de la Pascua —la Parasceve— y, por respeto a las leyes de pureza judía, no podían acercarse a un difunto); es muy probable que el prefecto romano finalmente hiciera su voluntad. De hecho, los evangelios lo insinúan, pues indican que Pilato le concedió a José de Arimatea llevarse el cuerpo (= soma /gr/) más no el cadáver (= nekrós /gr/) de Jesús… Luego, “lo envolvió en un lienzo y lo depositó en una tumba amplia”, “allí Jesús fue sometido a un tratamiento con unciones y esencias de yerbas medicinales [mirra y áloes, dice Juan]”, y “treinta horas después (o un día y medio, aproximadamente), recuperado, había dejado atrás la ordalía de la crucifixión” (pp. 229-230).

Séptimo. La Eucaristía, tal como la conocemos hoy, no fue establecida por Jesús en la Última Cena; fue una invención de Pablo de Tarso con base en los rituales mistéricos grecorromanos. La Torah prescribe a los judíos: “Yo pondré mi rostro contra la persona que coma sangre y la eliminaré de su pueblo” (Lv 17:10, citado en p. 183). Jesús y sus apóstoles eran judíos, así que él no pudo haberles dicho “aquello de ‘comed mi cuerpo y bebed mi sangre’” (p. 183).

Después de reconstruir muy esquemáticamente algunos de los planteamientos, a mi juicio, más sugestivos del libro, acaso no sea inútil que haga unas observaciones finales.

El título del séptimo capítulo es errado. Para Friedrich Nietzsche la genealogía es “recorrer de nuevo, con preguntas totalmente nuevas y, por así decirlo, con nuevos ojos, […] la larga escritura jeroglífica, difícil de descifrar, del pasado […]”;10 y, para Michel Foucault es “restituir las condiciones de aparición de una singularidad a partir de múltiples elementos determinantes, en relación con los cuales esa singularidad aparece”.11 Pues bien, eso es más o menos lo que hace Uribe Celis en el séptimo capítulo: una suerte de genealogía similar a la que propusieron estos dos filósofos. Sin embargo, lo titula “Para una arqueología del Logos en el cuarto evangelio”. Sí, la palabra “arqueología” es retóricamente atractiva, pero en este caso no se corresponde con lo que nombra.

Además, el texto tiene erratas en las páginas 72, 126-127, 137, 152, 182-183, 198, 210, 250, 265-267, 280, 291 y 320, principalmente en las citas, los paréntesis, las tildes, los pies de páginas y las comillas.

Con todo y eso, el libro es un tapiz compuesto por mapas, fotografías, pinturas y argumentos lingüísticos, hermenéuticos, sociológicos e históricos que abarcan más de 200 fuentes y que están escritos en un lenguaje directo, agradable y sencillo. Claro, esto no lo hace menos polémico. En nuestra sociedad occidental, que ha crecido a la sombra de ese cristiano “árbol del bien y del mal”,12 y especialmente en nuestro país otrora de la regeneración y del sagrado corazón de Jesús, este libro escandalizará a más de uno. ¡Que así sea!, pues, como dijo el cineasta Pier Paolo Pasolini pocos días antes de ser brutalmente asesinado: “escandalizar es un derecho y ser escandalizado un placer”.

Junto a esta, tengo otra certeza. Sociólogos e historiadores (incluso, cineastas, por qué no) aprenderemos mucho de este libro. Según el filósofo Rubén Jaramillo “todo lo que en Colombia es todavía serio y responsable, honesto y digno en el ejercicio intelectual […] se encuentra desde sus orígenes estrechamente vinculado” a las “preocupaciones universales de las más diversas disciplinas humanas”.13 Uribe Celis no es ajeno a estas palabras. Su libro nos da una lección de rigurosidad académica y nos recuerda que desde el Sur podemos pensar objetos de envergadura particular, pero también, al igual que el Norte, objetos de envergadura universal. Si el sociólogo Max Weber aseguró que “no es necesario ser un César para comprender a César”,14 por lo visto Uribe Celis ha intentado demostrar que tampoco es necesario ser Jesús para comprender a Jesús.

Notas

  1. Javier Sáenz Obregón, Conversando con dios. Selección de poesía mística de la India y Persia: siglos X a XVII (Medellín: Universidad de Antioquia, 2016) 6.
  2. Hermann Samuel Reimarus, Reimarus: Fragments (Eugene: Wipf & Stock Publishers, 2009).
  3. Ernest Renan, Vida de Jesús: estudios de historia religiosa (Buenos Aires: Librería el Ateneo, 1951).
  4. Wilhelm Wrede, The Messianic Secret (Cambridge: James Clarke & Co., 2021).
  5. Alfred Loisy, Los misterios paganos y el misterio cristiano (Barcelona: Paidós Orientalia, 1990).
  6. Rudolf Bultman, La historia de la tradición sinóptica (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2000) y Teología del Nuevo Testamento (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2011).
  7. Ernst Käsemann, “El problema del Jesús histórico”, Ensayos exegéticos (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1978) 159-189.
  8. Robert Eisenman, James, the Brother of Jesus (London: Watkins Publishing, 2012).
  9. Los acrónimos n.e. y a.n.e. significan respectivamente de nuestra era y antes de nuestra era, que se corresponden con el tiempo posterior y anterior al año en el que nació Jesús según la tradición cristiana.
  10. Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral (Madrid: Editorial Tecnos, 2003) 61-62.
  11. Michel Foucault, “¿Qué es la crítica? [Crítica y Aufklärung]”, Daimon Revista Internacional de Filosofía 11 (1995): 16.
  12. Arthur Rimbaud, Iluminaciones (Lima: Editorial e Imprenta desa, 2002) 57.
  13. Rubén Jaramillo, “La filosofía y la provincia. Segunda parte, sobre los caminos que ha recorrido la filosofía en Colombia”, Aquelarre. Revista del Centro Cultural de la Universidad del Tolima 25.2 (2013): 213-214.
  14. Max Weber, Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2002) 6

Resenhista

César Leonel Correa Bermúdez – Universidad Nacional de Colombia, Colombia. https://orcid.org/0000-0002-7905-5471 E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

CELIS, Carlos Uribe. Jesús. La historia alternativa. Bogotá: Penguin Random House Grupo Editorial, 2018. Resenha de: BERMÚDEZ, César Leonel Correa. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Colombia, v. 49, n.2, p. 409-414, jul./dic. 2022. Acessar publicação original [DR]

 

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