Acedia/la atonía del alma. La enseñanza de Evagrio Póntico | Rubén Pereto Rivas

Entrar, hoy, en una librería es dar con un sinnúmero de opiniones (doxai) con pretensiones científicas, siendo al poco tiempo reemplazadas por otras igualmente fugaces. Es la necesidad comercial beneficiada para una contingente disipación pensante en detrimento de lo universal. A pesar de ello, esa librería mantiene su vigencia porque, de entre los múltiples escombros del supuesto ámbito cultural, se traza siempre un inesperado eje estructural que contiene en este o en aquel rincón un ejemplar que de por si justifica la efímera existencia de dicha librería. Es un ejemplar casi inadvertido, por cuanto los ojos no siempre saben ver, ni el ánimo superar la densidad sapiente. El libro que ha captado nuestra atención es uno de esos ejemplares que responde afirmativamente a la preocupación platónica, al final de Fedro, acerca de la conveniencia o no de haberse inventado la escritura.

La obra en cuestión comienza con una biografía (capitulo 1) que nos ubica en el S.IV en la fecunda región del Asia Menor, ámbito tempo-espacial de los “Padres del Desierto”. Allí nació y vivió el culto monje Evagrio Póntico, educado por los Padres Capadocios en oratoria, filosofía y artes liberales. Su formación se completa con el estudio de teología, ascética y psicología, en un clima de influencia origenista sin haber sido, no obstante, apologeta de tal doctrina.

Así pues, Evagrio, con impronta intelectual propia, sin ignorar ni relegar las tumultuosas discusiones doctrinales de su época y permaneciendo fiel a la tradición y ortodoxia, hace de su obra fuente renovadora del pensar y de la experiencia espiritual con resoluciones a las crisis anímicas, validas hasta nuestros días. La verdad es ella misma siempre y, por ende, la urdimbre que permite el tejido temporal de si como testimonio de lo eterno y fidelidad a lo absoluto (ortodoxia) en todo tiempo. De allí que, lo antiguo tiene validez hoy como lo tiene Evagrio. Su pensar “sin tiempo” abarca todo tiempo en la figura temporal de nuestra con-temporaneidad, o si se quiere, una actualidad evagriana, lo que indica la importancia del trabajo que comentamos.

Sin embargo, los contemporáneos, por nuestra propia miopía ideológica fragmentamos la originaria unidad temporal en periodos confrontativos, considerando el pensar medieval (“edad oscura”) frente al moderno (“época de las luces”) acientífico, sin darnos cuenta de sus riqueza y hondura espiritual de las que la experiencia anímica de hoy, muchas veces, carece. Esta carencia hace que, con frecuencia, se afronta las aflicciones o angustias del alma artificialmente con medicación externa, antes que con los debidos ejercicios espirituales.

El supuesto progreso contemporáneo tiene una aceleración tal que no siempre invita al sosiego y a la meditación, necesarios para la cura y la labor ponderada y fructífera. Es ese uno de los aspectos que nos enseña esa antigüedad tardía: la simbiosis entre monje, celda y desierto (éremos) proporcionando la tranquilidad y calma (eremía) para una psicología sana y sanadora. Dentro de este clima de serenidad hecha suya, el autor estudia y recorre el pensamiento de Evagrio en permanente coloquio con los pensadores de la época.

Con un vocabulario cuidado y sobrio afín de no inducir a la duda o malas interpretaciones, con carácter reservado y “esotérico en tanto iniciático”, Evagrio presentaba la doctrina en “sentencias” por las que el monje iba escalando en perfección. “La elevación de las verdades escondidas en la teología evagriana poseía la característica de un ascenso: la escala al cielo es la revelación de los misterios de Dios por los cuales el intelecto asciende por grados y es elevado hacía Dios”. Esta afirmación reportaba el sentido que Evagrio le daba a la escala de Jacob en tres progresiones: la apatheís, la gnósis y la unión (pp.35-6)

Puede parecer escandaloso para muchos estudiosos de la Edad Media o una insensata ignorancia para ciertos investigadores de la modernidad o hasta temerario para algunos colegas o amigos, intentar encontrar la correspondencia de esta ascensión con la “fenómeno logia del espíritu” como “sciencia (gnosis) de la experiencia de la consecuencia” hacía el “saber absoluto” (unión) de Hegel, frente al reduccionismo pensante tanto moderno como contemporáneo. Empero, el pensar ha de ser totalitario si procura coronarse en sabiduría. Así lo entendieron los que supieron buscar en los misterios más recónditos del alma. Y, Evagrio cuenta entre ellos al transcender la teología disciplinar en “el encuentro del alma con Dios en la oración” (contemplación/nóesis) (p.62)

Tras el embate contra ese encuentro intentando impedir el retorno a la unidad, se esconden, en el alma, los logismoí, pensamientos malignos o demonios. Estos, que Evagrio contabiliza en ocho: gula, fornicación, avaricia, tristeza, cólera, vanagloria, orgullo, acedia, procurar desestabilizar el alma mediante el desorden de las pasiones.

Con “aguda observación y explicación del proceso psicológicos (p.64) Evagrio detalla el combate espiritual que el monje debe afrontar y sus modos de hacerlo. De allí la importancia del día-logo con la comunidad monástica y, en especial, con el Abbas. Es la terapia del logos con lo cual el joven monje, en su lucha espiritual, se ve a si mismo como en un espejo, es decir, en términos modernos “se objetiva” en un conocer-se socrático de si mismo, lo que la “sicología analítica “cree haber descubierto hace algo más de un siglo, sin la sencillez y profundidad, no obstante, de aquellos austeros conocedores de la dinámica y riqueza espiritual. Toda esta experiencia de marchas y contramarchas vivenciales del alma permitieron a Evagrio sondear las turbulencias pasionales del alma y aquietarlas en vigorosa y templada virtud, habito que la sicología actual parece desconocer.

El alma no es un mero impulso que hay que satisfacer a fin de evitar traumas. Por el contrario, el ímpetu des-medido del impulso contiene en si la exigencia del contra-impulso como la necesidad de su propia salvaguardia en tanto “término medio”. Y así, el alma se hace gnóstica (sapiente) (p.66) en el señorío de sí mismo y el dominio de los logismoí que intentan atormentar sometiendo el alma “a una efervescencia de la imaginación que adquiere características totalizantes”. Pues, “los demonios y nosotros sostenemos un gran combate; ellos queriendo impedirnos conocer y nosotros buscando aprender” mediante la “oración espiritual” como vía hacia la “scíencia de Dios” (pp.67-8). Dicho de otro modo: es la controversia entre los logismoí y los noémata.

Después de este estudio antropológico (capitulo 2) del monje medieval, el autor encara decididamente el tema de la acedia, “fenómeno del cual Evagrio es aún el maestro indiscutible” (p.93) y que puede traducirse por: desgano, pereza, melancolía, apatía, depresión, aburrimiento, tedió, etc.

Los capítulos 3-6 abordan la problemática desde la perspectiva “arqueológica” de la acedia, además de una “aproximación” progresiva a la misma, su “dinámica psicológica” y “respuestas” al fenómeno.

A diferencia de los otros logismoí, la acedia “no se ubica como propio del apetito concupiscible o del irascible sino de ambos”. De ese modo, es el logismós que, de modo directo o indirecto, ha de encontrarse con todos ellos (p.111-114). De allí su importancia, “no habiendo peor pasión que la acedia” (p.118).

Desde la óptica arqueológica (capitulo 3), el autor recorre la significancia primigenia del concepto en cuestión, es decir, se introduce en las anímicas profundidades etimológicas del pensamiento clásico y judeo-cristiano con busca de su fuente semántica. La noción originaria griega es akédetos, y está asociada a descuido, desinterés o negligencia respecto de la sepultura de un difunto y la necesidad de envolver solícitamente el cadáver y cubrirse a si mismo en señal de duelo. Así, “el duelo se sustrae a la luz… y acompaña al muerto en su oscuridad”, por lo que “el sujeto de la muerte no es sólo el cadáver, sino también quienes lo lloran” (p.95). Lo contrario sería akédetos. De ese modo, el difunto queda en resguardo (kédos) del olvido respetando su integridad e identidad que, ciertamente adquiere un nuevo status sobreviviendo simbólicamente en y por la memoria. Por lo mismo, “la persona que sufre de acedia… no solo no sabe quien es, sino que ha perdido el interés por saberlo”. Su identidad ha sido desdibujada y ya no le importa volverla a los trazos originales” (p.98-9)

Ahora bien, por esa negligencia (capitulo 4) “el hombre dejó de sentirse atraído por Dios y renunció a la búsqueda gnóstica de la unidad originaria y provocó (pasión) la caída original, pendiendo su libertad” (p.108-9).

Consecuentemente, se precisa preguntarse en un quinto capitulo cual es la “dinámica psicológica” de esa negligencia en la caída. Y, se observa que la caída por su propio ímpetu contiene un rebote, por lo que el tema central del capítulo es el “deseo” o la “tensión”. Tensión conlleva los extremos de re-cuperación o de su contrario en tanto re-tracción como “frustración de los deseos” (p.115) provocando la acedia. A su vez, en el mismo sentido se analiza las relaciones de los oponentes eros-agápe y atonía-eutonía, confrontando con la posición sicoanalítica de Lucrèce Lucianizidane (p.121). La eutonía con cuanto el deseo o tensión del alma hacia la unidad originaria es el estado natural que el hombre debe sostener como la vía de su propia perfección a igual que la de agápe. Es allí en la exigencia de resistencia, constancia y permanecía en que irrumpe el logismos del aburrimiento, del desgano o del tedio que en tanto “acedia disuelve la tensión del alma” (p.125) y adviene la atonía. El antídoto que propone Evagrio en esta situación es la oración que “le otorga al hombre un estado de familiaridad o de coloquio con Dios que lo empuja, en un primer momento hacia El, haciéndolo sabio de sí mismo (ékstasis), y en este sentido hay en la persona orante una tensión permanente hacia la transcendente” (p.126). La oración implica la vigilancia (népsis) por la que se está alerta (kédos) ante el embate y en custodia o el cuidado de lo conquistado. Para ello, “la respuesta más eficaz contra la acedia es la salmodia”: “quare tristis est anima mea, et quare, conturbas me? Spero in Deo” (salmo 41,6) (p.141).

El sexto y último capítulo aborda la acedia como una enfermedad, cuyas patologías tiene que ver con las pasiones. “Si las enfermedades tienen un origen espiritual su terapia deberá pertenecer a la misma especie. La farmacopea, entonces, de este tipo de dolencias incluirá prácticas ascéticas, plegarias, salmodia y la guarda del corazón” (p.134). La salud está íntimamente ligada a la gnosis, y en su ejercicio y por su experiencia la salud estaba garantizada. Salud significaba unidad de ser, es decir que no sufría (apathéia) fisura alguna. Por ende, Cristo, cuya misión era “reconducir al hombre a la unidad originaria” (p.137), es el médico por excelencia. De allí que, apropiadas textos bíblicos (Cristo mismo) eran las armas de los monjes en su lucha contra los logismoí, cuya práctica era la antirrhétika, vivamente recomendada por Evagrio, en especial dirigida contra el logismós de la acedia.

Siendo, por lo visto, la acedia una pasión bisagra entre lo psíquico y lo espiritual, sus características fenoménicas pueden ser semejantes, pero “su raíz se hunde en las luchas del espíritu humano en la búsqueda del conocimiento de sí, del conocimiento del mundo y del conocimiento de Dios” frente al “extrañamiento de la realidad” (pp.156-7). De allí que es un concepto difícil de captar por cuanto su riqueza significativa excede toda definición formal, ya que por su extensión compromete la totalidad de la experiencia anímica y por su comprensión aliena el alma en una atonía psichés transportándola a una metarealidad.

Y, así como es difícil la totalidad semántica del concepto de acedia, igualmente difícil es dimensionar, de una sola mirada, el pondus universal de la obra que nos ocupa, por lo que su copioso y fecundo análisis requiere, a veces, la relectura de cientos pasajes afín de descubrir si ese logismós, en su seductora sutileza, no nos está entorpeciendo en el ejercicio de muestra propia autoconsciencia sapiente.


Resenhista

Miguel Verstraete


Referências desta Resenha

PERETO RIVAS, Rubén. Acedia, la atonía del alma. La enseñanza de Evagrio Póntico. Córdoba: Lectio, 2020. Resenha de: VERSTRAETE, Miguel. Un libro, una meditación, una aproximación al gnósi seautóv. Scripta Mediaevalia. Revista de pensamiento medieval, v.14, n.2, p.151-156, 2021. Acessar publicação original [DR/JF]

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