¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe | Roy Hora

Este último libro de Roy Hora analiza la percepción del latifundio como problema social o económico a lo largo de casi dos siglos de reflexión intelectual y los efectos de esa persistente prédica, largamente compartida por las élites letradas urbanas argentinas de todos los signos ideológicos. La importancia y actividad de las mismas es también una marca distintiva del país: sólo para mencionar algunos de sus miembros: Pedro Andrés García, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Miguel A. Cárcano, Juan B. Justo, Emilio Coni, Eduardo Laurencena, Horacio Giberti. Aun a fines del siglo XX, esa tradición era sorprendentemente vital, en un énfasis de inspiración romántica. Es de destacar que ese diagnóstico fue durante mucho tiempo hegemónico, al punto que las tímidas voces disidentes nunca lograron hacerse oír. Un ejemplo es Saturnino Zemborain, cuyo La verdad sobre la propiedad de la tierra en la Argentina (Buenos Aires: Sociedad Rural, 1973), apenas trascendió. Con la ayuda de hemerografía relevante y fuentes gubernamentales y privadas, el libro de Roy Hora sitúa esas visiones en línea con la evolución de la estructura agraria y del mundo social y económico rural, así como con la política nacional. Es, por tanto, muy bienvenido, no sólo por la maestría con que trata una temática compleja, sino por la falta de suficientes análisis informados y las muchas ignorancias y estereotipos que persisten al respecto. Así, debe notarse que la anterior iniciativa comparable data de hace casi treinta años: el libro de Osvaldo Barsky, Marcelo Posada y Andrés Barsky, El pensamiento agrario argentino (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992).

En su época de esplendor, la gran escala operativa de las explotaciones pampeanas fue la llave maestra de su competitividad internacional: a inicios del siglo XX tanto las agrícolas como las ganaderas estaban en promedio entre las más grandes del mundo. Eso respondía a una particular ecuación entre tierra disponible y población, y se combinó con masivas inversiones de capital (por ejemplo, el parque de maquinarias de gran porte aumentó a más del 12% anual entre 1888 y 1914). La gran escala suponía también masas de obreros rurales y de arrendatarios, percibidos por algunos como piezas de segundo orden, para las cuales sólo deparaba decepciones. Entroncando de ese modo con visiones muy antiguas, cuando las crisis de 1914 y 1930 presentaron dificultades antes impensadas, el corolario fue que el latifundio estaba también en el origen de problemas estructurales y había que actuar urgentemente contra el mismo. Hora contrasta ese por momentos omnipresente diagnóstico con las medidas de política agraria, las cuales, suele pensarse, no guardaron casi relación con aquel. Es que, a diferencia de la mayoría de las economías agrarias latinoamericanas, en Argentina nunca se abordó una reforma agraria, al menos con el nombre de tal. Sin embargo, con argumentos agudo y solventes, el libro posiciona esas viejas páginas, a veces incendiarias, en el contexto de su real impacto político, económico y social, que no fue necesariamente irrelevante.

En efecto, el pragmatismo conservador exhibido en el siglo XX por administraciones situadas en antípodas partidarias e ideológicas se contrapone, sin embargo, con profundos cambios en la estructura agraria, que derivaron en la progresiva, e incluso acelerada, desaparición de esas grandes propiedades. En efecto, el esquema de explotación agrícola de éstas (mixtas y altamente capitalizadas) incluía el arrendamiento de parcelas a chacareros inmigrantes, los cuales desarrollaban cultivos de trigo, lino y maíz, devolviendo al tercer año la tierra al propietario sembrada con alfalfa, pasto de calidad óptima para el engorde de sus ganados refinados. Aunque este sistema estuvo lejos de ser dominante (a pesar de la remanida insistencia de varios publicistas al respecto), las cifras de los censos de los años iniciales del siglo XX remarcan la importancia del arrendamiento, presente en la mayoría de las explotaciones pequeñas y medianas de la provincia de Buenos Aires, y bastante abundante aun en Santa Fe, el núcleo más exitoso de las iniciativas de colonización. Pero bastaron unas décadas para que ese paisaje social rural cambiara casi por completo. La causa eficiente fue la ley (sancionada en 1943, durante un gobierno de facto muy conservador) que congeló los valores nominales de los arrendamientos y prohibió los desalojos. Esa normativa se superpuso a otras que, desde la crisis de 1930, buscaban mitigar sus consecuencias sobre una proporción considerable de medianos y pequeños productores, cuyos créditos hipotecarios contratados en la etapa de auge anterior habían resultado impagables. El transcurso del tiempo, la creciente inflación monetaria y las prórrogas por las cuales esa ley siguió en vigencia durante lustros (en curiosa concordancia de administraciones que, sin embargo, llegaron a la violencia armada para echarse del poder), carcomieron progresivamente el rol de la renta en el ingreso agrario, desincentivando el mantenimiento de superficies alquiladas, y acelerando y ampliando el proceso natural de partición determinado por la herencia. Así, avanzada la segunda mitad de la centuria, el predominio de las propiedades pequeñas y medianas, formadas sobre la fragmentación de las grandes, era prácticamente total; algo no demasiado reñido con los resultados de una reforma agraria, aun cuando no haya tenido ese nombre, ni tenga todavía uno que le cuadre. Las particiones respondieron también en menor medida a otros cambios, como un aprovechamiento más intensivo de la superficie; y, desde ya, exceptuaron las zonas de baja calidad agronómica donde la reducción de escala era imposible. Un análisis exhaustivo de ese proceso en Osvaldo Barsky, “La información estadística y las visiones sobre la estructura agraria pampeana”, en Barsky, O. y Pucciarelli, A., El agro pampeano. El fin de un período (Buenos Aires: FLACSO, 1997, pp. 15-204).

¿Es decir que la prédica antilatifundista finalmente logró su cometido? De ningún modo, si hiciéramos caso de las continuas diatribas que aun hasta la actualidad se siguen prodigando al respecto; ni podría parecerlo, si nos limitáramos a los análisis de la normativa finalmente sancionada o puesta en vigor, tenida siempre por timorata y frugal. Pero en los hechos es lo que ocurrió. Para la década de 1960, las pampas eran por fin el mundo farmer que habían soñado pensadores muy diversos desde hacía más de un siglo y medio. Sin embargo, eso no sólo no resolvió, sino que incluso agravó algunos de los problemas reales que se cernían sobre el agro. En efecto, otra de las consecuencias de la crisis de 1930 fue el establecimiento de un régimen de impuestos y control de cambios con el fin de expropiar parte de la renta en divisas del sector agrario (único competitivo internacionalmente), a fin de sostener al resto de la economía. Pensado para una emergencia, ese régimen no sólo la trascendió, sino que se replicó y amplió durante décadas, existiendo incluso hoy en día. Ese cambio en los flujos de beneficios, y mayores costos que venían ya de la década anterior, menoscabaron el dinamismo del sector agrario, cuyo aporte al PBI ese año1930 arañaba apenas el 35% y luego descendería aún más. El crecimiento de la población urbana a expensas de la rural restó poder político a ganaderos y agricultores, y la dispersión y heterogeneidad de actores quitó efectividad a su lobby. De ese modo, la omnipresencia de la falsa imagen del latifundio como causa sustantiva de problemas enmascaró las bases de los verdaderos, que radicaban más bien en la necesidad de una creciente tasa de inversión en tecnología y capital, acorde con el tamaño de aquellas grandes tenencias, para agregar valor al producto manteniendo su competitividad global, en las complejas décadas posteriores a 1940 de bajos precios relativos de los principales granos.

Ninguno de los intelectuales que examina Hora entrevió siquiera esos problemas, a pesar de lo cual los gobiernos, conscientes en última instancia del rol crucial del agro en la generación de divisas y alimentos para el consumo interno, fueron implementando incentivos para el cambio tecnológico, el cual, desde 1990, con el aumento de las cotizaciones de los granos en el mercado internacional, comenzó a mostrar frutos cada vez más sorprendentes. Eso sí, al contrario de lo que había sido tozudamente predicado, esos avances ocurrieron en paralelo a un rápido desvanecimiento del viejo mundo chacarero de mediados del siglo, reemplazado hoy por empresas que alquilan esas modestas tenencias de otrora para constituir gigantescas explotaciones dotadas de los adelantos más modernos. En parte, se ha reconstruido así la vieja competitividad de las pampas: gran escala combinada con fuertes inversiones de capital.

Es curioso (y, por cierto, preocupante) pensar hasta qué punto análisis tan sesgados impidieron ver, durante tanto tiempo, las numerosas pruebas de la realidad en torno a la decreciente importancia del latifundio lo largo del siglo XX. Sobre todo porque, como lo muestra el libro, las medidas inspiradas en esa visión errada introdujeron una enorme desorganización del entramado productivo, provocando caídas espectaculares de los saldos exportables y aun para consumo interno, como ocurrió en los años 1949-52, y amenazando por tanto seriamente no sólo los planes redistributivos de la renta agraria sino aun la mera supervivencia política de quienes se habían atrevido a encararlas. El rápido retroceso del poder ante esos resultados impidió que llegaran males mayores, pero no que el diagnóstico equivocado continuara contaminando el análisis: a pesar de la abrumadora evidencia empírica, ampliamente disponible para quien quisiera estudiarla, grupos enteros de intelectuales y políticos siguieron sosteniendo aun hasta la actualidad la existencia de monopolios sobre recursos y mercados, establecidos por una fantasmagórica oligarquía terrateniente, que no sólo no tuvo nunca las inmensas cuotas de poder que se le atribuían, sino que hace mucho tiempo ha perdido las que alguna vez ostentó.

La cantidad de páginas escritas sobre esas aguas turbulentas se ha transformado, sobre todo en la actualidad, en un arma en la batalla por la expropiación de la renta agraria. Argentina es uno de los países del mundo que más castiga su producto agroganadero exportable, con una carga impositiva promedio del 77% y múltiples cortapisas materializadas en una normativa absurdamente engorrosa y tipos de cambio diferenciales, además de una escasa o nula atención a los problemas de largo plazo que enfrenta el sector, y que podrían dinamizar su potencial hasta volver a colocar al país en el podio de los mayores exportadores mundiales. Es que la expropiación y distribución de esa renta se ha transformado, hace décadas, en un factor esencial del esquema económico argentino: no sólo dependen de ella los demandantes de divisas, sino aun vastos programas sociales. Así, durante los ciclos de altos precios, la ampliación de las áreas cultivadas con productos rentables aun a pesar de la enorme carga impositiva enmascara la existencia de problemas estructurales de resolución cada vez más difícil. Como puede verse, el libro de Roy Hora no es sólo una obra para historiadores: interpela el presente de un modo potente y frontal, más allá de su prosa elegante y clara, y de su cuidada y sutil presentación de argumentos.


Resenhista

Julio Djenderedjian – Instituto Ravignani. Universidad de Buenos Aires. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas – CONICET. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0001-8812-2771


Referências desta Resenha

HORA, Roy. ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2018. Resenha de: DJENDEREDJIAN, Julio. Historia Agraria De América Latina, v.1, n.1, p. 141-144, abr.2020. Acessar publicação original [DR]

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