El Ejército de la revolución. Una historia del Ejército Auxiliar del Perú durante las guerras de independencia | Alejandro Morea

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Alejandro Morea | Imagem: Problemas Y Debates Siglo 21

El fenómeno de la guerra como eje para analizar los procesos históricos es una temática que fue dejada a un lado por gran parte de las corrientes historiográficas del siglo pasado. Cuando la historia social decretó la defunción de la histoire évènementielle, parecía que con ella yacería buena parte de la historia militar, o al menos así lo fue por un largo tiempo. Sin embargo, el estudio de la guerra que se lleva adelante desde hace algunos años busca recuperar su importancia sin caer en los métodos de esa historia-batalla que acompañó la construcción de los Estados-nación en Occidente hacia fines del siglo XIX.

Así, excediendo el reduccionismo político-militar, la historia de la guerra ha sido recuperada en las últimas décadas a escala global, y es en ese contexto donde se ubican las renovadas investigaciones sobre el Río de la Plata decimonónico desde hace unos veinte años. En este marco, El ejército de la Revolución. Una historia del Ejército Auxiliar del Perú durante las guerras de independencia3 se inserta en una serie de estudios dedicados a la guerra que ya forman un subcampo en la historiografía argentina.4

Pero, ¿qué significa estudiar un ejército? Si hemos de guiarnos por las metodologías tradicionales de la historia acontecimental, podríamos pensar que el análisis debería ceñirse a las doctrinas militares, al detalle de los armamentos y cuerpos en armas o a una narración crítica de las batallas, toda vez que supondría emprender la investigación sobre alguna fuerza armada que, acatando las órdenes, avanza hacia el combate sin mayores reparos. Aquí, en cambio, el ejército para el autor no es el foco en tanto un mero objeto militar, sino como un cuerpo armado integrado por miles de hombres en un periodo de extrema convulsión, nacido como producto de una revolución que modifica el estatus político del Río de la Plata y altera sus estándares sociales. De modo que, aunque el título señale el centro de atención en el Ejército Auxiliar, Morea no se propone analizarlo como un fin en sí mismo, sino para estudiar “a la sociedad en guerra, a la sociedad revolucionada, a la revolución en sí misma” (p. 22).

Si bien la idea de colocar a la guerra como un punto neurálgico de la primera mitad del siglo XIX rioplatense data de algunas décadas, no siempre se logró sacarla de un plano subyacente, que buscaba considerar todo el tiempo la existencia de un conflicto armado como condicionante para justificar o explicar distintos acontecimientos en otros planos. En cambio, el objetivo de Morea es situarla definitivamente en el primer plano, ya no tratando de emplearla como un recurso más para comprender la revolución. Para el autor, el processo histórico en el Río de la Plata se vuelve incomprensible sin considerar que sus cambios políticos y sociales se sucedían en torno a un conflicto armado que ocupaba el centro de la escena de los gobiernos revolucionarios y, en igual medida, de la sociedad en general. Para esto, se propone tres ejes de análisis que desarrolla de manera transversal a lo largo de todo el libro: “el ejército ante la política revolucionaria; la politización de los ejércitos y militarización de la política; y el rol del Ejército Auxiliar del Perú ante las diferentes coyunturas del proceso revolucionario” (p. 23).

Morea busca entonces comprender al ejército en tanto un actor político que engendró el estallido de Mayo y que se erigió como un protagonista central del proceso durante toda la década. Lejos de considerar a la fuerza armada como un simple caballo de batalla del gobierno revolucionario, estrictamente profesional y obediente de las órdenes emanadas desde Buenos Aires, el autor demuestra que el Ejército Auxiliar, gestado en 1810, era un actor decisivo de la revolución no sólo por su desempeño militar, sino por su injerencia en el día a día de la política del gobierno central y de los provinciales. Esto sucedía a la vez que se trataba de un cuerpo armado cuantitativamente extraordinario para los parámetros de su tiempo, compuesto por hombres que provenían de distintos puntos y estratos sociales, lo que conformaba un gran espacio de sociabilidad que el autor sugiere como el más importante de la revolución (p. 43).

Pero si la composición del ejército es un tema fundamental, ello es porque a partir de la misma se comprenden las dificultades del poder central para hacer frente a una fuerza crecientemente politizada. A pesar de los esfuerzos reiterados por parte del gobierno y de la comandancia para profesionalizar a la tropa y a la oficialidad que Morea detalla, ambos grupos –y, eventualmente, los mismos generales– se mostraban constantemente tensionando la política revolucionaria; sobre todo los oficiales, donde se encarnaba quizás más que en cualquier otro sector del ejército la politización del mismo y sus posturas desafiantes y condicionantes para la revolución, como se observa de manera transversal a lo largo del libro.

Gran parte de esas tomas de posición que enarbolaban quienes integraban el ejército son explicadas a partir de las identidades políticas que se irían construyendo con el tiempo. Para el Ejército Auxiliar en sus primeros momentos, indica el autor, “resultaba más sencillo definir contra quién combatía que en nombre de qué” (p. 192). La revolución había impulsado en el antiguo virreinato una guerra contra las fuerzas realistas pero, paradójicamente, ambos bandos luchaban en nombre del mismo Rey y estaban conformadas en su mayor parte por americanos, por lo que no sorprende que los testimonios de la época hablaran de guerra civil. Ante este inicio confuso para la política revolucionaria y para el mismo Ejército Auxiliar del Perú, Morea avanza describiendo la conformación de identidades en su seno, muchas de las cuales rompían de modo más radical los lazos con la Corona y se mostraban abiertamente republicanos mientras que otras aún conservaban atisbos de tradicionalismo monárquico.

La identidad militar del Ejército Auxiliar –contra quién y en nombre de qué luchaba– es uno de los puntos más interesantes del trabajo de Morea dado que no sólo debate con la historia fundante argentina –encarnada sobre todo en Bartolomé Mitre– sino que esa discusión se torna muy actual puesto que la visión clásica del Ejército Auxiliar como una fuerza cuyo único objetivo era batirse con las fuerzas del Virrey del Perú aún permanece vigente en las formas de divulgar y enseñar la historia. De acuerdo a esta línea interpretativa, la derrota del Ejército Auxiliar en la batalla de Sipe-Sipe (en la actual Bolivia) en 1815 habría puesto fin a su experiencia. Morea demuestra, en cambio, que si bien el Ejército Auxiliar tenía entre sus objetivos combatir los realistas, también cumplía con un mandato ligado al poder central que tenía por fin garantizar la adhesión a la revolución de los gobiernos locales por donde el mismo ejército operaba, entre el Tucumán y el Alto Perú, después de la batalla de Sipe-Sipe.

Este punto no va en detrimento de las grandes batallas que protagonizó el Ejército Auxiliar frente a las fuerzas fidelistas hasta 1815 y que constituyeron el imaginario tradicional que el autor revisita. De hecho, las mismas estructuran el relato de la obra y merecen una detallada pero concisa narración que se acompaña de mapas que permiten ubicar en tiempo y espacio cada una de ellas –y otras de menor fuste–, ciertamente una extrañeza entre la producción historiográfica. Contrario a lo que pueda pensarse, la descripción de los combates no es un recurso baladí: si la guerra era tan crucial para catalizar o detener el devenir del proceso revolucionario, era en las batallas donde se definía buena parte de su destino. Aunque resulte sencillo ceñirse al saldo final de cada conflicto, adentrarse en ellos permite comprender que muchas veces los resultados eran ambiguos y las derrotas o victorias se definían por márgenes realmente muy estrechos. Por supuesto que esto no significa que la guerra fuera el único determinante de un proceso en extremo complejo y extendido sobre el cual se han escrito ríos de tinta, pero sin dudas supone que los resultados de las batallas se evidenciaban transcendentales e influían como pocos a la hora de tomar decisiones sobre el rumbo para la revolución, como demuestra Morea al relatar los cambios luego de la derrota de Huaqui (1811), de las victorias de Tucumán (1812) y Salta (1813) o de la dura caída en Sipe-Sipe (1815).

Uno de los objetivos del Ejército Auxiliar, el de la gobernabilidad sobre el interior, se torna central en el último capítulo del libro, donde Morea avanza desde el acantonamiento del ejército en Tucumán hasta su desintegración en 1820. En el agitado año 1816 coincidieron el Congreso de Tucumán, el establecimiento del ejército en la ciudadela de esa localidad y el nombramiento de Belgrano como general de la fuerza por segunda vez. A partir de allí, el autor señala que el Ejército Auxiliar se volcó casi definitivamente –tras un infructuoso intento de Belgrano para continuar por la vía altoperuana– a defender los intereses del Congreso y del poder central en el interior de las Provincias Unidas. En ese cometido vuelven a ponerse en primer plano los tópicos de los apartados anteriores: el ejército como actor político estructurante de la revolución, su espacio de sociabilidad y las identidades políticas conformadas en su seno.

El libro se sumerge en detalle sobre los momentos en los que el Ejército Auxiliar intervino en la política de las provincias, demostrando que la revolución estaba repleta de caminos a emprender y que desde el poder central, apoyado –o condicionado– por las tropas de Belgrano, se buscaba reprimir cualquier intento disonante. Sin embargo, los levantamientos eran aplastados por algunas divisiones del ejército, de modo que el grueso de la tropa permanecía estacionado en Tucumán, ciudad donde se conformaría un gran espacio de sociabilidad que involucraba a los soldados, los oficiales y los habitantes locales. Al mismo tiempo, la presencia de las huestes en Tucumán alteraba el paisaje socioeconómico del lugar en distintos aspectos que Morea repasa a través de lo trabajado por colegas en los últimos años.

Hacia el final del último capítulo, donde se analiza el motín de Arequito y la consiguiente desintegración del Ejército Auxiliar, Morea vuelve a debatir las lecturas tradicionales para las cuales la sublevación se explica a partir de una protoidentidad nacional por la que las huestes se negaron a luchar contra hermanos y se propusieron avanzar nuevamente sobre el Alto Perú. Si se mantuvo el hilo argumental de la obra, se verá que 1820 no fue la primera vez en la que el Ejército Auxiliar debió batirse en el interior, aunque sí fue el primer momento en que marchó sobre el Litoral, región que era ajena a su zona de competencia. Pero fundamentalmente, se observa que Arequito fue uno más entre varios levantamientos de la tropa y la oficialidad, cuyas raíces se pueden trazar hasta el primer capítulo del libro. De este modo, Morea propone una reinterpretación de lo sucedido hacia enero de 1820, cuando el Ejército Auxiliar dejó de existir como tal, sumergido también en la misma crisis del gobierno central. Consistente con la idea de una estrecha relación entre la revolución y el Ejército, Morea concluye que “no parece extraño, entonces, que el fin de uno conllevara el del otro” (p. 190), casi como si en el epitafio del Ejército Auxiliar del Perú estuviera el de ser, sobre todo, el ejército de la revolución.

Lejos de ensalzar a su objeto de estudio y elevarlo a un primer plano como una máquina de guerra implacable, Morea lo problematiza, ubicándolo como un actor político insoslayable al momento de analizar la década del diez en el Río de la Plata. Su libro contribuye, así, a los estudios de la guerra en diferentes planos. Situar a los ejércitos de la región no como meros instrumentos de batalla sino como cuerpos armados amplios y extendidos en tiempo y espacio permite observar la heterogeneidad en su composición étnica y social; los problemas que conllevaba construir, profesionalizar y disciplinar a la tropa y la oficialidad; y los amplios espacios de sociabilidad en su interior donde se gestaban alianzas, prácticas e identidades políticas, muchas de las cuales resultarían determinantes para encausar o desviar el turbulento río revolucionario.

Notas

3 El Ejército Auxiliar del Perú fue una fuerza revolucionaria que operó entre la región colonial conocida como el Tucumán (actualmente el noroeste argentino) y el Alto Perú (hoy Bolivia) desde 1810 hasta 1820, jurisdicciones que comprendían el Virreinato del Río de la Plata.

4 Nos referimos a diversos trabajos de, entre otros autores, Juan Carlos Garavaglia, Raúl Fradkin, Beatriz Bragoni, Gabriel Di Meglio, Alejandro Rabinovich y Marisa Davio.

Referencia

MOREA, Alejandro. El Ejército de la revolución. Una historia del Ejército Auxiliar del Perú durante las guerras de independencia. Rosario: Prohistoria, 2020. 226 pp


Resenhista

Maximiliano Gallo – Universidad de Mar del Plata. Mar del Plata – Buenos Aires – Argentina. Licenciado en Historia (UNMDP). Becario investigador y ayudante en Historia Argentina (UNMDP). Integrante del grupo de investigación Problemas y debates del Siglo XIX (CEHis-FH-UNMDP).


Referências desta Resenha

MOREA, Alejandro. El Ejército de la revolución. Una historia del Ejército Auxiliar del Perú durante las guerras de independencia. Rosario: Prohistoria, 2020. Resenha de: GALLO, Maximiliano. Guerra, política y sociedad: una renovada mirada sobre el Ejército Auxiliar del Perú. Almanack. Guarulhos, n. 30, er00322, 2022. Acessar publicação original [DR]

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