Gaëtan Souchet D’Alvimar/ filibustero y artista/ sus dos visitas a México: 1808 y 1822 | Arturo Aguilar Ochoa
En las postrimerías de la Nueva España ocurrió un fenómeno interesante: viajeros de diversas partes del mundo, pero principalmente de Europa, se interesaron por conocer las maravillas naturales de América septentrional. El virreinato, receloso de los intereses de los extranjeros, obstruyó el tránsito a muchos de ellos, de manera que algunos visitantes fueron calificados de filibusteros, es decir, sujetos con intenciones de llegar a un territorio y saquearlo. ¿Fue Gaëtan Souchet D’Alvimar un filibustero? ¿Cuál es el origen de este personaje? ¿Cuáles fueron sus intenciones en las visitas a Nueva España en 1808 y 1822?
El doctor Arturo Aguilar Ochoa, quien se ha interesado en estudiar a los viajeros del siglo XIX en México en una larga colección de textos,1 busca en esta oportunidad desentrañar los motivos de Gaëtan Souchet D’Alvimar para visitar la Nueva España. El autor ahonda, en primer lugar, en los datos biográficos del personaje, toma como referencia cartas personales del artista, diversos documentos encontrados en París y México, así como estudios realizados previamente sobre este viajero, donde destacan los de Jacques Houdaille, Fernando Benítez y Victoriano Salado. Gracias a estas indagaciones, sabemos que D’Alvimar nació en París el 13 de mayo de 1770, que -sin serlo- se presentaba como descendiente de la nobleza francesa y que exageraba sus peripecias y el abolengo de su familia para tener algún tipo de influencia en Estados Unidos y Nueva España.
Los documentos revisados por Aguilar Ochoa hablan del carácter ambivalente de D’Alvimar quien, al término de la Revolución francesa, aseguró haber servido al ejército de la república, para después cambiar su postura y sostener que había apoyado a la monarquía. Tales cambios hablan de las necesidades del momento y de cómo los intereses personales del biografiado iban cambiando según lo demandara el escenario político.
El espíritu inquieto y aventurero de D’Alvimar lo hizo enrolarse en las filas del gobierno imperial turco, donde tuvo nuevas experiencias y lances amorosos dignos de novela, pero las circunstancias políticas en Medio Oriente a finales del siglo XVIII lo obligaron a regresar a Francia, donde fue aceptado en el ejército republicano. Su estancia en la milicia le permitió viajar, por primera vez, al continente americano, donde visitó Cuba y el virreinato de Nueva Granada. Sin embargo, su temperamento irascible le impidió tener estabilidad en el ejército, del cual fue dado de baja hacia 1803.
Quizá la mentira más difundida por el propio D’Alvimar -y que el autor logra refutar- fue su presunta cercanía con Napoleón. A su baja del ejército, el viajero se quejó con el emperador y pidió su reinstalación, pero no obtuvo respuesta. Volvió, entonces, a recurrir a la figura de Napoleón y a pregonar que gozaba de su amistad y protección, para lograr algo de crédito durante su estancia en Estados Unidos.
De igual forma, el texto trata de revelar la misión que presuntamente Napoleón encargó a D’Alvimar para llevar a cabo en Nueva España. La versión más difundida indica que dicha misión tenía que ver con la pacificación del campo de Jalapa. No obstante, Aguilar Ochoa desmiente esta posibilidad a lo largo de su investigación, auspiciado en la ausencia de documentos oficiales en ese sentido y en el propio itinerario del viajero; prueba que D’Alvimar llegó primero a Estados Unidos, donde entró en contacto con filibusteros texanos a fin de independizar ese estado, y que después trató de internarse en Nueva España, con la misma intención de sublevar a la población.
La estancia de D’Alvimar en el país resulta por demás interesante, pero ¿cuál fue su verdadero propósito? El investigador reitera las contradicciones y exageraciones que existen en las memorias del viajero, mismas que llevan a deducir inestabilidad emocional, facilidad para mentir y una intención de sacar ventaja de cualquier situación. Aguilar Ochoa recuerda, por ejemplo, que el viajero utilizó el nombre de su hermano, Octavien, para ingresar a Nueva España, y que no poseía documentos oficiales del gobierno francés que lo acreditaran para ocupar algún puesto diplomático. Con estos antecedentes no es difícil advertir que el personaje tendría intereses económicos, y qué mejor que desarrollar sus intrigas en un lugar y una época en la cual los filibusteros operaban para enriquecerse.
El autor propone algunas hipótesis sobre las motivaciones de D’Alvimar para trasladarse de Estados Unidos a Nueva España, una de las cuales es que fue enviado por los filibusteros norteamericanos para obtener informes de la situación en el virreinato cuando reinaba la incertidumbre dadas la ocupación francesa en la península ibérica y la duda sobre quién ostentaba la soberanía en las colonias americanas. No obstante, el recibimiento al viajero D’Alvimar en Nueva España no fue lo que él esperaba, al grado que fue acusado de espía de Napoleón y apresado.
A raíz de todas estas circunstancias, el autor concluye que el objetivo más probable de esta primera visita fue organizar alguna revuelta, por dinero o por fama. Durante su traslado a la prisión de San Juan de Ulúa en el puerto de Veracruz, tuvo la oportunidad de entrevistarse con los cabecillas de la insurgencia como Miguel Hidalgo e Ignacio Allende. A pesar de que las fuentes revisadas por el escritor sugieren que a raíz de esta entrevista se formó un tipo de alianza entre los insurgentes y Francia -lo que, dicho sea de paso, fue aprovechado en los juicios contra los insurgentes para hallarlos culpables del delito de traición-, asegura que este encuentro sólo fue producto de la casualidad y de la curiosidad de los vecinos por conocer a los reos que llegaban a sus poblaciones.
La estancia de D’Alvimar en el presidio de San Juan de Ulúa no fue la mejor. El viajero tendría que sufrir las penalidades de la prisión no sólo en Veracruz, pues se le trasladó a Europa donde continúo cautivo, primero en Odiham, Inglaterra, y luego en Ceuta, en el estrecho de Gibraltar. Su encierro, a juicio de Aguilar Ochoa, complicó aún más su estabilidad emocional. Una vez derrotado Napoleón, hacia 1814, D’Alvimar pidió su liberación al embajador francés en Madrid, junto con una jugosa indemnización por las supuestas pérdidas de bienes durante su paso por Nueva España. Después de casi doce años -era ya 1820- el viajero francés recuperó su libertad, alegó lealtad a los Borbones y exigió su reincorporación al ejército, cosa que no sucedió, pero la pérdida de su fortuna en Nueva España no se escapó de su mente y regresó para reclamarla, de manera que preparó su retorno a América a principios de 1821.
El investigador recrea el itinerario de D’Alvimar en esta segunda visita: primero arribó a Estados Unidos, después se trasladó a alguna isla del Caribe, probablemente Jamaica, para luego llegar a tierra firme, concretamente a Honduras, y de ahí a Guatemala y Belice, para finalmente internarse en México, recientemente independizado de España. A través de argucias, el aventurero francés logró estar presente en la coronación de Agustín de Iturbide como primer emperador de México. A pesar de reclamar la indemnización de sus bienes, extraviados durante la primera visita, y de su aspiración a ocupar un cargo en el ejército imperial, nada obtuvo. Pero en esta segunda oportunidad, D’Alvimar pudo realizar una pintura, objeto de un estudio concienzudo por parte de Aguilar Ochoa en la segunda parte del texto que reseñamos. El cuadro en cuestión, Plaza Mayor de México, según Justino Fernández -quien descubrió la pintura en Londres en 1949- recrea la llegada de Agustín de Iturbide al Palacio Imperial, hoy Palacio Nacional, después de hacer una visita a la Villa de Guadalupe con el objeto de instaurar la orden del mismo nombre, el 13 de agosto de 1822. A través de cartas reveladas en este libro, D’Alvimar comunicó al emperador Iturbide que se encontraba realizando otras obras sobre su reinado. El autor recupera investigaciones previas sobre la obra del viajero, como las que llevó a cabo Jaime Cuadriello,2 y enumera las pinturas anónimas, ahora exhibidas en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec, las cuales el propio Cuadriello consideró que podrían ser de la autoría de D’Alvimar. Aguilar Ochoa debate esta posibilidad al considerar que dichas pinturas pudieron ser realizadas por el pintor suizo Theubet de Beauchamp, descubierto hace algunos años por la historiadora Sonia Lombardo de Ruiz. Además de las investigaciones realizadas por Lombardo, el autor recurre a una serie de herramientas, propias de la metodología de la historia del arte, para corroborar que, en efecto, las pinturas aludidas pueden atribuirse a Beauchamp y no a D’Alvimar. Señala también que no habría sido raro que en un ambiente cultural tan reducido, como lo era entonces el de la ciudad de México, ambos artistas europeos se hubieran conocido; incluso señala que las obras de Beauchamp pudieron haber tenido influencia directa de la pintura de la Plaza de México realizada por el francés.
Ahora bien, como hemos señalado, el autor se encarga una y otra vez de desmentir las hazañas, el abolengo y otros presuntos logros del viajero francés, por lo cual el propio Aguilar Ochoa declara que en algún momento pensó que la pintura Plaza Mayor de México bien pudo haber sido ejecutada por alguien más, y que D’Alvimar la hubiera firmado como suya, pero el autor desecha esa primera idea -formulada por él mismo en el pasado- y ofrece al lector todas las pruebas que confirman las habilidades que tenía su biografiado en la pintura.
Antes de continuar el análisis de la pintura en cuestión, Arturo Aguilar sentencia que el trabajo artístico de D’Alvimar sobre México no se reduce a un solo cuadro, y que también pudo haber pintado una vista rural o urbana desde el castillo de Chapultepec, la cual ahora se encuentra extraviada; se abre así una nueva línea de investigación para los académicos interesados en el trabajo de los artistas viajeros del siglo XIX. El autor busca una mirada que trascienda los estudios técnicos del cuadro, y resalta los juegos de perspectiva, de color y de luz, e incluso distingue los tipos populares de la época y las prácticas comunes que se llevaban a cabo en las calles, como la venta de diferentes productos, lo que puede acercar la pintura a un cuadro costumbrista. Además, el investigador señala la posibilidad de que el mismo artista haya tenido tiempo de incorporar su retrato al cuadro como un personaje más interviniendo en la escena.
Arturo Aguilar recurre a la tradición para rastrear los cuadros que pudieron haber servido de inspiración para que D’Alvimar ejecutara su pintura, y en ese contexto recupera obras como La batalla de Alejandro en Issos, del alemán Albrecht Altdorfer, o la vista de la Plaza Mayor hecha por el grabador español José Joaquín Fabegat a partir del dibujo de José Jimeno y Planes en 1798, y copiado en varias ocasiones. Una persona tan propensa a difundir sus talentos y glorias como D’Alvimar bien pudo hacer alarde de la pintura e incluso exhibirla; sin embargo, el investigador menciona que eso no sucedió y que muy probablemente terminó la obra cuando ya estaba de regreso en Europa, pero ¿en qué condiciones se gestó su retorno?
En el texto se narran las condiciones que fueron minando la administración de Iturbide, hasta que abdicó el trono en 1823. D’Alvimar, ferviente seguidor del emperador, no estuvo exento de manifestar sus simpatías políticas, lo que provocó su enemistad con los detractores de Iturbide, por lo que fue desterrado por decreto el 21 de octubre de 1823. A su regreso a Francia, D’Alvimar escribió poesía y publicó un libro en 1826, Mentor de Rois, una especie de manual para gobernar; también se dedicó a la crítica de arte: en 1834 escribió un texto donde registró sus impresiones sobre el salón de arte de aquel año. Los últimos años en la vida del viajero son un misterio, pero se asienta en este trabajo que murió en 1854 a los 84 años.
Tanto Arturo Aguilar como Justino Fernández lamentan los talentos desperdiciados de D’Alvimar, que pudieron haber sido encauzados de mejor forma, ya fuera en el arte, la poesía o la política.
Finalmente, el autor hace un rastreo del recorrido de la pintura Plaza Mayor de México antes de su descubrimiento en 1949 y después de éste. Explora la posibilidad de que D’Alvimar la haya llevado consigo o bien fuera regalada a Iturbide y trasportada por éste a su exilio en Europa. Ante las penalidades económicas que sufrieron tanto el artista como el exemperador es probable que quien hubiera sacado la obra del país, se habría deshecho de ella para allegarse recursos. Sin embargo, el autor se apega más a la posibilidad de que fue el propio artista quien conservó la obra y que fue vendida a raíz de su muerte hasta llegar a un anticuario de Londres. La importancia de la pintura para el arte mexicano es tal que, al comenzar la década de los cincuenta del siglo xx, fue comprada por coleccionistas nacionales, concretamente por la familia del funcionario mexicano Antonio Díaz Lombardo.
Aguilar Ochoa comenta que no existen estudios científicos de la obra, más allá de las afirmaciones de Justino Fernández que señalan que la pintura está hecha al temple, pero que el autor considera de técnica mixta, es decir, con una base al temple y la pintura al óleo. El texto abona a la comprensión de los intereses y las actividades que muchos viajeros decimonónicos realizaron en México, y la actividad artística era un medio perfecto para la sobrevivencia.
Notas
1 Véanse de Arturo Aguilar Ochoa, “La influencia de los artistas viajeros en la litografía mexicana (1837-1849)”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas 22, n. 76 (2012): 113-142, https://doi.org/10.22201/iie.18703062e.2000.76.1890; y “La empresa Julio Michaud: su labor editorial en México y el fomento a la obra de artistas franceses (1837-1900)”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad 36, n. 141 (2015): 161-187, http://dx.doi. org/10.24901/rehs.v36i141.94.
2 Jaime Cuadriello, “Interregno II. El exilio de Agustín I”, en El éxodo mexicano. Los héroes en la mira del arte (México: Museo Nacional/Universidad Nacional Autónoma de México, 2010), 144-189.
Referencias
Aguilar Ochoa, Arturo. “La empresa Julio Michaud: su labor editorial en México y el fomento a la obra de artistas franceses (1837-1900).” Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad 36, n. 141 (2015): 161-187. http://dx.doi.org/10.24901/rehs.v36i141.94.
Aguilar Ochoa, Arturo. “La influencia de los artistas viajeros en la litografía mexicana (1837-1849).” Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas 22, n. 76 (2012): 113-142.
https://doi.org/10.22201/iie.18703062e.2000.76.1890
Cuadriello, Jaime. “Interregno II. El exilio de Agustín I.” En El éxodo mexicano. Los héroes en la mira del arte, 144-189. México: Museo Nacional/Universidad Nacional Autónoma de México, 2010.
Resenhista
Juan Alfonso Milán López – Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”. Becario posdoctoral. E-mail: amilan28@hotmail.com
Referências desta Resenha
OCHOA, Arturo Aguilar. Gaëtan Souchet D’Alvimar, filibustero y artista, sus dos visitas a México: 1808 y 1822. México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, 2016. Resenha de: LÓPEZ, Juan Alfonso Milán. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, n. 59, p. 283-288, ene./jun. 2020. Acessar publicação original [DR/JF]