Zona urbana. Ensayo de lecturas sobre Walter Benjamin | Martin Kohan

Intentar abordar la compleja y metódica visión de Benjamin sobre cómo comprender la urbe moderna es un objetivo ambicioso, pero Martin Kohan logra percibir con éxito las profundas sutilezas con que esta (anti) antropología urbana se desarrolla; así, de la misma manera con que el filosofo alemán se deleitaba meditando sobre las múltiples posibilidades con que la maravilla tecnológica del Panorama permitía la ficción del viaje sin moverse un centímetro de la tierra natal, el autor de este ensayo nos enseña a vuelo rasante los distintos rasgos y profundas marcas que dan una textura especial a las evocaciones que se impregnan en las reflexiones de Benjamin sobre la ciudad y sus concomitantes culturales. Pero ¿por qué hablar de una (anti) antropología urbana en el caso de Benjamin? Tal como Kohan logra demostrar, al leer los textos urbanos del berlinés nos encontramos ante una paradoja fluctuante con pretensiones inconscientes de trascendencia: la aproximación a la ciudad de Benjamin no se basa en el conocimiento de una sola ciudad especifica incluyente que funcione a priori a modo de un caso universal, ni se refiere a un conjunto de rasgos homogéneos predecibles en todas y cada una de las urbes, sino más bien se trata de un lugar ficticio -pero no imposible de encontrar- o “zona urbana” con rasgos platónicos, compuesta por la esencia de muchas ciudades que sin ser incluidas expresamente en un todo orgánico pueden incluso ser distinguibles en el método de reconocimiento con que Benjamin piensa la urbe. Se trata, por tanto, de una ontología de la ciudad donde el rasgo paradojal predominante es la negación de su conocimiento como un todo y su afirmación como una suma de partes que, a pesar de pertenecer a distintos universos, funcionan como las partes de una maquina cuya marcha y existencia es incesante aquí y en todos los lugares donde la modernidad haya dejado su huella.

Esta zona urbana benjaminiana descrita por Kohan funciona, por tanto, a modo de estructura cognitiva; Benjamin, quizás sin darle demasiada importancia, sienta las bases para que sus sentimientos y experiencias sobre cuatro ciudades esenciales en su biografía logren proyectarse sobre el resto de las ciudades modernas, las que de uno u otro modo pueden ser reconocibles en el mapa benjaminiano. Se instituye, de esta forma, una suerte de clave taxonómica sobre lo urbano, donde los componentes principales vendrán dados por la riqueza de las vivencias del filósofo en aquella zona demarcada geográficamente por el límite norte (Berlín, su ciudad natal), el limite occidental (París, la ciudad de la flanerie), el limite oriental (Moscú, la ciudad laberinto) y el límite sur (Nápoles, la ciudad del caos festivo); estos cuatros espacios urbanos funcionan como hitos de la superurbe ideal de Benjamin, la que aglomera no solo cuatro momentos históricos decisivos, sino que además cuatro variantes genéricas estilísticas del autor, y finalmente cuatro lapsos de vida interna y externa que determinarán las impresiones sobre la ciudad que lo acoge en el momento. Todo esto contribuye a que el lector se forme una convicción –o al menos el inicio de una sospecha- respecto de la ausencia de valoraciones excluyentes entre cada una de estas ciudades donde la experiencia a veces es dulce y en otros casos amarga, aspecto que es asumido con paciencia oriental y curiosidad occidental por Benjamin, por lo que tal rasgo se torna regular y coherente en su mirada urbana si consideramos lo profuso y heterogéneo de sus reflexiones sobre cada lugar donde habita.

En su recorrido literario, Kohan atrapa y sintetiza de manera clara y precisa cuáles son las preocupaciones, obsesiones, críticas e imaginerías de Benjamin sobre el conjunto de ciudades que componen su zona urbana, y aun mas, cuál es la proyección y riqueza antropológica reconocible y explotable en el estudio de la ciudad moderna. Tal como lo señala el ensayista, entre los tópicos y elementos básicos de la antropología urbana de Benjamin encontramos a “la modernidad, la prehistoria y sus ruinas; las tradiciones; las masas populares; el azar; la infancia; los nombres y el lenguaje en relación a las cosas; la tecnología y su impacto sobre la percepción; el aura y la pérdida del aura; la experiencia y el fin de la experiencia” (Kohan, 2007: 109). Este conjunto de temáticas forma un universo simbólico que no carece de tensiones y contradicciones internas, pero cuya expansión y continuo reflejo –gracias a los aires de una trascendentalidad quizás inconscientemente negada- permiten constituir una metodología de análisis cuya validez se proyecta en el tiempo a pesar de que se transforma de forma dispareja, contrayéndose, dilatándose, buscando la excepcionalidad de cada momento, generando sentido en sí misma a veces, pero cuya esencia se mantiene a pesar de los altibajos. Llegados a este punto podemos hacernos válidamente la pregunta: ¿es posible reconocernos como seres sociales urbanos en la visión de mundo de Benjamin, independientemente de donde nos situemos en el globo? Al respecto, Kohan nos hace ver que las posibilidades de encontrarnos y desencontrarnos en este universo urbano son múltiples (aunque no infinitas): por un lado, si lo que buscamos es encontrar aquella intima subjetividad que funcione como contraparte necesaria para desvelar los enigmas de la alteridad, entonces nuestra cita ha de ser con el Benjamin de París, que se (re)conoce al aprender a perderse en aquella ciudad post Haussman, buscando con ansias esa sensación abrumadora derivada de las transformaciones radicales del entorno que, combinada con la fascinación extática del flaneur, caracterizan los relatos de Baudelaire de aquella época y que tanto entusiasman a Benjamin; por el contrario, Kohan nos dice que si el lector quiere interiorizarse en aquellos procesos que marcaron la infancia de Benjamin (y por extensión, de todos los habitantes de urbes modernas en cierto modo), debemos buscarlo en sus textos donde habla de su reencuentro con Berlín, su ciudad natal. Aquí, el filósofo no debe ya aprender a perderse, como tan esforzadamente lo hizo en Paris, sino que debe aprender a olvidar lo que le es familiar, esto con el fin de poder recordar mejor lo que se conoció en algún momento.

Este proceso selectivo de memoria, caracterizado por el borrado consciente y el posterior reciclado de aquello que nos sirve para revivir sensaciones y asociaciones placenteras (o al menos novedosas), junto a varios otros procesos paralelos binarios que apuntan a desfamiliarizarse, extrañificar, desenfocar y distanciarse de los objetos conocidos, es lo que caracteriza los textos de Berlín, junto con la sensación de estar ante el acercamiento inevitable al centro o eje de aquel recorrido autobiográfico espacial que Kohan desglosa con habilidad en su vuelo literario-urbano, ya que solo recogiendo esa sensación de extrañeza y confusión que emana del olvido forzado es que surge la imagen de lo nuevo en la óptica de Benjamin. En el otro extremo del estudio que Kohan realiza, podemos encontrar al Benjamin de Moscú y Nápoles. Ambas ciudades dejan una huella en los textos del escritor, ya no tanto por la fascinación de la presencia majestuosa de la modernidad, ni por el orden asociado a ella, ni por la necesidad de aprender a perderse u olvidar lo conocido, sino que más bien por la ausencia de estos elementos o su manifestación enigmática, inaprensible, que en ambos casos lleva necesariamente a perderse o más bien desorientarse –esta vez no voluntariamente, con toda la vulnerabilidad que aquello acarrea- y esto no es más que sinónimo de malestar y contratiempos.

Moscú se presenta para Benjamin como un espacio donde difícilmente puede desplazarse, coartando la posibilidad de desarrollar en él una subjetividad traspuesta a calles y barrios que decante en un conocimiento básico de la ciudad. Al contrario, la experiencia urbana moscovita se manifiesta más bien como un lapsus mítico: es la recreación del mito del laberinto del minotauro, donde el paseante a secas –porque el contexto no se presta para el despliegue de la flanerie– debe luchar por no perderse en aquel extenso laberinto que muta y dificulta su identificación, negando la familiaridad, y cuya amenaza pendiente es la de una plena modernidad tecnológica que actúa a modo del minotauro, es decir, se percibe su presencia en todos lados, demarcando su territorio, pero nunca se le llega a concebir en plenitud. Se trata, por tanto, de una ciudad donde existe otra disposición del espacio y otra noción del tiempo, y donde el placer de perderse en ella es trastocado dramáticamente por la incomodidad de saberse extraviado –no perdido- sin puntos de referencia estables, sabiéndose abrumado por la necesidad de traducir constantemente las señales externas, situando así al observador aun mas lejos de la seguridad que otorgan los pilares gnoseológicos habituales del método benjaminiano, los que habían sido de tanta utilidad en el conocimiento de París y el reconocimiento de Berlín, condenando finalmente al visitante a la precariedad del azar y al riesgo de lo fortuito. Nápoles es la última parada, y representa las antípodas de las ciudades del norte y el oeste y, en cierto modo, el estado previo de Moscú. Kohan nos habla acá de un Benjamin azorado ante el despliegue arrollador de la cultura popular, el rasgo más característico de esta ciudad, cuyo principal merito es, por un lado, disolver las fronteras que separan y diferencian las jerarquías y propiedades especificas, y por otro, fusionar todos los tiempos en uno solo, donde tanto los afanes laborales como los excesos del festejo se cruzan entre sí.

El método de conocimiento urbano benjaminiano se ve exigido al máximo ante la vida festivalesca de Nápoles, no tanto por la ya terrible ausencia –más que evidente– de los signos de la modernidad, sino que por la imposibilidad de encontrar limites o fronteras que definan claramente una estructura espacial entre el aquí y el allá, entre lo que es propio y lo ajeno, entre lo que pertenece al presente y lo que se ha heredado del pasado. A diferencia de Moscú –otra experiencia urbana extraordinaria- en Nápoles todo es juego, diversión, sorpresa, curiosidad, y en eso simplemente queda subsumido el adelanto técnico del invento moderno. No hay mayores pretensiones, ni en lo tecnológico ni en lo político, aspectos que para Benjamin son centrales para entender lo moderno, y respecto de los cuales tanto especuló en su estadía en Moscú. Aquí, sin embargo, no es posible observar la sistematicidad y motivación rusa de lo político como transformador del ethos urbano; sin embargo, tampoco es posible decir que se atestigua una reliquia muerta de un pasado medieval: todo en Nápoles es viva transformación ante los ojos del visitante.

A modo de síntesis, es justo afirmar que el ensayo de Kohan, en su afán de aprehensión del universo urbano benjaminiano, logra capturar los elementos esenciales que dan sentido a sus reflexiones más íntimas, las que aparecen a lo largo de los textos a modo de luminarias –porque la luz en todas sus versiones es fundamental para Benjamin- que titilan y desaparecen para ser reemplazadas por otras, de la misma forma en que las imágenes de lugares lejanos se muestran en el Panorama de Daguerre, transformándose y adquiriendo nuevas dimensiones y apariencias. Esto último es fundamental para entender el método benjaminiano en cuanto es precisamente su método –la mirada panorámica de la ciudad–, lo que le permite realizar un mapa cognitivo de ella, crear o eliminar fronteras y limites, diferenciar espacios, y en resumen, (re)conocer el territorio a partir de puntos de referencia subjetivos. Esto sería, sin más, la “zona urbana”, un espacio que oscila entre lo abstracto y lo concreto, donde lo moderno, lo premoderno y la tradición se entrelazan para darle la oportunidad al viajero de sondear lo aureático, es decir, de abrir la mirada hacia aquellas manifestaciones –imperceptibles habitualmente- de una lejanía engañosa.


Resenhista

Marcelo Barría Bahamondes – Licenciado en Antropología Social. Universidad de Chile.

Referências desta Resenha


KOHAN, Martin. Zona urbana. Ensayo de lecturas sobre Walter Benjamin. Madrid, España: Trotta, 2007. Resenha de: BAHAMONDES, Marcelo Barría. Contextos – Estudos de Humanidades y Ciencias Sociales. Santiago, n.28, p. 181-184, 2012. Acessar publicação original [DR]

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