Bibliotecas y cultura letrada en América Latina: siglos XIX y XX | Carlos Aguirre e Ricardo D. Salvatore

La cuestión de la historia de las bibliotecas en América Latina remite a un espacio de conocimiento cuyo alcance y especificidad está en debate. Su trayectoria es algo zigzagueante. Asociada siempre a la historia del libro —de hecho, muchas de las cátedras en la academia que abordan estos estudios se denominan, a falta de mejor inspiración, “Historia del Libro y las Bibliotecas”—, no atrajo, sin embargo, la misma atención que esta. A la transformación conceptual y metodológica que ayudaron a propiciar Robert Darnton y Roger Chartier a mitad en la década de 1980 al sugerir la constitución de un nuevo y prometedor campo, la Historia de la Lectura, le siguió en toda Latinoamérica una expansión formidable de las pesquisas sobre las imprentas, las editoriales, las librerías y los lectorados. Muchos de estos tópicos constituían auténticas deudas historiográficas. En otros casos, el uso de esos marcos teóricos promovió, como era esperable, interpretaciones diferentes de aquellas que los viejos maestros —los Torre Revello, los Toribio Medina— habían dejado a su paso. Pero en esta renovación la historia de las bibliotecas no mereció el mismo cuidado. No es justo señalar que es un ámbito de vacancia, pues existen ya muy buenas obras individuales y colectivas que ofrecen cimientos sólidos. Y también es cierto que existen obras que abundan en descripciones incansables, sin programa ni rumbo. Al olvidar el compromiso interpretativo, al abandonar demasiado pronto el esfuerzo por situar la biblioteca en la trama densa de los circuitos culturales y políticos, al evitar sumergir su significación en el imaginario social, esas investigaciones no colaboraron con la formación de una trayectoria heurística, que es, después de todo y al fin de cuentas, lo que se requiere para la construcción de conocimiento. Probablemente, entonces, ese escaso poder de seducción que presentan muchas de las contribuciones realizadas hasta el presente, junto al hecho incontrovertible del estado de sujeción en el que permaneció la historia de las bibliotecas como apéndice de disciplinas de mayor prestigio académico —como la historia intelectual y la historia de la literatura—, obturaron la posibilidad de comprender los encadenamientos de sentidos producidos por ese fenómeno singular que es la biblioteca, que a muchos atrae y a todos desborda.

Bibliotecas y cultura letrada en América Latina, siglos XIX y XX, agrupa estudios que escapan de la anécdota y del detalle fútil para narrar diversas historias de bibliotecas y de colecciones particulares, en relación diacrónica y sincrónica con las circunstancias que las produjeron y, a la inversa, arrojan una lectura sobre el modo en que estas objetivaciones institucionales o personales —según el caso— contribuyeron a modificar y dar sentido a las realidades que las hicieron posible y que las proyectaron hacia el porvenir. Como requisito de toda empresa heurística y de toda labor editorial que procure y justifique la reunión ante las diversidades conceptuales y metodológicas que aportan los ensayos con distinta procedencia, Carlos Aguirre y Ricardo Salvatore presentan una periodización que se corresponde y se ajusta al contenido del libro, pero que es, al mismo tiempo, la que pudiera emplearse eventualmente para un programa de seminario. El punto de partida puede representarse como un pasaje: el que va de la acumulación libresca colonial a la constitución durante las revoluciones de independencia de las primeras bibliotecas públicas, formadas estas últimas con los retazos de aquellas e incrementadas en el tiempo con suerte dispar y bajo políticas sinuosas —o con ausencia total de ellas—.La historia que se abre con posterioridad a la dominación hispánica es, ciertamente, un momento traumático de la histórica política de América Latina, sumergida entonces en guerras civiles y combates varios por la imposición de modelos alternativos de gobierno.

Hasta la conformación de los Estados nación entre las últimas décadas el siglo XIX y las primeras del XX, ese interregno fue poco propicio para el desenvolvimiento de las bibliotecas, según la afirmación de los autores. Probablemente, también sea la etapa menos evaluada por la historiografía sobre las bibliotecas, bien porque la baja densidad de los acontecimientos desvió la atención hacia instancias y procesos más prolíficos o, tal vez, porque algunas historias nacionales de las bibliotecas aún no se desembarazaron de los cortes impuestos por otros campos interpretativos de la cultural. Al dejar en puntos suspensivos ese período —aunque sin olvidarlo—, la segunda coyuntura abordada es el largo entresiglos (1870-1920), también denominado como “la era del progreso”. De norte a sur y de este a oeste de América Latina, las bibliotecas y los proyectos bibliotecarios se prolongaron sobre dos modelos bien diferentes. Uno, desarrollado por y para las élites, alternativamente público o privado, yuxtapuesto casi siempre, alimentado por el coleccionismo o por una verdadera política estatal, sostenido en todos los casos por los resortes ideológicos del nacionalismo y la creciente cultura científica. A explorar esta faceta están orientados la mayor parte de los ensayos reunidos en el libro, lo que en buena medida justifica la incisión temática de la obra: bibliotecas y cultura letrada. No obstante, Aguirre y Salvatore sostienen que, de forma paralela al desenvolvimiento de esos grandes acervos, en distintos lugares y por razones diferentes, aunque en general convergentes con los procesos de alfabetización, emergió un circuito de lectura compuesto por bibliotecas más modestas en su composición, pero envueltas también de las ensoñaciones que produjo la idea de progreso, y que se conocieron como municipales, barriales, populares y obreras. La tercera y última estación parte desde la segunda mitad del siglo XX y llega hasta la década de 1980 —aunque las codas de varios trabajos hablan de la actualidad—. A diferencia de los otros cortes, puede indicarse que el período que se abre al concluir la segunda guerra mundial es, en general, de prolongación institucional. Es decir, los grandes modelos bibliotecarios estaban ya dispuestos, objetivados, pero las circunstancias políticas promovieron nuevos contextos referenciales para las bibliotecas, que en algunas situaciones alentaron el desarrollo, mientras que en otras motivaron el repliegue a la clandestinidad. Con todo, las hendiduras temporales que elaboraron Aguirre y Salvatore no solo constituyen un marco comprensivo para el libro; representan, además, una conceptualización para la extensa duración de los procesos bibliotecarios en América Latina.

La obra se estructura en cuatro secciones: “Bibliotecas y formación del Estadonación”, “Bibliotecas y cultura letrada”, “Bibliotecas, museos y prácticas científicas y culturales”, “Bibliotecas, movilización política y proyectos revolucionarios”. Con excepción de la última parte, en la que cada uno de los ensayos remite a la segunda mitad del siglo XX, los restantes tramos del libro no se ciñen de forma estricta a un período en particular, lo que produce un efecto de diacronía de las temáticas. Asimismo, algunos de los trabajos pueden encajar en secciones diferente de las que fueron ubicados, lo cual evidencia la dificultad clasificatoria, que es en definitiva el producto de las yuxtaposiciones y las ambivalencias de los procesos que se describen. Una lectura transversal puede ayudar a constituir los nudos problemáticos que, tal vez, orienten la formación de los pivotes metodológicos de una historia de las bibliotecas en América Latina. En este sentido, una constatación se impone como punto de partida: todo campo disciplinar es el resultado de una serie de pasados encadenados, cuyas mutaciones hicieron lo que es y lo arrogan como porvenir. Bibliotecas y cultura letrada puede leerse como un extenso estado de la cuestión: las interpretaciones anteriores a la que refiere, los problemas que construye, los métodos que aplican cada uno de los autores, las fuentes documentales a las que apelan y cómo las leen son, en conjunto, un mapa del campo.

Sobre esta instancia propedéutica, se imponen los procesos y los dilemas. Con relación a los primeros, el transcurso de los siglos XVIII a XX registra dos pasajes centrales: el que transfiere los acervos acumulados durante la colonia hacia los establecimientos formados bajo las revoluciones de independencia, y el que lleva las colecciones privadas hacia las bibliotecas públicas. Ambas instancias son imprescindibles para comprender cómo se elaboró, a través de los años, las generaciones y las instituciones, el patrimonio bibliográfico de América Latina y, también, para entender cómo fue que se produjeron las diásporas y las sangrías. El libro hace hincapié en el segundo pasaje, donde la noción de coleccionismo impone centralidad. La distinción entre letrados e intelectuales ayuda, asimismo, a situar las dimensiones analíticas de una categoría transversal, pero que sin duda cobra énfasis diferentes en el tiempo. Así, por ejemplo, la funcionalidad atribuida a la biblioteca personal por Bartolomé Mitre o Vicente Quesada en la segunda mitad del siglo XIX en la Argentina es muy diferente a la acumulación que guio a los intelectuales peruanos del siglo XX. No obstante, todos los acervos cultivados en privado, favorecidos por grandes fortunas en unos casos —especialmente en los decimonónicos—, estimulados por la vocación profesional, erudita o política, ligados a la obtención o conservación de posiciones dominantes en la escala de los privilegios simbólicos, aumentados por el don de los intercambios personales o por la búsqueda infatigable en librerías de viejo; no solo contribuyen a comprender la relación que los hombres y las mujeres mantuvieron con sus libros en la intimidad, también dicen mucho del sistema estatal de bibliotecas, sea porque este no logró satisfacer la demanda social sincrónica de acceso, o bien, porque las personas que los forjaron los legaron al dominio público mediante el mecanismo solidario de donación.

Si la noción de pasaje pretende poner en primer plano las enormes trasferencias bibliográficas representadas por los cambios de mano en la larga duración, los dilemas constituyen las referencias ineludibles para comprender la constitución de la biblioteca en lo social, el lugar que les tocó en la producción de los enunciados científicos, intelectuales o literarios, y, por fin, las lógicas que gobiernan el espacio bibliotecario. A su manera, Bibliotecas y cultura letrada transita con distinta intensidad estos tres grandes polos, que en la investigación histórica son difíciles de escindir. La primera cuestión remite, a su vez, a dos facetas analíticas fundamentales. De un lado, la que agrupa las dimensiones imaginarias de la biblioteca: son las que se recortan en la ficción, desde ya, pero también aquellas otras que transfieren su existencia a las relaciones de poder. Así, por ejemplo, la historia de la Biblioteca Real de Portugal, levantada en el viejo continente y trasladada por circunstancias políticas a lo que sería su última morada en Río de Janeiro, no solo narra la increíble travesía de unos libros reunidos con tenacidad por la realeza portuguesa, sino, antes bien, describe la fuerza de imposición simbólica atribuida a la colección en la construcción de gubernamentalidad. En este caso, como en otros, la potencia de la imagen fue más funcional al esquema de legitimidad que el uso práctico de los libros, restringidos, incluso, para los miembros de la propia corte. Por otro lado, la biblioteca en lo social retiene, como es ineludible, una variante práctica. Si el coleccionismo alimentó, como quedó dicho, el despliegue de la reunión indefinida e inacabada de obras en el ámbito privado, la elaboración de acervos públicos y/o estatales se recuesta sobre las objetivaciones institucionales dadas a y por la sociedad, en sus múltiples y variadas instancias de segmentación cultural, económica, política o profesional. Las trayectorias de las bibliotecas nacionales y de las bibliotecas de los museos nacionales en Latinoamérica revelan una disposición: la que tuvieron las clases dirigente en la construcción de la cultura letrada asociada retrospectiva y prospectivamente al cultivo de la nación. Al constatar los cómos de estas cristalizaciones, se descubre la dependencia que mantuvieron las instituciones con relación a las voluntades individuales: nombres prominentes como Francisco del Paso, Ricardo Palma o Paul Groussac hicieron ellos mismos una política bibliotecaria que, al mismo tiempo, dependió de su figura. Este modelo no solo fue posible porque las personalidades citadas conservaron el consenso necesario para mantenerse como autoridad dentro del campo, sino también porque las organizaciones que ellos condujeron estaban limitadas territorialmente a una ciudad de influencia y a un público muy estrecho. En contraste, el modo práctico en el que fueron desarrolladas las bibliotecas para los sectores populares no se asentó sobre la confianza conferida y delegada a un representante de la comunidad letrada, sino que descansó sobre un dispositivo administrativo confeccionado con mayor cuidado. Bibliotecas y cultura letrada expone estas y otras circunstancias que constatan la inscripción práctica y simbólica de las bibliotecas en los circuitos más amplios de la política y la cultura.

De los dos elementos restantes, la comprensión del lugar que les tocó a las bibliotecas en la construcción del saber erudito, científico, literario o político sugiere una tarea que demanda situar la existencia de estas instituciones como las condiciones de posibilidad de la producción discursiva y de los encadenamientos temporales de significación que le son inherentes. A distancia de las investigaciones que durante años y de manera esmerada informaron sobre la historia de las ciencias, de las ideas y de otras disciplinas análogas, centradas todas en desandar la inteligibilidad interna de las obras, en los intersticios de los anaqueles crece otra historia, complementaria de aquellas, que es la del espacio cotidiano en la que los letrados latinoamericanos de otros tiempos reconocieron el mundo en las bibliotecas que les fueron dadas y que contribuyeron a incrementar con su trabajo. El segmento “Bibliotecas, museos y prácticas científicas y culturales” reúne ensayos que insisten en esta línea de trabajo al prolongar un examen que jalona los enunciados eruditos hacia el terreno del archivo, de los materiales de escritura, de las técnicas de recolección y de las clasificaciones, concebidas aquí como arquitecturas epistémicas. Por oposición, se abre una interrogación sobre el modo en que las bibliotecas se inmiscuyeron en el discurso ordinario. Si es posible una tarea heurística semejante, los vínculos entre bibliotecas y culturas populares podrán verse de un modo completamente novedoso.

Por último, una lectura atenta a los detalles propiamente bibliotecarios que están presentes en cada ensayo, aunque difuminados entre los avatares descriptos con anterioridad, puede favorecer la recuperación de ejemplos históricos que ayuden a cristalizar esta dimensión como inseparable y, a la vez, específica de la historia de las bibliotecas en general, y de las latinoamericanas en particular. Inicialmente, tres categorías de análisis pueden reunir y ordenar esos elementos. En primer lugar, se extiende una historia de las técnicas bibliotecarias, como conceptos y como prácticas, que dispusieron el ordenamiento de las colecciones y las dieron a leer. La Biblioteca Carnegie de San Juan de Puerto Rico expresa, además de la densa trama política y cultural de la isla, la expansión de la bibliotecología norteamericana en América Latina, una línea epistemológica y técnica que trabó relaciones de diferencia y oposición con la tradición bibliotecaria europea, más antigua y arraigada en el resto del continente. En segundo término, la biblioteca es un lugar —como estructura estructurante— y un espacio —como relaciones temporizadas— creado por fuera de los lectores y las lectoras y, por esto mismo, se les impone como formas de civilidad. El recuento de las historias que reporta Bibliotecas y cultura letrada muestra la sucesión de esfuerzos acumulados en el tiempo por quienes se dispusieron a construir estos recintos y dotarlos de regulaciones. Y a la inversa, queda por delante una tarea de reconstrucción del modo en que el público que habitó las bibliotecas hizo uso y transformó esos lugares y esos espacios. Finalmente, y aunque resulte una obviedad indicarlo, la dimensión latinoamericana del libro induce a pensar que la tarea de pesquisar las ideas, las prácticas y las construcciones bibliotecarias requiere profundizar, desde luego, los exámenes comparatistas, como en la obra lo ejemplifica de forma acabada el caso de las bibliotecas nacionales de Centro América entre los siglos XIX y XX; pero también se requiere ahondar en los procesos de intercambio, interacción o cooperación, como resulta de los eventos americanos y panamericanos dedicados a la producción de bibliografías en el inicio del siglo XX.

Bibliotecas y cultura letrada en América Latina: siglos XIX y XX puede leerse de distintos modos: de principio a fin para tener una visión panorámica; de manera selectiva para tomar conocimiento de un fenómeno específico; y puede, también, leerse para entresacar categorías, metodologías, periodizaciones y constataciones de cada uno de los aportes y elaborar, a partir de ellos, unos principios de análisis que auxilien las indagaciones venideras. Cualquiera que sea la intención perseguida por el lector que se adentre en sus páginas, la obra le brindará un marco de referencia que es ya difícil soslayar en la historia de un campo que parece reiniciarse.


Resenhista

Javier Planas – Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (CONICET-UNLP), Argentina. Licenciado en Bibliotecología y Ciencia de la Información, magister en Ciencias Sociales y doctor en Ciencias Sociales. E-mail: [email protected]  https://orcid.org/0000-0001-5989-1467


Referências desta Resenha

AGUIRRE, Carlos; SALVATORE, Ricardo D. (Eds.). Bibliotecas y cultura letrada en América Latina: siglos XIX y XX. Lima: Pontificia Universidad Católica; Fondo Editorial, 2018. Resenha de: PLANAS, Javier. Historia y Espacio. Cali, v. 16, n. 55, p. 136-142, jul./dic. 2020. Acessar publicação original [DR]

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