Chile. La construccíon de una República 1830-1865 | Simon Collier

Con una distancia considerable desde que en 1967 publicara su texto Ideas y políticas de la independencia chilena -el que debió esperar diez años para ser traducido 1, hoy aparece rápidamente en castellano su continuación. Y si con su primer libro Simon Collier colaboró en consolidar la desmitificación ya iniciada por Julio Heisse 2 del período preportaliano como una etapa de anarquía, en esta entrega también busca derribar otro arraigado mito nacional: la organización de la República como el gran fruto del Estado creado por Diego Portales.

Para lograr esta operación de desmitificación, Collier retrata (y con ello retarda) la “transición de Chile hacia la estabilidad republicana” (p. 23) como un largo y conflictivo proceso de construcción de la república, el que no se consolidará sino hacia la década del sesenta bajo el gobierno de José Joaquín Pérez. El autor califica las tres décadas que abarcan los gobiernos desde Prieto hasta Montt de república temprana, ya que si bien está a salvo la “continuidad institucional” (p. 23), los conflictos -tanto abiertos como larvadostienden a primar por encin1a de la estabilidad. Según él, bajo la presidencia de Pérez se generará un nuevo consenso “demostrándole a la ciudadanía que la pasión política, incluso cuando era intensa … no llevaba automáticamente a una catástrofe”. Este hecho lleva al autor a señalar que “probablemente Pérez merece más crédito que cualquier otro presidente chileno del siglo diecinueve por haber consolidado la “idiosincrasia” nacional de una política generalmente civilizada” (p. 312). Por ello, la organización de la república no culmina con la Constitución de 1833, sino que, por el contrario, ahí recién comienza, ya que al cuestionar la periodificación tradicional -tantas veces destacada busca vincular la organización republicana a la transición política (lenta y en gran medida pactada) que se genera gracias al impacto creciente del liberalismo entre la clase política chilena de mediados del siglo XIX Tras esta modificada periodificación, se enuncia la base del análisis del autor -presente en todo su texto-, que consiste en las distintas posibilidades de relación establecidas entre los términos orden y libertad; aspecto sobre el que luego volveremos.

Con este objetivo en mente, Collier hará aquello que le es propio “desmenuzar las implicancias políticas de los eventos más importantes” (p. 24), y prestando atención preferente a las maniobras de los partidos y a la propaganda partidaria, llegará al mundo de las ideas de los políticos de la época. En este sentido, el autor acusa recibo de la principal crítica vertida hacia su texto anterior, el que tendía a trabajar casi exclusivamente con las ideas políticas, para posteriom1ente inscribirlas en sus respectivos acontecimientos. En esta ocasión, se nota un esfuerzo -continuo a lo largo del libro- por ampliar el peso los hechos tienen en las ideas3. Llegando a -creemos que no sin antes pensarlo muy bieninvertir los términos fundamentales de su texto anterior: de ideas y políticas a política e ideas.

Por eso, su nuevo libro, dividido en cuatro partes, privilegia en esta oportunidad -en paralelo a lo que los políticos de la época pensaron o dijeron- lo que efectivamente estaba ocurriendo a nivel de los acontecimientos. En la primera parte, y dividido en dos capítulos, sin pretender ser una historia de la fonnación del Estado, realiza un bosquejo bastante tradicional de la situación socioeconómica nacional del período a abordar, a la vez de una breve -pero interesante- caracterización del sistema político conservador. Al que define como distinto de una mera reacción colonial (como fuera calificado por la opinión liberal contemporánea y desarrollado, más tarde, por algunos historiadores) debido a su apego creciente al “constitucionalismo republicano liberal” (p. 57), destacando entre sus soportes el papel jugado por la represión, la atención preferente prestada a la Iglesia, el control efectivo sobre el ejército y la intervención electoral. En una segunda parte, y nuevamente dividido en dos capítulos, dibujando en gran medida lo que sería su república temprana, realiza una extensa narración de los procesos políticos desde mediados de la década del treinta hasta la elección de Montt.

La tercera parte y central del texto (aborda cuatro capítulos), es aquella que nos recuerda más fácilmente el texto anterior de Collier, ya que con menor apego a los acontecimientos e incluso a la cronología, el autor busca analizar las actitudes políticas de la elite y su visión de mundo. Así, en su capítulo quinto, El progreso y sus instrumentos, describe a una elite ideológicamente homogénea, en donde el progreso -visto como máxima aspiración nacional y que estaría presente transversalmente en los partidos- se reflejaría en que sus palancas estarían ampliamente consensuadas entre la clase política: la preeminencia de la empresa privada, libre mercado, educación e inmigración. En el capítulo siguiente, Argumento político ( el más extenso del libro), realiza su exposición argumental central, oportunidad en que intenta explicar cómo pese a su uniformidad -manifiesta en su descripción del conservadurismo y del liberalismo chilenos- pueden entenderse las divisiones de la elite chilena de mediados del siglo diecinueve. Como indicáramos, la clave analítica del autor se encuentra en las múltiples posibilidades de conjugación del orden y la libertad, lo que tendería a encerrar el conflicto político chileno en tomo a visiones divergentes respecto al manejo del gobierno, en tanto se prioricen distinto -por parte de conservadores y liberales- el orden ( en cuanto expresión de control social y represión) y la libertad ( encamada en una mayor flexibilidad social y respeto a las libertades públicas). En términos de Collier, “es así como en definitiva los principales argumentos políticos entre los chilenos se enfocaron en el asunto clásico del orden y la libertad, y el balance existente entre ellos” (p 1 72), con lo que el enfrentamiento entre liberales y conservadores en el Chile de mediados del siglo XIX -siguiendo un planteamiento bastante tradicional- queda reducido a un asunto de matiz interpretativo por parte de la clase política Los siguientes dos capítulos, La república modelo y Mirando hacia fuera, pese a abordar aspectos interesantes, no logran superar una descripción algo básica sobre lo dicho y lo pensado por los políticos de mediados del siglo XIX respecto al carácter del país y de su proyección, como asimismo de la cosmovisión de la elite chilena sobre algunas repúblicas latinoamericanas, europeas y norteamericana. Sin embargo, extraña que en esta descripción no intervengan las mismas variables que el autor ha utilizado para estructurar su texto, y de mayor utilidad habría resultado explicar cómo las tensiones de la política chilena y de las ideas políticas, por tenues que fueran, alteraban esta cosmovisión.

Por último, en su cuarta parte -y nuevamente dividida en dos capítulos- Collier vuelve a la narración de los acontecimientos políticos, abordando el gobierno de Manuel Montt y el primer período de José Joaquín Pérez ( 1851 a 1865). Ciclo clave para el autor, debido a que tanto las políticas, como, muy especialmente, las ideas políticas presentes en el período lo convertirían en la etapa fundamental de la organización de la república -dejando atrás la república temprana- y constituyéndose en los “años que trajeron consigo la primera etapa de liberalización política y que completaron las fundaciones sobre las cuales se construyó lo esencial de la tradición política de Chile” (p. 26). Central en esta transición sería la propia deserción conservadora experimentada bajo el gobierno de Montt por la profundización de la clásica división entre autoritarios y moderados, y radicalizada debido, primero, a la posición de unos y otros ante la amnistía de 1851 y, posteriormente, por la cuestión del sacristán, que terminó por resquebrajar la facción conservadora y dar pie al entendimiento entre una porción de los conservadores y los liberales, generando el surgimiento del sistema multipartidista (con la Fusión liberal conservadora) en 1858. A partir de ahí -y gracias al carácter de José Joaquín Pérez- “la corriente de liberalismo llegó a ser irresistible. En la disputa entre orden y libertad, fue la última la que triunfó en definitiva y sin sacrificar el orden” (p. 317). Siendo esta capacidad de consensuar entre oponentes en pos de garantizar la gobemabilidad -que se expresaría a través del ingreso de la Fusión al gobierno de Pérez en 1862, y de su mayoría parlamentaria a partir de dos años después- que se concretaría la organización republicana. “En las cal.mas y tempestades ocurridas entre los años de Portales y Pérez, se había consolidado una orgullosa república junto a las bases fundantes de una gran tradición, la tradición chilena” (p. 317).

Gracias a esta estructura, el autor logra componer una narración coherente de los principales hitos de nuestra historia política durante una etapa especialmente complicada, profundizando en la comprensión que de ella teníamos, sobre todo de las características y dinámicas de las ideas políticas involucradas tanto en el liberalismo como en el conservadurismo criollos, aspectos ya ampliamente debatidos por nuestra historiografia, y en la cual Simon Collier sin duda comenzará a ocupar un lugar destacado con este texto. Más aún, cuando en esta oportunidad -efectivamente- logra situar las opiniones e ideas de la clase política chilena sobre la base de un sustento efectivo en las acciones políticas que las evidencian. Al respecto, merece una mención especial el manejo documental del que Collier hace gala, ya que a las tradicionales sesiones de los cuerpos legislativos, el autor incorpora Úna considerable revisión de publicaciones contemporáneas y de material proveniente de Ministerio del interior y algunas intendencias, destacando sobre todo la profunda revisión de las publicaciones periódicas -de diverso signo- existentes. Aunque por las características de su libro anterior, esta no debiera sorprendemos.

Sin embargo, el aporte de este texto tiende a restringirse al considerar para la organización de la república solamente a una minoría. Esta visión, propia de los miembros de la elite que estudia4, necesariamente se constituye hoy en una limitación que restringe al texto a ser una buena historia de las ideas políticas de la clase dirigente. Porque este grupo, por muy importante que pueda ser en la conducción y manejo de la actividad política, no puede -por sí solo—considerarse el único constructor de la república, ya que como hoy sabemos, parte importante de su comportamiento se explica tanto por sus propias ideas respecto de cómo gobernar, como por las reacciones que en ellos despertaron las expresiones políticas y la acción colectiva de otros actores sociales y políticos no considerados en el texto de Collier5. Salvo la tradicional consideración al artesanado -en tanto que sujeto movilizado por los liberales en función de sus propios objetivos electorales o revolucionarios- el autor no ve otro actor político en la escena nacional de mediados del siglo diecinueve que a los chilenos educados 6. A ellos los define como “aquellos miembros de la clase alta educados e inteligentes”, quienes “eran para bien o para mal, los chilenos que importaban en la vida política y quienes poseyeron abrumadoramente más influencia que cualquier otro sector de la sociedad en la creación de la república” (p. 30). Si bien esta afirmación, en sí misma es indesmentible, el extrapolarla a que solo las acciones de la misma elite son las que configuran los acontecimientos políticos que sirven de base para la elaboración de sus ideas políticas, constituye una simplificación. 7

El problema que plantea lo anterior es que tiende incluso a limitar el alcance de su interpretación general del período. Consideradas solo las acciones y el comportamiento político de la elite -más o menos conservadora o más o menos liberal- y a partir de ahí, sus ideas políticas, no resulta extraño que los conflictos en torno a la organización de la república puedan reducirse a una desigual ponderación de las nociones clásicas de orden y libertad, lo que en su linea argumental le permitirá concluir que “la victoria de la libertad chilena, podríamos decir que fue lograda no en el campo de batalla sino en los salones y comedores de Santiago” (p. 31 O), lo que, siendo igualmente una verdad en sí misma, oculta la complejidad de la situación. Visto en el contexto de un cuadro social y político más complejo que el de la sola elite chilena, y especialmente santiaguina, es posible cuestionar la capacidad interpretativa de la ecuación de Collier -orden v/s libertad- más aún, cuando la lectura de su texto evidencia hasta la reiteración, que la libertad -de los educados chilenos liberales- nunca buscó alterar radicalmente el orden conservador. Ello podría explicar de una forma distinta la conclusión del autor, en tanto que el consenso encarnado en la Fusión liberal-conservadora respondería tanto a sus propias ideas políticas, cada vez más liberales, como a una opción política de una parte mayoritaria de la elite destinada a impedir una potencial alteración radical del orden social por ellos construido. Dicho en otras palabras, consensuar la reforma en cómodos salones de Santiago, como una fom1a satisfactoria de evitar mayores males.

Así, la visión de Collier respecto de la tradición política chilena no solamente resulta benigna, al decir de Brian Loveman8, sino ingenua, e incluso riesgosa, más aún, cuando el mismo autor se empeña en destacar las similitudes de este modo de hacer política, consolidado en la Fusión hacia la medianía del siglo XIX, con la Concertación de Partidos por la Democracia hoy gobernante. Él destaca que la capacidad de consensuar entre quienes fueron enemigos en pos de un peor enemigo en común (Montt primero, Pinochet después) es un hecho distintivo de la estabilidad y madurez de la política chilena. Pero el riesgo radica en que, si bien con ello se ha demostrado eficacia a la hora de consensuar orden y liberlad, y ha garantizando la gobemabilidad, de igual forma ha condenado permanentemente a sacrificar esa libertad para perpetuar la mantención del orden social.

Notas

1 Publicado en 1977 bajo editorial Andrés Bello.

2 Julio Heisse. Años deformación y aprendizaje políticos, 1810-1833. Editorial Universitaria. Santiago, 1978.

3 En sus propias palabras el autor indica: … mi énfasis en este libro está cienamente en lo que el agente pensó o dijo que estaba ocurriendo pero vo intento …. explorar las conexiones entre lo que la gente pensó y dijo y el fluir político del período en que ellos estaban pensando y opinando”‘ (p. 24).

4 El mismo Collier, citando una edición del periódico -a esas alturas conserrndor- El Progreso de 1848 indica: “La única ‘gente’ digna de ser considerada consistía en ‘los hombres que piensan …. que sienten … , que comprenden la libertad sin licencia mientras ‘la masa imbécil’ necesitaba educación antes de poder llegar a ser la ‘gente’ real” (p. 123).

5 Y este comentario es solo para mantenernos dentro del registro del autor. Para un análisis opuesto respecto de la capacidad política de otros actores y, a la vez, un real esfuerzo de “desmitificación”, resulta interesantísimo el reciente libro de Gabriel Salazar, Construcción de Estado en Chile (1800-1837). Democracia de los “pueblos”. Militarismo ciudadano. Golpismo oligárquico, Editorial Sudamericana, Santiago, 2006.

6 Especialmente significativo resulta esta situación al tratar -a finales del primer capítuloal artesanado, ya que en su tratamiento, priman absolutamente los hechos y acontecimientos por sobre las ideas políticas de este actor social, aspecto sobre el cual incluso obvia debatir.

7 Mayor importancia cobra esta crítica cuando en la contratapa se destaca que en el libro se “presenta la construcción de nuestra República como una obra lenta y colectiva, en la que junto a la labor de las elites -participación suficientemente destacada por la historiografiafiguran los sectores populares como protagonistas activos de esta formación”, lo que luego de su lectura resulta una falsedad. Salvo que quien lo escribiera considerara que el artesanado urbano fueran los únicos sectores populares de mediados del siglo XIX y que ser cooptados y conducidos constituyera un protagonismo activo.

8 Ver su comentario en Artes y Letras de El Mercurio, del 11 de febrero de 2005.


Resenhista

Pablo Artaza Barrios – Universidad de Chile.


Referências desta Resenha

COLLIER, Simon. Chile. La construccíon de una República 1830-1865. Políticas e ideas. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005. Resenha de: BARRIOS, Pablo Artaza. Cuadernos de Historia. Santiago, n.25, p. 173 -177, Marzo, 2006. Acessar publicação original [DR]

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