Cratilo, o de la exactitud de las palavras. In. Obras completas | Platón

IDENTIFICACIÓN DEL PROBLEMA

Naturaleza y origen de los nombres, es decir, la generación de las nominaciones y el concepto de verdad que estas debieran tener en atención al objeto que designan pareciera ser objetivamente de acuerdo al texto, el asunto que se abordará: pero este problema planteado inicialmente pasa a segundo plano al final del libro al señalarse ya no el origen de los términos, sino el problema del conocimiento. Por lo tanto, el verdadero sentido del libro es, de acuerdo con nuestra lectura, introducirnos en el problema del conocimiento y de sus formas para acceder a él. En función del texto en su totalidad, lo que se nos plantea en este diálogo son las dos formas de conocer que tiene todo humano: a través de los nombres, vale decir, mediante procesos formales de aprendizaje, y a través de la experiencia directa con las cosas; asimismo, hay un determinante que no es menor, esa internalización que hacemos, ya sea a través de procesos formales o directamente con las cosas, está mediatizado por una lengua y esta, en cualquiera de las dos formas, nos viene presupuestada semánticamente, por tanto será incidental, ya sea en el conocimiento incorporado a través de los nombres o si es a través de la experiencia directa con la cosa, pues estas significaciones y valoraciones obtenidas por este comportamiento necesariamente tendrán que ser contenidas, fijadas y formalizadas en una lengua particular.

TESIS PLANTEADAS

  • Diálogo de Hermógenes y Sócrates

En esta primera parte se observa, a través de las intervenciones de cada uno de los personajes, una proposición (Hermógenes) y una refutación (Sócrates). Tesis de Hermógenes: “…/ de que la exactitud de ios nombres sea otra cosa que un acuerdo y una convención/’ (pp. 509. Op cit., Platón).

Esta tesis pareciera surgir, preferentemente, de una visión sincrónica del uso de la lengua. Digamos que tiene su origen en un estado actual de la lengua, estado que es el resultado de un uso determinado, lo que conlleva a afirmar y sostener que el lenguaje, como lo son sus nominaciones, es algo vivo, entendiendo que están siempre en movimiento, condicionadas por el hablante más que por la profunda significación que pueda otorgarle la naturaleza misma del objeto. En otras palabras, es la costumbre la que determina el nombre de las cosas, es decir, que la nominación depende efectivamente de un consenso alcanzado por los hablantes.

Los fundamentos de esta proposición parecieran estar dados en la siguiente cita:

La naturaleza no asigna ningún nombre en propiedad a ningún objeto; es cuestión de uso y de costumbre que han adquirido el hábito de asignar los nombres (pp. 509. Op. cit., Platón).

Se desprende de la cita anterior que no es la cosa misma la que nos permite nominarla, sino la experiencia misma que el hombre tiene frente al objeto. Dicha aseveración nos lleva a pensar que, para Hermógenes, el hombre “es la medida de todas las cosas”, digamos que lo que existe, existe porque hay un hombre que interpreta esa realidad y, además, la puede transferir en términos conceptuales permitidos por la nominación que pueda hacer de ellas, una vez confrontadas y aceptadas por una comunidad lingüística determinada.

Refutación: para Sócrates el nombre es un instrumento del hablar, cuyo fin es:

…/ el instruirnos los unos a los otros y el distinguir y diferenciar y diferenciar las cosas según su propia naturaleza /…/ un buen instructor se servirá de manera adecuada; significa de manera conveniente o propia para instruir, (pp. 512. Op. cit.; Platón).

Con estos conceptos comienza la refutación de la tesis planteada por Hermógenes, y digo el comienzo, debido a que los dos conceptos empleados por Sócrates conllevan en su significación a la suposición de que el hablante recibe el lenguaje determinado en su aspecto formal; por lo que queda, de alguna manera, incapacitado para influir en la determinación de una nominación, puesto que él sabe de las cosas por medio del nombre y no por sí mismo. Digamos que la visión de realidad que el lenguaje otorga al hablante es una visión de realidad que se corresponde con un espacio y tiempo determinado por la naturaleza misma de la cosa. Por otro lado, si el propósito del lenguaje es el instruirnos, todo sujeto se ve condicionado por el uso pretérito de ese lenguaje, lo que implica que en un determinado momento el hablante está incapacitado, por las mismas nominaciones, para llegar a un consenso frente a una nueva nominación. Cuando Sócrates afirma:

¿No te parece que es la ley (el uso) la que nos pone a nuestra disposición? ¿No será, pues, la obra del legislador la que utilizará el buen instructor al servirse del nombre?”. “Así, pues, Hermógenes, el establecer el nombre no corresponde al primero que venga, sino a un hacedor de nombres; y ése por lo que parece, es el legislador; es decir, el artesano que más raramente se encuentra entre los seres humanos (pp. 512. Op. cit., Platón).

Está aceptando que un primer momento hay un sujeto capacitado para establecer una correspondencia acertada, verdadera, entre la naturaleza del objeto, es decir, sus características esenciales, y la nominación misma que hace referencia a ese objeto. Se desprende que el consenso o la convención de la adecuación del nombre y las características de la cosa no es una función de la comunidad lingüística y, primariamente, debió surgir la nominación a partir de la misma cosa, mediante, por supuesto, este “legislador”. Ahora, la labor del legislador queda sujeta a la aprobación y reprobación de quien conozca en profundidad el manejo de la lengua, o la verdadera nominación de la cosa, es decir, de quien haya logrado conocer las características distintivas del objeto a través de su nombre: “¿Y ese tal no es el hombre que conoce el arte de interrogar? /…/ ¿Y el que conoce al mismo tiempo el arte de responder?” (pp. 513. Op. cit.).

Este nuevo personaje, según Sócrates, no es otro que el dialéctico, es decir, una persona fuera de todo medio, aquel que ha llegado a un conocimiento profundo de las cosas y que puede servirse a cabalidad de las nominaciones. En ningún caso Sócrates acepta la posibilidad de que un ser mediocre, digamos quien no posee conocimiento profundo de los nombres, pueda actuar acertadamente sobre las nominaciones, de lo contrario, su hacer será errado, o para el caso, un nominar falso. De esta manera refuta, bajo la aceptación de Hermógenes, la tesis que este plantea:

De momento lo que el examen nos revela, a ti y a mí, es que, contrariamente a lo que la primera opinión decía, el nombre parece poseer una cierta exactitud natural, y que no a todo el mundo le toca o corresponde el saber aplicar el nombre a un objeto cualquiera de forma conveniente; ¿no es eso? (pp. 514. Op. cit.).

  • Diálogo de Cratilo y Sócrates

En esta segunda parte, Sócrates comienza prácticamente su refutación a la proposición de Cratilo desde un primer momento. Los antecedentes de la tesis planteada por este son dados ya al iniciarse el diálogo con Hermógenes, y es él mismo quien presenta ante Sócrates la oposición de las dos posturas. Ahora, Cratilo asevera que los nombres, para ser verdaderos, deben reflejar la naturaleza de las cosas: “La exactitud de un nombre, según nuestra opinión, consiste en su capacidad de hacer ver la naturaleza de una cosa” (pp. 543. Op. cit.).

Se entiende de esta afirmación que los nombres no son otra cosa que una sucesión de letras que, junto con las reglas de la gramática, tienen la función de reproducir, en términos del significante, la naturaleza del objeto. En otras palabras, la esencia misma del objeto. Así, todo nombre, en la medida que es un nombre, será exacto en cuanto refleja o representa al objeto mismo:

Esto es exacto, pero tú ves, Sócrates, que cuando las letras, como lo son la a o la b, y cada uno de los elementos son asignados por nosotros a los nombres siguiendo las reglas de la gramática, si nosotros hacemos una supresión, una adición o introducimos un cambio, sin duda que el nombre queda escrito, aunque no correctamente, e incluso no se encuentra escrito en absoluto; es simplemente otro, distinto, desde el momento que experimenta una de estas modificaciones (pp. 517. Op. cit.).

De esta manera se refuta la tesis de Hermógenes al negar la posibilidad de nominar por convención y, a la vez, es parte del fundamento que Cratilo sostiene.

Los fundamentos están dados en función de la belleza del término, digamos que todo lo bello es perfecto, entiéndase correcto, verdadero. Así, todo nombre refleja la esencia misma de la cosa, será acertado, es decir, la verdad está en la adecuación de la sucesión de sonidos o letras en cuanto estas tratan de apresar en su imagen, la totalidad de los rasgos esenciales del objeto. Por este mismo motivo, Cratilo deja en el plano falso todo concepto que ha sido modificado, en cuanto a su estructura formal, sin prestar atención a la esencia misma de la cosa:

¿Y qué diremos de aquél que se sirve de las sílabas y las letras para reproducir la esencia de las cosas? ¿No será verdad, según el mismo principio, que si atribuye a los objetos todo lo que les conviene y acomoda, la imagen será bella (es decir, el nombre), mientras que si olvida pequeños detalles o añade otros, habrá ciertamente una imagen, pero no será bella? Brevemente: ¿no resultarán unos nombres bien hechos y otros mal hechos? (pp. 545. Op. cit.).

Refutación: Para refutar la tesis de Cratilo, Sócrates utiliza casi las mismas proposiciones con las que refuta a Hermógenes. Uno de los argumentos que utiliza para la refutación es, precisamente, el problema de la esencia de la cosa y la manera de representarla a lo largo del tiempo y por convenciones que, por mucho que se alejen del objeto mismo, siempre mantendrán algo de su esencia:

Quizá esto de que tú hablas le ocurriría a lo que debe su existencia a un número, bajo la condición de no existir en caso contrario. Tomemos, por ejemplo, el número diez o cualquier otro a tu gusto: Una supresión o adición en el hacen de él inmediatamente otro número. Pero en lo que toca a la cualidad y a la imagen en general mucho me temo que la exactitud sea otra cosa distinta, y que incluso, por el contrario, sea conveniente el evitar en absoluto expresar en todos sus detalles el carácter del objeto representado, si se quiere obtener una imagen de él. /…/ Si un dios no contento con reproducir tu color y tu forma, como hacen los pintores, representara, además, tal cual es, todo el interior de tu persona, expresara exactamente sus características, su blandura, y calor y le diera el movimiento, el alma y el pensamiento, tales cuales se hallan en ti; brevemente, si con todos los rasgos de tu persona, pusiera a tu lado una copia fiel de ti mismo, ¿habría allí dos objetos de tipo Cratilo y una imagen de Cratilo? ¿Habría allí realmente un Cratilo y una imagen de Cratilo, o bien habría dos Cratilos? (pp. 545. Op. cit.).

Otro argumento para refutar a Cratilo: “No sientes tú hasta qué punto las imágenes están lejos de encerrar el mismo contenido que los objetos de los que son ellas imágenes?” (pp. 546. Op. cit.).

En todo caso, Cratilo, resultaría cómico el retrato que los nombres impondrían a los objetos que ellos desganaran, si estuvieran hechos totalmente a su semejanza. Todo estaría por doble partida, sin que fuera posible discernir dónde se hallaba el objeto mismo del nombre (pp.546).

III. CONCLUSIONES:

Desde nuestra perspectiva, consideramos que las refutaciones hechas por Sócrates tanto a Hermógenes como a Cratilo son más bien parciales, es decir, ninguna de ellas se refuta totalmente. El motivo de esta situación no es otro que evidenciar la relatividad de la discusión, en cuanto acepta que se puede llegar al nombre por convención como también acepta que primariamente el nombre debió reflejar la naturaleza de las cosas, ambos argumentos los utiliza para refutar a sus oponentes según sea el caso. Y, como anunciamos en un principio, el problema mayor estaría dado por el conocimiento, digamos, el iniciarnos en el problema del conocimiento y las dos formas de llegar a él: a través de los nombres y desde el objeto mismo:

Sí, pues, por medio de los nombres se puede adquirir un conocimiento de las cosas tan perfecto como es posible y también es ello posible y por medio de las cosas mismas, ¿cuál será de estos tipos de conocimientos el más bello y el más exacto? ¿Habrá que partir de la imagen para aprender, estudiándola en sí misma, si la copia es buena y nos permite conocer al mismo tiempo la verdad de la que ella es imagen? ¿O habrá que partir de la verdad para conocerla en sí misma y ver a la vez si su imagen ha sido convenientemente realizada? (pp. 551, Op. cit.).


Resenhista

Orlando Vidal Leiva – Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

PLATÓN. Cratilo, o de la exactitud de las palavras. In. Obras completas. Segunda edición. Traducción de Francisco García Yagüe, Luis Gil e José Antonio Miguez. Madrid, España: Aguilar, 1969. Resenha de: LEIVA, Orlando Vidal. Contextos – Estudos de Humanidades y Ciencias Sociales. Santiago, n.34, p. 127-131, 2015.

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