Crisis y desastres: im-posibilidades de reparación y cuidado en las sociedades contemporâneas | Antípoda – Revista de Antropolgía y Arqueología | 2021

Escribimos este artículo introductorio cuando llevamos casi dos años viviendo una catástrofe de alcances mundiales que ha afectado y permeado distintos ámbitos de la vida, principalmente, la vida humana, pero también la no humana. Una crisis que agrava las injusticias, de por sí profundas, y que muestra con especial crudeza las consecuencias de formas de depredación que generan nuevas desigualdades e inequidades: algunos países y personas acceden a vacunas, otros no; algunas personas se recuperan de la covid-19, otras mueren en salas de espera repletas; otras ni siquiera tienen la posibilidad de acceder a ellas. Podríamos seguir nombrando una larga lista de desigualdades vitales, sociales, raciales y de género, pero basta con indicar estas pocas para mostrar que las crisis, hoy en día, se encadenan y revelan un fenómeno multidimensional en el que se conectan factores medioambientales (migración de especies), fenómenos sanitarios (contagio animal-ser humano), efectos de precarización en cadena (sobreexplotación) y exposición desigual a los riesgos de enfermedad y muerte.

Las situaciones de crisis dan cuenta de estados difíciles de definir, por su vaguedad e incertidumbre, o difíciles de admitir y encajar (Stavo-Debauge 2012). Pero, también, estas situaciones quiebran la vida, bifurcan trayectorias y algunas veces abren nuevos senderos. Das (2006) señala que el acontecimiento irrumpe y quiebra la cotidianidad. En este sentido, los acontecimientos se distinguen de lo ordinario por ser relevantes, por ser diferentes a lo cotidiano. Obligan a pensar lo ocurrido y a darle sentido, por ello, rompen o reconfiguran la trama de lo social, y atraviesan a los individuos y colectivos. Así, en tanto acontecimientos, las crisis una vez que impactan obligan a recomponer. Por ende, la invitación de este número especial es a pensar las maneras cómo individuos, colectivos, humanos y no humanos responden ante la “ruptura de la inteligibilidad” (Bensa y Fassin 2002, 1) que producen los acontecimientos; cómo “crean relatos para dar cuenta de esta fractura de sentido” (Bensa y Fassin 2002, 1), construyen sentidos, tejen y reparan a veces de forma precaria o inestable, pero también en algunas ocasiones de manera creativa, innovadora y renovadora de mundos.

Desde una posición privilegiada, la de estar sanas y poder pensar las crisis y catástrofes sin que estas nos lleven entre sus ruinas, dedicamos este número temático a las personas que no han tenido esa fortuna y que nos dejan la tarea y obligación ética de pensar las formas que toman los cuidados, así como el legado de pensar los desastres, la incertidumbre, las crisis y las maneras de reparar y generar otros mundos posibles.

En este artículo planteamos, primero, una revisión del concepto de crisis en tanto estado problemático, pero a partir del cual también surgen prácticas y respuestas que a veces logran (re)crear “nuevas” formas de vida. En segundo lugar, inspirándonos en trabajos de corriente pragmatista, nos interesa definir las situaciones de crisis a partir de la experiencia. Luego abordamos el cuidado desde una perspectiva situada, en tanto práctica colaborativa, y las diversas formas de reparación que pueden plantearse en este marco. Consideramos que lo original de esta propuesta y de los artículos que integran el dosier es que campos temáticos complejos y extensos, como crisis, cuidados y reparación, son vinculados analíticamente y observados empíricamente de formas variadas, en diversos contextos y países, y desde múltiples prácticas. Tanto la introducción como los demás artículos de este número especial apuestan a mirar cómo, después del acontecimiento que rompe la vida cotidiana, nuevos sentidos y caminos se abren paso, a veces de maneras precarias y otras innovando y configurando nuevas posibilidades.

Crisis: entre estado problemático y momento propicio

Para definir qué es una situación de crisis, problemática o incierta, nos enfrentamos cada vez más a la cuestión crucial de establecer la verdad de facto como base común de convivencia, acción y discusión. Sin embargo, definir lo que está pasando, como plantea Goffman (2006), muchas veces resulta ser una tarea de grandes proporciones, ya que los referentes habituales se han roto. En este llamado quisimos abordar y pensar las crisis más allá de su condición de excepcionalidad, tal como ha sucedido con la crisis sanitaria.

El cambio climático ha demostrado que los desequilibrios producidos por eventos físicos, pero como consecuencia de acciones humanas, son cada vez más intensos y reiterados. La crisis sanitaria, por su parte, tampoco es natural, sino que en su configuración participan diferentes actores humanos y no humanos (virus, test, comportamientos, hábitos, etc.). Esto muestra que los eventos llegan a insertarse en un contexto en el que son desplegadas diversas respuestas colectivas para sostener la vida, las cuales dependen de acciones que van desde las capacidades del Estado hasta la confección de mascarillas, y desde las acciones políticas hasta la revitalización del tejido social, tal como señalan, en este dosier, las autoras Anigstein, Watkins, Vergara y Osorio-Parraguez (2021).

Además de estas dos crisis, que enfrentamos mientras redactamos este artículo introductorio, están en el centro del análisis las ocasionadas por la dictadura en Chile, que comenzó en 1973, y las subsiguientes violaciones a los derechos humanos; el conflicto armado en Colombia y su posterior crisis humanitaria, así como las luchas territoriales de los campesinos indígenas del Chaco argentino, en el marco del conflicto por el acceso a la propiedad, solo por nombrar tres países de la región.

En este número temático nos propusimos abordar trabajos recientes sobre cómo, en distintos contextos latinoamericanos, las personas y comunidades enfrentan y responden (o no) a las crisis que las han afectado, y sobre las situaciones borrosas o incluso dislocadas (Aretxaga 2008), a veces indecibles, desastrosas o catastróficas, que emergen en estos contextos.

Ya sea a través de procesos de cuidado, de compromisos políticos o asociativos, o de innovaciones sociales y sociotécnicas, partimos de la siguiente pregunta ¿qué sucede cuando el vínculo social y político es o ha sido gravemente dañado, incluso destruido, tras un desastre o una catástrofe política, social, medioambiental o sociotécnica? También nos preguntamos ¿cómo las personas logran hacer frente y dar sentido a estas situaciones?

Las crisis son estados problemáticos (DelVecchio et al. 2008; Lovell et al. 2013), tanto a nivel subjetivo como político. Al mismo tiempo, frente a estos estados problemáticos, las personas a veces logran crear nuevas respuestas, reparaciones y cuidados. Tanto las experiencias exitosas como las fallidas, o los intentos de respuesta, nos enseñan cómo se otorga colectivamente valor a ciertos asuntos y cómo se designan y reparten responsabilidades (Gusfield 2014). En este sentido, en este dosier, los artículos que abordan los lazos comunitarios en contextos de crisis muestran, por ejemplo, que aun en medio de la restricción a la circulación —o el “quédate en casa” mexicano—, las organizaciones comunitarias impulsan tácticas para cuidar de sí mismas y de otros (ver en este dosier Roig y Blanco 2021).

Por otro lado, mientras surgen estrategias de cuidado, los lazos y las prácticas de las mujeres se van fragilizando en el contexto de crisis, afectando su capacidad para sostener y cuidar, tal como muestran Rojas-Navarro, Energici, Schöngut-Grollmus y Alarcón-Arcos (2021), en el artículo de este dosier, sobre las experiencias en Chile frente a la covid-19.

Considerando esto, podemos decir que las crisis son también momentos propicios para analizar las reconfiguraciones (tecnológicas, materiales, afectivas o emocionales) y observar prácticas de experimentación, resistencia, remediación y cuidado (Blanco-Wells 2021).

Asumir y nombrar un “mundo dañado en muchos sentidos” (Macé 2019) implica anticiparse (Latour 2015), pero también buscar maneras de obtener reparaciones morales o jurídicas cuando los daños son provocados por otros. El desastre o la crisis vienen a interrumpir, ya sea a través de daños ecológicos, económicos, técnicos o a la salud de las personas. La reparación busca la justicia, pero también la no repetición, la previsión, anticipación y preparación para el futuro.

Actualmente, el término crisis está ligado a una ruptura y a una transformación en las que como humanos salimos inexorablemente dañados (Baxerres, Dussy y Musso 2021). La naturaleza logra sortear las formas de control humanas (Keck 2015), y aún las respuestas más innovadoras no logran evitar una crisis sanitaria y ecológica como la que enfrentamos. La pregunta por la reparación y remediación se plantea en el contexto de ambientes, infraestructuras, vidas y lazos resquebrajados y dañados. Pero ¿cómo rehabilitar aquello que se ha dañado?, ¿qué límites impone la condición irreparable de un desastre?, ¿hasta qué punto los humanos somos capaces de responder a una crisis? Entre estas preguntas, que nos planteamos al inicio de la convocatoria en medio de la pandemia, surgía la posibilidad del cuidado como reestructurador de lazos, de vínculos entre humanos y no humanos, entre humanos y “territorios-naturalezas” (Ulloa 2017), que observábamos en las respuestas de diverso tipo a la crisis sanitaria. El cuidado cotidiano aparecía como una facultad, aptitud y oportunidad humana para responder a la crisis. Esta facultad ya no puede seguir siendo relegada a la situación de las mujeres, marcada por el cuidado del hogar, de niños y ancianos, por su “forzado estatuto de madres” (Haraway 1995, 285). Creemos que no es coincidencia que hayan sido sobre todo autoras quienes respondieron al llamado de este número temático sobre crisis, reparación y cuidados.

La propuesta para esta convocatoria fue aceptada en octubre de 2020, cuando llevábamos casi un año desde que se determinara que en China un virus, desconocido en ese momento, estaba provocando graves problemas respiratorios a la población de Wuhan (Santos-Sánchez y Salas-Coronado 2020). Este llamado no se centró en la crisis sanitaria que vivíamos. En dicho momento ya se había publicado una plétora de números especiales sobre el tema y nosotras quisimos pensar las crisis y los desastres de manera transversal. Aun así, algunos artículos que componen el dosier abordan formas de enfrentar la crisis por la covid-19 en Chile y Argentina; los otros se enfocan en desastres de diverso tipo y en las formas de reparar y cuidar comunitariamente bienes comunes en Colombia, Chile y México y de resistir al desastre en el Chaco argentino.

Nuestra perspectiva asume el desafío de pensar no solo los factores y dimensiones que provocan desastres y crisis, sino también de reflexionar sobre las prácticas, ordinarias y extraordinarias, que se han creado para cuidar y remendar vidas y formas de vida que son reconocidas y reivindicadas como valiosas, asumiendo al mismo tiempo los límites de la reparación; dicho de otra manera, reconociendo que muchas veces las reparaciones morales, jurídicas, financieras y técnicas llevan consigo el signo de lo inconmensurable e irreparable (Michel 2021).

Sabemos que la reparación tiene límites, que los daños causados por los extractivismos en los ecosistemas son irreversibles, que las crisis devastan vidas y provocan destrozos irreparables. Pero, por otra parte, el gesto de re-hacer, de remendar aquello que está o fue dañado no es solo reparar y restaurar, en el sentido de volver al estado anterior o a un estado/situación similar, sino también hacer nuevamente, volver a crear. Lejos de la idea de restablecer lo que había, la reparación como cuidado se refiere a la tarea de mantener las relaciones y reciprocidades para un proceso que puede ser transformador. Desde esta lógica, a partir de las prácticas de reparación es posible pensar en la construcción de una demanda colectiva y en la emergencia de luchas para llevarla a cabo (Centemeri, Topçu y Burgess 2021).

Ese es el espíritu que nos mueve, descubrir nuevos caminos, nuevas maneras y nuevas prácticas, contra la idea de una “obsolescencia programada”, que puede ser replicada en otros ámbitos (Joulian, Tastevin y Furniss 2016). Buscar, rescatar y resaltar las acciones de remendar, apelando al “mantenimiento” que “facilitan negociaciones de resistencias novedosas frente a lo dado, las cuales son usualmente silenciosas […] las prácticas de ‘mantenimiento’ evitan que los aparatos se tornen basura al prever posibles roturas y evitar que unos queden fuera y quizás simplemente olvidados” (Baigorrotegui 2021, 186-187).

Definiendo las situaciones de crisis a partir de la experiencia

Los orígenes de nuestras reflexiones en torno a la crisis están en una red de investigadoras/es en ciencias sociales de inspiración pragmatista (Cefaï y Terzi 2012; Dewey 2012; Gusfield 2014). Desde hace una década trabajamos sobre diferentes experiencias y procesos de formación (o no) de problemas públicos en sociedades latinoamericanas (Breviglieri, Díaz y Nardacchione 2017; Guerrero, Márquez, Nardacchione y Pereyra 2018).

Esta línea de trabajo se focaliza en los procesos de constitución progresiva del vínculo social, como prácticas situadas, y en las diferentes formas en que estos se cristalizan —en instituciones, organizaciones, dispositivos, etc.— y cambian —a partir de rupturas, transiciones, bifurcaciones, etc.—. El análisis no parte de la observación de estructuras, sistemas, regímenes e instituciones ya establecidos, sino de los procesos sociales de realización (accomplishment) progresivos que a veces se materializan y objetivan en estructuras, sistemas, regímenes e instituciones. Siguiendo a Das (2020), podríamos añadir que, en lugar de buscar la agencia en grandes y transgresores momentos de la historia, sería en los guiones de resistencia del día a día que esta se puede localizar. De esta forma, la sociedad es vista como constantemente haciéndose y no hecha de una vez y para siempre.

Anotamos la expresión “inspiración pragmatista”, dado que nuestra prioridad investigativa no es ni ha sido seguir una teoría pragmatista, sino servirnos de herramientas heurísticas del pragmatismo, principalmente en sociología y antropología, cuando estas se presentan como adecuadas para restituir los procesos observados a través de nuestros trabajos empíricos. En este sentido, esta inspiración pragmatista no excluye conceptos provenientes de otros horizontes como los de cuidado(s) y acontecimiento que, como veremos, se vuelven centrales para comprender qué es vivir, convivir, sobrevivir y resistir en situaciones de crisis y desastre.

La apuesta en el llamado fue interpelar a colegas que, bajo esta u otras maneras de pensar la investigación, articularan en sus propuestas la observación de procesos sin apelar a estructuras teóricas prefijadas para explicarlos. De esta forma, los artículos que conforman el dosier guardan un aire de familia con una perspectiva que busca mirar los procesos sociales y las maneras cómo se llevan a cabo en situaciones precisas.

De nuestra inspiración pragmatista retomamos la noción de experiencia: experiencia pública, experiencia colectiva, experiencia impersonal, y también experiencia personal, experiencia singular, experiencia íntima de personas y sociedades (Cefaï y Terzi 2012; Dewey 2012 y 2008). De hecho, para Dewey, la experiencia precede la distinción sujeto-objeto, exterior e interior, objetivo y subjetivo. Es en la experiencia que estos polos se definen como diferentes fases de un proceso. Como anota Quéré, “[d]esde este punto de vista la experiencia cumple una función transcendental: hace posible la formación recíproca de un sujeto y de un objeto” (2002, 134). De tal suerte, planteamos que la unidad de observación de la experiencia de crisis es lo que Dewey llama situación. Una situación no es únicamente un sujeto ni un contexto, sino un agenciamiento dinámico y un proceso distribuido que progresivamente define los sujetos de la acción y los medios en que esta se desenvuelve. En palabras de Dewey (1993), una situación es una transacción entre un “organismo” —para nosotros, sujetos de acción— y un “medioambiente” —entornos en que la acción se posibilita e imposibilita a la vez—. Es en este sentido que nos referimos a la crisis como situaciones de crisis.

Planteamos además que las situaciones de crisis no son hechos desnudos de violencia, daño y destrucción, sino que estos hechos están tejidos con fibras normativas donde se entrelazan hechos y valores o, para expresarlo de manera procesual, donde factualizaciones y valorizaciones se combinan. Consideramos este tejido normativo no solo como un principio de regulación social o de establecimiento del orden social, sino también como un proceso de valorización y evaluación de las personas y sus mundos, es decir, un proceso de formación de bienes (comunes o públicos) (Dewey 2019). En esta línea, proponemos la idea de que la experiencia de crisis, catástrofe o desastre indica la constitución de un umbral normativo a partir del cual las sociedades (personas y grupos) realizan un trabajo práctico y situado para dar valor a personas, cosas y mundos dañados, proyectando el pasado (las responsabilidades por los daños) y el futuro (las posibles e imposibles reparaciones de dichos daños).

Pensar las crisis, catástrofes y desastres, tanto políticos como naturales, sanitarios y sociotécnicos, como experiencias socioculturales que incluyen una evaluación, conlleva una concepción de la vida moral. En este número temático nos guiamos por la idea según la cual, la normatividad o la vida moral comportan un carácter objetivo y objetivable que no reside en la conciencia de los sujetos. Sin embargo, la realidad moral o normativa no es una objetividad fija ni únicamente sui generis —o una representación colectiva—, sino un proceso de constitución gradual, situado y práctico, o una ética situada. Ciertamente, la vida moral puede ser observada en un momento de estabilización, como cuando ante un trastorno grave los actores estabilizan categorizaciones y descripciones en fórmulas tales como “crisis social” —cuando se habla del “estallido social” en Chile 2019—, “crisis sanitaria” —como la que estamos viviendo desde hace ya más de un año producida por la covid-19—, “crisis de los cuidados” —cuando ante esta crisis sanitaria ha sido más visible que los cuidados recaen sobre todo en el espacio doméstico y en las mujeres—, “crisis migratoria” —frente al éxodo de Centroamérica hacia los Estados Unidos— o “catástrofes socioambientales” —cuando nos referimos al cambio climático y a desastres como incendios, aluviones, inundaciones y tsunamis, además de los efectos ecológicos producidos por el extractivismo—.

Sin embargo, lo que nos interesa recalcar en este dosier, a partir de la noción de experiencia, es el carácter práctico y situado del proceso en el tiempo, en el espacio y en las interacciones. Asumir un conocimiento situado y parcial, para retomar la expresión de Haraway (1995), en particular en un estado de crisis y desastre, nos permite distanciarnos de nociones omnienglobantes como las de “régimen” o “sistema” en las que crisis, catástrofes y desastres son concebidos como consecuencias consustanciales a un modo de dominación o poder. Es el caso de la “crisis del capitalismo” frente a la cual, paradójicamente, no hay mucho margen de acción para individuos atrapados en las estructuras que los gobiernan. Ciertamente, un modo capitalista de producción y dominación engendra formas destructivas tanto de vida humana como no humana (Tsing 2005). Pero lo que también nos interesa observar es de qué manera, las personas y los grupos, viven con y en la destrucción, la afrontan, la confrontan, la soportan o la padecen. Y, qué formas de valorizacion/evaluación (de sus vidas, de la vida y de las formas de vida) emergen (o no) de esta fricción entre catástrofe/desastre/crisis y formas de vida1.

Dotar de importancia y valor a entidades y personas —como pueden ser el agua, la forma de vida de un grupo humano o el valor de la vida de una persona— está directamente relacionado con las conceptualizaciones posteriores que se han realizado respecto al cuidado y a las éticas del cuidado. De hecho, en la literatura sobre los cuidados se desarrolla una reflexión reciente acerca de la problemática de lo comunitario y de los comunes. Vega, Martínez-Buján y Paredes (2018) entienden la célebre frase “ningún común sin comunidad” como un modo de decir que solo la práctica trama la comunidad. Por ello, afirman que un común, ya sea una fuente de agua, un bosque o la continuidad diaria (de la vida) psíquica y física de las personas, no es tal si no va acompañado por un grupo que esté a cargo (2018). Añadiríamos que entre el común y la entidad que se hace cargo se van dando procesos de configuración mutua, que se desarrollan en el tiempo.

El cuidado como una forma de ética situada

La noción de cuidado se ha usado preferentemente para referirse al trabajo remunerado, voluntario o doméstico, no reconocido, realizado principalmente por mujeres, que consiste en mantener el hogar, educar a los niños pequeños o cuidar de enfermos y ancianos. A partir de esta aproximación inicial, el campo de estudios de los cuidados se ha desarrollado ampliamente e incluye reflexiones que no solamente lo vinculan con el espacio doméstico. Hoy en día, como afirmaría la definición ya clásica, acuñada por Berenice Fisher y Joan Tronto (1990), el cuidado se refiere al mantenimiento cotidiano del ser. Tronto lo define así:

[…] un tipo de actividad (species activity) que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro ‘mundo’ para que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, a nosotros mismos, nuestro medioambiente, todo lo que buscamos que interactúe en una red compleja y capaz de sostener la vida [life-sustaining]. (Tronto 1993, 103)

O, en otras palabras, tal como lo dice Baigorrotegui, se trata de apostar por un “mantenimiento relacional” con el que sea posible “salvaguardar fuentes generadoras de existencia día a día” (2021, 179).

En América Latina, la temática de los cuidados ha profundizado sus análisis y propuestas de políticas públicas y activismos feministas de la región. Karina Batthyány (2020) considera que podríamos encontrar la presencia de la temática de los cuidados desde las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX, si bien todavía bajo otra terminología y sin sus especificaciones posteriores. Desde esas décadas, la reflexión giraba más bien en torno al trabajo doméstico y a la dimensión no remunerada de dicho trabajo. La literatura feminista de cuño marxista, que trabajaba con la categoría de división sexual de trabajo (Hirata y Kergoat 1998; Kergoat 2000), nutrió de manera sustancial las investigaciones sobre el trabajo no remunerado. Bajo esta línea argumentativa, los costos de la producción capitalista se desplazarían a la esfera doméstica, mediante la reproducción de la fuerza de trabajo y el mantenimiento de la población (Rodríguez-Enríquez 2015, citada en Batthyány 2020, 13). El cuidado estaría dentro de los costos y trabajos reproductivos que ocurren en la esfera doméstica. Así, poco a poco iría haciéndose visible y, al interior de ciertos planteamientos teóricos, empezaría a considerarse un trabajo reproductivo que ocurre en dicha esfera:

Entendido desde una vertiente más emocional (Hochschild 2003), el cuidado no solo reproduce personas en el sentido biológico, sino que tiene como objetivo la reproducción de personas con características necesarias sin las cuales no podrían funcionar en la esfera mercantil. (Batthány 2020, 13)

Según Batthyány, posteriormente se iría conceptualizando de manera diferenciada cuidado y trabajo doméstico, como consecuencia de que se investiguen con más profundidad las “actividades2 que suceden dentro de los hogares, de forma de describir y comprender sus características” (Carrasco, Borderías y Torns 2011, citados en Batthyány 2020, 14). Por esta vía, señala que el cuidado tiene similitudes con el trabajo doméstico porque comparte su invisibilidad y asociación con habilidades femeninas, pero se distingue por el componente relacional. Dicha dimensión relacional del cuidado es una de las características más resaltadas por diversos autores.

Conforme la mirada sobre los cuidados se fue especificando en la región adquirió énfasis particulares. Al seguir la tipificación propuesta por Batthyány (2020), se pueden organizar las investigaciones bajo cuatro grandes perspectivas analíticas predominantes: una propia de la economía feminista centrada en la economía del cuidado; una segunda, cercana a presupuestos sociológicos y de análisis de políticas públicas, que centra su interés en el bienestar social y el cuidado como un componente del bienestar; una tercera que discute y propone que el cuidado sea visto como un derecho y que se deba desarrollar el derecho al cuidado, asociando a esta reflexión la de la ciudadanía social, y, finalmente, una mirada cuyo eje es la ética del cuidado. Natacha Borgeaud-Garciandía (2018), bajo el horizonte de esta cuarta mirada, reflexiona sobre la traducción de care al español y afirma que “cuidado” y “cuidar” abarcan diversas dimensiones que llevan a pensar en la complejidad intrínseca de la actividad de cuidado, al oponerse a los comentarios críticos en cuanto a las supuestas dificultades para encontrar en español significaciones equivalentes al concepto de care. Así, estos términos en español, cuidar y cuidado —profundiza Borgeaud-Garciandía— comprenden dimensiones cognitivas, morales y prácticas. En la primera, el cuidado aparece como anticipo y esmero que se pone en la ejecución de una acción; en la segunda es moral, dada la preocupación, solicitud y atención para realizar bien dicha acción, disposición que tiene que ver con la responsabilidad que implica, y en la tercera, debido a que es una acción, se hace algo que contribuye a mejorar o mantener la vida o las condiciones de vida de otros (Borgeaud-Garciandía 2018). Habría que añadir a esto último, las condiciones de vida de sí mismo, el autocuidado, en particular en contextos profesionales, de incertidumbre y fragilidad, tal como lo abordan en este número temático Fuenzalida y Olivares-Del-Real (2021) al analizar formas de autocuidado de profesionales que trabajan sobre un archivo oral de violaciones de derechos humanos en Chile.

Sin embargo, como contrapunto, podemos pensar que los discursos sobre el autocuidado y la autorresponsabilidad que se promueven en la política sanitaria y social presuponen un yo soberano, moralmente autónomo y transparente (Han 2012). En la mayoría de los trabajos que aquí presentamos observamos que las reformas de las últimas décadas, en las sociedades latinoamericanas, han desplazado las responsabilidades del cuidado a las personas y familias, despojando al Estado de responsabilidades cruciales para el bienestar de la población (Han 2012). Esto se ha hecho muy visible durante la pandemia y también se manifiesta a lo largo de las crisis socioecológicas.

La preocupación por indagar el cuidado en tanto “actividad pública colaborativa”, vinculada con la reflexión sobre el tipo de comunidad que se genera (Vega-Solís y Martínez-Buján 2017), se refleja en varios de los artículos del dosier, contribuyendo a la reciente indagación sobre la relación entre cuidados y comunidad.

En el caso latinoamericano, otro ámbito de estudio en el que el cuidado ha estado en el centro del problema es el espacio transnacional, en específico, entre personas migrantes, —en especial mujeres— que asumen los cuidados (Esguerra Muelle 2019; Guizardi y Gonzálvez 2019). Estos trabajos rescatan el análisis de la cadena global de cuidados (Hochschild 2002) y, desde ahí, nos parece que permiten dar visibilidad a investigaciones que ponen en el centro al cuidado, en tanto componente de la reproducción, vinculado con la creación, mantenimiento e impulso de la vida en común, al observar con atención las tramas multisituadas en las que ello se desarrolla.

Tomando como referentes desarrollos recientes del campo de estudio y del término, en este dosier entendemos el cuidado como una forma de ética situada (Paperman y Laugier 2011) que implica una acción perceptiva —prestar atención a lo particular— y acciones de valoración —otorgar importancia a personas y entornos, mundos y relaciones—, así como interacciones y relaciones esenciales para mantener los lazos sociales. En este sentido, el cuidado en tanto actividad ética es una tarea de mantenimiento de la vida y del mundo que nos rodea (Puig de la Bellacasa 2017). Aplicados a situaciones de crisis, los cuidados refieren tanto a prácticas individuales como colectivas destinadas a cuidar a otros, humanos y no humanos dañados, como pueden ser territorios, medioambientes y colectivos humanos. Los cuidados y las reparaciones, como respuestas al daño causado, implican entonces revalorizar los lazos, las comunidades y las relaciones, sean estas tradicionales o nuevas, como lo desarrolla en el dosier el artículo de Ramírez “La juntadera: recuperación de prácticas comunitarias cotidianas como forma de reparación en Palmirita, municipio de Cocorná, Antioquia” (2021) y, ya en el contexto de la pandemia, el de Roig y Blanco Esmoris “Producir lazo, organizar ‘la olla’ y ‘contener’ a otros/as. Experiencias de cuidado sociocomunitario durante la pandemia de la covid-19 en el AMBA (Argentina)” (2021).

En las actuales crisis latinoamericanas se registran prácticas de cuidado locales e interpersonales para enfrentar situaciones de violencia extrema —como en México ante las desapariciones masivas, los homicidios, los feminicidios y las masacres—; de violencia policial —como en Chile frente a las protestas populares o en Brasil, especialmente contra jóvenes pobres de barrios periféricos—; de excesos autoritarios —como sucedió en Chile con el “estallido social” de octubre 2019 o en Colombia en septiembre de 2020 y más recientemente desde abril de 2021 con las protestas sociales y la respuesta del escuadrón “antidisturbios” (Esmad)—, y de modos de vida neoliberal y crisis ambiental y climática que han desintegrado los bienes comunes. La pandemia por la covid-19 ha puesto sobre la mesa la discusión acerca de los cuidados y la desigualdad, como podemos leer en los artículos del dosier de Rojas-Navarro, Energici, Schöngut-Grollmus y Alarcón-Arcos (2021) y de Anigstein, Watkins, Vergara y Osorio-Parraguez (2021). En algunos países, estas crisis han acelerado la discusión sobre normativas locales y nacionales para tomar en serio los cuidados y volverlos tema de políticas públicas; en otros, como Argentina, especialmente después de la crisis económica, política y social de 2001, el Estado se apoya en los cuidados comunitarios para implementar medidas de urgencia social e incluso puede llegar a eximirse de ciertas obligaciones, remplazadas por cuidados autogestionados por la población, en especial, cuidados a cargo de mujeres —como ha sucedido en México en temáticas de salud y con los programas de combate a la pobreza— (Gaytán 2004; Vega-Solís y Martínez-Buján 2017).

El cuidado para mantener, continuar y reparar nuestro mundo

Etimológicamente reparación significa, según el Diccionario de la lengua española (DEL), el “efecto de reparar algo roto” (RAE, s. f., definición 1), es decir, la solución de averías o daños, o el mantenimiento de algo. En este sentido, la reparación comprende también actividades que apuntan al mantenimiento de las vidas y de las formas de vida humana y no humana. El mantenimiento, según la RAE, se define como el “Conjunto de operaciones y cuidados necesarios para que instalaciones, edificios, industrias, etc., puedan seguir funcionando adecuadamente” (RAE, s. f., definición 2). Nuestra reflexión, situada en un contexto de crisis sanitaria y socioecológica, lo extiende a las formas de vida humanas y no humanas, y lo relaciona directamente con actividades cotidianas de cuidado.

Siguiendo a Centemeri, Topçu y Burgess (2021), la perspectiva “reparadora” relativa a la “recuperación” posdesastres, o poscrisis, tal como ellos la abordan en su trabajo, tiene que ver con el restablecimiento de un daño, teniendo como horizonte la continuidad, a través de la transformación. Compartimos la propuesta de Centemeri, Topçu y Burgess de tomar la reparación como proceso social no exento de interpretaciones disímiles y contrapuestas, capaz de transformar personas, situaciones o ambientes, en un contexto de incertidumbre futura. Al seguir el argumento de estos autores, la categoría de reparación nos permite pensar nuevas perspectivas para entender las relaciones entre humanos y sus entornos.

El concepto de reparación ofrece así una mirada que cuestiona la visión estructurada de la recuperación posdesastre (como la que podríamos encontrar en manuales de organismos internacionales o de protocolos de respuestas ante crisis, como los de ayuda humanitaria, ver Revet 2010 y 2007). Revelando procesos de recuperación de la vida cotidiana perturbada, y procesos de autocreación, los tejidos sociales se renuevan y revitalizan a través de la reparación (Centemeri, Topçu y Burgess 2021).

Centemeri, Topçu y Burgess (2021) dan cuenta de cómo los procesos de recuperación se insertan en las actividades comunes y ordinarias. Los autores apuestan por procesos en el día a día capaces de renovar y revitalizar y, con ello, de engendrar motivaciones y acciones que mantengan la vida.

Si bien las situaciones destructivas provocan un sufrimiento que podríamos considerar universal, las maneras de atravesarlas son muy diferentes. Podemos aducir que existe una vulnerabilidad cuasi antropológica o consustancial al ser humano en sociedad (Lovell et al. 2013; Michel 2021; Naepels 2019) que nos expone a los efectos nefastos de crisis, catástrofes y desastres. Sin embargo, estas situaciones y sus efectos también hacen evidente la desigual distribución de las vulnerabilidades, o, dicho de otra manera, las formas en que las crisis, catástrofes y desastres vulnerabilizan diferencialmente a personas y grupos (Butler 2009). En el artículo del dosier de Ponce Arancibia (2021), sobre los procesos de acción colectiva postsismo de 2017 en Ciudad de México, esta desigual distribución de vulnerabilidades ocupa un lugar central, pero también se observan las actividades desarrolladas por colectivos y organizaciones para hacerles frente o remontarlas, es decir, sobrepasarlas o superarlas.

En la misma línea de reflexión, Julia Colla propone, en este dosier, que la relevancia de las “prácticas colectivas orientadas a recuperar [un] territorio [pueden ser] parte del derecho consuetudinario que busca hacer efectiva la figura jurídica de reparación histórica” (2021, 182). Así, en los distintos casos presentados en este número —algunos desde un enfoque etnográfico—, vemos que las respuestas frente al daño dan cuenta de formas variadas de entender y emprender la reparación, que dan pie a una reflexión sobre los vínculos con el territorio y la búsqueda de una reparación jurídica, en el sentido de una compensación por los daños sufridos, pero también respecto al trabajo de memoria posterior a una catástrofe. En su artículo, Fuenzalida y Olivares-Del-Real, frente a lo irresuelto y a la deuda de la catástrofe por la violencia de Estado ocurrida durante la dictadura militar en Chile, muestran distintas prácticas y metodologías que permiten, de cierto modo, “participar en la adeudada reparación que el Estado tiene con el daño que los crímenes de terrorismo de Estado produjeron en sus víctimas y el colectivo social” (Risso 2013, 218, citada en Fuenzalida y Olivares-Del-Real 2021, 134).

La solicitud de reparación como acto de justicia o demanda en casos de vulneración a los derechos humanos se conecta con el Estado. Sin embargo, existen otros casos de búsqueda de reparación no asociados directamente a una falta, negligencia o crimen de Estado, sino que enfrentan procesos de desbordamiento de lo esperable o posible, como los efectos de la contaminación, la irrupción de catástrofes (Revet 2007) o el desajuste tecnológico (Vinck 2019).

En América latina, tras las dictaduras cívico-militares de los años setenta y las guerras civiles de los años ochenta del siglo pasado, a partir de la gramática de los derechos humanos, se establecieron dispositivos de justicia transicional que, entre otros objetivos, apuntaban a reparar a las víctimas de la violencia estatal. En especial, desde un reconocimiento público de esta condición —y no la de enemigo interno de la nación o terrorista—, actos simbólicos (como monumentos) e indemnizaciones pecuniarias. Estas comisiones de verdad se entendieron como una forma de justicia, a veces en competencia con la justicia penal. No obstante, las formas de daño y violencia del Estado y de otros agentes, como empresas contaminantes, industrias extractivas o procesos de desposesión por terratenientes y productores agropecuarios (Colla 2021), abarcan también otra serie de daños como el daño medioambiental, donde el establecimiento de responsables (Gusfield 2014) es complejo, ya que los campos causales son indirectos y borrosos (Weizman 2017).

Por otra parte, desde los estudios feministas del cuidado3 es posible entender las acciones de reparación no solo como aquellas que apuntan a exigir justicia, como en el caso de violaciones a los derechos humanos, sino también como aquellas capaces de “remendar” o “arreglar” (Ingold 2013; Middleton 2014). Existe un aspecto de improvisación y “mantenimiento”, por ejemplo, si pensamos en los dispositivos, artesanales o manuales, que se pusieron en funcionamiento frente a la covid-19: coser mascarillas, improvisar métodos de autocuidado, distanciarse de otros, ayudar a los más vulnerables, etc. Frente al cambio climático también se elaboran métodos de “mantenimiento” manual, por ejemplo, respecto a la limpieza de los canales que transportan agua, en zonas de extrema aridez, como el Salar de Atacama, al norte de Chile. Este trabajo de las pequeñas manos ha sido descrito por los estudios de infraestructura y la sociología del trabajo (Strebel, Bovet y Sormani 2019) y ha mostrado cuán necesario es para que las máquinas funcionen sin problemas, destacando los logros de estos modestos gestos, que rara vez son estudiados o valorados.

A estas destrezas subvaloradas se suma el hecho de que los enfoques de reparación suelen estar centrados en prácticas esencialmente ingenieriles y masculinizadas. La noción misma de reparación es criticada en tanto intervención tecnocéntrica, colonial e incapacitante. Rara vez se hace la conexión con la literatura feminista sobre care que, si asumimos que significa cuidado (Laugier, Falquet y Molinier 2015), también puede pensarse como acciones de reparación. Ya habíamos señalado algunas aproximaciones a la temática del care; pensamos que también tendría una cercanía con la reparación en tanto implica atención y vigilancia, actividades esenciales para sostener los lazos sociales, el mantenimiento de la vida, es decir, la ecología de las relaciones que permite la existencia de un mundo común y la habitabilidad en él (Gramaglia y Dauphin 2017).

Asimismo, en el marco de las cuestiones ambientales, el cuidado permite acceder a los mundos minúsculos de los fenómenos tóxicos (Gramaglia y Dauphin 2017), a partir de prácticas individuales o colectivas destinadas a cuidar las especies y los espacios en peligro de extinción (Rose et al. 2017). Aquí también podemos tejer relaciones con la reparación, en tanto respuesta a los daños causados por el extractivismo, lo que implica la revalorización de los oficios y las técnicas agrícolas, pero también la consideración y el restablecimiento de las relaciones ecológicas que hacen de los suelos seres vivos colectivos. Es el caso, por ejemplo, de las terrazas agrícolas en el norte de Chile que, pese a la presión industrial, minera y extractiva, y al cambio climático, siguen siendo cultivadas por las comunidades indígenas del Salar de Atacama (Santoro et al. 1998).

La particularidad del cuidado aplicado a las cuestiones ambientales va más allá de los intereses y logros humanos para tener en cuenta otras formas de programas no humanos. Permite captar tanto las intervenciones formales de restauración, por ejemplo, respecto a los ecosistemas, como cuando se busca “descontaminar” un lago (ver el caso del lago Villarrica al sur de Chile)4. O como aquellas que despliegan formas de acción más personales, por ejemplo, al mantener la habitabilidad de un territorio expuesto a la contaminación. Auyero y Swinstun (2008b; 2008a) mostraron cómo la incertidumbre por los efectos de la contaminación —y la definición de esta— obligó a los habitantes de un sitio industrial en Argentina, especialmente a las mujeres, a redoblar sus esfuerzos en lo que respecta a las tareas domésticas en los espacios privados y públicos. En la línea con lo que justamente resalta y hace visible la literatura sobre los cuidados, estas tareas, cuyo objetivo es corregir situaciones problemáticas pese a las dificultades y la falta de medios, generalmente permanecen invisibles, aun cuando contribuyen a la salud de las familias. Aunque poco documentadas, estas prácticas son, sin embargo, ricas en significado (Velho y Ureta 2019). Es el caso, por ejemplo, de las intervenciones modestas de corrección aplicadas a entornos degradados (Tironi 2018). Prácticas y actividades desarrolladas por actores subordinados, nos obligan a pensar en otras formas de hacer las cosas y en otras dimensiones de reparación. Por lo tanto, de esta introducción y de algunas líneas de reflexión del dosier podrán extraerse pistas para considerar las múltiples facetas de la noción de reparación.

La reparación y el “mantenimiento” vital, es decir, de aquello que permite la reproducción de la vida, muchas veces dependen de prácticas de cuidado que se desarrollan a partir de experiencias personales y que padecen de falta de reconocimiento. Tienden a agotarse si no reciben apoyo institucional. Es el caso de las “ollas comunes”, del cuidado profesional y comunitario, o de la recuperación de los lazos comunitarios, tal como lo presentan algunos de los artículos en este número temático.

En contextos en que las crisis y los desastres han acentuado los rastros del daño ocasionado, reparar no siempre es volver a un estado anterior, no siempre es “mejorar” o borrar la rotura, o volver a un estado inicial de estabilidad o equilibrio, sino que también es asumir y reconocer un daño, tal como señalan en este dosier Fuenzalida y Olivares-Del-Real (2021). A partir de ello, las vulnerabilidades específicas de los territorios y las vidas se hacen evidentes, ofreciendo formas de pensar la reparación basadas en distintas experiencias locales.

Las diversas respuestas que personas y colectivos logran frente al daño y deterioro contribuyen a la definición de nuevos modos de gobernanza, es decir, a una búsqueda que incluye la capacidad para decidir por sí mismos. En el intento de “reparar los daños que la crisis humanitaria derivada del conflicto armado ocasionó a sus lazos afectivos y comunitarios”, como señala en este dosier Luis Antonio Ramírez (2021, 79), comprobamos que los seres humanos pueden remendar ciertos aspectos a partir de una crisis. La remediación no siempre está en aquello que fue dañado, sino que puede reparar otros aspectos trastocados indirectamente por el desastre.

Los colectivos crean y formulan respuestas originales a la crisis basándose en sus prácticas, en lo que saben hacer y en lo que han experimentado. Las respuestas a las crisis no parten de cero. Las iniciativas demuestran que es necesaria la participación de la ciudadanía en la gestión concertada de los territorios-naturalezas. Las movilizaciones y asociaciones, las organizaciones comunitarias, los ciudadanos autorganizados, los mecanismos institucionales de consulta y concertación, la participación espontánea u otras prácticas, aunque poco valoradas (Cefaï et al. 2012), son en efecto parte integral de las respuestas de las personas a las crisis. Y merecen ser analizadas a partir de las prácticas y propuestas de reparación que ellas mismas hacen.

A modo de conclusión

En este artículo introductorio al dosier, “Enfrentar las crisis: (im)posibilidades de reparación y cuidado en las sociedades contemporáneas”, partimos posicionándonos como investigadoras “privilegiadas”, en medio de un desastre sociosanitario mayor y global como la pandemia por la covid-19. Esta declaración inicial no solo pretende explicitar nuestras situaciones particulares. Más allá de ello, implica asumir desde dónde escribimos y desde qué sitio nuestras miradas han entrado en relación con los sufrimientos de otros, tanto a través de nuestras propias investigaciones como a través de las situaciones que los artículos de este número nos muestran.

En este artículo se ha puesto en el centro de la reflexión un pensamiento relacional, al entender que las situaciones de crisis son experiencias entre personas, grupos y comunidades cuando los mundos o entornos se vuelven dañinos e incluso mortales, de manera súbita o paulatina.

Estas experiencias de crisis, catástrofes y desastres, sean políticas (guerras, genocidios, terrorismo de Estado, etc.), socionaturales (terremotos, tsunamis o avalanchas), climáticas o sociotécnicas (sequías, desastres nucleares, etc.), nos confrontan con la cuestión de las probabilidades de establecer los hechos y las responsabilidades, de reconocer los daños y las posibilidades e imposibilidades para reparar lo que muchas veces es considerado, por las y los afectados directos, como irreparable: la desaparición de un ser querido, la pérdida de una forma de vida a causa de un desplazamiento forzado o la destrucción de un recurso vital sin el cual la vida ya no resulta viable, como en los casos de los pueblos abandonados a causa de las sequías.

Con esta mirada, la apuesta del número temático es detectar posibilidades de cuidado y reparación dentro de las situaciones mismas de crisis. Esta no es una apuesta utópica ni tampoco contrafactual. Como lo muestran los artículos que componen el número, los horizontes de posibilidades, tanto para reparar cuidando como para cuidar reparando y así generar mejores condiciones de vida, emergen y se definen desde las situaciones mismas.

Finalmente, la tarea de tejer relaciones entre lo que hemos llamado situaciones de crisis, cuidados y reparación, para hacer frente a las consecuencias de la pandemia producida por el virus SARS-CoV-2, nos muestran varios caminos que ya se encuentran entrelazando estas dimensiones de manera concreta y vital. Nos toca ahora seguir profundizando en estas relaciones entre destrucción y construcción, en especial, en las nuevas formas en que en América Latina se entrelazan, en ensamblajes complejos, a diferentes escalas (local-global) y con distintas temporalidades. Ya es una tarea en curso, llevada a cabo por varias/os miembros de la comunidad científica, la de posicionarnos científica, social, política y éticamente, desde las crisis que nos atraviesan de manera diferencial, para contribuir a desplegar investigaciones transformadoras. Esperamos que este número sea una contribución en ese sentido y, para utilizar una expresión de Ginzburg (2007), que sea como la arena en el engranaje de la normalización de injusticias y logre generar nuevos lentes para mirar las reparaciones y cuidados en tanto maneras de responder a los daños y a las averías.

Notas

* Las autoras participamos igualitariamente tanto en la redacción de este artículo como en la preparación del número temático. La elaboración de este artículo contó con el apoyo de ANID Fondecyt N.° 11200545 y del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres, (Fondap N.° 15110017). Agradecemos profundamente el trabajo del editor Luis Carlos Castro por su seriedad, compromiso, amabilidad y disponibilidad, además del de las/os evaluadoras/es e investigadoras/es que respondieron a este llamado.

1 Agradecemos profundamente a Jussara Freire quien contribuyó con una primera aproximación a las formulaciones que hacemos en esta introducción, así como a las que estuvieron en la base del llamado al dosier.

2 Resaltamos el sustantivo “actividades”, puesto que en esta introducción, así como en el llamado a artículos que hicimos esta dimensión es central.

3 Ver, por ejemplo, el análisis de Puig de la Bellacasa (2017).

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Organizadores

Paola Díaz – Doctora en Sociología de la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS), Francia. Investigadora y docente del Centro de Estudios del Conflicto y Cohesión Social, ANID/Fondap/15130009 —COES—, Chile e investigadora del Centro de Estudios de los Movimientos Sociales —CEMS-Inserm-EHESS—, Francia. Entre sus últimas publicaciones están: (en coautoría con María Martínez) “Nombrando lo que no tiene nombre: pensando la ‘desaparición’ de migrantes en la frontera mexicano-estadounidense (Arizona)”, Athenea Digital 20, n.° 3 (2020): 1-15, https://doi.org/10.5565/rev/athenea.2692; “Contando la muerte y la desaparición de personas en contexto migratorio”, Sociología y Tecnociencia 10, n.° 1 (2020): 1-24, https://revistas.uva.es/index.php/sociotecno/article/view/4216/3273 E-mail: [email protected]

Consuelo Biskupovic – Doctora en Antropología de la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS), Francia. Profesorainvestigadora del Centro de Economía y Políticas Sociales de la Universidad Mayor de Santiago de Chile y del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres de Santiago de Chile. Entre sus últimas publicaciones están: (como coeditora con Caroline Stamm) Experiencias participativas en el Chile actual (Santiago: RIL Editores, en prensa); “Una gran oportunidad para avanzar. Intermediación y experimentación en el problema público del cambio climático en Chile”, en Experiencias participativas en el Chile actual, ed. de Consuelo Biskupovic y Caroline Stamm (Santiago: RIL Editores, en prensa). E-mail: [email protected]

Alicia Márquez Murrieta – Doctora en Sociologia de la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS), Francia. Profesora e investigadora en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, y miembro asociada del CEMS-EHESS. Entre sus últimas publicaciones están: “Enfrentando dilemas: práctica de cesáreas en los últimos momentos del embarazo”, Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales 104 (2019): 1-32, https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i104.1751; “Atención a las emergencias obstétricas y derecho a la salud en México: organizaciones de la sociedad civil y su incidencia”, en Dilemas de la acción colectiva en América Latina: entre la incidencia institucional y la protesta social, coord. de Berenice Ortega Bayona y Kristina Pirker (Ciudad de México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2019): 33-62. E-mail: [email protected]


Referências desta apresentação

DÍAZ, Paola; BISKUPOVIC, Consuelo; MURRIETA, Alicia Márquez. Enfrentar las crisis: (im)posibilidades de reparación y cuidado en las sociedades contemporâneas. Antípoda Revista de Antropolgía y Arqueología. Bogotá, n.45, p.3-25, oct./dic. 2021. Acessar publicação original [DR]

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