El complot patagónico. Nación, conspiracionismo y violencia en el sur de Argentina y Chile (siglo XIX y XX) | Ernesto Bohoslavsky

Tulio Halperín Donghi comentó en una entrevista efectuada en 1993 1 que su trayectoria como historiador especializado en América Latina había sido producto casual de un derrotero personal signado por las discontinuidades producidas en la historia política argentina (que tanto afectaron a las universidades nacionales entre 1943 y 1983), llevándolo a establecerse sucesivamente como investigador en París, Harvard, Oxford y Berkeley, sin renunciar por ello a ser un historiador que escribe y publica en castellano y para una amplia audiencia de historiadores. En su opinión, esa atípica historia personal moldeó no sólo sus vastos conocimientos generales sobre la historia e historiografía de América Latina, sino también estimuló en él una aproximación empírica al estudio de actores, instituciones, hechos y procesos situados en diferentes localizaciones del continente. Este particular perfil intelectual nos es presentado por Halperín como un caso bastante excepcional, inscripto en un universo historiográfico donde –por el contrario- predominan los especialistas argentinos, brasileños, chilenos, etc. concentrados exclusivamente en la historia de un determinado período y dimensión de la vida social de su propio país.

Si evoco aquella entrevista a Haperín es porque pienso que cuando deseamos formarnos un mapa completo de la historia latinoamericana se nos presentan generalmente dos opciones. Por un lado, recurrimos a las obras colectivas que reúnen los aportes de historiadores argentinos especializados en historia de la Argentina, brasileños en la del Brasil, chilenos en la de Chile y así por delante. O bien, por otro lado, nos servimos de los estudios comprehensivos producidos por latinoamericanistas anglosajones y franceses, siempre tan útiles en las tareas de enseñanza y en la provisión de renovados enfoques, aunque a menudo orientados por preconceptos “modernizadores” y “occidentalistas” en sus representaciones sobre las historias de nuestros Estados y sociedades.

En consecuencia, en el esfuerzo por establecer ejercicios de comparación histórica sistemáticos sobre el estudio de América Latina, sólo excepcionalmente podemos reconocer en el actual universo de investigaciones resultados provistos –por ejemplo- por un historiador argentino con trabajo empírico de primera mano y especializados en la historia política brasileña, chilena u otras. Puede decirse, entonces, que las historiografías hechas en nuestros países aún son producidas y enseñadas prioritariamente encuadrándose en unos esquemas de representación centrados en la configuración de los Estados nacionales. Y esa orientación incide en nuestros comportamientos a la hora de recortar problemas, definir objetos y unidades de análisis, formular hipótesis, delimitar interlocutores y fuentes documentales.

Ya hace muchos años que Henri Pirenne y Marc Bloch reclamaron que no era posible escribir una historia de la Edad Media proyectando hacia el pasado los marcos de referencia de los Estados nacionales contemporáneos. Esa definición programática renovadora tuvo consecuencias visibles en la producción de las monografías regionales hechas por las subsiguientes generaciones de historiadores de Annales del siglo XX. ¿Será que nosotros también podremos sustraernos igualmente de esos rígidos y constringentes marcos de análisis? Es cierto que como historiadores de realidades desplegadas desde fines del siglo XIX en América Latina, la referencia al Estado nacional nos ofrece coordenadas no sólo eficientes en la construcción del análisis, sino un anclaje sustantivamente necesario o ineludible. Sin embargo esas coordenadas ¿servirán del mismo modo para atender al estudio de cualquier problema y objeto de estudio?

La lectura de El complot patagónico… de Ernesto Bohoslavsky me suscitó estas breves reflexiones. Ofrece un análisis de las representaciones sobre la nación, el territorio y la cultura efectuadas por grupos conservadores y de extrema-derecha de la Argentina y Chile entre las década de 1870 y 1950, con específica referencia al modo en que concebían la inscripción de la Patagonia y la Araucanía en la construcción de relatos conspirativos claves en la producción y recepción de sus ideologías nacionalistas. En ambos casos el reconocimiento de una permanente amenaza de desagregación y usurpación de esos territorios debido a la intervención de grupos foráneos o internos tenidos como expresivos de una alteridad radical (“chilenos”, “argentinos”, “nazis”, “judíos”, “bolcheviques”, “anarquistas”, “peruanos”, “masones”, “bandoleros”, etc.) constituyó un eje decisivo en la configuración de la cohesión interna de esos grupos y en la definición de un discurso público que interpelaba a sus compatriotas en pos de la defensa de la nación.

En este sentido, Bohoslavsky considera que los mitos conspirativos son relatos productores de la realidad que no pueden ser comprendidos analíticamente como una pura mentira. Así pues, por un lado, las imputaciones que los conservadores y la extrema-derecha atribuían al complot no pueden ser estudiados cual si fuesen interpretaciones historiográficas. Su eficacia social reside en el hecho que los productores de esos relatos creen en ellos, se representan el mundo social con arreglo a ellos y, finalmente, actúan en consecuencia. Otro tanto puede decirse del influjo que esos relatos ejercían sobre los receptores o consumidores de los mismos, es decir, en aquellos que se apropiaban de esas ficciones y las actualizan como interpretaciones verosímiles sobre la realidad social.

Para dar cuenta de su problema y objeto de estudio Bohoslavsky no sólo delimitó un corpus de interlocutores especializados a uno y otro lado de la cordillera, produciendo un diálogo intenso, equilibrado y en dos direcciones; también afrontó el desafío de sumergirse en la indagación del acervo documental público de ambos países. Y si sabemos lo compleja que de por sí resulta la tarea de acceder a la documentación disponible en las instituciones relativamente familiares o conocidas existentes en nuestros respectivos países, pensemos ¡cuánto más difícil y onerosa en recursos materiales habrá de resultar el acceso a fuentes distantes a centenares de kilómetros de nuestros lugares habituales de trabajo y residencia! (un esfuerzo en parte atenuado en este caso por los beneficios heurísticos indirectos que devengan al investigador el centralismo unitario del Estado chileno, el cual históricamente ha remitido a la ciudad de Santiago toda la documentación estatal procedente de los más remotos sitos del país).

La comparación de los resultados sustantivos alcanzados en el libro permiten reconocer la eficacia social producida por esos relatos conspirativos a uno y otro lado de la Cordillera de los Andes, promoviendo la cohesión política y cultural de los nacionalismos en diferentes actores sociales. Sin embargo, también el autor reconoce diferencias: en el caso argentino el espacio patagónico es el escenario central y casi excluyente en la construcción del relato conspiracionista. La Patagonia es una región geográfica, económica y políticamente periférica de la Argentina, pero está puesta en el corazón del relato conspirativo nacionalista. En el caso chileno las “amenazas” aparecen divididas en sus localizaciones. Por un lado, colocadas predominantemente en el norte del país en relación con las “ambiciones peruanas” y en los conflictos planteados otrora por los trabajadores del salitre, sus organizaciones sindicales y políticas. Por otro lado, en menor medida situadas en el sur de Chile, en la región de Magallanes, donde la presencia argentina era significada como una amenaza equivalente a la que los argentinos otorgaban a la presencia o vecindad chilena. Bohoslavsky sostiene que en los relatos nacionalistas argentinos la territorialización de la nación fue decididamente un elemento fuerte, debido a que careciendo de una unicidad cultural preexistente y definida en términos étnicos, religiosos y/o lingüísticos, los constructores de la nación debieron hacer de la definición de la soberanía sobre un territorio compartido el eje de la afirmación de la identidad nacional. De allí que la amenaza planteada en el relato conspirativo por la figura del territorio nacional cercenado haya sido duradera y está todavía vigente. Definitivamente: en el relato nacionalista conservador y de ultraderecha argentino se teme por la fragilidad de la soberanía en los territorios del sur; mientras que su contraparte chilena sitúa los puntos de tensión principalmente en el norte. Asimismo, la presencia de la masonería entre los políticos radicales y de izquierda chilena, colocaron las representaciones anti-masónicas como uno de los centros del relato conspiracionista chileno; en tanto que el anti-semitismo (presente también en Chile) fue un componente clave en la versión conspiracionista de los conservadores y la ultra-derecha argentina, fuertemente influida por concepciones del nacionalismo católico ultramontano.

Relevando y clasificando un extenso y diverso corpus de textos y autores, en el capítulo uno se definen tres períodos en el proceso de incorporación material y simbólica de la Patagonia al mundo occidental y, luego, a la Argentina. El primer período va desde el “descubrimiento” en el siglo XVI hasta la década de 1870. Entonces dominan las representaciones “orientalistas” (según el concepto acuñado por Edward Said) sobre este espacio social, elaboradas por “conquistadores”, “piratas”, “viajeros” y “naturalistas” que ven allí un universo inexplorado, exótico e inhóspito, sólo habitado por indígenas que viven en la prehistoria de la humanidad. Los años 1870 a 1930 comprenden un segundo período signado por la afirmación de la presencia del Estado argentino, la figura de los “pioneros” y la organización de la ganadería del ovino en explotaciones latifundistas. Y de 1930 a la década de 1950 la Patagonia emerge como un territorio dotado de recursos energéticos y mineros que el Estado y, particularmente, sus Fuerzas Armadas deben controlar con vistas a alimentar las políticas de desarrollo industrial y de defensa nacional. En este último período se produce una profunda nacionalización y estatización simbólica y material de la Patagonia.

El capítulo dos muestra cuáles fueron las batallas simbólicas y políticas libradas hacia entre 1915 y 1920 por grupos de la derecha chilena por someter las luchas de los trabajadores rurales y urbanos de la Patagonia chilena como artífices de una conspiración “inca-masónica-bolchevique”. Si para la historiografía actual el relato de una conspiración peruana destinada a sublevar las poblaciones australes de Chile, carece de cualquier base empírica, ello en nada contradice la eficacia social que dicho relato tuvo en la orientación de las percepciones y comportamientos de diversos actores sociales de la época. Las movilizaciones obreras, la represión policial y para-policial en Punta Arenas que desencadenaron la denominada “Guerra de don Ladislao”, fueron significados por actores contemporáneos como fenómenos que confirmaban irrefutablemente la existencia de un escaso “sentimiento nacional” por parte de aquella población predominantemente extranjera. Del mismo modo, el capítulo tres se ocupa de analizar las interpretaciones producidas por dos periódicos de circulación nacional –La Nación y La Prensa- y por la prensa ligada a grupos de extrema derecha –como la Liga Patriótica- sobre las huelgas patagónicas de ese período en la Argentina y la sangrienta represión que le siguió a manos del Ejército. Aquí las protestas obreras fueron subsumidas bajo el rótulo negativo de acciones expresivas de “bandoleros”, “bandidos a caballo”, “el malón comunista”, esto es, significados desde categorías que los presentaban como una rémora “bárbara” e indeseada para el desarrollo de la modernidad capitalista. En ambos casos las derechas chilena y argentina aprovecharon la oportunidad para –en un caso- limitar el potencial reformador del futuro gobierno de Alessandri y –en el otro caso- para cuestionar los mecanismos y principios de intervención negociadora en los conflictos capital-trabajo desplegados por el gobierno de Yrigoyen. Bohoslavsky también nos muestra que la simultaneidad de estos conflictivos sucesos generó una imagen especular que acrecentó los temores de ambas derechas.

El capítulo cuatro da continuidad al capítulo anterior, pero abordando el tema desde un enfoque diferente. Aquí se trata de analizar la historia de la historiografía sobre los sucesos de la denominada “Patagonia trágica” –la violenta represión a las huelgas obreras de 1921 en la Argentina. Bohoslavsky constata que entre las décadas de 1930 y 1950 esos sucesos estuvieron ausentes del imaginario social argentino, al tiempo que su recuperación en las dos décadas siguientes se produjo como resultado del proceso de radicalización política, emergencia y desarrollo de organizaciones revolucionarias y la consiguiente lucha contra-insurgente desplegada por el Estado. Ese notable cambio del escenario político y social –además de la indiscutida labor historiográfica erudita y militante de Osvaldo Bayer- fue la causa de la restitución al primer plano del debate público y las renovadas batallas historiográficas libradas por su “verdadera interpretación” hasta su clausura con la instauración de la dictadura militar de 1976.

Ahora bien, si no fuera porque es indispensable atender a su conflictivo desarrollo y consecuencias, el capítulo seis bien podría ser expresivo de un episodio bien documentado de una eventual historia humorística de la Argentina, a la vez tan hilarante y trágica como la ficción contada por Mario Vargas Llosa en la historia del célebre capitán del Ejército del Perú: Pantaleón Pantoja. Lejos de expresar exclusivamente las consecuencias de un fenómeno provocado por los trastornos de personalidad de un hombre con una frondosa imaginación y una tenaz obsesión, el raid desatado en el territorio nor-patagónico por el teniente Paterson Toledo a pocos días del golpe de estado del general Félix Uriburu, consiguió ser relativamente exitoso porque sus fundamentos fueron socialmente legitimados en la creencia de la existencia de un complot protagonizado por una satánica coalición anti-nacional integrada por “chilenos”, “traficantes”, “yrigoyenistas” y “anti-yrigoyenistas”. Sólo aceptando que la verosimilitud de ese complot era un relato suficientemente convincente para sujetos de la época (insisto, aún cuando fuese indemostrable empíricamente para la historiografía) es dado comprender por qué Paterson consiguió sitiar la ciudad de Neuquén y encarcelar a sus autoridades y al diez por ciento de su población durante el raid. Que la ocasión haya sido aprovechada por miembros de las elites locales para dirimir sus diferencias políticas y económicas en modo alguno mengua la centralidad que la idea del complot ejerció sobre el comportamiento de las personas.

El capítulo seis enfoca el estudio de los fascistas chilenos entre 1932 y 1945, inscribiéndolos como grupos minoritarios en un escenario político dominado por una estabilidad y continuidad institucional con predominio conservador en el poder ejecutivo y legislativo entre las décadas de 1930 y 1960. Bohoslavsky señala que los miembros del Movimiento Nacional Socialista de Chile y del Movimiento Nacionalista Chileno sostenían discursos judeo-fóbicos similares a los de sus contemporáneos nacionalistas de la derecha argentina. Asimismo, muestra que fueron estos grupos los productores de un relato donde la soberanía chilena sobre la Patagonia se representa amenazada por el expansionismo argentino; al tiempo que llama la atención sobre la originalidad en el discurso político chileno de esa imagen victimizante, advierte que el mismo es la contrapartida de la representación (en este caso predominante) igualmente victimizante difundida por el conspiracionismo argentino.

El capítulo siete sitúa la mirada en dos periódicos nacionalistas argentinos, Crisol y El Pampero, que entre 1930 y 1943 localizaron en la Patagonia las amenazas externas propiciadas por ingleses y chilenos y, por otro lado, las internas circunscriptas a la población judía residente en el país. Bohoslavsky demuestra que la identificación por parte de estos dos periódicos facciosos de estos tres sujetos amenazantes para la soberanía nacional, se han erigido en tópicos recurrentes en el ideario conspiracionista actualizado posteriormente en otros relatos nacionalistas de diferente orientación ideológica. La inmediata presencia del Estado chileno y de la población chilena residente en Argentina, la cercana proximidad de los británicos ocupando las Islas Malvinas y con emprendimientos empresariales en la propia Patagonia, o las inminentes pretensiones territoriales del sionismo y el comunismo, una y otra vez aparecen como signos evidentes de las amenazas que circundan a la nación y su soberanía.

Finalmente, quisiera decir que a los nacionalismos argentinos y chilenos les ha resultado abiertamente hostil e intolerable el mestizaje social y cultural que caracteriza históricamente la vida fronteriza de la Patagonia y la Araucanía, así como una de sus causas más evidente: la circulación de personas a ambos lados de la Cordillera de los Andes. La sensibilidad nacionalista no soporta esos niveles de contaminación a la que se hallan expuestos esos espacios periféricos, extremos, porosos, del territorio del Estado y la Nación. Al comprenderlos desde una perspectiva totalizadora y confrontando sus significaciones para grupos políticos e ideológicos conservadores y de extrema-derecha de Argentina y Chile, Bohoslvasky se ha esforzado por sustraerse de la esa fuerza nacionalista que también ha formateado las perspectivas y prácticas de historiadores y científicos sociales de ambos países, ofreciendo un enfoque, método y resultados sustantivos originales. Así pues, investigaciones como la que encontramos en este libro, posiblemente, sean un buen punto de partida para sumarse al esfuerzo demandado por Halperín Dongui en favor de la producción y la enseñanza de una renovada -y a la vez clásica- historiografía latinoamericanista.

Nota

1 ARMUS, D.; Tenório, M.; Halperín Donghi, T. 1995. Estudos Históricos, Rio de Janeiro, vol. 1 N°15, pp. 133-144.


Resenhista

Germán Soprano – Investigador del CONICET. Profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Profesor en Historia / Universidad Nacional de La Plata Mestre em Sociología / Instituto de Filosofía e Ciências Sociais / Universidade Federal do Rio de Janeiro. Doctor en Antropología Social / Universidad Nacional de Misiones.


Referências desta Resenha

BOHOSLAVSKY, Ernesto. El complot patagónico. Nación, conspiracionismo y violencia en el sur de Argentina y Chile (siglo XIX y XX). Buenos Aires: Prometeo Libros, 2009. Resenha de: SOPRANO, Germán. Revista de História Comparada. Rio de Janeiro, v.3, n.2, 2009. Acessar publicação original [DR]

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