El vocabulario de la medicina en el español del siglo XVIII

Hace años se publicó por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas una curiosa continuación de las páginas del Quijote, del mundo cervantino; el autor era un niño, el futuro rey Felipe V, quien introdujo una nueva dinastía en el trono de España, acompañada de algunos aires de modernidad. Sin duda el rey Sol se ocupó de que sus nietos tuviesen esmerada educación, en época de personajes de la talla de Fenelon o Bossuet. No es extraño así que el primer Borbón en el trono del imperio español tuviera interés por la lengua castellana, imponiéndola en sus reinos, tal como su dinastía había hecho con el francés en los suyos. Resulta pues comprensible que el siglo XVIII fuera época de rápida uniformidad y castellanización; la lengua empieza a extenderse en múltiples lugares en que antes el latín o las lenguas vernáculas distintas habían tenido importancia. Lugares en los que pronto se extendió fueron las instituciones consagradas a la ciencia, en la que las coronas y alguna nueva burguesía estaban interesadas.

No es extraño que libros creadores de la modernidad, como fueron algunos escritos de Galileo, se escribieran en lengua italiana. Aquí también la ciencia había empezado a escribirse en castellano (y en alguna otra lengua moderna), llegando a un público más amplio que el alcanzado por el latín. Había ya una tradición importante, que iniciaron los libros médicos en lengua vulgar dedicados a la higiene, los tratados de peste, o bien los manuales de enseñanza de los cirujanos romancistas o las comadronas. En esto la medicina compartió el paso con los dedicados a otras ciencias y técnicas, como la albeitería, o bien la ingeniería, la geografía o la náutica. También las matemáticas habían sido lugar de penetración de lenguas, como mostró Vicente Salavert para la aritmética práctica en el reino de Aragón. Benito Bails, con el estímulo de Jorge Juan, escribe sus libros de matemáticas en castellano para la Academia de san Fernando, que además se introducirán en la universidad, seguidos de los de Juan Justo García que estudiara Norberto Cuesta para la salmantina. En el siglo XVIII estas novedades tuvieron un rápido desarrollo, así en los colegios de cirugía que se inician en Cádiz en 1748 con la enseñanza de profesionales para la armada. Desde el origen de la dinastía francesa el interés por la medicina había sido importante, el mismo rey había luchado con ahínco contra su penosa melancolía, se rodeó de notables médicos y apoyó varias instituciones médicas y científicas. Sus primeros sucesores insistirán en esta senda.

La ciencia, desde luego, está cambiando de lenguaje. Esos términos antiguos de los grandes infolios, casi secretos o poco comprensibles, tienen que desaparecer para dejar paso a otros nuevos que puedan dar testimonio de la realidad y ser más ampliamente compartidos. Observación y experiencia deben ir acompañados de formas distintas de describir, dar resultados, plantear problemas… La influencia de Francia, nación puntera entonces en el campo científico, es muy grande. De allí vendrá una nueva nomenclatura química, que definitivamente cortará con la alquimia y la protoquímica. En manos de Lavoisier y otros sabios aparecerá la moderna terminología, asociada a los nuevos experimentos, basados en el análisis y pronto en la síntesis. Será recibida por Pedro Gutiérrez Bueno en Método de la nueva nomenclatura química. propuesto por M. M. Morveau, Lavoisier, Bertholet y de Fourcroy, a la Academia de Ciencias de París (Madrid, Antonio de Sancha, 1788). De manos de los revolucionarios franceses llegará además la propuesta de una forma distinta de medir, la longitud, el peso, el volumen, incluso el tiempo. Con una terminología basada en los idiomas clásicos -la cultura antigua fue admirada por la Revolución y el Imperio- aparecen el metro, el litro y el kilo, incluso un nuevo calendario, que tendrá menos éxito.

Al basar el metro en la longitud del cuadrante del meridiano terrestre, se podrá hablar de unas medidas que vienen de la naturaleza, otro polisémico concepto que también apasionará a quienes están cambiando la política, la ciencia y la cultura francesas y mundiales. Si en España las novedades de Lavoisier entrarán pronto, el nuevo sistema decimal de medidas -por sus amplias repercusiones sobre la sociedad- será de adaptación más tardía, habrá que esperar a los tiempos de la malhadada Isabel II. Pero muy pronto se hacen intentos, así con Gabriel Ciscar, quien fracasará queriendo una nomenclatura que se aleje de los clásicos y se apoye en el castellano, proponiendo así usar el “unal” o la libra, términos tradicionales. Los argumentos que se emplean son semejantes, pues se afirma que las novedades no solo vienen de la Francia aliada, sino de la naturaleza, permitiendo un universalismo que siempre fue caro a la ciencia. Desde luego fue París donde se guardaban los patrones de las nuevas medidas, que conocieron las naciones amigas.

En el prólogo al nuevo libro de Josefa Gómez de Enterría, recuerda Pedro Álvarez de Miranda que Julián Marías había preguntado a Pedro Laín Entralgo cuándo la medicina había empezado a ser efectiva. La respuesta fue que en el siglo XVIII. En efecto, en ese siglo se renueva con Hipócrates la medicina que aferraban las garras de los galenistas. Se practica ahora la observación, la experiencia, se descartan drogas inútiles y caras, incluso peligrosas como también lo fue la sangría. La cirugía conoce un avance importante, que se puede ver en los manuales de los colegios de cirugía. Las universidades se renuevan con la traducción de William Cullen por Bartolomé Piñera para las aulas de la facultad de medicina de Valencia. Y además se encuentra el método eficaz para terminar con la viruela. Hasta entonces, siguiendo antiguas técnicas indias o chinas, se conseguía prevenir con costras de variolosos, proceder peligroso desde luego. Ahora gracias a Edward Jenner se emplea el líquido que la enfermedad de las vacas producía, limitando el peligro. Fue una historia heroica de médicos y cirujanos, pero también de mujeres y niños. La expedición de Balmis y Salvany -que estudiaron Ramírez, Ballester y Balaguer, entre otros muchos, e incluso ha novelado Javier Moro- llevó la prevención a América y Asia. La vacuna ha sido precedente de muchas otras e incluso ha conseguido erradicar una enfermedad tan contagiosa y mortal como la viruela. Es el único éxito completo de la humanidad contra una enfermedad, la viruela tan peligrosa. Es además un ilustre antecedente de las luchas que con las vacunas se practica hoy ante la pandemia de COVID que está aterrorizando al mundo.

Pero a estas novedades ilustradas, se añadirán otras como las sulfamidas y sobre todo los antibióticos, que ya en el siglo XX conseguirán una medicina en verdad efectiva. Y, por su parte, en los dos pasados siglos la cirugía logrará vencer sus grandes peligros, el dolor, la infección y la hemorragia. Así, desde el siglo XVIII la medicina se transforma, en brillantes episodios que Luis Sánchez Granjel describió con cuidado. Es una época en que la revolución científica del siglo XVII se difunde, llegando a todo el mundo occidental y a más amplias capas de población. Surgen los colegios de cirugía, se reforman las universidades, muchos médicos y cirujanos se abren a las novedades que vienen de Europa y que permiten el florecer de la medicina. Hay nuevas especialidades, así la oftalmología, analizada por la autora, en manos de anatomistas y cirujanos, en buena parte procedentes de esos colegios quirúrgicos. Hay otras que merecen atención, como la psiquiatría. La traducción de la obra de Philippe Pinel, Traité sur la manie, permite ver cambios importantes en el léxico psiquiátrico. Algunos de esos términos de interés, se analizan por la autora, como el histerismo, mal considerado propio de mujeres.

En la obra se tiene en cuenta también el papel de médicos destacados, como Gaspar Casal, Andrés Piquer y Antonio de Gimbernat. Son médicos que gozaron del apoyo de los Borbones y que, aunque muy diferentes, muestran un talante ilustrado y renovador. Con apoyo en Hipócrates consiguieron una medicina que practicaba la observación y la experiencia y que buscaba remedios útiles y poco arriesgados. No dañar al paciente es el primer mandamiento del médico clásico, y también del ilustrado. Se encuadran estos personajes en un rico marco histórico que comienza en estas páginas en el siglo XVII, pasa por los Novatores, por el papel de los Borbones, de los colegios de cirugía, por la aceptación de las corrientes europeas, el surgimiento de especialidades y un rico proceso de divulgación. Enrique Perdiguero ha estudiado con detalle esta ampliación del público en el setecientos español. Desde luego se produce un cambio notable en la terminología médica como se muestra en esta obra, anteriores estudios habían abierto el camino. Cecilio Garriga y Bertha Gutiérrez han estudiado diccionarios, instrumentos tan útiles para las novedades lingüísticas. Juan Gutiérrez el nuevo sistema métrico decimal.

Nos muestra el libro que presento cómo el cambio del lenguaje científico acompaña al del saber médico y quirúrgico. Se presenta el corpus textual, seguido del lexicográfico y se nos indica que el criterio para seleccionar voces ha sido su carácter neológico, aunque se ha recogido algún otro término por su abundante uso en la literatura médica. Son lexemas en que destaca la formación culta con base en el fondo greco-latino, como es de esperar para la ciencia médica, tan atada a esta tradición clásica. Se señalan las características de un vocabulario en transformación, que la autora relaciona con interesantes momentos. Se insiste en el papel de la cirugía, y de especialidades como la oftalmología. Se plantea además la persistencia de voces antiguas y la aparición y triunfo de las nuevas. Es presentado el rico vocabulario, completando la obra la bibliografía y el índice de palabras.

Sin duda, era un momento de valiosa encrucijada entre la tradición griega y latina, las influencias extranjeras y el deseo de crear un vocabulario propio. Lo vemos muy bien en la figura de Andrés Piquer -que estudiara Vicente Peset, entre otros- cuando se debate entre defender el latín o conseguir libros castellanos que llegasen a un amplio público de especialistas. Se ve también en sus esfuerzos por traducir a Hipócrates, queriendo renovar el estudio del enfermo, pero también las palabras en sus traducciones y escritos. La ayuda de Gregorio Mayans fue indispensable. Así sus libros sobre lógica, física o las fiebres se redactan en la nueva lengua, que se está introduciendo en colegios quirúrgicos, en academias y más tarde en las aulas universitarias. No extraña que Piquer en el Prólogo de su Física moderna racional, y experimental (Valencia, Oficina de Pasqual García, 1745) se dirija a los médicos y afirme: “La he escrito en lengua Española, porque deseo que la entiendan todos, y porque juzgo que nuestra lengua a ninguna otra cede en limpieza, abundancia, y fuerza de expresión.” Pronto en 1807 Francisco Salvá y Campillo en su discurso inaugural de la escuela de medicina práctica -otra institución fundamental para la medicina y su expresión- demandará una revisión de la forma de denominar las enfermedades, siempre teniendo en cuenta el fondo latino y griego. Se preocupa de la descripción, delimitación y clasificación de enfermedades, en línea con Sydenham y su concepto de especie morbosa. También con el empirismo y el afán clasificatorio de la Ilustración. Viene entonces la guerra y con ella una nueva época.


Resenhista

José Luis Peset – IH-CCHS-CSIC. E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

GÓMEZ DE ENTERRÍA, Josefa. El vocabulario de la medicina en el español del siglo XVIII. Berna, Berlín: Peter Lang S. A.; Fondo Hispánico de Lingüística y Filología; Band. 31, 2020. Resenha de: PESET, José Luis. Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia. Madrid, v.73, n.2, 2021. Acessar publicação original [DR]

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