Historiografía, héroes provinciales y memoria colectiva/Andes. Antropología e Historia/2022

Los textos incluidos en este Dossier afrontan el complejo y poco frecuente desafío de analizar los modos en los que, desde tradiciones historiográficas, ensayísticas o desde los organismos comprometidos con la construcción de la memoria de distintos espacios provinciales se exploraron dimensiones sustantivas de los pasados locales. Debe señalarse, por otra parte, que articular la historia nacional con las historias provinciales constituyó uno de los desafíos centrales de quienes construyeron las primeras lecturas del pasado rioplatense a partir del mediados del siglo XIX. Estas lecturas otorgaron un lugar de privilegio a la acción desempeñada por las élites vinculadas al estado central. Esas primeras interpretaciones fueron construidas por líderes identificados con tradiciones liberales como Mitre quienes, en los primeros tramos de su trayectoria, protagonizaron fuertes conflictos y disputas con líderes provinciales. En este contexto debe subrayarse también que estos relatos construidos a partir de la década de 1850 mayoritariamente desde Buenos Aires exaltaron el papel de un núcleo de figuras ligadas justamente a la ciudad.

Este fue un rasgo que informó a la Galería de Celebridades Argentinas, publicada en Buenos Aires en 1857. La introducción a este conjunto de biografías de figuras vinculadas con los procesos revolucionarios fue escrita por Bartolomé Mitre quien incluyó allí a un grupo de “hombres notables, guerreros, estadistas, poetas”, cuya gloria era la “más rica herencia del pueblo argentino”. Este listado contemplaba en un lugar preeminente, a los principales jefes de la revolución, tanto civiles como militares. La Galería de Celebridades Argentinas era pensada, en este contexto, no tanto como una serie de biografías, ni siquiera como una obra esencialmente histórica sino como un “monumento erigido a nuestros antepasados que consagraron su vida y sus afanes a la felicidad y la gloria de la patria”. Sólo figuras de esta naturaleza, entre los que estaban incluidos además de Belgrano, personalidades como Rivadavia, San Martín, Florencio Varela o el general Lavalle, eran para Mitre acreedores a la gratitud de sus descendientes.

Pero estos personajes tenían también su contrapartida. Se trataba de aquellos que, por su conducta y sus acciones no merecían el reconocimiento de esos mismos descendientes. Encarnaban, además, valores diametralmente opuestos a los de los principales exponentes de la Galería. En el listado de los repróbos quedaron incluidos, prácticamente, todos los principales caudillos regionales de la primera mitad del siglo XIX: Aráoz, Ramírez, López, Aldao e Ibarra, entre otros. Artigas era calificado como el “Atila del Caudillaje”, Quiroga había sido el “flagelo de Dios en las provincias del interior”, Aldao era el “fraile apostata” e Ibarra, “el cacique feroz, inmortal como Iván el terrible por sus crímenes y crueldades inauditas”. Estos personajes inspiraban “horror”, pero servían para “realzar hermosas figuras de los que se han hecho célebres por sus servicios, sus virtudes, o trabajos intelectuales[1].

En este contexto habría que introducir también referencias al impacto que, en la perspectiva del caudillismo introdujo la obra de D.F. Sarmiento. Unos años antes de la publicación de la Galería, en la que intervino con una sucinta biografía de San Martín, Sarmiento había publicado el “Facundo” que contaría con varias ediciones posteriores. Sumaría más tarde a esta obra sus escritos sobre Aldao y Peñaloza a la hora de analizar los liderazgos provinciales. Uno de los aspectos singulares de su perspectiva era que, a diferencia de la visión centrada fundamentalmente en las vicisitudes políticas y de los estados-como sucedía sobre todo en los primeros escritos de Mitre-, construía una explicación del poder del caudillo articulada con el análisis de las formas de sociabilidad propias de las campañas sudamericanas. Como señala Hernán Fernández, el surgimiento y accionar de los caudillos respondía, para Sarmiento, a los modos de sociabilidad característicos de las regiones que habían integrado el antiguo Virreinato del Río de la Plata. En los caudillos, destaca Fernández, había condensado Sarmiento las trabas que era necesario suprimir para fundar una República, “a la altura de los canónes de la civilización”. Así, a partir de su concepto del caudillismo, procuraba excluir a los sectores que no comulgaban con las prácticas políticas propias de la República Liberal. Una tradición que pondría el centro de la interpretación del caudillismo en el estudio de las formas de construcción de liderazgos políticos sobre las masas rurales se expresaría contemporáneamente en las obras de Lucas Ayarragaray y José M. Ramos Mejía[2].

La lectura de Sarmiento, pero sobre todo las primeras interpretaciones de Mitre, tuvieron un impacto duradero en la historiografía argentina posterior. Debe señalarse, de todas formas, que Mitre relativizó algunos de estos juicios extremadamente peyorativos sobre varios de los caudillos en las ediciones posteriores de su “Historia de Belgrano y la independencia argentina”. Pero la perspectiva crítica, fundada entre otros aspectos, en la naturaleza segregacionista de la acción de los caudillos en relación con el proyecto de consolidación de una preexistente nación argentina, siguió vigente en las obras de figuras influyentes en la vida cultural del país y de su historiografía como Vicente Fidel López. También estas perspectivas negativas sobrevivieron en diversas versiones de la manualística tanto escolar como la que utilizaban los estudiantes de Historia o Derecho Constitucional, en las Facultades de Derecho, muchos de los cuales formarían parte, más adelante, de las elites políticas de fines del siglo XIX y principios del XX.

Las primeras crónicas que surgieron en los espacios provinciales desde mediados del siglo XIX adoptaron perspectivas en alguna medida similares a los que informaban al prólogo de la “Galería…” o los escritos de Vicente Fidel López o a los juicios que podían desprenderse del Facundo. En estos primeros escritos la reflexión sobre el pasado se articulaba con dimensiones ensayísticas y literarias, aunque estas interpretaciones privilegiaron más bien vertientes políticas que sociales o culturales como había hecho Sarmiento. El caso de Tucumán, analizado en el escrito de Facundo Nanni constituye un caso paradigmático al respecto. En 1882 el francés Paul Groussac publicó el Ensayo histórico sobre el Tucumán. El texto se inscribía entre los primeros intentos de los gobiernos locales por hacer conocer a la provincia dentro y fuera de los límites nacionales. Allí se propuso una interpretación de la historia de Tucumán que contenía una perspectiva particularmente crítica de la figura del principal caudillo local Bernabé Aráoz. El cuestionamiento al caudillo que es posible encontrar en la obra de Groussac era compartida por diversos cronistas y obras surgidas en diferentes espacios locales durante esos años como lo señala, por otra parte, Esteban Brizuela en sus análisis de los derroteros que siguió en Santiago del Estero la consideración del principal exponente del caudillismo local de la primera mitad del siglo XIX, Felipe Ibarra.

Así, las primeras lecturas del pasado construidas desde los principales centros políticos del interior y el litoral durante estos años coincidían, sobre todo, en relación con la valoración de la figura y la acción de los caudillos con los juicios vertidos en las primeras interpretaciones del pasado nacional construidas por Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. De todas formas, debe señalarse que esta perspectiva comenzó a ser cuestionada durante los primeros años del siglo. En 1903, el profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, David Peña, pronunció una serie de conferencias en el marco de un curso dictado en la institución, reivindicando la figura de Facundo. La crítica a los juicios que animan la obra de D.F. Sarmiento en las conferencias de Peña era muy evidente. Las conferencias y luego la publicación de éstas en 1906 en un volumen tuvieron un notable impacto público[3]. La incorporación de Peña, poco después, a la Junta de Historia y Numismática Americana, que se convertiría más tarde en la Academia Nacional de la Historia generó una intensa discusión centrada, sobre todo, en su condición de autor de esta reivindicación de la figura de Facundo. Pero por ese entonces las perspectivas críticas sobre la acción de los caudillos comenzaban a modificarse tanto en el ámbito nacional como en el provincial. Las iniciativas desplegadas desde la Sección de Investigaciones Históricas, luego transformada en el Instituto de Investigaciones Históricas, asentado en la misma Facultad en la que David Peña dictó sus clases sobre Facundo y que se dirigían a la reconstrucción de diversos aspectos de la historia provincial así lo muestran. La obra de Emilio Ravignani, director del Instituto, se orientó, entre otros aspectos, a proponer una nueva lectura del pasado nacional que reconocía, en un primer plano, los aportes institucionales de las provincias, de los caudillos y, en alguna medida también, de Juan Manuel de Rosas a la construcción del orden político que había cristalizado en la sanción de la Constitución de 1853. En este marco, puede mencionarse también la aparición de la obra de Ricardo Rojas, La Argentinidad, publicada en 1916, en la que, a diferencia de Mitre y López, proponía una lectura de los orígenes de la Nación Argentina, no desde Buenos Aires, sino desde la llamada “Intendencia del Norte”.[4]

Por otra parte, desde finales del siglo XIX una nueva dinámica cultural e intelectual comenzaba a impregnar la vida de diferentes provincias argentinas. En algunos casos, esta sería estimulada y fortalecida por la creación de institutos universitarios como sucedería en Santa Fe, desde 1890 y en Tucumán desde 1912. Estos se sumaban a los Colegios Nacionales creados a partir de la década de 1860 que desde sus orígenes conformaron también focos relevantes de desarrollo cultural. Ya por entonces es posible encontrar ensayos de construcción de nuevas lecturas del pasado local en los escenarios provinciales. Estas se construyeron, además, en una etapa crítica del vínculo entre el estado nacional y las provincias. La crisis del sistema federal, expresada entre otros factores a partir de las frecuentes intervenciones ordenadas por el gobierno nacional, agudizadas desde fines de la etapa conservadora y sobre todo durante el primer gobierno radical constituyeron el telón de fondo de la aparición de una nueva literatura sobre la realidad contemporánea e histórica de las provincias.

Los primeros años del siglo asistieron a la formulación de nuevas interpretaciones e imágenes del pasado desde los principales centros urbanos e intelectuales del interior y el litoral del país. En algunas provincias, la trayectoria de varios de los principales caudillos comenzó a ser explorada bajo diferentes perspectivas en el contexto, además, de una fuerte reivindicación del papel jugado por los estados locales en la construcción del estado argentino. Un caso particularmente significativo, en este sentido, puede advertirse en la obra del historiador cordobés Julio Rodríguez quien dedicó un espacio central al análisis de la figura de Juan Bautista Bustos quien había sido caracterizado por sus adversarios como el jefe de un gobierno despótico y arbitrario. Para Rodríguez, Bustos, el principal caudillo cordobés, se había visto obligado a lidiar con las limitaciones propias de su tiempo y, en ese marco de “desquicio general” se había esforzado por crear instituciones modernas e instaurar un orden signado por el respeto a las garantías cívicas. En este contexto, Rodríguez reservaba un pasaje especial para el análisis del papel que Bustos había concedido a la educación popular. En este marco resaltaba sobre todo el decreto por el cual había creado la Junta Protectora de Escuelas[5].

En algunos casos también se ofrecía una nueva lectura general del período en el que los caudillos habían desempeñado un papel protagónico en la vida política. La interpretación del período abierto en 1820 a partir de la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie fue cuestionada por el historiador santafesino Manuel Cervera. La extrema violencia que había caracterizado esta etapa encontraba su explicación, en principio, en la conducta y política inspirada por los hombres de Buenos Aires. De ese modo reforzaba su firme defensa de las tradiciones autonómicas locales. El terror había constituido, desde la perspectiva de Cervera, un elemento central de la dinámica política de las guerras civiles común por otra parte, a unitarios y federales[6].

En alguna medida, la nueva perspectiva que introdujo el historiador tucumano Juan B. Terán en el análisis de la figura de Aráoz es también expresión de este nuevo clima. El caudillo había desempeñado en este período un papel central en la conservación del tejido social. El análisis de la figura de Aráoz era particularmente ilustrativa ya que había declarado en 1820 la instauración de la denominada “República del Tucumán”. Tal vez, desde esa perspectiva, podía ser considerado un ejemplo clásico del caudillo segregacionista. Pero el razonamiento de Terán se inclinaba hacia la negación de las aspiraciones independentistas de Aráoz cuya acción, finalmente, no se había sostenido nunca en la idea de la ruptura de la nacionalidad argentina[7]. Las reflexiones de Facundo Nanni sobre la obra de Terán y sus juicios sobre Aráoz muestran con claridad su alejamiento de las perspectivas más radicalmente críticas del caudillismo en el contexto de una obra signada, entre otros aspectos, por una defensa de los valores hispano-católicos.

Sin embargo, habría que relativizar también la idea de un cambio sustantivo en la evaluación del caudillismo desde las provincias. El historiador sanjuanino Nicanor Larrain consideraba al año 1820 como el inicio de una etapa signada por la anarquía y el desorden en su obra El País de Cuyo, publicado en el año 1906. La diferenciación entre los héroes de la independencia y los caudillos constituyó uno de los ejes de su interpretación de la historia cuyana. La escuela de los caudillos conformaba, desde su perspectiva, un sistema de gobierno antagónico por esencia a los derechos y libertades del ciudadano. Así, para Larrain, esta época se asociaba al predominio del fanatismo religioso heredado de la etapa colonial y que había contribuido de manera decisiva al atraso y decadencia de la provincia.[8]

El análisis de la obra del historiador santiagueño Andrés Figueroa es también particularmente significativo en este contexto. En 1920 publicó una obra consagrada al análisis del surgimiento de la autonomía de la provincia. Insistió en subrayar allí el carácter nacional, antisegregacionista y patriótico de dicha declaración. Sin embargo, aunque defendía desde esta perspectiva a su provincia, no hacía lo mismo con la figura de su principal líder. El gobierno provincial había caído por entonces en manos de un caudillo “déspota y cruel” como Felipe Ibarra[9]. De este modo, negaba Figueroa, en su obra de claro tono anticaudillístico, toda posibilidad de rehabilitación de la figura del líder provincial. Una perspectiva similar informaría las obras de Baltasar Olachea y Alcorta y Alfredo Gargaro como lo señala aquí Esteban Brizuela.

En los años treinta un nuevo capítulo de la historia de la historiografía se abriría con la aparición de las primeras expresiones del movimiento que se conocería luego con el nombre de revisionismo histórico. Así se fue esbozando una lectura que contradecía los postulados de una supuesta historia oficial a la que se consideraba como falsificada como ha señalado Julio Stortini[10]. Como destacaría Tulio Halperín, la idea era también ofrecer el aval de la historia para el cuestionamiento de la Argentina del presente[11]. A la vez esta crítica del presente se estructuraba a través de dos motivos centrales. Por un lado, el rechazo a la democratización política y por otro, la denuncia del modo de inserción de la Argentina en el mundo a través de la relación establecida con Gran Bretaña. El revisionismo abarcó a un conjunto de figuras que, en la construcción de sus relatos sobre la historia argentina, diseñaron a menudo lecturas con notables diferencias entre sí. Pero, sin duda, la reivindicación de varios de los principales caudillos provinciales y sobre todo de la figura de Juan Manuel de Rosas constituyeron motivos comunes a muchas de las obras que se inscribieron en esta tradición. De todos modos, como ya señalamos, postulados de este tipo habían sido ya sostenidos, tanto en el ámbito porteño como en el de distintas provincias por historiadores y cronistas que, a diferencia de gran parte de los revisionistas, seguían identificándose con los idearios liberales y democráticos más tradicionales.

Originado entonces entre fines de la década de 1920 y principios de los 30, en torno al nacionalismo conservador, desde los años 60, el revisionismo amplió su base, como señalara Tulio Halperín, al influjo de los procesos de radicalización política y peronización de los años sesenta y de influencias como las derivadas del impacto local de la revolución cubana. Durante esos años, la recuperación y reivindicación de las luchas asumidas por los caudillos provinciales-Varela, Peñaloza, López Jordán- se convirtieron en núcleos temáticos con los que se identificó una parte significativa del movimiento. El clima de los años sesenta se tradujo en la aparición de nuevas perspectivas. En este contexto, llegaría la reivindicación de la figura de Felipe Ibarra en el ámbito santiagueño a través de la obra de Luis Alen Lascano como lo señala Esteban Brizuela.

Las nuevas lecturas de los años sesenta estuvieron fuertemente articuladas con las transformaciones políticas que la Argentina experimentó ya desde principios de la década anterior. Como muchas de las principales figuras de la historiografía local, Alen Lascano era también un actor relevante de la vida política de su provincia. En los últimos años del siglo XX y principios del XXI, la figura de Ibarra fue recuperada en un contexto de cambios políticos significativos y como parte de un intento de construir una nueva memoria y una nueva lectura de la historia provincial. Los usos políticos del pasado constituyeron, obviamente también, una dimensión relevante de la vida pública local. El texto de Luciana S. Di Marco muestra la forma en que los modos de celebración de la batalla de Salta se modificaron a lo largo de la primera mitad del siglo XX y, en particular, a partir del ascenso del peronismo. Un tiempo antes estas conmemoraciones fueron tensionadas por la aparición de nuevos actores tanto sociales como políticos que pasaron a ejercer un protagonismo central en la vida de la provincia y que llevaron a modificar de modo sustantivo esas mismas formas.

En definitiva, los textos aquí incluidos dan cuenta, de un modo diverso y fragmentado, pero preciso y profundo de los itinerarios en que fueron pensadas las trayectorias provinciales, la de sus líderes y los modos en que una parte de sus élites se apropiaron de ese mismo pasado.


Notas

[1] Mitre, Bartolomé (1942) [1857), “Introducción a la Galería de Celebridades Argentinas”, en Obras Completas de Bartolomé Mitre, Edición ordenada por el H. Congreso de la Nación Argentina, Buenos Aires, Vol. XI, pp. 19.23.

[2] Ramos Mejía, José María (1899), Las multitudes argentinas, Buenos Aires, Félix Lajouane y Cia editores; Ayarragaray, Lucas (1904), La anarquía argentina y el caudillismo, Buenos Aires, Félix Lajouane y Cia editores.

[3] Peña, David (1906), Facundo, Buenos Aires, Imprenta y casa editora de Coni Hermanos.

[4] Rojas, Ricardo (1916), La Argentinidad, Buenos Aires, Imprenta López.

[5] Rodríguez, Julio (1907), Sinopsis histórica de la Provincia de Córdoba, Buenos Aires, Imprenta y casa editora de Adolfo Grau.

[6] Cervera, Manuel (1907), Historia de la ciudad y Provincia de Santa Fe, Buenos Aires, La Unión de Ramón Ibáñez.

[7] Terán, Juan (1910), Tucumán y el norte argentino, Buenos Aires, Coni Hermanos.

[8] Larrain, Nicanor (1906), El País de Cuyo, Buenos Aires, Juan Alsina.

[9] Figueroa, Andrés (1924), La autonomía de Santiago del Estero, Santiago del Estero, Fortunato Molinari.

[10] Stortini, Julio (2015), “Fervores patrióticos: monumentos y conmemoraciones revisionistas en la historia reciente”, en Eujanian, Alejandro, Pasolini, Ricardo y Spinelli, M. Estela, Episodios de la cultura histórica argenitna. Celebraciones, imágenes y representaciones del pasado. Siglos XIX y XX, Buenos Aires, Editorial Biblos, pp. 85-103.

[11] Halperín, Tulio (1970), El revisionismo histórico argentino, Buenos Aires, Siglo XXI.


Organizador

Pablo Buchbinder – Instituto De Historia Argentina Y Americana E. Ravignani UBA-CONICET. E-mail: [email protected]


Referências desta apresentação

BUCHBINDER, Pablo. Introducción. Andes. Antropología e Historia. Salta, v.33, n.2, jul./dic. 2022. Acessar publicação original [DR/JF]

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