Jorge Edwards. Custodio de la memoria | María del Pilar Vila

“El libro gira en torno al valor que Edwards le da a la memoria” dice María del Pilar Vila y sintetiza para el lector el espíritu de este ensayo al que Roberto Hozven define en su presentación como “un buen texto crítico” que “se va solo en la lectura”.

En el primer capítulo, “Los fantasmas de Edwards”, la autora relata un trayecto que da cuenta de los derroteros y la exhaustividad de su búsqueda para finalmente delimitar su corpus de análisis, constituido por los relatos ficcionales publicados desde 2003, las crónicas y las cartas disponibles en el Departament of Rare Books and Special Collections, Princeton University Libraries de la Universidad de Princeton, Nueva Jersey, Estados Unidos. Para fundamentar su elección describe los núcleos medulares de la escritura de Edwards, lo que le permite afirmar que se trata de “series fuertemente imbricadas” y enunciar su própósito de “indagar acerca de estas cuestiones a la luz de cambios sociales y políticos producidos en el campo cultural latinoamericano” (18)

Luego, a partir de la hipótesis de pensar el conjunto de la obra como autobiográfica, revela las categorías que orientaron el estudio, las distintas líneas teóricas sobre la autobiografía, para detenerse en la memoria. Aquí introduce el concepto de autoficción y el de espacio biográfico en el que, según propone, “se inscribe la obra del chileno” (24). Finalmente, hace referencia a las discusiones en torno al carácter genérico de las cartas.

Otro aspecto que la autora toma en consideración es el vínculo de Edwards con escritores, críticos y editoriales. En este punto se detiene en la correspondencia que el escritor chileno mantuvo con Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa, los dos archivos más extensos de los que dispone. En esta misma línea de trabajo, puntualiza interesantes argumentaciones sobre el intercambio epistolar con José Donoso, Ángel Rama, Nicanor Parra, Emir Rodríguez Monegal y Guillermo Cabrera Infante.

En las cartas, Vila observa datos vinculados con cuestiones personales y referencias a experiencias profesionales y privadas, aunque llama la atención acerca de que “[e]n el caso de la correspondencia entre intelectuales se está en presencia de un archivo viviente del tiempo de quienes las envían y las reciben porque aportan una serie de datos que remiten a comportamientos sociales, disputas intelectuales y polémicas públicas y privadas” (27). En este sentido, su conclusión es precisa y contundente: estos escritos “[i]mplican un diálogo diferido, una escritura presente para ser leída en el futuro” (27).

Luego, en orden a su explicita intención de establecer siempre un diálogo con la obra narrativa del chileno, Vila afirma que “[…] la carta puede ser leída como una suerte de documento que en algún sentido subyace-en ocasiones solapadamente-en el conjunto de la obra literaria.” (28). En este aspecto su pensamiento se encuentra en sintonía con el mismo escritor quien las había reconocido como “una notable creación literaria” (34) y como complemento de una obra.

En el segundo capítulo, titulado “En busca de Jorge Edwards”, María del Pilar Vila reafirma la idea de que “La recurrencia a lo autobiográfico y su proyección a lo autoficcional es algo así como el eje del proyecto creador de Edwards […]” (40). Esta premisa junto a la hipótesis de que “El valor que otorga a su memoria es el soporte sustantivo que lo guía para materializar el objetivo de leer y releer su historia personal y la de su país” (42), habilitan el trazado de un mapa de lectura de la obra narrativa del escritor chileno. Este itinerario da cuenta de las experiencias del escritor y de las operaciones narrativas en las que sustenta la reflexión sobre sí mismo. La autora sentencia que “La casi totalidad de sus novelas y cuentos se entrelazan con explícitas alusiones al modo en que se piensa en ocasiones como personaje y en otros momentos da cuenta del proceso de escritura” (52) y lo demuestra con acertadas lecturas que con solvencia transitan los diferentes textos desde los más recientes hasta las publicaciones más remotas en el tiempo.

En su conclusión agrega que en su proyecto literario también se hallan “sus fantasmas: el orden y el desorden; las deudas familiares; la escritura en cuanto desafío y su inicial colocación marginal en el campo latinoamericano; los personajes que lo acompañaron en su prolífera tarea de escritor y su mirada de América frente a Europa” (62).

En el tercer capítulo, “Tras los miembros de la tribu”, la lectura de Vila focaliza en un primer momento dos obras: El descubrimiento de la pintura y La última hermana. En ellas reconoce que traen a la escena ficcional el mundo y la historia familiar. Observa la autorreferencialidad y señala cómo Edwards presenta su historia de vida y cómo es que algunos personajes le permiten pensarse también a sí mismo como un personaje de novela. Puntualiza la aparición de una veta historicista que puede darse el lujo de alejarse del rigor de la historia “al recurrir a la ambigüedad ficcional a partir de la apelación al lector” (67).

En un segundo momento, la autora pone su atención en Los círculos morados para demostrar el peso que le otorga a la unión de autor y personaje y así recuperar los recuerdos. También muestra que los acontecimientos narrados constituyen un gesto “que se inscribe en la línea de no dejar que el secreto le gane a la vida…Es, además, un acto de reivindicación de su posición de escritor que está mas allá de esas restricciones y controles para pensarse a sí mismo como alguien que en el presente puede decir lo que estuvo prohibido y dar las razones de ello” (71). A la vez, Vila destaca cómo el escritor chileno refiere su enfrentamiento familiar al dejar el lugar social asignado para concluir que las estrategias discursivas se direccionan a reconfigurar su árbol genealógico para proteger su condición de escritor. Un escritor que se presenta como una figura que se sostiene con el camino de sus lecturas, en el que no está ausente su generación de pertenencia, y una escritura que no puede alejarse de otras artes al punto que la pintura comienza a convertirse en una temática recurrente.

Finalmente, María del Pilar Vila centra su análisis en Esclavos de la consigna. Memorias II. Sus reflexiones se desarrollan a partir de interrogantes que motorizan una respuesta conjetural, ampliamente demostrada más tarde con el estudio de la obra y que podría sintetizarse en un claro enunciado “[…] en esta etapa de su vida asume el papel de la voz de un tiempo y se construye, por un lado, como una suerte de sobreviviente de una generación, y por otro, como quien participó y participa activamente del entresiglo” (79).

En el cuarto capítulo, titulado “Los ensayos y las crónicas”, asume que estos géneros muestran la determinación por hacer del yo el centro de su escritura. Un acierto de la autora es haber planteado una batería de preguntas que invitan a la reflexión y reclaman un lector activo, como “¿Se puede escapar de la pedantería y el dogmatismo cuando el eje es un yo claramente identificable con quien firma sus trabajos?” (89). Aunque su mayor mérito es el exhaustivo estudio en el que desfilan crónicas y ensayos de distintos años. No abandona el dialogo con su obra de ficción, ni tampoco con las cartas, en las que encuentra otros nombres relevantes además de Vargas Llosa, como Carlos Fuentes y Julio Cortázar, cuyas opiniones, según declara la autora, eran valiosas para Edwards, aún cuando en sus últimos libros se revela que esas relaciones nunca fueron lineales. Asimismo, Vila se ocupa de presentar la tardía declaración del escritor chileno, sobre Roberto Bolaño En este trayecto, según concluye, “[…] va construyendo una tribu […] se dirige a la consolidación de un panteón Esta operación deja a las vistas cuáles son los nombres con los que compite Edwards: los vivos, cautelosamente silenciados, y los mitos revisados desde su singular mirada” (109).

“Cerrando el ciclo”, el último capítulo, recupera con precisión las ideas más potentes que han enhebrado el desarrollo de este estudio y concluye con una reflexión que evoca la intención y el espíritu de su libro: “Es el pasado el que debe ser puesto en crisis para dar paso a nuevas consideraciones y es el futuro el que debe interpretar e interpelar, desde otro ángulo aquellas cuestiones incrustadas en el ámbito cultural y político de América Latina” (114).

Este estudio está acompañado de un Anexo que ofrece generosamente al lector la posibilidad de acceder a las cartas que se mencionan en el cuerpo del libro y que también han representado una ardua búsqueda para la autora.

Sin duda, el trayecto trazado por Vila da cuenta del conjunto de la obra de Jorge Edwards y promueve un estimulante diálogo con la literatura latinoamericana.


Resenhista

Adriana Goicochea – Centro Universitario Regional Zona Atlántica – Universidad Nacional del Comahue. Argentina. E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

VILA, María del Pilar. Jorge Edwards. Custodio de la memoria. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Biblos, 2021. Resenha de: GOICOCHEA, Adriana. Revista Pilquen. Sección Ciencias Sociales, v.25, n.1, p. 150-154, ene./mar. 2022. Acessar publicação original [DR/JF]

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