La huelga del Río Blanco (1907-2007) | Bernardo García Díaz

Así como para nosotros el año pasado estuvo cruzado por las actividades orientadas a recordar y conmemorar los cien años de las masacre de la Escuela Santa María de Iquique, las que entre múltiples congresos, seminarios, foros y debates contaron además con la aparición de variadas publicaciones y otras por venir, –parafraseando a John Womack, prologuista del texto presentado– el nuestro “…no fue el único país donde hace un siglo tuvieron lugar conflictos que resultaron violentos, sangrientos, entre capitalistas protegidos por su gobierno y obreros defendiéndose como podían”, ya que en México asistieron a un centenario de características similares, y tal cual como nosotros clausurábamos el año con la masacre de diciembre, ellos hicieron lo propio al iniciar el 2007 conmemorando uno de los hitos considerados fundantes del movimiento obrero mexicano: la masacre que marcó el fin de la huelga textil de Río Blanco del 7 de enero de 1907.

En ese contexto, el libro editado por Bernardo García Díaz nos presenta siete artículos relativos a las características del movimiento huelguista desplegado por los obreros textiles mexicanos entre fines de 1906 y principios de 1907, y cuyo eje se articula en torno a la violenta jornada del 7 de enero y la posterior represión desplegada por el gobierno de Porfirio Díaz para reestablecer el orden y, con ello, dar por tierra con las aspiraciones del movimiento obrero textil. De ellos, los seis primeros artículos nos acercan a las condiciones económicas, políticas y sociales que se desenvuelven en el área y que dieron paso a la organización obrera en el valle de Orizaba (en el Estado de Veracruz), zona en el que se encontraban las mayores y más modernas industrias textiles del país y que constituía –desde la segunda mitad del siglo XIX– la Manchester de México, para desde ahí caracterizar el desarrollo del movimiento huelguista en esta zona, e intentar explicar por qué acabó siendo reprimido tan brutalmente, con más de un centenar de obreros asesinados y otros tantos encarcelados y perseguidos. Para ello cuenta con las aportaciones de Moisés González Navarro, “Río Blanco. Epílogo sangriento”, que constituye un fragmento del primer trabajo académico referido a la masacre y que se publicara originalmente en 1957, donde junto a narrar los acontecimientos, se centra en los primeros esfuerzos por lograr una organización obrera y en el carácter de la represión. Le sigue una contribución en coautoría de Aurora Gómez Galvarriato y el propio García Díaz, titulada “El escenario industrial” y que formaba parte de un trabajo mayor sobre la industria textil de la zona y que se publicara originalmente en el 2000. En él, se describe la temprana vocación textil del Valle de Orizaba y el proceso de modernización industrial que vivió durante la segunda mitad del siglo XIX.

Les sigue el interesante artículo “De operario a obreros: la organización laboral”, de Aurora Gómez, el que corresponde a una adaptación de parte de su tesis doctoral (2000) y en que caracteriza el tipo de trabajadores llegados a las fábricas del Valle y las formas organizativas que a partir de ellos se fueron desarrollando. Luego, en uno de los artículos más sugerentes de la recopilación, “Metodistas y Magonistas” de Jean-Pierre Bastián, también basado en su tesis doctoral (publicada en 1987), el autor analiza la relación existente entre la actividad pastoral metodista en la zona y sus contactos con el perseguido Partido Liberal Mexicano en el surgimiento de la necesidad de organización obrera, hasta llegar a la generación de sus primeras organizaciones. A continuación, “La huelga de Río Blanco” de Rodney D. Anderson (parte de un trabajo mayor publicado en 1976), analiza en paralelo las situaciones vividas por la naciente organización obrera en Orizaba y Puebla, en el contexto de los esfuerzos desplegados por Porfirio Díaz por intervenir en el panorama de las relaciones industriales y cooptar –tempranamente– al mundo obrero. Posteriormente, en un trabajo del editor –originalmente publicado en 1997– “La revuelta del Río Blanco”, se describen pormenorizadamente los acontecimientos que rodearon la masacre obrera del 7 de enero. Cerrando la edición, el artículo –originalmente publicado en 1991– de Leticia Gamboa Ojeda, “La huelga textil en Atlixco, Puebla”, analiza una situación histórica paralela a la de Río Blanco, la de Atlixco, lugar donde el movimiento obrero no estuvo asociado, en su desenlace, a la violenta represión vivida en Orizaba, aunque igualmente acarreó con la desarticulación del movimiento obrero local.

En su origen, esta publicación no se construye sobre nuevas investigaciones, sino que pretende reunir información relativa a los acontecimientos que conmemora y que se encontraban dispersos, tanto en trabajos mayores como en revistas. Lo que responde a un objetivo bastante modesto según el editor, pero que a nuestro juicio posee un gran alcance. Para Bernardo García, este esfuerzo editorial busca dar a conocer los tristes sucesos de enero de 1907, orientándose a preservar en la memoria de las actuales generaciones la etapa formativa del movimiento obrero mexicano. Objetivo que se haría necesario debido a que estos acontecimientos –y también el proceso histórico mayor de que dan cuenta– han tendido a ser minimizados frente al rescate permanente que tanto la sociedad como los historiadores despliegan para recordar los días de la Revolución, el que comparativamente llevaría a configurar un cuadro de relativo abandono, desde los años setenta en adelante, respecto a la historia del movimiento obrero mexicano. Razón más que significativa y por la cual valdría la pena recordar cómo los trabajadores textiles lograron sobreponerse a un contexto marcado por condiciones de vida adversas y libertades coartadas, provenientes tanto de las relaciones laborales como por la dinámica represiva vigente bajo el porfiriato. Convirtiéndose de paso en el mayor aporte del texto en su conjunto, pues se concentra en presentarnos las múltiples características que revistieron los esfuerzos desplegados por los obreros de Orizaba para enfrentar sus necesidades y defender sus derechos en un clima social, económico y políticamente adverso, tanto a nivel de su organización, que llevaría –muy de la mano del Partido Liberal Mexicano– a la formación del Gran Círculo de Obreros Libres (GCOL), como de la movilización, reflejado en los análisis de la huelga y del alzamiento de la jornada del 7 de enero. Asimismo, la edición resulta interesante también porque en ella se encuentran estudios realizados en diferentes épocas de la historia mexicana, por lo que, no solo nos permite tener una visión general de los acontecimientos, sino que nos otorga la posibilidad de analizar una relativa diversidad de interpretaciones y su contexto específico de producción.

De esta forma, en un México que hacia principios del siglo XX era eminentemente agrícola y, por lo mismo, cruzado por los conflictos agrarios y cuyo hito más significativo lo constituiría la Revolución de 1910, la edición de Bernardo García nos presenta un México moderno, industrial e inserto en las dinámicas del capitalismo mundial, gracias al sostenido auge que se venía dando durante el siglo XIX en la industria textil veracruzana, que hacia la última década de ese siglo lo situó en la vanguardia industrial latinoamericana. Por ello, si bien situándose en torno a la huelga y su fatídico desenlace, el texto nos presenta el desarrollo y consolidación de un proceso que desencadenará en la formación de nuevas clases sociales y por ende, la visualización de los conflictos y contradicciones entre éstas. Lo que nos pone también ante la presencia de un nuevo sujeto, hasta entonces ausente de la historia mexicana, el obrero. Según Bernardo García, se trata de un sujeto inmigrante a la zona de Orizaba, que llegado ahí en busca de trabajo, trajo inevitablemente consigo sus costumbres y modos de actuar. Para el autor, el hecho de que los obreros de Orizaba provinieran de otras regiones del país explicaría en gran medida las acciones de violencia desplegadas el 7 de enero de 1907, pues para él corresponden a expresiones propias de una cultura inestable, donde la improvisación era frecuente. Con ello, si la huelga textil permitiría hablar en propiedad de que los obreros de Orizaba habían iniciado su proletarización, su expresión final, traducida en el rechazo al laudo de mediación decretado por el mismo Porfirio Díaz –aun cuando José Morales (líder del Gran Círculo de Obreros Libres, GCOL, de Orizaba) lo había aceptado públicamente–, el no retorno a las labores impidiendo, además, que otros compañeros lo hicieran, y sobre todo el asalto e incendio de las tiendas de raya y la liberación de presos, demostrarían lo incompleto de este proceso en una de las zonas de mayor presencia industrial. Para el autor, este obrero representaba aún un pasado cultural que en cierta medida contradice su destino, elemento con el que explica las acciones arcaicas desplegadas por los huelguistas de Río Blanco. Sería, por tanto, la persistencia de rasgos peonales entre los obreros de Río Blanco lo que los hizo marchar como una multitud entre una y otra fábrica, dejando a su paso una serie de saqueos e incendios, y que serviría de excusa para los dos días de masacre desplegadas por el Ejército, el que actuó bajo las órdenes del propio Porfirio Díaz. De acuerdo a Bernardo García, estamos en presencia de contradicciones evidentes en las formas de organización obrera, porque aun estando en medio de un escenario industrial, altamente moderno, la carga cultural –tradicional– de los obreros de Orizaba dificultará las relaciones entre éstos y sus propios líderes. Por el contrario, en otra zona industrial cercana, e igualmente implicada en este proceso de reivindicaciones obreras (Atlixco), el desarrollo del movimiento se dio de una forma muy distinta. Acá no hubo saqueos ni incendios, pues los obreros aceptaron el laudo propuesto por Porfirio Díaz como mediación del conflicto y regresaron prontamente a las labores.

¿Cómo explicar entonces las irrupciones violentas de los obreros de Orizaba, las cuales fueron las únicas desplegadas a lo largo y ancho de un México convulsionado? Si bien la hipótesis planteada por García, en la cual se destaca el carácter inmigrante de los obreros de Río Blanco en función de su origen campesino e indígena, lo que nos explicaría tanto la desconfianza desplegada por los obreros hacia sus lideres como las acciones violentas ocurridas el 7 de enero, es preciso considerar los datos entregados por Aurora Gómez, quien en cierta medida contradice –en la misma edición– esta posible respuesta. Contrariamente a lo desarrollado por García Díaz, esta autora nos demuestra que el porcentaje de inmigrantes campesinos e indígenas no era tan significativo, sobre todo considerando que la mayoría de los obreros llegados a Orizaba provenían de otras fábricas de la región. Para Gómez, los obreros de Río Blanco no habían comenzado aquí su camino a la proletarización, muy por el contrario, ya estaban acostumbrados a las formas de vida industriales desarrolladas en las villas cercanas a las fábricas. Así, la autora sostiene que no se trataba mayoritariamente de campesinos, sino más bien de hombres acostumbrados a trabajar con máquinas y en dinámicas laborales signadas por las impersonales relaciones industriales.

Por otra parte, los obreros de Orizaba tampoco estaban tan ajenos a las formas de organización obrera como sostiene el editor, pues muchos de ellos –llegando a casi el 60% de acuerdo a los índices entregados por Gómez– correspondían a una segunda generación de obreros, quienes por esta misma situación estaban familiarizados con ciertos elementos de asociación y de protesta organizada, razones por las cuales no resultaría extraño que fuera en el mismo valle de Orizaba desde donde se inicia la propia organización del Gran Círculo de Obreros Libres (GCOL), considerado la instancia organizativa matriz del movimiento obrero mexicano, tanto por asumir la coordinación del movimiento huelguista textil, como por su extensión hacia otras zonas industriales de México. Argumentos en esta línea abundan en los artículos aquí reunidos. La misma Aurora Gómez, Jean-Pierre Bastian y Rodney D. Anderson nos exponen que fue precisamente en Orizaba desde donde se expandió la organización de los trabajadores textiles, en gran medida ayudados por el comportamiento desplegado por diversos activistas metodistas que compartían los anhelos de libertad y regeneración obrera y en torno a quienes se daban fuertes lazos con dirigentes del Partido Liberal Mexicano (PLM, exiliado entonces por el porfiriato), para quienes la constitución de una organización obrera resultaría vital en sus esfuerzos por dar por tierra con el régimen de Porfirio Díaz.

A partir de esta contradicción de argumentos resulta vital el poder explicar cómo es que en una zona supuestamente compuesta por inmigrantes campesinos, con un pasado cultural de inestabilidad e improvisación –a decir de Bernardo García– surgiera la primera y más importante organización obrera del México moderno. Más aún, cuando la presencia de esa organización es la que explica el alto impacto que tuvo el movimiento huelguista y su desenlace en el México pre-revolucionario y, a partir de ahí, la propia inestabilidad del porfiriato. Al respecto, Aurora Gómez resuelve esta interrogante sobre la base del análisis de las mismas características y particularidades de los obreros de Orizaba, al demostrar, por ejemplo, que los niveles de educación de sus trabajadores eran los más altos del país, incluso en comparación con las otras zonas industriales. Sobre esta base, esta autora sostiene que ello habría influido en el desarrollo de un movimiento obrero preparado, que estaba consciente de su situación de desmedro y opresión, y que organizado, lucharía por sus derechos y dignidad. Por otra parte, Jean-Pierre Bastian destaca el papel desplegado por los metodistas llegados al valle de Orizaba que, representados en la figura del pastor liberal José Rumbia, fueron los promotores de la necesidad de organización obrera, y luego tras las jornadas de violencia y represión, perseguidos y encarcelados junto a los obreros huelguistas. Para él, al alero de las reuniones de obreros metodistas, nace tanto el GCOL y sus principales líderes, como su disciplina organizativa. Con ello, lo más relevante y que aún queda por esclarecer, pese a la presente edición, es una explicación convincente respecto al comportamiento de los obreros ante el fracaso de la huelga. Según lo expuesto, la expresión típicamente peonal y premoderna de los obreros de Río Blanco no se debería a su situación de origen o a insuficiencias propias de una proletarización incompleta, sino que habría que profundizar en análisis que permitieran incorporar variables más complejas. Por lo pronto, despejar las dudas respecto a las formas, naturaleza y profundidad del proceso de proletarización es esa zona industrial pareciera prioritario, ahí podrían encontrarse elementos relevantes apara explicar el comportamiento colectivo de los obreros de Orizaba. En este sentido, la presencia importante de una intensa vida familiar entre los obreros podría llevarnos a pensar en que, paralelamente a la vivencia de la proletarización, este sujeto mantiene otras experiencias marcadas por dinámicas más típicamente tradicionales, como los lazos comunitarios, que lo llevarían a tener como alternativas de acción tanto a los nuevos como a los viejos repertorios de acción colectiva.


Resenhista

Pablo Artaza Barrios – Universidad de Chile.


Referências desta Resenha

DÍAZ, Bernardo García (Editor). La huelga del Río Blanco (1907-2007). México: SEV Gobierno del Estado de Veracruz, 2007. Resenha de: BARRIOS, Pablo Artaza. Cuadernos de Historia. Santiago, n.29, p. 159-162, Septiembre, 2008. Acessar publicação original [DR]

 

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