La vaquerita y su canto: una antropología de las emociones: canciones rituales ganaderas en los Andes peruanos contemporáneos – RIVERA ANDÍA (EA)

RIVERA ANDÍA, Juan Javier. La vaquerita y su canto: una antropología de las emociones: canciones rituales ganaderas en los Andes peruanos contemporáneos. Buenos Aires: Asociación Civil Rumbo Sur, 2016. Resenha de: MARTÍN, Patricia Vicente. Estudios Atacameños, San Pedro de Atacama, n.60, dic., 2018.

La simultaneidad es necesariamente equívoca en los escritos; esta característica se acentúa cuando se tra ta de textos etnográficos donde la alteridad, propia de la disciplina, se cruza con la presencia múltiple de acciones y significados en un mismo ritual. Este es el caso de la herranza -ritual ganadero de gran popularidad en el área andina- y de este libro, que constituye un triple comentario del mismo.

El autor, Juan Javier Rivera, es uno de los referentes más importantes en lo que concierne a rituales gana deros andinos. En esta ocasión aborda, además del sentimiento trágico de las canciones, dos posibles significados de la herranza: la mocedad y el desa rraigo. Menos evidentes éstos y sin ninguna relación con las reses.

De las dos partes que componen el libro, la primera queda reservada al desarrollo de esos dos sentidos velados en la herranza, además de abordar la visión que se tiene en los Andes de la puna, los espíritus tutelares de los cerros y el significado de los llakwash en el valle de Chancay.

La puna es el espacio donde habita el ganado y es contemplada por el pastor como un espacio inquie tante por estar repleto tanto de riquezas como de amenazas. El paisaje andino está habitado por un conjunto de entidades, como los awkillos o espíritus de los cerros, a quienes se les presupone un ca rácter ambivalente, que oscila entre una condición pletórica y proveedora y otra agresora y codiciosa; guardan, además, una estrecha vinculación con las reses y también con los manantiales de agua. Son, en definitiva, los dueños venerables de los recursos fun damentales para la vida agreste: la tierra, el agua y el ganado. Quedaría por apuntar brevemente algunas notas sobre la figura del llakwash. Actualmente en el valle de Chancay, el llakwash es aquel que cuida del ganado menor en las estancias, aunque es un térmi no que posee otras connotaciones; refiere también al forastero, a la gente arisca y poco refinada o a aque llos que hablan y se mueven de manera diferente. Es, en definitiva, la figura que ilustra las relaciones de la puna con el valle al ser considerado el afuerino digno de conmiseración.

Para el autor, analizar la herranza consiste en buscar los significados sociales de las acciones contenidas, en indagar las categorías simbólicas y en la delineación de la sensibilidad que ordena los gestos que la com ponen. En cuanto a su interpretación, aun cuando existen dos caminos posibles que son compatibles, el autor opta por desarrollar uno de ellos: el plano mo ral, aquel que trata de indagar acerca de los ideales expresados por el ritual. Así, la herranza se convierte en la expresión de unos valores que conciernen a la animalidad, la adolescencia y el desarraigo.

Pudiera parecerle al lector el primer sentido -el de la mocedad- más evidente que el segundo. La ma durez es un rasgo de valor a transmitir en el ritual por parte de los ganaderos adultos a los mozos, a quienes se aleja de las alturas para su ingreso en la sociedad. La consideración de la herranza como un comentario sobre la pertenencia o desarraigo frente a un grupo social constituye el dominio de signifi cación más esquivo, cuya lectura se hace a partir de silencios. La comercialización del ganado produce un fuerte malestar, pero las referencias a las reses en las canciones son -para el autor- un lenguaje retóri co que habla de otra cuestión: la necesidad de emi grar a áreas urbanas, proceso que fomenta el olvido parcial de lo propio.

La segunda parte de la monografía está dedicada a las canciones entonadas en la herranza. Éstas reci ben dos nombres: taki y anti, y aparecen en el mo mento que se humaniza a las reses. Las tonadas y otras situaciones como vestir, bautizar o casar a los animales buscan humanizarlos; el ritual rompe tem poralmente dos fronteras metafísicas y contribuye a la confusión entre los ámbitos de la animalidad y de la humanidad. Así, las canciones constituyen una prosopopeya constante, en la que se establece una metáfora filial que hace de la vaca, madre y del toro, padre. También se convierten en endechas al cantar los amores juveniles, cuya persona amada se convierte en algún animal de la puna.

Es en esta parte de la monografía donde el autor aborda el otro sentido: el del desarraigo. Éste se lee a través de silencios, al considerar la herranza y sus canciones como un comentario crítico de la situa ción actual. Para el autor, el drama de la comerciali zación de las amadas reses es, en realidad, el drama de los campesinos emigrantes. De esta manera, el ganado se convierte en “una suerte de idioma por medio del cual se expresan las emociones que pro ducen determinadas relaciones sociales”.

Los tres comentarios que suscita el ritual ganadero de la herranza son tres fronteras que corresponden a diferentes ámbitos de la condición humana: la frontera que separa la humanidad de la animalidad; aquella que distancia la madurez de la mocedad, y, por último, la relativa al desarraigo, que diferencia el ámbito campesino local del urbano nacional. Inter calar ambas fronteras en un escrito genera un texto que tan pronto pasa de cuestiones ontológicas a una crítica de la situación económica actual. Su lectura genera una sensación extraña, fruto de saborear la imposibilidad de escribir la simultaneidad de las co sas. Sobre esta desesperación escribió Borges cuando contempló el Aleph y mostró la incapacidad de la es critura de describir todas las imágenes del universo.

Patricia Vicente Martín – Universidad Complutense de Madrid, ESPAÑA. Email: [email protected]

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