Lectura y contralectura en la Historia de la Lectura | Alejandro E. Parada

Lectura y contralectura en la Historia de la Lectura es una obra “selectiva y parcial”, como el mismo autor nos la presenta, que resume las inquietudes, de una larga y reconocida trayectoria académica, centradas en la historia de la lectura (HL); una obra pensada no únicamente como referencia encaminada al planteamiento y resolución de casos prácticos de estudio, sino también como problemática de índole existencial de la propia disciplina.

Alejandro Enrique Parada es docente en el Departamento de Bibliotecología y Ciencia de la Información de la Universidad de Buenos Aires, investigador del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas de la Facultad de Filosofía y Letras y secretario de Redacción de la conocida revista de este Instituto, Información, cultura y sociedad, relevante por su larga trayectoria y calidad en el panorama latinoamericano, muchos de cuyos editoriales son del propio Parada.

Es director de la Biblioteca de la Academia Argentina de Letras y, además de sus contribuciones dedicadas al ensayo, ha publicado, entre otras obras, El mundo del libro y de la lectura durante la época de Rivadavia (1998); Bibliografía cervantina editada en la Argentina (2005); El orden y la memoria en la Librería de Duportail Hermanos: un catálogo porteño de 1829 (2005); Cuando los lectores nos susurran. Libros, lecturas, bibliotecas, sociedad y prácticas editoriales en la Argentina (2007); Los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires: antecedentes, prácticas, gestión y pensamiento bibliotecario durante la Revolución de Mayo, 1810-1826 (2009) y El dédalo y su ovillo: ensayos sobre la palpitante cultura impresa en la Argentina (2012).

La historia del libro, la historia de la lectura, la historia de la edición y la historia de las bibliotecas se entrelazan en sus intereses investigativos desde su mirada vocacional, la mirada de las ciencias de la documentación. Utilizando los presupuestos metodológicos de estas disciplinas, como ejemplo de este su quehacer práctico, justamente el título que acabamos de citar, Cuando los lectores nos susurran. Libros, lecturas, bibliotecas, sociedad y prácticas editoriales en la Argentina, muestra explícitamente el camino de sus motivaciones. Los seis ensayos que conforman este volumen intentan rescatar la “difusa presencia” de los lectores porteños en distintos momentos de los siglos XIX y XX, [ y ] se nos advierte (es un rasgo común a la hora de afrontar estudios que tienen como objeto el libro o el impreso en general) de su dificultad y complejidad de estudio, pues las formas de llegar a la letra impresa son “polisemánticas, solapadas, abigarradas en textualidades semiocultas, disfrazadas en otras prácticas y, sobre todo, impregnadas por sutiles representaciones que tejen un conjunto de infinitas dificultades”1.

Pero el texto en el que ahora nos detenemos no se ocupa de casos prácticos de investigación, sino de una parcela concreta en la que el autor se mueve a gusto: la reflexión teórica de la HL, que no puede desligarse del resto de historias mencionadas y que, en un marco denominativo general, pueden adscribirse a la llamada historia social de la cultura escrita. Una reflexión bienvenida que, no solo por escasa entre estos estudios, sino también por la óptica intertextual y las múltiples conexiones disciplinares como se presenta, se hace imprescindible. Está compuesto de cuatro ensayos (“Historia de la Lectura. Una aproximación a su identidad y definición”; “Ambivalencia, avatares y paisajes en la Historia de la Lectura”; “Pensar la Historia de la Lectura de ‘otro modo’” y “Lectura y contralectura en la Historia de la Lectura”. Una conclusión con final abierto) como cuatro propuestas que deliberadamente invitan a la discusión y cuyos intereses se relacionan con las propuestas de los campos disciplinares antes citados.

La dialéctica como pedagogía es utilizada a lo largo de la obra y en la Introducción hay un homenaje explícito al “Prefacio” de Roberto Juarroz (1925-1995), poeta, bibliotecario y profesor de Parada, escrito para la tercera edición del Manual de fuentes de información de Josefa E. Sabor (Buenos Aires: Marymar, 1978), cuyo nombre es “Con toda la información, más allá de la información”. El autor lo retoma al final de su obra para insistir y, en cierta manera, ampliar los contenidos precedentes, en su principal objetivo: clarificar el sendero actual de las propuestas conceptuales y metodológicas de la HL. Los tres primeros ensayos requieren de una “contralectura”, una discusión, y, sintética y conclusivamente, se detiene en precisar la definición de la HL que, procedente de distintos orígenes disciplinares, todavía está en construcción teórica, en una etapa experimental en la cual lo específico no es una propiedad de su identidad. Las ambivalencias y la diversidad de paisajes que potencialmente acoge esta disciplina llevan a “pensar de otro modo”, y este último apartado añade la tríada “oralidad-escritura-lectura” para alentar una HL integral y presentar los pro y los contra de esta disciplina en sus maneras de hacer y en su dimensión epistemológica.

La literatura sobre el asunto hoy en día es abrumadora y, en el conjunto de la obra, se sabe seleccionar la esencia de las contribuciones historiográficas más decisivas que van desde los finales de los años ochenta del siglo pasado hasta la actualidad en una disciplina como la HL que podemos adscribir al campo de la nueva historia cultural y que está en constante reformulación conceptual. Las aportaciones públicas de Parada, tanto sus análisis prácticos como los teóricos, efectivamente, se enmarca teóricamente en las tendencias modernas que tratan la lectura inmersa en el terreno de la Nueva historia cultural, título del libro, ya clásico, editado y prologado por Lynn Hunt en 1989, influida por los aportes de autores como Peter Burke, Roger Chartier, Robert Darnton, Carlo Ginzburg, D. F. McKenzie y Armando Petrucci; autores básicos que constituyen campos propios de investigación y tendencias de utilidad metodológica.

Más que en la búsqueda de teoría disciplinaria, los estudios de la cultura escrita sí se afianzan en dos realidades: tanto en la disponibilidad o apertura a útiles y variados métodos de actuación como en la búsqueda de los fenómenos de la escritura en los diversos sujetos creadores y receptores, y en las diversas manifestaciones materiales que funcionan como artefactos que fijan y conservan un determinado mensaje potencialmente productor y difusor de significados en su propia creación, en su propio uso y en su propia y posterior lectura. La ampliación del campo documental y del campo lector y la interdisciplinariedad serían dos elementos distintivos de los estudios de la cultura escrita.

De los variados métodos investigativos en el amplio campo de la historia cultural, dio cuenta la citada compilación de Lynn Hunt (The New Cultural History), mencionada por Parada en varios de sus escritos. Entre los propósitos de esta obra se encontraba el de mostrar cómo una nueva generación de historiadores de la cultura emplea las técnicas y los enfoques literarios para elaborar nuevos materiales y métodos de análisis. Bajo estos enfoques, dirigiendo la mirada a la escritura, como práctica y producción cultural que no puede ser explicada deductivamente en referencia a una dimensión extracultural de experiencia, las relaciones sociales y económicas no son previas o condicionantes de la cultura escrita.

En el mundo social, las representaciones forman parte de la realidad social y los ensayos que ocupan el segundo apartado del libro de Hunt se ocupan por ello, por su relevancia de potencial interpretativo, de los mecanismos de la representación; una preocupación que supone ser un reflejo casi simultáneo en los métodos de la historia en tanto que nuevas técnicas de análisis se ponen en marcha. Quizás, dice la autora, “métodos es una expresión muy limitada en este contexto”, pues a medida que los historiadores aprenden a analizar las representaciones sociales, inevitablemente comienzan a reflexionar sobre la naturaleza de su propio trabajo para representar la historia: “la práctica de la historia es, a fin de cuentas, un proceso de creación textual y de “ver” (mirada) que consiste en darle forma al sujeto”2.

La lectura como historia se entrecruza inevitablemente con el libro, la edición, la bibliografía material, la sociología del texto; con las funciones, prácticas y representaciones, en definitiva, que originan los circuitos de la comunicación que se crean entorno a lo escrito y sus lectores, desde su proyección intelectual y material hasta la recepción lectora y sus repercusiones individuales y sociales. De ahí la complejidad de trazar un marco conceptual en una disciplina tan disímil en sus planteamientos metodológicos y abordajes materiales y de ahí el intento de Lectura y contralectura que, desde la modestia con que siempre se ha caracterizado la escritura de su autor, es insistir en un debate en los asuntos más problemáticos y de más difícil acceso en la HL como disciplina: su definición, sus límites y alcances, sus orientaciones, sus relaciones con otras disciplinas y con otros enfoques y procedimientos, sus temas recurrentes y las dificultades de su puesta en práctica.

La insistencia en la “lectura” es intento por clarificar una pluralidad de aspectos terminológicos dentro de una “nominación variable” debida a su identificación con categorizaciones como “cultura escrita”, “cultura impresa”, o con temáticas investigativas que tienen que ver, como dijimos, con aspectos relacionados con el “libro” o las “bibliotecas”. La insistencia en la “lectura” es también un intento por clarificar conceptos, que no suponen en sí una formación discursiva, sino un acto de pensamiento; por clarificar las adscripciones disciplinares y planteamientos diversos de sus referentes teóricos, no para encerrar su historia en una unicidad expositiva, sino para ofrecer modos de interpretación cualitativos y ambivalentes abiertos siempre a la evolución de los fenómenos sociales, políticos y económicos. Conceptos como “autor”, “representación”, “práctica”, dentro de una dimensión colectiva que abarca el uso de unos conceptos propios y un diversificado corpus teórico para lanzar preguntas clave como estas: “¿Es la Historia de la Lectura una disciplina?, ¿cuál es, en definitiva, su objeto de estudio dado su imperativo multidisciplinar?, ¿posee una terminología propia?, ¿se fundamenta en un corpus teórico?”.

Desde los planteamientos de David Frisby (Fragmentos de la modernidad: teorías de la modernidad en la obra de Simmel, Kracauer y Benjamin) sobre la fragmentación como característica que define el conocimiento en la modernidad, se reconoce la singularidad de acceso teórico que define la HL como ciencia social para hacer dialogar distintas disciplinas de sus variados casos de estudio. Se trataría de convivir en ámbitos de intercambio con la antropología, la sociología, la historia del arte, las ciencias políticas, las ciencias de la documentación, la crítica literaria, la filosofía, la bibliografía material y, por ello la HL, y, por ende, esa macrodisciplina que es la historia de la cultura escrita, se ve influenciada por autores, citando solo algunos ejemplos representativos, como Adorno, Benjamin, Bourdieu, Certeau, Elias, Feyerabend, Foucault, Gadamer, Kracauer, Habermas, Geertz, Anderson y Ricoeur.

El énfasis en el análisis del discurso, la hermenéutica y la filosofía del lenguaje, en ocasiones hace olvidar que la Historia, como disciplina que indaga e interpreta el pasado, se materializa por medio de técnicas y formas concretas dirigidas a un lector, quien, en última instancia, resulta ser el encargado de conferir sentido y ampliar las posibilidades epistemológicas e historiográficas de sus contenidos. Técnicas como las propias de las llamadas tradicionalmente ciencias auxiliares de la historia (diplomática, paleografía, codicología) ayudaron a vislumbrar los objetos del pasado con ojos críticos para intentar dotar de mayor objetividad la comprensión del pasado. No hay análisis histórico sin procedimientos técnicos.

La historiografía actual, en este sentido, descuida a menudo el análisis concreto y crítico de las fuentes documentales y su confrontación con la diversificación de las mismas para que, fundamentalmente de ellas, pueda surgir la construcción del conocimiento histórico. Este hecho, que reduce el uso de la fuente documental y su interpretación en favor de una variada gama disciplinar de lecturas puestas al servicio de una escasa información extraída del “archivo”, tiende a formas narrativas en las que prima lo misceláneo y lo divulgativo.

Desde esta posición que da preferencia a la excesiva variedad de interpretaciones culturales que provienen de las ciencias sociales y debilitan muchas veces los contextos políticos y económicos; y desde la versatilidad de los “giros culturales” y el culto a las representaciones en detrimento de coherencias sociales, la HL se caracteriza por una multiplicidad de vías de apropiación y una búsqueda constante de consensos narrativos y epistémicos. Esta situación, que puede ser una característica de la propia esencia de esta disciplina, es la que se intenta explicar a lo largo de esta obra.

Una disciplina, nos dice su autor, que parte de posibles abordajes sin determinismos ni verdades absolutas, en la que la intuición juega un importante papel cuando se pone a contemplar “paisajes” desde los cuales se puede pensar en la lectura desde perspectivas escasamente exploradas; paisajes como el local y global, cognitivo y práctico, emotivo-pasional, filosófico-epistemológico, o racional e imaginativo; un panorama heterodoxo, en definitiva, donde la ambivalencia se convertiría en método: fragmentación de los objetos de estudio, aproximaciones cualitativas, diversidad conceptual, un marco teórico siempre en desarrollo hacia sorpresivas trayectorias, hacia lo impensado.

Se reflexiona sobre el origen de las cosas, que siempre supone una imposición de carácter ontológico para partir de una consideración esencial, que la HL no es un mero acontecer entre el hombre y sus interacciones materiales. La identidad, lo que justifica la existencia de esta disciplina son los “lectores” y el acto de leer y su narrativa a lo largo de la historia. El “lector” es una “entidad biológica” y, en la actual tendencia de la HL a priorizar, por un lado, la actividad lectora, la subjetividad de su objeto de estudio y la heterogeneidad de fuentes para dar cuenta del acto lector de una infinita tipología de lectores en el escenario de multiplicidad de prácticas; y desacralizar, por el contrario, la intervención del autor; en esta constatable tendencia, Parada reivindica la figura del autor para no pauperizar las posibilidades de estudio que ofrece el universo de la lectura.

Autor, texto y lector, un eje interpretativo abierto a las aportaciones del filósofo y hermeneuta alemán Wilhelm Dilthey en la teoría moderna de la interpretación que no puede dejarse a un lado en las potencialidades adscritas a la HL. Dilthey elabora algunos conceptos como los de “conciencia individual”, “conciencia histórica” y “totalidad estructural”. Para llegar al conocimiento de un objeto dado, el intérprete se encuentra inmerso en una situación (conciencia individual) cargada de subjetividad. La triple relación que se da entre sujeto de conocimiento, vida y mundo, se describe como “vivencia”, como la forma de experimentar estas dos realidades. Desde la vivencia del sujeto conocedor se capta la realidad exterior y la propia vida, fenómenos que conforman “contextos de totalidad estructural”. Las relaciones sociales son la base del campo literario y, no hay que olvidarlo, también de la producción documental de las instituciones oficiales, relaciones de las cuales extraen su razón de ser y se legitiman por medio de la escritura. Por tanto, cuando se habla de “apropiaciones”, como con intenciones expansivas se hace en la obra de Parada, la teoría de la recepción literaria no prescinde de esa compleja relación entre autor y lector.

Lectura y contralectura precisa algunas características que definen y singularizan la HL: “multiplicación y subjetividad del objeto de estudio, dispersión y fragmentación en los enfoques, variaciones y aproximaciones aleatorias a los documentos, y la relectura constante de una escritura proveniente de las Ciencias Sociales”. El método indiciario, las representaciones culturales, la capacidad interpretativa del historiador son algunos elementos que deben ponerse en juego para abordar los documentos desde una modalidad que permita, dentro de un discurso conjetural y una contingente imposibilidad de llegar a verdades absolutas, ir más allá de ellos sin salir del espacio de la verosimilitud para construir mensajes ambivalentes, siempre válidos, con una narrativa dedicada a las probabilidades, a establecer vínculos entre lo determinado y lo difuso.

La libertad de pensamiento, conseguida por medio de una amplia gama de lecturas que incluye una parcela habitualmente inusual en esta disciplina como las ciencias de la documentación, y lecturas que han refinado su posición a lo largo de una reflexión en torno a la HL llevan a su autor a encontrarse con espacios flexibles, abiertos, provisionales, inestables en ocasiones, que todavía no han sido abordados por los historiadores. Espacios donde cabe el papel que pueden desempeñar la imaginación, la fantasía, lo maravilloso, lo lúdico.

Como la mayoría de los destinos teóricos, el de los tópicos disciplinares también es fugaz. Tópicos que desde el relato histórico, y esta es una sugerente e imprescindible propuesta de Lectura y contralectura, deben pensarse desde otras bases argumentativas, desde otras perspectivas: “reflexionar con los lectores a partir de los propios lectores trasplantados en el lugar de los historiadores y no, en forma rigurosa, desde estos últimos”. Al fin y al cabo, como demuestra la depuración de pensamiento conseguida por Parada y su intento por hacerlo público con una pedagogía de afán renovador, “El lector es, pues, la lectura”.

Notas

1 Alejandro E. Parada, Cuando los lectores nos susurran. Libros, lecturas, bibliotecas, sociedad y prácticas editoriales en la Argentina (Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, 2007), 15-16.

2 Lynn Hunt, “Introdution: History, Culture, and Text”, in The New Cultural History (Berkeley: University of California Press, 1989), 7, 15, 21.


Resenhista

Alfonso Rubio – Licenciado en Filología Hispánica y doctor en Ciencias de la Documentación e Historia de la Ciencia, por la Universidad de Zaragoza. Profesor titular de la Universidad del Valle (Santiago de Cali, Colombia). Correo electronico: [email protected]  ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5782-5092


Referências desta Resenha

PARADA, Alejandro E. Lectura y contralectura en la Historia de la Lectura. Villa María, Córdoba: Eduvim, 2019. Resenha de: RUBIO, Alfonso. Historia y Espacio. Cali, v. 17, n. 56, p. 459-466, ene./jun. 2021. Acessar publicação original [DR]

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