Los archivos. Papeles para la nación | Juan José Mendoza

Guiado por las preguntas que giran en torno a la actualidad de los archivos, el Doctor en Letras Juan José Mendoza, reflexiona en este libro sobre el lugar central que las memorias y el pasado reciente han cobrado en los últimos años de profundas transformaciones en las modalidades de circulación de las textualidades, en particular, a partir del advenimiento de internet en la década de 1990. Atravesadas por lo que el autor define como una “infernal técnica archivadora del presente”, Mendoza encuentra en las políticas de archivos desplegadas desde la Segunda Guerra Mundial, un acontecimiento historicista en el que el pasado se ha desenvuelto en coordenadas cuantitativas y cualitativas que lo vuelven inconmensurable, y por ello mismo, propio de novedosos cuestionamientos y urgentes indagaciones. Las reflexiones desarrolladas al respecto se encuentran estructuradas en la obra a partir de tres bloques dedicados a una diversidad de tópicos vinculados a la temática de los archivos, en los que las transformaciones tecnológicas que el presente informático nos ofrece se constituyen en su eje vertebrador, ya sea en su dimensión geopolítica, así como en el lugar de los archivos en la construcción de la nación literaria, para finalmente aproximarnos a la atención de las metodologías apropiadas para pensar a las textualidades en el marco de los cambios digitales señalados.

Después de ofrecer un mosaico de acontecimientos trágicos por los que atravesaron bibliotecas de diferentes partes del mundo en conflictos bélicos, en el primero de los capítulos: “La Edad de los Archivos”, Mendoza se detiene especialmente en las políticas llevadas a cabo por la empresa Google en su afán de acometer la mayor tarea de digitalización de libros de la historia de la humanidad para ponerlos en línea y volverlos accesibles a los internautas. La inevitable pregunta que surge es si como contraparte contamos en los países latinoamericanos con políticas de preservación propias, ya sean de carácter nacional o regional que funcionen como contrapeso de las iniciativas empresariales de las grandes corporaciones informáticas radicadas en los países centrales. Estas inquietudes se convierten en tópicos de suma pertinencia si ponemos en perspectiva que una de las consecuencias de la empresa llevada a cabo por el proyecto de biblioteca digital global de Google, supone la conformación de un canon que excluye las propias discusiones ideológicas y estéticas alrededor de los archivos, a la vez que invita a preguntarnos acerca de la ausencia de una consciencia documental hispanoamericana, la desidia archivística y la mercantilización de los criterios de selección de las obras que circulan por la red en el marco de la fusión entre capitalismo e informatización.

Por otra parte, resulta valorable el recorrido que Mendoza realiza por la realidad material que supone la existencia de internet en sus miles de kilómetros cuadrados de datos y archivos dispersos en geografías periféricas interconectadas por cables de las diversas “islas de información” que componen los Data Centers, en tanto emergente de la propia globalización desterritorializante y datificante en el escenario de una creciente penetración de internet a escala planetaria. Asimismo, resulta adecuada la consideración respecto de la autoreferencialidad de los contenidos producidos por los usuarios de la red como sobrerrepresentación del tiempo presente en la que el autor vislumbra la emergencia de la circulación de datos como nuevo género discursivo, a la par que las tecnologías se configuran como los nuevos perfiles que trazan los horizontes estéticos de las cosmovisiones contemporáneas. De esta manera, dentro de estos últimos se despliega la creciente escalada inflacionaria archivística de recolección y acaparamiento de datos obtenidos por la digitalización, planteando así una variada gama de interrogantes acerca de los elementos que componen lo imaginario digital, a la vez que alertan sobre la invisibilización de los archivos pobres “condenados a ser copiados, replicados y ripeados” en una suerte de división social de los datos y consolidación de las hegemonías culturales cifradas en los términos de la alta y baja resolución de los archivos.

En la segunda parte del libro, “Papeles para la Nación”, el autor se detiene en su experiencia en la Firestone Library de la Universidad de Princeton (Estados Unidos) en la que, desde 1974 con la primera adquisición de papeles del escritor chileno José Donoso, se encuentra uno de los más importantes reservorios de manuscritos de autores latinoamericanos. Constituyendo una historia del subcontinente desde los Estados Unidos construida con fragmentos de papeles personales, empujada por las contingencias políticas y socioeconómicas latinoamericanas, algunos de los conceptos vertidos en la primera parte del ensayo se hacen carne en la experiencia de Mendoza en sus derroteros por la investigación académica en diferentes bibliotecas y archivos. De la misma manera, las referencias al Proyecto Xanadú, pergeñado por Tod Nelson en 1960, cuyo propósito consistía en la generación de un único documento con la capacidad de interconectar la absoluta textualidad producida a lo largo de la historia de la humanidad, encuentra en internet y en particular en Google Book, la herencia a la vez que mayor amenaza para nuestras bibliotecas latinoamericanas, puestas ahora en la disyuntiva de modernizar sus fondos a través de proyectos de digitalización o ceder los mismos a la Corporación Google. La inquietud por esta tipología documental la encontramos a lo largo del capítulo en las posibilidades de indagación de las tramas de la vida literaria que Mendoza encuentra en la relación epistolar que entablan Manuel Mujica Láinez y Alberto Manguel, en el vínculo entre Victoria Ocampo y Ezequiel Martínez Estrada, trabado a partir de una similar red epistolar, o en el cuaderno de apuntes que Julio Cortázar llevó durante la escritura de su novela Rayuela, papeles estos que a instancias de Ana María Barrenechea se encuentran en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Otros cuadernos, cartas, papeles varios y marginalia en los ejemplares de las bibliotecas personales se constituyen también en materiales en los que escudriñar los sedimentos con los que se encuentra construida una vida literaria, y hacia ellos se orientan las reflexiones del autor cuando aborda la obra gráfica de Ronald Shakespear, pionero de la edición de libros de ensayos fotográficos en la década de 1960 en la Argentina, o cuando entrevista a Jorge Álvarez sobre las circunstancias de construcción y dispersión de su catálogo editorial. La inexistencia en la actualidad del catálogo completo de Jorge Álvarez Editor como totalidad única, debe ser por ello señalada como una dificultad para poner en la perspectiva de la historia de la edición en nuestro país el proceso en que se entrecruzan coordenadas vinculadas al boom del libro argentino durante aquella década, la clarividencia de Álvarez en conformar un corpus próximo a la emergencia de las nuevas sensibilidades de una clase media ansiosa por consumir nuevos productos culturales, y la aparición de un nuevo tipo de lector. Finalmente, Mendoza señala que la concepción desacralizadora del libro como objeto de culto en la empresa de Álvarez habría contribuido en el evidente desmantelamiento de su catálogo. De todos modos, huelga decir que la ausencia de políticas públicas de resguardo de estos materiales, o más bien en el sentido contrario la pulsión de destrucción, propia de los avatares políticos nacionales, poco aportaron en la conservación de la obra.

Por otra parte, la reciente emergencia de nuevas formas de coleccionismo, en su desplazamiento de la cultura libresca a la documental, que el autor evoca en su diálogo con Claudio Golombek, invita a reflexionar sobre los archivos desde fuera de las esferas institucionales para adentrarnos en la construcción de nuevas formas de conciencia sobre la preservación de este tipo de documentos. Esta modalidad de abordar las colecciones vinculadas con la cultura, no solo batalla contra la desidia archivística institucional, sino que pugna por la disponibilidad pública de los documentos, ahora pensados desde nociones mucho menos rígidas que las propuestas por la archivística tradicional. Ahora bien, este proceso de acumulación espontánea encarado por los recortes individuales del coleccionismo privado, encuentra su contracara en el desguace de las bibliotecas particulares que se dispersan tras la muerte de sus dueños, encontrando su principal destino en las librerías de usados. Allí se detiene particularmente Mendoza y pone sobre la mesa el doble juego de concentración y dispersión de los universos que conforman una biblioteca, y que por desidia, usurpaciones o intereses de diverso tipo, se transforman a través de operaciones arbitrarias en nuevos mundos, siempre sujetos a sucesivos desmantelamientos.

La última parte del libro “Los archivos como género. Una reflexión” aborda la temática de la emergencia de un nuevo orden textual digital, para el que las perspectivas de la historia de la lectura alentadas por Roger Chartier en la década de 1980 resultan una halagüeña orientación. El movimiento efectuado desde el estudio de la historia de las materialidades a la historia de las prácticas de lectura, plantea ahora un nuevo desafío sintetizado en la aparición de cambios abruptos en los soportes así como en las modalidades que los lectores ensayan en la era digital. Estas transformaciones resultan de tal envergadura que ponen en entredicho al papel como el soporte sobre el cual se encuentra construido el canon de la textualidad universal y sobre ello surgen diversas inquietudes, principalmente las vinculadas con la pregunta acerca del lugar de la era digital en la historia de la lectura. De ello se desprenden planteos relacionados con la temática de los archivos, en tanto la inconmensurabilidad de la textualidad contemporánea que circula en la red, y establecen paradojas en la intersección que se produce entre la fugacidad y la plasticidad de los textos junto con la dificultad de la gestión de los volúmenes de información en circulación. De esta manera, a las lecturas discontinuas, la dificultad de la percepción de las obras como totalidades y la ruptura en la organización del orden de los discursos, en suma, el surgimiento de nuevas prácticas de lecturas, se añade el creciente ejercicio de la operacionalización como vehículo de recorrido por entre los datos cuantificados. Las preguntas claves que guían entonces el nuevo derrotero deberá girar alrededor de qué nuevos planteos se les realizan a esos archivos y, por otra parte si las variables cuantitativas aplicadas al interior de los archivos generan per se nuevos objetos. Estos procedimientos ponen en jaque muchas de las tradiciones de los paradigmas hasta ahora dominantes, en particular el de las humanidades y la crítica literaria que se ven acosadas en su capacidad de proponer “criterios estéticos” en la construcción de un canon, para verse reemplazadas por los algoritmos en las búsquedas de internet. El viraje que el autor propicia entonces ante el atolladero de la crítica en su comprensión de las transformaciones informáticas de inicios del siglo XXI, es el que propone a la historia literaria como campo para estudiar los textos desde una perspectiva histórico-cultural. La aproximación a una propuesta metodológica capaz de abarcar las transformaciones de lo literario y las prácticas de lectura, se encuentran estrechamente vinculadas con una historia que pueda dar cuenta del amplio entramado en que se encuentran insertos los textos en la era digital. El desafío entonces pasa por la construcción de una “ciberfilología” capaz de diseccionar la sedimentación de los archivos en el marco de una minuciosa puesta en perspectiva de las modalidades de la especificidad de la circulación de la hipertextualidad en la red. Perspectiva que necesariamente ha de enriquecerse con una conceptualización amplia de los archivos en el sentido de las proposiciones que contemplan la existencia de un “régimen de lo archivable” como relación de poder y política que establece un marco institucional, en convivencia con las diversas y espontáneas maneras de archivar que el presente nos provee a partir del acceso masivo a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Para ello el autor recupera las proposiciones de Jacques Derrida, quien propone una “Archivología General” que pueda dar cuenta de la totalidad de las prácticas por las que se encuentra atravesado un archivo, incluyendo aquellas que trabajan contra sí mismo y que podríamos catalogar como desidia, ausencia de conciencia documental, asignación de bajos presupuestos, e incluso la existencia de políticas alternativas y de resistencia ante la exclusión que el Estado genera en sus políticas de lo archivable.

Retomando el concepto de la “pulsión de muerte” de los archivos de Derrida, Juan José Mendoza se pregunta entonces dónde se encuentra el carácter revolucionario que el propio filósofo francés le asignaba a los archivos, dando por saldada la inquietud en la comprensión del lugar paradójico que los mismos tienen como práctica social, en particular en un proceso de profundas transformaciones de la circulación de los textos, manifestando que “… ante el mundo hiperdatificado e hiperdatificante que nos está golpeando la puerta, la opción por la literatura es una alternativa y la opción por la historia una respuesta…” (p. 221).


Resenhista

Luciano di Salvo – Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales (IGEHCS). Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).


Referências desta Resenha

MENDOZA, Juan José. Los archivos. Papeles para la nación. Villa María, Córdoba: Editorial Universitaria de Villa María, 2019. Resenha de: SALVO, Luciano di. Coordenadas. Revista de Historia local y regional, v.8, n. 2, p. 272-275, jul./dic. 2021. Acessar publicação original [DR]

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