Religion and Emotion. Approaches and Interpretations | John Corrigan

El estudio sobre la vida emocional de los seres humanos desde una perspectiva sociohistórica y cultural es relativamente nuevo. En su artículo seminal “Anthropology of emotions”, Lutz y White2 plantearon con claridad las dificultades a que se enfrenta la teoría de las emociones cuando aspira a interpretar estas últimas desde la cultura y a entenderlas como parte de un entorno social, sean éstas mediadas por relaciones interpersonales o constituidas a partir de la propia vida en sociedad. Ellos señalaron las dicotomías cuerpo/mente y universalismo/relativismo como algunas de las tensiones más importantes en el campo de conocimiento que se conformó como tal en las últimas dos décadas del siglo pasado.

Por otra parte, los autores hicieron hincapié en la relevancia de los análisis que tienden a universalizar las diversas expresiones emocionales con base en estudios etológicos y basados en la teoría darwiniana de la evolución. Otros estudios, más cercanos a la psicología y la psiquiatría, han seguido las líneas de Freud y Durkheim y han orientado sus baterías a explorar afectos y emociones específicas, a riesgo (como señalan los autores) de imponer categorías médico-céntricas a fenómenos endógenos de culturas distintas a la occidental.

Un tercer modelo es el llamado “naturalismo del sentido común”, que interpreta las emociones como sentimientos y considera a estos últimos esencialmente naturales, mientras que las manifestaciones específicas de éstos en cada cultura constituyen significados subsidiarios que pueden ser comprendidos por el investigador mediante un ejercicio de empatía constante con sus sujetos de estudio. Esta postura plantea la dificultad de comprender la emocionalidad ajena mediante herramientas cognitivas, en particular las utilizadas por la etnografía.3

Un cuarto modelo es el constructivismo social y cultural, que establece la relevancia de los sistemas culturales de sentido para comprender las diversas experiencias emocionales, y que en algunos casos pone en tela de juicio antítesis tradicionales en el escenario intelectual occidental como razón/emoción y personalidad/cultura.4

El libro editado por John Corrigan abreva en las distinciones hechas por Lutz y White veinte años antes; ofrece además desarrollos interesantes que se sitúan de manera particular en los nuevos planteamientos de trabajo intercultural que ha hecho la psicología contemporánea y en el constructivismo social como formas de entender diversos aspectos de la emocionalidad humana.

En general, los doce ensayos que integran Religion and Emotion tienen su punto de partida en la noción de una “cultura emocional”5 como campo fértil para la investigación etnográfica e histórica interdisciplinaria, donde la sociología, la psicología, la historia, la ciencia política y la teología aportan para constituir una nueva modalidad de comprensión de la existencia individual en sociedad y de la propia constitución de lo societal como entramado de relaciones que se despliegan en diversos aspectos de lo humano y se estabilizan en instituciones.

El mayor problema que subyace al volumen es el hecho de que las prácticas religiosas que involucran la expresión de emocionalidad, como el sollozo y el llanto, son calificadas como ajenas, dignas de explicación. Sin embargo, en línea con lo apuntado en el ensayo de Gary Ebersole sobre el sollozo ritual (ritual weeping), habría que pensar si no son nuestras costumbres occidentales y modernas las que requieren explicación (¿por qué nosotros no lloramos?).

A lo largo del libro se mantiene una tensión artificiosa entre la emocionalidad “espontánea” y la “ritual”, donde esta última tiene rasgos de fingimiento o, a lo menos, esconde una cierta racionalidad que se explica a través de la clase, el estatus, la edad y el género del doliente en cuestión. En la mayoría de los textos, “emoción” se traduce por “llanto” o gimoteo como fenómeno visible que permite identificar el estado de la sensibilidad de los sujetos. Esta peculiaridad pone en evidencia la endeble estructura de un campo de conocimiento aún en pañales: ¿cómo conocer lo que es no sólo propio del sujeto, sino íntimo? La risa, el llanto, las explosiones de ira son indicios del estado interno (i. e. la emoción) de quien los manifiesta, y éstos resultan evidentes para el investigador contemporáneo que mira la historia premoderna o las sociedades no occidentales. Sin embargo, como pone en claro el texto de Gary L. Ebersole sobre la función ritual del llanto, tal claridad se identifica con dificultad en los sujetos modernos. Siguiendo la línea argumental trazada por Norbert Elias, Ebersole pone el dedo en la llaga al señalar que los modernos sabemos “llorar las lágrimas del cocodrilo” y que el proceso histórico característico de la modernidad occidental de contención de la expresión de los afectos y de represión de los mismos nos convierte en seres insondables para este estudio de las emociones desde una perspectiva puramente etnográfica.

No es casual que el volumen editado por Corrigan esté compuesto por siete capítulos de corte etnográfico que estudian sociedades no occidentales en Asia (tres en la India, dos en Nepal y una en las islas del Pacífico –Melanesia–); cuatro capítulos de corte histórico que abordan prácticas litúrgicas en el siglo xvi, y uno sobre el siglo vii. Son estos últimos los que abordan fenómenos religiosos en Occidente: el llanto como práctica religiosa en la España del siglo xvi, el llanto en el misticismo cabalístico judío posterior a la Reconquista española y los raptos de ira de santa Gertrudis en el norte de Francia (hoy Bélgica).

Las emociones, como plantea Catherine Peyroux en su estupendo ensayo sobre la abadesa santa Gertrudis, constituyen “estados sentimentales que tienen un componente cognitivo, es decir, llevan aparejada una valoración mental de la situación que provoca la expresión afectiva”.6 En su análisis textual Peyroux hace un cuidadoso estudio de la circulación de la Vida de santa Gertrudis, así como de las capacidades lingüísticas, el estatus y las expectativas de los potenciales lectores a los que estaba dirigida. Con ello logra un fresco del siglo vii que ilumina las razones del furor de la santa y le da sentido en términos de la emocionalidad de sus contemporáneos.

El texto de Peyroux es un sólido ejemplo de las virtudes del constructivismo social y el uso de fuentes históricas para elaborar consideraciones metodológicas sobre el estudio de las emociones. Elegante y reflexivo, su artículo permite al lector identificarse con la racionalidad de la época medieval temprana a través del uso de palabras específicas en contextos socioculturales bien definidos. Sus conclusiones hacen evidente que el estudio de las emociones es indispensable para comprender las diversas formas de interacción humana y, al mismo tiempo, que el análisis histórico de las dimensiones afectivas carece aún de un “lenguaje crítico” propio y capaz de dar cuenta de los matices de éstas.

Por el contrario, la naturaleza etnográfica de los capítulos de Helene Sasu, JaHyun Haboush, Harvey Whitehouse, Steven Parish, Paul Toomey, June McDaniel y Charlotte Hardman les confiere a éstos un carácter en alto grado descriptivo que aspira más a traducir para el lector occidental los estados emocionales evocados en el lenguaje y las prácticas rituales de comunidades no occidentales y no cristianas, que a elaborar herramientas que los expliquen y que puedan operar como mecanismos heurísticos en otras realidades.

En su análisis sobre el vínculo entre emociones y ancestros en Nepal, Charlotte E. Hardman parte de la idea de que antes de 1980 los científicos occidentales simplemente daban por hecho las emociones como procesos humanos universales, signos de “estados personales”7 comunes a la especie en general, en concordancia con el análisis de Lutz y White citado arriba.

La descripción etnográfica de los siete ensayos que utilizan este método, aplicado a las emociones de diversos grupos humanos no occidentales, pretende desacreditar esa visión para dar paso a una variedad de estados emocionales y motivaciones distintas en lo cultural y organizadas a partir de la identidad social de quienes las experimentan.

El libro editado por Corrigan pone en evidencia tanto los logros como las carencias del estudio sociocultural de las emociones y reproduce un sesgo metodológico que ha caracterizado a las disciplinas sociales desde el siglo XIX: el punto de entrada para entender la civilización occidental es el método histórico; el punto de partida para estudiar culturas no occidentales es la etnografía. Los rezagos son evidentes en tanto que el método histórico no nos permite el estudio del vínculo entre emocionalidad occidental y religión en el presente (ninguno de los artículos del libro lo hace). Ello deja de lado orientaciones que podrían resultar en alto grado productivas, como la noción de habitus de Pierre Bourdieu y el enfoque situacional de Erving Goffman.


Notas

1 John Corrigan (1952-) es doctor por la Universidad de Chicago. A la fecha dirige el Departamento de Religión de la Florida State University en Tallahassee, donde imparte cursos sobre la historia de la religión en Estados Unidos y sobre aspectos teórico-metodológicos en el estudio de la religión. Ha sido profesor titular o visitante en diversas universidades estadunidenses, así como en Oxford, University of London, University of Halle-Wittenberg, University College (Dublín), Roma y Florencia. Su producción académica se ha centrado en el estudio de la emocionalidad en su relación con las prácticas religiosas y los conflictos religiosos. Entre sus libros se cuentan: The Hidden Balance, Nueva York, Cambridge University Press, 1987; The Prism of Piety, Nueva York, Oxford University Press, 1991; Religion in America (coautor), Upper Saddle River, N. J., Prentice Hall, 2004; Jews, Christians, Muslims (coautor), Upper Saddle River, N. J., Prentice Hall, 1998; Readings in Judaism, Christianity and Islam (coed.), Upper Saddle River, N. J., Prentice Hall, 1998; Emotion and Religion (coautor), Westport, Conn., Greenwood, 2000; Business of the Heart: Religion and Emotion in the Nineteenth Century, Berkeley, University of California Press, 2002; The Oxford Handbook of Religion and Emotion (ed.), Nueva York, Oxford University Press, 2008; Religious Intolerance in America: A Documentary History, con Lynn Neal, Chapel Hill University of North Carolina Press, 2010; Religion in American History (coed. con) Amanda Porterfield, Malden, MA,-Wiley-Blackwell, 2010, y The Spatial Humanities (coed.), Bloomington, Indianápolis, Indiana University Press, 2010.

2 Catherine Lutz y Geoffrey M White. “Anthropology of Emotions”, Annual Review of Anthropology, 15, 1986, pp. 405-436

3 Ibidem, p. 415. En este modelo la empatía está basada en la experiencia vital del antropólogo, dado que la “mera palabra” resulta inoperante para transmitir la emocionalidad del sujeto.

4 Ibidem, p. 417.

5 La expresión es utilizada por Catherine Peyroux en su texto sobre santa Gertrudis.

6 Catherine Peyroux, “Gertrude’s furor: Reading Anger in an Early Medieval Saint´s Life”, en Corrigan (ed), Religion and Emotion, op. cit. p. 309.

7 Charlotte E. Hardman “Emotions and Ancestors: Understanding Experiences of Lohorung Rai in Nepal” en Corrigan (ed.) Religion and Emotion, op. cit., p.-328


Resenhista

Marisol López Menéndez – Departamento de Historia-Universidad Iberoamericana México.


Referências desta Resenha

CORRIGAN, John (Ed.). Religion and Emotion. Approaches and Interpretations. Nueva York: Oxford University Press, 2004 1. Resenha de: MENÉNDEZ, Marisol López. Creer, llorar y sentir: el estudio de las emociones y la experiencia religiosa. Historia y Grafía, n.44, p.247-252, 2015. Acessar publicação original [DR/JF]

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