Todos estos años de gente. Historia social, protesta y política en América Latina | Andrea Andújar e Ernesto Bohoslavsky

La relación entre pasado y presente es inherente a la disciplina histórica desde sus inicios. En América Latina, y antes en Europa, el proceso de profesionalización e institucionalización de la historia fue, en gran medida, impulsado y modelado por las necesidades de su presente. Las aspiraciones de cientificidad fueron indisociables de los usos políticos, especialmente los vinculados a contribuir a la consolidación de los Estados y las identidades nacionales. A lo largo del tiempo esa tensión inherente a la disciplina se resignificó en múltiples sentidos y direcciones. Así, en el espacio latinoamericano, la privilegiada interlocución de la historia profesional con el Estado fue complejizándose al calor de las protestas y demandas de diversos actores colectivos, principalmente desde el último cuarto del siglo XX. Las reivindicaciones por derechos impulsadas por las luchas feministas, los pueblos originarios, los homosexuales o el movimiento negro interpelaron de diversa forma a la comunidad de historiadores. Los vasos comunicantes fueron complejos, fluctuantes y, a veces, esquivos. Este nudo de preocupaciones en el cual pasado y presente se atan, solapan y retroalimentan es el que articula los textos que Andrea Andújar y Ernesto Bohoslavsky reunieron en Todos esos años de gente.

El primer paso para la concreción de este libro tuvo lugar en 2017, cuando los editores organizaron —en el marco del Segundo Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historia Social— una mesa panel titulada “La historia y la protesta en América Latina”. De ese foro nos llegan los textos de Carlos Illades, Silvia Hunold Lara y Mirta Lobato, a los que posteriormente se sumaron las colaboraciones de Rossana Barragán Romano y Rodrigo Laguarda. Los disparadores que Andújar y Bohoslavsky propusieron para impulsar la reflexión colectiva nos devuelven el nodo de preocupaciones del libro: por un lado, los aportes de la historia social a una comprensión más densa y profunda de la historia presente de América Latina y, por otro lado, los posibles, deseados o débiles vínculos entre el ejercicio profesional de la historia y los movimientos sociales (en términos de protestas, actores colectivos, demandas y expresiones políticas de la conflictividad). Este encastre se completa con la contribución de José Antonio Piqueras, su texto —con el que inauguró el mencionado Congreso— es el que abre esta obra colectiva.

El libro es una invitación a la reflexión, un disparador para repensar el oficio de quienes nos dedicamos a la historia profesional, para desandar el complejo y dinámico vínculo entre el pasado y los tiempos actuales. Las rutas propuestas a lo largo de los capítulos son múltiples y sugerentes, quisiera destacar tres de ellas. En primer lugar, la potencialidad de la disciplina histórica para recuperar las protestas del tiempo presente e indagar en la forma en que los movimientos sociales recuperan el pasado para legitimar sus causas y enlazar sus luchas en un continuum histórico. Como lo analiza Illades para México, la decisión de los neozapatistas en 2001 de recuperar el trayecto de Cuautla a la capital federal para emular el periplo de Emiliano Zapata en 1914 y enlazar sus demandas con el Ejército Libertador del Sur, o la adopción también en 2001 de la figura de Nezahualcóyotl por la comunidad de Atenco para enfrentar el proyecto de construcción de un aeropuerto en tierras ejidales, devuelven las operaciones de filiación histórica impulsadas por los movimientos sociales. Sin duda, indagar en la vigencia de ciertos imaginarios, interrogarnos cómo esos sustratos legitimadores de la protesta se construyeron y proyectaron socialmente o atender a las múltiples apropiaciones de esa fragua de sentidos históricos por los movimientos sociales constituyen tópicos promisorios y necesarios de incorporar con más énfasis por la comunidad de historiadores.

Los pliegues de este nexo son diversos y alientan a preguntarnos cómo la producción de la historia y las ciencias sociales fue capitalizada por los militantes y activistas en la formulación de sus demandas. Esta sinergia es abordada por Hunold Lara cuando analiza cómo, a partir de los años sesenta, las obras de los intelectuales brasileños, especialmente sociólogos, fueron recuperadas por el movimiento negro en sus luchas contra el racismo y la falta de derechos. Barragán Romano nos sitúa en Bolivia para analizar la forma en que los estudios de lingüistas, historiadores, etnohistoriadores, antropólogos y sociólogos coadyuvaron al sustento y las demandas de los movimientos sociales preocupados por revalorizar lo indígena. Las demandas proclamadas por la “Marcha por la dignidad y el territorio” (1990) y el posterior reconocimiento jurídico de la noción de “territorio”, que materializó lo que se conoce como tierras comunitarias de origen, expresan la articulación entre las demandas de los movimientos sociales y la comunidad académica.

Esta última referencia nos sitúa en el segundo eje que quisiera subrayar: la forma en que el diálogo de historiadores, sociólogos y antropólogos con los movimientos sociales puede proyectarse en la promoción de políticas públicas. Así, la interlocución entre las demandas de los indígenas y la producción intelectual boliviana alentó, especialmente desde los años setenta, cambios jurídicos y legales de profunda envergadura social. La legislación sobre las tierras comunitarias de origen, el uso del término de “pueblo indígena” o la declaración de multiculturalismo de la Constitución Política del Estado en 1994 expresan dimensiones de una trama de políticas públicas inescindible de la producción académica, agente clave en el sustento y formulación de las demandas sociales. Pero el contrapunto de esta interlocución también invita a la reflexión. De esta manera, el endeble diálogo de la academia brasileña con el movimiento negro que presionaba para la creación de cuotas raciales en las universidades hizo que el gran cambio en los primeros años del siglo XXI no se gestara en los espacios académicos —reducto elitista y blanco—, sino que fuera resultado de las luchas del movimiento negro y la participación de sus militantes en los partidos políticos, los sindicatos y las agencias estatales. No podemos dejar de enlazar estas preocupaciones con el imperativo de una mayor intervención de los historiadores sociales en el debate público latinoamericano y la necesidad de indagar en la visible despolitización de los objetos de investigación, tal como lo señala Illades.

El tercer eje analítico que recorre los capítulos y quisiera destacar es el vinculado a la conformación y dinámica de los espacios académicos y su relación con la construcción del conocimiento y los movimientos sociales. La propuesta de Lobato se inscribe en esta preocupación. La autora propone un recorrido historiográfico centrado en la forma en que desde hace medio siglo la historia de las mujeres, los estudios de género y las historias feministas desestabilizaron las narrativas del pasado, alentaron cuestionamientos que desnaturalizaron concepciones universalizadoras y contribuyeron a tensionar el estudio de las protestas dominado, en gran medida, por el protagonismo de los trabajadores varones. Su texto, al desandar este juego de tensiones e interpelaciones, alienta a cuestionarnos por las construcciones de sentido historiográficas, invita a seguir dislocando y descentrando perspectivas de análisis para atrevernos a más y nuevas preguntas. La preocupación por el cómo seguimos encuentra en este texto rutas y horizontes posibles.

En esta sintonía de preocupaciones, Piqueras propone una lectura del derrotero, las preocupaciones y desafíos actuales de la historia social, de esa forma de mirar y entender el pasado —que en el periodo de entreguerras y en la segunda posguerra— revolucionó la ciencia histórica. Si bien su contribución abreva y se sitúa en el contexto europeo y norteamericano, la mirada crítica sobre las líneas de estudio de los historiadores sociales a comienzos del siglo XXI y sobre lo que nos queda por explorar y cómo enfrentar esos retos constituyen tópicos que alcanzan e incluyen a la comunidad académica latinoamericana. Recupero la centralidad que el autor otorga a los historiadores sociales para comprender lo que no es evidente y poder explicar lo complejo; desafío que enlaza con el compromiso de una imaginación activa, cualidad y recurso necesario para interpelar el pasado y avanzar en la formulación de nuevos objetos de estudio e interrogantes.

Hacer foco en el oficio y la producción de saberes —nodo que atraviesa el libro— tiende puentes para reflexionar sobre la compleja construcción de campos de estudio vinculados a las identidades sexuales divergentes y, por ende, la necesidad de incorporar sus sinuosos recorridos y las vinculaciones entre militancia y academia. El texto de Laguarda abona a este nodo reflexivo a partir de su propio derrotero profesional, aquel donde la historia del presente y la antropología urbana se enlazaron para visibilizar el tema de las homosexualidades masculinas en Ciudad de México. Su texto recupera la construcción de una esfera de conocimiento vinculada a la diversidad sexual y su compleja (y en algún punto todavía inconclusa) legitimidad. Este ejercicio repone la pervivencia de ciertos prejuicios en las instituciones educativas del mundo hispano, indaga en los diálogos y los supuestos (no siempre felices) que cruzan las relaciones entre la producción mexicana y la estadounidense, así como en las tensiones que también forman parte de los acercamientos entre la academia y la militancia.

Otras sugerentes reflexiones también se inscriben en este tópico. Como señalamos, el caso brasileño permite repensar las particularidades de la renovación historiográfica de los años noventa y las tensiones (y paradojas) que le fueron propias, en tanto la recuperación de los esclavos como agentes históricos tuvo lugar en universidades que sostenían un débil diálogo con el movimiento negro. Como contrapunto, para Bolivia el tardío proceso de profesionalización e institucionalización de la historia y la sociología que llegó en los años setenta, el carácter de nómades de los profesionales de las ciencias sociales —quienes conjugaron la docencia con la militancia y la ocupación de cargos estatales— y la agencia de los intelectuales indígenas como activistas y asesores explican, en gran medida, la vital interlocución entre los movimientos sociales y la academia.

En síntesis, el libro interpela a la historia profesional en todo lo que ella tiene de empresa política —en un sentido amplio— y declinación en tiempo presente. Como lo señalan sus editores, esta obra invita a repensar cómo los imperativos contemporáneos gravitaron en la formulación de los problemas de estudio del pasado y la manera en que las demandas de los colectivos sociales (las mujeres, los movimientos de negros, los pueblos originarios o los homosexuales, entre otros) impulsaron discusiones y agendas historiográficas en Latinoamérica. Pero el carácter bifronte de la tensión entre pasado y presente también atraviesa el libro, en tanto las colaboraciones desandan el impacto de los saberes académicos en la formulación de las reivindicaciones de los actores sociales, en sus repertorios de confrontación y sus luchas políticas, así como en la construcción de horizontes y derechos. Poner en juego estas preocupaciones supone recuperar el rostro más social de la historia, allí donde el pasado, el presente y las aspiraciones de futuro articulan una sinergia que se proyecta en la escritura de la historia y la construcción del presente. Implica dotar de historicidad un vínculo complejo y dinámico, aquel que vincula a un oficio con las prácticas políticas, a la historia con sus usos públicos y a la comunidad profesional con las acuciantes demandas sociales de los tiempos actuales.


Resenhista

Florencia Gutiérrez – Profesora de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) e investigadora del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Instituto Superior de Estudios Sociales.


Referências desta Resenha

ANDÚJAR, Andrea; BOHOSLAVSKY, Ernesto. (Eds.). Todos estos años de gente. Historia social, protesta y política en América Latina. Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento, 2020. Resenha de: GUTIÉRREZ, Florencia. Trashumante. Revista Americana de Historia Social, n.17, p. 223- 226, ene./jun. 2021. Acessar publicação original [DR]

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