La imagen femenina em el mundo antiguo: saber y poder/Mythos – Revista de História Antiga e Medieval/2022

El propósito del presente dossier consiste en pensar el espacio del pensamiento como un topos de construcción igualitaria y de configuración de un modelo antropológico que supone, precisamente, revisar la inequidad de género como núcleo problemático.

Para ello analizaremos la relación entre pensamiento y cultura, entendiendo a ésta como un modelo de instalación etho-poiética, que compromete una cierta actitud frente a la vida, una cierta manera de ser, un estilo de vida, de pensar y de obrar, un cierto ethos.

El pensamiento es el territorio propicio para generar esa instalación en el mundo, que supone, a su vez, una forma de mirar y nombrar al mundo, un “ser en el mundo” y un “ser con el otro”. Es este un punto insoslayable en la tarea de reconocimiento del otro y de reconocimiento de sí mismo, en la medida en que nos constituimos como sujetos a partir de la presencia del otro como par antropológico y dialógico.

Resulta claro, pues, que toda perspectiva reflexiva compromete un abordaje desde la antropología y desde la arqueología para visibilizar y nombrar lo no dicho de una cierta construcción genérica. En el corazón de esta dimensión cultural, aparece el ser humano como centro de la reflexión.

Desde este convencimiento, pensamos que un dossier referido a la historia de las mujeres en el mundo antiguo constituye una matriz productora de herramientas; es esperable que ella misma se convierta en una inmensa caja de herramientas, ya que constituye el lugar del pensamiento, de su puesta en práctica, de su desarrollo creciente, de su aplicación epistémica. Pensamos la caja de herramientas desde la noción de pensamiento político, desde la dimensión tecnológica del saber, en tanto instrumento para interpretar la realidad y transformarla.1 Se trata de distinguir, (krino), entre distintas formas de instalación subjetiva, de resolver para sí una determinada constitución como sujeto, en el marco de un universo personal. La reflexión es entonces el kairos, el momento oportuno, para una acción terapéutica, en tanto cuidado del sujeto sobre sí, como agente responsable de sus actos, y sobre el otro, como par antropológico, en el marco general de la problematización ético-antropológica, instalación insoslayable e ineludible frente a la actual coyuntura histórica, en especial por la urgencia de la demanda de respuestas. El pensamiento constituye una pieza clave en la posibilidad de revertir los procesos de des-subjetivación. En este sentido, la respuesta no puede ser otra que ético-antropológica; ética porque exige un nuevo modo de instalación en el mundo, sobre todo en lo referente a las relaciones intersubjetivas; antropológica porque la problematización debe centrarse en el ser humano, en la complejidad y fragmentariedad del actual entramado que lo sostiene, dando respuesta a un tiempo signado por la violencia y la inequidad en las relaciones sociales, en particular entre los géneros.

La clave de la transformación consiste en la posibilidad del pensamiento y de la escritura como espacios micro de resistencia al modelo imperante; desde este lugar, la reflexión es el espacio-baluarte de la batalla por la equidad en las relaciones de género.

El marco precedente nos coloca en la tensión mismidad-otredad como espacio general de construcción de las relaciones entre los sujetos y, en particular, en el de la construcción de las relaciones de género que se establecen al interior de la sociedad. Para ello proponemos efectuar un abordaje genealógico e instalarnos en el imaginario social, donde la construcción de la otredad recae directamente sobre la mujer, entre otros colectivos antropológicos. Es menester que nos situemos históricamente en esa figura del otro, ya que esta construcción es de carácter histórico-ficcional. El otro es siempre del orden de la ficción (construcción)2, por lo cual es necesario instalarse, aunque sea tangencialmente en el corazón de esa usina productora de la subjetividad femenina, de vertiente histórica.

Es el momento de desplegar las herramientas genealógicas para entrar en la usina productora que ha territorializado a las mujeres en ciertos lugares y condiciones (topos) y ha comprometido históricamente su participación ciudadana, entre otras cosas.

Desandar las sendas embrolladas, nos conduce a Grecia. Las peculiaridades de hombres y mujeres tienen en el corpus aristotélico un tratamiento diferenciado, haciendo de la cuestión de la racionalidad un elemento determinante en la configuración del poder. “En efecto, el que es capaz de prever con la mente es naturalmente jefe y señor por naturaleza, y el que puede ejecutar con su cuerpo esas previsiones es súbdito y esclavo por naturaleza”3. Si bien la cita se refiere a la relación entre amo y esclavo, no en vano el apartado se refiere al tratamiento político de mujeres, hijos y esclavos, enclaves donde la racionalidad y el concepto de virtud, arete, son objeto de problematización.

La fundamentación de la supremacía política reposa en lo natural, por lo tanto, resulta del orden de lo necesario, incuestionable e inamovible. Hay una nota interesante en el cuerpo mismo de la fundamentación y es la referencia a la seguridad. Este aspecto está fuertemente vinculado a la necesidad y conveniencia de que la mujer sea regida, ya que la menor racionalidad es una fuente amenazante de peligros e inseguridad. La mujer debe agradecer esa custodia, que retorna en seguridad. Allí radica su prudencia, forma de virtud, que la lleva a aceptar de buen grado y con beneplácito la guía de un conductor, apto para tal fin.

No se trata de que la mujer carezca de virtud. Tampoco se trata de suponer un sujeto carente de razón en absoluto. Se trata más bien de un planteo jerarquizado donde la virtud y la racionalidad ostentan diferentes registros, que determinan formas y escalas de conducción o subordinación. Dice Aristóteles al respecto: “El ser vivo consta en primer lugar de alma y cuerpo, de los cuales el alma es por naturaleza el elemento rector y el cuerpo el regido.[…] Asimismo, tratándose de la relación entre macho y hembra, el primero es superior y la segunda inferior por naturaleza, el primero rige, la segunda es regida”4. Conforme a lo expuesto, vemos que las aguas en materia de conducción están perfectamente delimitadas, ya que el gobierno debe ser ocupado por quien ostenta la mayor excelencia, así como el alma tiene una función rectora sobre aquello que, por su imperfección, debe ser regido. El juego se da nítidamente entre un registro activo y uno pasivo. Hay quien ejerce la acción por capacidad natural y hay quien la padece, también por incapacidad natural. Aceptar estas disimetrías, que sabiamente la misma naturaleza impone, es prudencia. Así, “El padre y marido gobierna a su mujer y a sus hijos como libres en ambos casos, pero no con la misma clase de autoridad: sino a la mujer como a un ciudadano y a los hijos como vasallos. En efecto, salvo excepciones antinaturales, el varón es más apto para la dirección que la hembra, y el de más edad y hombre ya hecho, más que el joven y todavía inmaturo”5. Claro está que esta ciudadanía no implica participación política. El mismo Aristóteles se pregunta por la existencia o no de la virtud a propósito de esclavos, niños y mujeres: “Es evidente, por tanto, que ambos tienen que participar de la virtud, y ha de haber dentro de ella diferencias correspondientes a las de aquellos que por naturaleza deben obedecer”6.

El marco precedente devuelve el modelo que ha legitimado una estratificación histórica en el ejercicio del poder, a partir de la jerarquía de la facultad deliberativa propia de los varones libres, ya que, “la hembra la tiene, pero desprovista de autoridad”7. Modelo que se ha sostenido por siglos y del cual la historia de las mujeres ha dado muestras, al tiempo que ha constituido la usina productora del registro de otredad que históricamente ha atravesado a la mujer, legitimando modelos de dominación, cuyos efectos no han cesado de reinventarse en las sociedades modernas, poniendo en clave de sospecha la capacidad de participación política de las mujeres y territorializándolas en el espacio del silencio o de la palabra vana.

Uno de los desafíos fundamentales de las sociedades de nuestros días, y por ende del pensamiento como micro espacio en la constitución de modelos culturales, es la no creación o reproducción de situaciones de exclusión, discriminación e invisibilización de colectivos que no puedan participar de manera igualitaria en las organizaciones sociales, políticas, culturales, económicas, que constituyen la vida en comunidad. La exclusión compromete las miradas, gestos y modelos de instalación que ubican al otro en el lugar negativizado de un otro silenciado, en el territorio des-subjetivante del anonimato.

En este sentido, el pensamiento y la escritura como hecho estético-político es el lugar de la toma de conciencia de cualquier construcción-legitimación al respecto y el laboratorio de acción de toda transformación posible. De allí que la tarea política del pensamiento comienza por la tarea genealógica de saber desde qué bases impensadas somos los sujetos que somos y por la instalación de un pensamiento nomádico que movilice los modelos naturalizados. La gran tarea resistencial es desmontar la legitimación política de los modelos ficcionados a lo largo de la historia y que pasan por ser naturales, invisibilizando su carácter de construcción política.

Si bien el Siglo XX parece haber contribuido, de manera teórica, a la igualdad entre los seres humanos como una conquista social -al menos en las sociedades occidentales-, las desigualdades y los gestos de silenciamiento continúan existiendo.

La desigualdad entre hombres y mujeres es una de estas formas, la cual sigue recreándose de mil maneras diferentes, siendo la toma de la palabra, como ejercicio de poder, el lugar de la resistencia.

El desafío es delinear una política donde la problemática de género aparezca como un objeto de conocimiento y preocupación. Una verdadera voluntad de saber que delinee los objetos a pensar y problematizar por la urgencia de la coyuntura histórica. Se trata de construir un modelo de pensamiento interesado en la búsqueda de la igualdad de oportunidades que contribuya a la visibilización de todos los actores sociales, sin exclusión, como modo de consolidar una sociedad menos violenta y más justa entre hombres y mujeres, no por ornamentación curricular o por apego a modas epistémicas, sino por el compromiso ético-antropológico-político de una sociedad más justa.

El presente dossier ha intentado profundizar la problemática de las mujeres desde la perspectiva del vínculo entre ética y antropología, dando voz y visibilidad a un colectivo silenciado e invisibilizado. En ese marco problemático, se ha privilegiado también la particularidad de la relación entre pensamiento, escritura y política, entendiendo a la escritura como hecho político, en tanto productor de efectos.

Problematizar la dimensión política del pensamiento es re-pensar la implicancia de éste sobre el medio social. A partir del marco precedente, se ha abordado porqué el pensamiento articulado en escritura, se enmarca en una praxis liberadora, que trata de contribuir a la construcción de una sociedad más justa; desde este anclaje, no se puede invisibilizar la dimensión de género como núcleo de una demanda que exige una respuesta urgente. Invisibilizar es, en cierto sentido, silenciar, hacer desaparecer, ignorar la interpelación del rostro del otro. No nos permitamos distracciones ni complicidades y asumamos las urgencias del tiempo que nos interpela. En este sentido, el pensamiento y la escritura devienen, en primer lugar, y desde el horizonte genealógico como herramienta de des-substancialización de procesos y modelos, espacio de reconstrucción de la memoria, y, en segundo lugar, se convierte en espacio de la resistencia, noción complementaria al ejercicio de poder, como alternativa futura.

Por eso la decisión política de este dossier.

Por eso la apuesta de esta escritura en clave feminina

Muchas gracias a todas las mujeres que sumaron sus voces y las hicieron audibles.

Buenos Aires, invierno de 2022


Notas

1 Sobre la dimensión política del pensamiento, véase Foucault, M. Una diálogo sobre el poder, 1990.

2 Sobre este punto, véase Garreta, M. La trama cultural. El otro es un otro intracultural que obedece a procesos de construcción tendientes a consolidar la hegemonía de lo Mismo al interior de una cultura.

3 Aristóteles. Política, 1252 a.

4 Aristóteles. Política, 1254 b.

5 Aristóteles. Política, 1259 b.

6 Aristóteles. Política, 1259 b-1260 a

7 Aristóteles. Política, 1260 a


Referencias

Aristóteles. Política. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1983.

Foucault, M. La microfísica del poder. Madrid, Ediciones de La Piqueta, 1979.

Garreta, M y Belleli, C. La trama cultural. Textos de Antroplogía. Buenos Aires, Editorial Caligraf, 1999.


Organizadora

María Cecilia Colombani


Referências desta apresentação

COLOMBANI, María Cecilia. Editorial. Mythos – Revista de História Antiga e Medieval, ano 6, n. 2, p. 6-13, jun. 2022. Acessar publicação original [DR/JF]

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