La consagración de la memoria: Una etnografía acerca de la institucionalización del recuerdo sobre los crímenes del terrorismo de Estado en la Argentina – GUGLIELMUCCI (A-RAA)

GUGLIELMUCCI, Ana. La consagración de la memoria: Una etnografía acerca de la institucionalización del recuerdo sobre los crímenes del terrorismo de Estado en la Argentina.* Buenos Aires: Antropofagia, 2013. 398p. Resenha de: ÁLVAREZ, Santiago. Antípoda – Revista de Antropolgía y Arqueología, Bogotá, n.20, set./dez., 2014.

El documentado trabajo de Ana Guglielmucci, La consagración de la memoria, se centra en el proceso de institucionalización del recuerdo. En este sentido, podría inscribirse en el marco de las recientes investigaciones sobre política de la memoria. A la autora le interesa ver cómo la lucha de los organismos de derechos humanos de la sociedad civil por el recuerdo de las víctimas de la última dictadura militar (1976-83) es transformada en memoria institucional del Estado argentino. Este largo, conflictivo y a veces contradictorio proceso es registrado sistemáticamente por esta investigación.

El caso argentino guarda elementos sociales, culturales y políticos específicos que influyen en el cómo y de que manera la confluencia de diversas memorias sociales termina produciendo una particular interpretación estatal. En este sentido, considero esta investigación insustituible para comprender cabalmente el proceso de la memoria en Argentina. Su exhaustividad permite desarrollar necesarias y enriquecedoras comparaciones con otros casos, en especial el de la Shoah (modelo ineludible de políticas de la memoria) y el caso sudafricano, basado en una reconciliación que provendría del reconocimiento de una verdad. Permite, además, analizar comparativa y críticamente el más incipiente proceso colombiano desde una óptica que marque un camino que no puede ni debe ser imitativo sino, por el contrario, que permita visualizar las diversidades y comprender la toma de decisiones políticas en contextos específicos complejos.

En el trabajo de Ana Guglielmucci importan los lugares, los espacios, los paisajes de la memoria. El recuerdo oficial se plasma en monumentos, centros culturales y parques conmemorativos. En particular, antiguos centros de detención clandestina son transformados en epicentros para la conmemoración y la reflexión. Estos exespacios del horror en muchos casos se convierten en archivos, museos y centros culturales. Estos  paisajes de la memoria serían definidos por Tim Edensor como “la organización de objetos específicos en el espacio, el resultado de proyectos a menudo exitosos que buscan materializar la memoria al ensamblarla a formas iconográficas” (Edensor, 1997: 178). Importan aquí, por lo tanto, las dimensiones espaciales del recordar.

Al mismo tiempo, Guglielmucci describe las construcciones de un recuerdo donde se disputan fechas y datos, se reconstruyen desapariciones, torturas, masacres. En este proceso, se introducen conmemoraciones y se organizan rituales. Los organismos de derechos humanos no son, felizmente, presentados aquí como un bloque monolítico, unificado y armonioso sino como grupos con diferencias, en algunos casos profundas, sobre qué se debe recordar y cómo. Este registro es un aporte original en el caso argentino. Pocos trabajos, generalmente tamizados por cierto pudor, se ocupan de las disputas de la memoria en el campo de las organizaciones de derechos humanos. El sentido que debe darse a un hecho polémico, las actividades que deben realizarse en lugares que fueron otrora espacios del horror, son objeto de discusiones y enfrentamientos.

En el primer capítulo, Ana Guglielmucci caracteriza a quienes son los protagonistas del proceso social de la construcción de la memoria: los activistas. Nos explica su trayectoria grupal, la historia de las principales organizaciones sociales bajo cuya protección trabajan, cómo fueron convirtiéndose en expertos en esta área y cómo fueron reconocidos por otros como tales. En este sentido, hace referencia a la teoría de los campos de Bourdieu como espacios sociales de acción, y al reconocimiento, a aquellos que se mueven dentro del campo de la memoria, de una “competencia” específica.

En el segundo capítulo, la autora analiza cuál es la articulación entre estos activistas y los académicos que trabajan la temática de los derechos humanos.

Hace referencia a la importancia del concepto “memoria” para legitimar prácticas de recuerdo y olvido. En este contexto, definir “memoria” pasa a ser central. Ana Guglielmucci describe tres tipos de dominio o competencia específicos: el académico, el político-militante y el técnico profesional. Analiza, “cómo opera el reconocimiento de la competencia de cada uno de estos actores, asignándola a ciertos dominios de actividad que, en un principio, son tomados como propios y la posibilidad o no de que esta competencia sea reconocida en otros considerados como ajenos” (p. 29).

En el tercer capítulo, la autora intenta comprender cómo, al tiempo que la categoría “memoria” fue incorporada y asumida por el Estado, varios militantes de los derechos humanos fueron incorporados a la estructura burocrática de éste. La excepcionalidad que supone ser no sólo un luchador sino también un “trabajador de la memoria” está llena de tensiones identitarias. En definitiva, su posición es ambigua, liminar: son a la vez militantes y empleados estatales. La autora trabaja también aquí sobre el proceso normativo que acompañó esta institucionalización y estatalización de los derechos humanos en Argentina. Ligadas, nos dice Guglielmucci, “a que ciertos hechos del pasado se inscriban como consecuencia del terrorismo de Estado y no de otras maneras posibles, a través de la selección de ciertas denominaciones, recortes temporales y acontecimientos” (p. 30).

El cuarto capítulo hace referencia a “los roles adoptados por los participantes y la marcación de su estatus y la delimitación de los espacios escogidos como los adecuados para desplegar sus representaciones sociales sobre el pasado, de acuerdo a las polémicas presentes y sus expectativas a futuro” (p. 31). Además, y esto lo hace especialmente interesante, este capítulo analiza la transformación de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) -el más emblemático centro de detención ilegal, tortura y exterminio de la dictadura- en un Espacio para la Memoria. En este proceso, diversos actores sociales, políticos, funcionarios, representantes de organizaciones no gubernamentales, gremialistas, periodistas, etcétera, luchan, en última instancia, por imponer representaciones sociales acerca de lo que debe ser recordado, y también, no lo soslayemos, sobre lo que debe ser olvidado. Estas disputas, en las que ciertos actores poseen más legitimidad que otros, se dan en el marco de fuertes enfrentamientos y conflictos.

En el quinto capítulo, Guglielmucci describe cómo se identificaron y seleccionaron los excentros clandestinos de detención para ser convertidos en espacios de memoria. Éste es un proceso social que define qué hacer con ellos y en ellos. La autora compara dos de estos centros: el ya citado de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y el llamado “Garage Olimpo” (relativamente menor). La comparación incluye la conformación de los respectivos órganos políticos de gestión encargados de definir qué hacer con ellos.

El capítulo sexto hace hincapié en las diferencias comparativas en la “marcación simbólica” de los espacios ESMA y Olimpo. Aborda la clasificación y sectorización simbólica del espacio. No olvidemos, además, que estos espacios son a su vez prueba material para la justicia, que mantiene aún una importante cantidad de causas abiertas. La memoria se construye a través de la refuncionalización de los espacios de representación, lo que significa su transformación de espacios del horror en espacios culturales de memoria.

La autora concluye expresando la valoración social de la memoria que este proceso de institucionalización supone, y su materialización en espacios específicos. Nos dice: “la manera en que los diferentes actores tendieron a crear y a instaurar una política de monumentos, de objetos y de espacios para preservar y promover la memoria buscó consolidar concepciones comunes sobre lo que se considera la forma legitimada de recordar en el plano colectivo” (p. 344). Considera central en esta particular política de la memoria, la transformación de centros de detención ilegal, tortura y desaparición convertidos en Espacios para la Memoria. Esta decisión política permite, de un modo significativamente poderoso, y podríamos decir también exitoso, construir una interpretación pública de la violencia estatal de la dictadura militar que busca sustentar la convivencia social con base en los valores democráticos y la doctrina de los derechos humanos.

Ana Guglielmucci reconstruye minuciosa y documentadamente, utilizando fuentes etnográficas (especialmente su presencia en el mismo proceso de toma de decisiones que desnuda las discusiones y las disputas), la realización de numerosas entrevistas y la recopilación de una exhaustiva documentación, el proceso de construcción de esta particular política de la memoria. Su utilidad para aquellos que investiguen en este campo o que estén trabajando en procesos similares, que se encuentren en estado de conformación, es más que evidente.

Comentarios

* Guglielmucci, Ana. 2013. La consagración de la memoria: Una etnografía acerca de la institucionalización del recuerdo sobre los crímenes del terrorismo de Estado en la Argentina, Buenos Aires, Antropofagia, 398 pp. ISBN 9871238991, 9789871238996.

Referencia

Edensor, Tim. 1997. National identity and the politics of memory: Remembering Bruce and Wallace in symbolic space. Environment and Planning. D: Society and Space 15 (2): 175-194.         [ Links]

Santiago Álvarez – Ph.D. Antropología Social. London School of Economics and Political Science. Londres, Inglaterra. Universidad Nacional Arturo Jauretche, Buenos Aires, Argentina. Correo electrónico: [email protected]

Acessar publicação original

[IF]

 

Aprender a ser chilenos: identidad, trabajo y residencia de migrantes en el Alto Valle del Río Negro – TRPIN (IA)

TRPIN, Verónica. Aprender a ser chilenos: identidad, trabajo y residencia de migrantes en el Alto Valle del Río Negro. Buenos Aires: Antropofagia, 2004. 118p. Resenha de: ZAPATA, Laura. Intersecciones en Antropología, Olavarría, v.10 n.2, jul./dic. 2009.

El libro de Verónica Trpin es una inmersión en los intersticios de un sistema económico de base agraria particular: el de la fruticultura, basada en el régimen de pequeña propiedad asociada de manera subordinada al gran capital agrario exportador, que demanda trabajo familiar intensivo y que se caracteriza por la explotación por parte de los “chacareros” del contingente considerado “chileno” en el Alto Valle del Río Negro en la Patagonia argentina. El mayor mérito de la obra de Trpin se encuentra en la descripción de este sistema de sujeción de la fuerza de trabajo, que recurre a diacríticos étnicos para garantizar la reproducción de las posiciones de clase y la acumulación de capital. Cuestión agraria y etnicidad son los ejes teóricos que atraviesan la obra. La pregunta a responder es: por qué “alumnos argentinos hijos de chilenos no sólo eran tratados como chilenos por los maestros, sino que además ellos se ratifi can como tales pese a las habituales connotaciones peyorativas” del término chileno (p. 13). La autora afirma que chileno alude tanto a una clase social (trabajador) como a una nacionalidad (la chilena), ambas categorías “etnificadas” en las interacciones de “chilenos” y “chacareros” del paraje rural que analiza: Guerrico. Basándose en autores que analizan la clase operaria inglesa, como E. Thompson y P. Willis, Trpin describe el “proceso de reproducción de la chilenidad en descendientes de migrantes chilenos” (p. 17) como una forma de reproducción de una clase social. Analiza para ello los significados de la chilenidad en la escuela, las chacras, las calles ciegas y las fiestas.

La autora sitúa el inicio de su descripción en la escuela de Guerrico, una comunidad de dos mil habitantes, donde maestras, directivos escolares y alumnos mantienen relaciones tensas y asimétricas. Los funcionarios escolares son “dueños de chacras” (p. 17), “parientes de chacareros” (p. 32), “descendientes de inmigrantes europeos devenidos en chacareros de la zona” (p. 31), “argentinos” (p. 33). Entre tanto algunos de los niños que asisten a la escuela son “alumnos argentinos hijos de chilenos” (p. 13), “alumnos descendientes de migrantes chilenos” (p. 14), “hijos de trabajadores” de las chacras (pp. 32-33). Frente a los niños trabajadores y chilenos “…los maestros descendientes de chacareros (…) encarnan la patronal y el progreso argentinos” (p. 110). La asociación de clase y nación (p. 77) produce relaciones singulares: trabajador/chileno se opone de manera antagónica a patrón/argentino en la estructura social de esa localidad. Por ejemplo: “robarle al chacarero es un ‘reto’ de clase encarnada en la familia” (p. 43) trabajadora. Lo cual equivale a robarle al “argentino”, al “descendiente de migrantes europeos”, al “blanco” (p. 13), al “chacarero”.

El libro está organizado en seis capítulos. El capítulo 1 sitúa a la Patagonia como el espacio liminal de la argentinidad y muestra al estado-nación y a sus iniciativas civilizadoras -una de ellas las de colonización con población blanca de origen europeo- como las productoras de categorías estigmatizantes, indio y chileno entre otras, que llevaron al exterminio y a la segregación de la población que habitaba ese territorio porque su existencia hacía “peligrar la uni- ficación identitaria de ‘lo argentino’” (p. 21). En el capítulo 2, lo chileno emerge como significativo en relación a la empresa nacionalizadora que ejerce el dispositivo escolar. Ahora bien, los maestros son, como los alumnos, descendientes de migrantes llegados al país a principios del siglo XX, y sin embargo, sus herencias europeas (italiana y española, entre otras) no son experimentadas ni problematizadas como atentados contra la nación. En cambio, la herencia chilena de los trabajadores “choca” y “amenaza” el sentido de argentinidad de maestras y chacareros (p. 33). La chilenidad aparece asociada a la clase, a la nacionalidad (pp. 22-23, 32) por medio del proceso de etni- ficación. ¿Qué significa “etnificar” la clase? Y ¿qué significa “etnificar” la nación? En el texto no hay una respuesta clara. Categorizar a una clase social como “chileno” es recurrir a la misma palabra que equivale a nacionalidad y a los principios ciudadanos de participación política y de derecho a ella asociados. Al clasificarse y ser clasificada como chilena, una porción de la población del Valle es simbólicamente excluida de la comunidad nacional al tiempo que es integrada en términos económicos enfatizando su condición de explotados. Por ello, en el caso analizado, chileno no sólo significa “mantener cierta fidelidad a sus orígenes nacionales” (p. 80) como afirma Trpin, puede aludir a mecanismos institucionales de exclusión/inclusión de grupos sociales tendientes a la producción y control de la fuerza de trabajo en la región. Lo impactante es que ese mecanismo de exclusión política produce prácticas y sentimientos de distintividad que la autora intenta sintetizar en categorías compuestas tales como “etnonacionalidad” (pp. 107-108). Chileno, en su positividad, designa una forma de vida, un sistema de relaciones en el que la familia casi coincide con la unidad productiva y de consumo, la división del trabajo expresando la estructura familiar. Podría decirse que chileno tiende a coincidir con la categoría campesinos proletarizados o trabajadores rurales. Su situación mostraría la doble dominación a que están sujetos: la económica en base a su situación de desposeído de la propiedad de la tierra; la política, dada su condición de extranjero. Ahora bien el problema teórico fundamental que la etnografía de Trpin descubre es ¿por qué en el Valle el trabajador rural es desnacionalizado antes que etnificado como minoría o como clase? La designación chileno no es sólo una forma peculiar de organizar la diferencia en la interacción social; es una categoría efi caz que opera al interior de un sistema fundiario y un mecanismo de producción de la fuerza de trabajo que para garantizar su reproducción se expresa en términos nacionalistas.

En el capítulo 3 la autora explica: “Los chacareros accedieron a la propiedad en una coyuntura histórica en la que el capital inglés promocionó la pequeña propiedad con trabajo familiar como la unidad productiva base de la fruticultura. En cambio, los migrantes chilenos llegaron al Valle para trabajar como asalariados en pequeñas propiedades que ya tenían dueños, su acceso a la propiedad estaba bloqueado, no poseían capital inicial y el estado no promovió su asentamiento” (p. 47). Españoles e italianos, principalmente, se convirtieron en propietarios de tierras, basada en la auto-explotación familiar y en la nacionalización de su descendencia. Los chacareros y sus descendientes pasaron a ocupar con respecto a los chilenos posiciones de dominio como patrones y funcionarios de bajo rango en la estructuras estatales como son las maestras (pp. 56-57). Los chacareros intensifi caron su producción incorporando tecnología y fuerza de trabajo ajena a la propia familia, generando con ello un fondo de acumulación de capital mediante la sujeción de la población denominada chilena. Mientras los chilenos eran proletarizados, los chacareros “desaparecían” de Guerrico pero permanecían allí como “patrones” (p. 63) y funcionarios del estado-nación.

La explotación del trabajador rural asume dos formas espaciales. A esas formas los chilenos las denominan “la chacra” y “las calles ciegas”. Éstas constituyen el objeto de los capítulos cuatro y cinco. En el capítulo 4, el informante Roble y su familia ocupan la escena principal. Él es chileno, encargado de una chacra, donde vive y trabaja. No es un campesino independiente ni puede hablarse de un “trabajador” a secas. Es un campesino proletarizado. Los patrones de Roble viven en Allen, una ciudad cercana, poseen un pequeño comercio, para ellos la chacra es “‘como un complemento’” (p. 67). Este informante le revela a la autora que la chilenidad es una forma de “garantizar la disciplina de trabajo como un atributo a destacar frente al empleador” (p. 78). Es aquí donde Trpin afirma la etnicidad de la clase: ser chileno facilita y garantiza un medio de vida para los trabajadores rurales. Más aún: facilita la reproducción de las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo considerada extranjera a favor de los chacareros argentinos, fracción dominada de la industria frutícola.

En el capítulo 5, la chacra es descalificada por los chilenos como opción de residencia y trabajo. Le dicen a la autora: “te controlan todo el día. Yo opté por no ser humillado y me fui a una ‘rancha’. Hay mucho abuso de los chacareros” (p. 89). En la calle ciega de los Saldía la autora describe formas de producción casi ausentes en la chacra: cría de gallinas, cerdos y conejos, la huerta, el intercambio de productos agrícolas por manufacturas (materiales de construcción) en la ciudad (p. 92). Mientras que Roble constituye el paradigma del campesino proletarizado, los Saldía recrean al campesino semi-independiente, que tiende a coincidir con la plena chilenidad. La calle ciega, para la autora, permite “romper los lazos de dependencia y subordinación que experimentan las familias de chilenos que viven dentro de las chacras” (p. 97). En esta calle ciega transcurre casi todo el capítulo 6, donde Trpin describe con detalle una la celebración del 18 de septiembre, fiesta de la Independencia de Chile. El consumo del mote con huesillo, las empanadas con mucha cebolla, el vino, la chicha y la chupilca, llevan a la autora a descubrir que afirmarse chileno excede la condición de clase y la adscripción nacional, pues supone una forma de hablar, de comer, de reunirse con amigos y parientes, un tipo de sociabilidad (p. 107).

Trpin concluye que la reproducción de los “trabajadores” en el Valle no sigue la lógica de la reproducción económica de una clase social sino que precisa articularse con los diacríticos nacionales y que es dependiente de la forma en la que se comporten las relaciones familiares, productivas y las residenciales (p.108). Afirma, además: “La, hasta los ’90, sumamente exitosa integración económica de las familias chilenas a la dinámica de la fruticultura valletana no ha sido traducida en una adscripción identitaria nacional; la descendencia argentina se reconoce por el origen nacional de sus padres y se recrean prácticas que tienden a reproducirla. Esta situación no puede explicarse por una falta de asimilación a la sociedad receptora o por la empecinada marginalidad de estos grupos sociales, condenados sin remedio por las imágenes descalificadoras de ‘los argentinos’” (p. 108, cursivas agregadas). El hecho de que no todo acto de reconocimiento de las diferencias deba, necesariamente, significar segregación es una aseveración suficientemente demostrada en el texto. Pero ¿cómo evaluar esa “sumamente exitosa integración” de las “familias chilenas”? ¿Por qué algunos deciden huir de la disciplina de las chacras y residir en las ilegales “calles ciegas”? Apuntando a la relación teórica que la autora establece entre nación y clase: ¿Qué significados asume lo chileno cuando los trabajadores rurales ya no aceptan reproducirse como tales? ¿Para ocupar otras posiciones sociales, siguiendo el modelo de los antepasados europeos de los chacareros, acaso, deben deschilenizarse y, por lo tanto, argentinizarse? ¿Es posible en esa localidad ser al mismo tiempo chileno y chacarero; chilena y maestra?

La respuesta negativa a estas interrogantes demuestra que la asimilación sigue siendo una política nacionalista eficaz. Esos grupos de campesinos proletarizados que se reconocen como chilenos, muestran de qué manera los procesos de nacionalización corren paralelos a los procesos de desnacionalización y exotización de poblaciones indeseables, puestas al margen político y simbólico de la comunidad pero reintegradas económicamente como grupos desposeídos (de los derechos asociados a la nacionalidad y a la tierra). El libro de Trpin muestra que los mecanismos institucionales de exclusión/inclusión de grupos sociales son imprescindibles para el funcionamiento del sistema fundiario existente en el Valle del Río Negro. De ahí la necesidad de investigar su dinámica y su eficacia, como hace la autora.

El libro de forma parte de la colección Serie Etnográfica que edita el Centro de Antropología Social (CAS) del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), que dirigen Rosana Guber y Federico Neiburg. Basada en un trabajo de campo prolongado y consulta de fuentes secundarias y documentales, la autora muestra la polivalencia de las categorías de adscripción nacional. “Aprender a ser chilenos” es la reelaboración de la tesis de Maestría de la autora, defendida en 2003 en el Programa de Post-Graduación en Antropología Social (PPAS) de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM). Se trata de un texto de inestimable valor para la comprensión de la cultura política y los procesos agrarios argentinos.

Laura Zapata – Facultad de de Ciencias Sociales (FACSO), Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN). Lavalle 3721, (7400) Olavarría, Buenos Aires. E-mail: [email protected]

Acessar publicação original

[IF]

 

Memorias de Villa Clara – FREIDENBERG (IA)

FREIDENBERG, Judith Noemí. Memorias de Villa Clara. Buenos Aires: Antropofagia, 2005. 80 pp. ISBN 987-21397-9-6. Resenha de: DUPEY, Ana María. Intersecciones en Antropología, Olavarría, n.7, ene./dic. 2006.

Una cuantiosa bibliografía desde diversas disciplinas focaliza el estudio de la memoria como un componente constitutivo de los procesos de identificación personal y social. En el marco de esta área de reflexión Judith Freidenberg en su libro “Memorias de Villa de Clara”, realiza una doble contribución original. Por un lado, explicita cómo se trama y desarrolla socialmente el procesamiento de la reconstrucción del pasado vivido y experimentado por los pobladores de una comunidad localizada en la provincia de Entre Ríos, Argentina y por otro, cómo se plasman los productos, que resultan de esos procesos, y qué usos sociales se les asignan, en particular en el campo de la comunicación y la educación.

La singularidad de la obra radica, en que su autora ha trabajado con tres clases de registros oral, escrito y de los objetos, que son individualizados en capítulos distintos pero que entablan una relación dialógica entre ellos. El primero de los registros, es el verbal, resultado del entramado de un conjunto de voces, en clave polifónica, que cuentan la historia de Villa Clara a través de la vida cotidiana del trabajo y de la familia y el desarrollo de las instituciones de la vida colectiva. Dicho entramado oral, producto de las historias de vida narradas por los pobladores, es trasladado a la escritura. La textualización se procesa de dos modos diferentes: el constituido por la multiplicidad de las voces individuales de los pobladores, y el elaborado por la autora que resalta el carácter plural del tejido de la memoria de Villa Clara, indicando el peso de la opinión de los pobladores en los consensos y disensos con respecto a lo relatado. Esta operación de textualización se complementa con material visual (fotos y copias de documentación escrita) que buscan hacer presentes marcos de referencias temporales, espaciales y sociales, distantes para los lectores. Pero, también, la vivencia íntima y subjetiva de lo relatado como ilustra la inclusión de fotografías de manuscritos personales.

La segunda sección del libro ofrece un itinerario de los acontecimientos que han quedado fijados por medio de la escritura en documentos históricos y obras de investigación histórica, que se encuentran en los archivos de la comunidad de Villa Clara. La comparación de este recorrido con respecto al anterior echa luz sobre las diferencias acerca de lo que retienen del pasado los actuales pobladores de Villa Clara, con respecto a aquellos hitos de la historia de Villa Clara, que merecieron fijarse en documentos escritos y se relacionan con el desenvolvimiento de la vida institucional y del ámbito público de la comunidad.

Un tercer contrapunto sobre los registros de la memoria antes referidos surge de la puesta en escena de la memoria de Villa Clara a través de los objetos reunidos en una institución pública comunitaria: el Museo Histórico Regional de Villa Clara. La autora nos ofrece una visita guiada visualmente de la exposición. Textos y fotografías se articulan en una solución de contigüidad para acercar al lector a la memoria que actualiza el museo. Esta última por las elecciones de los objetos a exhibir, los agrupamientos a los que se los someten, y los rótulos que se le asignan se repliega sobre acontecimientos institucionales y de la vida privada y pública de los colonos inmigrantes; poniendo acentos diferentes con respecto a la memoria desarrollada a partir de los registros orales en la que se resalta la continuidad entre la vida de campo y la ciudad, las vinculaciones entre los distintos sectores sociales (profesionales y campesinos) y la riqueza de la dinámica de las interrelaciones multiétnicas. La exhibición del museo se concentra, mayormente, en la vida de los pobladores de la ciudad de origen migratorio, en el desenvolvimiento de las instituciones (más próxima al registro histórico) identificando la historia de Villa Clara con la de los inmigrantes.

Pero la originalidad del trabajo de la Dra. Judith Freidenberg no sólo radica en poner en relación dialógica registros tan diversos sobre la memoria social de Villa Clara, sino en el proceso metodológico que ha llevado a cabo para acceder a una muestra representativa de los residentes de Villa Clara, mediante el mapeo etnográfico de la ciudad, y la presentación pública de las historias contadas por los residentes para su evaluación por parte de la audiencia y su reprocesamiento. Ha tensionado a través de la puesta en escritura tres clases de registros de la memoria de Villa Clara poniendo de manifiesto voces intimistas, públicas, esperanzadas, desilusionadas, conciliadoras, disidentes, nostálgicas, que dan cuenta de la vida cotidiana pero también de acontecimientos extraordinarios de allí que el plural expresado en el título de la obra y en la foto que lo acompaña indican una anticipación cumplida. Asimismo, el libro opera no sólo como un vehículo de comunicación de información sino como una herramienta de apropiación del saber del pasado y del saber hacer el pasado, de la cual pueden surgir múltiples e inéditos usos sociales.

Pero “Memorias de Villa Clara” también es un instrumento para quienes se interesan por la práctica antropológica en relación con la gestión comunitaria de temas como la memoria y el patrimonio, porque permite acceder al producto de una experiencia concreta llevada a cabo por una especialista que no sólo posee una dilata experiencia en la materia sino que, también, ha reflexionado y reflexiona acerca de la misma. Es una obra que interpela a los profesionales de las Ciencias Antropológicas a sumarse al debate sobre los desafíos de cómo llevar al campo de la gestión el saber disciplinario y cómo este último, al mismo tiempo, se potencia.

Ana María Dupey – Ana María Dupey. Sección Folklore, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. E-mail: [email protected]

Acessar publicação original

[IF]