Los Antiguos Habitantes del Salar de Atacama, Prehistoria Atacameña – MARTÍNEZ (C-RAC)

MARTÍNEZ, Agustín Llagostera. Los Antiguos Habitantes del Salar de Atacama, Prehistoria Atacameña. Antofagasta: Universidad Católica del Norte, Editorial Pehuén, 2004. 215p. Resenha de: SANTORO, Calogero M. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.39, n.1, p.137-139, jun. 2007.

Esta nueva obra de Agustín Llagostera es para disfrutarla y descubrir que es posible difundir el conocimiento científico a un público lector, que va más allá del reducido grupo de especialistas que componen nuestra disciplina y con ello cultivar el interés por conocer la prehistoria atacameña. Con esta obra Agustín abre la puerta para que cualquier persona pueda adentrarse a través de sus relatos, fotos y dibujos, en la historia de los distintos pueblos que habitaron el territorio atacameño en épocas anteriores a la invasión europea en el siglo XVI, de allí el término de prehistoria Atacameña.

Como autor, Agustín integra dos grandes talentos que se ven muy bien reflejados en esta obra, por un lado su gran rigurosidad científica y, por otro una habilidad plástica para reproducir distintas escenas de la vida diaria de los antiguos habitantes del Salar de Atacama. Desde un punto de vista formal, el libro impresiona por la finura artística de la diagramación, que integra un texto ameno, generoso de espacio para hacer notas al margen, acompañado de ilustraciones, la gran mayoría de ellas dibujos a mano alzada realizadas por el propio Agustín, y la de otros artistas. Estas ilustraciones son, también, una manera distinta de presentar su “ensayo” sobre la prehistoria Atacameña; a través de lo que define como la “máquina del tiempo llamada arqueología” en un genuino intento por descubrir la “presencia de mujeres y hombres detrás de los artefactos y de acercar a los lectores a la calidez de lo humano de los protagonistas”.

El libro está estructurado en seis capítulos bien balanceados en cuanto a la extensión de su contenido, por lo que dan buena cuenta de una construcción de la prehistoria de los territorios atácamenos, con un fuerte apego a los datos disponibles e interpretaciones que distan mucho de ser historias imaginarias, veta que a su vez no ha sido explorada en la literatura chilena como en otros lugares del mundo, donde la vida de los pueblos antiguos ha inspirado una serie de historias noveladas o novelas históricas.

En el capítulo 1 el autor magistralmente muestra los detalles de los diferentes ambientes que integran el Salar de Atacama, que a pesar de ser un gran territorio yermo, sirvió como eje articulador y de referente geográfico para las poblaciones que se parapetaron en los oasis, quebradas y zonas altas al este de esta cuenca salada. En este contexto el autor presenta a los grupos de cazadores que comenzaron a colonizar estos territorios hace cerca de 13.000 años. Enfatiza, por un lado, su capacidad para integrar recursos de caza y recolección de frutos silvestres de las escasas plantas que crecen en la zona, y cómo a partir de ello estructuraron modos de vida más bien móviles, lo que les permitió mantenerse en estos territorios a pesar de las importantes fluctuaciones climáticas que por momentos provocaron condiciones mucho más secas que las actuales. Es interesante notar que Agustín no sólo hace una descripción interpretativa de la vida de los primeros habitantes del Salar de Atacama, sino también va explicando cómo se ha generado el conocimiento que permite darle sustento científico a su visión de los hechos rescatados a través de la arqueología, lo que en los capítulos siguientes se hace implícito.

El capítulo 2 está dedicado a una de las fases de cambio más significativas en la historia de la humanidad y que en este caso representan lo que Agustín define como “los cimientos de la sociedad atacameña” en la medida que se estructuraron pequeñas aldeas de comunidades de horticultores lo que permitió dejar de depender completamente de los medios de la subsistencia de caza y recolección. Con ello adquieren mayor estabilidad económica que da pie para el establecimiento de aldeas pequeñas y nuevas formas de convivencia social. Las comunidades se organizaron política y económicamente de manera distinta a sus antecesores los cazadores recolectores de quienes mantuvieron la destreza en la fabricación de instrumentos líticos y toda la experiencia de manejar plantas y animales silvestres por más de 8.000 años. Esta es la época de la domesticación de camélidos, proceso que Agustín deja caer en la experiencia de las mujeres, a través de la crianza de “chulengos” huérfanos. Esto es una propuesta interesante, dado que en literatura clásica de cazadores recolectores se estima que las labores de caza la realizaban los hombres, por lo tanto teóricamente habrían tenido una relación más cercana con los animales silvestres. Las mujeres y los niños, en cambio, dedicados corrientemente a la recolección de frutos silvestres, habrían tenido una mayor relación con el proceso de domesticación de plantas, que incluyó productos hoy día de gran valor comercial como el maíz y la quínoa. Detrás de estas actividades económicas se esconde un complejo mundo que abarca la materialización de nuevas prácticas religiosas, descritas, por ejemplo, a través de lo que interpreta como “infante mensajero” sobre la base de los objetos rituales que acompañan a este infante en su tumba. El capítulo tiene además detalles respecto del uso de tecnologías como la cerámica, la textilería, la metalurgia, el uso de piedras preciosas y la relación de esta zona con áreas alejadas como el oriente de los Andes, donde destaca el rol de las caravanas de llamas, uno de los rasgos culturales que caracterizarán luego a las poblaciones del Salar.

En el capítulo 3 el autor lleva adelante una tesis interesante que lo desliga de la clásica secuencia histórica cultural que marca a las reconstrucciones históricas a lo largo de los Andes. Propone que una vez consolidadas las aldeas de los horticultores de la época anterior las comunidades del Salar enfrentaron la tarea de buscar y crear una identidad propia. Para sustentar esta propuesta el autor revisa, describe e ilustra distintos aspectos de la forma como se estructuró la vida en el Salar, donde resaltan variadas expresiones de identidad que no sólo se reducen a las formas e iconografía de los tejidos y cerámica, sino también a los peinados, gorros, collares, deformación craneana y otros ornamentos que fueron estructurando una identidad étnica. Resalta el rol de las tabletas de rituales de madera tallada ligadas a la absorción de sustancias alucinógenas, que partiendo de formas simples terminan grabándose con sofisticados personajes que Agustín ha definido como los “dioses atácamenos”. Esta época, señala el autor, se caracteriza también por el surgimiento de estructuras políticas centralizadas donde surgen símbolos de prestigio y poder, cuyos líderes posiblemente manejaron una red de “tráfico” exterior.

En el capítulo 4 Agustín se aboca a mostrar cómo las sociedades muy bien afincadas en el Salar se integran a un gran sistema político, económico y cultural representado por el estado imperial de Tiwanaku. De esta manera, el acento del relato no radica en la “influencia de este imperio en la zona” sino en las transformaciones que ocurren en las sociedades atacameñas a consecuencia de la interacción con Tiwanaku y con otras sociedades de regiones aledañas como el noroeste argentino. Esta época de cambios se visualiza muy bien a través de la rica iconografía de personajes mitológicos, antropo y zoomorfos desplegados en las tallas de madera de las tabletas para alucinógenos, que contrastan con la iconografía más naturalista de la época anterior. Este cambio representaría profundas transformaciones en las sociedades atacameñas, donde resalta una ideología de sacrificios humanos, cuyas características y significados trata de explicar el autor. En la esfera tecnológica sobresale la introducción del bronce, lo que sumado a una proliferación de piezas de oro, representa el surgimiento de linajes o señoríos complejos, como el de Larache.

En el quinto capítulo relata primero los efectos de la desarticulación del sistema imperial de Tiwanaku, lo que habría provocado también que los líderes locales atácamenos, como los de Larache perdieran prestigio y poder. Se produce un fraccionamiento político y los tradicionales bienes de prestigio dejan de producirse y reaparecen otros como los objetos de plata, que el autor interpreta como signo de la competencia entre distintas facciones de las sociedades atacameñas. Desaparecen también del escenario social las imágenes todo poderosas de los dioses tiwanacotas, lo que muestra un cambio ideológico importante, donde el único “sobreviviente” es el personaje conocido como el “Sacrificador”, plasmado en otro tipo de soporte, como los tubos de inhalación de alucinógenos. El “empobrecimiento cultural” se expresa también en la discontinuación de la producción de objetos finamente labrados, reemplazados por bienes de corte más bien utilitarios. La fragmentación política se expresa en el surgimiento de poblados defensivos, junto a un decaimiento del poder de los shamanes de la época anterior, reemplazados por líderes más preocupados de la defensa física de sus comunidades, a través de alianzas estratégicas interétnicas para hacer frente a presiones tanto externas como internas. En ese nuevo orden social se imponen otros personajes ideológicos, donde destaca la figura del cóndor.

Toda esta dinámica interna se vuelve a transformar con las enmiendas impuestas por el estado imperial del Inka, que entre otras cosas dota de mayor prestigio y poder a los líderes locales para que sirvan a los propósitos del Estado. Destaca en este nuevo escenario una baja importante en los índices de violencia, marcado en fracturas y otros traumas corporales muy comunes en la época anterior. En el ámbito ideológico el estado imperial introduce nuevas prácticas como son los sacrificios en santuarios localizados a gran altura sobr la cima de los principales cerros y volcanes que bordean al Salar de Atacama. Lo interesante de todo este proceso de integración social es que ocurre, como destaca el autor, sin la instalación de asentamientos imperiales propiamente tal. Toda esta dinámica social estaba en proceso de cristalización cuando la capital del Cuzco fue invadida por el Estado de Castilla, lo que dio inicio a un nuevo proceso de interacción social, en desigualdad de condiciones, lo que no sofocó sin embargo una serie de episodios de resistencia que retardaron, pero no detuvieron el proceso de transformación de las sociedades atacameñas en los ámbitos políticos, económicos, ideológicos y tecnológicos.

Al terminar la lectura, el lector coincidirá con Don Misael Camus, Rector de la Universidad Católica del Norte, que el libro es “fascinante y acogedor” y querrá volver a repasar los detalles de la epopeya histórica de la “gente de esta tierra” o likan-antai.

Reseñado por Calogero M. Santoro – Instituto de Alta Investigación, Departamento de Antropología y Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto, Universidad de Tarapacá, Arica, Chile. E-mail: [email protected].

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Monte Verde. Un Asentamiento Humano del Pleistoceno Tardío en el Sur de Chile – DILLEHAY (C-RAC)

DILLEHAY, Tom. Monte Verde. Un Asentamiento Humano del Pleistoceno Tardío en el Sur de Chile. Santiago: Colección Serie Universitaria, LOM Ediciones, Universidad Austral de Chile, 2004. 173p. Resenha de: POLITIS, Gustavo G. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.37, n.2, p.275-276 dic. 2005.

Este libro es una síntesis de las investigaciones llevadas a cabo por Tom Dillehay y un numeroso grupo interdisciplinario de científicos en el sitio Monte Verde, en el sur de Chile. Es la versión reducida de los dos volúmenes publicados en inglés por la Smithsonian Institution Press en 1989 y 1997. Ambos volúmenes causaron un alto impacto en el debate sobre el poblamiento americano y sentaron las bases para una renovada discusión que giró sobre dos ejes: una antigüedad mayor a 12.000 años a.p. y una forma de vida distinta de la inferida para los cazadores Clovis. Si bien para el primer tema ya habían suficientes datos de otros sitios como para proponer una antigüedad pre-Clovis en América del Sur (como lo refleja una discusión ya clásica, ver por ejemplo Bryan 1973, 1975; Bryan et al. 1978; Cardich et al. 1973; Haynes 1974; Lynch 1974; Ochsenius y Gruhn 1979); el segundo aspecto tuvo un aporte significativo con los datos obtenidos en Monte Verde. En este sitio se evidencia que hace unos 13.000 años a.p. algunos de los grupos humanos que habitaban América del Sur tenían una economía generalizada basada tanto en la recolección de plantas como en la caza de grandes animales. Y que además ocupaban sus campamentos durante períodos mucho más largos que los inferidos para otros sitios contemporáneos.

Los dos volúmenes en inglés estuvieron acompañados de un duro debate en diferentes ámbitos (congresos, revistas científicas de primer nivel, ver por ejemplo entre muchos otros, Adovasio y Pedler 1997; Anderson 1999; Fiedel 1999; Meltzer 1999; West 1993) y hasta se organizó una visita de expertos al sitio que pretendió resolver la polémica in situ y llegar a una especie de acuerdo final (ver Gore 1997; Meltzer et al. 1997). Como ya he expuesto en otro artículo (Politis 1999) la sola opinión de un puñado de expertos no parece ser la manera más adecuada de validar hallazgos ni de confirmar hipótesis. El consenso sobre la aceptación de las hipótesis y modelos propuestos por Dillehay y colaboradores debe llegar de la lectura detallada, objetiva y desapasionada de las evidencias, las que, afortunadamente están pormenorizadas en los dos volúmenes en inglés y resumidas en el texto en castellano.

Sin embargo, una de las principales discusiones se produjo cuando Fiedel (1999), luego de una lectura crítica del segundo libro (el de 1997), notó una serie de inconsistencias que lo llevaron a plantear serias dudas sobre el sitio y a reactivar nuevamente el debate. Debido a esto, Dillehay, Collins y el resto de los investigadores del proyecto se dieron cuenta que las correcciones que los diferentes autores de los capítulos habían realizado a las pruebas de imprenta, en el examen final del libro, nunca habían sido incorporadas a la versión impresa. Afortunadamente, Smithsonian Institution Press publicó un tercer texto de “Erratas” en donde se subsanaron más de 950 errores grandes y se clarificaron las principales dudas de Fiedel.

En el libro en español, objeto de este comentario, se explica todo este proceso y, aunque el detalle de la información presentada es mucho menor, se aclaran los principales errores que tenía el segundo volumen. Ese es uno de los aportes originales de la obra ya que presenta un producto compacto, resumido y corregido de los dos libros originales en inglés. La otra contribución de esta síntesis en castellano es que pone a disposición de un público más amplio la información relevante del sitio y las hipótesis centrales generadas por el equipo multidisciplinario de investigación. Esto entonces tiene un doble valor: llegar más allá de los especialistas (lo que es cada vez más necesario en la arqueología contemporánea) y a la vez poner en español, a disposición de estudiantes e investigadores, los resultados obtenidos en uno de los sitios más importantes para discutir el poblamiento americano.

Este libro resume los aspectos más relevantes de Monte Verde: los patrones arquitectónicos, los rasgos culturales, los análisis líticos y faunísticos, el paleoambiente y la cronología. De esta manera, se puede acceder a descripciones relativamente completas y amenas sin tener que internarse en los capítulos originales de los volúmenes en inglés que, a veces, son demasiado detallados y asequibles sólo para superespecialistas.

Otro punto importante del libro es que está muy bien ilustrado. Las fotos son abundantes, a color y se notan muy bien los detalles. Esto es particularmente significativo en un sitio como Monte Verde, con un registro atípico, porque permite evaluar las características de los rasgos arquitectónicos, del material lítico y de los instrumentos de madera. Así, las ilustraciones son de gran ayuda para que el lector pueda evaluar por sí mismo las interpretaciones de Dillehay y colaboradores. Hay también mapas, perfiles y croquis que completan la información presentada. Por último, debe remarcarse que la traducción y edición en español de esta síntesis estuvo a cargo de la arqueóloga uruguaya Cecilia Mañosa, quien figura como colaboradora. El trabajo de Mañosa es muy bueno y el texto no tiene errores. La lectura es ágil y se han traducido adecuadamente los términos técnicos que frecuentemente se prestan a confusión.

Para terminar con esta reseña deseo expresar que quienes quieran conocer en detalles aspectos específicos de la investigación de Monte Verde deben ir a los dos volúmenes en inglés. Este libro en español no los reemplaza. Sin embargo, es una muy buena síntesis de uno de los sitios más importantes para entender el poblamiento americano. Y el hecho de que esté en español y en un lenguaje ameno y accesible permite su discusión en clases y lo proyecta hacia un público más amplio. De alguna manera, contribuye a disminuir esa brecha que existe entre América del Norte y América del Sur en la generación, difusión y validación de la información arqueológica.

Referencias

Adovasio, J. y D. R. Pedler 1997 Monte Verde and the antiquity of humankind in the Americas. Antiquity 71:573-80.

Anderson, D. 1999 Monte Verde and the way american archaeology does business. Discovering Archaeology 1 (6). Special report 19-20.

Bryan, A. 1973 Paleoenvironmental and cultural diversity in Late Pleistocene South America. Quaternary Research 3:237-256.

Bryan, A. 1975 Paleoenvironmental and cultural diversity in Late Pleistocene South America. A rejoinder to Vance Haynes and a reply to Thomas Lynch. Quaternary Research 5:151-159.

Bryan, A., R. Casamiquela, J. M. Cruxent, R. Gruhn y C. Ochsenius 1978 An El Jobo mastodon kill at Taima-taima, Venezuela. Science 200:1275-77.

Cardich, A., L. A. Cardich y A. Hajduk 1973 Secuencia arqueológica y cronología rediocarbónica de la Cueva 3 de Los Toldos (Santa Cruz, Argentina). Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología 7 (n.s.):85-123.

Dillehay, T. 1989 Monte Verde. Late Pleistocene Settlement in Chile. Volume 1. Paleonvironment and Site Context. Smithsonian Institution Press, Washington and London.

Dillehay, T. 1997 Monte Verde. A Late Pleistocene Settlement in Chile. Volume 2. The Archaeological Context and Interpretation. Smithsonian Institution Press, Washington and London.

Fiedel, S. 1999 Artifact provenience at Monte Verde: Confusion and contradictions. Discovering Archaeology 1(6). Special Report: Monte Verde Revisited: 1-12.

Gore, R. 1997 The most ancient americans. National Geographic 192:92-99.

Haynes, C. V. 1974 Paleoenvironment and cultural diversity in the Late Pleistocene South America: A reply to A. L. Bryan. Quaternary Research 4:378-382.

Lynch, T. 1974 Early man in South America. Quaternary Research 4:356-377.

Lynch, T. 1990 Glacial-age man in South America: A critical review. American Antiquity 55:12-36.

Meltzer, D. 1999 On Monte Verde. Discovering Archaeology 1(6). Special Report: Monte Verde Revisited: 16-17.

Meltzer, D., D. Grayson, G. Ardila, A. Barker, D. Dinkauze, C. V. Haynes, F. Mena, L. Núñez y D. Stanford 1997 On the Pleistocene antiquity of Monte Verde, Southern Chile. American Antiquity 62:659-63.

Ochsenius, C. y R. Gruhn, editores 1979 Taima-taima. A Late Pleistocene Paleo-Indian kill site in Northwestern South America -Final Reports of the 1976 Excavations-. South American Quaternary Docummentation Program. República Federal Alemana.

West, F. 1993 Review of palaeoenvironment and site content at Monte Verde. American Antiquity 58:166-167.

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Gustavo G. Politis – CONICET- Universidad Nacional del Centro de la Pcia. de Buenos Aires y Universidad Nacional de La Plata, Argentina. E-mail: [email protected]

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