Yatiris y Ch’amakanis del Altiplano Aymara; Sueños, Testimonios y Prácticas Ceremoniales – JUAREZ (C-RAC)

JUAREZ, Gerardo Fernández. Yatiris y Ch’amakanis del Altiplano Aymara; Sueños, Testimonios y Prácticas Ceremoniales. Quito: Abya Yala, 2004. 300p. Resenha de: van KESSEL, J. J. M. M. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.36, n.2, p. 531-534, jul. 2004.

Comentario de J.J.M.M. van Kessel*

Se trata de los yatiris y ch’amakanis aymaras de las provincias Omasuyo e Ingaví del departamento de La Paz, como también de los curanderos “residentes” en La Paz. Desde el principio, el autor corrige el malentendido de muchas personas que identifican el ch’amakani con el laika, el “brujo”. Éste trabaja con los espíritus de la oscuridad: el “maligno” y los del uku-pacha; pretende hacer un daño mortal a solicitud de sus clientes; pide fuertes pagos ya que su “trabajo” es, para él mismo, espiritualmente peligroso y socialmente aborrecido; sus víctimas pueden “sacarle la vuelta” y devolver el mal sobre su propia cabeza y, además, a consecuencia de su pacto con el diablo, el brujo termina como un “condenado”. El ch’amakani en cambio, si bien trabaja con los mismos dioses tutelares de la oscuridad, pretende aplacarlos con ofrendas adecuadas para conseguir así que suelten las almas de sus clientes enfermos cuando sus almas, y sus vidas, están siendo devoradas. El autor hace bien en aclarar desde un principio que ambos preparan “platos” ­ofrendas­ para los mismos comensales: los espíritus de la oscuridad, pero con objetivo diferente. El primero lo hace para aplacarlos en defensa del cliente y del maestro mismo; el segundo lo hace para movilizarlos para hacer daño.

Gerardo Fernández Juárez (GFJ) presenta tres testimonios centrales ­dos de yatiris y uno de un ch’amakani­ junto con el relato de una serie de conversaciones, confidencias y prácticas rituales, tanto en su variante urbana como entre quienes permanecen en el altiplano.

Un punto de su continua atención es el proceso de cambio cultural, social y ritual-técnico, constatado cada vez que GFJ compara sus observaciones durante visitas anteriores, en la década de los años ’80, con las actuales (2002 y 2003); y también cuando compara las prácticas actuales de la región circumlacustre con las de los curanderos “residentes”. Los cambios en los rituales y en las mesas corresponden a una respuesta creativa ­y muy aymara­ del curandero a la demanda de los pacientes migrantes urbanos, que sufren profundamente por el proceso acelerado de cambio cultural cuando el impacto y las fuertes presiones del nuevo medio social y económico les causa conflictos, desajustes y desequilibrios psicosociales, que en el campo eran desconocidos. El medio urbano cambia también al mismo curandero, que para sobrevivir en la ciudad debe trabajar por dinero, lograr la afluencia de clientes y operar con eficiencia.

El primer capítulo describe la figura del yatiri y del ch’amakani, tanto de la comunidad tradicional en el campo, como del medio urbano. Relata su proceso de iniciación, sus técnicas predictivas y sus procedimientos rituales. El segundo capítulo recoge los testimonios de curanderos que cuentan con lujo de detalles sus prácticas profesionales, relatan su dramática iniciación a través de los sueños, la comunicación con los seres tutelares que detentan los poderes vitales, las visitas rituales a los lugares de fuerza y el valor de las ch’allas, las libaciones ceremoniales. El tercer capítulo trata de las mesas, las ofrendas compuestas preparadas para los seres tutelares, los ingredientes particulares para cada uno de ellos, conforme el problema del paciente, las formas de elaboración y las oraciones y palabras rituales que lo acompañan. Los capítulos dos y tres son la parte fuerte del libro y tratan el tema con abundantes detalles para demostrar la infinita variedad del ritual terapéutico, personalizado según el estilo y la especialidad del curandero, el problema del paciente y el carácter y las preferencias de los dioses tutelares comprometidos. El cuarto capítulo indaga sobre la responsabilidad y eficacia terapéutica de los yatiris, a partir del concepto aymara del ser humano y sus tres almas, las kimsa ch’iwi (las “tres sombras” gemelas): aminuajayu y kuraji. Se agregan 40 fotografías, una bibliografía amplia y completa sobre el tema, aunque sin discutir ni evaluar estas obras. Encontramos también un número muy grande de notas explicativas y/o complementarias referentes mayormente a los relatos de sus entrevistados.

Las publicaciones anteriores de GFJ. Si leemos este libro después de los anteriores del mismo autor, y si lo leemos como complemento de los mismos, podemos apreciar el avance (a primera vista modesto) de un prolongado proceso de desarrollo y maduración de una investigación que se ha iniciado en la segunda mitad de la década de los años ochenta. Queremos evaluar el avance constatado. Estos libros son: El Banquete Aymara (1995)1Entre la Repugnancia y la Seducción (1997)2Testimonio Kallawaya (1997)3 y finalmente Aymaras de Bolivia (2002)4.

El Banquete Aymara es la tesis doctoral de GFJ que tiene como tema la comida en el concepto y en la cosmovisión aymara, donde todo es vida y donde todos los seres comen: humanos, divinos, wak’as y elementos de la naturaleza. Se trata de un entorno que es “vivo” y poblado por depredadores simbólicos: los dioses comen, los santos comen, las montañas comen, Papa Santo Roma (el bastón de mando de la autoridad andina) come también… y si no comen, se enojan. El tesista trata de la comida sagrada ­ofrenda y sacrificio­ que los yatiris preparan para servirla a esta variedad de comensales al modelo de la comida aymara, sea ordinaria, festiva o ritual. El oficio del curandero con sus rituales terapéuticos cobra un sentido sagrado en un contexto sacerdotal, cual es: restaurar la vida del universo vivo y de todos sus componentes: espirituales, naturales y humanos: restableciendo equilibrio y armonía a todo nivel: entre wak’as, salqa y jaque; entre comuneros; entre los parientes de una familia; y también en la persona misma del paciente, usurpado y/o usurpador; que con o sin razón está siendo devorado, y que es un depredador sea indebido o “con licencia”. En este contexto, los yatiris son, más que simples curanderos ocupados con problemas de salud humana, sostén y puntal de este universo vivo. En su efecto aparece la medicina aymara, más que una tecnología andina particular, como un saber y una sabiduría; un saber-criar la vida y un saber-curarla. Aparece el yatiri como “el sabio” de la crianza, el que sabe curar la salud humana. Verdad que se trata de un concepto integral de la salud, integrada y reintegrada en su entorno material y social, natural y divino. En todo su discurso el autor se limita al ritualista y su mesa citando ampliamente sus oraciones y palabras rituales, aunque sin mayor análisis de contenidos.

Entre la Repugnancia y la Seducción. Este trabajo pretende entregar una visión general sobre las ofrendas complejas en los Andes. Investiga primero los antecedentes proporcionados por los cronistas, para posteriormente describir y caracterizar las ofrendas actuales y la función de quienes las ejecutan.

Profundiza en las distintas categorías de mesas: su carácter y estilo según los diferentes comensales y los anfitriones, la función y la finalidad de las principales clases de mesas para los dioses tutelares, sean los de la luz o de las tinieblas, sean del arajpacha, del akapacha o del manqhapacha; sean con fines de aplacar los enojos, proteger, defender o dañar al enemigo; y siempre con intención de asegurar o restaurar un equilibrio, o un pago recíproco, sea éste una “pagancia” o un “daño”. Este libro retoma la tesis sobre la mesa ritual del yatiri, enfocando de nuevo sus comensales, ingredientes y anfitriones. Un paso más es la descripción de unas mesas específicas, como la “gloria mesa” (preparada para las divinidades del arajpacha), la pachamama mesa, la mesa negra, la chullpa mesa. Tangencialmente menciona también unos temas de la medicina aymara: las técnicas del diagnóstico y la etiología aymara de las enfermedades.

Testimonio Kallawaya. Basado en el extenso testimonio de un curandero kallawaya residente en La Paz y asociado a la “Sociedad Boliviana de Medicina Tradicional”; basado también en amplia observación personal, GFJ describe en dos capítulos centrales la farmacopea kallawaya y las mesas, como recurso básico de la ritualidad curativa. Las presenta como variantes de las mesas aymaras. Describe nuevamente los comensales, los ingredientes de las mesas y el desarrollo de cinco clases de mesas u ofrendas de salud que acompañan la terapia simbólica del kallawaya. Concluye señalando, pero lamentablemente sin discurso exhaustivo, que la particular conceptualización kallawaya de la enfermedad es sustancialmente diferente de los cánones académicos.

Aymaras de Bolivia es una monografía etnográfica que sigue el esquema descriptivo clásico. Después de exponer el ciclo vital y el ciclo productivo del comunero aymara, presenta un cuadro global del sistema aymara de la salud y la enfermedad. Describe nuevamente la figura y el proceder ritual de los yatiris locales, las enfermedades frecuentes, en especial las enfermedades culturales, como el susto, la agarradura, la maldición, el mal del sacamantecas y su etiología. Finalmente describe la celebración de la muerte y señala la situación del aymara “entre dos mundos” por el cambio cultural. Este libro no sobrepasa el nivel descriptivo ni el enfoque objetivo-positivo de la etnografía tradicional. Si bien ofrece un bosquejo global y resumido del sistema de salud, no llega a indagar sobre la dimensión propia de la cultura no-material, como la ética, la cosmovisión y la mitológica relacionadas.

¿Qué es lo nuevo del libro “Yatiris y ch’amakanis“?, podemos preguntarnos ahora. Con una mirada a los cuatro libros anteriores podríamos pensar que se trata por un ochenta por cien de una nueva variante del mismo tema de las mesas rituales.

Escribiendo y recordando, GFJ nos muestra nuevas señales del proceso el cambio cultural entre los aymaras “residentes” del medio urbano, visible en la mesa, en la terapia ritual, en la demanda y la oferta de salud. Podríamos lamentar el que aquí el autor desaprovecha la oportunidad de analizar a fondo este proceso dramático e irreversible del cambio sufrido por el pueblo aymara y reflejado en la práctica de la medicina tradicional; y también que no nos muestra la continuidad y vigencia de la cosmovisión que se regenera en el ambiente urbano latino-occidental, para dar así en la yema de la medicina aymara: la actual, hic et nunc, y la de siempre. Es como el genotipo del sistema de salud andino que perdura, mientras su fenotipo cambia. Aun sin su análisis, el enfoque de las señales del cambio valoriza el libro. GFJ se interesa particularmente a demostrar los cambios en la figura del yatiri mismo. Su argumento ­disperso en los cuatro capítulos del libro­ es que a diferencia del yatiri del campo, que trabaja gratis, o por lo que el cliente le regale ­”su voluntad”­, los “residentes” trabajan por dinero e instalan su consultorio. Se profesionalizan al estilo urbano, arman la mesa y desarrollan el ritual con apuro; venden (con la ayuda de parientes) los ingredientes para la mesa; desarrollan los rituales sin la discreción, el silencio y la tranquilidad exigidas por los wak’as del campo; inventan nuevos ingredientes para la mesa cargados con significados y simbolismos referidos a nuevos problemas (dinero, amor, negocios, viajes, estudios, vivienda). Crean una mesa no-tradicional para kunturmamani: para la vivienda, que para residentes es una necesidad primaria y un problema de urgencia. Atienden los problemas endémicos en la ciudad: conflictos matrimoniales y las tensiones por las grandes diferencias económicas entre ricos y pobres. No se limitan a una sola especialidad como en el campo. Buscan su clientela, promocionan su capacidad profesional y la buena calidad de su servicio. Son micro-empresarios, cobijados en un gremio legalizado; pagan contribuciones al municipio y al sindicato. Traen parientes del campo en calidad de ayudante, luego los ayudan a trabajar como yatiris independientes e integrarse en el medio urbano creándoles así una fuente de trabajo para sobrevivir.

Son criticados por otros residentes (diciendo que trabajan por lucro, sin vocación, o sin experiencia). Son criticados también por los yatiris del campo. Para éstos es sagrado el compromiso moral de servicio al enfermo y a las divinidades: “sin avaricia, sin lujuria, ni gula”. Es su código de honor: no trabajar por dinero y siempre estar disponible cuando la comunidad o el enfermo lo necesita, en la conciencia de que desempeñan funciones básicas en el sostén de la vida del ayllu, el mismo que comprende todo el universo espiritual y natural del aymara que es el marco de la vida del aymara. El yatiri residente ha perdido esta función, y es más bien una especie de asistente social para el aymara residente.

GFJ señala estos cambios tan relevantes en la figura del yatiri urbano y en su clientela. Se aflige vivamente por su dramatismo. Señala también la continuidad en la vocación del yatiri. Ambos, los del campo y los “residentes”, continúan dando sentido a la enfermedad y a la salud, a la fortuna y a la desgracia y a todos los hechos que complican y dificultan la vida personal, familiar y comunitaria en el altiplano andino. Admira la continuidad en la vocación profética. Sin embargo, a pesar de reconocer un campo de estudio de tanta relevancia social y urgencia, no entra por esta puerta de acceso para profundizar la comprensión del fenómeno de cambio cultural y los problemas psicosociales causados por el proceso de la transculturación, la demanda del cliente que los sufre y el yatiri residente que responde creativamente a la demanda. Nuevo es, en breve, que este libro señala la adaptación del yatiri residente a la vida urbana y de su oferta asistencial a la necesidad del aymara urbano.

Aparte de enfocar el cambio cultural, el libro tiene un segundo “más”. Lo encontramos en que GFJ privilegia los ricos testimonios del yatiri Carmelo y tres otros curanderos. Estos contienen más información que largos capítulos de sofisticada descripción. Es información envuelta en un castellano muy “maltratado”, un castellano “de identidad andina”. Estos testimonios merecen un buen servicio hermenéutico y una detenida reflexión y aun meditación para apreciar su insospechada riqueza. Aquí podría lamentarse el que el investigador académico no asume para el lector su servicio de intérprete y comunicador de esta riqueza. Significativa es la evaluación de la boca del mismo autor: “Es una experiencia reveladora de gran impacto intelectual y enriquecedora personal y profesionalmente, para mí y para cualquier persona”; palabras que recuerdan la base de la intersubjetividad en que radica su investigación. Dice que “es un privilegio” (p. 15) y confiesa que es movido por una clara simpatía y un sincero amor al mundo aymara de Bolivia; que su aprecio y admiración lo tienen fascinado por la medicina tradicional por ser una respuesta eficaz y convincente a la demanda aymara de una salud integral ¿Da prueba con esas expresiones de una visión objetiva, científica del fenómeno? ¿No cae en un subjetivismo inaceptable?

El tercer “más” del libro está en los testimonios de los yatiris y en las abundantes y largas citas de sus oraciones y palabras rituales, expresadas en parte en un aymara mestizado y en parte en un castellano andinizado. Pocas veces encontramos en las monografías etnográficas sobre la temática una “antropología hablada”; es común encontrar las monografías “mudas” que pecan por silenciar el pensamiento más propio y profundo de los andinos mismos que se pretende interpretar. Es de apreciar que GFJ registró la palabra ritual del yatiri, aunque también es de lamentar ­nuevamente­ que casi no analiza su contenido. Se limita a unas explicaciones esporádicas. Respeta las palabras del mismo informante y de su testimonio; tanto que la interpretación es mínima. En realidad, la palabra del informante no es “autosuficiente”. El investigador debe interpretarla para el lector, ya que es propio de su función como investigador y la razón de la monografía.

Mucho más interesante que esta carencia es que, a través de estos testimonios, los “informantes” pasan a ser, innegablemente, coinvestigadores y “coautores” del libro y que por lo mismo los yatiris hacen trascender al investigador Gerardo los cánones tradicionales de la cientificidad clásica ­¡método fatal para un tema intercultural!­ y procuran, sin darse cuenta, llevarlo, por la coautoría misma, a un método de investigación llamado por algunos: “metacientífico”, pero un método que es más apropiado en ciencias socioculturales, por cuanto no está basado en la objetividad de los datos empíricos y comprobables, sino en la intersubjetividad del conocimiento compartido que es generado mediante un proceso de reflexión-diálogo-comunicación-comprensión intercultural. Este tipo de conocimiento metacientífico, pero auténtico, que está basado no en la experiencia personal y visión subjetiva del investigador ­sería un conocimiento subjetivo y no confiable­, sino en la “intersubjetividad” de dos coinvestigadores de diferente identidad cultural que se entienden (y que logran hacerse entender a su público lector). Se trata de una postura “revolucionaria” del científico, que merece una palabra más.

La postura del investigador. En el transcurso de su investigación, GFJ ha fomentado una relación afectiva y de admiración frente a sus principales informantes y aun de compadrazgo con algunos de ellos. En su relato da testimonio del respeto y la delicadeza con que los trató y también de la satisfacción que experimentó por su amistad.

Esta postura, esta presencia activa, participativa y afectiva en el escenario aymara que el investigador buscó conocer, entender e interpretar, ciertamente sería cuestionada por el científico clásico, que la caracterizaría como expresión de un subjetivismo incompatible con la postura del científico y discordante con el carácter científico de la investigación. Sin embargo, en los días de la postmodernidad ha crecido ya una concepción diferente entre los científicos en ciencias socioculturales. Ellos argumentarían que no sufre la calidad científica del libro por efecto de la aplicación de un método que no cumple con los cánones de una clara objetividad positiva. Todo lo contrario. Porque el llamado “método positivo” de observación ­fría, objetiva e imparcial­ y de análisis de datos registrados con esta objetividad ­análisis a modo de una computadora o máquina procesadora de datos­; digo, este método positivo no logra los fines de la investigación sociocultural, que son: conocer, entender e interpretar la realidad andina integral, y esta es una realidad no-positiva, no-material, sino metafísica (si se quiere): un universo vivo, lleno de fuerzas y poderes, espíritus y seres que escapan al instrumento científico de observación y registración. Mirando ahora al autor de este libro, constatamos que el instrumento metacientífico que él maneja ­la observación participativa, la vivencia afectiva compartida­ es un aparato sensible que logra captar los datos valóricos del universo andino; un aparato que compromete al investigador, porque éste pasa a ser un actor más en el fenómeno que se investiga; pero no un aparato subjetivo. La postura de compromiso es más bien un puente de conversación y comunicación interhumano entre el investigador y los yatiris con su mundo; éstos viven y respiran en el mundo metafísico aymara y se manejan en este universo como relacionadores entre el enfermo y su entorno animado: de jaquewak’as y puruma (gente, divinidades y la naturaleza silvestre); relacionadores entre el akapacha, el arajpacha y el manqhapacha (el mundo de arriba, de acá y de adentro). Por el logro de hacer un puente de diálogo al mundo espiritual, valórico y ético del yatiri, no sería justo hablar de subjetivismo en el método. Con un término más apropiado hablaríamos de intersubjetividad: donde dos personas ­dos sujetos­ como son: el investigador y el yatiri, conversan, se comunican y se entienden: y de esta conversación nace un conocimiento nuevo, confiable, verídico y auténtico, vertido en este libro, que en ciencias socioculturales calificamos certeramente y con toda razón como “conocimiento científico”. No hay otro puente para llegar al mundo aymara.

No puede faltar aquí la nota crítica. Referente a la redacción del libro y a la edición gráfica del libro, el estilo de redacción de GFJ no es siempre muy formal. Más que discurso, se usa un estilo de relato o conversación. Las unidades, los capítulos, parecen poco estructurados, sin introducción ni conclusión formales. El relato comienza a fluir y termina sin aviso ni señal. El lenguaje también es menos preciso, como es propio de una conversación. Se usan muchas palabras poco precisas e incompatibles con las exigencias primarias de Descartes que pide “términos y conceptos claros y precisos”. Si bien se puede aducir como razón que así se logra cierta homogeneidad entre coautores ­académico y andino, ver arriba­ eso no justifica la ocurrencia de unas frases largas y mal compuestas y de una puntuación descuidada (ej. p. 265).

Un defecto, mínimo pero frecuente, viene de la edición digital que está plagada de espacios superfluos entre texto y puntuación. También hay errores de imprenta (hasta en el índice de materias: kujari en vez de kuraji), errores de márgenes y cursivos (ej. p. 262) y soluciones poco estéticas para pasajes bilingües (ej. p. 227) y notas marginales (ej. p. 195). Otro lamentable defecto es la pésima calidad gráfica de las 40 fotografías.

Un inconveniente especial para el lector curioso forman las abundantes y largas notas de interés. Contamos 53 páginas con 574 notas en letras pequeñas que, si bien dan amplia información complementaria en asuntos de datos primarios y relatos de los entrevistados, de explicaciones marginales del autor y de interpretación de las citas de sus informantes, dejan mucho material explicativo de interés al margen del relato y dificultan seriamente una lectura fluida del libro. Ciertamente, esta forma de redactar el libro ayuda al lector apurado cuando se conforma con lo esencial del libro. Sin embargo, el problema de las notas se torna grave en el capítulo que describe las mesas rituales. Allí aparecen para cada una de las cinco mesas otras tantas enumeraciones largas y exhaustivas de ingredientes, elementos, gestos y secuencias de orden que, uno a uno, encuentran su interpretación o explicación en otra lista larga de 293 notas. Tenemos que reconocer que aquí existe una dificultad real para lograr una redacción más adecuada. Si bien las notas son necesarias en tanto que dan información complementaria en asunto de datos primarios, se destroza así la ceremonia terapéutica en mil fracciones y elementos rituales, y la matan. La persona del maestro, del paciente y de los dioses tutelares están fuera del foco, se tornan invisibles, desaparecen por completo. La vivencia participativa del autor no llega al lector y el resultado de la observación participante se reduce a una especie de diccionario. Pero un “diccionario del yatire” eclipsa la celebración y mata el fenómeno vivo.

Conclusión

Si conocemos las obras anteriores de GFJ, este libro resulta ser un nuevo complemento porque incluye más que antes a los maestros yatiris como coautores. Igual que los anteriores, este libro parece, más que un discurso único de estricta coherencia lógica, una serie de conversaciones, un conjunto de pinceladas, aspectos, casos, temas específicos, elementos de la medicina aymara. Leemos de: mesas, iniciación, tipos curanderos. Se insiste en la infinita variación de mesas, métodos, instrumentos, estilos, aphällas, clientelas, demandas y expectativas de la medicina andina. Es por eso que ahora, más que antes, se hace sentir la falta de la obra integral y completa que integra todo lo que es: “La Medicina Aymara”, una medicina como sistema integral de salud no-occidental y como tecnología médica radicalmente (es decir: “de raíz”) diferente; una medicina que es la pieza fundamental y definitoria de la identidad sicológica y cultural aymara y una medicina que será plenamente apreciable por sus fuertes raíces en el medio social, religioso, económico, geográfico e histórico, radicado también en la tradición e identidad cultural aymara. Para GFJ, la recolección de datos de terreno termina. Su base de datos para la mesa terapéutica aymara ya llega a ser completa. Ahora ha comenzado ­siempre en diálogo con los maestros aymaras­ la reflexión creativa, la visión integral compartida, el diseño con la visión “intersubjetiva” en que el académico y el maestro aymara, juntos, se comprometen. Así es el largo camino, el período silencioso de la gestación, hasta el nacimiento de aquella obra definitiva. Esperamos ahora una obra maestra, monumental, concluyente y definitiva, tal como lo intenta exitosamente Ina Rösing con su obra Mundo Ankari sobre la medicina Kallawaya. ¿Pedimos mucho? Ciertamente, pero entiéndase como voto de confianza hacia el autor de este libro: Yatiris y Ch’amakanis.

Notas

1 El Banquete Aymara: Mesas y Yatiris (La Paz, Hisbol, 1995).

2 Entre la Repugnancia y la Seducción; Ofrendas Complejas en los Andes del Sur (Cuzco, CBC, 1997).

3 Testimonio Kallawaya; Medicina y Ritual en los Andes de Bolivia (Quito, Abya Yala, 1997. Este libro fue reeditado al año siguiente en España con el título de: Los Kallawayas: Medicina Indígena en los Andes Bolivianos (La Mancha, España; Ed. Univ. de Castilla, 1998).

4 Aymaras de Bolivia; entre la Tradición y el Cambio Cultural (Quito, Abya Yala, 2002).

J.J.M.M. van Kessel – Casa Francisco Titu Yupanqui. Instituto para el Estudio de la Cultura y Tecnología Andina, Iquique.

Acessar publicação original

[IF]

 

Religión, Ritual y Vida Cotidiana en los Andes: Los Diez Géneros de Amarete; Segundo Ciclo ANKARI: Rituales Colectivos en la Región Kallawaya, Bolivia; Mundo ANKARI – RÖSING (C-RAC)

RÖSING, Ina. Religión, Ritual y Vida Cotidiana en los Andes: Los Diez Géneros de Amarete; Segundo Ciclo ANKARI: Rituales Colectivos en la Región Kallawaya, Bolivia; Mundo ANKARI, Vol. 6. Madrid: Iberoamericana – Vervuert, 2003. Resenha de: Van KESSEL, Juan. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.36, n.1, p.246-247, ene. 2004.

Comentado por Juan van Kessel*

Se trata de la edición en castellano del sexto volumen de la obra MUNDO ANKARI, sobre rituales de los Kallawayas de Bolivia. Recordemos: los 4 volúmenes del primer ciclo de la serie aparecidos entre 1987 y 1991 tratan de manera clásica y absolutamente definitiva sobre los rituales curativos de los Kallawayas en el círculo de la familia (1). El segundo ciclo investiga sus rituales colectivos y pretende “superar los déficit en el tratamiento de estos rituales”. El volumen 5 trata de los rituales para llamar la lluvia, y el actual volumen, con el extraño título “Los diez géneros de Amarete”, trata de los rituales colectivos en Amarete, una comunidad particular de la región Kallawaya, que merece atención especial por la curiosa organización social en que se basan sus ceremonias: “los diez géneros”. Son géneros simbólicos de las personas con amplias repercusiones prácticas en la vida cotidiana, la religión y el ritual. Su fundamento es el género de la chacra que cada comunero, tanto hombre como mujer, posee y transmite a sus hijos (pp. 106-107). Así se encuentran: hombres masculinos, hombres masculinos-masculinos, hombres masculinos-femeninos, hombres femeninos-masculinos, hombres femeninos-femeninos, mujeres masculinas-masculinas, etc. Curioso es también que los amareteños pueden cambiar su género simbólico, de manera que entonces deben sentarse, caminar, bailar, actuar y ofrecer sacrificios de una manera diferente a la de antes. Es el caso de algunos cargos de representación comunal con género propio. Al asumir un cargo con género, se deja a un lado el propio género de chacra por el tiempo que dura el cargo. En última instancia, el género simbólico es determinado por el sol (salida/ocaso) y el cuerpo humano (derecha/izquierda) y sus dos indicadores resultan ser hanan/hurin (arriba/abajo) y kuraq/sullk’a (mayor/menor).

La pregunta impaciente del lector es: El sistema de los múltiples géneros simbólicos, ¿es algo más que una simple curiosidad? ¿Tiene un real sentido transcendental para el mundo amareteño? Sin duda es este el caso. El género (biológico y simbólico) es el principio de la organización social y del orden cosmológico (cf. p. 636). La máxima es que “todo debe estar pareado, casado” -cada cosa con su contraparte: ofrendas, chacras, aguas, rituales, dirigentes, etc.- para que sea completa, estable y equilibrada, operativa, eficiente y fértil. Sin su contraparte, las cosas no tienen sentido y no SON realmente. Me atrevo a interpretar el argumento así: en la cosmo-visión del amareteño, y del andino en general (y prefiero decir: “en su pacha-vivencia”) todo tiene vida, es ser viviente y debe ser alimentado, criado, regenerado a la manera de los seres vivientes. Todos los seres vivientes participan de la vida universal del pacha, el megaorga-nismo. En los grandes rituales colectivos -como verdadera tecnología simbólica- se regenera, alimenta, cría y fortalece la vida del pacha, del triple mundo de los humanos, la naturaleza y las divinidades. En síntesis, el ritual colectivo de Amarete basado en sus 10 géneros pretende juntar las cosas con su contraparte y casarlas para su regeneración, fuerza y duración. Así se asegura la vida del pacha: divinidades, naturaleza y runa (la comunidad humana). El ritual colectivo de Amarete basado en los 10 géneros simbólicos es para reafirmar el orden existencial. El género que se recibe de la chacra expresa, a la vez, una sorprendente relación co-existencial hombre-tierra, concretamente del comunero con su chacra.

La autora confiesa (p. 640) que el descubrimiento y la explicación de los diez géneros simbólicos y de los principios en adjudicar el género simbólico le tomó seis años con largas estadías en terreno. El principio de los géneros simbólicos echa una luz particular sobre el ritual colectivo de Amarete, una luz indispensable para ver y entender el sentido émico? de los rituales. La autora los describe e interpreta bajo esta luz. Ina Rösing (en adelante: IR) cumple con este propósito y logra una verdadera obra maestra: inédita y de mayor relevancia en la producción antropológica contemporánea. Veamos la estructura de la obra.

El libro con sus 878 páginas está articulado en tres secciones. Encontramos dos capítulos introductorios, que describen la geografía y el contexto social de la región, definen el objeto de la investigación y señalan sus premisas metodológicas, las que por su carácter innovador en la investigación sociocultural merecen que las destaquemos más abajo. Se señala también la impresionante base de datos de este volumen registrada en decenas de libros con apuntes de campo, en centenas de cintas grabadas y transcritos en varios miles de páginas, y en muchas centenas de excelentes fotografías. Luego la autora presenta sin más preámbulos el tema mismo de los diez géneros y su notable importancia en la vida de la comunidad. IR agrega amplia información sobre la historia de su investigación y su insólita odisea como investigadora. Con esta información previa, la autora describe (cap. 3) la vida en Amarete, a partir de su geografía sagrada, articulada, y de su concepto del tiempo con un calendario festivo extraordinariamente rico en que a cada paso se encuentran las reglas relativas a los géneros. Con un ejemplo -la labor familiar cotidiana del cultivo de la papa- IR muestra que es imposible cotidianizar el trabajo aparentemente profano y que el tiempo y el espacio siempre son especiales y de carácter sagrado. ¡Elocuente ejemplo! que le vale como un previo teórico muy significativo, porque enseña que las ocupaciones de cada día, el carácter sagrado del espacio y la articulación festiva del tiempo “sólo son tres polos de un mismo centro: la religión andina”.

En la segunda sección (cap. 4-8), la parte principal del libro, la autora trata del ritualismo colectivo en que el tema de los diez géneros es el hilo conductor que atraviesa los cuatro rituales agrícolas cíclicos que ella describe: La papa en el ritual Irwi (cap. 4), el ritual Q’owa con el baile y la labranza de los varones másculinos y femeninos (cap. 5), la labranza ritual en el Jach’ana (cap. 6) y la huilancha en la cumbre de una montaña sagrada (cap. 7). Como complemento, describe un ritual amare-teño de emergencia para llamar la lluvia (cap. 8).

En la tercera sección (cap. 9-10) la autora intenta descifrar la lógica de las temáticas de género y espacio, una lógica flexible, variable y llena de improvisación, que permite la innovación y la evolución del ritual conforme las circunstancias y contextos cambiantes (cap. 9). En el último capítulo ella compara el ritual amareteño basado en los diez géneros, con el de las otras comunidades kallawayas, demostrando así su absoluta peculiaridad. Luego revisa toda la literatura andina para reforzar esta conclusión y termina con un listado de las cuestiones que siguen abiertas y que muestran la urgencia de una investigación etnohistórica para entender el proceso enigmático de la formación y transformación del ritual kallawaya (cap. 10).

Ina Rösing (IR) tiene un estilo de escribir agradable y entretenido; sabe presentar la investigación como un desafío y la descripción de los hechos culturales como una aventura. Por otra parte, pareciera que la traducción desde el alemán ha sido tan cuidadosa y detallada, tan cercana al texto original, que a ratos afecta a la fluidez y la fácil comprensibilidad del texto español. La autora rechaza enérgicamente y con buenas razones la “antropología muda” de Wachtel, Rivière, Platt, y otros (p. 80). (“El yachac masculla una oración y procede a…” ¿Qué oración? No se sabe). Grato efecto de la “antropología hablada” de IR es la inclusión de gran número de oraciones andinas (transcritas en quechwa y castellano), extensas, hermosas, fuertes, que acompañan e interpretan los rituales irradiando andinidad y haciendo brillar la pacha-vivencia de los ritualistas andinos (ver: pp. 250-257, 402-406, 442-449, 555-559, etc.). El libro contiene también 75 excelentes fotografías etnográficas que son más ilustrativas que largas descripciones verbales. Además de ello, IR logra facilitar considerablemente la comprensión del tema y el discurso, de por sí complejos, por el recurso de “cajas de sinopsis”, 54 en total. Finalmente encontramos amplios y valiosos anexos de vocabulario, bibliografía e índice de autores citados, y un apéndice de 43 “reglas relativas a los 10 géneros de Amarete”. Aparecen pocos errores de imprenta. El libro lleva también 15 croquis fotocopiados del cuaderno de apuntes de la investigadora, que le confieren la grata fragancia del campo y situaciones complejas y confusas, pero es lamentable que, en tan prestigiosa edición, estos croquis son difíciles de leer y, al menos en parte, casi imposibles de descifrar. Otra observación sería que en la base de datos, tan completa en su registro de los rituales, se echaría de menos -como rica vena no aprovechada- que no quedaron registrados y analizados la música y la textilería en el contexto del ritual colectivo. Para el antropólogo, éstas dos son también elocuentes portadoras de información cultural. Lo mismo vale decir también sobre la dieta y la gastronomía en el contexto ritual, que interpretaría el significado de la presencia y la actividad ritual de la mujer, y con mayor razón por cuanto IR lamenta el papel ritual demasiado pobre de la mujer amareteña. Se supone que la música de conjunto producida en Amarete (mal llamada “folklórica”) nunca es simple diversión, sino expresión ritual propia y orgánica; los tejidos, como las vestimentas llevadas en los rituales, las prendas y manteles usados para la mesa ritual, son también expresión de identidad y rol social, de cosmovisión y estructura religiosa.

Vale ir a una discusión crítica sobre la metodología investigativa que IR maneja en todas sus pesquisas kallawayas, pero que en este volumen ella aplica con mayor rigor y llegando hasta sus consecuencias. Como investigadora, IR se ubica entre los revolucionarios de la epistemología del saber científico que no aceptan el objetivismo clásico y con mayor razón rechazan el positivismo en ciencias socioculturales. En cambio, apuestan no al subjetivismo ni al personalismo, sino a la dialéctica y la intersubjetividad como base de la confiabilidad y la veracidad del conocimiento científico generado en la aventura de la investigación antropológica (2). De ahí también el interés de IR por una “antropología hablada”, es decir, por los investigados tales como son: no objetos de estudio, sino seres humanos e interlocutores. La dialéctica y la intersubjetividad es la postura casi inevitable de todo investigador que adopta en forma consecuente las técnicas de la observación y la investigación `participante’. La exigencia de neutralidad valórica y la pretensión de la objetividad más absoluta eran las características de la postura del positivismo clásico y la conditio sine qua non para `generar conocimiento científico’. En cambio, en el ambiente de una epistemología de la dialéctica y en un proceso interactivo entre investigador e investigado que ha de generar el conocimiento científico, la postura intersubjetiva es la que garantiza la veracidad y la confiabilidad del saber científico en ciencias socioculturales. De ahí también que IR como investigadora participante incluye su presencia activa en el registro de los rituales colectivos. Ella nunca pretende un registro simplemente objetivo y anónimo; nunca disimula su presencia, tal como lo exigía en tiempos pasados el código de objetividad y cientificidad positiva. La vemos continuamente presente en el proscenio de la investigación. Ella participa en la acción registrada (p.ej. p. 336) y sus colaboradores participan en la investigación en calidad de verdaderos coinvestigadores de su propia realidad, y ya no como simples informantes locales (pp. 68 ss). Es la observación (e investigación) participativa llevada a sus consecuencias. Cuando IR presenta sus tres coinvestigadores indígenas como muy apreciados amigos de confianza y compadres (p. ej. las pp. 648 y ss.), es ésta la actitud consecuente de la observación (e investigación) participativa. IR, la investigadora académica, es al mismo tiempo la portavoz de confianza de los investigados, donde ellos como coinvestigadores no saben expresarse en el lenguaje académico: ella los interpreta. Atención: la posición de los “coinvestigadores” no es la misma que la del(a) investigador(a) académico(a). Además, aparece otra piedra en el camino: en el informe final, la investigadora asume el papel de traductora del lenguaje popular al académico. En la investigación participativa (la que en sus consecuencias llega a ser “investigación interactiva“; nada lo prohíbe), la perspectiva de la investigación depende, en parte, de la posición que ocupa la investigadora en el proscenio y de la postura valórica que ella lleva.

Vislumbramos en el libro de IR el supuesto que a los kallawayas -los coinvestigadores, sujetos de la investigación- corresponde también garantizar la confiabilidad y la veracidad del saber científico generado en la investigación intersubjetiva interactiva. De ser así, la autodefinición de los investigados, la autointer-pretación de su propia realidad cultural, tiene cierta prioridad sobre la visión del académico que es una visión externa y desde fuera. La primera no reemplaza ni degrada la segunda, sino que ambas se complementan en el proceso de la investigación intersubjetiva, interactiva. Pero los mismos kallawayas pasan a ser la primera autoridad moral para sustentar la veracidad y por eso la cientificidad del saber generado en la odisea de la investigación. Al final, y como exigencia propia del método, encontramos que el ritualista de Amarete y los comuneros en general -los sujetos de la investigación, y ya no simplemente su objetivo- han de reconocerse en la interpretación de su ritual y autorizarla de algún modo, como sello y garantía de veracidad. Es lógico que IR no se conforma con interpretaciones de tipo ético (pp. 759ss), que sólo representan la visión académica del investigador. Ella presenta una interpretación compartida. Efectivamente, la interpretación debe ser de alguna manera reconocida, adoptada y autorizada por los investigados.

Puntualizamos que -aparte de una epistemología dialéctica- este método participativo-interactivo llevado por IR está basado en dos componentes especiales: 1. la presencia y actuación de la investigadora en el proscenio de la investigación, y 2. la participación de los kallawayas en calidad de coinvestigadores.

Sin embargo, esta metodología y la epistemología subyacente llegan necesariamente a su punto crítico. En la discusión al respecto, la consecuencia de su rigor es un punto criticable y criticado, pero también un punto justificable y sostenible.

  1. La actitud y postura del investigador respecto a su objeto de estudio puede llegar a un punto crítico. IR no escapa a esta `crisis’. Consecuente con su principio metodológico, ella se identifica `émicamente’, en visión y criterio, con sus coinvestigadores kallawayas. ¡CASI siempre! Ella asume desde la primera página una actitud de admiración por la organización social y ritual kallawaya, pero alguna vez abandona esta posición, p. ej. cuando se refiere a la interpretación de los ritualistas con respecto a catástrofes y desgracias naturales, explicándolas como castigo por errores en el ritual y por la deuda sacrificial. Entonces IR se expresa necesariamente en forma neutral, objetiva, distante, reservada; “En la opinión de los amare-teños…”; “Según ellos…” (pp. 514-519).
  2. Otro efecto inevitable del método participativo-intersubjetivo (digamos ya: interactivo) es que la investigadora influye en el proceso formativo del ritual que ella investiga. IR lo reconoce (p. 678). Esta es una real consecuencia del método. El rechazo de la interpretación científica objetiva y valóricamente neutra en ciencias socioculturales, y la adopción del principio de la intersubjetividad como base del conocimiento generado, abren la posibilidad de la intervención del investigador en su objeto de estudio. Es más: la justifican dentro de exigencias estrictamente éticas. Esto es un elemento totalmente nuevo en el discurso sobre el conocimiento científico y en la metodología de la investigación socio-cultural, postmoderna.
  3. Otro efecto del método es que ya no se niega ni se disimula la relación emocional y afectiva entre el investigador y la comunidad investigada. IR lo reconoce y ella asume este compromiso. Tocando el tema del futuro incierto y la fe en la fuerza de la tradición amareteña, ella suspira: “…solo cabe compartir con los amareteños esta esperanza” (p. 681). Por lo mismo se explican y se justifican las expresiones dramáticas y nostálgicas de la autora (pp. 781ss.), haciéndose eco de la denuncia del “etnocidio del desarrollo (de la modernización, del inevitable cambio)”, llamado también “holocausto al progreso”. Impresiona también la frase final del libro donde IR pone de hecho su firma autográfica bajo la obra (3): “Irrefutablemente Amarete va a cambiar. Pero lo que Amarete hasta ahora ha realizado y creado, lo que ha configurado y desplegado constituye en todo caso una hazaña cultural fascinante a la que, con este mi libro, le quisiera levantar un monumento” (p. 785). Es la `antropología de compromiso’. Efectivamente, en la metodología de IR no hay rastro de la pretención de la `neutralidad valórica de la investigación’, pero ella demuestra que en ciencias socio-culturales se trata de una cienti-ficidad diferente.

Lo anterior no significa de ninguna manera dar paso a cierta permisividad en los códigos de la metodología, ni una falta de rigor científico. La prueba está en el capítulo 10 del libro donde alguien podría reprocharle un excesivo rigor del método, un perfeccionismo irritante, una odisea casi absurda y masoquista. En los párrafos 3 y 4 (pp. 694-780) se trata de demostrar que la estructura social y ritual de Amarete basada en los 10 géneros es un caso único en la región de los kallawayas, en todo el mundo andino y en el mundo tout court. Sabemos que el desafío más difícil siempre es demostrar empíricamente que no existe un segundo caso; parece una misión imposible. Sin embargo, IR la asume, provocando en el lector más pragmático no solo admiración, sino también irritación, cuando se siente llevado por 85 largas páginas de sofisticados senderos para demostrar que “Amarete es único”. El pragmático diría que este párrafo es sólo para el metodólogo y para el fiscalizador crítico. Para él, esta parte del libro vale como pieza digna del archivo. Nótese que, mientras el pragmático se irrita, el Prinzipienreiter entre los metodólogos quedaría insatisfecho, porque la prueba empírica de IR referente a la unicidad de Amarete no es (y nunca podrá serlo) totalmente impermeable y hermética.

Sin embargo, aun sin meterse en esta discusión queda la pregunta: ¿Se trata en estos párrafos “sofisticados” de un juego personal de IR, fascinada por el misterio de Amarete? ¡No! Los conceptos de los géneros simbólicos, sus principios y sus indicadores resultan ser definiciones y comparaciones salidas de la concepción de los amareteños, de su modo de concebir la realidad (ritual y social) local, no de la imaginación creadora de IR. Los conceptos relacionados de los 10 géneros de Amarete son, irrefutablemente, conceptos “émicos” (pp. 759ss.).

La conclusión de que “Amarete es único” -aunque parezca banal- levanta un problema mayor: ¿Cómo se explica que Amarete sea único? Los capítulos 9 y 10, que contienen las conclusiones del libro, son los de mayor interés para la formación de la teoría antropológica. Muestran una de las vías de un proceso de cambios rituales y de estructuras sociales. Las pp. 646-647 señalan ya el origen etno-histórico local de Amarete, y de su proceso de creciente complejidad del sistema de ordenación basado en el género. La comunidad de Amarete parece haberse aferrado tenazmente a este sistema de ordenación; lo elaboró y lo amplió constantemente conforme las nuevas situaciones. En cambio, las otras comunidades kallawayas parecen haber soltado poco a poco este principio de ordenación social y cúltico, al compás de los cambios socio-económicos y políticos. Resulta que la etno-historia puede ser muy local, conforme a: (a) los contextos locales cambiantes, y (b) las respuestas diferentes de los lugareños y sus dirigentes y ritualistas. IR habla de un proceso etno-histórico de traducción: se trata de la capacidad creativa local de traducir el ritual tradicional en un contexto nuevo, un proceso de traducción (p. 717). No parece aceptable que la aparición de un gran maestro ritualista carismático en la historia local, como Pasqual Tapia (compadre e informante principal de IR), sea un único y fantástico cometa en la historia kallawaya; debe haber una tradición ritual mayor. En una investigación etno-histórica podrían descubrirse los maestros de Don Pascual y la razón por la que precisamente en Amarete se haya desarrollado tan complicado y sofisticado, tan único e impresionante ritual colectivo basado en los 10 géneros simbólicos de los comuneros y la pacha, con sus cerros, chacras y agua.

Para explicar el extraño hecho que en todo el universo kallawaya sólo los amareteños se han organizado en base a los 10 géneros simbólicos y para conseguir más claridad en el bosque de las posibilidades e hipótesis, resulta definitivamente necesario desentrañar la dimensión etno-histórica de la investigación; una exhaustiva investigación etno-histórica para entender la formación y transformación del ritual local de Amarete. La autora es la primera en reconocerlo y sugerirlo (pp. 676, 680, 691).

Sobre la investigadora: IR, la maestra investigadora, es admirable por su asombrosa capacidad de trabajo, su inagotable energía, su absoluto rigor científico. Admirable es también por su actitud de autocrítica y su exigencia hasta el extremo con respecto a su propia investigación. Como investigadora es perfeccionista, incansable. Ciertamente no peca de falsa modestia; muestra sin reservas su propia excelencia. En las partes de su investigación bibliográfica, critica implacablemente los vacíos y las deficiencias metodológicas de insignes colegas investigadores, pero siempre reconociendo cabalmente sus valores y valorando generosamente sus logros (p.ej. el cap. 10, en que valora y critica a P. Flores, N. Wachtel, T. Platt y G. Rivière). Como colega investigadora IR es tan respetable como temible. Como maestra investigadora ella sabrá, sin duda, potenciar el todo de sus discípulos.

Sobre la investigación: En mi opinión, la obra completa del MUNDO INKARI de IR es y será siempre un clásico en creatividad científica e información antropológica; y un abre-caminos para la metodología postmoderna en ciencias socio-culturales. La obra es una digna continuación de los tomos anteriores. Una investigación de largo alcance, de gran rigor, de mayor relevancia y que descubre una realidad cultural muy profunda, jamás sospechada e imposible de descubrir con una metodología positivista: demostrando que las grandes obras nacen no del robot académico, sino de un gran amor.

Notas

 

(1) El primer ciclo del Mundo Ankari (los Vols. 1-4) comprende:

IR: Die Verbannung der Trauer (Llaki Wij’chuna). Nächtliche Heilungsrituale in den Hochanden Boliviens; Mundo Ankari, Band 1; Nördlingen: Greno, 1987.

IR: Dreifaltigkeit und Orte der Kraft: die Weisze Heilung. Nächtliche Heilungsrituale in den Hochanden Boliviens; Mundo Ankari, Band 2; Nördlingen: Greno, 1988.

IR: Abwehr und Verderben: die Schwarze Heilung. Nächtliche Heilungsrituale in den Hochanden Boliviens; Mundo Ankari, Band 3; Frankfurt: Zweitausendeins, 1990.

IR: Die Schlieszung des Kreises: Von der Schwarzen Heilung über Grau zum Weisz. Nächtliche Heilungsrituale in den Hochanden Boliviens; Mundo Ankari, Band 4; Frankfurt: Zweitausendeins, 1991.

El segundo ciclo del Mundo Ankari comienza con el volumen 5 de la obra, titulado:

IR: Rituale zur Rufung des Regens. Zweiter ANKARI-Zyklus: Kollektivrituale der Kallawaya-Region in den Anden Boliviens; Mundo Ankari, Band 5; Frankfurt: Zweitausendeins, 1993.

(2) Con Peter Kloos podemos considerar el conocimiento intersubjetivo como el fundamento de la epistemología dialéctica y del saber científico en las ciencias socio-culturales de la época actual, postpositivista: P. Kloos, Filosofie van de antropologie, Ed. Martinus Nijhoff, Leiden, pp. 25 ss.

(3) Este modo personal de hacerse presente el antropólogo en su informe, es lo que Peter Kloos, o.c. (defensor de la postura intersubjetiva como fundamento epistemológico del nuevo método científico en ciencias socio-culturales, y como garantía de credibilidad y veracidad) señala como “la autografía del investigador” justificándola y exigiéndola por la misma razón que el artista tiene para firmar su obra, ya que se trata de su interpretación fidedigna de la realidad observada.

Juan van Kessel – Instituto para el Estudio de la Cultura y Tecnología Andina (IECTA), Av. Diego Portales 2046, Iquique. E-mail: [email protected].

Acessar publicação original

[IF]