Chile en los archivos soviéticos: años 60 Tomo 4 | Olga Ulianova

A casi cinco años de su fallecimiento, la querida y recordada profesora Olga Ulianova sigue tan prolífica como de costumbre. No solo acaba de aparecer en el último número del prestigioso Journal of Cold War Studies un interesante artículo firmado por Ulianova y Alessandro Santoni1 , sino que hace unos meses Ariadna Ediciones, con el auspicio del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago, ha publicado Chile en los archivos soviéticos: años 60, un libro que recopila documentos que fueron encontrados, traducidos y comentados por Ulianova antes de su deceso, y que, con cierta justicia, se presenta como el cuarto tomo de la famosa serie Chile en los archivos soviéticos, publicada, en entregas sucesivas, por Ulianova y Alfredo Riquelme al alero del Centro de Investigaciones Barros Arana, entre 2005 y 2017 2 . El siguiente ensayo busca reseñar y relevar la importancia de este nuevo libro, analizando y comentando la documentación, y ofreciendo, además, algunas comparaciones con los primeros tres tomos.

En primer lugar, cabe advertir que este, el cuarto tomo de la serie, es de una naturaleza radicalmente distinta a los anteriores. Mientras que los tres primeros tomos recopilan documentación del Partido Comunista de Chile (PCCh) y de la Internacional Comunista (o Komintern) en un marco cronológico que va de 1921 a 1941, este tomo se centra en la década de 1960 y recopila documentación de un conjunto heterogéneo de organizaciones, entre las que destacan: la Central Única de Trabajadores de Chile (CUT), el Consejo Central de los Sindicatos Soviéticos (CCSS), el Instituto Cultural Chileno-Soviético (ICCS), la Unión de Sociedades Soviéticas de Amistad y Relaciones Culturales (SSOD) y el Ministerio de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética (MAE). Esto supone, a la vez, una ventaja y una desventaja marcada por la presencia novedosa de ciertas voces y la ausencia lamentable de otras, cuestión particularmente evidente al leerse este tomo en diálogo con los anteriores.

Permítase comenzar por lo que falta. A diferencia de los primeros tres tomos, que nos ofrecen una riquísima base empírica para adentrarnos en la vida interna del PCCh y para estudiar sus vínculos internacionales a través de su relación con Komintern, acá hay poco y nada que diga relación directa con el PCCh. Solo podemos enterarnos de manera tangencial de lo que está ocurriendo en el PCCh, en base a algunas cartas y comentários de Luis Figueroa, presidente de la CUT, al CCSS, algunos diálogos entre dirigentes del PCCh y el embajador soviético en Chile y algunos informes del CCSS, la SSOD y el MAE. Pero la voz directa del PCCh, sin mediadores ni distorsiones, brilla por su ausencia. Y cabe señalar, además, que el interés del CCSS, la SSOD y el MAE en los avatares del PCCh es relativamente menor. El CCSS está interesado en los avatares de la CUT, la SSOD en los avatares del ICCS y el MAE en la política chilena en general; y en todos estos asuntos parecen haber discrepancias entre los intereses de estas organizaciones y los del PCCh.

La ausencia de la voz del PCCh se debe, en no menor medida, a la disolución de Komintern, en 1943. Desde esa fecha dejó de existir un vínculo directo, poderoso y frecuente entre el PCCh y el movimiento comunista internacional. La Kominform, que fue creada en 1947, no tuvo ni la importancia ni el alcance de su predecesora, y terminó siendo disuelta en 1956. Es indudable que a lo largo de los años sesenta existieron vínculos relevantes entre el PCCh y otros partidos comunistas. Alessandro Santoni ha escrito un trabajo notable sobre la relación entre el PCCh y el Partido Comunista Italiano, y Joaquín Fermandois ha hecho lo propio sobre la relación entre el PCCh y el Partido Socialista Unificado de Alemania3. Pero, lamentablemente, aún sabemos muy poco de los vínculos entre el PCCh y el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), un vínculo que podemos suponer era aún más relevante para los comunistas chilenos. Este tomo nos ofrece muy pocas pistas al respecto. Incluye un puñado de documentos del Departamento Internacional del Comité Central del PCUS, que, dicho sea de paso, demuestran la creciente importancia del PCCh en el movimiento comunista internacional, pero ninguno de ellos dice relación directa con el PCCh, tampoco hay documentos escritos y firmados por el PCCh.

¿Qué nos dice esto sobre la relación entre el PCCh y el PCUS? ¿Estamos ante un vínculo más tenue que en los años de Komintern, institución que, como sabemos, era dominada sin contrapesos por el PCUS y que ejercía una influencia desmesurada en el resto de los partidos comunistas del orbe? ¿Estamos ante un PCCh –por así decirlo– más independiente, menos obsecuente con su hermano mayor? Plausible, pero improbable dado el creciente interés del PCUS en el Tercer Mundo (como bien ha demostrado Tobias Rupprecht 4) y de la significativa ayuda material que este brindó al PCCh a lo largo de los años sesenta (que documenta este tomo y que la misma Ulianova y Eugenia Fediakova analizaron tan detalladamente en un artículo 5). ¿O la ausencia de la documentación al respecto en esta recopilación es, simplemente, el resultado de los azares heurísticos y avatares archivísticos? Esta es la opción por la que yo me inclinaría. Me atrevería a aventurar que el vínculo entre el PCCh y el PCUS no solo siguió siendo fuerte, sino fue también más directo que antaño, dada precisamente la disolución de Komintern y el interés de ambas partes por establecer vías de contacto. Lamentablemente, con el fallecimiento de Ulianova hemos perdido a quien mejor podía contestar estas y tantas otras preguntas.

El libro carece de un estudio introductorio que dé luces sobre estas cuestiones o que nos ayude a interpretar la documentación en su conjunto. Los primeros dos tomos de la serie estaban acompañados de portentosos estudios críticos que analizaban la historia de Komintern, los primeros contactos entre Komintern y el PCCh, la posterior bolchevización del PCCh y alguno que otro acontecimiento de relevancia, reinterpretado a la luz de la documentación, como el fin de la dictadura de Carlos Ibáñez, la República Socialista de 1932 o el levantamiento y la masacre de Ranquil. Ya habíamos lamentado la ausencia de este tipo de estudios en el tercer tomo de la serie, publicado unos meses después de la muerte de Ulianova. No obstante, esta lamentable ausencia, el cuarto tomo sí incluye –al igual que los tres anteriores– centenares de notas explicativas al pie, que nos ayudan a interpretar pasajes de la documentación o que reseñan la biografía de algún sujeto mencionado en esta. Para quienes tuvimos el gusto de conocer a Ulianova personalmente, la lectura de estas notas nos permite volver a maravillarnos con su conocimiento sobre el mundo soviético.

Pasemos ahora a analizar con mayor detención lo que el libro contiene. La recopilación se compone de 161 documentos, ordenados en términos estrictamente cronológicos y que llenan algo más de 300 páginas. En líneas generales, los documentos discurren en torno a tres grandes ejes temáticos: uno de naturaleza sindical, cimentado en el vínculo entre la CUT y el CCSS; otro de naturaleza cultural, que se sostiene en el vínculo entre el ICCS y la SSOD; y un último eje de naturaleza diplomática, basado en documentos del MAE y de la Embajada de la URSS en particular. Reseñaré la documentación de cada uno de estos ejes por separado, utilizando algunos documentos a modo de ilustración.

La documentación de naturaleza sindical se compone, principalmente, de telegramas y cartas intercambiados por la CUT y el CCSS, y, en menor medida, de informes escritos por delegaciones sindicales soviéticas que visitaron Chile y de informes (también de procedencia soviética) sobre delegaciones sindicales chilenas que visitaron la URSS. Los telegramas y cartas son breves. Los informes son de mayor extensión, por lo general de cuatro o cinco páginas. Los telegramas y cartas demuestran un intercambio frecuente, de naturaleza más bien formal, entre la CUT y el CCSS. Mientras que la CUT está interesada en obtener ayuda logística y material, el CCSS quiere promover una visión idealizada del mundo del trabajo en la URSS y atraerse a su esfera de influencia al movimiento sindical chileno. La CUT es cordial pero demandante, y está siempre dispuesta a recibir lo que el CCSS puede ofrecer.

Gracias a la documentación, nos enteramos, por ejemplo, que la CUT solicitó dinero para terminar de pagar el pie de su nueva sede y que la solicitud tuvo buena acogida, aunque no está del todo claro si el dinero fue finalmente transferido; y que el CCSS le regaló algunos automóviles a la CUT, bienes de valor no despreciable en estos años y que podían ser revendidos en el país para obtener dinero en metálico. Ahora bien, fuera de estos casos concretos de ayuda financiera y material, lo que por lo general puede y gusta de ofrecer el CCSS son viajes y estadías pagadas en la URSS, ya sea por un par de semanas, en formato de vacaciones, para dirigentes o delegaciones sindicales, o por varios meses, incluso años, en el caso de dirigentes sindicales que son enviados a cursos de formación y, podemos suponer, adoctrinamiento. Los términos de estos ofrecimientos eran establecidos por el CCSS, pero la CUT parece haber sido bastante exitosa en renegociar estos términos, obteniendo ocasionalmente más cupos o pasajes de los ofrecidos. Hay ciertas pistas, además, que sugieren que la cantidad de regalías ofrecidas a la CUT era mayor que a confederaciones sindicales de otros países de la región, si bien esto no puede aseverarse con certeza, dado el énfasis bilateral de la recopilación documental.

Es interesante saber del ofrecimiento que, con cierta regularidad, el CCSS realiza al presidente de la CUT para que este vacacione en la URSS; ofrecimiento que, por regla general, cubre los pasajes y la estadía del dirigente y su pareja, y que además permite que estos reciban tratamiento médico. Esta invitación se le extiende a Clotario Blest, Oscar Núñez y Luis Figueroa en calidad de presidentes de la CUT, sin importar su filiación política. En una nota al pie, Ulianova nos informa que Clotario Blest, destinatario regular de estas invitaciones en la década del cincuenta, fue uno de los pocos dirigentes sindicales que nunca las aceptó, aunque, como revela la carta de Clotario Blest en respuesta a la invitación de 1960, su forma de rechazar el ofrecimiento soviético es extremadamente cordial, deshaciéndose en excusas y elogios, reiterando “el alto cariño y admiración que siento por ese gran país hermano y sus Dirigentes”6 .

En general, y a diferencia de lo que se desprende de la documentación de naturaleza cultural o diplomática, los intereses de la CUT y el CCSS parecen estar bastante bien alineados, especialmente una vez que Luis Figueroa, comunista, pasó a convertirse en presidente de la CUT, cargo que detentó entre 1965 y 1973. Cabe notar que Luis Figueroa, presidente de la CUT, es una figura mucho más prominente que Luis Corvalán, secretario general del PCCh, en la documentación de este tomo. Figueroa, a ojos soviéticos, juega un rol doble: por un lado, el de dirigente máximo de un organismo sindical pluripartidista y, por otro lado, el de dirigente propiamente comunista –nuestro camarada– en dicho organismo. La doble militancia de Figueroa y el alineamiento de los intereses de la CUT y el CCSS, se dejan entrever en el interesantísimo informe de la delegación soviética al V Congreso Nacional de la CUT, en noviembre de 1968. El informe describe con bastante detalle los entretelones del congreso. Cuando narra las discusiones que en este tuvieron lugar, se hace eco de la postura de los dirigentes sindicales comunistas, quienes promovían una vía institucional y querían garantizar una dirección ideológicamente diversa, brindándole más espacio a los partidos de centro (radicales, democratacristianos) de lo que deseaban los socialistas. Obviamente, el informe –y la documentación en general– evidencia las expectativas y ansiedades de sus autores, estando los soviéticos particularmente preocupados en ese entonces de constreñir y canalizar la discusión en torno a los acontecimientos ocurridos en Checoslovaquia unos meses atrás, y del actuar de la delegación yugoeslava al respecto.

El informe de marras ilumina también el peculiar rol de Figueroa, dirigente de la CUT y a la vez del PCCh, quien le sugiere a la delegación soviética que el próximo año no sea él el invitado de rigor a vacacionar en la URSS, sino que sea el segundo sujeto al mando de la CUT, el joven socialista Hernán del Canto, “considerando la posibilidad de su acercamiento con los comunistas” (p. 255). La contraparte soviética aceptó de buena gana la sugerencia de Figueroa e invitó a Del Canto, escribiendo después de su estadía en la URSS un revelador informe que toma nota de sus muestras de simpatía por la URSS, pero también de sus múltiples comentarios y preguntas sobre la relación entre la URSS y China, y de la utilización que este hizo del viaje a la URSS para visitar también Yugoeslavia. Este informe concluye, de manera algo autocomplaciente, haciéndose eco de las palabras de Figueroa: “La estadía de Hernán de Canto de [sic] la Unión Soviética le ayudará a entender muchos problemas y a estar más cerca de los comunistas”7.

La documentación de naturaleza cultural se compone, principalmente, de telegramas y cartas intercambiados por el ICCS y la SSOD, además de unos pocos informes de viajes y visitas escritos por funcionarios soviéticos. La documentación de naturaleza cultural es menos abundante que aquella de naturaleza sindical y, en mi opinión, algo menos rica. Sin embargo, esta permite hacerse una idea bastante clara de las solicitudes de ayuda del ICCS a la SSOD, y del tipo de ayuda que los soviéticos estaban dispuestos a proporcionar. Si bien hay algunas peticiones de ayuda económica para financiar nuevas sedes y de ayuda logística para obtener cupos en la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba, la mayor parte de los intercambios dice relación con la transferencia de textos y artefactos culturales. En uno de los documentos, la SSOD dice que, además de manuales de idioma ruso y de periódicos y revistas en español, “se está enviando prácticamente toda la literatura en español que se publica en la Unión Soviética”8. Junto a los textos escritos, sabemos que se envían regularmente exposiciones fotográficas, documentales, películas y discos de música. Además, en la documentación hay alusiones a proyectores de diapositivas, televisores, cámaras fotográficas, equipos de radio, tocadiscos, grabadores de cinta magnética, máquinas de escribir, parlantes, micrófonos y, con particular abundancia, proyectores de cine. Las reiteradas alusiones a la fotografía, la música y el cine confirman la importancia que le asignaban a los medios audiovisuales tanto chilenos como soviéticos, matizando el énfasis letrado de la difusión de la ideología socialista en décadas previas. La definición de cultura de la SSOD y del ICCS, dicho sea de paso, era bastante amplia, como se puede colegir de los viajes desde y hacia la URSS: músicos, bailarines, artistas, intelectuales, ajedrecistas y clubes de fútbol. Lamentablemente, no hay mucha información de estos viajes en este tomo.

En cierto sentido, la documentación les da asidero a las nociones de “Guerra Fría cultural” y de “diplomacia cultural” que tanto han interesado a los historiadores en las últimas décadas, y que algunos han utilizado para caracterizar las funciones del ICCS 9. De hecho, es interesante notar que, una vez se instalada la Embajada de la URSS en Chile, esta parece asumir el rol de intermediario entre el ICCS y la SSOD, poniéndose generalmente del lado del primero para demandar mayor atención del segundo. La Embajada de la URSS, cuyo trabajo reseñaremos con cierto detalle más adelante, no se cansa de enfatizar la importancia de la cultura como mecanismo de difusión de los intereses soviéticos y de las múltiples oportunidades que hay por desarrollar en este ámbito, instando a la SSOD a redoblar sus esfuerzos. En una de sus cartas, la embajada alaba el entusiasmo de los miembros del ICCS al tiempo que subraya la precariedad material y tecnológica de dicho instituto. “Según nos contaron en el Instituto de la ciudad de Valparaíso, el problema alcanza tales extremos, que para mostrar películas soviéticas (antiguas por lo demás, traídas hace 5 años), piden prestada la proyectora de cine en el Instituto chileno-norteamericano”10. Este es uno de muchos ejemplos en que podemos apreciar como los actores locales instrumentalizaban la rivalidad entre las superpotencias para su propio beneficio, una peculiaridad de la Guerra Fría que ha recibido particular atención en estudios recientes sobre las políticas de desarrollo y modernización del Tercer Mundo11.

Ahora bien, es necesario aclarar que los intereses de los soviéticos y los chilenos en el campo de la cultura no están del todo alineados, y que, a diferencia de lo que ocurre con el vínculo entre la CUT y el CCSS, la divergencia de intereses en el ámbito cultural tiende a aumentar en la medida en que el PCCh aumenta su control sobre el ICCS, un organismo pluripartidista, por definición, apolítico. Una evidencia muy patente de ello se encuentra en el informe del viaje al sur de Chile de un funcionario de la Embajada soviética y director subrogante de los cursos de idioma ruso que ofrece el ICCS. Este lamenta la excesiva influencia de los comunistas chilenos en las sedes de Temuco y Valdivia, que “tratan de utilizar los institutos para sus fines políticos concretos” y que provoca que estos “se distancien de personas influyentes, pierdan vínculos con la radio y la prensa, se trasladen de los centros a suburbios de las ciudades, aislándose con ello de la opinión pública de la ciudad”. El funcionario es de la opinión que estos institutos debiesen orientarse “más a los vínculos exclusivamente culturales con la URSS” y tender puentes con las elites locales, a las cuales los comunistas chilenos no tienen acceso 12.

Paso ahora a analizar con mayor detención la documentación propiamente diplomática. Esta es la principal novedad del cuarto tomo, y su contexto de producción y su significación requieren ser explicitados. Chile había establecido relaciones diplomáticas con la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial en el contexto de la Gran Alianza, pero Gabriel González Videla había decidido romperlas unos años después, en los inicios de la Guerra Fría. Las relaciones solo volvieron a ser reestablecidas gracias a la iniciativa de Eduardo Frei Montalva, en el marco de una política exterior que, aun teniendo a Estados Unidos como aliado principal, se esforzaba por demostrar independencia y diversificar las potenciales fuentes de financiamiento de su ambicioso programa de reformas13. La URSS aceptó gustosa la inesperada mano que le tendió el gobierno democratacristiano, y la embajada soviética en Santiago se instaló a finales de 1964. La documentación de naturaleza diplomática recopilada en el libro se compone, principalmente, de transcripciones de conversaciones del embajador soviético (y de otros funcionarios de la embajada) con diversos sujetos, complementada con una que otra carta enviada a la embajada y uno que otro informe temático, producidos por la embajada u otros órganos del MAE en Moscú.

Este tipo de documentación es de una naturaleza muy diferente a la del CCSS y la SSOD, también a la de Komintern, en la que se basan los primeros tres tomos de la serie. A diferencia de Komintern, que se concibe a sí mismo como la vanguardia de la revolución mundial, y que tiene como misión aconsejar o dirigir las acciones del PCCh en el país, la Embajada soviética tiene como principal objetivo representar los intereses de la URSS en tanto Estado y miembro del sistema internacional, y para ello se relaciona –o, al menos, busca relacionarse– con una amplia gama de actores del espectro político chileno. Silvio Pons ha puesto en términos elocuentes el contradictorio dualismo de la política exterior soviética, encarnada inicialmente en Komintern y Narkomindel, como se le llamaba entonces al MAE. “Podría decirse que mientras Narkomindel trabajaba en pos de la estabilización, Komintern lo hacía en pos de la desestabilización, y el Politburo en pos de ambos objetivos al mismo tiempo”14. La naturaleza de la documentación recopilada en este tomo confirma su aseveración. La Embajada soviética en Chile busca tender puentes, no alentar huelgas.

A diferencia del CCSS que tiene su contraparte en la CUT, o de la SSOD que tiene su contraparte en el ICCS, la Embajada soviética no tiene una contraparte definida de antemano. Obviamente, se relaciona con las autoridades democratacristianas locales en este período, pero también con embajadores de otros países, con empresarios y con una variopinta gama de políticos chilenos: comunistas, socialistas, radicales, incluso un liberal. Hay, obviamente, una sobrerrepresentación de los individuos de izquierda. Pero el político chileno con el que más habitualmente conversa el embajador no es Luis Corvalán ni Volodia Teitelboim, sino Rafael Tarud, que transita del Partido Socialista –del cual habla de manera muy crítica– a la Acción Popular Independiente, un partido minúsculo cuyo leitmotiv –como bien demuestra la documentación– era impulsar su candidatura presidencial que Tarud intenta promocionar, sin suerte con el embajador soviético, el que está siempre dispuesto a prestar una oreja a quien quiera informarle de los entretelones de la política chilena, pero que por regla general evita comprometerse a prestar ayuda.

Por este motivo, la documentación recopilada en este tomo está llamada a ser de utilidad no solo para los estudiosos del comunismo, sino para todos aquellos que tienen interés en la historia política chilena o en las relaciones internacionales. A quienes estudian la política chilena, la documentación les permitirá tener una mejor comprensión de las discusiones al interior de los partidos socialista, radical y democratacristiano en la segunda mitad de los sesenta, todos los cuales experimentaron quiebres en estos años, y de la manera en que el resto del espectro político observaba y analizaba estos asuntos. Hay también varias conversaciones que versan sobre las elecciones (parlamentarias, municipales, etc.) que tuvieron lugar en estos años, y sobre la decisiva elección presidencial que se avecinaba, un asunto que se empieza a discutir tempranamente. Por ejemplo, el político liberal Ignacio Prado comenta, en julio de 1965, que la derecha está tan desilusionada con Frei que, de ser la elección de 1970 un nuevo plebiscito entre la Democracia Cristiana y el Frente de Acción Popular (FRAP), no descartan “apostar por un líder de la izquierda moderada”15. La riqueza de la documentación sobre estos asuntos se debe, en parte, a la voluntad y capacidad del embajador de vincularse con distintos actores chilenos y, en parte, al género “transcripción de la conversación” de la burocracia soviética que, nos aclara Ulianova, tenía como objetivo “reflejar con mayor precisión todo lo dicho, tanto por el interlocutor extranjero como por el funcionario soviético”16.

A quienes estudian las relaciones internacionales, la documentación les ofrece un prisma interesante para entender el teje y maneje de las relaciones entre el gobierno de Frei y la Unión Soviética. Como demuestra la documentación, el establecimiento de relaciones diplomáticas no significó la inmediata apertura de relaciones comerciales, las cuales, si bien eran deseadas por ambas partes, se toparon con más de un obstáculo. Varias de las conversaciones del embajador con las autoridades chilenas versan sobre este asunto. En un revelador intercambio, Máximo Pacheco, en ese entonces embajador de Chile en la Unión Soviética, intenta convencer a su par soviético de que la misión comercial soviética debiese romper sus vínculos con los sujetos y empresas de izquierda a las que se había asociado, y entablar, en cambio, relaciones “con las firmas que pertenecen a aquel grupo que nosotros denominamos ‘la derecha económica’”17. En otra conversación, en este caso con el empresario chileno Julio Donoso, que pareciera actuar como emisario de Gabriel Valdés, se deja entrever que el gobierno de Frei estaría considerando la posibilidad de pedir asistencia económica a la Unión Soviética para llevar a cabo la reforma agraria.

La documentación de naturaleza diplomática recopilada por Ulianova es abundante, al menos en comparación con aquella de naturaleza cultural. El primer informe del embajador soviético data de febrero de 1965, y de ahí en adelante las transcripciones de sus conversaciones se vuelven frecuentes. Ahora bien, se trata solo de una muestra –debidamente seleccionada, traducida y comentada– de lo que suponemos era una documentación bastante más copiosa. Y huelga reconocer que es menos abundante que la documentación recopilada en otros libros abocados exclusivamente a las relaciones internacionales, por ejemplo, la documentación relativa a Chile del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba recopilada por Ricardo Pérez Haristoy o la documentación relativa a Chile de la serie Foreign Relations of the United States18. Ahora bien, parte importante de la contribución de este tomo radica, precisamente, en que puede ser leído en diálogo con estas y otras fuentes. Sin siquiera levantarse del escritorio, se puede tener ahora una idea general y empíricamente informada del actuar de la URSS, Cuba y Estados Unidos en Chile durante este convulsionado período, o examinar la política chilena de esos años a la luz de las perspectivas soviética, cubana y estadounidense.

Notas

1 Olga Ulianova y Alessandro Santoni, “The Chilean Christian Democratic Party, the U.S. Government, and European Politics during Pinochet’s Military Regime (1973-1988)”, Journal of Cold War Studies, Vol. 23, Nº 1, Winter 2021, pp. 163-195.

2 Olga Ulianova y Alfredo Riquelme (eds.), Chile en los archivos soviéticos. Tomo 1: Komintern y Chile 1922-1931, Santiago, Ediciones de la DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana y Lom Ediciones, 2005; Olga Ulianova y Alfredo Riquelme (eds.), Chile en los archivos soviéticos. Tomo 2: Komintern y Chile 1931-1935, Santiago, Ediciones de la DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana y Lom Ediciones, 2008; Olga Ulianova y Alfredo Riquelme (eds.), Chile en los archivos soviéticos. Tomo 3: Komintern y Chile 1935- 1941, Santiago, Ediciones de la DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana y Lom Ediciones, 2017.

3 Alessandro Santoni, El comunismo italiano y la vía chilena. Los orígenes de un mito político, Santiago, RIL Editores, 2011; Joaquín Fermandois, La revolución inconclusa. La izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular, Santiago, Centro de Estudios Públicos, 2013.

4 Tobias Rupprecht, Soviet Internationalism after Stalin: Interaction and Exchange between the USSR and Latin America during the Cold War, Cambridge, Cambridge University Press, 2015.

5 Olga Ulianova y Eugenia Fediakova, “Algunos aspectos de la ayuda financiera del Partido Comunista de la URSS al comunismo chileno durante la Guerra Fría”, Estudios Públicos, Nº 72, Santiago, 1998, pp. 113-48.

6 Olga Ulianova (comp.), Chile en los archivos soviéticos: años 60. Tomo 4, Santiago, Ariadna Ediciones, 2020, p. 21.

7 Ibid., p. 312.

8 Ibid., p. 124.

9 Rafael Pedemonte, “La ‘diplomacia cultural’ soviética en Chile (1964-1973)”, Bicentenario. Revista de Historia de Chile y América, Vol. 9, Nº 1, Santiago, 2010, pp. 57-100.

10 Ulianova, 2020, op. cit., p. 121.

11 Véase, por ejemplo, Nick Cullather, “Damming Afghanistan: Modernization in a Buffer State”, The Journal of American History, Vol. 89, Nº 2, s/c, September 2002, pp. 512-537; David C. Engerman, “Development Politics and the Cold War”, Diplomatic History, Vol. 41, Nº 1, s/c, January 2017, pp. 1-19.

12 Ulianova, 2020, op. cit., p. 260. 13 Rafael Pedemonte, “Desafiando la bipolaridad: La independencia diplomática del gobierno democratacristiano en Chile y su acercamiento con el ‘mundo socialista’”, Estudos Ibero-Americanos, Vol. 44, Nº 1, Porto Alegre, 2018, pp. 186-199.

14 Silvio Pons, The Global Revolution. A History of International Communism, 1917-1991, Oxford, Oxford University Press, 2014, pp. 58-59.

15 Ulianova, 2020, op. cit., p. 116.

16 Ibid., pp. 109-110.

17 Ibid., p. 178.

18 Ricardo Pérez, Chile en los archivos del MINREX Cubano (1960-1974), Santiago, Ediciones Biblioteca Nacional de Chile, 2019; Adam Howard, James McElveen y James Siekmeier (eds.), Foreign Relations of the United States, Chile, 1969-1976, Volume XXI, Chile, 1969-1973, Washington, United States Government Printing Office, 2014.


Resenhista

Alfonso Salgado Muñoz – Investigador Asociado del Instituto de Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad Diego Portales. Doctor en Historia, Columbia University. Santiago, Chile. ORCID ID: 0000- 0001-6649-4291. Correo electrónico: [email protected]


Referências desta Resenha

ULIANOVA, Olga (Comp.). Chile en los archivos soviéticos: años 60. Tomo 4. Santiago: Ariadna Ediciones, 2020, Resenha de: MUÑOZ, Alfonso Salgado. Cuadernos de Historia. Santiago, n.55, p. 365- 372, diciembre, 2021. Acessar publicação original [DR]

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