Doce Césares. La representación del poder desde el mundo antiguo hasta la actualidad | Mary Beard

Las últimas publicaciones de Mary Beard se caracterizan por contener un tema que es debatido en términos historiográficos y dejar planteados argumentos que requerirán de nuevas revisiones. Tal es el caso de su reciente libro Doce Césares, una aproximación marcadamente interdisciplinaria en que se encuentran la historia, la arqueología, la historia del arte, la numismática y la museografía. Todos esos contenidos aparecen relacionados en los diversos capítulos a lo largo de los muchos siglos contenidos entre la experiencia romana y la primera mitad del siglo XX, partiendo de las biografías de los doce primeros emperadores romanos descritos, a caballo entre los siglos I y II de nuestra era por Suetonio.

La representación del poder es abordado en su primera sede, esto es, la Roma antigua, particularmente a partir de los años del gobierno de Julio César, el «primer romano cuyo retrato se acuñó sistemáticamente en las monedas» (p.67), dando así el pie para una actividad que desarrollarán los emperadores siguientes, destacando la numerosa producción que se llevó adelante en los tiempos de Augusto. No obstante de esta producción son muy pocas las que han llegado hasta nuestros días, y tampoco es que la imagen imperial contenida en ellas representen al gobernante con demasiada fidelidad. De nuevo los largos años de Augusto sirven para ilustrar el punto sobre el cual reparara Paul Zanker hace más de treinta años, cuando señaló que, en sus diversas imágenes, el emperador aparecía siempre joven, lo cual pone en duda la fidelidad de su representación, y marca, en cambio, la intencionada continuidad en el plano del mensaje político.

Las imágenes de los otros integrantes de la categoría de doce césares resultan más complejas dado que en algunos casos hay pocas fuentes que permitan contrastarlas y así aproximarse al «que pudo haber sido» efectivamente. De esas escasas fuentes de información, Mary Beard privilegia las representaciones contenidas en las monedas por sobre las de los mármoles que presentan variados problemas de identificación, conservación, adulteración, etc. En términos generales se puede señalar que estos temas se encuentran concentrados en los cuatro primeros capítulos del libro.

La autora aborda el tema de las imágenes de las mujeres en el poder en el capítulo séptimo: «Las cabezas de las mujeres imperiales sí aparecen en las monedas, pero con mucho menos frecuencia que los emperadores», afirma en la página 277. Y señala a continuación que la identificación se hace más difícil ya que la tendencia fue a no representar «agentes individuales, sino como símbolos genéricos de las virtudes imperiales y la continuidad dinástica». De aquí que las mujeres imperiales presentaran marcadas similitudes y tendieran a ser expuestas en una combinación rasgos faciales propios de este grupo de mujeres con las características de las virtudes correspondientes. En suma, se trata de un capítulo cuya lectura resulta muy recomendable.

Los conocedores de la historia romana siempre se han debido enfrentar con el problema de los escasos vestigios de Roma antigua que han pervivido en el tiempo. La historia de esa ciudad y de su imperio se nos aparece a retazos, los cuales muchas veces se contradicen y polemizan entre sí. Para mantenernos en lo señalado en el párrafo anterior, confrontamos la mencionada idealización de las imágenes de las «emperatrices romanas» con las que nos transmiten importantes escritores del siglo II. Suetonio, y muy especialmente su contemporáneo Tácito, redactaban comentarios muy distintos sobre mujeres que, ansiosas de poder, en más de una ocasión, llegaron a protagonizar, según ellos, asesinatos y acciones de incesto.

Un segundo tema que se puede identificar en este libro es el del uso de las imágenes romanas en el ámbito europeo a partir del Renacimiento. ¿Cuáles?, ¿con qué objetivos y de qué maneras los europeos de los siglos XIV en adelante utilizaron profusamente las representaciones del poder provenientes de la antigüedad? A la primera parte de la pregunta se puede responder que básicamente se trató de las imágenes de los emperadores hombres. Todo lo que se refiere a los soporte son objeto de varias páginas en el libro. El gran depósito del cual se nutrieron los modernos para encontrarles y adjudicarles un rostro con sus correspondientes características físicas y psicológicas, fueron justamente estas monedas.

¿Cuáles fueron los objetivos de los modernos para estas aproximaciones? Variados, más que variados, parece ser la respuesta entregada por Mary Beard, una autora que rechaza las simplificaciones y los trazos demasiado gruesos. Antes de reseñar este punto conviene recordar que el libro comentado trata las representaciones del poder, y es entonces que se comprende la revisión de distintos momentos a partir del siglo XIV y hasta con intenciones que van variando en cada tiempo, pero que tuvieron como fondo común la valoración del caso romano antiguo, a veces abordado como «paradigma permanente» y en otros como motivo de sátira política o denuncia de los vicios y corrupción que amenazan a los poderosos de todas las épocas. En el caso antiguo, las miradas modernas visualizan su extensión a una sociedad completa como la romana en sus últimos siglos de esplendor, un argumento muy afincado durante largo tiempo y que solo hace muy poco la historiografía ha empezado a revisar, especialmente a partir de los trabajos de Peter Brown.

Un ejemplo ilustrativo de lo recién señalado se observa en el cuadro Los romanos de la decadencia, obra de Thomas Couture realizada en 1847 y que se encuentra reproducido en las páginas 252 y 253 del libro que comentamos. Se observa un gran salón acolumnado y abierto en su fondo desde el cual se observan los edificios atribuidos a Roma. Ahí se celebra una fiesta que refleja la crisis de las costumbres, caracterizada por el consumo abundante de vino, sexo activo y abandono de los pudorosos hábitos de otros tiempos. La escena evidencia entre las columnas las estatuas esculpidas a cuerpo completo de los primeros césares. La obra contiene lo que fue una manera frecuente los tiempos finales del otrora «glorioso imperio». No decimos más ya que los comentarios hechos por Mary Beard en las páginas 250-251 ameritan su lectura.

La función valorativa de la antigüedad romana más conocida es aquella que hicieron diferentes gobernantes modernos, en las que bustos romanos se exhibían en los despachos, galerías y los jardines en que habitaban. Pero también tuvieron presencia en las oficinas y casas de aquellos funcionarios que no accedieron a los máximos cargos, y, por último, en los espacios habitados por grupos emergentes que, de acuerdo a sus ingresos, se hacían de vajillas con ese tipo de motivos. En este contexto, las piezas romanas o supuestamente originales, o creaciones derechamente modernas sobre motivos de antaño, vivían su propia historia como elementos decorativos. El libro de Mary Beard contiene muchas menciones a piezas muy valoradas en cierto momento y que han terminado en salas poco visitadas en los museos o en dependencias poco relevantes. Sobre este punto volveremos al final de este comentario.

La línea central del largo recorrido tiene varios focos de atención, pero son las pinturas las más recurridas por la autora. En ellas reaparecen las imágenes de los diversos emperadores romanos, especialmente los del grupo denominado «doce césares», con lo que el debate sobre las monedas reaparece en la escena, pero sirven para ilustrar todas las variaciones introducidas por los artistas de acuerdo a las distintas exigencias a las que debían responder al realizar los encargos. Entonces, y para referirnos al caso más conocido, se encuentran múltiples Julio César napoleonizados y tantos otros monarcas que intentaban calcar a su antiguo favorito. Un aspecto de especial interés es la manera en que la autora plantea este tema y lo trabaja, dialogando con las obras pictóricas y destacando ciertos detalles que podrían pasar inadvertidos para el lector. Obras que, por lo demás, ponen a las figuras antiguas, no solo imperiales sino que también bíblicas y otras mitológicas, en contextos recreados con una libertad y creatividad representativa del tiempo en que el lienzo fue realizado.

Podemos aquí hacer un desvío para señalar que esta edición en español, siguiendo a la inglesa, contiene un altísimo número de imágenes, lo que la convierte en un tipo de libro de lujo. Lo que ya hemos comentado sobre las referencias de la autora a los lienzos se extiende a los mármoles y diversos objetos. Esto hace de estos Doce Cesares un texto para leer y ver, así como en un catálogo estimulante para seguir el tema a través de las imágenes contenidas. No obstante el esfuerzo editorial se da en muchos casos que en las reproducciones no se logran ver aquellos detalles que Mary Beard se esforzó en destacar. Una parte significativa de las obras exhibidas y comentadas se encuentran con facilidad en internet, posibilitando así una visión más completa dadas las posibilidades que ofrece este medio.

Hasta aquí hemos escrito sobre las imágenes en las monedas antiguas y respecto de esas tantas que contienen falsificaciones. Igual cosa puede decirse de los mármoles, utensilios domésticos, etc. Podría quedar la impresión de que se trata de un campo totalmente abierto en que cada uno aporta lo suyo libremente. Algo de eso se encuentra a través de las páginas del libro, pero también hay otra línea documentada de quienes han sometido a escrutinio la veracidad de las diversas piezas. Los coleccionistas privados siempre han estado interesados en la autenticidad de sus adquisiciones y para eso han estudiado y documentado con minuciosidad. Es sabido que varios han hecho aportes invaluables en este plano, no obstante sus resultados puedan haber sido controvertidos por sus sucesores en esa actividad. Otro aporte para establecer un orden en un ambiente que ha tenido, y tiene, mucho de caótico, ha provenido de aquellos que han estado a cargo de esta sección en aquellos museos que trabajan con estándares exigentes y para quienes la autenticidad de una pieza se convierte en un asunto muy importante. Un último ejemplo es el de los arqueólogos, que desde los más variados yacimientos extraen noticias altamente valiosas y probablemente cada vez más fidedignas. Este es un camino transita entre la desmesura y la mesura

Antes de continuar abordando la propuesta de Mary Beard, interesa señalar que el lector se encuentra con un libro bien escrito y al que se puede acceder sin una preparación especializada anterior, aunque su lectura despierta un interés y curiosidad que pueden requerir información adicional. Como siempre, se trata de leer y seguir leyendo mientras las cosas se van aclarando por el camino. Esto se debe a que la obra va presentando diversos problemas y situaciones más que la descripción detallada de cada punto.

La autora declara, llegada a cierto punto que «Este libro trata de esta clase de historias de descubrimientos, identificación errónea, esperanza, decepción, polémica, interpretación» (p.21). Se refiere a los intentos por llegar hasta piezas antiguas fiables que muestren a los protagonistas lo más cercanos posibles a quienes fueron. Es también una historia de las numerosas creaciones a través de imágenes de lo que en variados momentos se percibió como «lo romano», desarrolladas a veces con la libertad suficiente como para reunir a personajes modernos con otros antiguos, así como con objetivos bastante diversos.

A partir de todo esto surge la interrogante de hasta qué punto han influido todos estos momentos en lo que entendemos por historia de Roma antigua. No conviene afrontar el tema con una rigidez excesiva. Por una parte, conocer lo más que sea posible sobre los hechos será siempre una tarea de cada generación de arqueólogos, estudiosos de la numismática, filólogos, geógrafos, historiadores, etc., pero de manera simultánea cabe mencionar que las otras expresiones de las que se ocupa este texto han configurado una idea de la antigüedad que ha nutrido la visión contemporánea: Julio César, según las palabras de la autora, aparecerá siempre como el gobernante autoritario que fue asesinado por los senadores de Roma, mientras que Nerón permanecerá, en contra de lo indicado por los estudios más minuciosos, como el que ordenó incendiar importantes barrios de la ciudad.

La gran ausente en este libro es la literatura, por cierto la de carácter histórica. Edward Gibbon escribió en el siglo XVIII su Decline and Fall of the Roman Empire, una obra que tuvo muchos lectores en su tiempo y ha seguido teniéndolos hasta la actualidad. Ahí se encuentra la idea de que en Roma hubo una decadencia en los gobiernos a partir del siglo III d.C. –crisis político militar, podemos decir– y que eso tuvo un efecto más amplio en las costumbres, junto con la formulación de la tesis de que la expansión del cristianismo habría redundado en que los más capaces para cubrir los cargos públicos habrían emigrado hacia la naciente Iglesia. Esta presentación fue decisiva en la representación del poder romano en el imaginario moderno, tal como más adelante lo sería The Roman Revolution de Ronald Syme, considerado el libro de historia romana más leído de todos los tiempos. Puede argumentarse que una autora tiene que dejar algunos aspectos de su tema para lograr sobrevivir a un intento que bien podría escapársele de las manos.

En suma, un libro sobre representaciones antiguas del poder con todas las condicionantes propias de retratar a quienes detentaban el poder, pero también el de su recepción y recreación moderna, tanto en las definidas como obras de arte, pero también en variadas formas y diferentes objetos con intenciones diferentes. Además, una obra que muestra cómo han transitado, a través del tiempo, aquellas piezas antiguas, que siguiendo avatares muy particulares, han llegado hasta nuestra vista. En el largo paso por los siglos muchas de ellas han perdió el color, han experimentado mutilaciones y restauraciones que no siempre han tenido resultados muy auspiciosos. Este argumento fue motivo de un ensayo de Marguerite Yourcenar titulado «El tiempo gran escultor» y que mantiene su vigencia a la luz de los propuestos en Los Doce Césares.

Nota

1 El título en la edición inglesa es Twelve Caesars: images of power from the ancient world to the modern. El término «actualidad» en la edición en español queda relativizado.


Resenhista

Nicolás Cruz –  P. Universidad Católica de Chile. E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

BEARD, Mary. Doce Césares. La representación del poder desde el mundo antiguo hasta la actualidad1. Barcelona: Crítica, 2021. Resenha de: CRUZ, Nicolás . Grecorromana. Revista Chilena de Estudios Clásicos. Santiago, v. 3, p. 149- 153, 2021. Acessar publicação original [DR]

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