Historia Contemporánea de Chile. Tomo V | Gabriel Salazar e Julio Pinto

El tomo cinco de la Historia Contemporánea de Chile es dedicado íntegramente a los niños y los jóvenes, sujetos que, como sustenta la publicación “no figuran normalmente en las páginas de la historia”. Pero sabemos que los sujetos no son lo que son por el hecho de ser considerados por historiografías, sino porque actúan históricamente, construyen apuestas existenciales y dejan huella de sus proyecciones.

Aunque es notorio que niños y jóvenes no han sido valorados como constructores de historia, esto no ha impedido que hayan sido enarbolados en términos de imagen para la construcción de ésta. Y es que a esta invisibilidad como sujetos se contrapone la enorme visibilidad que han tenido como imágenes, representaciones ideológicas ocupadas por tantas apuestas históricas que han apelado a ciertas proyecciones de niñez y juventud.

Hablar de niños y jóvenes no es un tema menor, pues el definirlos tiene implicancia no solo con relación a los involucrados, sino con el total de la sociedad, poniéndose de manifiesto un tipo de apuesta de construcción sistémica. Esta construcción suele presentarlos como objetos más que como sujetos, al decir del texto: la mayoría de las definiciones de niñez y juventud no las asumen como sujeto histórico. Así, por ejemplo, si los tiempos son de ‘estabilidad institucional’, las definiciones las asumen, solícitamente, como objetos de pedagogía. Y si los tiempos son de crisis e inestabilidad institucional, entonces se tratan como objetos de sospecha policial, judicial y militar2.

Imágenes de juventud y niñez, conceptos que se acuñan para ser ocupados y materializados, palabras que deben cobrar sentido en la reproducción de orden social. Pues cuando se definen a las nuevas generaciones es eso lo que se determina, el cómo estas entran a la historia, cómo se suman a un sistema social construido antes que ellos. Si son objetos de este, deben ser insertados y disciplinados, y si son sujetos de aquel, pueden optar a ser parte de su constante construcción. Conservación y cambio, poder social o sumisión social, reproducción de sociedad, construcción de historia, ciudadanía, todo aquello es lo que se menciona cuando se dicen las palabras juventud y niñez, se lee una realidad al tiempo que se construye, las palabras se hacen instrumentos. Por ello, Bourdieu sostenía que “La juventud no es más que una palabra”, no porque fuese algo sin importancia, sino porque implicaba todo aquello que una palabra vivida socialmente implica. De este modo, si es cierto que niños y jóvenes no han estado como sujetos en las páginas de la historia, también es cierto que han ocupado un rol clave como imágenes, construcciones ideológicas para la realización de historia. Como aquel traje del emperador que no por no existir como tela captada por los sentidos, dejó de construir realidad en quienes admiraron su colorido, haciendo historia, como lo hizo El Mercurio en sus editoriales el año 67, por más que los jóvenes rebeldes de la Universidad Católica hubiesen gritado que mentía.

Imágenes, fotografías, luces sin proceso, pero válidas para la acción, eso ha sido básicamente cómo niños y jóvenes han sido valorados en la historia. Cumpliéndose este año 30 años del golpe militar, vale recordar cómo la apuesta de la Unidad Popular tenía por propaganda central la imagen de un niño con el lema “Por ti venceremos”. El futuro simbolizado en un menor moreno, sacado de sus juegos en una población como para decir que ahora, esos niños, los del pueblo, valdrían para el proyecto país. De un niño era también la imagen que aparecía en el texto ideológico refundacional “Chile ayer y Hoy” que publica la editorial Gabriela Mistral, ex Quimantú, el año 75. En la portada, bajo las letras rojas que imitan una plantilla metálica, aparecía un joven tirando una piedra, bajo el hoy blanco, una mujer con su niño, dando cuenta del otro Chile que nace en 1973, el Chile que como un niño protegido en brazos de la madre vuelve a crecer. Así mismo, recuerdo un afiche impreso en los años ochenta por las Juventudes Comunistas, con la fotografía de un niño tirando una piedra a un tanque. Nuevamente la niñez simbolizaba el futuro que crecería, un futuro que rechazaba el autoritarismo militar y lo hacía en la calle, con la piedra como forma de lucha tan válida como cualquier forma de forzar la caída de la dictadura. Finalmente, el afiche no circuló, pues tuvo un problema, o más bien cuatro problemas, como que el niño era checoslovaco, la fotografía era de Praga, la imagen del año 68 y el tanque ruso. De todas formas, quienes alcanzaron a verlo, se emocionaron de ver a un niño apedreando un tanque.

Cuando el 88 aparece en la televisión la propaganda política del plebiscito, una cantante de apellido Acevedo mandaba un mensaje a las mujeres, diciéndoles que no les quería hablar de política, sino simplemente de los niños: “Qué será de los niños si gana el no”. Y hoy, cuando se habla de la pobreza por superar, son los niños la mejor imagen para mostrar su carácter urgente. Esto tanto desde el gobierno como de instituciones privadas de caridad. El niño del Hogar de Cristo, el que fue recogido de bajo el puente del Mapocho, el “Flauta” que es pobre y “no tiene la culpa de nada”, o ahora, la reciente imagen de un niño naciendo que aparece en televisión acompañada de una voz en off que dice: “Este niño nace en una situación de riesgo”. Y es que los niños pobres son eso, riesgo social, que si no se subsana, se convierte en daño social joven. El objeto que sufre y que cuando crece es objeto “dañado” que, como un aparato, debe ser reparado, desde afuera, por “técnicos” que no deben considerar mayormente su “insana” subjetividad. Objetos, imágenes, apuestas ideológicas. ¿ Y el sujeto, dónde estuvo? ¿ Y el proceso dónde estuvo? El proceso de ese niño que nace en “riesgo” o el del “Flauta”, podría ser, según la lógica, la imagen de un futuro “criminal”, como el “Tila”. Muchos que dan dinero por el “Flauta”, no dudarían en aplicar pena de muerte a un “Tila”. Pues mientras el “Flauta” no tendría la culpa de nada, el Tila sí. Los niños pobres son las imágenes de la pobreza sin culpa que motivan la caridad de una sociedad “sin culpa”. Sin culpa, sin proceso, sin historicidad.

Los rotativos de imágenes de juventud también son abundantes. En el 70, la Unidad Popular hablaba de las dos juventudes, la adinerada, que vive en la constante levedad de la diversión, y la responsable, que está haciendo la historia en la calle, en los trabajos voluntarios, en el colegio. Unos viven en la fiesta y escuchan guitarras eléctricas y música en inglés, los otros son los verdaderos sujetos. No por ser jóvenes, sino por ser los hijos de los trabajadores, los que harán la revolución. Los libros de Quimantú son abundantes en estas imágenes: el joven que baila y el que trabaja, el que anda en moto en las Vizcachas y el que estudia, el que escucha a The Doors en la discoteca y el que marcha apoyando al “Compañero Presidente”. Conciencia ante inconsciencia, trabajo ante diversión, clase ante clase. Imágenes para una revolución. Imágenes que tras el golpe del 73 serán quemadas en pilas de libros y guardadas en archivos para no ser mostradas, cual historia prohibida.

El régimen dictatorial acudirá a nuevas representaciones, la del “único joven” que, apostando a la “única nación”, mira con orgullo su pasado glorioso, ejemplificado en los 77 mártires de la batalla de La Concepción durante la Guerra del Pacífico. El 77, Pinochet toma esta imagen en el cerro Chacarillas para dar cuenta de su primer itinerario institucional, al tiempo que condecora a destacados jóvenes, como Coco Legrand, Antonio Vodanovic, Roberto ‘Viking’ Valdés, José Alfredo Fuentes, Carlos Bomba! y Joaquín Lavín, entre otros. “Chile será una gran nación” era el lema, el frente juvenil por la “Unidad nacional”, el órgano convocante. Después, no le fue posible a la dictadura apostar a la refundación de Chile con esta imagen de la única nación y la única juventud. Jóvenes fueron los primeros en organizarse en la universidad, con la Agrupación Cultural Universitaria, y reconstruir identidad opositora, jóvenes los de las poblaciones, con los centros culturales y luego con las protestas nacionales, jóvenes los estudiantes que se oponen a la municipalización de los colegios y jóvenes los que disparan contra el dictador en una cuesta precordillerana. Jóvenes el grupo de rock “Los Prisioneros”, que le cantaban a una juventud que bailaba el “Baile de los que sobran”, juventud excluida del sistema, pero no de la historia, pues con fuerza de protagonista apelaba a ser la “Voz de los 80”. Entonces, la contrapartida del régimen fueron imágenes duales, la juventud patriota y la antipatriota, los humanos y los humanoides, la mayoría silenciosa y la minoría bulliciosa.

Cuando se desarrolla la transición política, los nuevos gobiernos democráticos trabajarán también con imágenes de juventud y éstas no serán las de una protagónica “Voz de los ochenta”, sino las de una excluida juventud que solo “patea piedras”. “Solo buscamos la oportunidad” era el canto de jóvenes que, cruzados de piernas, aparecían en el ‘réclame’ del programa laboral “Chile Joven”. Imagen de una juventud por insertar, juventud acreedora de una “deuda social”, juventud que, viviendo “en riesgo”, fue “dañada”, imagen de objeto de la sociedad, más que de sujeto, fotografías más que proceso, imágenes que construían historia, pero que no daban cuenta de la profundidad histórica de una generación de sujetos sociales.

Al leer las páginas de este texto, que busca llevar, como un acto de justicia, a niños y a jóvenes a las páginas de la historia, lo más simple y complejo que puedo decir es que se trata justamente de eso, de un libro de historia. Si la juventud no es más que una palabra, este tomo cinco no es más que un libro de historia, con todo lo que ello implica. Ahí el gran valor del texto, el que no nos muestra solo imágenes de niños y jóvenes, sino que les da vida histórica, los dota de procesos, de cambios, de diversidad, de historicidad.

Como primer punto en este sentido, creo que se toma un correcto enfoque de generación que no totaliza, sino que tiene como parámetro una multiplicidad histórica de las asociaciones humanas, las identidades, las marcas epocales y los particulares proyectos, apuestas y resistencias que cada grupo social construyó como generación. Pero por sobre todo, no hace de las generaciones fotografías sin proceso, llenándolas de cambios, evoluciones, mostrándonos a sujetos que pasan por las generaciones más que a inalterables estatuas de época. Aquí cabe un Zapiola que, de agitar las banderas revolucionarias con la “sociedad de la igualdad” en la década de 1850, pasa a constituirse en imagen del adulto que “sienta cabeza” en el cómodo y “responsable” conservadurismo del statu quo. Cabe la imagen de los “Vicuñas Mackenas” que, luego de mirar al París de las barricadas del 48, miran al París de Napoleón tercero, la elegancia de su nueva nobleza y sus luces arquitectónicas. “Vicuñas Mackenas” que parecieron olvidar el liberalismo de incipiente carácter socialista y fueron gobierno del bberalismo político que como proyecto social se hizo uno con el peluconismo. Cabe aquí un Osear Guillermo Garretón que luego de marchar exigiendo “avanzar sin transar”, vuelve para ocupar un rol gerencial en una CTC rumbo a la trasnacionalización. Cabe también un Recabarren que prefiere generar nuevos proyectos que mantengan el ideario del cambio estructural, que acomodarse en las ofertas del “sentar cabeza” en la mantención del orden sistémico.

Esta mirada de proceso hace que esta historia de la niñez y la juventud sea una historia de sujetos en la historia, que evolucionan, construyen representaciones, autorrepresentaciones, proyectos de juventud y también proyectos de adultez. Porque esta es también una historia de los adultos desde su proyección etárea, una historia de los conceptos socialmente vividos del ser niño, joven y adulto. Pues de la misma forma en que aquí cabe un romántico Bilbao que nunca cesa en la búsqueda de nuevas rebeldías, hay en esta historia diversos modos de vivenciar la adultez que nos dicen que las características de esta etapa, al igual que la juventud, se configuran socialmente.

En segundo lugar, es notable que el texto se haga cargo de la deficiente presencia de la historiografía en estos temas y mire a fuentes tan ricas como las que se relacionan con la expresión artística. Se indaga en la bteratura, desde Lastarria y Blest Gana a Nicomedes Guzmán y Alfredo Gómez More!; y en la música, desde el folclor popular hasta los movimientos musicales del siglo XX, pasando de la “Nueva Canción Chilena”, los “Hermanos Campos” y la “Nueva Ola”, al rock y las expresiones callejeras de las llamadas tribus urbanas. Un arte que habla cuando otros relatos callan, una historia que se contiene en páginas que no escribieron historiadores, pero que están cargadas de memoria.

En tercer lugar, el texto cobra valor tanto por lo que se distancia de la estática dimensión de la imagen, como por lo que se acerca a ésta en tanto aspira, al igual que ella, a ser instrumento de construcción de sociedad. Al igual que las imágenes que luchan por materializar sus apuestas de construcción histórica, este texto emana con el determinado objetivo de intervenir en las luchas por la consolidación de una sociedad más democrática. A diferencia de las imágenes que suelen totalizar, el texto aspira a ser instrumento, reconociendo su parcialidad y subjetividad. Entra a la lucha histórica buscando construir al mismo tiempo que leer correctamente realidades sociales, pero su posicionamiento lo convierte en un texto que claramente no es para todos los lectores ni para todos los proyectos.

Se trata de apuestas por tipos de niñez, juventud y adultez, representaciones en que se les valora como sujetos en lucha, en sana y humana lucha por existir socialmente y contra las dictatoriales imágenes de unidad nacional que en la muerte del conflicto buscan también la muerte de la ciudadanía. Así como Eugenio Tironi sustenta que el real objetivo de la sociología es la mantención de las sociedades y no el cambio social, tema que lo habría obsesionado en los 60, esta historia se sustenta en la voluntad de que las disciplinas intelectuales aporten a la humanización de las sociedades, a que los órdenes sociales sean reflejo de las luchas de la humanidad en toda su diversidad identitaria.

Este libro es instrumento para una lucha política de humanización social; busca ir a poderes que desde sus particularidades materialicen el derecho humano más básico de ser parte en la construcción de la vida social que se desea vivir. Una historia que se construya mirando a las agrupaciones básicas, a las múltiples identidades, a los niños que no son solo riesgo y a los jóvenes que comparten sus tensiones existenciales y que en las más dramáticas situaciones no dejan de ser personas que piensan y deciden. Una historia de personas para personas, como para pensar y apostar a que la historia la siguen haciendo los pueblos.

Notas

1 Texto redactado en base a lo expuesto por el autor en la presentación de los cinco tomos de la Historia Contemporánea de Chile, realizada el día tres de junio de 2003 en la Sala América de la Biblioteca Nacional.

2 Página nueve del texto.


Resenhista

Víctor Muñoz Tamayo – Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Maestría en Ciencias Sociales. Universidad Arcis.


Referências desta Resenha

SALAZAR, Gabriel; PINTO, Julio. Historia Contemporánea de Chile. Tomo V.1. Santiago: LOM Ediciones, 2002. Resenha de: TAMAYO, Víctor Muñoz. Cuadernos de Historia. Santiago, n.22, p. 215- 219, Diciembre, 2002. Acessar publicação original [DR]

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