Historia mínima de las izquierdas en México | Ariel Rodríguez Kuri

El reto para una obra como Historia mínima de las izquierdas en México, de Ariel Rodríguez Kuri, no era menor: hay más de un siglo de eventos y luchas cuya diversidad reclama entender su especificidad histórica, mientras que coyunturas como la de 2018 revelan la necesidad de identificar sus elementos comunes. Me parece que el autor no sólo hace contribuciones importantes en ambos planos, sino que llega a ellas con originalidad. Son varias las perspectivas para el estudio de las izquierdas mexicanas que logra trascender: aquellas intelectuales elaboradas a partir de teorías, ideologías o personajes clave; las de carácter más organizacional, centradas en partidos y grandes siglas; o bien las tipológicas, basadas en familias o dicotomías conceptuales como reforma/revolución.

La propuesta descansa en tres elementos: la revolución mexicana, el tiempo y la geopolítica. Aunque el libro es heterogéneo, el mecanismo que avanza sus argumentos es la interacción de estas variables con las izquierdas, “aquellos grupos, partidos, gobiernos, corrientes ideológicas y formas de pensamiento que postulan derechos y luchan para que más personas los tengan” (p. 14). Es decir, su historia se nos presenta en relación con circunstancias como el peculiar vínculo entre estas y la revolución, sus decisiones frente a ciertas coyunturas y su rol en un escenario de compleja articulación entre lo local y lo global. Como puede advertirse, esta reconstrucción parte de problemáticas fundamentalmente políticas, pues el concepto de izquierdas “gravita alrededor del dilatado y complejo fenómeno de expansión de los atributos de la ciudadanía” (p. 15).

Si bien sigue una estructura lineal, Rodríguez Kuri toma episodios representativos de cada periodo en vez de hacer segmentos descriptivos por décadas, como suele ocurrir. El análisis de los años veinte es un buen ejemplo, ya que gira alrededor de dos de los leitmotivs del texto: la constitución de 1917 como marco ideológico, político y retórico de las izquierdas, y los mandatos de la demografía, es decir, los retos estratégicos de una población dispersa, fijada en comunidades poco habitadas y con las dificultades de la singular geografía del país. En este escenario, los comunistas y los partidos socialistas regionales, armados con los vocablos justicieros constitucionales, liderarían movilizaciones campesinas fundamentales en la definición de la política agraria de la posrevolución.

Después aparecen esas figuras ineludibles que son Vicente Lombardo Toledano y el Partido Comunista Mexicano. Lo que más destaca, en cualquier caso, es la lectura del mandato de Ávila Camacho que, en un contexto de guerra y normalización de la relación con Estados Unidos, sería la continuación del cardenismo en clave de frente popular. El desarrollo de la saga de los comunistas y de Lombardo y su Partido Popular redondea una interpretación que, aunque arriesgada, es bastante sólida: en medio del browderismo, la primavera democrática y la importante reforma político-electoral de 1945, el PCM y el PP se proyectarían como aliados de la industrialización y el desarrollo económico autónomo promovidos por el gobierno, en un clima de unidad nacional.

Entramos a los cincuenta con un capítulo dedicado a la clandestinidad del PCM y los modos de control del autoritarismo: es un escrito de José Revueltas, presentado después, el que sintetiza esta etapa de reajuste de las izquierdas. Obviamente, el 68 concentra las reflexiones sobre la siguiente década, pero más que el movimiento estudiantil sobresale el descubrimiento de la esfera pública para la izquierda, así como las expectativas tras esta coyuntura: desde las discusiones sobre participación política hasta la vía armada. Todo esto cristaliza en los setenta: la demografía incide en la política de grupos que se acercan a los movimientos urbanos cuyas demandas rebasan al sistema; se constituyen las guerrillas, que el autor ve como una evolución de las autodefensas campesinas y no como el efecto de una radicalización ideológica; por último, emerge el personaje de Heberto Castillo quien, alejado del marxismo, crea un lenguaje y un sujeto propio para la izquierda mexicana.

Aunque se centra en el Partido de la Revolución Democrática, el capítulo que abre los ochenta sirve de bisagra desde el sexenio de López Portillo: cuestión primordial porque, a diferencia de la crisis de fines del echeverrismo, la del 82 se da en un momento en el que las reformas han permitido la representación de las izquierdas en el congreso. Más allá de los modestos resultados electorales tras la unificación, la reconstrucción tras el sismo del 85 es un triunfo de su alianza con la base social urbana que nació de esos reclamos. Este hecho tiene un peso considerable: Rodríguez Kuri cifra el legado del PRD en la transición democrática, al ser una suerte de ala izquierda frente a los acuerdos entre el PRI y el PAN, lo que aportó un toque de política de masas a la reforma tecnocrática.

Con el paso obligado de Chiapas termina el recorrido de los noventa y se da un salto hacia este siglo. Primero, mediante una descripción del antipopulismo como crítica del déficit presupuestario, anclada a la imagen negativa de los gobiernos de los setenta. Además de este encuadre original, se expone el valor instrumental de esta noción contra las campañas de Cárdenas y López Obrador. El esbozo de un nuevo constitucionalismo ilumina los caminos de las izquierdas al margen de sus liderazgos fuertes: sin dejar de reconocer su compleja relación histórica con agendas de género y de libertades personales, las luchas legislativas que han encabezado en su favor son un indicio de una política distinguible más allá de la lucha por el poder. Cierra la historia un capítulo sobre la elección del 2018, basado en la ruptura del orden de la transición como rasgo distintivo de este cambio.

Tras repasar los hilos conductores del texto y sus tesis más sugerentes, discuto algunas de ellas a continuación. Para empezar, es notable la forma en la que la relación de las izquierdas con la revolución, tema inevitable, se estudia en paralelo con su apropiación de los lenguajes de la constitución, propicios para la retórica de justicia social. No se trata de una referencia a las visiones del pacto entre el Estado y las masas que reivindican el margen de negociación del arreglo posrevolucionario: el análisis del papel de los comunistas y los partidos socialistas en el temprano reparto agrario muestra que estos vocabularios eran genuinas herramientas de organización y movilización popular.

Esta doble perspectiva de revolución y constitución brinda una lectura más nítida de la contradictoria vida del PCM, cuyos acercamientos al gobierno tienden a reducirse al oportunismo o a las directrices cambiantes de la Comintern. El marco analítico de la constitución permite una explicación más sofisticada, con su aplicación progresista como fundamento de una política que apostaba por el mejoramiento del régimen más que por la utopía del socialismo. Lo vemos traducido en el impulso al movimiento de masas: los comunistas participan en los días decisivos del cardenismo, definidos por la movilización popular. También en decisiones más programáticas, como el compromiso del partido con el consenso industrializador e incluso con la candidatura de Miguel Alemán.

Otras de las intuiciones más provocadoras del estudio provienen de la atención a las izquierdas frente a etapas críticas. De los múltiples ejemplos tomemos los años cincuenta, por tratarse de un periodo algo ignorado y por la innovadora mirada sobre Revueltas que encontramos en esta sección. Tiene valor en sí mismo poner de relieve un texto poco visitado como México: una democracia bárbara (1955), pero hay una cuestión más de fondo: al sobreestimar la tesis de la inexistencia histórica del PCM, se ha olvidado al Revueltas que reflexiona sobre las elecciones y las dificultades de la izquierda para hacer política. Para decirlo con dos referentes claros: se ha pasado por alto la oscilación entre Lenin y Gramsci no sólo de un intelectual señero, sino de estos grupos en general.

Más que los motivos de la recaída leninista en el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962), lo importante es situar los debates de las izquierdas en un momento político clave: el ciclo de reestructuración entre el sexenio de Alemán y la represión a los ferrocarrileros en 1959. Por la misma razón, se echa un poco de menos a otros actores de este impulso democratizador, desde insurgencias obreras hasta las redes que culminarían en el debatido Movimiento de Liberación Nacional. Si el enfoque del avilacamachismo como frente popular arrojó luz sobre el pacto supraclasista del régimen, seguir sus mutaciones en los cincuenta habría sido fructífero también: la quiebra del relato de la unidad nacional es un reflejo tanto del anticomunismo global y la guerra fría como de la transformación del concepto de democracia, que se iría convirtiendo en un discurso opositor de modo paralelo al agotamiento del frentismo.

Termino con algunas impresiones sobre el tema de las elecciones de 2018 y las izquierdas. De entrada, habría que mencionar unos cuantos motivos reconocibles a lo largo de la obra, en particular en los años ochenta, que se enlazan con esta fecha: por ejemplo, Heberto Castillo y la formación de una izquierda de raigambre no marxista que va al encuentro de las masas, o bien las consideraciones sobre el PRD, cuyas victorias en arenas como los movimientos sociales urbanos o la transición democrática pudieron haberlo alejado del mundo del trabajo y sus demandas. Estos detalles son relevantes para entender el marco en el que la izquierda llega al poder, tras la descomposición del orden de la transición.

Entre las ventajas de este punto de partida destacaría que, en efecto, logra aislar ciertas particularidades de ese arreglo que puede situarse en 1988: además de la conocida distribución del poder nacional hacia otros actores como los gobernadores o el fortalecimiento de la competencia electoral, se subrayan los rasgos de una economía política que sería propia de este modelo. Los efectos que ha tenido en términos de desigualdad se ponen en el horizonte de otros fenómenos como la creciente percepción de privilegios injustos y el desorden de la vida pública, e incluso en relación con las violencias contemporáneas. Sin un contraste frente a ese ordenamiento, fruto de una doble reforma, política y económica, es difícil entender el camino de la izquierda al gobierno y la construcción de las identidades políticas después de este cambio.

Vale subrayar, tras esto último, la forma en la que Rodríguez Kuri califica la respuesta al régimen de la transición: una respuesta plebeya, adjetivo muy vigente en las discusiones sobre republicanismo y populismo en Estados Unidos. Entiendo que, si la conformación de un orden y una economía política diferente está en manos del nuevo gobierno, dicha caracterización impide que la izquierda se agote en la nueva coalición en el poder. Junto con el capítulo sobre el constitucionalismo, esto nos brinda algunas coordenadas para poder ubicarla hoy: en la ampliación de derechos y la defensa de la secularidad en la vida pública inscrita en legislaciones progresistas, pero también en la reivindicación de lo plebeyo frente a las oligarquías y los pactos cupulares de la transición.

Como mencioné al inicio, estudiar a las izquierdas mexicanas supone retos historiográficos difíciles de conciliar. Es admirable que este libro, aun restringido por el formato, consiga responder a los distintos niveles de análisis que pide su objeto. Si las respuestas siempre son discutibles, no lo es el hecho de que Rodríguez Kuri logra plantear las preguntas correctas en un momento en el que es necesario revitalizar las interpretaciones sobre este tema.


Resenhista

Yael David Vertty Velasco – El Colegio de México. E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

KURI, Ariel Rodríguez. Historia mínima de las izquierdas en México. México: El Colegio de México, 2021. Resenha de: VELASCO, Yael David Vertty. Secuencia. Reseñas, 2022. Acessar publicação original [DR/JF]

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