Historia social de Chile y América | Rolando Mellafe

Reseñar una obra de la naturaleza de la presente entraña un doble compromiso; el primero apreciar a cabalidad la notable concepción historiográfica de su creador, nuestro reciente Premio Nacional de Historia.

El segundo, intentar sintetizar, desde la propia perspectiva del autor, el texto en cuestión, destacando algunos de los múltiples enfoques, sugerencias metodológicas, directrices para la investigación, en las que tan generosamente se prodiga, a través de una incursión vertical y horizontal por las realidades sociales. Estas son entendidas a la manera braudeliana, como todas las formas amplias de la vida colectiva y sus representaciones en los campos de la economía, las arquitecturas sociales, las mentalidades colectivas, etc.

Los diez artículos que conforman el volumen corresponden, de esta suerte, a otras tantas irrupciones del autor (a la manera del Vini, Vidi, Vinci) en los ámbitos de la Historia Económica, Historia Social, Demografía Histórica e Historia de las mentalidades. No siendo la lógica del ordenamiento la de la cronología vinculada con la preparación y publicación de cada uno de estos artículos-editados en su oportunidad en diferentes revistas especializadas, nacionales y extranjeras–, sino la de un ordenamiento temático, es dable apreciar en el texto una extraordinaria coherencia y una más perfecta ilación.

Subyacen -al decir del propio autor-, “como si fueran piezas más o menos acabadas de un razonable edificio que presenta el pasado reconstituido pedazo a pedazo … “, las aproximaciones que realiza a cada uno de los fenómenos descritos, dando como resultado la reconstrucción de una historia compleja, dinámica y articulada en sistemas abstrusos en función de la propia riqueza y diversidad de sus elementos configurantes.

La estructura del texto sigue la propuesta lógica que plantea el espacio -la tierra-, al hombre; para derivar de esta interacción dialógica forzosa, las primeras formas de producción agrícola y los subsecuentes procesos ordenados que el hombre establece respecto de aquélla y de sí mismo, con miras a garantizar la eficacia del corpus social en la lucha por la existencia y en la mantención del equilibrio endoétnico.

Desde esta perspectiva aborda el tema inicial, “Agricultura e historia colonial hispanoamericana”, destacando los vínculos existentes entre Agricultura e Historia; obvios éstos, para quien visualiza las formas de producción económica de los pueblos aborígenes yacentes en el territorio a la llegada de los conquistadores españoles, algunos de ellos insertos en un modelo agrario ya consolidado, otros, en tránsito hacia la cristalización de comunidades agrícolas. Grupos que, con todo y padecer la invasión hispánica, no sufren un trastoque sustantivo en lo que atañe a los patrones y caracteres de la vida agraria tradicional, dado que, las transformaciones a que da lugar la instalación europea, introducen sólo un nuevo sentido económico de lo agrario, sin provocar lesiones en su estructura original.

De ello colige, que el desconocer lo agrario del pasado americano es desconocer no sólo parte, sino todo su pasado. Resalta lo agrario desde la perspectiva de su carácer como estructura, toda vez que este espacio agrario domina en la larga duración, y a través de relaciones suficientemente fijas entre realidades y masas sociales, define la historia del continente. En efecto, dice Rolando Mellafe que “el olvido de la historia agraria podría significar la pérdida de la posibilidad de considerar a la historia de América como una línea continua, sin quiebres absolutos, desde unos 5.000 años antes de la llegada de los europeos hasta nuestros días”. De allí que la reiteración establecida respecto de la importancia de la Historia Agraria, cuya omisión es flagrante en la historiografía clásica hispanoamericana, se plasme en una serie de sugerencias para su estudio, tanto desde la perspectiva de la agricultura en sí–como modo de una economía natural y razón de estructuras y de evolución-, como también desde la perspectiva del análisis de sus relaciones con la sociedad y economía. Destaca así como sugerencias o directrices para la investigación, por ejemplo: los nexos entre Agricultura y Minería, Agricultura y Población, relaciones entre Agricultura, propiedad y manejo de la tierra y, por último, el estudio de la Economía Agrícola, equivalente al estudio de la Economía de Plantación.

Prosiguiendo en su relación, el autor nos introduce en la díacla espacio-cultura, entendiendo que en el espacio infinito que se retícula por su exploración, ocupación y explotación, se desarrollan culturas, productos básicos de la interacción hombre-medio, las que humanizando el ambiente natural resultan a la vez retroalimentadas por las informaciones de éste.

El artículo “Frontera agraria: El caso del Virreinato Peruano en el siglo XVI” plantea el conflicto yacente en un espacio habitado por culturas distintas. Una en situación de dominio, otra subyugada, entre las que se dan distintos tipos de relación que van desde la oposición armada inicial hasta la paulatina configuración de la etapa formativa, la que resuelve ev ntualmente el entronque de los horizontes culturales en conflicto y define las pautas económicas, políticas y sociales que predeterminan la relación interculturas; aun cuando éstas, en definitiva, no aparezcan integradas en un continuum normal, sino hasta un período posterior.

Interesa destacar que el autor vincula ambas etapas al concepto de frontera. La primera etapa, prefigurada bajo la forma de una frontera bélica, extraordinariamente móvil, extendida entre 1532 y 1545, y cuyos límites son hacia su fecha de término los del Imperio Incaico. La segunda etapa, enmarcada en el lapso comprendido entre 1545 y fines de siglo, concebida como frontera agraria. ¿Por qué frontera agraria? Porque no se han perfilado aún la estructuras concurrentes a la formación del latifundio antiguo, cuya emergencia requiere de la aparición de mercados agrarios, de un primigenio diseño de mecanismos de apropiación de las tierras llamadas a configurar la gran propiedad y de la determinación, por parte del Estado, de una cierta normativa tendiente a legalizar tales mecanismos, esto es, ejercer un control efectivo: obre la posesión de la tierra.

La génesis del latifundio, que el autor desarrolla ya de manera especifica en el tema “Latifundio y poder rural en Chile de los siglos XVII y XVIII”, analizando ahora la diada espacio-poder, nos sumerge en las etapas que concurren a la consolidación de esta peculiar unidad productiva y social de tanta significación en la historia de Latinoamérica.

Sin lugar a dudas la gran propiedad ha constituido una fuerza esencial y configuradora. Para algunos, el régimen de la tierra representa la proyección económica sobre el plano horizontal de una sociedad en la que reconocen la economía vertical en los tres iveles salarios-rentas-beneficios: visión útil para la primera aproximación a un análisis cuantitati,,o con dos variables principales, cuales son las superficies y utilidades de la tierra. Pero, en América Latina, la historia agraria es ampliamente la de los latifundios y haciendas, que son instituciones sociales poco sensibles a la coyuntura.

La gran propiedad, ya sea de origen colonial antiguo o más reciente, capitalizada o subexplotada, en relación o no con la exportación, moderna o arcaica, ha ominado la historia de América Latina hasta nuestros días. Combinada generalmente con el minifundio, a menudo puesta en entredicho y atacada, sólo ha cedido en algunos puntos en el siglo xx, de forma que puede verse en ella una de las permanencias del mundo iberoamericano.

Actores forzosos en una existencia de suyo histórica, la cantidad de hombres o el manto humano, representa en ella una variable esencial. Al análisis de esta variante cuantitativa dedica el autor el artículo “Problemas demográficos e historia colonial hlspanoamericana”. Frente a la diversidad y precariedad de las estimaciones sobre la pobla ón prehispánica, propone una aproximación al problema considerando dos aspectos vitales; el primero vinculado con las coyunturas del siglo XVI, el segundo relacionado con la conquista y asentamiento europeo en todas sus formas. El estudio de la coyuntura demográfica del siglo en cuestión entronca con una serie de factores que ejercieron un efecto destructivo sobre la población aborigen. Entre éstos, tal vez el de consecuencias más perniciosas, fue sin duda el que el autor aísla como “complejo trabajo-dieta-epidemia”.

La fórmula trabajo-dieta-epidemia entraña que la población indígena, sometida a un régimen de trabajo que involucró un aumento de horas y de intensidad -lo que demandaba consecuentemente un mayor gasto energético–, sufrió paralelamente una disminución de la dieta y por tanto de la ingesta calórica diaria, a todo lo cual se sumó el problema de las enfermedades y epidemias recién importadas. Tales factores conjugados dieron como resultado un brusco descenso de la población aborigen, lo que prefiguró el fenómeno de la coyuntura negativa antes reseñada.

Enfatiza Mellafe en consecuencia la necesidad del estudio de esa coyuntura desde todos los ángulos posibles. Ello, complementado con el análisis de los aspectos de la vida cotidiana, las formas sociales y la organización del trabajo y de la producción, con miras a aclarar las formas y la intensidad con que el asentamiento europeo alteró a la población aborigen.

De inestimable significación son asimismo sus sugerencias respecto del estudio de la familia, promedio de vida y distribución de edades, natalidad, migración e influencia del medio geográfico, nutrición.

En lo relativo al fenómeno migratorio, una de las variables propuestas para la investigación, el artículo “Esquema del fenómeno migratorio en el Virreinato Peruano”, responde al intento de perfilar en una acepción dinámica el proceso de cambio, analizándolo desde la perspectiva de los desplazamientos de la población. Para el estudio de éstos establece tres tipos de categorías analíticas vinculadas con: los agentes de las migraciones (externos e internos), la dirección y ritmo de las migraciones, efectos sociales del fenómeno. Interesante es al respecto, la consideración de la dirección y ritmo de las migraciones en el Perú, que hasta 1540 -en el ocaso de la conquistahabían considerado el eje expansivo Trujillo-Cajarmarca en un primer momento, para luego, en un segundo lapso, perfilar un modelo de ocupación triangular cuyos vértices fueron Lima, Cuzco y Arequipa, al que siguió el desplazamiento vertical norte-sur, expresado por ejemplo en el descubrimiento y conquista de Chile.

Luego un tercer lapso hasta 1580, que evidenció un brusco cambio en la orientación de las migraciones en el sentido Oeste-Este, derivado ello del crecimiento económico de Potosí y de la conexión con las regiones agrarias del N.O. argentino.

Hasta aquí aparece claro que entre el espacio y el manto humano que lo conquista y aprovecha, hay una relación ineludible. No obstante el hombre, para entrar en esta interacción dialógica con el espacio y crear una determinada cultura material, requiere de la organización de formas de asociación que se perfilan en distintos niveles: la estructura nuclear del corpus social, esto es, la familia, la estructura de clases o estratos sociales y la estructura del poder.

Ahora bien, estos tres niveles, permanentemente afectados por la dinámica del campo, aparecen supeditados a la operancia de fuerzas sucesivamente destructivas y conformativas. Y, obviamente al estar engarzados en una ligazón sistémica entre sí, los procesos de cambio que sufren individualmente afecta a la estructura en su totalidad.

En dos esclarecedores artículos, “La función de la familia en la Historia Social Hispanoamericana Colonial” y “Tamaño de la familia en la Historia de Latinoamérica 1562-1950”, Mellafe analiza las fuerzas destructivas y conformativas que operan a raíz de la conquista, sobre la estructura nuclear de la sociedad y llega a la consideración de los trastoques que sufre la familia en cuanto a su tamaño, su estructura, sus nuevas formas de consolidación bajo el predominio de un modelo europeo que conlleva una sanción religiosa, sus nuevas formas de composición racial atendido el fenómeno de miscegenación, y las variantes cualitativas dentro de la composición social a que los matrimonios o uniones mixtas dan lugar (aparición de castas).

Resalta desde la perspectiva del microanálisis, el incuestionable papel de la familia dentro del macroanálisis societal, en el entendido que entre estas tres estructuras propuestas por el autor, la estructura de poder, la estructura de clases y la estructura nuclear, los procesos de cambio se dan de arriba hacia abajo y a la inversa.

En el análisis de lo social y su componente básico que es la población, merece consideración aparte su trabajo sobre “Demografía histórica de América la· a. Fuentes y Métodos”. Con rigurosidad extrema, Mellafe apunta a un problema medular en los estudios de Demografía histórica del continente; el de las fuentes a disposición de los analistas y el de los métodos viables para extraer de la masa de datos -las series concurrentes a los cá culos globales o parciales de su población.

Interesante en extremo resulta su sistematización de las fuentes, su puesta en valor de multitud de documentos de archivo y la critica que formula a la documentación, para alumbrar al analista respecto de las limitaciones naturales de ésta para los cálculos d población, sobre todo para los recuentos de la etapa pre-estadística cuyo desarrollo plantea hasta entrado el siglo XIX; en fin, nadie que incursione por el terreno de los estudios demográficos, podrá desconocer el tremendo papel orientador que juega este trabajo, en el uso que puede darse a los diversos testimonios históricos aprovechables para reconstituir las poblaciones del pasado.

Por último, dentro de esta misma tendencia a aprehender todas y cada una de las vertientes de esta elusiva y escurridiza trama de la historia, Rolando Mellafe nos sumerge en el fascinante mundo de la Historia de las Mentalidades. Acuñada recientemente, esta aproximación al fenómeno histórico nos lleva a las fronteras de lo psíquico, esto es, a la influencia de los factores inconscientes en el terreno de la historia. La historia de las mentalidades es, por así decirlo, una consecuencia de la historia económica y social, la que en su prurito de aprehender la realidad en términos ubicuos, se enfrenta a las fronteras de los arquetípico en la configuración de las realidades históricas.

Las incursiones en el plano de lo mental y lo psicológico arraigan en dos concepciones diferentes aunque no antinómicas necesariamente. La behaviorista, que supone que las cualidades, las mentalidades, las actitudes, las creencias– sus evolución o sus mutaciones–, pueden medirse empíricamente a través de los comportamientos observables. Esto es, la psiquis de los pueblos sería la resultante de ciertas regularidades tangibles e la conducta colectiva, la que a través de un proceso de larga duración, proveería a la deterrni ación de patrones socialmente sancionados y no necesariamente internalizados por el individ o a través de las instancias de socialización predeterminadas por el corpus cultural, en cuyo seno se desarrolla.

La otra corriente, perseguida por nuestro autor, se sumerge en la teoría de la psicología profunda de la escuela de Carl Gustav Jung y presupone que en as etapas de la consolidación del ego, están operando permanentemente ciertas imágenes o arquetipos primordiales, engendrados por la propia especie humana en el decurso de su evolución, a través de un constante diálogo entre lo humano y lo telúrico. Sería esta suerte de inconsciente colectivo, operando a través de arquetipos arcaicos y a través de un proceso de larguísima duración los que en definitiva acuñarían una psiquis peculiar, la que ciertamente impondría su propio sello a la historia.

Este hecho reviste trascendental importancia, si consideramos que gran parte de nuestra historia se sumerge en el nivel de sociedades -la aborigen y la hispánica- que aún no habían trascendido la etapa prelógica, en cuanto a la persistencia de determinados rasgos que evidencian una mentalidad orientada místicamente, en que no hay claros límites entre lo natural y lo sobrenatural, en que está poco objetivizado el tiempo etc.

En una extraordinaria aproximación al peso del acontecer infausto en el carácter chileno, el autor nos propone una historia de las mentalidades que ciertamente abre senderos en un ámbito prácticamente no hollado como es el de la psiquis humana y su influencia en la historia.

Ahora bien, hecha la apretada síntesis precedente en relación con el texto sometido a nuestra consideración, quiero rescatar en una visión de conjunto aquellos rasgos, a mi juicio notables, que emergen de la obra en cuestión.

En primer término, el rasgo permanente que dimana de una obra compleja y multivariada en sus tópicos y que dice relación con el sentido de innovación que surge de un permanente feedback entre el historiador y su obra, la que difícilmente aparece completa, acabada, como si ya no hubiera más que decir. Rolando Mellafe ha rescatado el hermoso sentido de lo inacabado, de lo trunco, de lo inagotable, de lo que merece ser validado frecuentemente, ele aquello que por la vía de la sugerencia queda abierto al replanteo.

En segundo término, la rigurosidad científica que perfila y da consistencia al entramado sobre el cual asienta su interpretación. Desde esta perspectiva, su permanente puesta al día de la documentación, la estrictez en la heurística y, sustantivamente, la pesquisa del método acorde con la elaboración del dato ya decantado. Al respecto resulta significativo destacar su aporte en el uso de métodos y técnicas que utiliza en calidad de préstamo, de otras disciplinas.

En toda la nueva historia de la que nuestro autor es genuino representante, se enfatiza la necesaria convergencia de las disciplinas sociales. Ya Luden Febvre planteaba que en las fronteras con las demás ciencias del hombre es donde los historiadores hacen nuevos descubrimientos. De esta suerte la geografía y la demografía, la etnología y sociología, la economía y psicología, le dotan de un asidero teórico y técnico a partir del cual logra prefigurar la siempre esquiva morfología de la historia que no es sino vida aprisionada en otro tiempo y como tal enmarañada y compleja.

De acuerdo con lo hasta aquí planteado y a guisa de conclusión, es que nos atrevemos a postular que la obra de Mellafe se enmarca dentro de una tradición de historiadores quienes, como un Diego Barros Arana o un Mario Góngora, entre otros, hicieron escuela dentro de la historiografía chilena.


Resenhista

Diana Veneros Ruiz-Tagle


Referências desta Resenha

MELLAFE, Rolando. Historia social de Chile y América. Santiago: Editorial Universitaria, 1986. Resenha de: RUIZ-TAGLE, Diana Veneros. Cuadernos de Historia. Santiago, n.7, p. 211-215, julio, 1987.

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