Los pueblos amerindios más allá del Estado | Federico Navarrete e Berenice Alcántara

En las últimas décadas ha comenzado a aflorar de la mano de antropólogos, historiadores y arqueólogos, una imagen distinta de las sociedades no estatales americanas que reconoce la variedad de sus formas de organización social, ubicando su protagonismo en la historia junto al de las sociedades estatales con las que han coexistido durante milenios y buscando comprender las interacciones entre ellas. Y lo cierto es que una de las contribuciones más recientes en esta reorientación historiográfica y antropológica de los estudios americanistas ha sido el libro Los pueblos amerindios más allá del Estado, coordinado por Berenice Alcántara Rojas y Federico Navarrete Linares. Se trata de una compilación que se sumerge de lleno en la problemática de la existencia de incontables pueblos indígenas que se sustrajeron con éxito al dominio de los Estados precolombinos, coloniales y republicanos, ese capítulo de la historia del continente americano que ha sido tradicionalmente ignorado tanto por la historiografía como por la antropología. En líneas generales, el libro surge como corolario de un proyecto grupal de investigación coordinado por los editores de esta obra colectiva, pero más específicamente emerge como concreción editorial de las discusiones del coloquio internacional organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México llevado a cabo en la ciudad de México D. F. a comienzos de noviembre de 2008, en el que debatieron especialistas de México, Brasil y Estados Unidos. De esta manera, los siete trabajos compilados en este volumen hacen alusión a regiones muy diversas de América e inclusive van más allá, ofreciendo una perspectiva comparativa sin precedentes de los ambientes ecológicos y las prácticas socioculturales que posibilitaron a ciertas sociedades amazónicas, andinas, mesoamericanas, aridamericanas y melanesias escapar de la dominación estatal. Combinan las herramientas disciplinarias de la historia, la arqueología y la antropología para procurar identificar las complejas dinámicas de estas sociedades y sus contradictorias relaciones con los Estados que han intentado sujetarlos a lo largo de los siglos. En conjunto, presentan una perspectiva novedosa que amplifica la visión de las sorprendentes historias y las interesantes culturas de aquellos pueblos que tradicionalmente han sido considerados primitivos o “sin historia”.

Aunque los trabajos del volumen provienen de distintas disciplinas y áreas, comparten dos características que otorgan forma y consistencia a la voluntad monográfica del libro. En primer lugar, la mayoría de las contribuciones reintroducen las perspectivas esbozadas por el etnólogo francés Pierre Clastres en su obra La sociedad contra el Estado respecto del lugar de la política en las sociedades simples. De ese modo, reconocen que si tales pueblos no desenvolvieron prácticas políticas coercitivas y/o instituciones centralizadas no se debió a una falla en su proceso evolutivo, sino a la clara presencia de una lógica de organización sociopolítica que impide –o rechaza– la emergencia de principios sociales asociados a la estatalidad. No obstante, como muestran algunos de los estudios, la dicotomía clastreana entre sociedades estatales y sociedades contra el Estado no siempre se aplica en el terreno, dejando en evidencia que las sociedades amerindias se caracterizan por su notable aptitud de vincularse con las agencias estatales y permanecer de alguna forma fuera de estas con sus formas de organización no centralizadas. De la misma manera, varios de los capítulos del volumen retoman, critican y resignifican –de forma explícita o implícita– la distinción esgrimida por Claude Lévi-Strauss entre sociedades “frías” y “calientes”. Antes que clasificar a los grupos estudiados en una u otra categoría, los autores procuran hacer inteligible las numerosas estrategias que posibilitan a este tipo de poblaciones anular, o disminuir, la incidencia de las transformaciones históricas y, especialmente, de la acumulación de poder. En esta línea, intentan aportar nuevas miradas que posibiliten identificar las formas particulares de historicidad de cada sociedad, con sus propias dinámicas y velocidades de cambio. Una tercera cuestión presente en los ensayos de este libro es la pregunta por la relación entre cultura y ecología, una cuestión que aquí es presentada desde una óptica apartada de los determinismos lineales que han imperado en muchas interpretaciones de las sociedades sin Estado, particularmente en la región amazónica y en el árido norte de México. En esta senda, los autores muestran cómo el medio ambiente no sólo obstaculiza de forma negativa la centralización política, sino que también puede brindar alternativas positivas para la descentralización social. Paralelamente, los trabajos ponen de manifiesto que las fronteras culturales entre sociedades no estatales y sociedades estatales suelen ser además fronteras ecológicas, mostrando además que pese a esta última condición, dichas fronteras no edifican límites intransitables entre tales poblaciones, separando irremediablemente a unas de otras, sino que, por el contrario, configuran espacios novedosos de intercambio y negociación intercultural.

En el capítulo uno (“El Occidente no vio el Sol nocturno: el papel de la dualidad complementaria de las fuerzas cósmicas en la organización política de las jefaturas amerindias”), Marcia Arcuri discute los presupuestos teóricos que tradicionalmente se han empleado, tanto desde la arqueología como de la etnología, para explicar las formas en que se organizaron múltiples sociedades amazónicas y caribeñas de la etapa precolombina. Desde una perspectiva evolucionista, la autora señala que la aplicación de conceptos como “cacicazgo” y “jefatura” ha operado como una suerte de corsé conceptual, imposibilitado observar la complejidad de las relaciones de poder en estas poblaciones y la relevancia que poseyeron principios clave de sus cosmovisiones para sus diversos ordenamientos sociales, como la noción de que los seres y las cosas en el universo se organizan y distribuyen por “mitades” o “dualidades”. Finalmente, Arcuri propone que estas mismas concepciones cosmológicas pudieron haber incidido en el modo en que se configuraron organizaciones sociales centralizadas y jerarquizadas en Mesoamérica y en los Andes. En la misma línea, Salomón Vergara pone en tensión, a lo largo del capítulo dos (“Chichimecas y toltecas más allá de una visión evolucionista”), el sentido con que han sido empleados conceptos como aculturación y evolución en las investigaciones sobre las sociedades precolombinas de Mesoamérica durante el período posclásico a partir de una revisión crítica de las maneras en que se han interpretado categorías étnicas indígenas como “chichimeca” y “tolteca” como términos equivalentes a “bárbaro” y “civilizado”. A partir de un examen de las fuentes etnohistóricas del siglo XVI, el autor concluye que no existen elementos que sustenten que “lo chichimeca” fuera percibido por las poblaciones del posclásico del valle de México como sinónimo de un estadio anterior –o inferior– en una escala evolutiva, debido a que tales sociedades empleaban ambos etnónimos en diferentes contextos como categorías complementarias que legitimaban instituciones políticas e identidades étnicas.

En el capítulo tres (“Los besiro en los bosques del oriente de Bolivia: pueblos y rancherías frente a los Estado-nación en las fronteras de Bolivia, Brasil y Paraguay”), Cynthia Radding pasa revista a los usos que se han adjudicado al concepto “frontera” en los estudios sobre las sociedades no-estatales, señalando que más que funcionar como una línea que divide tajantemente las esferas de influencia de las sociedades estatales y de las no-estatales, esta debe verse como una zona de movilidad y transición en la que convergen cotidianamente estas sociedades y reconfiguran sus maneras de organización social y de identidad política. Para probar sus hipótesis, Radding examina con minuciosidad la zona habitada por los pueblos besiro, también conocidos como chiquitanos, y reconstruye la trayectoria histórica de sus vínculos con distintas instancias y agencias estatales durante la época tardo-colonial y la temprana república. En su argumento la autora subraya, entre otras variables, la manera en que los pueblos chiquitanos, lejos de optar por el separatismo o el aislamiento, hicieron suya la figura del “cabildo” –impuesta en primera instancia por los jesuitas dentro de sus reducciones– y la tornaron una verdadera estrategia que les posibilitó sostener, al menos en parte y en el interior de distintos regímenes estatales, la autonomía de sus rancherías a partir de sus propias prácticas de “reciprocidad” y “gobierno comunal”. En una tónica similar, Edith Llamas explora en el capítulo cuatro (“Los nuevos gobernadores pimas: negociadores interculturales en las misiones jesuitas de Sonora”), las estrategias utilizadas por la orden jesuita para imponer la figura del “cacique” en el interior de sus evangelizaciones en el norte de México durante los siglos XVI y XVIII como una manera de asegurar la subordinación y evangelización de los grupos indígenas que habían aceptado vivir en congregación. La autora indica que si bien la imposición de dichos “caciques” contradecía las antiguas formas consensuales de ejercicio del poder entre los pimas, al crear una figura en la que se concentraba toda la autoridad se asentaban las bases para la conformación de un poder alternativo que, en lo inmediato, posibilitó a los pimas negociar a favor de sus propios intereses y prácticas tradicionales en el marco de las relaciones siempre conflictivas con los jesuitas y los funcionarios de los asentamientos urbanos españoles más próximos.

El capítulo cinco (“Ambivalencias del poder y del don en el sistema político-ritual wixarika”), a cargo de Johannes Neurath, nos traslada al mundo contemporáneo en el que se desarrolla la vida de los huicholes. El objetivo del autor es demostrar que la autonomía de facto que mantienen estos pueblos frente al Estado nacional mexicano y a la Iglesia, no se debe a que conformen una sociedad “igualitaria” o “simple”, sino a modalidades muy complejas y sofisticadas de dividir el poder en distintos segmentos que se contraponen y cuya meta inmediata es, antes que escudarse del exterior, obstaculizar cualquier intento de concentración de poder en el interior de la propia sociedad huichola. En esta senda, Neurath demuestra que entre los huicholes existe una fuerte oposición entre el poder religioso de los chamanes y el poder político de la asamblea comunal, así como entre el poder de esta última y el del consejo de ancianos o cabildo, el gobernador tradicional y la presidencia de bienes comunales. Igualmente, hipotetiza que esta diversidad de sistemas políticos también se hallaba íntimamente vinculada con la presencia de múltiples complejos rituales que no armonizaban entre sí y con las complejas ontologías que estos complejos elaboraban. A lo largo del capítulo seis (“Personajes partibles, sociedades fractales: reflexiones en torno a escala y complejidad en Vanuatu”), Carlos Mondragón nos sitúa en una comunidad melanesia contemporánea de las Islas Torres (en el archipiélago de Vanuatu). El interés del autor se centra en demostrar que el vínculo de necesidad que suele fijarse entre las nociones de “escala” y la “complejidad” sociocultural, es una suerte de ficción que solo sirve a fines occidentales en el entorno geopolítico contemporáneo y que no evoca ningún tipo de relación con los modos en que las sociedades oceánicas, demográficamente “pequeñas”, se representan a sí mismas y se reproducen socialmente. Mondragón indica que sus largos estudios sobre esta comunidad demuestran que sus miembros se construyen y proyectan como colectividad de una manera dinámica, a partir de una compleja trama de relaciones de parentesco dentro de la cual, tanto individuo como comunidad, resultan ser entidades múltiples, partibles y necesariamente inacabadas, lo que permite que los miembros de estas colectivas se perciban como actores dominantes y relevantes, dependiendo del nivel de pertenencia dentro del cual se relacionan.

Cierra el volumen el capítulo siete, un sugerente artículo de Federico Navarrete (“Las dinámicas históricas y culturales de ciclos de concentración y dispersión en las sociedades amerindias”), cuyo objetivo central es presentar un estudio comparativo de la dinámica histórica de las sociedades mayas, chichimecas (del norte de Mesoamérica) y amazónicas que han oscilado entre períodos de centralización política y concentración demográfica, así como entre otros de descentralización y dispersión. A lo largo de las páginas de su trabajo, Navarrete indaga el complejo entramado de fuerzas sociales, ambientales y –en especial– culturales que posibilitaron estas transformaciones en distintos momentos de su trayectoria histórica, constatando que el pasaje entre unas formas y otras jamás ha sido visto por estas sociedades como un proceso lineal e irreversible. En base a tal perspicaz presupuesto, este investigador propone que los “colapsos” -que según algunas interpretaciones provocaron tanto la caída de poderes centrales como el tránsito a formas de organización sociopolíticas menos centralizadas- no pueden ser pensados únicamente como eventos catastróficos y negativos, sino como productos positivos de las dinámicas de estas sociedades que les daba la posibilidad de apartarse de las formas de subordinación que configuraba, en diversos contextos espacio-temporales, la expansión de una lógica de organización social de tipo estatal.

Sin demérito de las aportaciones de cada uno de los autores –ya que todas evidencian ser fruto tanto de una profunda investigación empírica como de una reflexión teórica sensata–, no es posible dejar de indicar que en varios de los trabajos se observa una confusión o descuido en el uso de los conceptos de “autoridad” y “poder” al caracterizar los atributos de las figuras de liderazgo en dichas sociedades, sus prácticas políticas y vínculos sociales. Si bien existen claras diferencias en los marcos teóricos empleados, una cuestión legítima en el ámbito de la investigación científica, la propia complejidad de los casos analizados y la frecuente opacidad de las fuentes documentales y arqueológicas tornan aún más difícil distinguir prolijamente las situaciones que corresponden a atributos de autoridad o a relaciones de poder. Una lectura cuidadosa comprueba que para que un investigador pueda ofrecer un resultado sólido y convincente, además de basarse en materiales que respalden sus hipótesis, debe ser consciente de sus presupuestos teóricos y reflexionar –una y otra vez– sobre qué quiso plantear al introducir determinadas categorías conceptuales en sus esquemas argumentales. En vistas de esto, hubiera sido deseable que los autores tuvieran un manejo teórico-metodológico menos ligero y más riguroso de, al menos, estos dos conceptos, tan centrales a la problemática que convoca la compilación, optando así por una mejor definición –mucho más clara y explicita– de sus alcances terminológicos en función del enfoque elegido y de sus posibilidades como herramientas conceptuales para hacer inteligibles los datos y testimonios provenientes de los diversos corpus documentales, considerando que los mismos muchas veces se presentan de forma sesgada, fragmentaria y opaca.

Una segunda cuestión que sorprende es la falta de trabajos referidos a otras poblaciones amerindias que también conservaron estructuras sociopolíticas laxas y segmentarias, especialmente aquellas que habitaron en las llanuras y planicies del tercio meridional de América del Sur y las zonas interiores de las grandes cuencas fluviales tropicales, sociedades suficientemente investigadas y documentadas en libros, artículos, capítulos de libros, ponencias, comunicaciones y papers. En efecto, brillan por su ausencia capítulos que reflejen los significativos avances realizados en los últimos años sobre, por ejemplo, los grupos indígenas nómades que habitaban la Pampa, el norte de la Patagonia y el Chaco austral hacia la segunda mitad del siglo XVIII, en la región que en 1776 conformó el Virreinato del Río de la Plata. En su conjunto, los recortes temáticos y los escenarios abordados dan muestras acabadas de la enorme significación que han tenido, en las últimas décadas, los estudios etnohistóricos llevados a cabo tanto en Chile como en Argentina y que han contribuido –en igual sentido que los autores de esta compilación– en la comprensión de un mundo indígena complejo, heterogéneo, dinámico y contrastante, por lo cual resulta llamativo esta ausencia. Desde luego, este hecho no es el resultado de una decisión deliberada de excluir a tales líneas por parte de los compiladores, sino que puede obedecer a las propias redes académicas o contactos personales de los mismos y a los recursos necesarios para financiar la participación de investigadores de distintas latitudes, dos variables frecuentes en el ámbito de la academia que, en numerosas oportunidades, potencian a la vez que limitan la formación de equipos de investigación interdisciplinarios y la concreción de reuniones científicas que procuran, no siempre con éxito, brindar este tipo de proyectos editoriales.

A pesar de estas últimas puntualizaciones críticas, Los pueblos amerindios más allá del Estado es, indudablemente, un aporte significativo a la historiografía y antropología americanas, específicamente en un tema que ha sido eludido por los investigadores durante mucho tiempo a pesar de los grandes avances que se han producido en las últimas décadas. Por lo tanto, no conviene reducir esta compilación únicamente a un acople de diversos estudios que buscan reconstruir la vida idílica de comunidades humanas simples que vivieron aisladas en un medio ambiente prístino. En cambio, sus mejores posibilidades se encuentran en que ofrece distintos materiales que hacen posible la reflexión sobre los mecanismos concretos que han posibilitado a ciertas sociedades amerindias proteger y conservar modalidades de organización sociopolíticas menos centralizadas pese a estar en contacto con sociedades centralizadas mucho más poderosas, y muchas veces haber sido sometidas por ellas. De allí que esta la importancia de esta obra resida en mostrar, a través del variopinto muestrario de casos, que las poblaciones amerindias –y no sólo amerindias– con formas menos centralizadas de organización sociopolítica son sociedades sumamente complejas y cambiantes.

En consecuencia, la originalidad de esta compilación tiene que ver no solo con ofrecer un novedoso producto editorial que sirve como aliciente para renovar el interés por estas sociedades, nutrir el diálogo interdisciplinario y fomentar futuras investigaciones. También, y sobre todo, por ser una verdadera apuesta para que los historiadores, antropólogos y arqueólogos no caigan tan fácilmente en las explicaciones evolucionistas (que ven la centralización política como un proceso inevitable y siempre deseable) y/o se obsesionen (como es frecuente entre muchos investigadores dedicados a la historia precolombina) en estudiar únicamente la trayectoria de las sociedades estatales y de sus elites gobernantes, menospreciando de esta manera otro tipo de organizaciones humanas y de otros actores sociales. Si bien ambas tendencias constituyen desafíos de primera magnitud para avanzar en una historia que incluya a ese amplio y diverso espectro de sociedades y culturas relegadas al silencio, se imponen también como un verdadero reto epistemológico para que los estudiosos de las sociedades amerindias aprendamos a ver más allá del Estado.


Resenhista

Horacio Miguel Hernán Zapata – Universidad Nacional del Chaco Austral. Universidad Nacional del Nordeste. Argentina. E-mail: horazapatajotinsky@hotmail.com


Referências desta Resenha

ALCÁNTARA, Berenice; NAVARRETE, Federico (Coordinación). Los pueblos amerindios más allá del Estado. México D.F.: Instituto de Investigaciones Históricas; Universidad Nacional Autónoma de México, 2011. Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Sophia Austral. Punta Arenas, n. 18, p. 137-142, 2º semestre, 2016.

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