Los indígenas y la construcción del Estado-Nación. Argentina y México, 1810-1920: historia y antropología de un enfrentamiento – BERNAND (FH)

BERNAND, Carmen. Los indígenas y la construcción del Estado-Nación. Argentina y México, 1810-1920: historia y antropología de un enfrentamiento. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina: Prometeo, 2016. Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Los pueblos indígenas en la construcción Nacional de Argentina y México: un contrapunto de experiencias sociohistóricas (1810-1820). Faces da História, Assis, v.7, n.1, p.480-485, jan./jun., 2020.

La participación de las sociedades indígenas dentro de los procesos de creación y afianzamiento de los Estados nacionales constituye una de las tantas problemáticas que ha marcado tanto la historiografía como la antropología latinoamericanas de las últimas décadas. Sin duda, a ello han contribuido de forma significativa, por un lado, antropólogos formados en la tradición de una Etnohistoria interesada por entrever la “perspectiva del otro indígena en las situaciones de dominación colonial y estatal” (ROJAS, 2008). En segundo lugar, han contribuido a ello también aquellos historiadores enrolados en una historia social y política “desde abajo”, preocupados por ofrecer nuevas aproximaciones a las diversas experiencias históricas de los grupos sociales subalternos – en relación con los grupos hegemónicos– a lo largo la historia. En efecto, el desarrollo de investigaciones empíricamente fundadas en la interpretación de viejas y nuevas fuentes a partir de enfoques y metodologías renovadas, ha permitido que historiadores y antropólogos pudiesen “ensanchar la base de la historia” (SAMUEL, 1984, p. 17) y explorar “una dimensión desconocida del pasado” (HOBSBAWM, 1998, p. 207-208) o, más bien, un aspecto de las culturas nacionales mal conocidas y sobre las que pesan no pocos mitos y polémicas. A partir del fortalecimiento de esta línea de trabajo innovadora, contamos con más elementos para acabar con las miradas que han concebido a las comunidades indígenas como objetos pasivos de las políticas impuestas en el pasado y el presente.

Como consecuencia, en los nuevos estudios e interpretaciones histórico-antropológicas los pueblos indígenas se nos presentan como verdaderos actores, sujetos constructivos y activos frente a la realidad que los contiene y que se transforma continuamente a través de las sucesivas adecuaciones, inventivas e impugnaciones barajadas gracias a su capacidad de agenciar – de manera armónica o contradictoria – distintos bienes, prácticas y representaciones del mundo en que viven. Precisamente gracias a que existen estos incesantes esfuerzos de distintos académicos por producir conocimiento social sobre las comunidades originarias es que hoy contamos con el libro Los indígenas y la construcción del Estado-Nación. Argentina y México, 1810-1920, de la afamada etnohistoriadora francesa Carmen Bernand. Elaborado y publicado originalmente como un manual destinado a abordar el tema del concurso de acceso a la condición de profesor de la enseñanza pública en Francia, el presente libro constituye la versión traducida al castellano y mejorada por su propia autora, convirtiéndose en una voluminosa obra dedicada a presentar – como bien indica su título – un estudio de antropología histórica comparada de los complejos vínculos entre los indígenas y los nuevos Estados nacionales surgidos a partir del descalabro del otrora imperio español.

Como podrá advertir el lector avezado, su redacción obligó a reunir y compaginar un creciente y heterogéneo universo de resultados de investigación sobre diferentes objetos y en diversos registros, propios y ajenos, cuya articulación no siempre resulta evidente, en una narración atrapante donde su objeto nunca se desdibuja. Su composición permite ver con claridad tanto las líneas maestras del oficio como la manera, precisa y elocuente, de trabajar con un corpus significativo de fuentes (correspondencia oficial y personal, periódicos, informes de comandancias de frontera, los registros de gastos de compensaciones, memorias particulares y diarios de viajeros) en un esfuerzo para comprender, de manera vívida y sugerente, los significados que una sociedad atribuye a los acontecimientos en los que participa. Si bien los argumentos vertidos a lo largo del libro – en la mayor parte de los casos – no son naturalmente novedosos para los especialistas, el mismo no carece de la profundidad propia de las obras que obligan a ajustar cuentas con los estudios anteriores y marcan pautas para futuras investigaciones, sobre todo en lo que se refiere a la principal hipótesis de la autora. Y es que el objetivo central de Bernand es demostrar que los grupos indígenas fueron partícipes de los dramáticos avatares derivados de la conformación de los actuales Estados republicanos de México y Argentina a lo largo del siglo XIX, ya que – en tanto agentes activos – tejieron relaciones de negociación, conflicto y subordinación con las elites en el poder.

Sin embargo, pese a su nueva adaptación, la investigadora logró conservar esa particular “identidad mestiza” (VIAZZO, 2003), que supo imprimirle al ensayo original, desdibujando las fronteras entre Antropología e Historia, combinando un conjunto de preocupaciones teóricas del campo antropológico con el andamiaje empírico que provee del decurso histórico. En este sentido, el lector podrá observar que en la arquitectura global del libro hay secciones que resultaron más históricas, mientras que otras se tornaron más antropológicas; ello no quita que, por momentos, el abordaje conjugue ambos enfoques. Ciertamente, la obra divide el estudio de las trayectorias indígenas en dos grandes partes. Bajo el subtítulo de “Jalones”, la primera parte expone y analiza los principales hechos en el orden cronológico en el que se presentaron a lo largo de un apartado introductorio y siete capítulos. Los capítulos, a su vez, se hallan delimitados a partir de distintos clivajes temporales que responden – en términos generales – a una periodización secular significativa para ambos países, cuyo inicio arranca en el año 1810 y su cierre alrededor de inicios de la década de 1920. Si bien la decisión de Bernand de recurrir a una periodización inconveniente (por su apego a efemérides patrias o convenciones historiográficas tradicionales, pero no así a las dinámicas del mundo indígena), es indudable que la misma se convierte en un mapa de lectura muy útil.

De ese modo, en el capítulo introductorio se presentan cuestiones que la autora entiende como fundamentales para la comprensión del recorrido histórico de los siguientes acápites, como la situación en los Virreinatos de Nueva España y del Río de la Plata a fines del siglo XVIII, dos territorios mucho más extensos que las repúblicas que llevaran los respectivos nombres de México y Argentina, los caracteres y dinámicas sociales de los grupos indígenas que habitaban más allá de las fronteras de ambas jurisdicciones, las descripciones etnográficas sobre éstos legadas por funcionarios, misioneros y viajeros y los fundamentos políticos sobre los que se erigieron las jóvenes repúblicas. Seguidamente, en los capítulos primero y segundo, la autora describe los corolarios producidos sobre las poblaciones indígenas por el proceso de la insurgencia en México y en las Provincias Unidades del Sur. A continuación, los capítulos tres y cuatro reconstruyen el largo período caracterizado por una sucesión de guerras civiles y de conflictos internacionales abiertos luego de la independencia política de ambos países.

Allí, Bernand sitúa al indígena dentro del conjunto de grupos socioétnicos que tomaron parte, según sus propios intereses y oportunidades, en los conflictos que forjaron los Estados republicanos modernos, historizando las acciones emprendidas por las distintas facciones políticas criollas en pugna (caudillos unitarios y federales en el caso del Río de la Plata y liberales o conservadores en el caso del México), para ganar la colaboración militar de algunas de las parcialidades indígenas y los diversos posicionamientos que éstas últimas adoptaron. Resultado de esa participación fueron, como muy bien explica la autora, la progresiva pérdida de la autonomía y los enfrentamientos interétnicos que comenzaron a vivirse dentro de las propias sociedades indígenas. A su vez, a lo largo de los capítulos cinco, seis y siete, se explora cómo el triunfo de las políticas librecambistas, la vinculación de ambas regiones con el mercado mundial y los procesos de consolidación de la soberanía territorial exigieron la anexión de nuevas áreas productivas y un fuerte disciplinamiento social, acentuando las políticas ofensivas de ambos Estados contra los aborígenes y volviendo imposible su existencia de éstos como formaciones sociales independientes. El relato prosigue con la situación de las comunidades una vez que las empresas de expansión territorial colocaron paulatinamente las últimas “fronteras interiores” bajo el control del nuevo Estado. Se examina la forma en que los miembros de comunidades indígenas que sobrevivieron a tal embestida perdieron total autonomía y pasaron a ser incluidos en forma subordinada a las sociedades nacionales de Argentina y México, como ciudadanos de segunda clase entre fines del siglo XIX y principios del XX.

Al finalizar este primer gran apartado, cualquier lector quedará con la sensación de haber recorrido una historia propiamente hablando, en la cual es posible identificar algunas coyunturas claves o episodios específicos, que operan como disruptivos en la dinámica de interacción socio-política general y, sobre todo, ciertas transformaciones ocurridas en los vínculos entre indios y cristianos a lo largo del período de estudio, sin perder de vista las continuidades que se manifestaron en la larga duración. Además, desde ese marco temporal amplio, el lector también podrá observar las rupturas y continuidades en la vida de los pueblos indígenas durante la formación de las culturas nacionales de cada país, así como también las similitudes y contrastes que existieron entre los casos argentino y mexicano. Ello, sin duda, llevará a los lectores a prestar atención a las características regionales; al tipo de intereses conjugados en las relaciones interétnicas; al carácter de frontera o de dominación ya consolidada de los ámbitos que estructuraban estas relaciones; a las modalidades jurídicas y legales ofrecidas por los sucesivos gobiernos en los diferentes contextos sociohistóricos; y, finalmente, a los rasgos sociopolíticos de las poblaciones indígenas. De allí se desprende la intención de dar cabida a ciertas individualidades a medida que entran en escena, en función de ciertos problemas y la importancia asignada a correspondencias con la trama social en la que se insertan. En efecto, a lo largo del libro las ejemplificaciones ofician como una herramienta interpretativa – no la única, por supuesto – capaz de dar cuenta del carácter complejo de las interacciones y conflictos que caracterizaron el vínculo de los indígenas con las diversas instancias estatales de cada país y de las miradas opuestas o alternativas que unos y otros construyeron en aras de definir la forma de inclusión de “lo indígena” a las culturas nacionales en definición. Para la autora, el hecho que las sociedades indígenas fueron las grandes derrotadas en la construcción estatal constituye un desenlace humanamente trágico a la vez que paradójico, puesto que en ese mismo momento ambas sociedades atravesaban sus primeras experiencias de ampliación política democrática: ya sea a través de la vía reformista seguida en Argentina y expresada en la ley Sáenz Peña (que garantizaba el derecho al voto universal, secreto y obligatorio), cuya aplicación llevó a la presidencia al radical Hipólito Yrigoyen en las elecciones de 1916; ya sea a través de la vía revolucionaria ocurrida en México, la cual se manifestó en el estallido de la Revolución agraria en 1910 y concluida en 1917.

Bajo el título de “Problemáticas”, la segunda parte del libro comprende un conjunto de textos que se alejan de un abordaje de tipo cronológico y, organizados en los restantes cinco capítulos, tienen por propósito profundizar la complejidad de los modos de organización y cosmovisión de las sociedades indígenas y sus transformaciones a lo largo del período analizado. Consciente del desafío de bosquejar esta complejidad lo más claramente posible para el lector no especialista, alejado de las eruditas y no siempre fáciles discusiones metodológicas, la autora estudia – del capítulo ocho al once – el largo devenir de la agencia indígena desde ciertos nudos problemáticos. De ese modo, Bernand explora la estructura y funcionamiento de los cacicazgos, las múltiples dinámicas (alianzas políticas, conflictos armados, intercambios comerciales y procesos de mestizaje) que tenían lugar en los espacios de frontera, la conversión de los indígenas en proletarios a partir de su desarticulación (en el caso argentino), la pervivencia de las economías campesinas a partir de los procesos de comunalización (en el caso mexicano) y, finalmente, el impacto heterogéneo del catolicismo – con sus misiones y cofradías, fiestas y rituales – sobre la cultura de los pueblos nativos. Por último, en el capítulo doce, Bernard analiza el vínculo entre los indígenas y la memoria a partir de los distintos significados adjudicados a este último concepto como narración identitaria, como representación visual y como relato experiencial. Para ello la autora identifica y describe los contrastes existentes entre las configuraciones particulares que asumen las formas de recuerdo (u olvido) de “lo indígena” en el arte, la fotografía, el folklore, las coleciones patrimoniales de los museos y las etnografías. Si bien los temas nativos fueron retomados por ciertas vertientes del nacionalismo cultural de las décadas de 1910 y 1920, Bernand indica que los indígenas fueron valorados únicamente en función de ciertas producciones estéticas de su cultura que, desde una mirada occidental, resultaban curiosas, llamativas y exóticas. Esta apreciación prejuiciosa y estereotipada tuvo su correlato en el largo y progresivo proceso de negación y olvido generalizado de la participación del indio en la historia patria. Sin embargo, Bernand concluye que esa misma memoria oficial se ha visto impugnada a partir de los procesos de reemergencia identitaria y, en particular, de las acciones llevadas adelante por líderes y organizaciones indígenas para la reivindicación de sus derechos y territorios, tanto en México como en Argentina, a finales del siglo XX y principios del nuevo milenio.

Por lo antedicho, no solamente nos hallamos frente a un insumo bibliográfico básico para el investigador y para el formador de docentes e investigadores, sino también una muy buena obra de divulgación, adecuada e interesante para un público que rebasa el ámbito de los especialistas en temas indígenas. Y es aquí donde reside una de sus principales virtudes: logra brindar al lector lego una imagen clara, precisa y equilibrada de las diversas contingencias que atravesaron las relaciones que los diversos gobiernos establecieron con los indígenas durante la formación del Estado en ambas experiencias nacionales a través de una síntesis elaborada con un lenguaje sencillo y desprovisto de los tecnicismos propios de la jerga académica. Pero otra virtud del libro, quizás menos visible pero ciertamente válida, es que se trata de una obra que saca a la luz significados que son posibles de extraer a través de un minucioso trabajo forjado donde el pasado histórico nos sacude y nos arroja involuntariamente a reflexionar sobre el presente y el futuro de los pueblos originarios en América Latina.

Referencias

HOBSBAWM, Eric. Sobre la Historia. Barcelona, España: Crítica, 1998.

ROJAS, José Luis de. La Etnohistoria de América. Los indígenas, protagonistas de su historia. Buenos Aires, Argentina: Editorial SB, 2008.

SAMUEL, Raphael. Historia popular y teoría socialista. Barcelona, España: Crítica-Grijalbo, 1984.

VIAZZO, Pier Paolo. Introducción a la Antropología Histórica. Lima, Perú: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003.

Horacio Miguel Hernán – Magister Internacional en Ciencias Humanas y Sociales por el Instituto de Desarrollo Humano de la UNESCO, Madrid, España. Docente-Investigador de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), Resistencia, Argentina. Formador de Formadores en la Dirección de Nivel Superior del Ministerio de Educación de la Provincia de Corrientes, Argentina. Correo electrónico: [email protected].

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Descubriendo el Antiguo Oriente. Pioneros y arqueólogos de Mesopotamia y Egipto a finales del S. XIX y principios del S. XX | Rocío da Riva e Jordi Vidal

A fines del siglo XIX y principios del XX, en el contexto de una intensa competencia imperialista –entre un pequeño número de Estados europeos (primero Gran Bretaña y Francia, posteriormente Alemania, Bélgica, Italia, Portugal, España y los Países Bajos) y extraeuroepos (Estados Unidos y Japón)– por la apropiación de gran parte de África y de Asia, la subordinación de sus poblaciones y la constitución de un nuevo orden político y económico, tuvo lugar la progresiva institucionalización formal de los estudios antiguo-orientales dentro de los ámbitos académicos occidentales. En efecto, dicho proceso de constitución tuvo por acontecimientos inaugurales tanto la invasión napoleónica en Egipto en 1798 y de Siria-Palestina en 1799 como las primeras empresas de búsquedas y apropiación de materiales arqueológicos a cargo del cónsul francés Émile Botta y del funcionario inglés Austen Henry Layard en Mosul y Nimrud respectivamente (antiguas capitales asirias). Esas actividades llevaron a intensificar las expediciones y excavaciones de sitios antiguos en Egipto y Medio Oriente. Fue así que individuos procedentes de campos y actividades distintas (soldados, funcionarios, viajeros, mercaderes y eruditos) recorrieron diversos paisajes, mostraron un interés estratégico por las así denominadas “maneras” y “costumbres” de los países islámicos, aprendieron los idiomas de las sociedades que los habitaban, descifraron las lenguas y textos de los pueblos desaparecidos y acumularon innumerables objetos de su cultura material (cerámicas, vasijas, cilindro-sellos, tablillas, relieves, papiros, estelas, frontones, estatuillas y estatuas).

Durante el desenvolvimiento de estas distintas, el saqueo de tumbas y sitios para lucrar con su contenido existió por supuesto, al menos en Egipto, y convivió cómodamente con los intentos más “serios”, organizados y sistemáticos de el imperialismo y la dominación colonial posibilitaron el acceso no sólo a múltiples espacios antes desconocidos o apenas imaginados, sino además a nueva información (proporcionada tanto por los restos arqueológicos como por los informantes locales) a partir de la cual fue posible construir una imagen mucho más aproximada –y sustentada empíricamente– de las antiguas sociedades que poblaron la región. Coetáneo a los nuevos hallazgos y actividades, se produjo la progresiva fragmentación y especialización temática dentro del propio orientalismo antiguo, diferenciándose así ciertas subdisciplinas (Egiptología, Asiriología, Siriología, Anatolística y Estudios Bíblicos), como también dos tareas específicas en la labor investigativa: la del arqueólogo (encargado de organizar las excavaciones y recolectar los nuevos materiales) y la del filólogo (preocupado por desentrañar las lenguas antiguas y sus sistemas de escritura a partir de la traducción del material epigráfico). investigaciones arqueológicas. Aun así, es indudable que las prácticas inauguradas por

Considerando lo anteriormente expuesto, es innegable que esta descripción sintetiza una dinámica mucho más compleja y sinuosa de un campo de estudio que, luego de su afianzamiento, creció y expandió, ampliando horizontes y permitiendo avances investigativos significativos para la posteridad sobre las antiguas culturas y sociedades de Egipto, Mesopotamia, Anatolia y la franja sirio-palestina. El libro que el lector tienen entre sus manos, Descubriendo el Antiguo Oriente. Pioneros y arqueólogos de Mesopotamia y Egipto a finales del S. XIX y principios del S. XX, compilado por Rocío Da Riva y Jordi Vidal, reconocidos profesores españoles y especialistas en arqueología e historia antigua oriental, se ocupa justamente de las historias de algunos de los primeros estudiosos occidentales que trabajaron en la región y que con su multifacética labor contribuyeron al nacimiento de las historiografía y arqueología del Cercano Oriente Antiguo. El volumen compila las intervenciones de la mayoría de los expositores que participaron del workshop llevado a cabo en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona a finales de noviembre de 2013. Dicho evento académico reunió a destacados especialistas en la historia antigua de Egipto y Próximo Oriente y a otros investigadores más preocupados por temas de historiografía con la intención de debatir sobre la formación y evolución de los estudios antiguo-orientales, la definición de subdisciplinas, analizar el accionar de los primeros exploradores y las prácticas científicas de las etapas iniciales con la intención de encontrar afinidades temáticas y establecer futuros proyectos de investigación. El resultado final es una bien lograda compilación de once artículos que más allá de la forma que cada autor escogió para escribirlo y de los enfoques empleados en cada uno de ellos, coinciden en la intención de presentar datos nuevos, informaciones novedosas o revisiones críticas de teorías o ideas ya conocidas.

El libro abre con una acertada introducción sobre el concepto de historiografía y los actuales debates alrededor de esta especialidad a cargo de Jordi Cortadella. Para este autor, el historiador es un profesional que recopila hechos del pasado humano conforme a criterios que suponen una elección de valores y categorías, pero para hacerlo precisa de la intermediación de los testimonios que aquel debe interpretar. En consecuencia, la labor del historiador consiste en la escritura de una Historia no sólo desde su propia perspectiva, sino también a partir de la mirada de otros intérpretes que lo precedieron. Para Cortadella, entonces, la historia de la historiografía se ocupa de definir qué tipos de hechos son los que preocupan a un historiador determinado y cuál es la motivación específica de aquel historiador por estudiar tales hechos en un momento determinado. En otras palabras, se trata de un campo cuya principal premisa pasa por mostrar que cualquier problema histórico posee per se su propia historia. Seguidamente, en una segunda introducción general sobre la historiografía del Próximo Oriente, Jordi Vidal identifica los motivos del escaso interés que han suscitado los estudios de corte historiográfico en el campo del Orientalismo Antiguo así como también algunas tendencias generales que resultan evidentes en los materiales publicados hasta el momento sobre la temática, como por ejemplo la preponderancia de los estudios biográficos, los análisis de casos nacionales y el predominio anglosajón en este tipo de investigaciones. No obstante, el historiador catalán indica que esta última tendencia si bien no puede discutirse, debe ser matizada en la medida que prestigiosos investigadores de otros países –como Alemania, Francia e, incluso, España– han comenzado a incursionar en diversas cuestiones y dimensiones relativas al cultivo y desarrollo de los estudios antiguo-orientales en sus historiografías nacionales.

La sección del libro dedicada a Egipto y Norte de África se inicia con el artículo de Roser Marsal (Universitat Autónoma de Barcelona), el cual expone la historia de los primeros exploradores que recorrieron el Desierto Occidental egipcio a finales del siglo XIX. La historiadora plantea que, en los inicios de las investigaciones egiptológicas, el desierto del Sáhara no constituyó un objeto de interés debido a que las duras condiciones climáticas lo volvían un supuesto terreno inhóspito para el desarrollo de la vida humana. Sin embargo, conforme se iban acumulando nuevas evidencias arqueológicas con cada nueva exploración (como los sedimentos lacustres, algunos restos de cultura material y las pinturas rupestres halladas en Jebel Uweinat, Gilf Kebir, Wadi Sura o la Cueva de los Nadadores), el noreste africano comenzó a suscitar mayor interés entre los estudiosos, ampliando el espectro temporal de sus investigaciones y, consecuentemente, llevándolos a incursionar en las etapas neolíticas. La autora concluye mostrando que tales estudios no sólo gozan de buena salud en la actualidad, sino que también contribuyen a poner de relieve los aportes culturales africanos en la formación de la civilización egipcia. Por su parte, Josep Cervelló (Universitat Autónoma de Barcelona) reconstruye con su estudio las bases de una “historiografía de los orígenes de Egipto” a partir del aporte de Jacques De Morgan, William E. Petrie, James E. Quibell, Frederick W. Green y Émile Amélineau, deteniéndose en las excavaciones que emprendieron en el Alto Egipto a lo largo de la década 1893-1903. A partir de la minuciosa revisión de la labor de estos pioneros de la arqueología egiptológica, Cervelló expone que los materiales exhumados de los sitios de Hieracómpolis, Nagada y Abidos permitieron reconstruir las primeras dinastías faraónicas y sus cementerios, bosquejar un primer panorama histórico y producir una primera cronología de los orígenes prehistóricos de la cultura egipcia.

En su artículo, Juan Carlos Moreno García (CNRS, Université Paris-Sorbonne París IV) analiza la formación y consolidación, en la producción de los egiptólogos de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, de la imagen de un Egipto antiguo como una civilización “excepcional”, diferente de las otras sociedades del mundo antiguo y transmisora de un importante legado de valores culturales. Se trata de un mito historiográfico que se revelaría sumamente tenaz dentro de los estudios orientales, con prolongaciones hasta nuestros días, cuyas raíces pueden escudriñarse –según el autor– en la crisis de la cultura occidental a finales del siglo XIX. Moreno García señala que el Egipto de los faraones se transformó en una suerte de “paraíso perdido” sobre el cual las distintas burguesías europeas proyectaron sus miedos sociales y ansiedades culturales, agravadas por el auge de los viajes a Oriente, por el desenvolvimiento de una arqueología que oscilaba entre la práctica científica, la aventura romántica y la caza de tesoros y, finalmente, por la creación de una particular versión de la Egiptología por parte de unos profesionales con formación bíblica y unos valores políticos precisos. El estudio de Francisco Gracia Alonso (Universitat de Barcelona) sigue el accionar de algunos de los más destacados representantes de la arqueología británica de la Segunda Guerra Mundial –como Mortimer Wheeler, Leonard Woolley, John Bryan Ward-Parkins y Geoffrey S. Kirk– que, en el marco de los combates entre las tropas del Eje y el Octavo Ejército Británico entre 1940 y 1943, participaron de las tareas de protección del patrimonio arqueológico de Egipto, Libia y Túnez puesto en peligro por las operaciones militares. El autor indica que el servicio que prestó este elenco de arqueólogos, helenistas e historiadores de la Antigüedad en las filas del Ejército Británico durante las campañas del Egeo y el norte de África implicó dos dimensiones: por un lado, la protección y salvamento de los yacimientos arqueológicos y, en segundo lugar, su utilización como arma propagandística de las destrucciones ocasionadas por la guerra.

La sección dedicada a Oriente Próximo se abre con el trabajo de Juan José Ibánez (CSIC) y Jesús Emilio González Urquijo (Universidad de Cantabria) alrededor de la figura del sacerdote cántabro González Echegaray, precursor en los estudios de la etapa neolítica del Cercano Oriente dentro del ámbito ibérico. Los autores examinan las excavaciones del yacimiento de El Khiam (Desierto de Judea, Palestina) que este pionero dirigió en 1962 y resaltan su contribución teórica a la comprensión de la transición hacia el Neolítico en el Levante Mediterráneo a través de la definición del denominado “periodo Khiamiense”. En el segundo trabajo de esta sección, Juan Muñiz y Valentín Álvarez (Misión Arqueológica Española de Jebel Mutawwaq) se ocupan de identificar las primeras referencias a los monumentos megalíticos en Transjordania que aparecían desperdigadas en las páginas de diversas obras, diarios de exploración o trabajo de campo etnográfico de viajeros y eruditos del siglo XIX que se desplazaban a Tierra Santa seducidos por los relatos románticos de peregrinaciones, innumerables ruinas de grandes civilizaciones abandonadas, tesoros ocultos, etc. Seguidamente, Jordi Vidal (Universitat Autónoma de Barcelona) considera la manera tradicional de relatar el hallazgo de la antigua ciudad de Ugarit (actual Ras Shamra). El investigador plantea que dicho relato “canónico” se encuentra atravesado por una perspectiva marcadamente eurocéntrica, manifiesta en la subvaloración u omisión tanto de las contribuciones locales al hallazgo del yacimiento como de la participación otomana en dicho acontecimiento, ocurrida mucho antes del arribo de los arqueólogos franceses al sitio.

En su artículo, María Eugenia Aubet (Universitat Pompeu Fabra de Barcelona) examina el proceso de “redescubrimiento” arqueológico de la cultura fenicia y el papel que la monumental obra de Ernest Renan, Mission de Phénicie (1864-1874), tuvo respecto al respecto. La arqueóloga señala que este particular escrito motivó las primeras exploraciones en las regiones de Libia y Siria luego de la Primera Guerra Mundial con la intención de recuperar un importante cúmulo de artefactos hoy desaparecidos (como esculturas, monumentos funerarios y epígrafes procedentes de Biblos, Saïda y Oum el-Awamid, cerca de Tiro), pero de los que tenemos conocimiento en la actualidad debido a los excelentes grabados y planimetrías que pueblan las páginas del informe que compuso este polémico intelectual francés durante su célebre expedición a Fenicia en 1960 y 1961. A su turno, Rocío Da Riva (Universitat de Barcelona) incursiona en la vida y obra del arqueólogo alemán Robert Koldewey. Enmarcando su trabajo en un estudio del rol de la arqueología en el Imperio Alemán durante el siglo XIX, la investigadora madrileña reseña los diferentes trabajos que el renombrado Koldewey realizó en Babilonia y detalla con minuciosidad sus aportes empíricos e innovaciones metodológicas al campo de la asiriología –aún en formación– y a la arqueología de la arquitectura, así como la incidencia de su labor en la prensa española contemporánea.

Como cierre del libro, Carles Buenacasa (Universitat de Barcelona) nos lega un artículo en el que ensaya un conjunto de argumentos y reflexiones a propósito de los 200 años del “redescubrimiento” de la ciudad de Petra –capital del antiguo pueblo ismaelita (localizada a 80 km al sudeste del mar Muerto)– por el suizo Jean Louis Burckhardt, un profundo conocedor de la lengua árabe y de la religión islámica que, haciéndose pasar por un mercader árabe, viajó por el Oriente Próximo y Nubia. El pormenorizado examen del autor le permite identificar en el relato oficial de este episodio de la arqueología de principios del siglo XX –y su celebración bicentenaria– una suerte de memoria historiográfica del “hallazgo” pensada desde y para Occidente, orientada a remarcar la figura del explorador europeo como único responsable y, en paralelo, a invisibilizar la colaboración que algunos pobladores locales brindaron al explorador europeo, oficiando las veces de guías debido al detallado conocimiento que poseían del terreno. Como pone de manifiesto Buenacasa a lo largo del texto, se trata de una percepción historiográfica eurocéntrica que además desconoce, tanto en el pasado como en el presente, el hecho de que la antigua capital de los nabateos, esa ciudad de época clásica tan original y poco convencional nunca estuvo “extraviada” para los jordanos.

Al finalizar la lectura de los distintos artículos que integran la compilación, el lector habrá comprobado que ha accedido a diversos y singulares modos de configurar enfoques, metodologías e interpretaciones acerca del primer momento historiográfico de los estudios antiguo orientales que con gran éxito han logrado conjugar los compiladores en un solo volumen. No dudamos al aseverar que dicha característica es, quizás, una de las virtudes más significativas del libro. Sin embargo, no queremos dejar de destacar otras dos características sobresalientes. En primer lugar, la compilación muestra que las prácticas “científicas” que marcaron la génesis de los estudios históricos sobre las culturas antiguas del Próximo Oriente no pueden separarse de la situación geopolítica, los intereses económicos y los imaginarios culturales en un mundo integrado (y fragmentado) por el mercado capitalista y la expansión imperialista, en el cual diferentes agentes, motivaciones e intereses recuperan un lugar que la historiografía nacida en el mismo del siglo XIX invisibilizó con las biografías de los grandes precursores y la épica del progreso de la ciencia. Y en segundo lugar, se trata de una obra intrépida, en tanto deja al desnudo que mientras las sociedades antiguas del Cercano Oriente fueron “redescubiertas” y retratadas, desde un tamiz ontológico eurocéntrico, colonialista y racista impuesto por la dominación imperialista, como parte de un pasado exótico, maravilloso y monumental, a los pueblos que habitaban dichas regiones se les reservó el indulgente lugar de la degradación o inexistencia contemporánea.

En efecto, en una época en que las teorías racistas estaban al orden del día, los exploradores y colonizadores europeos no reconocieron a los diversos grupos étnicos con los que entraron en contacto como herederos de las prósperas civilizaciones de Oriente, considerando que se trataba de poblaciones “salvajes” y “bárbaras” sin historia, ajenas a dichas tradiciones culturales, incapaces de imitar en inteligencia y refinamiento a los creadores de antaño y, por tanto, de reconocer la riqueza de los grandes descubrimientos arqueológicos. Ello nos recuerda un dato bastante infeliz: que no sólo infinidad de objetos hicieron un viaje sin retorno a Europa a partir de la idea de que Occidente tenía la misión insoslayable de salvar esos tesoros de la supuesta ignorancia y vandalismo de los beduinos, sino que además esta misión de rescate pasó a justificar las innumerables usurpaciones, saqueos y robos cometidos, el despojo de tierras de los grupos locales, su sumisión, explotación y, en casos extremos, pero demasiado frecuentes, su exterminio; todos actos cometidos en nombre de la conservación de un patrimonio del cual las sociedades occidentales se sentían únicas y legítimas herederas. Se trata de un aspecto que, como latinoamericanos, haríamos mal en subestimar, pues ese mismo tipo de representación específica del pasado –de carácter más mítico y preconcebido antes que histórico y documentado–, que provee los parámetros ontológicos y epistemológicos para la comprensión del mundo desde una matriz occidentocéntrica, es la misma forma de percepción de la cultura histórica que, desde fines del siglo XIX, incidió precisamente en la invención de nuestras tradiciones historiográficas nacionales. Y, en tal dirección, la compilación se presenta como una necesaria y saludable invitación para que, desde nuestras periferias científicas, reflexionemos sobre los agentes, paradigmas y contextos locales que animaron el surgimiento y expansión de los equipos y/o centros de investigación dedicados al estudio de las culturas preclásicas del Cercano Oriente en Brasil, Argentina y otros países de América Latina.

Horacio Miguel Hernán Zapata – Docente-Investigador. Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAus)/Universidad Nacional del Nordeste (UNNE)/Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales (ICSOH)-Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Salta (CIUNSa), Argentina. Correo electrónico: [email protected].

DA RIVA, Rocío y VIDAL, Jordi (Eds.). Descubriendo el Antiguo Oriente. Pioneros y arqueólogos de Mesopotamia y Egipto a finales del S. XIX y principios del S. XX. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2015. 318 p. Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Egregios, práticas “científicas” y cultura material en la institucionalización de los estúdios de Antiguo Oriente a fines del siglo XIX y princípios del XX. Revista Ágora. Vitória, n.28, p.260-266, 2018. Acessar publicação original [IF].

Pierre Clastres y las sociedades antiguas | Marcelo Campagno

Es poco sabido en el ámbito de la Historia que el antropólogo francés Pierre Clastres (1934-1977) personificó a uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, dejando un importante legado literario y científico. Tanto por la belleza de la escritura como por la fuerza de las ideas antropológicas, su singular obra –compuesta principalmente por sus etnografías de las sociedades del ámbito amazónico y por las teorías que desarrolló acerca de los pueblos “salvajes” fuera y en contra de los Estados– ha marcado decisivamente buena parte de la producción antropológica de las últimas décadas. En efecto, a pesar de que su temprana muerte a los 43 años significó irremediablemente el fin de una de esas grandilocuentes mentes de la que sin duda habrían emergido otros aportes de gran valor para la teoría social en Sudamérica, resulta igualmente innegable que las diversas interpretaciones antropológicas producidas por Clastres hasta el año 1977 pueden ser, además, empleadas como herramientas conceptuales válidas por otros cientistas sociales para el estudio de los múltiples modos de vida que forjan las sociedades y sus culturas. Y si resulta factible que, durante algún tiempo, su valiosa producción intelectual no haya recibido la atención que merecía, tal vez por efecto de la oposición de Clastres a las posturas hegemónicas dentro del establishment académico de su época, un hecho irrebatible en la actualidad es el significativo vuelco hacia los planteos de este renombrado antropólogo francés que han sabido practicar los más diversos campos de análisis, desde diversas corrientes filosóficas y el pensamiento anarquista, pasando por las investigaciones arqueológicas y etnohistóricas, los estudios de la sociología, la teoría política y el psicoanálisis, hasta el análisis de situaciones sociales y políticas contemporáneas. Leia Mais

Los pueblos amerindios más allá del Estado | Federico Navarrete e Berenice Alcántara

En las últimas décadas ha comenzado a aflorar de la mano de antropólogos, historiadores y arqueólogos, una imagen distinta de las sociedades no estatales americanas que reconoce la variedad de sus formas de organización social, ubicando su protagonismo en la historia junto al de las sociedades estatales con las que han coexistido durante milenios y buscando comprender las interacciones entre ellas. Y lo cierto es que una de las contribuciones más recientes en esta reorientación historiográfica y antropológica de los estudios americanistas ha sido el libro Los pueblos amerindios más allá del Estado, coordinado por Berenice Alcántara Rojas y Federico Navarrete Linares. Se trata de una compilación que se sumerge de lleno en la problemática de la existencia de incontables pueblos indígenas que se sustrajeron con éxito al dominio de los Estados precolombinos, coloniales y republicanos, ese capítulo de la historia del continente americano que ha sido tradicionalmente ignorado tanto por la historiografía como por la antropología. En líneas generales, el libro surge como corolario de un proyecto grupal de investigación coordinado por los editores de esta obra colectiva, pero más específicamente emerge como concreción editorial de las discusiones del coloquio internacional organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México llevado a cabo en la ciudad de México D. F. a comienzos de noviembre de 2008, en el que debatieron especialistas de México, Brasil y Estados Unidos. De esta manera, los siete trabajos compilados en este volumen hacen alusión a regiones muy diversas de América e inclusive van más allá, ofreciendo una perspectiva comparativa sin precedentes de los ambientes ecológicos y las prácticas socioculturales que posibilitaron a ciertas sociedades amazónicas, andinas, mesoamericanas, aridamericanas y melanesias escapar de la dominación estatal. Combinan las herramientas disciplinarias de la historia, la arqueología y la antropología para procurar identificar las complejas dinámicas de estas sociedades y sus contradictorias relaciones con los Estados que han intentado sujetarlos a lo largo de los siglos. En conjunto, presentan una perspectiva novedosa que amplifica la visión de las sorprendentes historias y las interesantes culturas de aquellos pueblos que tradicionalmente han sido considerados primitivos o “sin historia”. Leia Mais

El Cercano Oriente Antiguo: nuevas miradas sobre viejos problemas / Cristina de Bernardi e Jorge S. Castillo

Lejos del estereotipo que los asocia a un saber inmóvil, los estudios históricos sobre las sociedades del Cercano Oriente antiguo constituyen un ámbito que asiste a una permanente renovación, tanto desde el punto de vista de las temáticas como de las fuentes y los principios teórico-metodológicos puestos en juego para una comprensión más profunda de la historia y la cultura de aquellas sociedades. El libro El Cercano Oriente Antiguo: nuevas miradas sobre viejos problemas, una compilación organizada por Cristina De Bernardi y Jorge Silva Castillo –dos distinguidos historiadores de la antigüedad oriental de Argentina y México respectivamente–, constituye un fiel retrato de esta renovación de los intereses de los historiadores dedicados a esta subdisciplina, preocupados por desligarse del paradigma marcadamente eurocéntrico, colonialista y racista que animó el surgimiento de la disciplina y sigue aún vigente a pesar de haber sido fuertemente discutido en el contexto de las ciencias sociales, así como también por aportar nuevos planteos sobre aspectos territoriales, sociales económicos, culturales y simbólicos y dar cuenta de manera global y holística quiénes eran y cómo vivieron los antiguos habitantes de esas regiones. Se trata de una obra destinada a reunir las ponencias discutidas en una mesa dedicada a la historia antigua del Próximo Oriente en el marco del XI Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África (ALADAA), llevado a cabo en la Universidad Nacional Autónoma de México a finales del año 2003, así como sumar los aportes de otros investigadores iberoamericanos también especializados en la temática que, a pesar de su activa trayectoria de participación en los distintos encuentros internacionales organizados por la Asociación, no pudieron presentar sus avances en aquel congreso por diversos motivos coyunturales. Como resultado final de la convocatoria, disponemos de una nueva compilación de trabajos que cubren una variedad de problemáticas acerca de las características y modos de funcionamiento de las diversas sociedades del Cercano Oriente antiguo, resultado a su vez de un conjunto muy heterogéneo de proyectos de investigación. Por tanto, el futuro lector no deberá esperar hallar en esta novedosa propuesta editorial un libro en el que las contribuciones de los autores respondan a una sola pregunta de investigación, ni mucho menos que cubran el mismo horizonte temático, espacial, temporal y cultural.

Sin embargo, una rápida mirada de conjunto obliga a plantear que los diversos trabajos que aquí se publican comparten dos características que, desde nuestra perspectiva, otorgan consistencia interna –si no homogeneidad– a la presente compilación. Por un lado, la presencia de modos historiográficos de aproximación al pasado que, además de obedecer a enfoques y metodologías particulares, cargan con el “sesgo local de los problemas epistemológicos”1, en la medida que las condiciones locales de producción y transmisión de las investigaciones sobre el antiguo Cercano Oriente dentro del ámbito latinoamericano no sólo influyen decisivamente en las posibilidades y límites para abordar ciertos problemas de la trayectoria histórica de esos antiguos pueblos, sino también en la mirada que indefectiblemente se imprime sobre tales empresas del conocimiento histórico. En efecto, cada uno de los artículos comprueba el camino de investigadores que, armados con todo el protocolo del rigor científico del campo, pero trascendiendo el peso arrogante de las tradiciones académicas centrales, han insistido en la necesidad epistemológica de construir progresivamente una labor investigativa autónoma, reflexiva y crítica desde los márgenes, capaz de sustanciarse en estudios tanto empíricos como teóricos, rebosantes de aportes y conclusiones claramente señeras y en dialogo con la producción académica internacional. En esa dirección, la obra refleja el estado en que se encuentran las diversas líneas de estudio e investigación sobre las sociedades antiguas del Próximo Oriente que existen en España y América Latina, pero particularmente en Argentina, país del cual proceden la mayoría de los autores que escriben aquí y que –huelga decirlo– son dignos representantes de un grupo de académicos universitarios bien afianzado en el ámbito argentino y con amplio reconocimiento y proyección en varios centros de investigación de prestigio mundial.

Y por otro lado, una insatisfacción respecto de las posiciones predominantes dentro de la historiografía antiguo-oriental sobre ciertos temas ya clásicos, como el surgimiento de centros urbanos y estatales, los vínculos entre Estados y comunidades aldeanas y grupos nómadas, los fenómenos de expansión territorial y contacto intercultural, las experiencias religiosas y modos de representación del mundo, el funcionamiento de los primeros mecanismos de control social, etc. Esos viejos problemas necesitan replantearse, por cuanto urge apartarse del pesado legado historiográfico que, al traducir esas realidades pretéritas en un pasado exótico, glorioso y monumental, reproduce el estereotipo de que tal área de investigación conforma una “historia de anticuarios”, sin conexiones con el presente o las realidades locales. De esa forma, los trabajos exploran viejos terrenos de debate y polémica –relacionados con las instituciones políticas y jurídicas, las economía políticas y campesinas, las relaciones interculturales, las formas de dominación y control social, las creencias religiosas y las representaciones simbólicas– desde enfoques novedosos –asociados con la historia social y política, los estudios étnicos, la antropología política y económica, los estudios subalternos, la perspectiva de género, la arqueología histórica y las investigaciones sobre la memoria social–, proveyendo resultados y sugerencias importantes para poner en jaque muchos de los supuestos en que se basaba la caracterización socio-antropológica e histórica de los modos de vida y pensamiento existentes en las sociedades del Cercano Oriente antiguo.

Conforme a estos ejes y criterios, un primer núcleo de trabajos se centra, indudablemente, en los diversos procesos sociohistóricos de cambio que condujeron al urbanismo y a la concomitantemente aparición y afianzamiento del Estado en las sociedades del Próximo Oriente Antiguo, aportando elementos significativos –tanto a nivel empírico como conceptual– para discutir el modo con que tradicionalmente han sido retratados tales fenómenos y ofrecer una reconstrucción alternativa. En su artículo, el historiador Marcelo Campagno (UBA-CONICET, Argentina) plantea que lejos de lo que propone la imagen tradicional acerca de la instauración de dinámicas estatales en el antiguo Egipto, ésta experiencia parece haber sido menos monolítica y menos distante del patrón policéntrico y fragmentario que caracterizó la formación estatal en la Baja Mesopotamia. Amparándose en los recientes avances arqueológicos y discutiendo críticamente la categoría proto-Estado, esa suerte de “significante vacío” por su indefinición teórica y paradójica referencia histórica dentro de la egiptología, el autor demuestra la existencia de tres entidades sociopolíticas en el valle del Nilo del último tercio del IV milenio a. C. y repropone el lugar que les cupo en la formación de un único centro de poder en el Alto Egipto que, en su progresiva consolidación y expansión, terminaría definiendo el Estado faraónico. En una línea compatible con el capítulo anterior, la contribución de la arqueóloga Walburga Ma. Wiesheu (ENAH, México) busca desconstruir la vieja y arraigada tesis en las investigaciones sobre el contexto urbano de la Mesopotamia del Dinástico Temprano que indican la presencia de Estados teocráticos altamente centralizados, cuyas instituciones más representativas –el palacio y el templo- no sólo controlaban virtualmente cada una de las dimensiones de la vida de las ciudades-Estados, sino que además tenían una amplia capacidad y fuerza para concentrar prácticamente todos los recursos económicos de las comunidades locales para luego, idealmente, redistribuirlos. A partir de una relectura del material arqueológico y epigráfico disponible y confrontación de distintas posiciones historiográficas, la autora restituye un retrato histórico de la Mesopotamia protodinástica con un paisaje social sumamente heterogéneo y complejo, en el que además de comprobar la supervivencia de varios e importantes grupos de parentesco en las zonas urbanas y rurales, emergen indicios de la estructuración de intrincadas redes de dependencia que, a partir del afianzamiento del dispositivo estatal, incidieron negativamente en la trama de solidaridades de los grupos familiares locales y provocaron su lastimoso desmembramiento, lo que a su vez se tradujo en la configuración de nuevos vínculos de patronazgo en torno a aquellas instituciones urbanas que caracterizaron a las diversas sociedades mesopotámicas del Dinástico Temprano.

Un segundo núcleo de trabajos se ocupa del análisis de las diferentes modalidades que adquirieron las relaciones entre las sociedades del Cercano Oriente antiguo, tanto en sus dimensiones sociales como simbólicas. En esta senda, Cristina De Bernardi (UNR, Argentina) y Jorge Silva Castillo (El Colegio de México, México) contribuyen con un artículo cuyo objetivo principal es recuperar la indagación de las relaciones interétnicas entre sumerios, acadios y amorreos en la Mesopotamia del III milenio a. C., problemática que había permanecido largamente desatendida en la agenda investigativa de los estudios antiguo- orientales, al punto de que numerosos abordajes tradicionales sobre estas antiguas poblaciones o bien reproducían los estereotipos culturales acuñados por los propios actores, o bien los presentaban como mundos sociales totalmente al margen unos de otros, sin intercomunicación y en permanente conflicto. Los autores matizan las perspectivas vigentes y revelan la existencia de múltiples dinámicas de contacto e interrelación entre grupos con identidades étnicas distintas, pero siempre conviviendo en el marco de centros urbanos multiculturales y pluriétnicos desde el protodinástico al período neosumerio, puntualizando que las fricciones interétnicas habrían sido inducidas por los fenómenos de centralización del poder estatal que significaron la preeminencia sociopolítica de una etnia por sobre las demás, los consecuentes procesos de victimización y la profundización de las tensiones intersocietales. En su sucinto capítulo, el arqueólogo Ianir Milevski (Israel Antiquities Authority, Israel) se ocupa de los vínculos sociopolíticos que se configuraron en el Levante durante el Bronce Medio desde un registro de análisis centrado en la iconografía. Partiendo de la tesis de que en general la glíptica expresa los discursos de las clases dominantes a partir de una serie de artefactos ideológico-manipulativos elaborados por especialistas, este autor presenta un detallado análisis, descripción y comparación de las evidencias que proporciona un grupo de cilindros sello palestinenses, apuntando que a diferencia de los escarabajos que indican una expresión política influenciada por Egipto, aquellos parecen más bien reflejar una iconografía de autoridades locales de no tal alto rango en la constelación de gobernantes cananeos que no sólo dejarían impresos ciertos rasgos de su particular identidad étnica sino también, en una probable actitud de rebeldía, su decisión de identificarse o permanecer bajo influencia de los grandes centros del norte mesopotámico.

El estudio de las ideologías religiosas, las prácticas rituales y su articulación con distintas expresiones políticas constituye otro núcleo seleccionado por los trabajos del volumen. El aporte de Ana Fund Patrón de Smith (UBA, Argentina), entraña la intención de exponer que las narrativas bíblicas fueron construidas de forma tal que, operación política mediante, la historia se adaptara al mito. Sin desechar las tesis que han comprobado la presencia de varios tropos vinculados a las tradiciones y mitologías mesopotámicas dentro del discurso bíblico, esta historiadora –verdadera pionera en las investigaciones antiguo-orientales de Argentina– argumenta que también es posible identificar algunas referencias de la cosmología egipcia que evocan y resinifican los compositores de los primeros textos del Antiguo Testamento. Asimismo, Fund Patrón apela a las variables de “legitimación” y “descalificación” para demostrar que los escribas, en su doble pertenencia e identificación – hacia las elites que los empleaban y hacia el conjunto social al cual pertenecían–, enfatizaron la autoctonía, pureza y singularidad tanto de pueblo como de un linaje con rasgos étnicos difícilmente distintivos y específicos en una región geográfica e históricamente multiétnica, como la de Cannán, para de este modo justificar posiciones políticas de aquel entonces, las cuales –recuerda la autora– continúan siendo evocadas en el presente para sustentar ciertas políticas y violencias contemporáneas. También en la línea de las pesquisas sobre las tradiciones histórico-míticas conservadas en el relato testamentario, el historiador Bernardo Gandulla (UBA/UNLu, Argentina) nos provee un importante análisis filológico y material de las peculiares figulinas denominadas terafim y sus diversos usos en diferentes acontecimientos narrados a lo largo del Génesis. Este autor pone de manifiesto que tales artefactos no pueden ser asociados en todos los casos a pequeños objetos de culto familiar a los antepasados, ya que su repetida mención en contextos diferentes no autorizan a plantear la unicidad del significado, y que en aquellos casos en que la presencia de los mismos ocurre en el trasfondo de disputas legales, es posible detectar semejanzas y paralelismos con prácticas jurídicas extrabíblicas procedentes de Emar y Nuzi. Con ello, Gandulla no sólo postula la existencia de un fondo cultural común hurro-amorreo sino también sugiere la posible estrategia político-ideológica empleada por los redactores tardíos del Antiguo Testamento de emplear tales costumbres para hacer inteligibles acontecimientos remotos transmitidos por la memoria colectiva. De la pluma de Susana B. Murphy (UBA/UNLu, Argentina) contamos con un trabajo sobre la ideología del poder real en Asiria y las diferentes prácticas y representaciones que rodeaban la figura del monarca. Recurriendo al concepto “tradición” provenientes la sociología weberiana y a la noción de “costumbre” del historiador inglés E. P. Thompson, devela que los gobernantes del imperio neoasirio supieron elaborar un complejo sistema simbólico en el que retomaron buena parte de los fundamentos introducidos por los gobernantes amorreos de la Mesopotamia del II milenio a. C., transformando a las genealogías, la evocación de la memoria de los ancestros y los rituales en los principales mecanismos a través de los cuales la autoridad suprema seguía en manos del dinasta reinante y garantizar la fidelidad de las distintas facciones que existían dentro del ámbito palatino.

Cierra la compilación un artículo del historiador José Carlos Castañeda Reyes (UAM, México), en el cual indaga el papel que jugaron las mujeres a lo largo de la historia social del Egipto antiguo desde una posición teórico-metodológica que parte de la influencia de la escuela historiográfica francesa contemporánea de los Annales, centrándose particularmente en los momentos que no han sido ampliamente estudiados en el campo de la egiptología, como los episodios de tensión, crisis y rebelión. Sin embargo, de todos los trabajos que integran el volumen, éste en especial se involucra en un problemática que, consideramos, el autor no logra resolver satisfactoriamente. Si bien este investigador plantea su oposición a las visiones estereotipadas y superficiales sobre la experiencia de las mujeres en la sociedad egipcia mediante un recorrido con cierto detenimiento por sus diferentes espacios de actuación, arriba a una conclusión tan o más controversial que la sostenida por las aproximaciones tradicionales, ya que señala de una manera poco convincente que las mujeres egipcias –a pesar de los numerosos condicionantes y limitaciones– se destacaron por una posición de mayor participación y trascendencia comparada con otros casos históricos de la antigüedad.

Después del recorrido de lectura que propusimos de esta compilación, queda en claro que se trata de una obra que congrega trabajos animados por opciones temáticas y teórico- metodológicas diferentes, pero que comparten los objetivos de identificar los límites de las concepciones vigentes en la historiografía del Cercano Oriente antiguo, desarmarlas a la luz de los nuevos planteos y poner al alcance del lector perspectivas actualizadas y rigurosas. Lejos de agotar los interrogantes sobre esa amplia diversidad de procesos históricos y formaciones sociales y culturales, los trabajos que se incluyen en esta colección deben considerarse como intentos que apuntan a una serie de objetos de análisis y enfoques que sería necesario continuar y profundizar. Importantes preguntas han sido respondidas, pero otras cuestiones seguramente permanecen sin resolver, ya que se trata de las experiencias históricas de múltiples sociedades que, desde el temprano poblamiento del espacio, enfrentaron los desafíos de un entorno a veces hostil, elaboraron respuestas originales, diversificaron sus modos de vida, reorganizaron muchas veces sus organizaciones políticas y económicas y produjeron complejos sistemas simbólicos. Menos explícito, pero no menos firme, es el otro objetivo que persiguen este libro y sus compiladores: despertar la curiosidad, interés y esfuerzo intelectual de otros investigadores latinoamericanos preocupados por generar nuevos debates, aportar sus propias perspectivas y alcanzar una mejor comprensión de esas antiguas sociedades, sus historias y sus culturas desde estas latitudes académicas.

Horacio Miguel Hernán Zapata – Docente-Investigador. Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) / Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAus) / Instituto de Formación Docente “Profesor Agustín Gómez” (IFDPAG), Argentina. E-mail: [email protected].


DE BERNARDI, Cristina; SILVA CASTILLO, Jorge (Comp.) El Cercano Oriente Antiguo: nuevas miradas sobre viejos problemas. Rosario: Facultad de Humanidades y Artes – Universidad Nacional de Rosario / Centro de EStudios de Asia y África – El Colegio de México, 2005. 152p. Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Viejos problemas, nuevas miradas. Los estúdios sobre las sociedades del Cercano Oriente Antiguo desde una perspectiva historiográfica latino-americana. Em Tempo de Histórias, n.28, p.187-193, jan./jul, 2016.Brasília, Acessar publicação original. [IF].

 

Política y religión en el Mediterráneo antiguo. Egipto, Grecia, Roma | Marcelo Campagno, Julián Gallego, Carlos G. GArcía Mac Gaw

Sería lógico pensar que los campos que actualmente identificamos con el nombre de “religión” y “política” en nuestro universo simbólico son esferas diametralmente opuestas, dado que el imaginario colectivo contemporáneo asume que la dimensión que abarcan una y otra son asuntos totalmente distintos, en tanto a la primera le conciernen cuestiones vinculadas con el mundo de “lo sagrado”, “lo trascendente” y la espiritualidad del ser humano, mientras que la segunda se inclina a asuntos netamente terrenales conectados grosso modo con las acciones que tienen lugar en la esfera pública y afectan por tanto la vida de una determinada sociedad. Sin embargo, la experiencia histórica demuestra que la política y la religión han coincidido en varios aspectos, así como también tejido numerosos vínculos y construido escenarios comunes, al punto de confundirse y llegar a semejar un único plano de la realidad, desdibujándose de este modo la línea entre lo espiritual y lo terrenal. En efecto, las relaciones entre lo religioso y lo político han marcado de manera diversa, abigarrada y compleja la trayectoria de las más variopintas culturas a lo largo de la historia. Para bien o para mal, las prácticas y representaciones de la religión interactuaron con las prácticas y representaciones de la política a lo largo de diversos contextos espacio-temporales, dando por resultado una suerte de trasvase de actitudes, comportamientos, sentimientos, aspiraciones, ideas, referencias, imágenes, significaciones y concreciones. Indudablemente, este tipo de argumentaciones puede aplicarse al mundo antiguo, una de cuyas principales características radica en el hecho de que el conjunto de sus formas de ejercicio del poder, instituciones, prácticas económicas, modos de sociabilidad, costumbres rituales y percepciones se ve afectadas – de un modo directo y profundo – tanto por las dinámicas producto de la religiosidad como por aquellas que se originan en el ámbito político, aunque sus respectivos alcances no siempre son fácilmente discernibles, ya que ambas esferas definían una realidad inextricablemente unida y no una simple interconexión o superposición de capas, como parecen demostrar la articulación entre las costumbres rituales y las prácticas institucionales, el rol del templo y la religión en el ejercicio del poder, o la amalgama entre el universo simbólico y las dinámicas políticas. En consecuencia, la escisión entre ambos aspectos es acertada sólo en términos analíticos cuando el objetivo pase por comprender cómo operaban la política y la religión en la estructuración y funcionamiento de las sociedades antiguas. Leia Mais

América aborigen: de los primeros pobladores a la invasión europea – MANDRINI (S-RH)

MANDRINI, Raúl. América aborigen: de los primeros pobladores a la invasión europea. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2013. 289 p.  Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Um recorrido por la Historia de la América Precolombiana: uma reseña de homenaje y despedida. SÆCULUM Revista de História, João Pessoa, [34] jan./jun. 2016.

Reseñar un libro nunca es una tarea sencilla, pero siempre resulta apasionante, puesto que uno siente que realizar una lectura atenta, detenida y profunda de la obra con el fin de darla a conocer constituye, pues, un indudable privilegio que sólo puede presentarse en contadas ocasiones. Sí, escribir la reseña de un libro no es una tarea simple. Y en el caso del libro América aborigen. De los primeros pobladores a la invasión europea, resulta ser una tarea aún más difícil y compleja, puesto que nos enfrenta a una obra que fue escrita por un historiador de talla como Raúl Mandrini, uno de los investigadores más conocidos en el medio académico argentino y con una amplia proyección en el mundo latinoamericano y europeo. Habiendo atesorado una prolífica carrera académica docente e investigativa con el correr de los años2, Raúl Mandrini contribuyó – desde el regreso de la democracia en Argentina (1983) – a un giro fundamental en la historiografía de los pueblos indígenas, presentando una visión original y renovada de esos temas y dejando una fuerte impronta en los estudios históricos sobre las poblaciones indígenas y los múltiples contactos que existieron entre el mundo de los nativos y el de los “blancos” o criollos, con claras proyecciones en las producciones posteriores. Son numerosos los investigadores que completaron su formación y dieron los primeros pasos de una carrera de destacada producción académica gracias a su visión y generosa capacidad de reconocer talentos.  Y qué decir de los retos intelectuales frente al producto de uno de esos autores que, debemos confesarlo, concitó nuestra atención y entusiasmo desde temprano, al punto de que somos conscientes de que ha marcado – y sigue haciéndolo – nuestra propia y actual carrera como docente e investigador universitario. Para quienes tuvimos la posibilidad de conocer y conversar con Raúl Mandrini, nos encontramos con uno de esos grandes eruditos en un mundo de sabios del fragmento, sin por ello dejar de ser un especialista de la primera hora, muy riguroso y crítico; pero sobre todo, una excelente persona a nivel humano, un hombre amable, honesto, sensible, abierto y comprometido con una sociedad más democrática y plural. Más aún, cómo confeccionar una reseña cuando la triste noticia de que Raúl Mandrini ha fallecido recientemente – 23-XI-2015 – pareciera dejar sin sentido tal empresa, sugiriendo que la redacción de esas habituales “palabras de despedida” sería, en todo caso, la tarea más correcta y apropiada en este momento.  Frente a esta serie de condicionantes, nos preguntamos ¿cómo no caer en el terreno de un halago meramente formal que nos impidiera expresar nuestras propias opiniones en relación a los aportes del libro y, además, evitar el exceso descriptivo sin dejar de destacar la importancia que el contenido de la obra en cuestión puede ofrecer al lector? Por otro lado, ¿cómo soslayar el enfocarse en aquellos temas que resultan más afines a nuestro interés en desmedro de otros que no son tan atractivos para nosotros? Finalmente, ¿cómo evitar ser aburrido o reiterativo, sobre todo suponiendo que el que tiene el libro entre sus manos – o la posibilidad de acceder a él – lo leerá completamente? En definitiva, ¿de qué modo es posible congeniar la revisión crítica y la enorme responsabilidad del merecido homenaje a una persona cuya impronta se ha transformado en legado? Son estos interrogantes las razones que hacen que escribir una reseña del último libro del profesor, del historiador, de Raúl – como me dijo “tutéame sin problemas” – sea un gesto que (nos) cuesta mucho.   Sin embargo, decidimos construir esta recensión a partir del modo que, quizás, nos hubiera aconsejado seguir, procurando dar cuenta de la cantidad y densidad de los problemas abordados en las casi trescientas páginas que abarca el volumen de América aborigen. De los primeros pobladores a la invasión europea, una obra que ya constituye un referente obligado del mundo académico latinoamericano sin lugar a dudas. A riesgo de que esta última afirmación pueda resultar una fórmula muchas veces repetida, no queremos dejar de usarla por varios motivos. En primer y contenido en el título, puesto que justamente se aboca a recuperar la historia – mal conocida, cuando no expresamente borrada de la memoria histórica – de la vida y la cultura de los diferentes pueblos que ya llevaban habitando varios milenios el continente en los momentos iniciales de la conquista.  Este libro, enmarcado en el emprendimiento más amplio de la colección Biblioteca Básica de Historia del sello editorial Siglo XXI, es un producto de una historia social, esto es, una reconstrucción del pasado prehispánico diferente de aquellos análisis que pueden ofrecer los arqueólogos y antropólogos sociales, quienes por muchos años fueron los que indagaron acerca de estas sociedades dadas las tradiciones disciplinares forjadas al calor de las ideologías decimonónicas. Pero a la vez un tratamiento específico, que procura dejar en claro que la historia no es una verdad fijada de una vez y para siempre, sino que se trata de una construcción intelectual que forjamos desde el presente, producto de los trabajos sucesivos que en conjunto van modificando la comprensión del pasado prehispánico. De esa manera, el autor parte de una noción de que no sólo el futuro es impredecible – por el hecho de que está siendo construido – sino que incluso el ayer nunca es cerrado y definitivo. En concordancia con estas premisas, Raúl Mandrini cuestiona los parámetros sobre los cuales se asentó la historiografía americanista del siglo XIX y gran parte del XX, que mostró a estos colectivos sociales como “pueblos sin historia” o – en algunos casos – de poca antigüedad, homogéneos en términos culturales y raciales, primitivos y estáticos. Amparado en una concepción específica de la historia social, su propuesta contribuye a confirmar la antigüedad de la presencia de estas comunidades, su gran diversidad y heterogeneidad, la complejidad de sus formas de organización económica, social y cultural, sus elaboradas expresiones artísticas y estéticas, sus destrezas y habilidades para adaptarse a un medio a veces hostil, las profundas transformaciones que experimentaron y, en definitiva, el dinamismo de su vida histórica.  En segundo lugar, es una obra de síntesis que trata de delinear una perspectiva general, sistemática y organizada del pasado (o los pasados) de esas poblaciones originarias a partir de una narración atrapante donde su objeto nunca se desdibuja, por lo que su redacción no puede más que concebirse como un esfuerzo por compaginar el ingente volumen de información – producto de los impresionantes avances de la investigación arqueológica y la disponibilidad de un mayor número de testimonios – que conforma el estado actual de nuestro conocimiento sobre los entornos ecológicos y las prácticas socioculturales de aquellas sociedades. Por tanto, su composición deja entrever las virtudes de quien, como Mandrini, domina de modo magistral tanto la profesión docente como el oficio de historiador, permitiéndole ofrecer un texto de lectura sencilla, elocuente y accesible, sin que su apego a la rigurosidad del conocimiento científico signifique sobrecargar la obra con los tecnicismos de la jerga académica, las complejidades del lenguaje científico y el abuso de la cita erudita. Esto no ha impedido que el autor dote varias de sus afirmaciones con cierto tono hipotético o que no refleje las polémicas vigentes y si no las soluciones para las mismas, al menos algunas de las distintas interpretaciones que al día de hoy coexisten y compiten sobre una misma problemática. Y ello no sólo hace más interesante al libro, sino que además lo convierte en el reflejo de um mundo académico en perpetuo debate y construcción.  A lo largo del volumen se traza un cuadro de una historia cercana a veinte milenios, marcada por profundas y complejas dinámicas sociohistóricas, desde los primeros pobladores hasta el surgimiento de las formas económicas y sociopolíticas más complejas, expresadas en las dos grandes construcciones estatales encontradas por los españoles, los imperios azteca e inca. La obra concluye en torno al año siglo XV, momento en que la presencia de los europeos, a través de sus instituciones y prácticas políticas, económicas, sociales y culturales, trastocó definitivamente el mundo social y espiritual aborigen. En lo que atañe al marco espacial es necesario remarcar la flexibilidad y pertinencia de su dilucidación, en la medida en que Mandrini sortea los escollos de las historiografías latinoamericanas nacionalistas que proyectaron los límites geopolíticos y las jurisdicciones contemporáneas – nacionales o provinciales – sobre las realidades que se remontan milenios atrás y plantea que es preciso tener en cuenta que la percepción misma de los medios y paisajes, así como la organización del espacio, de las poblaciones indígenas eran distintas de las nuestras. Con destreza analítica el autor explicita que las experiencias vividas a lo largo de la historia de estas sociedades evidencian la ocupación de una gran heterogeneidad ecológica, en la cual se ven implicados una pluralidad de climas, suelos, ambientes y recursos, logrando así sintetizar tanto los cambios como las continuidades y mostrar que las comunidades humanas no eran receptoras pasivas de ellas, sino que actuaban sobre el medio y lo transformaban.  En vinculación con este conjunto de consideraciones, otro aspecto que diferencia este libro de otros volúmenes dedicados a la historia de la América precolombina es la organización de los contenidos y del relato, la cual en este caso se presenta alejada de los marcos historiográficos comúnmente aceptados, así como de las periodizaciones arqueológicas convencionales, al tiempo que enfatiza el análisis de los grandes procesos sociales que vivieron los pueblos indígenas americanos por sobre la descripción de la cultura material y documentos. Tampoco se arroga la ciclópea tarea de ensayar una historia total, sino que por el contrario se centra en las experiencias más significativas que atravesaron aquellas poblaciones originarias en el curso del tiempo y que permiten comprender de manera vívida y sugerente los significados que una comunidad atribuye a los acontecimientos en los que participa. Así, el libro consta de una introducción, diez capítulos, un epílogo y un acápite con bibliografía comentada, en el que el lector puede encontrar textos de referencia susceptibles de ser consultados ante cualquier duda o intento de profundización de una temática particular o un período específico. De igual modo, la presente edición se encuentra por fortuna profusamente acompañada por mapas, imágenes y fuentes, un aspecto que merece subrayarse precisamente porque en tanto recurso bien empleado, contribuye a hacer entender de mejor manera las explicaciones y reforzar el sentido del texto, haciendo más vivida la historia, pero también posibilita concientizar sobre el significado e importancia de ese patrimonio histórico y cultural.  Luego de la introducción, destinada a plantear sintéticamente algunas cuestiones vinculadas a los desafíos que significa construir una historia social del mundo indígena prehispánico, el primer capítulo ofrece un panorama general de las poblaciones del continente en la etapa inicial de las exploraciones españolas, hacia 1500. Además de reseñar lo que serán las “grandes civilizaciones” de Mesoamérica y los Andes, sobre las que profundizará más adelante, ofrece una breve aproximación a las sociedades de las tierras frías y templadas de América del Norte, el área intermedia y las zonas orientales y meridionales de regiones bajas tropicales y subtropicales de América del Sur. La decisión de comenzar el libro con ese momento encuentra su justificación en una doble premisa: en primer lugar, dejar en claro que América no era un continente vacío ni poco poblado, y que los espacios no ocupados eran aquellos donde las condiciones ambientales eran tan extremas que hacían imposible la vida humana; y en segundo lugar, mostrar la multiplicidad de adaptaciones creadas por las comunidades humanas, la variedad de formas económicas, sociales y políticas, y la diversidad y riqueza de sus manifestaciones culturales. Seguidamente a los procesos generales del poblamiento del continente, Mandrini aborda el carácter de los primeros antiguos cazadores-recolectores que pudieron adaptarse a ambientes desiguales y aprender a explotar una variedad de recursos a lo largo de diversas latitudes, entre cuyas transformaciones más fundamentales para hacerlo aparecen el paso al modo de vida sedentario en aldeas y la domesticación de plantas y animales.  En los siguientes acápites, el autor profundiza en las implicancias que tuvieron el avance de la producción de alimentos, el aumento sostenido de la población, el afianzamiento de las aldeas y la incorporación de la alfarería y la metalurgia para las poblaciones de Mesoamérica y los Andes centrales y meridionales, bases para el ulterior proceso de emergencia de desigualdades sociales, formación de grandes áreas de interacción e integración regional y, más tarde, de unidades sociopolíticas de tamaños variables en dichas macro-regiones. Se estudian las diferentes tradiciones político-culturales que resultaron en ambas áreas de la profundización de las diferencias sociales, la consolidación de las sociedades urbanas y la emergencia de los primeros Estados fuertemente regionalizados, fenómenos que a su vez implicaron la expansión de las economías políticas, el incremento del poder de las elites urbanas al vincularlo con el mundo de las divinidades y el surgimiento de estilos artísticos bien definidos. También se ocupa sobre los procesos de crisis y colapso de las unidades políticas, así como también de las nuevas tendencias a la regionalización que estuvieron acompañadas por el incremento de la violencia, la inestabilidad política, el retroceso en las condiciones medioambientales y el desplazamientos de poblaciones.  En último capítulo Mandrini enfoca su atención en la construcción de las formaciones políticas más extensas y complejas del mundo prehispánico con las que se toparon los españoles, los imperios azteca e inca, que dominaron más de la mitad del territorio mesoamericano y los Andes centrales y meridionales respectivamente. Una especial consideración merece en esta sección el profundo razonamiento explicitado por el autor acerca de que más allá de sus diferencias, las políticas imperialistas de estos Estados compartían un punto en común: recogiendo tradiciones y experiencias anteriores, ambos lograron someter a un abigarrado mosaico de poblaciones cultural, política y lingüísticamente diferentes, exigiéndoles tributos y distintas prestaciones o servicios. El libro se cierra con el epílogo donde se vierten algunas líneas acerca del impacto de la presencia europea sobre las sociedades aborígenes.

Sin demérito de las aportaciones mencionadas hasta el momento – ya que todas evidencian ser fruto tanto de una profunda investigación empírica como de una reflexión teórica sensata –, una cuestión que sorprende es la falta de una mayor atención sobre otras poblaciones amerindias, especialmente aquellas que habitaron en las llanuras y planicies del tercio meridional de América del Sur y las zonas interiores de las grandes cuencas fluviales tropicales del Orinoco, el Amazonas y el Plata, más allá de lo expuesto escuetamente en el capítulo segundo. Desde luego, este hecho no es el resultado de una decisión deliberada de excluir a tales sociedades indígenas, sino que puede obedecer a otra serie de razones. En principio, puede decirse a favor de Mandrini que gran parte de esas poblaciones originarias, en particular las comunidades que en el curso del tiempo vivieron en el actual territorio argentino y sus regiones vecinas, fueron objeto de otro de sus libros de divulgación que publicó en la misma colección y sello editorial3, por lo cual volver a trazar esa historia resultaba ser una elección poco inteligente cuando el campo historiográfico ya cuenta con un excelente volumen que pone el foco sobre los grandes procesos sociales atravesados por esas poblaciones. No obstante, no dejan de brillar por su ausencia algunos capítulos que reflejen la vida de las poblaciones originarias de la región amazónica de la América del Sur, sociedades suficientemente investigadas y documentadas en libros y artículos de revistas editados en las últimas décadas. En vistas de esto, hubiera sido deseable que Mandrini ahondara más en la experiencia de tales comunidades humanas, favoreciendo así a un mejor conocimiento – mucho más claro y explícito – de la antigüedad de su presencia en el entorno selvático, sus destrezas para adaptarse a un medio a veces hostil, su gran diversidad sociopolítica y heterogeneidad cultural y la complejidad de su universo simbólico. Esto permitiría entender los mecanismos concretos que les han posibilitado conservar modalidades de organización sociopolíticas laxas y segmentarias pese a estar en contacto con sociedades mucho más centralizadas, cuestiones tan centrales a la problemática que convoca el libro.  Respecto de esta llamativa ausencia temática en un producto de divulgación elaborado por un especialista como Mandrini, podemos enunciar – al menos – dos razones. En primer lugar, la larga vigencia, dentro del mercado editorial de contenido histórico, de una perspectiva historiográfica localizada casi exclusivamente en las denominadas “altas culturas” de Mesoamérica y Andes, fuente inagotable de orgullo nacionalista para ciertos países – como México, Perú y Bolivia – y objeto de numerosos proyectos de investigación, mientras que las sociedades de áreas culturales consideradas “marginales”, aquellas que usualmente habitaron las periferias de las “grandes civilizaciones”, no han recibido la misma atención por parte de los especialistas ni han sido objeto de una revalorización equivalente en las obras sobre historia indígena precolombina. Y en segundo lugar, el escaso diálogo del medio académico argentino con los estudios arqueológicos y etnohistóricos acerca de las poblaciones amazónicas, llevados a cabo principalmente por antropólogos, historiadores y arqueólogos de Brasil y que tanto han hecho para reconocer el lugar de la Amazonía antigua en la historia americana. Esta particular deuda con la historiografía amazónica constituye una situación que merece ser reevaluada en el futuro, procurando acortar la brecha aún existente entre ámbitos y especialidades, buscando ampliar los contactos personales de los estudiosos y potenciar la formación de redes académicas, propiciando tanto la articulación de proyectos individuales en programas más amplios de investigación interdisciplinaria como la organización de reuniones científicas internacionales que sirvan para socializar y discutir los resultados; todo un conjunto de actividades que permitan reconocer la variedad de formaciones sociales nativas que han coexistido e interactuado, contribuyendo a una comprensión más íntegra de un mundo indígena sumamente complejo, heterogéneo, dinámico y contrastante.  Más allá de estas últimas puntualizaciones críticas, es indudable que este último volumen que nos legó Raúl Mandrini constituye un gran aporte a la historiografía y antropología americanas al ofrecer, a través de una perspectiva original, sintética y rigurosa, una recorrido ágil y, sobre todo, una prosa sencilla y directa, una muy buena obra de divulgación para aquel que desee conocer el pasado de estas sociedades. Un libro como éste se convierte rápidamente – como ha ocurrido con otros materiales del mismo autor pensados con el mismo propósito4 – en un insumo básico y obligatorio para estudiantes, docentes e investigadores. Son éstos tipos de producciones sólidas las que motivan la disposición de continuar explorando novedosos medios para investigar y divulgar una amplia, prolífica y compleja realidad sociocultural que todavía ofrece mucha tela para cortar: las diversas historias de las sociedades originarias del continente americano.

Notas

2 Raúl Mandrini se graduó de Profesor de Historia en la Universidad de Buenos Aires. Se desempeñó como docente en las Universidades Nacionales de Buenos Aires (UBA), Lomas de Zamora (UNLZ), Salta (UNSa), del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNCPBA), Rosario (UNR), y Luján (UNLu). Se inició en la UBA como Ayudante de Trabajos Prácticos en 1965, culminando como Profesor titular en las tres últimas. Por razones políticas permaneció alejado de la vida académica entre 1975 y 1983. Entre enero y marzo de 1989 fue profesor invitado en la Universidad Autónoma de Puebla (México). En la UNCPBA, se desempeñó como Profesor Titular con dedicación exclusiva, cargo obtenido por concurso público en 1985, por segunda vez en 1991, renovado por el Consejo Superior en 1996, y renovado nuevamente por Concurso Público en 2004, teniendo a su cargo las cátedras de Historia General II (Antigua) e Historia de América I (Prehispánica). Renunció por jubilación en abril de 2009. Dictó además, como profesor invitado o visitante, seminarios y cursos especiales de grado y postgrado en universidades argentinas y del exterior (México, Uruguay, Chile, España). Inició su trabajo en investigación como Auxiliar de Investigaciones en el Instituto de Historia Antigua Oriental de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA entre 1965 y 1972. Durante 1985 fue becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la República Argentina, y adscripto al Instituto de Ciencias Antropológicas de la UBA. Ingresó por concurso al Sistema de Apoyo para Investigadores Universitarios (SAPIU) de CONICET. Desde su fundación en 1986, y hasta su jubilación en 2009, fue investigador titular del Instituto de Estudios Histórico-Sociales de la UNCPBA, institución de la que fue director entre 1992 y 2000. Fue además investigador visitante en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Centro Nacional Patagónico dependiente del CONICET, la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales y la Universitat de Girona. Desde 2010 y hasta su fallecimiento fue Investigador adscripto, con categoría de Profesor Titular interino (ad-honorem), en el Museo Etnográfico “Juan Bautista Ambrosetti” dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Participó en congresos y jornadas científicas en Argentina y el exterior con presentación de ponencias; dictó seminarios, conferencias y cursillos sobre temas de su especialidad en instituciones públicas y privadas de distintas ciudades de la Argentina (Buenos  Aires, Bahía Blanca, Azul, Tandil, Balcarce, Olavarría, Salta, Jujuy, Río Gallegos, Mar del Plata, Posadas, Trelew, La Plata, Venado Tuerto, Carmen de Patagones, Santa Rosa, Neuquén, Necochea y Puerto Madryn) y del exterior (México, Monterrey, Saltillo, Temuco, Montevideo, Madrid, Barcelona, Gerona, Huelva, Sevilla, Cádiz, Providence, Pittsburgh y Filadelfia).   MANDRINI, Raúl. La Argentina aborigen. De los primeros pobladores a 1910. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2008.

Raúl J. Mandrini publicó Volver al país de los araucanos (en coautoría con Sara Ortelli, Buenos Aires: Sudamericana, 1992), Las fronteras hispanocriollas del mundo indígena latinoamericano en los siglos XVIII y XIX. Un estudio comparativo (compilado junto a Carlos Paz, Tandil: IEHS-UNICEN, 2002), Los indígenas de la Argentina. La visión del “otro” (Buenos Aires: Eudeba, 2004), Vivir entre dos mundos. Las fronteras del sur de la Argentina. Siglos XVIII-XIX (Buenos Aires: Taurus, 2006) y Sociedades en movimiento. Los pueblos indígenas de América Latina en el siglo XIX (compilado junto a Antonio Escobar y Sara Ortelli, Tandil: IEHS-UNICEN, 2007).

Horacio Miguel Hernán Zapata –  Historiador. Doctorando en Humanidades y Artes por la Universidad Nacional de Rosario. Becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas – CONICET, Argentina. E-Mail: <[email protected]>.

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Pensar el Estado en las sociedades precapitalistas. Pertinencia/ límites y condiciones del concepto de Estado | Eleonora Dell’elicine

El estudio del Estado constituye, indudablemente, un campo de investigación sumamente amplio, dinámico, cambiante y polémico. De hecho, las cuestiones relativas al Estado siempre han despertado el interés de los especialistas en ciencias sociales por cuanto refiere a un concepto central del discurso político contemporáneo a la vez que representa a un importante actor político de la vida social. De igual manera, el estudio del Estado ha sido alentado por las polémicas recientes respecto de la crisis actual de soberanía y eficacia de los Estados nacionales en tanto pilares del lazo social y del desarrollo del capitalismo, tal como habían sido concebidos durante el siglo XIX. Sin embargo, no se trata simplemente del agotamiento del objeto Estado: en tanto ya no se trata del dispositivo de articulación simbólica por excelencia, ha dejado de suministrar los supuestos y el fundamento para la subjetividad y para el pensamiento, sin que ello signifique que ha perdido toda forma de legitimidad. Si nos encontramos dentro de un contexto en el cual el Estado ya no es una condición dada, entonces se abre la posibilidad de historizarlo y empezar a pensar los límites de su aplicabilidad conceptual. En consonancia con este escenario, los últimos años han asistido a una multiplicación de trabajos en libros y publicaciones especializadas en torno a la aplicabilidad de tal concepto a las sociedades previas al desarrollo del capitalismo, lo cual a su vez abrió el campo para poner en discusión la especificidad de las configuraciones políticas en aquellas formaciones sociales, en donde ni la ideología, ni la política, ni la economía constituían ámbitos discernibles. Justamente por este aspecto, resulta cada vez más difícil, para una sola persona, abarcar los numerosos escenarios espacio-temporales y el conjunto de disciplinas – filosofía política, sociología, antropología, historia, arqueología, etcétera– susceptibles de ser empleadas para el estudio del Estado. Leia Mais

Historias mestizas en el Tucumán colonial y las pampas (siglos XVII-XIX) | Silvia Ratto e Judith Farberman

Silvia Ratto e Judith Farberman Tucumán colonial
Silvia Ratto e Judith Farberman | Fotos: Canal Cabildo Nacional / Blog Reidreic

Si examinamos la producción etnohistórica de las últimas décadas, constataremos que las historias de indígenas y blancos del continente americano, sin lugar a dudas, ya no pueden ser tomadas como procesos paralelos o aislados. La noción de mestizaje ha cobrado un renovado interés en diversos espacios académicos, con importantes consecuencias para la problematización de las explicaciones sostenidas hasta el momento sobre los procesos de avance colonial y estatal, así como de la asimilación, transformación, desaparición, resistencia o permanencia de las sociedades indígenas en los países latinoamericanos. A pesar de que la problemática ocupa un lugar central en otras historiografías, también es cierto que no había sido hasta ahora el objeto de un tratamiento suficientemente sistemático en Argentina. Es así que la decisión por trabajar y reflexionar sobre esta temática fue encarada por un conjunto de historiadoras y antropólogas interesadas en las diversas aristas y ámbitos históricos en los que es posible analizar los procesos de mestizaje, etnogénesis y conformación de identidades, en el marco de la línea de investigación interdisciplinaria que viene llevándose a cabo en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) desde el año 2004. Leia Mais

Pueblos indígenas. Interculturalidad, colonialidad, política – TAMAGNO (AN)

TAMAGNO, Liliana (Coord.). Pueblos indígenas. Interculturalidad, colonialidad, política. Buenos Aires: Colección Culturalia, Editorial Biblos, 2009, 206p. Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Anos 90, Porto Alegre, v. 18, n. 34, p. 397-402, dez. 2011.

Hace casi diez años, Liliana Tamagno nos proveía de una obra que iba a convertirse en una referencia ineludible para los estudios antropológicos e históricos sobre los pueblos indígenas en contextos urbanos: se trataba de Nam qom hueta’a na doqshi lma’. Los tobas en la casa del hombre blanco (2001). Si aquella obra se centraba específicamente en el caso de los grupos tobas que, provenientes de la provincia del Chaco, se habían asentado en la periferia transicional entre las ciudades de Buenos Aires y La Plata (Argentina), dando por tierra a través de las refl exiones vertidas allí con muchas ideas fuertemente arraigadas en el sentido común sobre la pérdida de identidad étnica, aculturación o exclusión, construidas desde la globalización y la desigualdad en las sociedades modernas, la compilación Pueblos indígenas.

Interculturalidad, colonialidad, política – objeto de nuestra reseña – continúa a la vez que renueva esta senda investigativa. La continúa en tanto se ocupa de algunas de las más relevantes problemáticas del campo antropológico de las últimas décadas, como la migración de las minorías a las grandes ciudades, sus formas de inserción en el espacio y la vida urbana multicultural, la reproducción de procesos de identificación étnica en espacios lejanos y culturalmente no afines con el de los migrantes. Y también la renueva en tanto compila en un volumen los avances de proyectos que han conformado y conforman la línea de investigación Identidad, etnicidad, interculturalidad, desarrollada en el Laboratorio de Investigaciones en Antropología Social (LIAS), perteneciente a la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

En este sentido, el libro reúne diversas investigaciones: algunas desarrolladas por Liliana Tamagno en los últimos años; otras, expresan las preocupaciones, de larga data, de académicos de reconocida trayectoria en el medio argentino, como Alejandro Balazote y Juan Carlos Radovich, o las recientes producciones de jóvenes becarios y doctorandos. Los proyectos han tenido y tienen como objetivo analizar la diversidad y el pluralismo en contextos nacionales, incluyendo la refl exión acerca de los modos en que la estructura de clase se articula con las relaciones interétnicas e interpretando las presencias actuales de los pueblos indígenas, en contextos neocoloniales, como el resultado de complejos y polifacéticos procesos de aceptación/ rechazo de los modelos impuestos o que se pretenden imponer desde lo hegemónico; sintetizan además el resultado de la relación con distintos referentes empíricos y en diferentes momentos de trabajo etnográfico, privilegiando la observación de las dinámicas en lo que tienen de creativo, de insospechado e incluso de asombroso.

Igualmente, los artículos que conforman este volumen se fundan en analizar situaciones particulares, referidas tanto al pueblo toba, como al mapuche, al huarpe y al mbya guaraní, en las que se ponen en evidencia las tensiones entre el discurso hegemónico sobre la interculturalidad y las prácticas que devienen de políticas concretas en los campos de la educación, la salud, la cultural, el patrimonio y el turismo. Demuestran además que el carácter crítico y propositivo que anima al término “interculturalidad” desde lo conceptual, se ve limitado por intereses de clase y por obstáculos epistemológicos que limitan la posibilidad de construir modos de relacionamiento exentos de racismo. De manera que lo que surge de las diferentes colaboraciones del libro no se limita a la mera comprensión y análisis de casos particulares, sino que procuran proyectarse al debate académico actual de las ciencias sociales, en especial a la discusión acerca de la sociedad argentina, sus tensiones, sus indefiniciones, sus crisis.

El prólogo de la obra, a cargo del reconocido antropólogo Miguel Alberto Bartolomé, subraya justamente este aspecto, enmarcando las producciones particulares en una profunda y esclarecedora refl exión sobre la pluralidad y fundamentalmente sobre la propia antropología argentina y latinoamericana.

Así, algunos de sus pasajes objetivan en palabras las preocupaciones que aquejan a sus autores cuando observan la realidad junto con miles de varones, mujeres y niños que sobreviven en condiciones de pobreza, violencia, discriminación, subestimación y racismo; cuando se encuentran frente a la criminalización de la miseria, frente a expresiones y actitudes que asocian la lucha contra la inseguridad con la lucha contra los pobres, frente a la limpieza de clase, ante los muros y las barreras que se levantan cerrando espacios habitacionales o líneas de fuga de posibles delincuentes, ante el recrudecimiento de la segregación y la desigualdad, ante el modo en que el ideario hegemónico gestado en los procesos de conquista y colonización se proyecta a nuestros días en un pensamiento que continúa siendo colonial. Otros párrafos, sin embargo, ponen en evidencia que, en tanto la historia es transformación, las demandas y los reclamos, los sueños y las utopías de los pueblos indígenas – y a pesar de ello incluso las diferencias que tensan sus organizaciones – se levantan como subversiones cotidianas que cuestionan la voracidad del sistema capitalista; un orden fundado en la competencia y contradicción entre unos bienes que son escasos y unas necesidades que se suponen infinitas. Ejemplo de ello es la lucha de los pueblos indígenas en defensa del territorio y de la naturaleza oponiéndose a explotaciones mineras, madereras, agrícolas y turísticas que atentan contra la biodiversidad y contaminan los suelos, el aire y el agua en grados impensados desde la lógica de la reciprocidad y desde el concepto de “ser en el mundo” que animó las tradiciones indígenas y que aún hoy está presente en la memoria de muchos de ellos, como se ha expresado dramáticamente, desde hace bastante tiempo y en diferentes regiones de Argentina, en los enfrentamientos entre los pueblos originarios, las políticas gubernamentales y los megaproyectos económicos.

La primera parte del libro, Territorios y memorias, contiene seis artículos. La sección se abre con un trabajo de Alejandro Balazote y Juan Carlos Radovich intitulado Turismo y etnicidad…, donde se indaga el impacto del turismo en la población mapuche localizada en el sur del territorio argentino como continuidad de las preocupaciones que, desde 1987, condujeron a estos autores a analizar la incidencia de los denominados proyectos de gran escala en la vida de los pueblos originarios. El artículo focaliza en los procesos identitarios y las luchas indígenas en el contexto de los procesos de inversión y desinversión de capital en la región de norpatagonia y sus relaciones con las disputas territoriales de pequeños productores criollos e indígenas.

El segundo artículo, Volver a la tierra…, de Carolina Mai dana, presenta la relación entre parentesco, migración y procesos de territorialización expresada en la conformción de los denominados “barrios tobas”, repensando el espacio físico y social en la superación de las dicotomías rural/urbano y local/global para así indagar y comprender la dinámica sociocultural de la población indígena toba en tanto integrante del pueblo qom. El tercer artículo, El mestizaje como dispositivo biopolítico, de Leticia Katzser, evisa críticamente censos, historiografías y monografías etnográficas y los interpreta como textos constitutivos y constituyentes de un régimen político específico, fundado en declarar la “extinción” del pueblo huarpe, una refl exión crítica que se proyecta a su vez al concepto contemporáneo de “indios emergentes”.

En el cuarto trabajo de esta sección, Las luchas por el territorio…, a cargo de Ana Cristina Ottenheimer, Bernarda Zubrzycki, Stella Maris García y Liliana Tamagno, se discute la tensión entre la población mbya guaraní del Cuña Pirú, localidad ubicada en la provincia de Misiones (Argentina), y la Universidad Nacional de La Plata, propietaria por donación de la Empresa Celulosa Argentina desde 1991 de las tierras habitadas por estos grupos indígenas. A lo largo del trabajo, los modos en que se ha ido estableciendo la relación y las concepciones que animan el tratamiento de la cuestión por parte de las autoridades de esta Universidad son analizados a la luz de una serie de consideraciones respecto de la identidad étnica, la interculturalidad, los derechos sobre el territorio, la concepción de la propiedad privada, lo legal y lo legítimo.

El quinto trabajo, Imágenes del ‘tiempo de los antiguos’… de Alejandro Martínez, discute el rol de la fotografía en la construcción de la memoria y la historia de los pueblos indígenas del Chaco argentino.

Las fotografías permiten al autor reconstruir la cotidianeidad de los trabajadores indígenas en los ingenios azucareros, las relaciones entre los indígenas y no indígenas y las condiciones de trabajo en esos establecimientos, presentando a los pueblos originarios como sujetos activos en la historia. En diálogo con los anteriores, el último trabajo de la sección, Saberes, ética y política…, de Liliana Tamagno, estudia el reclamo y la restitución de restos humanos por parte del Museo de La Plata, revisando críticamente algunas ideas fuerza que ordenaron el surgimiento, la constitución, el desarrollo y el afianzamiento de la identidad nacional y que aún perdura en el imaginario actual de una sociedad que se pensó sin indios y una modernidad que se imaginó sin diversidades, contradicciones y/o desigualdades.

La segunda parte del libro, Salud y Educación, que reúne cuatro estudios, se inicia con un artículo de María Adelaida Colangelo, La salud infantil en contexto de diversidad sociocultural, cuyo objeto central es recuperar el concepto de “interculturalidad” en su sentido crítico. La autora describe los modos en que el cuidado de la salud de los niños tobas pone en juego diferentes articulaciones entre la medicina tradicional-popular, la medicina oficial y los aspectos terapéuticos presentes en el ritual de la iglesia pentescostal. Por su parte, en Políticas públicas y prácticas educativas, María Amalia Ibánez Caselli se detiene en el examen de situaciones referidas a propuestas de educación intercultural bilingüe referidas al pueblo toba, preguntándose si la interculturalidad se practica y planteando que el concepto de interculturalidad se impuso en Argentina más como una moda a seguir que como el producto de las refexiones críticas y las sistematizaciones que supone toda planificación cuando de políticas de Estado se trata.

El tercer artículo, La interculturalidad desde la etnografía escolar, de Mariel Cremonesi y Mariel Cappannini, se detiene en los avances legislativos que proponen una “educación intercultural”. Desde una “etnografía del aula”, las autoras refl exionan sobre los modos de abordaje de la “diversidad” y la “identidad”, señalando contradicciones entre el discurso sobre la interculturalidad y las prácticas escolares. En Investigar en la escuela, Stella Maris García y Verónica Solari Paz describen el recorrido de una investigación antropológica guiada por la cuestión de si la escuela conseguirá poner en marcha una educación intercultural para atender a una población culturalmente heterogénea y con profundas desigualdades sociales. Frente a este interrogante, las autoras proponen entonces un modelo en el que el docente mismo se asuma en su identidad, un modelo que vincule diversidad y derechos y que, reconociendo la heterogeneidad de la comunidad a la que la escuela atiende, historice los procesos socioculturales que le dieron origen.

Se trata en definitiva de un libro intrépido a la vez que necesario, en tanto se atreve a problematizar y proseguir – más allá de lo establecido y sin ningún tipo de tapujo – un debate considerable para Argentina y, en una escala más amplia, para todos los países latinoamericanos: los sentidos de la diversidad y el pluralismo en relación al diseño y aplicación de políticas gubernamentales en diferentes campos y áreas. Libro aún más importante cuando, como en esta ocasión, posee el mérito de convertir la aparente insensibilidad de la más rigurosa investigación etnográfica en sentidas y afables situaciones de diálogo con aquellos hombres que nos relatan sus historias de dolor y alegrías, contenidas en la permanente resistencia a los dispositivos de poder en diferentes momentos de la gestación, la consolidación y el desarrollo del Estado-Nación.

Horacio Miguel Hernán ZapataEscuela de Historia – Centro Interdisciplinario de Estudios Sociales (CIESo), Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario (UNR)/ Sección de Etnohistoria, Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (UBA). E-mail: horazapatajotinsky@ hotmail.com.

Literatura en tránsito. La narrativa expedicionaria de la Conquista del Desierto – TORRE (HP)

TORRE, Claudia. Literatura en tránsito. La narrativa expedicionaria de la Conquista del Desierto. Buenos Aires (Argentina): Prometeo Libros, 2010. Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Palabras viajeras en el desierto argentino entre los periplos expedicionarios y los derroteros literarios. História & Perspectivas, Uberlândia, v. 24, n. 45, 14 dez. 2011.

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Pueblos Nómades en un Estado Colonial – NACUZZI et al (C-RAC)

NACUZZI, Lidia R.; LUCAIOLI, Carina P.; NESIS, Florencia S. Pueblos Nómades en un Estado Colonial. Chaco, Pampa, Patagonia, Siglo XVIII. Buenos Aires: Editorial Antropofagia, 2008. 112p. Resenha de: ZAPATA, Horacio Miguel Hernán. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.42 n.2, p.535-538, dic. 2010.

En 1924 iniciaba su recorrido esa obra que Marc Bloch tituló Los reyes taumaturgos, texto que invitaba a recorrer la historia de las creencias colectivas del milagro real y que instaba a adoptar una novel modalidad para elaborar y resignificar los problemas históricos al sostener que no habría conocimiento verdadero si no se tenía una escala de comparación. A través de sus páginas, este insigne historiador proponía comparar sociedades cercanas en el tiempo y en el espacio que se influían mutuamente, es decir, sociedades sujetas por su proximidad a la acción de los mismos grandes fenómenos y a la presencia de rasgos originarios comunes. Esta perspectiva de análisis trae aparejadas varias consecuencias importantes, tales como percibir las influencias mutuas que permiten avanzar más allá de una explicación estrictamente atada a los fenómenos internos de los distintos problemas, encontrar vínculos antiguos y perdurables entre las sociedades y proveer numerosas líneas posibles para nuevas investigaciones. Es evidente que la perspectiva comparada es una de las grandes promesas incumplidas de la historiografía occidental durante el siglo XX, y eso se debe, justamente, a las dificultades que implica su ejercicio, en especial en el caso de las investigaciones regionales. El libro Pueblos Nómades en un Estado Colonial. Chaco, Pampa, Patagonia, siglo XVIII, elaborado por Lidia R. Nacuzzi, Carina P. Lucaioli y Florencia S. Nesis recupera -por así decirlo- la tradición historiográfica iniciada por Bloch pero desde la clave de la etnohistoria. Él mismo explora las posibilidades de una reflexión comparativa que ponga en diálogo diversos estudios realizados en los últimos años sobre los grupos indígenas nómades que, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, habitaban la Pampa, el norte de la Patagonia y el Chaco austral, en la región que en 1776 conformó el Virreinato del Río de la Plata, ocupada también por poblaciones sedentarias. En este último término, las autoras incluyen a aquellos grupos que lo eran siguiendo sus tradiciones ancestrales, otros que habían sido reducidos en pueblos bajo la tutela de misioneros jesuítas y los propios hispanocriollos que se establecían en ciudades y fortines.

La delimitación de estas áreas en el escenario de una macrorregión y la elección del tipo de sociedades obedecen a dos razones. En primer lugar, dar prioridad a un conjunto de temáticas que han sido objeto de las propias inquietudes y, por ende, de las trayectorias de especialización investigativa de las autoras. Los recortes temáticos y los escenarios abordados se vinculan a los propios antecedentes de las mismas, suficientemente trabajados, argumentados y documentados en libros, artículos, capítulos, ponencias y comunicaciones. En efecto, el libro da muestras de una fructífera convivencia de la reciente producción de dos jóvenes investigadoras con la reconocida trayectoria interpretativa de una experimentada académica, así como de la significación que los estudios etnohistóricos encierran para la comprensión de un mundo indígena complejo, heterogéneo, dinámico y contrastante. De la misma manera, el ejercicio de síntesis se ve beneficiado con la utilización crítica y la discusión explícita de ciertas obras publicadas en los últimos años, referidas al área rioplatense o al sur sudamericano, que han contribuido, en igual sentido que estas investigadoras, a la comprensión de algunos de los fenómenos que ocurrieron en la vida social, política, económica y simbólica de las sociedades indígenas latinoamericanas del siglo XVIII. A partir de estos esfuerzos mancomunados, se observa una obra madura, rica en aristas y que puede continuar creciendo y afianzándose a partir de nuevas preguntas y síntesis. En segundo lugar, el recorte temático obedece a la contemplación de un proceso sociohistórico común que opera como contexto de problematización: en aquella coyuntura de estructuración del nuevo Virreinato y como resultado del contacto con los europeos en la larga duración, esas poblaciones originarias nómadas habían experimentado transformaciones radicales en sus formas habituales de intercambio, movilidad, adquisición de recursos económicos y explotación de los productos naturales autóctonos. A ello se sumaban las mutaciones percibidas en sus configuraciones sociopolíticas y sus nuevas estrategias de relación con los hispanocriollos que, si bien comenzaban a andar en este momento, ratificarían su tendencia y consolidarían su carácter unas décadas más tarde.

El volumen, dividido en una introducción, ocho capítulos y un apartado con bibliografía especializada, procura discutir las ideas de la semejanza cultural entre los grupos indígenas que habitaban estas regiones hasta la llegada de los europeos y de la univocidad de las estrategias en relación con los agentes colonizadores. El libro se sumerge de lleno en estas cuestiones asumiendo uno de los principales riesgos que ello implica: la abundancia de preconceptos y de apriori. De este modo, su segundo objetivo es mucho más ambicioso: repasar algunas de acciones y las actitudes, tanto de las poblaciones originarias como de sus colonizadores, con el ánimo de compararlas y explicar de una manera diferente, pero sobre todo más compleja, diversos temas y problemas que por muy conocidos -o tal vez sólo por muy mencionados- parecen no requerir un análisis crítico. En lo que al basamento de fuentes de primera y segunda mano se refiere, no es para nada ocioso insistir aquí en que las autoras se apartan de cualquier enfoque histórico positivista que ampare una lectura con pobreza de rigor. Todos los documentos que se citan, que por cierto son muy profusos y diversos en orígenes (relatos, cartas, informes, descripciones elaborados por los funcionarios, sacerdotes y viajeros, u otro tipo de personajes), más allá de estar viciados de antemano por la intencionalidad de los mismos, son leídos y enmarcados con mucha atención y cuidado. De esta forma, la interpretación acerca de la documentación logra ir más allá del polvoriento mundo de los papeles, indefectiblemente mediado por lenguajes, formas narrativas y códigos de inteligibilidad de la sociedad hispanocriolla, para ir al encuentro de las propias voces y acciones de los indígenas en proposiciones referidas a sus prácticas y experiencias. El primer capítulo, “Algunos conceptos instrumentales para el estudio de los pueblos nómades”, como bien indica su título, ahonda en aquellos aspectos clave del marco teórico y conceptual, repasando las categorías que se han empleado y que continúan manejándose todavía hoy para describir y analizar el proceso de conocimiento de los grupos indígenas americanos nómades por la sociedad europea. Deconstruyendo los prejuicios, sentidos comunes y problemas en los cuales se incurría por la mirada etnocéntrica y evolutiva de los primeros observadores, historiadores y etnógrafos que analizaron los pueblos nómades, las autoras son conscientes que algunos de tales conceptos son útiles como instrumento de análisis. Se presentan de este modo algunas formulaciones en torno a categorías de frontera, etnogénesis, middle ground, mestizajes, tribu, cacicazgos y jefaturas, al mismo tiempo que las desbroza críticamente para poder plantear un nuevo diálogo con los registros empíricos, complejizar las múltiples estrategias sociales, políticas y económicas que se pusieron en acción y, en definitiva, modificar la idea generalizada de un contacto cultural basado sólo en la violencia entre las sociedades aborígenes y los hispanocriollos.

El segundo capítulo enseña un minucioso examen del “espacio geográfico y político” en el cual habitan los grupos analizados, detallando las características fundamentales desde el punto de vista espacial y ambiental de las áreas pampeano-patagónica y chaqueña. También se explaya en las formas de equipamiento político, administrativo y social que tienen lugar en tales territorios a partir de la instalación del sistema colonial. El mapa en esta sección permite una rápida visualización de los establecimientos españoles en dichos espacios (ciudades, fuertes y reducciones) al mismo tiempo que traza cartográficamente los resultados, avances y retrocesos territoriales efectivos de la política llevada a cabo por la Corona hispánica para poblar, dominar y evangelizar a los indígenas. En efecto, en todas estas regiones no colonizadas se ensayaron alternativamente los mismos tipos de dispositivos de control: los fuertes y las reducciones se ubicaban dentro de un proyecto más global que tenía por objetivos avanzar sobre los territorios indígenas, sentar precedentes del dominio español en determinados lugares y mediar los conflictos entre hispanocriollos y poblaciones nativas. Uno y otro asentamiento pusieron a la vista otros dos caracteres que los asemejaban en función estratégica y en su dinámica: ambos escenarios constituyeron verdaderos enclaves fronterizos antes que una efectiva presencia política del dominio colonial, mientras que la fundación y permanencia de los enclaves en el tiempo, ya fueran reducciones o fuertes, fue posible en la medida que allí se dio una confluencia de intereses de los grupos indígenas y de las autoridades coloniales implicadas. Las autoras, no obstante, son prudentes al destacar que la conformación geopolítica propia de estos espacios no colonizados y los grupos involucrados imprimieron perfiles especiales a cada uno de los movimientos hispanocriollos. Así lo demuestra, a guisa de ejemplo, el proceso de evangelización: mientras que en el Chaco la política reduccional estableció espacios de interacción más visibles y duraderos donde la existencia de centros urbanos cercanos habría posibilitado el acceso a nuevos recursos, la facilidad de entablar diálogos y canalizar ciertas necesidades a partir de una relación asidua, constante y directa con los funcionarios eclesiásticos y gubernamentales, en la zona de Pampa-Patagonia, simultáneamente, el territorio controlado por los pueblos nómades era mucho más vasto y no existía el tipo de poblamiento colonial que hubiera representado barreras políticas o geográficas que los contuviera, por lo que la política reduccional fracasó o no tuvo el éxito esperado. En este último caso, las reducciones no fueron por así decirlo la “punta de lanza” de la conquista, por lo cual españoles y criollos se valieron de los fuertes para ocupar estas fronteras. Los fuertes se volvieron rápidamente arenas donde operaron novedosos y complejos vínculos sociales, políticos, comerciales y culturales con los aborígenes de la zona.

En el tercer capítulo, “Los grupos indígenas”, las autoras presentan un recorrido por las diferentes menciones y descripciones que han realizado, desde el siglo XVIII, misioneros, funcionarios coloniales, viajeros y primeros etnógrafos sobre aquellos grupos que habitaron las regiones. De esta manera, se aprecia tanto la exagerada, aunque siempre constante, diversidad de criterios para su caracterización como las múltiples nomenclaturas que recibieron estas poblaciones, recapituladas de manera clara y precisa al final de la sección a partir de dos cuadros de síntesis. Ello permite mostrar cómo, tanto para la región pampeano-patagónica como para la chaqueña, los estudios etnográficos que se realizaron hasta la década de 1980 identificaron a numerosos conjuntos, aunque muchas veces se trató de una precisión meramente nominal, a la vez que reconocieron la biparticipación clasificatoria que señala a las mismas sociedades como nómades por un lado (como los tehuelches, abipones, tobas mocovíes) y, por el otro, a comunidades más sedentarias con prácticas agrícolas (como los mapuches, lides vuelas). Este aspecto lleva a las autoras a plantear otros dos paralelismos en las investigaciones realizadas sobre las zonas propuestas. En primer lugar que, en el devenir de los estudios etnográficos hacia los estudios históricos o etnohistóricos, en ambas regiones se pasó de la mencionada enumeración de una gran cantidad de nombres étnicos -aunque con escasas diferencias formales entre unos y otros a la hora de describir a los grupos- a evitar mencionar esas subdivisiones en trabajos más recientes que se ocupaban de aspectos económicos, políticos, ceremoniales o sociales, donde la adscripción étnica parece no pesar tanto. En segundo lugar, que en esos mismos estudios de etnografía clásica anteriores a 1980, hubo una tendencia -en principio solamente para la región patagónica, pero que luego se reproduce con fuerza en el caso chaqueño- a considerar datos que brindaban fuentes de diversos periodos y lugares como válidos para describir a las poblaciones étnicas de cualquier momento del período de contacto y de cualquier lugar de los extensos paisajes considerados.El capítulo cuarto se detiene en los territorios y los movimientos de estos grupos indígenas. Las autoras no se limitan por supuesto a mostrarnos estos movimientos, de por sí interesantes, sino a tratar de explicar sus causas, estructuras, condiciones y sus efectos sobre la economía de los mercados coloniales. Muchos lectores se sorprenderán -como quien reseña y gusta observar las dinámicas sociales cartografiadas en algún formato- del hecho de que no encontraremos mapas, planos o intentos de croquis en este capítulo que sitúen tales movimientos. Pero la exposición amena y sencilla permite bosquejar históricamente la ubicación y diferenciación de cada uno de los grupos como así también los ciclos que les permitían explotar diferentes recursos desplazándose por diversos territorios a lo largo de todo el año o reuniéndose en espacios acordados previamente para intercambiar bienes, dedicarse a ciertas actividades económicas y atender ciertas cuestiones políticas y sociales, como las alianzas o los matrimonios. Las autoras, siempre atentas a las peculiaridades de las sociedades trabajadas, discuten en su análisis algunas de las teorías comúnmente aceptadas en los trabajos de este tipo. Así, por ejemplo, las nociones acerca de que los pueblos nómades del Chaco y la Patagonia eran exclusivamente cazadores o cazadores-recolectores o viceversa y que, por ende, la actividad predominante era la caza de grandes presas (siendo la recolección una mera actividad adicional irrelevante), que sus movimientos estaban condicionados por el medio ambiente, que limitaban sus prácticas económicas a la subsistencia, que eran “salvajes por no practicar la agricultura ni formar pueblos o que no programaban sus movimientos ni su vida cotidiana”.

A su turno, el quinto capítulo considera la “adopción del ganado” y las “nuevas estrategias económicas”, repasando los contextos económicos de los grupos que recibieron o adoptaron el caballo y los debates asociados a la crítica de la noción de complejo ecuestre o “horse complex”. Aquí las autoras recuperan la noción de complementariedad para entender las relaciones económicas y enmarcan la incorporación del caballo, luego de una completa muestra de los diferentes usos y de las consecuencias (sociales, ceremoniales, políticas y económicas) que ocasionó su adopción, en un proceso histórico que involucró no sólo la anexión de otros bienes que aparecieron por el contacto con los europeos, sino también, y desde otra dirección, cambios importantes en las relaciones interétnicas, las configuraciones identitarias y las estrategias políticas, tema que será abordado en el siguiente capítulo. En efecto, el último capítulo estudia, en su primera sección, las dinámicas operadas en las formas de autoridad política que existían entre las poblaciones indígenas de Chaco, Pampa y Patagonia. A los fines de dar cuenta de la complejidad de los liderazgos y de las múltiples instancias en la que era necesaria su agencia y se daba cita su rol mediador, las autoras distinguen los diversos rasgos que tuvo la figura del cacique en cada uno de las etnias, teniendo en cuenta distintas variables, como, por ejemplo, la participación de tales personajes en la conformación de las reducciones en el área del Chaco, la existencia de cacicazgos duales en el área patagónica o su vinculaciones de diversa índole con los fuertes de la región.

La sensibilidad comprensiva de las autoras a los problemas peculiares de las regiones y de los grupos que estudian se refleja en la otra sección del capítulo seis: las interacciones étnicas. En el cuadro de relaciones interétnicas complejas, la guerra y la diplomacia conformaron algunas de las tantas siluetas significativas de esas relaciones, resultado de los roces que la mayor proximidad generaba y de la creciente competencia por los recursos. Ante dicha situación, las autoridades procedieron de diferentes formas: trataron de obtener la amistad de algunos caciques con regalos y dádivas para oponerlos a los más agresivos, aprovechando para ello las rivalidades intertribales; intentaron instaurar misiones, tarea que estuvo a cargo de religiosos y que tuvieron corta existencia; buscaron fortalecer la frontera creando una organización militar basada en un sistema de fuertes, fortines y guardias y en un cuerpo de militares permanente. Guerra, alianza y reducción, entonces, fueron tres modalidades de vinculación interétnica que los diferentes actores de la sociedad hispanocriolla estimaron debían ir de la mano en tanto dispositivos centrales y concomitantes de la estrategia de sujeción sobre la población autóctona. Pero más allá los reveses de estas políticas, las etnohistoriadoras encuentran que tanto en la reducción (como manera de sujeción pacífica), en los tratados (como acuerdos de sosiego coyuntural) e inclusive en la guerra (como punición a los excesos), los caciques fueron siempre los interlocutores buscados por los agentes coloniales ya que, a cambio de la obtención de bienes y de exigir ciertos servicios y prerrogativas, facilitaban el acceso a los grupos, el conocimiento de sus políticas, las negociaciones económicas, la devolución de cautivos y los acuerdos de paz. Por supuesto, estas condiciones dependieron tanto de las aptitudes y estrategias grupales de los pueblos no sometidos aún al control del estado colonial como de las necesidades de la población blanca, ambos resortes emplazados en ámbitos regionales y locales que le otorgaban su impronta específica.La manera magistral con que se abordan las problemáticas muestra al enfoque comparativo como una excelente herramienta para poner a prueba la comodidad y la pertinencia de muchos de los supuestos que parecían demostrados para estos grupos, para desbrozar las similitudes y diferencias de las dinámicas sociohis-tóricas que involucraron a los mismos, para producir nuevas respuestas a problemas ya planteados y nuevos interrogantes que permitieron revisar los siguientes tópicos: la identificación de grupos étnicos y sus nombres-rótulos, los prejuicios en torno al nomadismo y su verdadera dimensión (en regiones ora poco exploradas por los hispanocriollos, ora en donde se habían establecido un número considerable de reducciones), las nociones de territorialidad de los grupos, la existencia de cacicazgos duales, las pautas económicas de estos cazadores-recolectores, el rol de los caciques en las relaciones interétnicas, el papel de los bienes europeos en su economía, los procesos de especialización para responder a la demanda de los mercados coloniales y la complementariedad -principalmente en los aspectos económicos, pero también de otros tipos- entre grupos nómades y grupos sedentarios.

Sin duda, como todo intento de síntesis, éste ofrecerá en el futuro algunos caminos novedosos e hipótesis a confirmar o a rectificar que estimularán nuevas investigaciones. Pero además, redundará en una experiencia más que significativa para el lector, ya que obtendrá una imagen más nítida de cómo los pueblos aborígenes del norte de la Patagonia y la Pampa como los del Chaco austral, aun reducidos, desarrollaron una manera de vivir en esa condición que se adaptaba a sus pautas anteriores -sobre todo en cuanto a movimientos- y les permitía flexibilizar la inmovilidad que hubiera supuesto la vida en un pueblo de reducción y de cómo aquellas sociedades que no ingresaron en este tipo de situaciones y permanecieron autónomas fueron protagonistas muy activas de los contactos interétnicos, desarrollando espacios de acción y comunicación con los europeos, entrecruzando sus prácticas socioculturales e improvisando formas originales de actuar e intervenir en diversas esferas de la vida social y política, lo que los transformó en agentes no secundarios en la historia de dichas interacciones sociales. En el esfuerzo de dejar atrás viejas concepciones, de no crear nuevos mitos y de confrontar las agencias indígenas en la realidad rioplatense, Pueblos Nómades en un Estado Colonial… constituye un excelente comienzo. Y eso es ya decir mucho.

Horacio Miguel Hernán Zapata – Escuela de Historia-Centro Interdisciplinario de Estudios Sociales (CIESo), Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, Rosario, Argentina. E-mail: [email protected]

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