México frente al exilio cubano/ 1925-1940 | Laura Beatriz Moreno Rodríguez

México frente al exilio cubano, 1925-1940 es un trabajo de gran originalidad, basado en una acuciosa investigación en la prensa de la época, pero sobre todo en los archivos de inteligencia de México y Cuba. La investigación en los materiales de seguridad nacional brinda la posibilidad de comprender las decisiones políticas más allá de lo que nos ofrecen otras fuentes estatales o la prensa y abren paso, en ocasiones, a explicaciones inéditas o revelan relaciones ocultas al ojo público. Estas fuentes, sin ser una panacea que aseguren nuevas historias por necesidad, sin duda pueden contener ingredientes que conduzcan a interpretaciones distintas o a matizar algunas explicaciones. Además de los acervos de inteligencia, y de una amplia bibliografía, la autora consultó archivos estatales como el Archivo General de la Nación, el Archivo Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Archivo del Instituto de Historia de Cuba, el Archivo Nacional de la República de Cuba y el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. La riqueza de fuentes primarias que nutren este texto es ya, de entrada, una invitación a conocer los resultados de la pesquisa elaborada por Moreno Rodríguez. Hubiese sido deseable que la autora en la sección dedicada a las fuentes señalara los fondos consultados dentro de los referidos archivos.

Se trata de un trabajo de historia comparada de dos naciones vecinas que, a pesar de su cercanía, tuvieron desarrollos divergentes en el tiempo a causa de la importancia geopolítica de cada una y del cauce que tomaron los gobiernos de los dos países. Por mencionar un elemento de diferencia podemos referir la composición étnica de la población de México y Cuba. Otro dato breve, pero relevante sobre las diferencias es que, mientras México consiguió su independencia en 1821, Cuba lo hizo hasta 1898 y entonces quedó bajo el tutelaje de Estados Unidos.

Existen también coincidencias tales como las revoluciones anti oligárquicas y nacionalistas del siglo XX que surgieron en los dos vecinos, sin dejar de lado que la cubana tomó un cauce socialista, y que ambos tuvieron una relación difícil con Estados Unidos, nación que arrebató a México la mitad de su territorio en 1847, y que mantuvo una injerencia activa en la isla mediante la Enmienda Platt, y posteriormente, por otros medios. Ambas naciones también padecieron las intervenciones de la república vecina del norte de México en diferentes momentos.

La Habana y México han mantenido una relación muy estrecha, una circulación de ideas entre uno y otro y un flujo de habitantes incesante. Uno de ellos oprobioso fue la exportación de indios mayas rebeldes como esclavos por parte de los yucatecos a Cuba en el siglo XIX. Otros, opuestos a lo ominoso, fueron la búsqueda de refugio de los independentistas cubanos en México durante el siglo XIX y la de mexicanos que se resguardaron en Cuba durante los múltiples conflictos políticos acaecidos en este mismo siglo y, en especial, con motivo de la Revolución mexicana.

El tema elegido por Laura Moreno, que da fe de la historia compartida entre ambas repúblicas, es el exilio de cubanos en México durante la dictadura que asoló a la isla durante las décadas de 1920 y 1930. El exilio ha sido un tema recurrente en sus investigaciones; en 2017 publicó un libro sobre el exilio anti-somocista nicaragüense en México entre 1937 y 1947. A diferencia de la riqueza historiográfica que existe sobre el exilio español en la primera mitad del siglo XX y, en menor medida, sobre el exilio chileno, uruguayo y argentino en México en la década de 1970, el cubano de la primera mitad del siglo XX ha recibido poca atención. De hecho, el estudio del papel que jugó México como receptor de refugiados políticos del Caribe, Centro y Sud América de la posrevolución hasta la década de los sesenta ha sido exiguo. De esta manera, la investigación de Moreno versa sobre un tema relevante y original, llena una laguna historiográfica, y tiene como objetivo conocer las actividades de los perseguidos políticos cubanos que se establecieron en la Ciudad de México.

El primer capítulo de esta obra trata sobre la situación política interna de Cuba y México, las relaciones de México con la URSS y con Estados Unidos y las coincidencias entre el comunismo y el antiimperialismo en las dos naciones. El nacionalismo revolucionario y la relativa tolerancia hacia los comunistas hizo que México fuera visto como un lugar ideal de refugio. En este país se estableció la Liga Antiimperialista de las Américas entre 1924 y 1925 —relacionada con la Internacional Comunista—, la cual tuvo seguidores en México, Estados Unidos, Cuba y otros países latinoamericanos.

El segundo capítulo aborda las diferentes instituciones de inteligencia que se dedicaban a la vigilancia; atiende a su estructura, funciones y al control político en los dos países que utilizaron el espionaje y la infiltración para velar por la estabilidad de sus gobiernos. El apartado permite apreciar las diferencias que existían en la organización de los aparatos de inteligencia; en Cuba estos eran manejados por el ejército, en tanto que en México dependían directamente del poder ejecutivo. También se muestra el espionaje que las embajadas de los dos países realizaban sobre los nacionales avecindados en México o La Habana. Durante las décadas de 1920 y 1930 los dos países, pese a sus desacuerdos, compartieron información sobre las actividades de sus respectivos ciudadanos.

Entre los perseguidos políticos de la isla caribeña el caso de Julio Antonio Mella ha sido muy estudiado, situación que se explica por la relevancia y actividades del joven disidente, quien se convirtió en un símbolo del comunismo continental. No obstante, alrededor de él se movió una pléyade de comunistas e izquierdistas que se asilaron en México, así como de otros opositores a la dictadura de Gerardo Machado. El libro de Laura Moreno devela, en la segunda sección, la importancia que tuvieron dichos actores y cual fue la actitud del país receptor frente a este tipo de migrantes. Asimismo, establece una periodización para el estudio del fenómeno. México resultó atractivo para los disidentes isleños porque el gobierno de Álvaro Obregón, frente al no reconocimiento de Washington a su administración, entabló relaciones diplomáticas con la URSS y toleró las actividades de los comunistas antiimperialistas, por sus puntos de coincidencia con el nacionalismo mexicano. En este contexto llegaron los primeros exiliados cubanos que se unieron a los disidentes de otras latitudes. Ellos recibieron una acogida favorable del gobierno de Plutarco Elías Calles, quien mantenía buenas relaciones con la izquierda por el apoyo que dieron a su candidatura.

Pero las cosas cambiaron en 1927, cuando se inicia un segundo periodo para los exiliados. De acuerdo con la autora los perseguidos cubanos fueron más vigilados y se trató de evitar que interfirieran en la política interna de México, viraje que se explica por el acercamiento entre los gobiernos de Calles y Calvin Coolidge y la política de colaboración que se estableció entre ambos países. Durante el Maximato, arranca un tercer periodo en el que México rompió relaciones con la URSS y persiguió a los comunistas y ello tuvo su correlato entre los exiliados cubanos que fueron más vigilados y algunos incluso deportados. Por último, el cuarto periodo del exilio se dio durante el gobierno de Cárdenas, entonces hubo mayor apertura para recibir a los seguidores de Ramón Grau San Martín, quien dirigió un breve gobierno más cargado hacia la izquierda y cambiaron las características de los refugiados. Más adelante, el michoacano se relacionó con Fulgencio Batista, quien todavía no se convertía en el férreo dictador que sería después y era cercano a Grau San Martín. Durante la administración del michoacano varios exiliados cubanos se unieron a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) y desde sus filas combatieron el fascismo y el imperialismo.

El tercer capítulo se refiere a los cubanos asilados en México entre 1925 y 1928, años en que se gestó una coincidencia importante entre la ideología de izquierda de los perseguidos y el nacionalismo revolucionario. Esta convergencia se expresó, por ejemplo, en la concesión de asilo que el gobierno de Elías Calles dio a Mella, ignorando las peticiones de extradición del gobierno cubano. El respaldo de los perseguidos latinoamericanos a los liberales en Nicaragua coincidió con la política de apoyo del gobierno callista hacia el depuesto presidente Juan Bautista Sacasa y César Augusto Sandino y por ello se explica la tolerancia inicial. Los cubanos formaron parte del comité de Manos fuera de Nicaragua y esto fue un respaldo a la política mexicana hacia esta república centroamericana, la cual era repudiada por Washington. Los exilados en México participaron en actividades de corte internacionalista y algunos de ellos colaboraron estrechamente con el Partido Comunista Mexicano (PCM), por lo cual fueron vigilados e incluso las autoridades locales compartieron cierta información con las autoridades de la isla. Sin embargo, la defensa de la autodeterminación y no intervención de la política exterior mexicana chocó con la postura cubana en la Sexta Conferencia Panamericana en La Habana en 1928 y propició que México prestara oídos sordos a la propaganda contra Machado que dirigían los perseguidos cubanos en el país. Adicionalmente, cuando Calles se enteró de que desde la isla los católicos mexicanos y de otras posturas trataban de intervenir sin que el gobierno de La Habana los limitara, se acrecentó la distancia con la administración del dictador.

El cuarto y último capítulo gira alrededor del exilio cubano entre 1929 y 1939. Entre 1929 y 1933 se deterioró la relación entre el gobierno mexicano y los perseguidos comunistas extranjeros, pues el presidente interino Emilio Portes Gil adoptó una política anticomunista y rompió relaciones diplomáticas con la URSS. El asesinato de Mella irritó a la administración porque fue perpetrado por el largo brazo de la dictadura machadista en el territorio nacional. Más adelante, el gobierno se importunó al develarse la participación de varios funcionarios mexicanos en el crimen. La presión de los izquierdistas mexicanos para que se resolviera el asesinato coincidió con la molestia del gobierno por la intromisión de La Habana; varios cubanos fueron acusados y encarcelados como autores materiales e intelectuales del crimen y ya durante la presidencia interina de Abelardo Rodríguez no se ocultó la participación de Machado, quien se encontraba en el ocaso de su gobierno. La contención del comunismo en México, que continuó durante el Maximato, trató de evitar que las izquierdas se fortalecieran y desafiaran la candidatura propuesta por el flamante PNR, y afectó no sólo a las organizaciones mexicanas sino a los exiliados cubanos que comenzaron a ser expulsados. La participación de extranjeros en el PCM, en la Liga Antiimperialista de las Américas y en otros organismos en el país tampoco fue tolerada por el presidente Pascual Ortiz Rubio y el Partido Comunista entró en un periodo de clandestinidad.

La caída de Machado y el fin del efímero gobierno de Ramón Grau San Martín modificó el perfil de los exiliados cubanos. En 1935 volvió a la vida pública el PCM y llegaron al país quienes apoyaron al presidente cubano, que coincidían además con la política de masas esgrimida por el gobierno de Lázaro Cárdenas. No por ello, dejaron de ser vigilados por los organismos del gobierno mexicano. Algunos exiliados se unieron a la LEAR y desde ahí apoyaron la expropiación petrolera, la llegada de refugiados españoles y el nacionalismo mexicano. No obstante, en 1939 el gobierno mexicano recibió al coronel Fulgencio Batista y se estableció cooperación con el nuevo líder cubano, al tiempo que los integrantes de Joven Cuba permanecían en el país. La cercanía de la segunda Guerra Mundial afirmó la necesidad de los países latinoamericanos de tener gobiernos fuertes y estables y, en este contexto, nos explica Moreno, se entiende la buena relación que entonces se dio entre Cárdenas y el militar cubano, quien llegó al poder en 1940.

La apertura del México posrevolucionario a acoger a perseguidos políticos de Cuba y de otras latitudes latinoamericanas se enmarca en su relación con Estados Unidos y con la política interna del país, como nos muestra Moreno. Respecto del primer asunto el país recibía exiliados comunistas y militantes cubanos opuestos a la dictadura de Machado, apoyada por Washington, y, de esta manera, desafiaban la política exterior del país vecino del norte hacia el Caribe y Centroamérica. A partir de esta relativa autonomía los gobiernos posrevolucionarios consiguieron negociar con Estados Unidos desde una postura de mayor fortaleza. En cuanto a la política interna, la llegada de exiliados cubanos exhibía la tolerancia de los gobiernos de la posrevolución con los comunistas e izquierdistas en general y constituía un guiño a los mexicanos de tendencias progresistas.

El contrapeso que lograba México mediante su política de exilio le permitía defender su política exterior basada en el respeto a la autodeterminación de los pueblos y en la doctrina Estrada que buscaba conseguir el respaldo de los países latinoamericanos a sus principios diplomáticos. La posición de México surgió de las experiencias de intervención estadunidense y del aislamiento diplomático que padeció durante el constitucionalismo. Este aislamiento volvió a reeditarse al llegar Álvaro Obregón al poder, quien sólo consiguió el reconocimiento de Washington, en septiembre de 1923, una vez que realizó un compromiso informal de no afectar los intereses petroleros y agrarios de los estadunidenses. Luego de Estados Unidos, Italia, Francia, Bélgica y, más tarde, el Reino Unido otorgaron el reconocimiento al sonorense y México dejó de ser un paria en el contexto internacional.

México frente al exilio cubano hila fino sobre la historia de los exiliados isleños en México en los diferentes momentos que atravesaron entre 1925 y 1940, nos presenta las organizaciones a las que pertenecieron y las que crearon y escudriña las razones y las circunstancias que definieron la postura mexicana frente a los perseguidos políticos. Es una invitación para conocer las vinculaciones y desacuerdos entre los gobiernos de Cuba y México y las actividades que desplegaron los migrantes desde el territorio nacional que en ocasiones fueron toleradas y en otras fueron perseguidas. El análisis que nos ofrece rebasa la visión idealizada de México como país de refugio y muestra los entretelones de una apertura a la disidencia contra la dictadura cubana que fue manejada a conveniencia de los intereses de las autoridades locales.


Resenhista

María del Carmen Collado – Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México. E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

RODRÍGUEZ, Laura Beatriz Moreno. México frente al exilio cubano, 1925-1940. México: Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2021. Resenha de: COLLADO, María del Carmen. Secuencia. Reseñas, 2022. Acessar publicação original [DR/JF]

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