¿Por qué funciona el populismo? El discurso que sabe construir explicaciones convincentes en un mundo en crisis | María Esperanza Casullo

Nunca son suficientes las figuras evocadas para hablar de populismo; ya sea como el fantasma que recorre el mundo, el eterno retorno de una anomalía, una tentación o, incluso, el más peligroso de los virus, un sinnúmero de experiencias política contemporáneas no dejan de ser caracterizadas como populistas. Como es sabido, muchos de estos tópicos han estado siempre a la orden del día, especialmente en Argentina, donde en años recientes la producción académica sobre el tema ha alcanzado un punto álgido de saturación. Es en el más reciente clivaje político argentino, en medio de la caída (electoral) del macrismo y del surgimiento político de Alberto Fernández en 2019, que María Esperanza Casullo cristaliza una particular contribución sobre la cuestión populista.

En el primer apartado de ¿Por qué funciona el populismo?, la autora realiza un recorrido por las caracterizaciones más recurrentes sobre el fenómeno populista, para luego definirlo como una forma particular de hacer política, un tipo performativo de discursos que dividen el campo político entre el pueblo y sus enemigos a través de un liderazgo fuerte. El uso de este tipo de discurso se realiza por medio del “mito populista”, es decir, como narración que, en nombre de una verdad —la del líder, generalmente—, define de manera simple quiénes pertenecen al pueblo, invoca un daño y demanda la reparación correspondiente del enemigo del pueblo. La narración mítica, para Casullo, tiene una composición similar a la de los cuentos populares: un relato simple, donde un héroe se enfrenta a un villano que frustra sus deseos (p. 51). Por su parte, el segundo capítulo del libro propone una “genealogía del populismo” que abarca algunos pensadores de la antigua Grecia y desemboca en connotaciones más contemporáneas del fenómeno. Para Casullo es justamente la recurrente preocupación por el rol del pueblo en la política -su relación con el demagogo, con el príncipe y como sujeto político “en reserva” para la soberanía moderna- la que marca el devenir del populismo a través de 2.500 años. En este orden de ideas, los populismos tienen una relación insoslayable con la democracia, no como desvío sino como subproducto de la misma (p. 65). La autora considera, además, que el pueblo tiene ciertos atributos particulares y recurrentemente esbozados desde el pensamiento político; aquel ha sido caracterizado como una parte de la comunidad que se arroga la representación del todo comunitario y la pasión política que lo anima es el resentimiento; a su vez, es imposible pensar la comunidad política sin él aunque este no se considere capaz de gobernarse a sí mismo, por lo que su relación con un líder (carismático) es inescindible.

Frente a lo anterior, según Casullo, la autoridad populista se fundamenta en la promesa y en la denuncia. Son las “figuras retóricas encendidas”, que apelan -por así decirlo- al pathos del pueblo, lo que establece la especificidad del populismo (en contraposición a discursos como el tecnócrata). Estas arengas patéticas son comúnmente mentadas por outsiders, como lo son el militar patriota, el dirigente social o el empresario exitoso. Así pues, el mito populista se destaca analíticamente por ser una suerte de forma (o fórmula) política “vacía” que construye héroes y villanos, daños y traiciones, que promete una redención siempre diferida; en una apelación discursiva directa, sin intermediarios y constante con el pueblo, el líder simplifica situaciones muchas veces difíciles de comprender para los miembros de la comunidad. Lo anterior implica, en definitiva, que el “mito populista” puede ser de “izquierda” o de “derecha”, “pegar para arriba” contra las élites socioeconómicas o “pegar para abajo” al hostilizar las minorías étnicas, religiosas o sexuales.

En el tercer y el cuarto capítulo, Casullo despliega su entramado analítico para reflexionar sobre “el populismo sudamericano” y el “ascenso global del populismo xenófobo”. Respecto del primero, la autora refiere al uso del “mito populista” por parte de líderes latinoamericanos —como Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Rafael Correa—, para explicarle a sus audiencias “quién tenía la culpa” de las crisis que los precedieron, persuadirlas de que ellos eran “los redentores” de su momento y, por último, crear una “identidad política compartida” en tanto “base” de sus movimientos. Por todo esto, la radicalización discursiva, y no la moderación, resultó ser la estrategia más efectiva de aquellos dirigentes para mantenerse en el poder. (pp. 94 y 95). Por otra parte, y al igual que lo sucedido en América Latina pero con signo político diferente, el fenómeno populista xenófobo también es la puesta en escena de una forma política: una particular estrategia discursiva en la que confluye un liderazgo personalista con una narración mítica y antagonista. En este caso, el populismo de derecha refuerza las jerarquías sociales, reivindicando los límites “originales” de la comunidad política, es decir, la naturaleza de un “verdadero pueblo”. Los populistas xenófobos construyen así un “nosotros” contra un “ellos” en torno a tres tópicos: la inmigración, la tecnocracia multinacional y los cambios en el modelo de familia patriarcal. Lo característico de esta variante populista sería, según la autora, que su objetivo no es generar solidaridades políticas más amplias sino restringir la membresía a la comunidad política de un grupo particular y privilegiado; su promesa es restaurar el dominio natural de un pueblo cuyos límites identitarios son rígidos.

El quinto y último capítulo del libro aborda el caso de Mauricio Macri. Si bien este líder no se considera in toto como populista, para la autora el macrismo sí emplea un “mito fundacional” para señalar el causante del daño: el populismo peronista. Tras analizar el devenir de Macri entre un líder que, al ser un self-made man empresarial, precisó “ser popular” para disputar el poder en Argentina, para la autora el ex presidente argentino se erigiría como un líder que incorporó una opción épica y moralizante de poder, bajo la promesa de erradicar al kirchnerismo del sistema político argentino.

En síntesis, en ¿Por qué funciona el populismo?, Casullo parte de interpelar a sus lectores con una pregunta que, sin ser del todo retórica, sí supone al menos dos cuestiones a considerar: en primer lugar, el “por qué” de su título asume que el populismo ya está-ahí-en-el-mundo como fenómeno político; y en segundo lugar, sugiere que el populismo “funciona”, asumiendo que éste es entendido como un medio o como una táctica de obtención o mantenimiento del poder. Así, los cinco capítulos del libro ahondan en una concepción del populismo como recurso estratégico y método de acciones políticas puntuales. El texto, en efecto, considera que el “mito populista” funciona electoralmente y es supremamente eficaz para simplificar en una narración, un relato o un cuento, las complejas vicisitudes de la relación entre lo político y lo social.

Ahora bien, si el “mito” es una simplificación que da sentido a la acción política y la movilización social, entonces surgiría la pregunta de si este rasgo no es exclusivo del populismo sino de la política misma, especialmente aquella que busca el poder por medios electorales (cuando su pretensión es hegemónica). Dicho en otros términos: se parte del presupuesto de que la construcción de un “nosotros” y un “ellos” es algo particular de las identidades populistas, descartando que la relación de una solidaridad con sus alteridades sea constitutiva de todo agrupamiento político. De hecho, en su contraste con otros discursos políticos, programáticos o tecnocráticos como contrarios al populismo, el texto parece deslizar una reivindicación a una política sin adversarios que nos resulta, a todas luces, sumamente paradójica.

Por otra parte, y sin ahondar en el lazo anacrónico de tradiciones de pensamiento sobre el pueblo y la preocupación analítica acerca del discurso populista, nos parece importante disentir con la diferenciación entre populismos propuesta en el libro de Casullo. De nuevo, dada la sofisticación de lo que sería “el mito populista”, pareciera que toda experiencia política que atestigüe la presencia de un líder fuerte, que simplifique lo complejo en términos narrativos para ganar elecciones y que llene una plaza pública con seguidores más que fieles, sería un caso de populismo. Creemos, en cambio, que esta labilidad conceptual terminaría por igualar procesos políticos que, más allá del signo político que se le puedan endilgar, muchas veces apuntan fuertemente a excluir legal y físicamente a sus alteridades (piénsese aquí en Trump y Le Pen con los inmigrantes, o el militarismo de Bolsonaro). Es cierto que la misma autora parece por momentos percatarse de que estos “populismos” reducen las fronteras del demos y son excluyentes -para la autora, de hecho, el líder brasileño es casi un “fascista”-. Sin embargo, esta última no es una cuestión meramente anecdótica: el llamado de estos dirigentes a la erradicación de sus enemigos de la comunidad política evoca más a otros procesos, muy cercanos a los totalitarismos. Dicho sin ambages: la equiparación de experiencias tan disímiles bajo el rotulo de populistas solo puede desembocar en un renunciamiento a la especificidad misma del fenómeno. No basta con evidenciar la construcción rígida de un adversario para caracterizar a un proceso político como populista.

Para concluir, creemos que esta propuesta del “mito populista” invita a mantener una serie de simplificaciones analíticas para pensar el populismo. Pese a no remitir explícitamente a consideraciones peyorativas del tema, el libro de Casullo termina recayendo en sentidos más comunes que, en principio, el texto pretendía evitar. La obra pareciera formular ‒en sus propios términos‒ una descripción mítica (simplificadora de lo complejo) del fenómeno, perdiendo fuerza el cometido de explorar su especificidad.

Indagar sobre dicha especificidad tal vez implique un desafío doble: primero, el de reflexionar con mayor énfasis acerca de aquello que consideramos que no es el populismo; y segundo, el de sumar esfuerzos en la tarea ‒que sabemos ardua‒ de desligar la descripción de nuestra propia valoración.


Resenhista

Cristian Acosta Olaya – Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios; Universidad Nacional de San Martín; Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Argentina. E-mail: [email protected]


Referências desta Resenha

CASULLO, María Esperanza. ¿Por qué funciona el populismo? El discurso que sabe construir explicaciones convincentes en un mundo en crisis. Buenos Aires: Siglo XXI, 2019. Resenha de: OLAYA, Cristian Acosta. Revista Pilquen. Sección Ciencias Sociales, v.23, n.4, p. 155-157, oct./dic. 2020. Acessar publicação original [DR/JF]

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