Trabalhadores / Esboços / 2015

Repensar el estudio de la clase obrera

“Sólo al tratar de comprender el pasado racionalmente

podemos transformarlo de una masa informe en una plataforma,

o derivar energía del mismo como un Anteo gigantesco

del contacto con su madre Tierra. La máxima que sólo un

involucramiento activo con el pasado puede desarrollar uma

correcta sensación por el pasado es verdad, como lo es a la

inversa, que sólo una familiaridad con el pasado puede darnos

un sentido correcto del presente. No podemos actuar sobre las

cosas que han pasado, pero ellas continúan actuando sobre

nosotros, el pasado y el presente se combinan para hacer el futuro”. [1]

V.G. Kiernan

Este dossier presenta un conjunto de artículos sobre trabajadores en América Latina y en Portugal. En ellos se trata de repensar una serie de problemas en torno a los estudios sobre trabajadores a partir de premisas comunes. En todos los casos el eje que los articula es el problema en torno a clase, género, cultura, politización y por ende conciencia social. Los diversos autores operan con una definición de “clase obrera” derivada, sobre todo, de los marxistas británicos. De ahí que consideren parte de la clase obrera a trabajadores agrícolas, empleados de call centers, comunidades de trabajadores, así como a obreros industriales. Asimismo, los autores consideran los estudios puntales como una ventana que sugiere, y muchas veces cuestiona, nuestras hipótesis historiográficas.

Los enfoques “desde abajo” aportados por los artículos de Mastrángelo, Raimundo y Pisani articulan clase con género para ir delineando las características de esa cultura obrera: Mastrángelo examina como un conflicto específico (la huelga de 1936 en Rio Cuarto, Argentina) revela esa cultura que abarca no sólo a los huelguistas sino también a sus compañeras destacando que las estructuras de sentimiento que la conforman abarcaban al colectivo social. Raimundo, por su parte, contribuye a este proceso comparando dos casos regionales: el de los trabajadores de la ciudad de La Plata con el más conocido y emblemático de los trabajadores de la ciudad de Córdoba. El resultado es más que interesante ya que sugiere que los procesos de politización obrera, que dieron surgimiento al fenómeno denominado “clasismo” en la década de 1970, encuentran sus raíces en patrones culturales comunes. A su vez, Alejandra Pisani utiliza la historia oral para rastrear las pautas culturales de una obrera en Tucumán. La historia de vida que se presenta demuestra que el proceso de politización es un emergente de una tradición obrera contestataria que, en este caso, se articula con una perspectiva de género para dar surgimiento a una conciencia de clase determinada.

Tan interesantes como los anteriores son los artículos de Igor Goicovic, José Benclowicz y João Carlos Louçao. Goicovic estudia la articulación entre los trabajadores agrícolas de una zona en Chile con organizaciones políticas de izquierda. Por su parte Benclowicz demuestra que las organizaciones de desempleados en Argentina, lejos de ser fenómenos radicalmente nuevos, se inscriben en la cultura de los gremios combativos, presentando una continuidad obrera más allá de la realidad de empleo. También Louçao al estudiar a los empleados de call centers en Portugal encuentra una fuerte lucha en torno a la hegemonía de las pautas culturales de estos “nuevos” trabajadores que “transforman el conflicto de clases en un juego de sombras”.

Los estudios anteriores, reunidos en este dossier, son representativos de un fenómeno mucho más amplio que está aconteciendo en los estudios sobre trabajadores. Estos revisten una particular importancia para los procesos históricos de sociedades como las del así llamado Tercer Mundo puesto que, en ese contexto, el movimiento obrero tuvo –y tiene aún hoy– un peso significativo en la estructura económica y social. Como bien señaló Kim Moody [2] hace ya muchos años: “Si bien en los países industrializados la cantidad de obreros como porcentaje de población descendió a partir de 1980, no es así en cuanto a números absolutos. Al mismo tiempo la cantidad de obreros en el Tercer Mundo aumentó considerablemente a partir de la industrialización acelerada de países como México, Brasil, China, India, Tailandia, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Indonesia, Vietnam.“ Esto conlleva a entender que la actividad desplegada por los trabajadores condicionó el desarrollo del capitalismo, aunque no como la clase obrera deseara. De hecho observamos, en el transcurso de su historia, una profunda interrelación entre acción colectiva, poder social, efectividad y conciencia política. Sobre el particular Ellen Meiksins Wood sostiene “…que los conflictos de clase han históricamente estructurado fuerzas políticas sin que necesariamente produzcan organizaciones políticas.” [3] Así, comprender la historia social de los últimos ciento cincuenta años prescindiendo de los trabajadores implica una deformación del proceso histórico nacional. En este sentido, es indudable que las transformaciones realizadas fueron producto de la articulación entre el accionar y el nivel de lucha de la clase obrera y el de otros sectores sociales.

A pesar de esto, un aspecto notable de las últimas décadas del siglo XX, es que la cantidad de estudios históricos que sobre los trabajadores ha sido relativamente escasa, sobre todo si la comparamos con otros temas dentro del contexto latinoamericano: como por ejemplo la historia colonial o la que hace énfasis en el período de la construcción de los estados nacionales. Más aún, se han estudiado golpes de Estado, ciudadanía, democracia, construcción de la nación, y otros temas con la casi total ausencia de los trabajadores. Recién en la primera década del siglo XXI es que ha crecido la cantidad de estudios históricos sobre trabajadores, protagonizados sobre todo por una nueva generación de estudiosos que han realizado nuevas preguntas y han desarrollado nuevas perspectivas en búsqueda de respuestas.

En gran medida, en América Latina, la modificación de esta actitud ha tenido que ver con el reconocimiento recibido por la obra de Daniel James publicada en 1988. [4] Si bien, varios historiadores se habían dedicado a la historia de los trabajadores y publicado en forma previa, muchos más lo han hecho a partir de ese momento. La característica principal de estos últimos es que son jóvenes, de manera que muchas de las investigaciones tienen que ver con tesis doctorales y primeras investigaciones.Esto es importante, puesto que no sólo muestra posibilidades de gran desarrollo, sino que esta historiografía concentra una serie de interrogantes, perspectivas y aproximaciones que pueden redituar en el futuro en importantes replanteos históricos. La virtud principal de estos estudios es hacerse una serie de preguntas profundas, cuyas respuestas (logradas o no) requieren obligadamente de la interacción con otras ciencias sociales desarrollando el potencial de aproximaciones innovadoras desde perspectivas interdisciplinarias.

Las preocupaciones que trasuntan las investigaciones recientes están entroncadas con el surgimiento y consolidación de una nueva historia social en el ámbito occidental desde la posguerra. A esto contribuyó –en forma decisiva– la renovación de la historiografía y la teoría social marxistas, desarrollada, sobre todo, en Gran Bretaña. En los escritos de esta nueva historiografía obrera se advierte la influencia de las concepciones de Edward P. Thompson, especialmente en lo que hace a su valorización del concepto de “experiencia” y a sus definiciones de clase y conciencia de clase. Este enfoque además se ha nutrido con el concepto de “estructura de sentimiento” de Raymond Williams. También se abasteció con las investigaciones sobre las situaciones políticas y discursivas en que aparecen y retroceden determinados “lenguajes de clase” de Gareth Stedman Jones y los estudios sobre “cultura popular” de Stuart Hall. [5]

Los planteos y sugerencias de la historiografía anglo-sajona han incidido en los estudios recientes sobre la clase obrera. La historiografía previa a 1980 contribuyó significativamente al conocimiento de la estructura de la clase obrera, de las formas de organización y lucha, y de lo que puede denominarse como el mundo político y sindical. Al mismo tiempo tendió a soslayar la experiencia viva y compleja de los trabajadores; su realidad cotidiana en los ámbitos de producción o vivienda; sus prácticas de lucha y de autoorganización. Por lo general se limitaron a indagar sólo sobre los trabajadores agremiados y en el análisis estructural de la sociedad. Asimismo, eludieron, o abordaron en forma superficial, el problema de la conciencia de clase. No es casual que se recurriera allí de una forma muy limitada y pobre a una metodología como lo es la historia oral que tanto puede aportar en la reconstrucción de las prácticas, creencias, sentimientos y proyectos pasados, individuales y colectivos, de los trabajadores. No pocos autores crearon y utilizaron fuentes orales en el tratamiento del movimiento obrero. Sin embargo, cuando lo hicieron fue en torno a la trayectoria de dirigentes sindicales, empresarios, militares o funcionarios; rara vez, centrados sobre activistas o trabajadores de base.

Es en este contexto, marcado por los alcances y límites de la bibliografía, donde debemos insertar el aporte de la nueva historiografía obrera sobre el período en cuestión, en la que la obra de Daniel James es su expresión más profunda debido al corte que ésta representó. Como hemos visto, estaban faltando investigaciones que pusieran como objeto de estudio las experiencias y creencias de los trabajadores, rescatando todos los matices de su práctica social. Se carecía de una literatura específica que abordara como preocupación principal la relación entre la lucha de clases y la experiencia obrera. Se había logrado avanzar en la indagación de los factores económicos y políticos que determinaron la situación del proletariado. Pero este análisis estructural debía ser complementado con otros aspectos vinculados a la cotidianidad de la clase obrera: su respuesta a la ofensiva patronal-estatal y las transformaciones ocurridas en el plano de su conciencia social y de su cultura política, lo cual conduce a reconsiderar la relación entre ésta y los diversos movimientos políticos.

La obra del investigador británico presentó un nuevo enfoque en la historiografía obrera; ella se articuló en torno al objetivo de reconstruir las prácticas, las percepciones y los discursos de los trabajadores, los cuales permitieron recrear a estos como un sujeto histórico colectivo. Es indudable, entonces, que la relevancia de la obra de James está fundada en algo más que en su aporte al conocimiento de un período puntual; este texto operó como legitimizador de toda una nueva y variada producción historiográfica y ha ampliado las posibilidades para la constitución de una nueva tradición interpretativa. De hecho, el libro terminó de instalar el debate acerca de cómo encarar el estudio sobre este sujeto social. Es por eso que su publicación fue señalada como un punto de inflexión en el desarrollo de esta temática. Esta nueva mirada permitió superponer, complementar y quebrar otros enfoques que analizaron a la clase obrera y al movimiento sindical en cada país. James había prestado cierta atención a las relaciones de fuerzas que intervinieron en el desenvolvimiento de la clase trabajadora. Los sujetos sociales, la lucha entablada entre ellos, y no las determinaciones estructurales o ideológicas, fueron los aspectos históricos por él privilegiados. Todo esto reclamó un aparato heurístico alternativo al utilizado tradicionalmente por los historiadores académicos, que se basara no sólo en documentación y archivos oficiales, sino también en fuentes escritas y orales recabadas entre activistas y trabajadores de base. La búsqueda, construcción y utilización de estos testimonios no oficiales, importante desde el punto de vista cualitativo, implicó la consolidación de esta práctica historiográfica innovadora.

James se basó en las categorías teóricas y analíticas de E.P. Thompson. El intento por establecer un balance de la obra y del itinerario historiográfico, teórico y político de Thompson tiene numerosos antecedentes; entre ellos, se destacan los diversos trabajos de Harvey J. Kaye, Meiksins Wood, William H. Sewell Jr., Pedro Benítez Martín y Markus Rediker (todos de disímil profundidad y calidad). A estos deben agregarse los escritos de otros grandes representantes de la intelectualidad marxista inglesa que evaluaron o debatieron la perspectiva metodológica, teórica e histórica del autor de La formación de la clase obrera en Inglaterra, como Perry Anderson, Eric Hobsbawm y Raphael Samuel. [6]

Los supuestos con los que Thompson construyó su contexto teórico son ya clásicos y han sido antes enunciados por autores como Hobsbawm, Anderson y él mismo. Lo que aquí nos interesa es que para éste último, la disciplina histórica sintetizaba pasado y futuro a través del compromiso con el presente, haciendo del sujeto histórico el centro de una indagación que emerge como fruto de ese marxismo ecléctico, más político que teórico, más romántico que racionalista. Lo más rescatable y útil para el historiador de la clase obrera es que Thompson intentó recuperar del olvido el problema de la subjetividad pretendiendo arrancar del marxismo la exuberante maleza del predeterminismo con un espíritu antidogmático ajeno a supuestos teóricos definidos a priori y que reclamó la necesidad de una lectura crítica hasta del propio Marx. Esto lo llevó a un desarrollo teórico que lo colocaba, por momentos, en los límites del propio materialismo histórico.

Dos de los conceptos centrales de la historiografía thompsoniana, los de “clase” y “lucha de clases”, le dieron una identidad propia a sus planteamientos y lo colocaron en el centro de fuertes polémicas teóricas. Frente a los que definían a las clases simplemente como efectos de relaciones económicoestructurales, Thompson recordaba el papel que la cultura, las formas de vida tradicionales y la propia conciencia ejercen en la definición de clase. De ahí es que le dé un peso a este último elemento, cuando sostenía: “una clase no puede existir sin algún tipo de conciencia de sí”. Aquí rescatamos una observación que ya formulara Perry Anderson: el progresivo “culturalismo” que lleva implícita una concepción que cree que la formación de clases es independiente de determinantes objetivos. Thompson nunca aceptó esta acusación y negó que de su obra pudiera surgir la idea que “clase puede definirse simplemente como una formulación cultural”.

Thompson es mucho menos importante por las respuestas que ofreció que por el hecho de que nos obligó a repensar la historia obrera desde una perspectiva innovadora que implicó nuevas hipótesis y también el recurrir a la construcción de nuevas fuentes documentales. En cuanto a la Historia, nos obligó a repensar el concepto heredado del siglo XIX y fue capaz de proponernos, desde su posición comunista y radical, nuevas vías de análisis en, al menos, cuatro direcciones: 1) en el análisis de la lucha de clases; 2) en su concepción de la ‘Historia desde abajo’; 3) en la recuperación de la tradición radical; 4) en la denuncia de todo proceso histórico supuestamente guiado y orientado hacia un progreso ininterrumpido. Inclusive, planteó algo que es particularmente relevante: imaginó a su lector medio como fuera del mundo académico por lo que su historia tuvo ecos insospechados y gozó de una gran relevancia para el activismo de izquierda inglés.

La conceptualización y la obra de Thompson, sin embargo, tuvo múltiples lecturas y ellas mismas presentaron tensiones, contradicciones y problemas irresueltos. Si bien nunca dejó de sostener que las relaciones de producción tienen un papel definitorio en la vida social y que la experiencia de clase está ampliamente determinada por esas relaciones, también es cierto que llegó a plantear, en función de romper con las tendencias ultradeterministas (como la de Althusser) que la clase obrera es una formación tanto cultural como económica, siendo imposible dar alguna prioridad teórica a un aspecto sobre otro. En esta última concepción se apoyaron no pocos historiadores que plantearon nuevos condicionantes y problemas (características de la “vida cotidiana”, cultura, elementos discursivos y simbólicos, uso del tiempo libre, identidades étnicas, de comunidad, de género y otros), desjerarquizando su importancia. Plantearon que la identidad de los trabajadores podía aparecer como descentrada del mundo laboral y podía ser reconsiderada a partir de las condiciones de la vida material que asimilan a los asalariados a otros grupos y sectores. De esta forma, extendieron con tanto empeño las fronteras del estudio de los trabajadores por fuera del universo productivo que acabaron por disolver la categoría de clase obrera en otras, tal como la de “sectores populares urbanos”.

En algunos trabajos que reivindican la perspectiva teórica plasmada por Thompson, se establece un nexo de causalidad entre las innovaciones que suponen el estudio de la clase obrera a través de su concepto de experiencia y el “fracaso del paradigma leninista” en las interpretaciones del movimiento obrero. [7] En verdad, gran parte de los esfuerzos de Thompson se dirigieron a estudiar cómo una clase, a través de la autoidentificación de sus miembros en lucha contra otra clase, se conforma en un sujeto colectivo real. Hay más vínculos entre la concepción de Thompson y el “paradigma leninista”, que entre el primero y el que intenta disolver a la clase en fragmentos condicionados por disímiles situaciones de la “vida cotidiana” o de la cultura. Los dos primeros son intentos de dar cuenta de cómo se construye una clase como fenómeno unitario, el último es un enfoque que apunta a su disolución.

Definir el término “clase” es de por si complejo y ha sido tema de numerosos debates. Para los autores de este Dossier la existencia de las clases sociales es algo real, tangible y vivenciable, más allá de las diferencias culturales o históricas de una nación a otra. La existencia del capitalismo como tal define la existencia de una clase obrera. En este sentido, la clase se define por su relación con los medios de producción. Pero esta relación no es estática, sino dinámica. Un obrero no deja de ser tal automáticamente cuando abandona la fábrica, como bien demuestra Benclowicz. Por el contrario, como señala Pisani, mantiene criterios culturales, solidaridades, aspiraciones y relaciones sociales que tienen que ver con su historia pasada. Lo mismo podemos decir de su familia; si bien los hijos pueden no trabajar sí se encuentran dentro de la clase obrera. Lo concreto es que la definición de clase no es un problema individual, sino colectivo definido por experiencias comunes gestadas a través de las relaciones sociales de producción, por lo tanto la unidad mínima analítica es la familia. [8] Al ser dinámica la relación, implica que los límites en la que los grupos de seres humanos dejan de pertenecer a una clase para convertirse en otra sean difusos, pero no por eso menos existentes.

Parte del problema es la riqueza del fenómeno social que se trata de aprehender y el cómo delimitar el sujeto. Por ejemplo, en las investigaciones de este Dossier, la clase obrera incluye no sólo a los obreros industriales, sino también a los de la construcción, la minería, a los rurales, así como a los desempleados, todos cuyas relaciones sociales de producción son similares. Pero no nos limitamos sólo al proletariado, el estudio también abarca a los trabajadores asalariados no obreros, como por ejemplo a sus familias y a los empleados de los de los call centers. Esto lo consideramos así por tres razones básicas. Primero, porque en el comportamiento social, si bien el proletariado es aislable, en general no actúa y se organiza en forma aislada. Si bien hay varios casos de gremios que agrupan sólo a empleados, muchos de los gremios “de servicios” incluyen sectores de obreros industriales. Asimismo, varios sindicatos “industriales” también organizan a los empleados en esa rama de la industria. Casi todos los gremios estatales abarcan ambos sectores.

Pero además de esta razón existen dos más que están interrelacionadas. La primera es que el capitalismo en sí es un fenómeno histórico dinámico cuyas transformaciones constantes también modifican las estructuras sociales. Aunque las relaciones sociales de producción y lo que producen, son diferentes, empleados y proletarios se encuentran cotidianamente sujetos a los criterios de producción capitalista. En este sentido, a partir de 1945, lentamente grandes sectores de empleados se han “proletarizado” y desarrollado pautas sociales y organizativas acordes. El taylorismo, la productividad, la racionalización y los equipos “a la japonesa” se aplican hoy en día en fábricas y en oficinas generando condiciones que tienden a unir empleados y obreros en experiencia. La segunda razón, es que uno de los resultados más importantes del desarrollo del capitalismo en los últimos años ha sido que la diferenciación entre la vida de un empleado y la de un obrero se ha convertido en cada vez menor. El empleado no sólo ha perdido cosas intangibles, pero reales, como prestigio social sino que se ha visto obligado a compartir pautas de sectores proletarios: vecindarios, ámbitos de sociabilización, estilo de vestimentas, entre otras características, a un nivel mayor que en las décadas pasadas. Todo lo anterior no significa que se han borrado las diferencias sociales entre ambos sectores sociales. Estas siguen existiendo y las impone la realidad laboral de cada uno. Y esta no es una distinción banal o meramente analítica, es una distinción vivencial que hacen los propios obreros y empleados. Por todo esto, si bien diferenciamos entre proletarios y trabajadores asalariados, nuestras investigaciones deben tomar a ambos en cuenta y relacionarlos tal como ocurre en la vida real.

De esta manera nos encontramos ante un problema similar con el que se enfrentó hace más de medio siglo Richard Hoggart: “Las personas que recuerdo aún conservan la sensación de pertenecer a un grupo propio […] Sienten que son ‘clase obrera’ en gustos y costumbres, en que ‘pertenecen a ella’. Esta distinción no resulta muy exacta, pero es importante […] No es fácil distinguir a los trabajadores del resto por la cantidad de dinero que ganan, ya que hay una enorme variación de jornales entre la clase obrera. […] Tratar de aislar a la clase obrera, grosso modo, no implica que no exista gran número de diferencias, matices y distinciones de clase dentro del mismo grupo. […] Es posible, por tanto, generalizar, sin que esto implique que toda la clase obrera coincide en actitudes o creencias respecto al matrimonio o la religión; por otra parte, no hay manera de analizar una cultura sino a través de las constantes de la uniformidad”.[9] Nuestras dificultades teóricas y metodológicas, las insuficiencias de las herramientas para el análisis, no justifican el descartar el concepto de “clase” como una categoría poderosa para el investigador, más allá de sus problemas y complejidades para aprehender un fenómeno social dinámico, cambiante y también complejo. De hecho, hasta el día de hoy es la herramienta teórica que mejor lo describe. En este sentido, los investigadores de este Dossier no comparten los criterios de los que diluyen la cuestión de clase como a aquellos que la convierten en un fetiche.

Por último, debemos aclarar que, a pesar del pensamiento positivista, cada fenómeno histórico no sólo se presta a distintas lecturas sino que puede tener múltiples resultados. La actividad del ser humano no sólo es compleja sino que tiende a plantear soluciones a problemas concretos. Lejos de visiones teleológicas, tratamos de rastrear un proceso histórico rico y contradictorio en búsqueda de las claves no sólo de su desarrollo sino de los desarrollos futuros. Por lo tanto la clase –como protagonista y como objeto/sujeto de estudio– está integrada por el obrero que trabaja y el que se encuentra desocupado y sus familias. La historia social de la clase incluye estudiar a sus hombres y mujeres (nunca hay que perder de vista que también hay obreras mujeres), la familia, la comunidad, la cultura, su ideología, sus identidades políticas. De ahí la importancia de estudiar la cultura, las identidades, redes relacionales, la solidaridad de clase y cómo se manifiesta ésta. En este sentido, se trata de demostrar que en la actividad de los obreros no actúa sólo lo económico sino que están motivados por ideas y valores desarrollados a partir de la totalidad de la experiencia.

Si bien los estudios históricos del período están en un interesante desarrollo que hace complejo definir con precisión tendencias y trayectorias, sí han surgido toda una serie de problemáticas que constituyen líneas de investigación a profundizar. Por ejemplo, temas tales como la conciencia de los trabajadores; su posible autonomía de clase; la articulación entre cultura, conciencia y política; el control obrero de la producción y el surgimiento de formas alternativas de organización. Al mismo tiempo han surgido planteos riquísimos e importantes, como por ejemplo qué constituye la lucha de clases. Así han surgido una serie de interrogantes cuyas respuestas son por demás complejas y que van dando lugar a esquemas analíticos e interpretaciones; todos a ser debatidos. Por ejemplo, ¿siempre lucha la clase obrera? Depende de qué se quiere decir con “lucha”. Si se entienden por esto batallas campales, puño en alto, con contenido implícitamente revolucionario es evidente que no. Pero si por lucha se entiende toda aquella actividad (económica, social, cultural y política) que al definir la cohesión de una clase la contrapone a otra(s), entonces sí. Es en esta conflictividad obrero-patronal que se forja una experiencia cotidiana dialéctica que hace al movimiento de la historia de los trabajadores. Similares apreciaciones se pueden problematizar sobre el tema de la conciencia. ¿Siempre son conscientes los trabajadores? Una vez más: depende de como se enfoque el tema. Si la conciencia es vista como un progreso lineal positivista hacia un ideario predeterminado, entonces no. Pero tampoco se la puede ver como algo estancado, si no más bien como algo en permanente movimiento, con altibajos, latencia y explosiones, y en referencia permanente a otras clases sociales. Todo esto implica que la historia obrera –observada en movimiento– debe lograr una cuidadosa, y difícil, articulación entre las relaciones de producción y la cultura.

Notas

1. KIERNAN, V.G., “Notes on Marxism in 1968”; en Ralph Miliband y John Saville, eds. The Socialist Register 1968 (Londres, 1968), p. 182. La cita original es: “It is only by trying to comprehend the past rationally that we can transform it from a shapeless mass into a platform, or draw energy from it like the giant Antaeus from contact with his mother Earth. The maxim that only active involvement in the present can develop the right sense of touch for the past is a true one, but so is the converse, that only familiarity with the past can impart the right touch for the present. We cannot act on things gone by, but they continue to act on us, and past and present combine to make the future”.

2. MOODY, Kim Workers In A Lean World.Unions In The International Economy. London: Verso Books, 1997. Pg. 186

3. WOOD, Ellen Meiksins. The retreat from class. A new ‘true’ socialism. Londres: Verso, 1986, p.97.

4. JAMES, Daniel. Resistance and Integration. Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976. London: Cambridge University Press, 1988.

5. Una visión de la historiografía marxista inglesa en Harvey J. Kaye. Los historiadores marxistas británicos. Un análisis introductorio. Zaragoza: Universidad, Prensas Universitarias, 1989. También véase: THOMPSON, Edward P.: La formación de la clase obrera en Inglaterra. Barcelona: Crítica, 1984; Raymond Williams. Marxismo y Literatura. Barcelona: Península, 1980; Gareth Stedman Jones. Lenguajes de clase. Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa (1832-1982). Madrid: Siglo XXI, 1989; Stuart Hall: “Notas sobre la deconstrucción de ‘lo popular’”; en Raphael Samuel (ed.). Historia Popular y Teoría Socialista. Barcelona: Crítica, 1984.

6. PALMER, Bryan. E.P. Thompson. Objections and Oppositions London: Verso Books,1994.

7. CANGIANO, María Cecilia, “Pensando a los trabajadores: la historiografía obrera contemporánea. Argentina entre el dogmatismo y la innovación”; Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” No. 8, (Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 3ra serie, 2do semestre de 1993). Mirta Zaida Lobato y Juan Suriano. “Trabajadores y movimiento obrero: entre la crisis de los paradigmas y la profesionalización del historiador”; Entrepasados, Revista de Historia, Año III, Nº 4-5, fines de 1993. Según Cangiano, la aparición del libro de James, Resistencia e integración. La clase obrera y el peronismo, 1945-1976 (sic), no puede explicarse sin “el fracaso y la derrota del proyecto revolucionario marxista leninista de los años setenta” en Latinoamérica (pág.118). Sin embargo, la autora no expone ninguna prueba para avalar esta hipótesis explicativa sobre la génesis y el contexto en el que surge la obra de James. Suriano-Lobato encuentran retrospectivamente un aval a su planteo de la imposibilidad de compaginar el análisis de la lucha de clases con el tradicional “paradigma leninista”: es una cita de Federico Engels de 1895, referida a las dificultades en torno a las esperanzas revolucionarias y los resultados concretos.

8. SWEEZY, Véase Paul. “La clase dirigente norteamericana”, en Paul Sweezy. Capitalismo e imperialismo norteamericano. Buenos Aires: Merayo Editor, 1973. Este artículo fue publicado originalmente por Monthly Review en mayo y junio de 1951. Allí expresa: “La unidad fundamental de integración de una clase es la familia y no el individuo. La prueba de ello es sencillamente que cada uno nace dentro de una determinada clase, la clase a la cual pertenece su familia. […] El nouveau riche nunca es plenamente aceptado en su flamante ubicación social y el hombre que pierde su posición nunca llega a aceptar totalmente la variante. Son solo las familias las que en cada caso, y con el correr del tiempo, realizan el ajuste.”

9. HOGGART, Richard. La cultura obrera en la sociedad de masas. México: Grijalbo, 1990, pp. 30-33

Pablo Pozzi – (UBA). Organizador.

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[DR]

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