Yo mi hermano | Juan Mihovilovich

En la recurrida y siempre actual Historia de la locura (1964) de Foucault se cuenta cómo aquellos seres considerados orates fueron, en más de una oportunidad, disidentes, presos políticos, personajes que por un enrevesado camino llegaron a fragmentar estructuras de poder. Este −el poder− sería, en consecuencia, la plomada justiciera que decide quién está en lo cierto, quién es funcional a los engranajes de la vida. También se habla allí de la famosa Stultifera Navis donde los dementes eran embarcados para enfrentar sin piloto el destino incierto de las marejadas, un porvenir donde solo el azar podría entregar el veredicto último. Alusión a la obra de Sebastian Brant y por cierto, al célebre cuadro de El Bosco.

Quizás navegar por ese rumbo es el que nos ofrece Juan Mihovilovich en esta nueva entrega titulada Yo mi hermano, editada por LOM. Digo esto, porque sus páginas nos conducen por los laberintos mentales del hermano sumido en el sueño de la locura, que también por ventura, alberga las islas de la lucidez; todo esto en una prosa rayana en el monólogo dramático. De hecho, parece una novela muy adaptable a la estructura teatral, pero que conserva ese ritmo atrapante que ha deambulado por la mente de todos nosotros: el puente −por momentos sólido, a veces inestable o inexistente− que separa lo que somos de quien creemos ser.

El gran poeta alemán Heinrich Heine sostiene: “La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca”. Y es que escribir requiere de una dosis de enajenamiento, apelando a la etimología: hacerse ajeno, dejar de ser uno, ser el otro.

En este caso la novela alberga un grito, un diálogo con el abismo muy cercano a la caída libre y por supuesto, la apuesta por lo simbólico. Hay una larga tradición literaria donde la locura opera como sátira moral, pero en este caso, es la celda donde se encuentra encerrada la reflexión de un alma atormentada.

En Yo mi hermano, el relato divaga por la ciudad de la infancia, por la historia familiar, el hallazgo de una sexualidad desbocada y por el halo inconfundible de una crueldad primera, donde la muerte y el sufrimiento operan como circunstancias cotidianas. El decadente Río de las Minas con su lastimera lágrima negra, estancado en hielo, donde el protagonista casi muere congelado, debido a la tonta travesura del hermano.

Juan ya nos había convencido en una anterior aventura novelesca que la locura es contagiosa, pero esta vez lo hace a través de un abordaje retrospectivo, anclado en una memoria para nada difusa, siempre presente, para quien el dolor es más grande que un océano, en la conciencia culpabilizadora del hermano que no ha crecido en el derrotero tradicional de las emociones:

Ya lo sé. No me critiques antes de tiempo. Te reitero: no hay peor intento que una definición personal. Sé que lo compartes. Decir que no soy ni esto ni aquello en una aproximación ridícula a la idea de Dios, de su negación, de su misterio, del mío, del tuyo, del nuestro, en suma. No tengo ninguna habilidad especial para enfrentarme con el inapropiado sentido de vivir. Podría jugar con las palabras, como lo hemos hecho hasta ahora. Jugar y proponer alguna media de lo que somos y pretendemos, pero ya imaginarlo me parece artificioso. (Mihovilovich, 2015, p.105)

De esta manera, los infiernos cotidianos que nos ofrece el recuerdo, son también una revisión accidentada y nerviosa a los espejismos que nos ofrece la memoria. ¿Y si toda la escritura de Juan Mihovilovich no partiera de esa premisa? ¿O toda la literatura es una especie de recuerdo encapsulado? ¿Una puñalada artera a cualquier andamiaje que se pueda edificar en torno a la verdad? Todo aquello que en formatos de escritura psicológica o por salidas absolutamente burlescas nos enseñó la literatura rusa desde Tolstoi hasta Gogol, desde Dostoyevski hasta Bulgarov o Piniak.

Kipling dice que el escritor está llamado a hacer la fábula, pero no la moraleja. Quizás la moraleja que nos plantea el novelista es la conciencia escritural derruida, la certeza de la caída de la condición humana, la necesidad de la redención. Un géminis o más bien la sublimación de su némesis, porque el narrador proyecta el holograma de su alma en su hermano, no a la manera de una reproducción mecánica sino como una marioneta esperpéntica de Valle Inclán.

Quizás sea la única novela del autor que he leído hasta ahora, donde la culpa se susurra como un río sigiloso que se desliza entre sus líneas, una especie de confesión, aunque sin dejar de lado las alegorías propias del histrión y del interrogador. Estamos ante todo, frente a una novela de impecable factura, asertiva, una eficaz revisión al rumor de las sombras, aquellas que deambulan presurosas por los mundos del sinsentido, trabajadas desde la polifonía y el desdoblamiento, porque cada vez que alzamos la voz queremos acallar voces interiores.

Quieran estas urgentes y fugitivas palabras ser una invitación a su lectura, aunque como dice Quevedo: “Dios te libre lector de los prólogos largos”.

El navío de peregrinación, la Stultifera Navis que nos ofrece Juan Mihovilovich es nada menos que un fragmento de su propia historia como hombre y escritor, no a la manera de quien intenta diluir intencionadamente las fronteras sinuosas entre la biografía y la carretera de la ficción, sino abriendo la casa de su alma al eco de una voz profunda, la del hermano sumido entre la caverna y el precipicio, al recuerdo que asoma siempre entre los matorrales para comunicarnos aquella verdad desgarradora.


Resenhista

Óscar Barrientos Bradasic – Universidad de Magallanes.


Referências desta Resenha

MIHOVILOVICH, Juan. Yo mi hermano. Santiago de Chile: LOM Ediciones, 2015. Resenha de: BRADASIC, Óscar Barrientos. Sophia Austral. Punta Arenas, n. 15, p. 120-121, 1º semestre, 2015. Acessar publicação original [DR]

 

 

CHÁVEZ Juan Manuel (Aut), Latinos y otros peregrinos (T), Cuatro ciudades (T), Editorial San Marcos (E), QUANDT Christiane (Res), Sophia Austral (SAr), América-, Europa-

El autor peruano Juan Manuel Chávez (Lima, 1976) escribe narrativa, ensayo y periodismo. Mientras que sus novelas parecen estar aproximándose a un estilo muy particular, sus publicaciones de ensayo y periodismo, esencialmente Limanerías (2012) y Latinos y otros peregrinos (2013), tienen una diferente sofisticación en su composición; se leen como comentarios de un autor, como notas (de viaje) entre la construcción y el documento, “con el objeto de entender un hábito” (p. 16) como indica en Latinos. Este libro se instala en la firme tradición de escritura latinoamericana que recibe el nombre de crónica de viaje, y se dirige tanto a un público académico como a los “profanos” interesados.

El narrador de Latinos se coloca en la posición de un observador peregrino que, en un nivel tanto emocional-estético como intelectual-analítico, describe y comenta sus observaciones recorriendo Europa y América Latina como en un diario de viaje. Aquí, el nivel emocional-estético tiene un papel doble, ya que cada capítulo es precedido por una fotografía (que no siempre está del todo conectada con el periplo que se relata); aunque no solo por medio de las propias imágenes, sino también por las citas tomadas de enciclopedias canónicas, que figuran en el reverso de estas tomas). Así, además de un sorprendente libro dentro del libro, el lector encuentra una cierta hibridez o collage de fragmentos artísticamente combinados que, en su totalidad, provocan incertidumbres y preguntas.

Como entrada del libro, se nos presenta una Antepalabra que postula la renuncia del Papa Benedicto XVI en el año 2013 como aspecto extra-literario del texto. Tanto la Presentación del libro como los epígrafes de Susan Sontag y John Banville se refieren a los elementos mediales de la obra: palabra y fotografía. Las reflexiones de Sontag acerca del medio fotográfico sirven de base para fundamentar el entrelazamiento de imagen, texto y cita, de tal modo que se perciben las primeras como “perspectiva gráfica de una opinión” (p. 16). También las citas de la Enciclopedia Universal Ilustrada, de Encyclopaedia Britannica y del Gran Larousse Universal se explican aquí. La aparente objetividad de las enciclopedias europeas, siendo contrastadas unas con las otras y comentadas irónicamente, se revela, poco a poco, como no tan fiable. Las lagunas y el desequilibrio de aquello que consideramos estar almacenado como Saber global, se revelan en más de una ocasión. A pesar de que la estructura híbrida pueda confundir a primera vista, con mayor atención (es un libro entretenido que, a su vez, exige su lector) el texto muestra su intención crítica.

Con la foto de un relieve del Vaticano y una vasta cantidad de saber enciclopédico, el primer capítulo nos conduce a Roma. Impresiones personales y emblemáticas, intercaladas de referencias a la actualidad, además de la permanente referencia evocativa a la patria nos dan la bienvenida. Ya desde el principio se muestra la dimensión personal que posiciona al texto en las fronteras del experimento intermedial, el documento y la ficción. Las estaciones del viaje son marcadas por la ubicación de la voz que narra, que habla desde distintos lugares y tiempos. La voz viaja de Roma a Ravenna, a Misano Adriático, a Rimini, a Florencia, merodea por Valencia, y vuelve a Florencia y a Roma. No es por casualidad que el viaje tenga lugar durante Semana Santa, ya que el narrador se plantea la cuestión de su propia fe, justamente en el centro del catolicismo que es el Vaticano.

Las fotografías entre los capítulos sirven de marcas geográficas emocionales y asociativas; mientras que todos los capítulos tienen su fecha en una semana santa, siguiendo su lectura, el lector intuye que no todo el relato ocurre durante el mismo año. Esta fiesta, tan cristiana, desencadena las conexiones que hacen coherente, por ejemplo, la foto del obelisco que conmemora la Batalla de Ayacucho de 1824, en Perú. Mientras que las primeras fotografías ilustran el lugar de enunciación, esa imagen, y unas cuantas más, rompe con la regla. Y al reverso de la foto se descubre, de forma reveladora, una tremenda laguna en las enciclopedias del “mundo” que el autor otra vez trascribe y contrasta: poco se menciona de la batalla de independencia, y, cosa mucho más desconcertante, nada sobre la historia de Sendero Luminoso y la horrorosa violencia de los senderistas y contra ellos que empezó en el departamento de Ayacucho. Aquí se revela la chocante asimetría del saber canónico de Occidente. Tres grandes enciclopedias brillan por tanta ignorancia. Este vacío se muestra por medio de la estrategia de collage, ya que el texto del viajero, naturalmente asociativo, se contrasta con la imagen y el conjunto de citas enciclopédicas.

El contraste se refleja también en el propio narrador durante una audiencia con el Papa Benedicto XVI, en medio de lluvia y frío. Joseph Ratzinger, para él, está fuera del tiempo, es un vestigio de un pasado de Inquisición, misas en latín y falta de humor. Aunque es humor lo que no le falta al narrador, en particular cuando hace referencia a las peculiaridades del entonces Pontífice al final de su descripción de la audiencia papal: “[A]l mal tiempo, Benedicto XVI no le puso buena cara, solo la cara que tiene desde joven […]” (p. 105). Este es el momento en que queda claro cómo la renuncia del Papa puede finalizar el texto; el atardecer europeo corresponde al sol pálido de Lima.

La partida desencantada a la patria luego de la eucaristía rechazada, es como una partida hacia un futuro incierto y sin mucho brillo, pero mucho más realista que la misa pascual del Vaticano en plena lluvia.

Pero el viaje de los Latinos y otros peregrinos no termina todavía. La publicación lleva adjunto un librillo en tamaño y forma de pasaporte, bajo el nombre Cuatro ciudades, sus tantos imaginarios y un escritor con su cámara. Este presenta un polo opuesto a los Latinos, literalmente eurocéntricos. Cuatro ciudades se compone de cuatro textos breves, que se siguen sin fotografías intercaladas. La parte final, titulada Equipaje fotográfico, se complementa también con fotos. Aquí no hay rupturas entre los lugares narrados y fotografiados: Valparaíso, Cartagena de Indias, Cuenca (en Ecuador) y, finalmente, el querido Cusco se colocan en escena en palabra e imagen. Ya en las primeras páginas, el narrador parece mucho más cercano a los lugares y a las imágenes. Se crea una intimidad de la que Peregrinos carece casi totalmente —aquí no se narra la Europa lejana y fría, sino Nuestra América—. Las imágenes resuenan en las íntimas frases del narrador que hablan de la angustia del primer viaje al extranjero, la cual se mezcla con la rara sensación de lo propio y lo conocido durante su primer viaje a Chile. Tomando posición para con Europa, el texto muestra un constante cariño por la diversidad de América Latina.

Con todo su entusiasmo por lo propio, el narrador es consciente de su idealización; un entusiasmo que es apoyado por el conocimiento de la hibridez de los lugares visitados y, al mismo tiempo, colocado en jaque. Finalmente se construye el puente hacia Europa, hacia Peregrinos y hacia la reflexión acerca del viajar y acerca del escribir como viaje.

Cuanto más profundamente el lector entra en el texto, tanto mayor el número de niveles que se abren. Se erigen preguntas y repreguntas acerca de temas como la nacionalidad, la religión, la relación con el (y lo) otro y la relación entre texto e imagen, que según la perspectiva se desdoblan de forma distinta. Ambas publicaciones miran a la vieja Europa con bastante escepticismo, mientras que la mirada hacia el propio continente “mágico” está llena de amor y cariño.

Así, el eje de estas publicaciones no está solamente en el estilo personal ni en su apuesta por una sencilla complejidad; sino en lo emotivo. De forma asociativa y espontánea, con una base firme de saber histórico y cultural, Latinos y otros peregrinos, en conjunto con Cuatro Ciudades, se revela como una variación sobre religión e identidad de un latino viajante entre el continente americano y el europeo; pero guiado por una mirada individual y emocional que incluye al lector.

Vale la pena este querido librito que amplía la mirada (no solo europea) y da una perspectiva latina. Por lo híbrido e intermedial del texto, convergen varios niveles que se complementan y que nos hacen reflexionar sobre lo que pensábamos que era el “Saber” europeo, canónico y absoluto. Además, nos produce mayor curiosidad acerca de aquello que podemos esperar de América Latina, que coloca en jaque a la creencia eurocéntrica de nuestra superioridad. Quizá Latinos y otros peregrinos es una forma de jaque mate.

Es singular que la elección del actual Papa, el argentino Francisco, parece ilustrar en el mundo extraliterario la imagen del atardecer en Europa, que da paso al día en la América de Latinos y otros peregrinos. Posiblemente este signo polisémico finaliza el texto en el mundo extraliterario: ahora América Latina es Papa.


Resenhista

Christiane Quandt – Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Freie Universität Berlin.


Referências desta Resenha

CHÁVEZ, Juan Manuel. Latinos y otros peregrinos; Cuatro ciudades. Lima: Editorial San Marcos, 2013. Colección Ágora. Resenha de: QUANDT, Christiane. Sophia Austral. Punta Arenas, n. 17, p. 75-77, 1º semestre, 2016. Acessar publicação original [DR]

 

 

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