Arqueología y Sociedad. Luis Guillermo Lumbreras – CARRÉ; Del ÁQUILA (C-RAC)

CARRÉ, Enrique González; Del ÁGUILA, Carlos. Arqueología y Sociedad. Luis Guillermo Lumbreras. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Museo Nacional de Arqueología y Antropología, INDEA, 2005. 320p. Resenha de: IBÁÑEZ, Francisco Gallardo. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.38 n.1, p.150-151, jun. 2006.

Este libro reúne diversos textos sobre teoría y método en arqueología publicados con anterioridad. Su introducción es confesional, auténtica y autocrítica. En ella, Lumbreras describe con sinceridad su propio desarrollo político e intelectual, en especial aquel referido al marxismo y la arqueología. Hay importantes pasajes en la nota introductoria y otros ensayos donde expone su permanente incomodidad con el concepto de cultura que, luego de haber suscrito la propuesta de Felipe Bate, opta ahora por su abandono en beneficio de una categoría instrumental: la unidad arqueológica socialmente significativa (Bate 1978:37-38). El título del libro no es casual, nos habla sin rodeos de su rechazo sobre tal concepto.

En mi opinión, los libros son buenos por las ideas nuevas que promueven o por las polémicas que provocan. Este libro como otros del Profesor Lumbreras satisface ambos requerimientos. Para quienes no lo conocen, hay que decir que su categoría de Profesor le viene de una cualidad única y personal, es acogedor, con mucha experiencia en el oficio, sabe escuchar y no pierde ocasión para animar el debate. Algo que como él sabe bien, yo tampoco puedo evitar. En particular, si el tema es la arqueología, la cultura y la concepción materialista de la historia (rótulo acuñado por Engels luego de la muerte de Marx). Su abandono del concepto de cultura no es un capricho, sino un acto que arroja sobre la mesa el viejo dilema de ¿qué es la realidad?, asunto que para nosotros los “marxistas leninistas” (como gustaba llamarnos el general), es una oferta que no podemos rechazar.

En este campo de problemas, es imposible escribir sin aludir a la arqueología social, de la cual soy un simpatizante, pero no un militante. En lo medular estaré siempre de acuerdo con sus promotores, pues todos hemos leído a Marx, Engels y Lenin; creemos que “la explotación del hombre por el hombre” es un hecho injusto y vergonzoso; participado en movimientos revolucionarios durante el siglo XX; sufrido la persecución derechista casi tanto como hemos vivido y en lo general lucimos bastante saludables, pero estoy convencido que en esta corriente algo anda mal, pues es evidente que existe un desequilibrio de proporciones entre las innumerables proposiciones y los escasos resultados, cuestión que debería hacernos sospechar que es probable haya un muerto en el ropero. Sin embargo, sería poco honesto no reconocer la contribución de Felipe Bate (1978), en cuanto a que la cultura no es más que la expresión fenoménica de una formación social. Este fue el segundo punto de inflexión en este movimiento intelectual, el primero y originario: La Arqueología como Ciencia Social (Lumbreras 1974).

Apariencia y Esencia, Cultura e Infraestructura

Respecto al concepto de realidad, podemos decir que es algo que se presenta ante los sujetos como el campo donde ejercen su actividad práctico sensible y sobre la cual surge la intuición práctica inmediata de ella (ver Kosik 1967). En el mundo de las relaciones efectivas entre las personas sean estas de carácter formal o informal, profanas o sagradas, económicas o artísticas, es que cultivamos y maduramos nuestra conciencia ordinaria del mundo, el sentido común y el conocimiento. Este conjunto de prácticas humanas y significados, que es particular y concreta a un lugar, una época y una historia, es lo que hace distintivo a un pueblo de otro. Básicamente es a esto lo que -con mayor o menor fortuna- apuntan las definiciones de cultura en antropología, normas y valores, saberes y prácticas que pertenecen al reino del fenómeno o las apariencias, al mundo sensible y significativo en el que vivimos todos, nosotros y los otros, los del presente y los del pasado.

El registro arqueológico no es más que el resultado intencional (la manufactura de un instrumento de trabajo) y no intencional (el mismo instrumento, pero extraviado) de este conjunto de prácticas que atribuimos al mundo fenoménico, superestructural o cultural. Para el marxismo, descontado aquel naturalista ingenuo propio de Bujarin y Plejanov, la realidad es concebida como un claroscuro de verdad y engaño:

Su elemento propio es el doble sentido. El fenómeno muestra la esencia y, al mismo tiempo, la oculta. La esencia se manifiesta en el fenómeno, pero sólo de manera inadecuada […] El fenómeno indica algo que no es el mismo, y existe sólo gracias a su contrario (Kosik 1967:27).

Este mundo superestructural de lo vivido y experimentado tiene sus propias reglas (desde las tecnologías de producción cerámica a la decoración de la cestería, desde las formas de cooperación productiva a los protocolos de un jefe de Estado), pero estas reglas sólo pueden ser comprendidas en tanto revelamos su esencia o estructura. En este sentido, el marxismo es un tipo de estructuralismo (Lévi Strauss lo dijo con propiedad), pues distingue con claridad la diferencia entre fenómeno y esencia, entre representación y concepto, entre movios

miento visible y movimiento real interno, entre superestructura e infraestructura. Ambos aspectos constitutivos están contenidos en el mundo de lo real, pero sólo a través del análisis es que podemos capturar la esencia de las cosas, el concepto que le corresponde, su movimiento real interno, su infraestructura. De aquí que Marx haya tenido el cuidado de prevenir a sus lectores en el primer Prólogo de su obra El Capital.

Dos palabras para evitar posible equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas (Marx 1987:8).

El Profesor Lumbreras lleva razón al afirmar que los contextos arqueológicos son el producto de acciones sociales concretas:

Los restos arqueológicos organizados en contextos determinados constituyen unidades arqueológicas socialmente significativas, que no son otra cosa que testimonios de eso: actividades de individuos o grupos de personas cuyos actos -de orden social o humano- dejaron testimonios materiales cognoscibles (p. 73).

Sin embargo, para respetar en sentido estricto la fórmula de Marx (al menos como yo la entiendo), tales contextos no son más que el resultado de las acciones de los sujetos en el mundo de lo sensible, lo vivido, imaginado y experimentado, contienen su esencia pero no la revelan (función de ocultamiento y disimulo que opera a nivel de la ideología) sino por los modelos infraestructurales que, en última instancia, nos hacemos a partir de ellos.

Epílogo

Ninguna ciencia social que yo conozca ha invertido tanto tiempo y esfuerzo en develar los misterios de la cultura como la antropología (por colonialista que sea su origen), y tan sólo por eso, siempre me ha hecho sentido ese viejo aforismo acuñado por Willey y Phillips de que la arqueología es antropología o nada (Gallardo 1983), sin embargo, dudo que todos los antropólogos estén dispuestos a suscribir la idea de la cultura como superestructura e ideología, por consiguiente, y ya que el marxismo no es algo que se encuentre en algún lugar preciso en el mapa del pensamiento y prácticas de quienes lo profesan o lo han profesado (incluido Marx a quien disgustaban los sistemas filosóficos), tal vez el dictamen más apropiado sea finalmente que la arqueología es arqueología o nada, una disciplina que trata con la superestructura de manera crítica en tanto es capaz de vulnerar sus ideologías para revelar su infraestructura, no simplemente por definirla sino para darle sentido a la vida ordinaria, para adquirir conciencia de aquello de lo que somos víctimas y no lo sabemos. Nadie eligió ser campesino o sacerdote, esclavo o señor, explotado o explotador.

 

Referencias Citadas

Bate, F. 1978 Sociedad, Formación Económico-Social y Cultura. Ediciones de Cultura Popular, México.

Gallardo, F. 1983 La arqueología ¿una ciencia social? En Arqueología y Ciencia: Primeras Jornadas, editado por L. Suárez, L. Cornejo y F. Gallardo, pp. 90-102, Museo Nacional de Historia Natural, Santiago de Chile.

Kosik, K. 1967 Dialéctica de lo Concreto. Editorial Grijalbo, México.

Lumbreras, L.G. 1974 La Arqueología como Ciencia Social. Ediciones Histar, Lima.

Marx, K. 1987[1867] El Capital. Tomo I / Libro Primero, El Proceso de Producción del Capital. Siglo Veintiuno Editores, México.

Francisco Gallardo Ibáñez – Museo Chileno de Arte Precolombino. E-mail: [email protected]

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