La revolución de los arrendires. Una historia personal de la reforma agraria

“Claro que lo volvería a hacer”, aseguran que respondió Tomás Rojas Pillco a su hijo menor, cuando le consultó, un día cualquiera, en los últimos años de la vida de este octogenario campesino. El diálogo se centraba en los hechos acaecidos en torno a la muerte de Alberto Duque Larrea, un hacendado de Quillabamba, ocurridos alrededor de cuatro décadas antes. Sus resultados habían conducido a Tomás a la cárcel, la separación familiar y la merma de cierta posición económica entre los “arrendires”.

En sentido estricto, el libro de Rolando Rojas, editado en julio del año 2019 por la editorial del Instituto de Estudios Peruanos, está enmarcado en el aniversario de la Ley 17716, promulgada el 24 de junio de 1969, y que establecía la Reforma Agraria peruana, instalando una nueva estructura en la propiedad de la tierra. No obstante, el estudio tiene como centro de la narrativa la denominada “conspiración de los arrendires”, apelando a un hecho que se constituyó en un hito de la violencia vivida en la región cusqueña. Aunque se podría sostener que también tiene como fin la divulgación de la Reforma Agraria, desde una perspectiva personal, con importantes pasajes vivenciales, cercanos, con imágenes de un pasado nebuloso, rescatadas del hermetismo del tema que giraba en torno a los hechos en el seno familiar. Leia Mais

Esclavos de la ciudad letrada: esclavitud, escritura y colonialismo en Lima (1650-1700) | José Ramón Jouve Martín

A produção historiográfica acerca da escravidão e da presença africana na América tem se mostrado prolífica desde as duas últimas décadas do século passado. José R. Jouve Martín elegeu como tema principal dessa obra a análise da apropriação e uso da cultura letrada por africanos e seus descendentes trazidos à porção espanhola do Novo Mundo, a partir do século XVI. O autor aborda precisamente a população negra de Lima, no Peru, durante a segunda metade do século XVII, quando esta cidade apresentava-se, segundo os censos realizados entre a segunda metade do século XVI e a primeira metade do seguinte, como um território cujos habitantes eram predominantemente afrodescendentes.

Martín se confessa entre aqueles que, inspirados por Frederick P. Bowser,1 buscam analisar e elucidar a questão da escravidão na perspectiva da História Cultural, focando sua análise na forma como negros, mulatos e zambaios recorreram ao uso da escrita para interagir com a elite dominante. Apoiado em estudos encetados desde a metade do século XX que lhe permitiram, de acordo com suas palavras, ampliar seu conhecimento acerca da escravidão e do papel desempenhado pelas pessoas de origem africana na configuração do mundo atlântico, notadamente no Virreinato del Peru, o autor analisa o cotidiano desses homens e mulheres praticamente ignorados nas histórias oficiais do e sobre o período assinalado, evidenciando a complexidade dos processos de sua inserção nas sociedades hispânico-americanas. Leia Mais

La Arqueología y la Etnohistoria. Un Encuentro Andino – TOPIC (C-RAC)

TOPIC, John R. (Ed). La Arqueología y la Etnohistoria. Un Encuentro Andino. Lima: Instituto de Estudios Peruanos e Institute of Andean Research, 2009. 369p. Resenha de: MILLONES, Luis. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.43, n.2, p.323-326, dic. 2011.

John Topic nos entrega un nuevo texto guiado por la idea de presentar un retrato sobre los estudios andinos en nuestros días. En su introducción, menciona a varios autores que destaca por su capacidad de pasar por encima de las fronteras de las disciplinas comprometidas en este libro (antropología, arqueología, historia) para acercarse al objetivo de sus investigaciones. Son esas las pautas de la publicación: el estado del trabajo interdisciplinario en los estudios andinos en el primer decenio del año dos mil.

En las mismas páginas da cuenta del esfuerzo que ha tenido que desplegar hasta que la publicación llegue a nuestras manos. No lo dudamos. Convertir una reunión académica en un libro que incluya los debates grabados de los participantes es algo que pocos colegas se atreverían a hacer. No siempre el resultado refleja lo que pudo ser una controversia vivaz e interesante, con aportes que justifiquen el trabajo realizado. En este caso, el editor intenta trasmitir ese quehacer íntimo del evento, con las dificultades que menciona y las que podemos adivinar a través de experiencias parecidas.

A lo dicho se suma la ausencia del trabajo de Idilio Santillana, participante de la reunión, cuya tesis doctoral sigue esperando su turno en el editorial de su universidad, lo que decidió a Idilio a dejarnos sin su contribución, lo que lamentamos. Actuó de madrina nuestra hermanita mayor, María Rostworowski, cuya participación es siempre un lujo. El evento recordó a Craig Morris, cuya muerte en el 2006 es una pérdida notable en los estudios andinos.

Dividido en cuatro rubros, el que se dedica a Mitos y Cosmología, tiene un solo expositor, Segundo Moreno, que eligió un tema importante y complejo, el Chimborazo como ancestro. El autor nos dice al final de su artículo que carece de fuentes escritas similares a las que pueden encontrarse en las visitas de los extirpadores de idolatrías del arzobispado de Lima. Pero exprime con mucha habilidad la documentación y la tradición oral recogida en la época colonial y republicana, en las faldas del volcán. Moreno nos recuerda que el Chimborazo era una de las huacas relacionadas con los seguidores del Taki Onqoy, justamente la que se encontraba en el extremo norte de las que fueron convocadas para derribar a los dioses cristianos. Posteriormente esta visión cambia y la montaña restablece su calidad de apu (señor) exigente, al que no satisfacían los rebaños que le estaban consagrados (camélidos y posteriormente ovejas), a ellos agregaba en sus demandas el sacrificio de niños y niñas, como otros nevados a lo largo de la cordillera de los Andes. El autor nos entrega desde el folklore los relatos sobre la condición masculina del Chimborazo y los enredos de su “pareja”, Tungurahua, cerro al que se feminiza, quizás “porque su influjo climatológico es lejano”.

La Segunda Parte está dedicada a la etnicidad e identidad, y empieza con un caso paradigmático, Sechura (Departamento de Piura, al borde del Océano Pacífico) en el Norte del Perú. El conocimiento del tema está garantizado por el autor, Lorenzo Huertas, que habiendo nacido en la región, es un hurgador de documentos que ha trabajado en localidades distritales (el Perú se divide en departamentos, éstos a su vez en provincias, que están compuestas por distritos) con el apoyo de los municipios de cada jurisdicción, y es autor de un libro sobre Sechura. Esta vez prefiere viajar en el tiempo, analizando la conservación de los espacios sechuranos en manos de sus habitantes originales. Usando el nombre que se le dio en la Colonia, Huertas concluye que “San Martín de Sechura resultó en un pueblo monoétnico, de allí su uniformidad cultural y homogeneidad genética y lingüística; además tuvo una estructura política policuracal”. Si así sucedió, esto fue el resultado de diversas estrategias de sus habitantes: aun los que vivían fuera del perímetro urbano regresaban para las festividades, incluso después de muertos para ser enterrados en su cementerio. Más tarde, en el siglo XIX, se crearon “fronteras vivas”, es decir se levantaron caseríos en zonas en conflicto con hacendados u otras comunidades calificadas de invasores. Esta solidaridad con su suelo se alimentaba en un parentesco endogámico que hasta hace muy poco tiempo hacía posible descubrir a sus pobladores o descendientes por sus apellidos.

Para el mismo rubro de identidad y etnicidad, cuatro autores (Santoro, Romero, Standen y Valenzuela) eligieron el valle de Lluta, al norte de Chile como caso de estudio. Muy centrados en el viejo esquema de verticalidad, predicado por John Murra en la década del sesenta, se proponen a estudiar los cambios en la estructura económica y política en el período que va del Intermedio Tardío a la intervención del estado incaico. El espacio señalado es “una cuenca hidrográfica de más de 150 km de largo y comprende una hoya de 3.450 km2″ que ha sido objeto de interés en la bibliografía chilena desde varios años. Esta vez, los autores basan su análisis en “muestreos de superficie aleatorios y estratificados de los 29 sitios arqueológicos habitacionales y funerarios, algunos ya conocidos en inventarios regionales”. Para su estudio han clasificado el espacio en tres tipos de valles: costero, intermedio y fértil.

Su primera conclusión es que en el Intermedio Tardío “el sector del valle costero y del valle fértil fueron controlados por población de origen local”. Por el momento se desconoce el carácter de su estructura política, pero se puede decir que en el valle intermedio, el control de las tierras es compartido por poblaciones de origen altiplánico.

El tema se replantea con la irrupción del Estado incaico que se hará visible en la cerámica cuya presencia y variaciones, a decir de los autores, puede reflejar “arreglos políticos y económicos” que se constituyen “para administrar la población y los territorios de los valles”, tal sería el caso de Arica.

Buscando la colaboración del dato histórico, el artículo nos recuerda las hazañas atribuidas a Tupac Yupanqui “quien después de conquistar a los grupos altiplánicos del área circum-Titicaca, separó específicamente para los pacajes algunas tierras de cultivo de maíz… en las costas de Arica y Arequipa”. A continuación queda planteado el dilema de la articulación de la zona de los valles y costa de Arica (Lluta y Camarones) que pudo ser multiétnica, con pacajes y carangas compartiendo el control; o bien reafirmando a los pacajes como dominantes en el período incaico y a los carangas como presencia colonial.

Jorge Hidalgo se suma al tema en debate desde una perspectiva diferente, en lugar de fijar un espacio geográfico para discutir sobre su identidad, prefiere contrastar las comunidades de pescadores y agricultores que habitaron la región que María Rostworowski llamó Colesuyo (desde Camaná hasta Tarapacá).A continuación Hidalgo, basado en una copiosa documentación, trata sobre el intercambio entre estos habitantes yungas.

El punto de partida del trabajo de Hidalgo es la propuesta de Rostworowski que los habitantes del Colesuyo al carecer de un centro de poder estuvieron dominados por la gente serrana desde el período que los arqueólogos llaman Intermedio Tardío, que precedió a los Incas. Para Hidalgo, tal supremacía recién se logra en la última etapa prehispánica. Para demostrar su propuesta recurre a tres casos significativos: Ilo, Tacna y Arica. Su argumentación concluye estableciendo que Ilo era un cacicazgo de pescadores, Tacna era un escenario compartido por agricultores y pescadores y Arica (como Tacna) aun sin conclusiones definitivas, muestra una población multiétnica con territorios interdigitados.

Jorge Hidalgo utiliza la documentación que acompaña el estudio de Efraín Trelles sobre el encomendero Lucas Martínez Vegazo, cuyos tributarios pertenecían a las actuales jurisdicciones de Tarapacá, Arica, Ilo y Arequipa. A ello suma un juego comparativo entre las informaciones que proceden de las visitas de Pedro de La Gasca y de Francisco de Toledo. Como se sabe, luego del primer intento del reparto de encomiendas, bolsa de pensiones y distribución de yanaconas, el licenciado La Gasca se vio obligado, en 1548, a realizar una inspección de los repartimientos indígenas de todo el virreinato, a partir de las declaraciones de los curacas y los encomenderos de cada jurisdicción con datos específicos de población (originales y forasteros), tipo de cultivos, productos de cada región (textiles, ganados, etc.) y en especial de los tributos que proporcionaban al encomendero, e incluso antes de la Conquista a las autoridades incaicas o jefes locales. Con mucho mayor detalle dado que las circunstancias políticas eran otras, el virrey Toledo, entre 1570 y 1575, instruyó a sus funcionarios de tal forma que los propios encomenderos asegurasen la veracidad de los resultados. Esto quiere decir que los datos estadísticos obtenidos permitieron analizar desde la composición familiar hasta el nivel productivo de cada región. Además, detrás de esta propuesta demográfica y económica, estaba la necesidad de describir al imperio de los Inca como una tiranía que se redimía con la administración hispana y por supuesto, con la catequización cristiana.

El resultado está volcado en cuadros comparativos que también incluyen la información de Lucas Martínez Vegazo (1540) y que servirán de fuente para futuros estudios. Hidalgo concluye que el cacicazgo de Ilo aparece en las fuentes como una comunidad de pescadores, que además practicaba la agricultura. Al contrario, en el de Tacna no parece haber mucho contacto con la ribera marítima. Cuando aparecen quienes practican la pesca, son mitimaes que terminan siendo parte de este cacicazgo.Aun así es difícil pensar que las actividades se mantuvieron separadas. Esta división es notoria entre los aymaras, lo que contrasta con la población original. Finalmente, tenemos el caso de los caciques e indios uros en Lluta y Azapa y de los indios camanchacas con tierras de cultivo en la ciénaga de Ocurica… que se vieron obligados a vender sus tierras para satisfacer el impuesto reclamado por Toledo. En conclusión, Hidalgo propone que la ausencia de diferencias entre pescadores y agricultores, encontradas en la tradición cultural de la costa, habría tenido sus orígenes en la tradición cultural alto andina.

En su Tercera Parte el libro trata del siempre espinoso tema de las fronteras del Imperio. El primer trabajo de este rubro pertenece a Sonia Alconini que reabre el estudio de los límites con el Chaco boliviano, lo que tiene una larga historia, en especial por su relación con las tribus chiriguanas de filiación guaraní.Alconini centra su trabajo en dos zonas: Oroncota al oeste y Cuzcotuyo al este de los piedemonte del Chaco, ambas en la Cordillera Oriental de los Andes.

El artículo empieza con una provocadora cita del Inca Garcilaso de la Vega, en la que el cronista muestra el estereotipo usual que desplegaban incas y europeos con respecto a las sociedades más allá de su territorio conocido. Llega a decir: “Y no solamente comían la carne de los comarcanos que prendían, sino también la de los suyos propios cuando se morían…” También los cronistas españoles repiten sus prejuicios: “los Chiriguanas que es una nación de montaña desnudos y que comen carne humana…” a decir de Pedro Sarmiento de Gamboa. Como nos recuerda la autora, esta percepción de los “bárbaros” es común en todas las historias oficiales de los imperios que se encuentra en varios continentes. Pero si bien estas calificaciones son repetitivas, los límites físicos entre sociedades diferentes, propician opciones de investigación que suelen ser novedosas, y ayudan a comprender al propio estado expansivo, de mejor manera.

Alconini proporciona dos fórmulas fronterizas: la militar y la cultural. Al obvio despliegue de barreras y soldados de una de ellas, la otra sería el de Incanizar a las poblaciones externas (bárbaros), a través de las poblaciones que habitaban dentro de sus límites. Para ello se centra en los datos de arquitectura, prospección y distribución de cerámica incaica. A los que suma la documentación histórica, que a su juicio refleja la perspectiva incaica, en la que las tribus chiriguanas figuran como invasores, por lo que el espacio fronterizo sería una zona militarizada a partir del gobierno de Tupac Yupanqui. Esta versión no coincide con la que procede de la arqueología: el sistema de caminos, el muro en la cima de la montaña Cuzcotuyo y las colinas amuralladas adyacentes, en lo que se refiere a la arquitectura, y la distribución de la cerámica guaraní-chiriguana que también se encuentra en espacios de ocupación incaica.

Sonia Alconini concluye que la frontera debe pensarse como un espacio de interacción, no como una línea demarcatoria. Dentro de esta perspectiva pudieron existir espacios militarizados como el complejo Cuzcotuyo y también centros provinciales como Oroncota, de larga inversión de trabajo en su infraestructura. Esto nos está diciendo que al lado de la construcción de lo que sería una frontera militarizada coexistían fórmulas de jugar con los límites como espacios de interacción con los grupos étnicos locales. Esta relación era también una forma de frontera que hacía de aquellas tribus parte del Imperio.

Las contribuciones preparadas para este rubro continúan con el trabajo de Verónica I. Williams sobre la dominación incaica en el noroeste argentino (NOA). En su artículo analiza la fórmula de ocupación incaica en los espacios que comprende el valle de Calchaquí, el de Yocavil-Santa María, la quebrada de Humahuaca y en el bolsón de Andalgalá. La pregunta pendiente sigue siendo la naturaleza de esta dominación. En algunos casos, la arquitectura prueba la presencia de los especialistas imperiales para la construcción de obras de naturaleza variada, en otras ocasiones, a partir de la alfarería se puede hablar de asentamientos mixtos (incaicos y santamarianos).

Williams enfatiza la variedad de estrategias usadas por los señores del Cusco para marcar su presencia en un espacio codiciado. Un Estado en expansión necesita en primer lugar una red de caminos, que en su fase inicial pudo ser heredada de los waris, en lo que se ha llamado “primer round” del imperio. A continuación, una vez establecidos los espacios y habitantes a ser dominados, se procedía a la instalación de centros estatales a lo largo de las vías. Dichos centros, o nichos provinciales, cubrían varias urgencias, entre ellas, presencia política, áreas de intercambio económico y ceremonial, pero sobre todo tenían la función de convertir a los sorprendidos habitantes, en miembros del Tahuantinsuyu. Parte importante en este afán era la determinación de las cumbres que se convertían en santuarios incaicos, confirmados con el sacrificio de niños y jóvenes, cuyas momias cargadas de ornamentos se siguen encontrando en el sur del Imperio.

No fue tarea fácil, el territorio prehispánico del NOA fue un mosaico de etnias, muchas de ellas alojadas bajo la cómoda denominación de calchaquíes. Esta fragmentación de etnias trajo consigo que en el aspecto militar (si es que la hubo) se diera un mayor avance, mientras que en el aspecto productivo el desarrollo fue más lento y complejo. Este panorama cambió en cuanto los hijos del sol implementaron la organización social incaica.

Es interesante descubrir esta voluntad incaica de construir estos complejos habitacionales en lugares poblados y despoblados, lo que implica consideraciones geopolíticas de larga duración que ahora escapan de nuestro conocimiento. En todo caso Willliams encuentra dos patrones generales: aquellos poblados integrados por varios sectores, como podría ser un cerro con defensas, barrios residenciales y zonas públicas; un poblado al pie del cerro y conjuntos arquitectónicos dispuestos en forma aislada, vinculados a unidades domésticas, talleres artesanales y terrazas agrícolas. El otro patrón se caracteriza por centros ubicados en terrazas o mesetas altas y relativamente planas.

Para concluir Williams propone que las diferentes formas de ocupación del Estado incaico “pudieron responder a un control territorial de tipo directo o indirecto, confluyendo en los asentamientos estatales los centros de poder y de intercambio”. Aun así, es difícil saber los criterios incaicos de ocupación, que debieron variar de acuerdo a la reacción de los pobladores originales.

Culminan los trabajos en este rubro con el artículo de Ana María Lorandi, maestra de larga e importante trayectoria en las ciencias sociales argentinas. El tema de su trabajo tiene que hacer con las relaciones centro-periferia del Tahuantinsuyu, usando como ejemplo el NOA. Se interesa especialmente en la producción de bienes y servicios a favor del Estado incaico, usando como herramienta las acciones de los mitimaes o poblaciones desplazadas con ese propósito. Como en el trabajo anterior, los calchaquíes son protagonistas en este juego de intereses, su aceptación o rechazo a estos colonos forzados es el eje de las preocupaciones de Lorandi y otros especialistas.

Lorandi empieza analizando el rol de mitimaes y yanaconas en el desarrollo del Tahuantinsuyu. Estas poblaciones cuya función y estilo de vida era transformada por decisión estatal, por mucho tiempo fueron considerados como serviles, sin que se determinasen las especificidades de su accionar, lo que incluía, en algunos casos, privilegios con respecto al hatun runa. Ubicarlos en el NOA no fue fácil, Lorandi nos dice que aun bajo el gobierno español, la región fue frontera de guerra, lo que a ella le permite extrapolar la situación para épocas prehispánicas, concluyendo que “los incas controlaron más fácilmente a las jefaturas más septentrionales que a las del centro y sur de la región”.

Superada la fase guerrera, lo que se conoce en las crónicas como etapa de pacificación imperial o pax incaica, debió involucrar un cuidadoso manejo de los mitimaes. Si la distancia con sus pueblos de origen no era superior a unos días de camino, la estrategia debió ser muy diferente si los desplazados terminaban ocupando espacios a muchos kilómetros. Y por más que se guardasen sus privilegios en los pueblos de sus padres, la reubicación implicaba situaciones de adaptación para los pueblos originales y para los forzados migrantes. Concluye su trabajo con una pregunta que resume el estado actual de nuestro conocimiento sobre el tema, ¿Cuáles eran los límites de la capacidad del Estado para movilizar miles de personas a cientos o a más de mil kilómetros, sin provocar resistencias activas o pasivas, o sin provocar un agotamiento que conspirase con los objetivos políticos y económicos para los cuales se implementaban estas prácticas?”

La Cuarta Parte, en manos de Rostworowski, es una reflexión sobre la necesidad de enfatizar el carácter interdisciplinario de los estudios andinos. Temas diversos como los mitos de Huarochirí, el santuario de Pachacamac o las peregrinaciones precolombinas, etc., que corresponden a temas investigados por ella misma y que forman parte de sus obras completas, dan ejemplo a seguir en la necesaria interacción de las disciplinas. María, nuestra hermana mayor, caminó por los espacios del valle de Lurín siguiendo los pasos de las deidades de Huarochirí y de los peregrinos de Pachacamac. Su síntesis es un ejemplo de la mirada que abarca las disciplinas sociales.

Reseñado por Luis Millones – Profesor Emérito, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú.

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Esclavos de la ciudad letrada. Esclavitud, escritura y colonialismo en Lima (1650-1700) – MARTÍN (E-CHH)

MARTÍN, José Ramón Jouve. Esclavos de la ciudad letrada. Esclavitud, escritura y colonialismo en Lima (1650-1700). Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2005. Resenha de: WANDERLEY, Marcelo da Rocha. Especiaria – Cadernos de Ciências Humanas, Ilhéus, v.10, n.8, p.797-804, jul./dez., 2007.

Nos últimos vinte anos a historiografia brasileira tornou-se responsável por uma parcela considerável e significativa da produção sobre a problemática da escravidão nas Américas, fato incontestável tendo em vista importantes evidências, tais como o papel de destaque ocupado pela matéria nos currículos dos cursos universitários de história, nos catálogos editoriais e nos diversos congressos sobre a história do Brasil realizados desde então.

Por sua vez, o incremento do debate sobre o tema nos meios universitários brasileiros haveria de privilegiar marcadamente a interlocução com os estudos provenientes dos meios acadêmicos norte-americanos, tendo em vista algumas pautas de similaridades entre ambos os processos quanto às formas de organização da instituição escravista e, sobretudo, em razão do interesse comum quanto aos problemas relacionados à escravidão rural.

Menor ressonância tiveram os trabalhos dedicados à questão da escravidão no mundo hispano-americano – excetuando-se relativamente o Caribe hispânico de Manuel Moreno Fraginals e Fernando Ortiz. As razões vão desde raros e descontínuos intercâmbios acadêmicos até o desinteresse ocasionado pela percepção da limitada importância do trabalho africano nos territórios da monarquia castelhana quando comparados a magnitude de sua utilização nas denominadas América Portuguesa e Inglesa, recortes territoriais evidenciados pela historiográfi ca mais tradicional.

Neste contexto de abstenção do debate sobre os rumos da historiografi a da escravidão em diferentes países da América hispânica, encontram-se principalmente a obras de Rolando Mellafe – de caráter mais global e que seria durante largo tempo uma sólida referência sobre a questão – e de Enriqueta Vila Villar sobre o problema do tráfico de escravos naquela região e finalmente os trabalhos paradigmáticos de Gonzalo Aguirre Beltrán para o México e de Frederick Bowser e de Carlos Aguirre para o caso Peruano.

No caso dos estudos sobre a escravidão no Peru durante o período do Antigo Regime, despontam nos últimos anos alguns trabalhos que inspirados nas linhas abertas por Bowser e Aguirre se encaminham a uma análise da questão da escravidão a partir da perspectiva da História Cultural. É este exatamente o caso do livro de José Jouve Martín, professor do Departamento de Estudos Hispânicos da Universidade de McGill em Montreal.

O livro se dedica principalmente a analisar a problemática das interseções entre a cultura letrada e cultura oral tendo como objeto particular a comunidade de africanos e seus descendentes, todos residentes na cidade de Lima na segunda metade do século XVII, período quando já estão consolidadas as estruturas burocráticas nos reinos americanos. Aliás, uma Lima percebida pelos cronistas e ainda recenseada entre o século XVI e a primeira metade de XVII como uma cidade de caráter africano, por conta de uma população majoritariamente formada por grupos provenientes do Congo e de Angola.

Concentrado no campo da escravidão urbana, tal estudo revela como negros, mulatos e zambos participavam ativamente das articulações da cultura letrada sem que necessariamente houvessem adquirido a habilidade de ler e principalmente a de escrever. É justamente esta evidência das interações dos segmentos africanos com os signos da cultura letrada e com os textos escritos sem necessariamente implicar a aquisição de habilidades cognitivas num sentido estrito que demarca o inovador deste trabalho. Ainda que condicionada pela instituição da escravidão os usos da escrita servem aqui como referência para evidenciar a extrema complexidade dos processos de inserção dos africanos nas sociedades americanas – tal qual a historiografi a brasileira tem demonstrado nos últimos anos.

Sendo assim, os problemas destacados por Jouve encontram inspiração em larga medida nos fundamentos de interpretações anteriores voltadas para a comunidade indígena – sobretudo as de Serge Gruzinski para o México. Tais perspectivas buscaram dar conta das práticas de apropriação da cultura escrita pelos nativos como meio de adaptação à complexidade do aparato jurídico castelhano e ainda como garantia de ver reconhecido suas posições na sociedade e ainda requerer privilégios de isenção tributária.

O autor robustece o argumento da mescla da cultura letrada com a oral, ao pretender comprovar em particular que os contatos dos africanos chegados à cidade de Lima com a cultura escrita ocorrem quase exclusivamente por meio dos mecanismos da predicação cristã levados a cabo pelas ordens religiosas. Em segundo plano, o processo de assimilação imposto aos negros se dava principalmente através dos materiais de catecismo, a exemplo do Catecismo para los rudos y ocupados editado em Lima no fi nal do século XVI.

Tais fatos não produziram necessariamente as condições de aquisição conjunta das habilidades de leitura e escrita, mas sim uma evidente assimetria entre ler e escrever que caracterizaria tanto a aquisição parcial de habilidades como também os distintos níveis de interação dos indivíduos pertencentes às nações africanas com o mundo letrado.

Ainda que tivessem sido excluídos das instituições formais de educação, negros, mulatos e zambos adquiriram familiaridade com a cultura letrada através de diferentes modalidades que estavam profundamente demarcadas pela convivência entre os textos alfabéticos e visuais. As relações com instituições civis e eclesiásticas – como ocorre por exemplo, com o zambo Santiago Benítez em relação ao Tribunal da Santa Inquisição e o mulato Francisco de Santa Fé no tocante ao Arcebispado -, bem como a participação em atos públicos e festas civis e religiosas constituíram situações onde a tradição escrita dos setores proeminentes desta sociedade eram de certo modo assimiladas mediante formas visuais inscritas no cotidiano daquelas comunidades.

Outra questão debatida diz respeito ao papel desempenhado por diferentes elementos do mundo jurídico como mediadores nos processos de inserção dos africanos na sociedade colonial.

Tal contexto se explica pela relação estabelecida com os escrivães, facilitada imensamente pela condição ladina da população de origem africana, justo em razão da produção de eventos onde se buscavam por exemplo obter as “cartas de liberdade”. Ao lado destes especialistas da escrita encontram-se também na documentação – ainda que de forma mais difusa – os escribas, gente dedicada à elaboração de textos fora dos domínios burocráticos da administração do reino.

Os processos de concessão de liberdade, a quitação de obrigações como as cartas de pagamento, os episódios de estabelecimento de acordos e contratos com indivíduos de origem africana ou de castas superiores, acabam demarcando alguns aspectos da inserção desta população na vida econômica e gremial de Lima como faz ver José Jouve através da referência às chamadas “causas de negros”.

Além disso, tais processos mostram-se fundamentais à hora de compreender tanto os meios de os africanos negociarem posições dentro da sociedade – que não são independentes da condição de subordinação – como os casos de outorga de um poder agenciador a negros e mulatos livres que fi ndava por garantir o cumprimento de certas condições em suas relações contratuais com pessoas de posição superior na sociedade limenha.

O tema da negociação das identidades de grupo nas sociedades coloniais é retratado ainda através das formas de resistência expressas através do recurso à cultura legal. Nesta dimensão, são os registros de maus tratos, queixas e demandas apresentadas aos tribunais pelos de origem africana que elucidam a interação com as autoridades coloniais por meio do uso de textos e ainda descortinam as disputas e os confl itos muitas vezes infrutíferos com os proprietários de escravos, tal como no caso do escravo Antonio Português apresentado no texto.

Do mesmo modo, os registros em questão sublinham os esforços de amigos e familiares do reclamante de modo a fazer chegar os papéis das denúncias às mãos das autoridades legais. Por conseguinte, indicam a ação concertada com outros indivíduos, dado que em muitos casos há evidências de que os solicitadores das causas em favor dos escravos podiam ser na verdade tanto funcionários do tribunal, advogados ou ainda quem sabe um procurador.

Neste sentido, cabe ressaltar também as disputas decorrentes das operações legais para embargar a venda dos cônjuges dos escravos, proibida tanto pela justiça civil e mais que tudo pela eclesiástica; proibição continuamente desrespeitada pelos proprietários.

Jouve sublinha o papel desempenhado pelas redes sociais dos escravos no sentido de tornar possível a apresentação da denúncia quanto aos abusos relacionados às operações de venda mencionada.

Ainda nesta linha, se apresentam as petições que denunciam situações ambíguas de liberdade do escravo e por sua vez evidenciam as disputas em torno do pagamento do “jornal”, uma prática em geral bastante associada à escravidão urbana em Lima. Segue-se a esta realidade, as demandas apresentadas contra os espanhóis por negros e mulatos livres como modo de defender-se de abusos praticados contra eles ou mesmo com o objetivo de proteger bens e propriedades acumuladas.

Após analisar as relações verticais dos africanos no cotidiano daquela sociedade, o autor dedica-se a partir de então ao problema das relações entre os membros do grupo africano, sobretudo as contendas internas. A principal conclusão é a ausência de coerência nas formas de oposição a ordem colonial. Discute-o considerando os confl itos entre casais verifi cados nos tribunais em razão de promessas de matrimônio descumpridas, da anulação de matrimônios em decorrência de coação ou registrar-se situação de maus tratos e por fi m, tendo em vista os problemas oriundos das uniões entre livres e escravos com todos os seus efeitos sobre o status social.

Contudo, é a análise das petições encaminhadas às cortes judiciais coloniais pelas confrarias, tendo em vista as disputas em torno da regulação e controle destas instituições, uma das etapas mais signifi cativas da problemática das relações horizontais na vida da comunidade. Neste sentido, as confrarias funcionaram tanto como espaços de conservação de elementos das identidades africanas como de integração dos africanos a cultura americana de matiz europeu pela via da religiosidade.

Sem embargo, como demonstra Jouve, é o papel destas instituições como mediadoras entre esta população, a administração e a sociedade que explica as tensões no interior daquelas comunidades. Organizadas em muitos casos a partir dos vínculos com as “nações”, a exemplo da Confraria de Nossa Senhora do Rosário formada por Nalúes e Cocolíes, tais irmandades são apontadas como meios de articulação das identidades coletivas que mantinham entre si acirrada disputa. Isto explica as fortes lutas internas em torno do seu controle e em particular a necessidade de conhecer as estratégias e os discursos legais vigentes.

O domínio dos conhecimentos legais serviria também para garantir aos africanos participar no mercado de escravos como compradores, evidenciando claros processos de diferenciação social no interior desta comunidade e de controle sobre indivíduos de uma mesma casta. Aqui sobressaem as disputas judiciais em razão do direito de posse dos escravos – travadas tanto com outros membros da comunidade e com os espanhóis -, seguidas pelos casos de omissão nas escrituras daqueles “defeitos” dos escravos objetos da venda e por fi m as contendas empreendidas por criollos ou peninsulares com vistas a recuperar os escravos que estivessem em poder dos negros.

A obra se encerra na análise do papel dos testamentos para esta comunidade, diante tanto do seu papel como difusor da cultura notarial entre negros, mulatos e zambos, como por haver sido capaz de redefi nir suas posições em relação às identidades dos grupos. Como demonstra Jouve tais documentos serviam especialmente à articulação de lealdades, como confi rmação do domínio e infl uência de certos membros na sua comunidade, ou ainda melhor, como elemento de ligação entre membros de diferentes castas que a escrita preservaria em face da morte.

Marcelo da Rocha Wanderley – Doutor em História Social pela Universidade Federal do Rio de Janeiro – UFRJ, Professor Adjunto da Universidade Federal Rural do Rio de Janeiro – UFRural (RJ), Departamento de História e Economia (DHE). E-mail: [email protected]

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Arqueología y Sociedad. Luis Guillermo Lumbreras – CARRÉ; Del ÁQUILA (C-RAC)

CARRÉ, Enrique González; Del ÁGUILA, Carlos. Arqueología y Sociedad. Luis Guillermo Lumbreras. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Museo Nacional de Arqueología y Antropología, INDEA, 2005. 320p. Resenha de: GÁNDARA, Manuel. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.38, p.145-149, n.1, jun. 2006.

Este testimonio pretende dar cuenta de la trayectoria de un distinguido científico social peruano dedicado al quehacer arqueológico, etnológico e histórico. El análisis de su obra es un tema que deberá ser abordado por especialistas provistos de mayor lucidez y menos subjetividad, aunque el afecto y la identificación son también maneras de ser objetivos y consecuentes (de la “Presentación”, p. 20).

Con estas certeras y afectuosas palabras, los editores de este magnífico volumen dejan constancia de la intención y alcance del libro que nos ocupa. Y son apropiadas para abrir esta reseña, de cuyas limitaciones alertamos desde ahora al lector: por un lado, de espacio y de “lucidez”, que impiden pretender aquí un análisis detallado; y por otro lado, al aquejarme la misma subjetividad, afecto e identificación para con el autor que los editores apuntan.

Aunque a la distancia y sin el privilegio de un contacto más frecuente, me considero también un alumno del Dr. Lumbreras (o “Lucho”, como le llamamos en México). Nunca fui formalmente su discípulo, a pesar de que cada año de mi formación en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, a inicios de los años setenta, el Dr. Jaime Litvak hacía el solemne y feliz anuncio de que “este año sí, repito,  vendrá el Dr. Lumbreras a dar clases”, pero nunca llegó. Años más tarde asistí parcialmente como oyente a un curso que dictó en el CIESAS, más una síntesis de arqueología peruana que un tratamiento de la arqueología social -aspecto que a muchos nos interesaba más que el caso empírico: desde que leímos La Arqueología como Ciencia Social (Lumbreras 1974), era claro que estábamos ante un cambio radical en la teoría arqueológica, cambio que en México estaba representado sobre todo por las figuras de Felipe Bate y Julio Montané, recién exiliados de Chile.

Aprender directamente sobre teoría con Lumbreras sucedió hasta la década de 1980, y ya más en un plano de discusión entre colegas (aunque la asimetría era obvia): en las discusiones del llamado “Grupo Oaxtepec” a las que tuve la fortuna de ser convocado, y que personalmente culminaron mi tránsito de la arqueología procesual a la arqueología social. El diálogo continuaría en Colombia y Venezuela; y luego, en la década del noventa, en España, México y Brasil. Lumbreras siempre nos impresionó por su capacidad de integrar teoría y práctica, técnica y empiria, sobriedad metodológica y pasión por la disciplina. Durante este trayecto pasé de ser un discípulo a ser un amigo. Así que me encuentro en un predicamento similar al de los editores del volumen. Pero espero que, aún así, ofrecer al menos una semblanza del libro, que de entrada recomiendo como lectura obligada a todos los interesados en la teoría arqueológica en general, y la arqueología social en particular.

El Recuento de una Generosa Contribución a la Teoría

El libro es una compilación de los artículos más sobresalientes de Lumbreras en torno a la teoría arqueológica. Son la contraparte, si se quiere, de sus libros de síntesis regional y aplicación de la arqueología social al caso peruano, que son bien conocidos incluso fuera del ámbito marxista. Por primera vez tenemos reunidos textos que documentan el trayecto de Lumbreras desde sus inconformidades con la arqueología de historia cultural (en la que se formó), hacia su formulación de la arqueología social, inspirada en el marxismo; y de los sucesivos ajustes, ampliaciones y aplicaciones de esta posición teórica a diferentes ámbitos: desde aquellos relacionados a la obtención e interpretación del registro arqueológico, hasta la formulación de teorías sustantivas sobre problemas específicos (como el de las sociedades clasistas y el estado).

El autor y los editores han decidido que los artículos se presenten tal como aparecieron (salvo por las obligadas correcciones a errores tipográficos y algunas cuestiones formales), por lo que el volumen se convierte en un corpus obligado sobre el trayecto de la visión de la arqueología social de Lumbreras. Salvo por la introducción, escrita específicamente para el volumen, el resto de los artículos han sido retomados de fuentes que no siempre son fáciles de consultar fuera del Perú, como sería el caso de la Gaceta Arqueológica Andina, cuya fama siempre fue mejor que su distribución fuera del ámbito andino. Como comentaré adelante, esta característica ofrece al mismo tiempo ventajas -el contar con este corpus como documento histórico- como desventajas, dado que en ausencia de un artículo de cierre, a manera de postcripto, en que algunos de los puntos fueran actualizados por el autor, no siempre es fácil intuir la última opinión de Lumbreras sobre algunos temas.

El libro se organiza en siete capítulos y un anexo fotográfico. Los capítulos, a su vez, están compuestos de artículos de temáticas similares, escritos en diferentes momentos. Así, la organización del libro es más bien temática que cronológica, dado que se buscó darle coherencia a los capítulos más que simplemente presentar, en el orden de su escritura original, una lista indiferenciada de trabajos (cosa que, huelga decir, hubiera sido difícil, dado que varios se publicaron en versiones previas antes de alcanzar la forma final que se presenta en el libro).

Los capítulos son: (1) Fundamentos para una crítica de la arqueología cultural -sobre el objeto de estudio de la arqueología; (2) Hacia una teoría de la observación, que “busca definir los instrumentos epistemológicos que sirven de base a la investigación arqueológica” (p. 39); (3) La búsqueda del dato empírico (sobre técnicas y procedimientos de obtención de datos); (4) La elaboración del dato empírico (sobre el análisis del material arqueológico); (5) Ensayos sobre teoría y método (que incluye un estudio histórico sobre Max Uhle y dos reflexiones sobre el método (la primera de orden general sobre el estudio de la conducta humana como fenómeno social y la segunda sobre la historia oral); (6) Estudios arqueológicos sobre el origen del Estado, en el que aborda tanto la teoría childeana sobre la revolución urbana como su propia formulación de una teoría sustantiva sobre el origen de las clases sociales, el estado y el urbanismo, y la aplica al caso andino; y un último capítulo, (7) Notas sobre la arqueología como profesión, que Lumbreras encuentra “más doméstico” (p. 42), al tratar sobre estas cuestiones en el ámbito peruano, pero que resulta altamente ilustrativo sobre los posibles paralelos en el desarrollo de la profesionalización de la arqueología en nuestros países. Complementa el volumen una brillante presentación por los editores, que nos regalan además una emotiva semblanza biográfica del autor; y la introducción del propio Lumbreras, que además de darnos el contexto histórico de los textos, ofrece una reflexión global sobre su desarrollo.

En conjunto, como se verá, el texto aborda prácticamente todos los aspectos de la teoría: desde los que tienen que ver con la ontología de la posición teórica (donde destaca su crítica a la concepción tipológica, “culturalista” de las culturas arqueológicas); las cuestiones epistemológicas (en lo que toca a las teorías de la observación y la manera en que se constituye el dato); las de orden metodológico y técnico (procedimientos de campo y gabinete); y por supuesto, las del para qué, u orientación valorativa, que permean todo el volumen y complementan la toma de posición que el autor inaugurara desde 1974 cuando propuso acercar la práctica académica a la práctica política al incorporar el materialismo histórico como marco de referencia para ambas. A esta presentación de la posición teórica, completa aunque fragmentada por la propia naturaleza de la antología, la complementan ejemplos de aplicación, y notablemente la producción y sucesivo perfeccionamiento de una teoría sustantiva, la del origen de las clases, el estado y el urbanismo.

Evidentemente, ante tal riqueza, amplitud y profusión de temáticas, es imposible hacer justicia en una reseña que es, por naturaleza, más modesta en ambición y más limitada en espacio que un ensayo crítico de fondo. Así que concentraré mis comentarios subsiguientes en algunas de las temáticas tratadas, sin duda reflejo de mis propios intereses más que de la propia riqueza interna de los textos.

Un trayecto Complicado, pero Fértil a cada Momento

Los artículos que componen el volumen representan momentos diferentes en el desarrollo de la posición del autor, por lo que documentan más una trayectoria que un punto de vista unificado -aunque hacia el cierre del libro, es más factible ver cómo el enfoque se hace cada vez más congruente. En cierto sentido, son ilustrativos de la propia trayectoria de la arqueología social, que ha seguido rutas curiosamente paralelas en los diferentes países iberoamericanos en los que se desarrolló.

Así, vemos a un Lumbreras preocupado por debatir, al inicio de este trayecto, con las concepciones tipológicas de la cultura, que asociaban conjuntos de restos cerámicos a grupos étnicos, y los cambios en estos tipos (y en materiales tales como la lítica o la arquitectura) a cambios culturales. Esta arqueología, heredera de la historia cultural boasiana, es el punto de partida para la rebeldía de Lumbreras: confunde los productos con los productores, y vacía de contenido histórico la historia para convertirse en un recuento largo y aburrido de rasgos tipológicos (p. 57 y ss). A esta concepción, marcada en Sudamérica por las propias polémicas que introdujeron en su momento los enfoques de la arqueología de asentamientos, y luego la de la ecología cultural, Lumbreras opone una concepción de corte materialista, inspirada en la obra de Gordon Childe. Algunos de los primeros artículos (Capítulo 1) son un rescate de las dimensiones que Childe propone para la identificación de culturas, que van más allá de las similitudes formales o estilísticas, para tomar en cuenta los procesos de asociación, distribución y recurrencia. En ese sentido, Lumbreras se opone a la historia cultural clásica, pero al apoyarse en Childe asume, como efecto inevitable, su modelo normativo de la cultura -modelo que siempre fue discordante con el resto de la propuesta childeana, seguramente porque estaba fuertemente sedimentada en este autor antes de que diera su viraje definitivo hacia el marxismo

Así, finalmente las culturas reflejan normas (p. 75), cuya ubicación debe ser mental, aunque se compartan socialmente. Esta conceptualización de la cultura Lumbreras la sostendría todavía en 1974, al retomar la diferencia entre cultura material y cultura no-material, que siempre nos pareció una manera muy peculiar de expresar el materialismo (proponer una ontología dual, en que a lo material se une ¡lo no material!). Pero ahora nos parece más claro que es precisamente la herencia childeana, con todo y sus propios titubeos, lo que se observa en estos primeros trabajos. Sin duda, la posición childeana era superior a aquellas contra las que Lumbreras polemiza. Pero, sin duda también, crea una tensión que me parece sigue latente, entre una posición normativa como la que sostiene en la mayoría de sus trabajos tempranos, y que no es sino la criticada por la arqueología procesual (p. ej. en Binford 1965); y una totalmente marxista, y con la que Lumbreras entiendo concuerda, pero que no aparece realmente tomada en cuenta en el texto, como sería la de Felipe Bate (1978, 1998). Quizá su reacción al término mismo de “cultura” lo lleva a tomar distancia incluso con esta propuesta. Este es un tema que ha salido a la luz en nuestras discusiones con Felipe más de una vez, y que creo sigue sin resolverse por entero. Al menos no siento que haya una toma clara de partido en el texto, pero ello puede deberse precisamente a que no hay un artículo de cierre, en que estos puntos de tensión se clarifiquen.

Irónicamente, en lo epistemológico Lumbreras no duda en separarse de la historia cultural y los supuestos de neutralidad teórica de los datos empíricos, e incluso recupera el concepto de “teoría de la observación” (Capítulo 2); y repudia que la elección de técnicas de campo y gabinete sea asunto de gustos personales. Claramente denosta la “estratigrafía artificial”, por niveles métricos, por ejemplo; o de los procedimientos analíticos que podríamos llamar “univariables” (Capítulos 3 y 4).

En el área del método (Capítulo 5), no duda en señalar las deficiencias que caracterizan a un enfoque totalmente de orientación inductiva. La arqueología, como bien reconoce, debe incorporar la deducción, la inducción e incluso la transducción (o analogía). Con ello, se deslinda claramente de dos posiciones extremas: la inductivista estrecha, de la arqueología tradicional, y la deductivista igualmente estrecha, de ciertas variantes de la arqueología procesual. Es también notorio que no recurre a la muletilla (errónea, en mi opinión) de proponer que el método a seguir es el “método marxista”: primero, porque ello revelaría una confusión entre método y teoría y, segundo, porque la teoría marxista es evaluable, como cualquier otra teoría, mediante el método científico general. De otra forma, la arqueología marxista quedaría aislada, en una especie de “inconmensurabilidad paradigmática” al estilo de Kuhn (1971): encerrada en un ámbito desde el que no puede compararse o competir con otras teorías, ya que dependería de un “método” que le sería exclusivo y que otras posiciones no reconocerían como compartido, y por lo tanto, incapaz de ayudarnos a seleccionar la mejor.

He de confesar que hace ya tiempo, y durante algunos años, pensé que este rechazo al enfoque inductivo, que sintetiza los datos y los “interpreta” de acuerdo a algún esquema a priori, era más un señalamiento de intenciones que una realidad en la obra de Lumbreras. Me temo que he sido no solamente insistente, sino hasta impertinente, en nuestras charlas al reclamarle que, en consecuencia, nos dé una teoría del origen de las clases que trascienda una narración de las peripecias del caso andino. Creo que Lumbreras está cada vez más cerca de lograrlo.

Hace ya muchos años, le señalaba el riesgo de plantear lo que parecía ser la causa de la aparición de las clases: la apropiación del excedente (o plusproducto, como prefiero llamarle), una vez que dicho plusproducto se produjo mediante la revolución neolítica. La pregunta era: ¿y por qué es enajenado por una clase? La respuesta original era una forma de “ontologización”: “por la naturaleza humana”, parecía entenderse. La respuesta es insatisfactoria, por cuando menos dos razones: primero, si es un asunto de naturaleza humana, entonces todas las sociedades agrícolas debieron terminar convirtiéndose en Estados; segundo, porque si esta naturaleza humana (de rapiña, de injusticia) es inherente al hombre, entonces no le veía yo sentido al programa revolucionario: no importa lo que hagamos, siempre retrocederemos para expresar nuestros más bajos instintos. A lo que Lumbreras reaccionaba con fuerza diciendo que “¡de ninguna manera, no es eso lo que se propone!”, y luego trataba de clarificar su propuesta. A partir de los años ochenta esa propuesta empezó a tomar una forma más clara, que recuperaba parte de la tradición childeana: el papel de los especialistas. Especialistas que no eran “malos por naturaleza”, sino que jugaban un papel estructural crucial en el desarrollo de las sociedades complejas, al ser los responsables de dos tecnologías fundamentales e indispensables en varios de los casos de estados arcaicos: el control del agua y el control del calendario; luego se unieron los expertos en la guerra y en el intercambio; empezaban a perfilarse los actores sociales cuyo “poder de función” iba más allá de las buenas o malas intenciones.

Ahora el reto era “el cómo” del proceso. De nuevo, si la aparición de estos especialistas es inevitable, todas las sociedades agrícolas tendrían que ser estatales, cosa que Lumbreras reconocía no era el caso. A partir de las ideas que desarrolló en los ochentas y afinó a principios de los noventas, ahora cuenta con algo mucho más cercano a un “esbozo explicativo”, que va más allá de lo anecdótico (Capítulo 6).

Lumbreras clarifica la(s) pregunta(s) explicativas: “Apareció esto [las clases, el Estado y las ciudades] todo a la vez y si todo se debe a las mismas causas o cada institución fue apareciendo independientemente a lo largo del proceso histórico. Si hubo en los Andes algún momento cuando todos los hombres fueron iguales, cuando no había gobernantes ni gobernadores [sic] y todos debían trabajar en las mismas cosas para sobrevivir: si hubo alguna época sin ejército; si no hubo ciudades desde siempre, ¿cuáles fueron las circunstancias, las causas del o los momentos en que todo esto apareció en los Andes? Es una pregunta, por cierto, de connotaciones generales o universales, porque en varias partes del mundo -en Mesoamérica, el Próximo y el Lejano Oriente- se produjo una situación similar” (p. 262).

Lumbreras piensa que en la literatura no existe una explicación satisfactoria (al menos del lado de la tradición marxista, representada en los años setenta por los seguidores del “Modo de producción asiático”, p. 264). Así que intenta formular una. A reserva de hacer en otro momento un análisis teórico detallado, como el que hemos propuesto en otro lado (Gándara 1992), puede resumirse la propuesta en algunos principios fundamentales.

La precondición para el proceso es la revolución neolítica (p. 265), que “tendió a avanzar en todas direcciones, desarrollando y creciendo”; de forma tal, que en “donde la agricultura pudo ser exitosa”, se generó un incremento demográfico y en la producción. En algunos casos, esto llevó a la creación de redes de intercambio y la complejización de procesos productivos y distributivos, lo que a su vez condujo a la aparición de sociedades jerarquizadas. En otros momentos Lumbreras parece estar convencido de que este tipo de sociedades no son el antecedente del Estado (p. ej. p. 273); aquí (p. 265) no es claro su papel. Pero parece que es en situaciones más adversas al cultivo en donde se darán las condiciones para el cambio, vía el desarrollo de nuevas tecnologías que requieren de especialistas, y que permitirán la intensificación agrícola: entre ellos, los especialistas en riego y en el calendario. Estos especialistas requieren una dedicación de tiempo que los separa del proceso productivo directo, lo que genera una primera división social del trabajo:

Es decir, la sociedad se escindirá en clases sociales, separadas por una diferente participación en el proceso productivo, y con relaciones desiguales de producción y consumo (p. 267).

Pero esto solamente sucederá en (a) condiciones en las que no es factible depender de otros recursos alternativos (como la caza y la pesca) como condiciones principales de la reproducción; o (b) en los que no se requiera de procesos técnicos progresivamente más complejos (Ibid); estas condiciones explicarían por qué el proceso no se dio, por ejemplo en la Amazonia.

El proceso llevará a que las instalaciones requeridas por los especialistas se constituyan en el núcleo de los futuros centros urbanos, dado que los procesos productivos ahora podrán realizarse no solamente en el campo (como sucedería con los talleres asociados a templos), fenómeno cuya intensidad variará con la importancia de los especialistas en este proceso (lo que explicaría que no fuera universal, como en el caso de Ayacucho, cuyo desarrollo se “congeló” -p. 268). La aparición de un aparato de control, a favor de una clase, agilizó el desarrollo de esta nueva infraestructura, por lo que para Lumbreras, “las clases sociales, la ciudad y el Estado aparecen, pues, juntos como consecuencia de una misma causa originaria” (p. 271). El crecimiento de estos primeros estados llevó, en condiciones de circunscripción y bajo un continuo aumento demográfico, a que algunos de estos estados que él llama “primarios” se hicieran expansivos, tomando a la guerra como mecanismo para la extensión de su poder, y finalmente llevando a un segundo tipo de estado que él llama “Arcaico” (pp. 272-3). Este proceso se dio en los Andes entre los años 500 a.C. y 500 d.C. Este segundo tipo de estado depende de un nuevo especialista, el especialista en la guerra, cuyo estamento finalmente domina al conjunto del estado.

Es interesante señalar que para Lumbreras, estos estados iniciales parecen haber sido propietarios tanto de la fuerza de trabajo como de la propia tierra:

La clase dominante quedaba como propietaria de la fuerza de trabajo (que incluía a los trabajadores, sus instrumentos y medios de producción; mientras que los productores directos de los bienes de consumo quedaban como propietarios de su fuerza de trabajo, enajenada a los instrumentos y medios productivos de los que los especialistas eran únicos poseedores (p. 254).

Esta propuesta, que suena contradictoria (eran o no propietarios de los medios de producción los trabajadores), no corresponde a otras formulaciones del propio autor, quizá porque es previa (y quizá todavía no definitiva). Lo cierto es que aunque se hace mención explícita del término “Sociedad clasista inicial” (p. 245), la teoría respectiva (o su autor, hasta donde me doy cuenta, Felipe Bate [1984]), no se menciona.

La propuesta es mucho más rica que lo que esta apretada síntesis permite presentar aquí, por lo que remito al lector a los propios textos. Pero quedan preguntas que seguramente nos mantendrán ocupados durante un buen tiempo: si los factores de diferenciación de las condiciones originales para el inicio del proceso tienen que ver con la facilidad o dificultad para extender la productividad agrícola, ¿no acaba entonces siendo de nuevo el ambiente la variable clave? Si hemos rechazado los modelos demográficos ¿no son estos reincorporados -con todo y la noción de “circunscripción” propuesta por Carneiro (1970) (que tampoco aparece citado)? Si, hasta donde sabemos, las guerras preindustriales nunca fueron de exterminio, ¿cómo aliviaría el problema de la presión sobre los recursos el dominio de otros pueblos? (problema original para la formulación de Carneiro y que al importarlo Lumbreras, se trae consigo). En fin, la lista de cuestionamientos posibles es larga, pero lo único que eso indica es que nos acercamos finalmente a algo que parece ser una auténtica teoría explicativa. Solamente un análisis teórico cuidadoso, más detallado de lo que es factible hacer aquí, arrojará luz al respecto.

Algunas Observaciones Finales

Este libro es una medida de la importancia de la contribución de Lumbreras a la disciplina, que además muestra que la buena teoría no tiene por qué estar divorciada de un sólido dominio de la técnica o de la información empírica: a Lumbreras no se le puede acusar de ser un teórico que “jamás fue al campo” o que “ignora los datos” -dos argumentos que se han esgrimido en contra de la arqueología social. Su sólida y pródiga contribución muestra que esta posición teórica no es solamente especulación en las estratosferas de la teoría, sino una diestra articulación de todos los niveles de la disciplina.

Una nota final, de corte menor, pero pensando en la segunda edición que seguramente veremos de este libro, que como otros de Lumbreras se agotará en poco tiempo: creo que el diseño editorial puede mejorarse. A la impecable edición que nos han regalado González y del Aguila, valdría la pena reforzarla con algunas convenciones que la composición tipográfica ayudaría: si bien agrupar por capítulos temáticos permite entender mejor el conjunto, el que entre un artículo y otro no se cambie de página, ni se utilice una tipografía que claramente indique que estamos en un texto diferente (que puede ser cronológicamente previo), resulta potencialmente confuso. La ficha de cada artículo aparece solamente al pie de página, en donde un lector poco atento podría no notarla. Creo que separar tipográficamente cada artículo, así como incluir la ficha junto a su título (así como en el índice), ayudaría a seguir mejor la secuencia de producción de los textos.

Un último señalamiento tiene que ver con la naturaleza más o menos coloquial de algunas de las publicaciones en que aparecieron originalmente varios de los artículos: al tratarse quizá de textos más bien destinados a la divulgación, Lumbreras no incluye referencias a los autores que usa. Obviamente, este problema no es atribuible a los editores, que simplemente han compilado los originales. Pero hace difícil al lector rastrear la fuente de algunos conceptos, o el blanco de alguna polémica -ejemplos: “teoría de la observación”, o “circunscripción” y “sociedad clasista inicial”, aludidos antes. Pecatta minuta, sin duda, en un texto de gran importancia, destinado a convertirse en un clásico de la teoría arqueológica, y en particular, de la arqueología social latinoamericana.

Referencias

Bate, F. 1998 El Proceso de Investigación en Arqueología. Crítica, Barcelona.

Bate, F. 1978 Sociedad, Formación Económico-Social y Cultura. Ediciones de Cultura Popular, México.

Bate, F. 1974 Hipótesis sobre la sociedad clasista inicial. Boletín de Antropología Americana 9:47-86.

Binford, L. 1972[1965] Archaeological systematics and the study of culture process. En An Archaeological Perspective, editado por L. Binford, pp. 194-207. Academic Press, New York.

Carneiro, R. 1970 Theory of the origin of the State. Science 169:733-738.

Gándara, M. 1992 El análisis teórico: aplicaciones al estudio de la complejidad social. Boletín de Antropología Americana 25:93-104.

Kuhn, T. 1971 La Estructura de las Revoluciones Científicas. F.C.E., México.

Lumbreras, L. G. 1974 La Arqueología como Ciencia Social. Histar, Lima.

Manuel Gándara – ENAH, México. E-mail: [email protected]

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Arqueología y Sociedad. Luis Guillermo Lumbreras – CARRÉ; Del ÁQUILA (C-RAC)

CARRÉ, Enrique González; Del ÁGUILA, Carlos. Arqueología y Sociedad. Luis Guillermo Lumbreras. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Museo Nacional de Arqueología y Antropología, INDEA, 2005. 320p. Resenha de: IBÁÑEZ, Francisco Gallardo. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.38 n.1, p.150-151, jun. 2006.

Este libro reúne diversos textos sobre teoría y método en arqueología publicados con anterioridad. Su introducción es confesional, auténtica y autocrítica. En ella, Lumbreras describe con sinceridad su propio desarrollo político e intelectual, en especial aquel referido al marxismo y la arqueología. Hay importantes pasajes en la nota introductoria y otros ensayos donde expone su permanente incomodidad con el concepto de cultura que, luego de haber suscrito la propuesta de Felipe Bate, opta ahora por su abandono en beneficio de una categoría instrumental: la unidad arqueológica socialmente significativa (Bate 1978:37-38). El título del libro no es casual, nos habla sin rodeos de su rechazo sobre tal concepto.

En mi opinión, los libros son buenos por las ideas nuevas que promueven o por las polémicas que provocan. Este libro como otros del Profesor Lumbreras satisface ambos requerimientos. Para quienes no lo conocen, hay que decir que su categoría de Profesor le viene de una cualidad única y personal, es acogedor, con mucha experiencia en el oficio, sabe escuchar y no pierde ocasión para animar el debate. Algo que como él sabe bien, yo tampoco puedo evitar. En particular, si el tema es la arqueología, la cultura y la concepción materialista de la historia (rótulo acuñado por Engels luego de la muerte de Marx). Su abandono del concepto de cultura no es un capricho, sino un acto que arroja sobre la mesa el viejo dilema de ¿qué es la realidad?, asunto que para nosotros los “marxistas leninistas” (como gustaba llamarnos el general), es una oferta que no podemos rechazar.

En este campo de problemas, es imposible escribir sin aludir a la arqueología social, de la cual soy un simpatizante, pero no un militante. En lo medular estaré siempre de acuerdo con sus promotores, pues todos hemos leído a Marx, Engels y Lenin; creemos que “la explotación del hombre por el hombre” es un hecho injusto y vergonzoso; participado en movimientos revolucionarios durante el siglo XX; sufrido la persecución derechista casi tanto como hemos vivido y en lo general lucimos bastante saludables, pero estoy convencido que en esta corriente algo anda mal, pues es evidente que existe un desequilibrio de proporciones entre las innumerables proposiciones y los escasos resultados, cuestión que debería hacernos sospechar que es probable haya un muerto en el ropero. Sin embargo, sería poco honesto no reconocer la contribución de Felipe Bate (1978), en cuanto a que la cultura no es más que la expresión fenoménica de una formación social. Este fue el segundo punto de inflexión en este movimiento intelectual, el primero y originario: La Arqueología como Ciencia Social (Lumbreras 1974).

Apariencia y Esencia, Cultura e Infraestructura

Respecto al concepto de realidad, podemos decir que es algo que se presenta ante los sujetos como el campo donde ejercen su actividad práctico sensible y sobre la cual surge la intuición práctica inmediata de ella (ver Kosik 1967). En el mundo de las relaciones efectivas entre las personas sean estas de carácter formal o informal, profanas o sagradas, económicas o artísticas, es que cultivamos y maduramos nuestra conciencia ordinaria del mundo, el sentido común y el conocimiento. Este conjunto de prácticas humanas y significados, que es particular y concreta a un lugar, una época y una historia, es lo que hace distintivo a un pueblo de otro. Básicamente es a esto lo que -con mayor o menor fortuna- apuntan las definiciones de cultura en antropología, normas y valores, saberes y prácticas que pertenecen al reino del fenómeno o las apariencias, al mundo sensible y significativo en el que vivimos todos, nosotros y los otros, los del presente y los del pasado.

El registro arqueológico no es más que el resultado intencional (la manufactura de un instrumento de trabajo) y no intencional (el mismo instrumento, pero extraviado) de este conjunto de prácticas que atribuimos al mundo fenoménico, superestructural o cultural. Para el marxismo, descontado aquel naturalista ingenuo propio de Bujarin y Plejanov, la realidad es concebida como un claroscuro de verdad y engaño:

Su elemento propio es el doble sentido. El fenómeno muestra la esencia y, al mismo tiempo, la oculta. La esencia se manifiesta en el fenómeno, pero sólo de manera inadecuada […] El fenómeno indica algo que no es el mismo, y existe sólo gracias a su contrario (Kosik 1967:27).

Este mundo superestructural de lo vivido y experimentado tiene sus propias reglas (desde las tecnologías de producción cerámica a la decoración de la cestería, desde las formas de cooperación productiva a los protocolos de un jefe de Estado), pero estas reglas sólo pueden ser comprendidas en tanto revelamos su esencia o estructura. En este sentido, el marxismo es un tipo de estructuralismo (Lévi Strauss lo dijo con propiedad), pues distingue con claridad la diferencia entre fenómeno y esencia, entre representación y concepto, entre movios

miento visible y movimiento real interno, entre superestructura e infraestructura. Ambos aspectos constitutivos están contenidos en el mundo de lo real, pero sólo a través del análisis es que podemos capturar la esencia de las cosas, el concepto que le corresponde, su movimiento real interno, su infraestructura. De aquí que Marx haya tenido el cuidado de prevenir a sus lectores en el primer Prólogo de su obra El Capital.

Dos palabras para evitar posible equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas (Marx 1987:8).

El Profesor Lumbreras lleva razón al afirmar que los contextos arqueológicos son el producto de acciones sociales concretas:

Los restos arqueológicos organizados en contextos determinados constituyen unidades arqueológicas socialmente significativas, que no son otra cosa que testimonios de eso: actividades de individuos o grupos de personas cuyos actos -de orden social o humano- dejaron testimonios materiales cognoscibles (p. 73).

Sin embargo, para respetar en sentido estricto la fórmula de Marx (al menos como yo la entiendo), tales contextos no son más que el resultado de las acciones de los sujetos en el mundo de lo sensible, lo vivido, imaginado y experimentado, contienen su esencia pero no la revelan (función de ocultamiento y disimulo que opera a nivel de la ideología) sino por los modelos infraestructurales que, en última instancia, nos hacemos a partir de ellos.

Epílogo

Ninguna ciencia social que yo conozca ha invertido tanto tiempo y esfuerzo en develar los misterios de la cultura como la antropología (por colonialista que sea su origen), y tan sólo por eso, siempre me ha hecho sentido ese viejo aforismo acuñado por Willey y Phillips de que la arqueología es antropología o nada (Gallardo 1983), sin embargo, dudo que todos los antropólogos estén dispuestos a suscribir la idea de la cultura como superestructura e ideología, por consiguiente, y ya que el marxismo no es algo que se encuentre en algún lugar preciso en el mapa del pensamiento y prácticas de quienes lo profesan o lo han profesado (incluido Marx a quien disgustaban los sistemas filosóficos), tal vez el dictamen más apropiado sea finalmente que la arqueología es arqueología o nada, una disciplina que trata con la superestructura de manera crítica en tanto es capaz de vulnerar sus ideologías para revelar su infraestructura, no simplemente por definirla sino para darle sentido a la vida ordinaria, para adquirir conciencia de aquello de lo que somos víctimas y no lo sabemos. Nadie eligió ser campesino o sacerdote, esclavo o señor, explotado o explotador.

 

Referencias Citadas

Bate, F. 1978 Sociedad, Formación Económico-Social y Cultura. Ediciones de Cultura Popular, México.

Gallardo, F. 1983 La arqueología ¿una ciencia social? En Arqueología y Ciencia: Primeras Jornadas, editado por L. Suárez, L. Cornejo y F. Gallardo, pp. 90-102, Museo Nacional de Historia Natural, Santiago de Chile.

Kosik, K. 1967 Dialéctica de lo Concreto. Editorial Grijalbo, México.

Lumbreras, L.G. 1974 La Arqueología como Ciencia Social. Ediciones Histar, Lima.

Marx, K. 1987[1867] El Capital. Tomo I / Libro Primero, El Proceso de Producción del Capital. Siglo Veintiuno Editores, México.

Francisco Gallardo Ibáñez – Museo Chileno de Arte Precolombino. E-mail: [email protected]

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El Mundo Andino. Población, Medio Ambiente y Economía – MURRA (C-RAC)

MURRA, John V. El Mundo Andino. Población, Medio Ambiente y Economía. Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú e Instituto de Estudios Peruanos IEP, 2002, 511p. Resenha de: PETERS, Ann; SANTORO, Calogero.  Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.36 n.1, p. 241-245, ene., 2004.

Comentado por Ann Peters*

Esta nueva edición de los ensayos principales de John Murra, publicada por el Instituto de Estudios Peruanos en conjunto con la Pontificia Universidad Católica del Perú, es un tesoro. No solamente porque reúne su obra en una forma hermosa, duradera y legible, sino porque nunca antes se ha podido apreciar bien la dialéctica de su desarrollo a través de cincuenta años de investigación.

Murra nunca ha tenido paciencia por quienes toman su planteamiento, por ejemplo, acerca del manejo Inka de poblaciones mitimaes o acerca de la estrategia productiva del “archipiélago vertical”, para criticarlo, al demostrar que el modelo publicado no encuadra precisamente con los detalles de un nuevo caso. Cada planteamiento, modelo o corrección del modelo en la obra de Murra, surge del encuentro con un conjunto específico de textos y evidencias. Habrá que esperar siempre, al encontrar un nuevo texto o al estudiar la historia de otro lugar, un planteamiento modificado acerca de la organización social andina. Este principio de la especificidad de cada análisis es básico al estudio “sustantivo” de formaciones económicas particulares a cada tiempo, lugar y sociedad. Por lo mismo, los trabajos de Murra se consideran entre los más contundentes de la escuela de Karl Polanyi. Al repasar los trabajos reunidos en El Mundo Andino, es notorio el constante proceso de considerar nuevas evidencias en que Murra prueba y modifica sus conceptos acerca de la sociedad Inka y las sociedades andinas.

Cuando quise seguir antropología al nivel de posgrado, vivía en Lima. Estaba estudiando español, arqueología y métodos de investigación textil. Para mis amigos, en su mayoría estudiantes de San Marcos, solamente había un antropólogo en Norteamérica que valía la pena. Sus trabajos sobre la historia Inka tuvieron relevancia tanto para los etnógrafos como para los arqueólogos, tanto para quienes profundizaron en aspectos ideológicos como para los que buscaban entender las relaciones económicas andinas. Y era de los pocos investigadores extranjeros que publicaban sus análisis en la letra chica y papel gris entonces accesibles a los estudiosos en el Perú.

Así fue que postulé a ser estudiante de John Murra. Al escuchar su conferencia pública en Lima en 1980 y las discusiones apasionadas que siguieron después, me sentí contenta con ese compromiso. Al llegar a Cornell, supe recién de su origen rumano, emigrante joven a Chicago, y voluntario en la guerra civil española. Supe que vivió lo duro y contradictorio de las Brigadas Internacionales, así como la persecución anticomunista en EE.UU. Aunque aquellas experiencias lo marcaron en personalidad y en perspectiva, el factor más importante en su práctica como investigador y como profesor era su compromiso apasionado con “lo andino”.

En sus clases, nos introdujo al gremio de andinistas, por referir a todos los últimos estudios como si nosotros, por supuesto, hubiésemos ya leído todo. “Como recordarán, por lo que nos dice Olivia…”, declaró Murra, y nosotros fuimos buscando entre revistas y libros (aún no existía internet) para saber de Olivia Harris y de sus trabajos entre los Laymi de Bolivia, publicados en Bolivia o en Francia. Coleccionamos grises fotocopias, entre ellos los ensayos que el mismo Murra había publicado en fuentes diversas, casi todos en los países andinos y casi todos en español.

Para mi trabajo final de su clase de etnohistoria andina, Murra me hizo un tremendo favor. Me pasó las fotocopias de sus fichas originales de todas las fuentes históricas en las cuales basó el capítulo de su tesis doctoral acerca del tejido en el estado Inka, con la sugerencia que yo las usara para escribir sobre otro aspecto o argumento distinto de lo que él había desarrollado. Entusiasmada, empecé la tarea. Descubrí que no pude encontrar ningún aspecto de las fuentes que había quedado fuera de su discusión, ni argumento bien fundado por una conclusión distinta. El análisis de la tesis de Murra corresponde nítidamente a las fuentes existentes en el momento que él la escribió. Sentí su favor como una trampa y me avergoncé del ensayo poco novedoso que pude escribir para la clase. Me costó un tiempo darme cuenta que él, en ese momento, me dio la oportunidad de aprender la base de su método y el principio de su trabajo meticuloso de incorporar cada dato, y visión realmente nueva al esfuerzo constantemente renovado y renovador de comprender el mundo andino.

Comentado por Calogero M. Santoro*

El Mundo Andino, Población, Medio Ambiente y Economía, de John V. Murra, es una obra largamente esperada por el propio autor, quien por varios años trabajó junto a Franklin Pease, para conseguir una edición corregida y aumentada del libro Formaciones Económicas y Políticas del Mundo Andino, que se publicó, igualmente, en el IEP (Matos 1975Murra 1975Pease 1975). Esta edición, sin embargo, se debe al esfuerzo final de Mariana Mould de Pease, Carlos Contreras, director de publicaciones del mencionado Instituto y Heather Lechtman (presidenta del Instituto de Investigaciones Andinas de New York; Mould de Pease 2003:17).

El libro Formaciones fue comentado por Jorge Hidalgo (1975) en el volumen 5 de Chungara, lo que hace propicio reseñar esta nueva versión ampliada y actualizada del libro, publicado por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Instituto de Estudios Peruanos. John Murra ha acompañado a esta revista desde sus comienzos y ha sido un visitante permanente de este rincón de la costa centro sur de los Andes, donde hasta hace poco tiempo tuvo la ilusión de establecer un refugio temporal, en un esquema de “verticalidad transcontinental”. En cualquier caso, su presencia en Arica y, en particular, en el Departamento de Arqueología y Museología en San Miguel de Azapa, fue siempre un encuentro estimulante. A través de este comentario, quiero agradecer al autor por el envío de un ejemplar del libro desde su departamento del tercer piso de un edificio en la calle Bufallo en Ithaca, New York, hace menos de un año.

Esta obra representa uno de los pilares más importantes para los estudios de la organización económica, social y política andina y por esta razón: “Murra es reconocido como uno de los etnohistoriadores más importantes, quien iniciara una `una nueva era’ en el estudio de los incas” (Pärssinen 2003:29). Murra prefiere hablar de historia andina lo que define como “una disciplina que trata de juntar en una misma actividad tanto el logro precolombino, a través de la arqueología, la lingüística y la etnografía, en estrecha colaboración con el estudio de los textos escritos durante los siglos coloniales” (Murra 2002:438).

La preocupación por las instituciones sociales andinas se perfila en el autor, desde los años cuarenta cuando trabajaba en su tesis doctoral. Durante este período reconoce la influencia de la etnología de grupos africanos como los barotse (estudiados por Gluckman) cuyo manejo social de excedentes de producción se corresponden con el concepto de “redistribución” de Polanyi. En este marco Murra define una de las instituciones que caracterizan el sistema político-económico andino, la m’ita (Murra 1978:11-12) y el fenómeno de la redistribución a nivel del estado Inka, que explica el bienestar social destacado por los cronistas y que atribuyeron a señores generosos preocupados de todos los miembros de la comunidad. La propuesta de Polanyi (1957) de una antropología económica se cruza con el empeño de Murra de desarrollar la “táctica” de la etnohistoria para tratar de entender la organización económica del estado Inka, plasmado primero en su tesis doctoral, defendida en el año 1955, publicada en inglés el año 1980 y en castellano el año 1978.

En el libro Formaciones se compilaron doce ensayos publicados entre 1958 y 1973, en diferentes revistas, o leídas en distantes reuniones antropológicas, tanto en inglés como en español, pero tienen como hilo conductor la preocupación “por comprender la organización económica y política del Tawantinsuyu” (Murra 1975:19). Esta nueva compilación es mucho más contundente, puesto que encierra un total de 26 obras escritas y publicadas entre 1958 y 1998, donde más de una tercera parte se escribió con posterioridad al año 1975. Además tres de los artículos de la edición del año 1975 fueron revisados por el autor. Por lo tanto se trata de una obra renovada que revitaliza su vigor intelectual original.

El “Mundo Andino”, consecuentemente, mantiene una tremenda coherencia interna, puesto que profundiza en la línea argumental desarrollada por el autor, definida en el título del primer libro, vale decir, las formas de organización económica y política propias de los Andes. Instituciones sociales que permitieron el funcionamiento del macrosistema del Tawantinsuyu que integraba importantes soportes tecnológicos para el manejo de la agricultura, los metales, la textilería y todo un sistema de organización social que articuló el trabajo productivo, con el fin de obtener las rentas necesarias para mantener la operación del estado. En esta oportunidad Murra no agregó un nuevo prólogo y deja que los lectores descubran los avances de los años posteriores a 1975.

Los 26 artículos se separan en ocho capítulos, referido el primero a poner de relieve las primeras impresiones de los conquistadores europeos, sorprendidos y admirados por los logros andinos, que grafica con la expresión “nos hazen mucha ventaja”, atribuida a Pedro Cieza de León (Murra 2002:32). Con estos términos titula el artículo de apertura de la obra. Murra ha insistido en esta y otras circunstancias que la búsqueda y estudio de los primeros documentos generados por la administración europea es clave para mejorar la comprensión acerca de la historia andina (ver Pärssinen 2003:29, quien reconoce la influencia de Murra en esta materia). El segundo capítulo encierra tres artículos dedicados al sistema de organización política del estado Inka, sus estrategias de expansión y funcionamiento. Destaca los principios fundamentales de la mit’a, un sistema que, aunque tiene parangones en otros estados preindus-triales, como se menciona anteriormente, Murra la define como una institución típicamente andina y un factor clave en la operación del estado, lo que ha sido reconocido por varios autores (D’Altroy 1992:10Morris y Thompson 1985:93-95Moseley 1992:67-69). El sistema no impuso impuestos en especie a los comuneros como ocurre en otros estados preindustriales. Éstos debieron entregar, en cambio, una cuota de fuerza de trabajo que el Estado utilizaba para obtener “las rentas públicas que permitieran la existencia del ejército, la burocracia, una corte y demás funciones estatales” (Murra 2002:153).

El tercer capítulo encierra tres artículos relacionados con el modelo de verticalidad desde su versión clásica publicada en 1972 (Murra 1972) y sus propias reconsideraciones para darle un contexto geográfico más limitado al modelo original. El modelo evidentemente ha influido fuertemente en las interpretaciones arqueológicas de los Andes del sur (ver, por ejemplo, Covey 2000Santoro et al. 2003msSchiappacasse et al. 1989Stanish 1992), como así también estudios etnohistóricos provinciales (Durston e Hidalgo 1997Hidalgo y Durston 1998). En particular, estudios arqueológicos realizados en el valle de Lluta permiten sostener un posible caso de verticalidad manejado por poblaciones de los valles costeros asimilable al “tercer caso: etnias pequeñas, con núcleos en la costa central” (Murra 2002:101Santoro et al. 2003ms).

El cuarto capítulo encierra tres artículos destinados a describir la función política, económica e ideológica de la producción, distribución e intercambio de sistemas de producción agrícola relacionada con tubérculos y maíz, la producción de tejidos y tráfico del mullu. El sistema de producción de tubérculos, realizado en el ámbito de las propias comunidades y orientado básicamente a la subsistencia, se contrapone al sistema de producción del maíz que cumplió funciones principalmente ceremoniales. Estos dos sistemas no habrían alcanzado a integrarse en un sistema único estatal al ser interrumpido el proceso por la invasión europea (Murra 2002:151-152). Después de la producción agrícola, la segunda mayor preocupación del estado fue la producción textil a través, igualmente, de la mit’a. Los tejidos fueron un elemento clave en la reproducción de la vida cotidiana como así también en ceremonias funerarias y en ropajes vinculados a personajes del aparato religioso y gobernante Inka. El Estado necesitaba de gran cantidad de tejidos para funciones políticas e ideológicas, por lo que mantenía reservas de lana, derivadas de hatos de camélidos controlados por el Estado, que proveían a las tejedoras de cada comunidad. Los kurakas locales habrían jugado un rol fundamental en la producción textil, lo que les habría permitido adquirir ciertos privilegios en el proceso de la redistribución y reciprocidad involucrados en este circuito productivo estatal. El último artículo de este capítulo esta dedicado al tráfico del mullu desde la costa sur del Ecuador. El mullu tiene una gran demanda ritual al considerarse alimento de los dioses. Además, fue un elemento clave en ceremonias para la lluvia, en comunidades que dependían fuertemente de la agricultura, en los Andes centrales. Este capítulo deja abiertas una serie de preguntas con desafíos importantes hacia la arqueología, para encontrar no sólo las huellas de los que procesaban las conchas en la costa de Ecuador, sino también obtener ciertos indicios respecto de los clientes que demandaban estas conchas (Murra 2002:173).

El capítulo quinto integra tres artículos sobre autoridades étnicas tradicionales, referidos a las estructuras políticas anteriores al Inka. Se trata de grupos étnicos como los lupaca que representan uno de los ejemplos clásicos del sistema de manejo espacial andino, en su relación con el Estado. Se trata de casos donde los documentos muestran procesos dinámicos de cambio antes, durante y después de los Inka. Como en los capítulos anteriores, Murra tiene una serie de preguntas para la arqueología, como la relación entre los reinos lacustres y el Tawantinsuyu, cuestión que ha sido revisada por varios autores (Covey 2000Pärssinen y Siiriäinen 1997Stanish 1992, 1997).

El sexto capítulo encierra la mayor cantidad de artículos vinculados con la organización económica andina. Seis de los nueve artículos fueron publicados el año 1975. Destaca en la nueva versión la profundización en el tema de la mit’a (Murra 1983), una de las instituciones que distinguen el sistema político-económico andino y traspasa gran parte del análisis de los distintos aspectos de la organización del Estado. La discusión se centra en la ausencia de tributo y mercado en los Andes, rasgo consustancial a otras formaciones estatales de América y otros continentes. La búsqueda de Murra por descubrir las particularidades del sistema se cruza con los conceptos de redistribución y reciprocidad propuestos por Polanyi (1968 [1944] citado por van Buren 1998:340Polanyi 1957).

Tanto en sus escritos y presentaciones orales, Murra ha insistido en que no se puede entender el sistema andino con los principios de la economía capitalista. La búsqueda por identificar diferencias fundamentales del sistema andino (“lo andino”; van Buren 1998:340) ha sido el foco central de sus críticos, que insisten que la preocupación por la especificidad inhibe la identificación de principios generales comunes a otros sistemas estatales. Murra insistirá en que no se pueden explicar los sistemas de organización económica a base de los principios de la economía capitalista y junto con Polanyi (1957) insistirá en la necesidad de estudiar los sistemas preca-pitalistas para entender sus principios fundamentales. El análisis de Murra, como se puede ver en casi todos los capítulos, está lejos de quedarse exclusivamente en la particularización ciega del sistema andino.

El capítulo siete contiene dos artículos dedicados a autores de época colonial, como Guamán Poma de Ayala, a quien Murra destaca como el autor que representa una visión indígena más interna del sistema. Luego está un personaje de origen español, el doctor Barros, y otros oidores o juristas, como Polo de Ondegardo y Matienzo. Murra estima que las “opiniones y gestiones pro-indígenas” del doctor Barros permiten “ampliar nuestra visión del debate que acompaña la temprana instalación colonial” (Murra 2002:426). Principalmente, porque su posición insistía en que era necesario “comprender la organización autóctona”, cuestión que desaparece con la reforma de Toledo (Murra 2002:428). El doctor Barros, dice Murra, merece la atención de los estudiosos de la historia andina, que debiera integrar a arqueólogos, lingüistas y etnógrafos.

Los dos artículos del capítulo ocho y final del libro reflejan el espíritu multidisciplinario que debieran tener los estudios andinos. En este contexto aparece la figura del ingeniero Kosok dedicado a documentar los sistemas de riego en los Andes, una de las tecnologías que sostuvieron una base económica sólida para el funcionamiento de las sociedades prehispánicas. “El estudio de la etnología contemporánea y de la lingüística debería complementarse con los resultados de las excava-ciones y con el examen crítico de las fuentes escritas.

Para ello es necesario crear equipos interdisciplinarios que integren las tres tácticas; de lo contrario, los esfuerzos aislados seguirán siendo marginales e inadecuados al gran tema del desarrollo de las civilizaciones americanas” (Murra 2002:172). La discusión final se centra en la necesidad de realizar estudios comparativos con otras sociedades de complejidad similar en otras partes del mundo, como lo sugiriera Cunow (1981, 1896 citado por Murra 2002:460). Para llegar a estas comparaciones generales, es necesario tener una comprensión equivalente de las distintas instituciones y sistema de organización política, económica e ideológica desarrollados en los Andes con una perspectiva diacrónica que integre las tácticas disciplinarias señaladas antes.

El libro está lleno de referencias complementarias referidas a la arqueología que puede entregar nexos importantes para tratar temas de continuidad y transformación social. En este contexto, cabe destacar la manera como Murra construye sus argumentos en los que integra una amplia diversidad de fuentes. Éstas no son sólo documentales, sino también literatura del ámbito arqueológico, buscando evidencias y expresiones materiales del funcionamiento de las instituciones andinas de organización social, política y económica. Sorprende su búsqueda, por ejemplo, en reportes arqueológicos del siglo XIX, para la zona de Arica (Safford 1887, citado por Murra 2002:97), la utilización de manuscritos que nunca se publicaron formalmente, reconociendo las ideas y datos de cada uno de los consultados, agregando incluso comunicaciones personales, ponencias o debates en congresos y seminarios. Este estilo tiende a desaparecer en la práctica profesional más reciente, donde la proposición de nuevos argumentos se construye a partir de señalar los vacíos o falencias de estudios previos. Esto forma parte de la lógica del método científico normativo, que no prescribe, sin embargo, que se desconozca el aporte de datos, ideas y proposiciones fundacionales de los mismos autores a los que se cita, principalmente, por sus falencias. La construcción del conocimiento se sustenta no sólo en los aciertos, sino también en los desaciertos. La literatura sobre la historia andina presenta omisiones de este tipo y afectan a Murra y otros autores que han sido fundamentales en la consolidación de la disciplina.

Agradecimientos: Proyecto Fondecyt 1030312 y a los estudiantes del seminario Complejización Social en Zonas Marginales del programa de Magíster en Antropología de la Universidad Católica del Norte y Universidad de Tarapacá, realizado entre noviembre 2003 y marzo 2004, con quienes discutimos algunos de los temas tratados en este comentario.
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Ann Peters – Latin American Studies Program. Cornell University. Etno-Arqueología andina 119 First St. Ithaca, Ny 14850. [email protected]

Calogero M. Santoro – Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto, Departamento de Arqueología y Museología, Universidad de Tarapacá, Casilla 6-D, Arica, Chile. [email protected]

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Cidade febril: cortiços epidemias na corte imperial | Sidney Chalhoub || Salud/ cultura y sociedad en America Latina: nuevas, perspectivas históricas | Marcos Cueto

O interesse pela história da medicina tropical tem crescido muito, em virtude de numerosas injunções políticas e acadêmicas. O imperialismo, por exemplo, voltou a ser objeto de estudos acadêmicos, levando-nos a indagar sobre a importância que os impérios tiveram para a ciência e a medicina, e vice-versa, seguido do estímulo fornecido pelos estudos sobre o período pós-colonial, dos quais derivam questões acerca do papel crítico desempenhado pelas colônias na constituição ou genealogia da ciência e medicina nos centros metropolitanos. Problemas contemporâneos também contribuem para o crescente interesse pela história da medicina tropical. A persistência de doenças como a malária, o retorno de ‘antigas’ doenças, outrora consideradas quase vencidas, como o cólera, assim como o surgimento de novas enfermidades letais, como a causada pelo vírus Ebola, levam-nos a investigar a geografia e economia política das doenças, bem como os estilos que a medicina tropical ganhou nesses diversos cenários. O cólera e a malária já foram, é claro, doenças comuns na Europa, mas, no início do século XX, tinham sido requalificadas como essencialmente “tropicais”. Tal redefinição nos leva a indagar: em que consiste a tropicalidade das doenças tropicais? Leia Mais

Salud, cultura y sociedad en América Latina: nuevas perspectivas históricas | Marcos Cueto

“Show us a community wallowing in vice, whether from the pamperings of luxury or the recklessness of poverty, and we will show you that there truly the wages of sin are death. Point out the government legislating only for a financial return, regardless or ignorant of the indirect effects of their enactments, and we shall see that the pieces of silver have been the price of blood.”

Robert Ferguson, 1840

Uma coletânea de artigos é sempre difícil de resenhar, pois reflete invariavelmente uma forte tensão entre a diversidade de perspectivas dos autores e a unidade temática que o organizador deseja, a custo, preservar. Mas a Introdução facilita minha tarefa: feita com clareza e domínio do tema, traça um amplo painel dos estudos históricos da saúde na América Latina e apresenta, nas notas, uma copiosa bibliografia. Desse modo, antecipa ao leitor as ferramentas necessárias para lidar com a diversidade. Cada capítulo pode, então, ser lido a partir das preciosas indicações de Marcos Cueto.

A Introdução propõe distinguir “a saúde na história” e “a história da saúde”. O primeiro termo corresponde aos processos e rupturas vividas pela saúde na América Latina desde o século XVIII; o segundo abarca, como o primeiro, alguns estudos exemplares, mas a atenção concentra-se nos paradigmas e linhagens a que se filiam tais estudos e que demarcam um campo intelectual. A análise é esclarecedora. Gueto distingue aqui três territórios, um primeiro, ocupado pela historiografia tradicional, freqüentemente de cunho hagiológico; um segundo, constituído por estudos institucionais, que privilegiam as relações entre as instituições de saúde e as estruturas econômicas e políticas; um terceiro, em formação e de maior complexidade, sob o impulso de jovens historiadores sociais latino-americanos. Leia Mais