La medicina popular peruana (Contribución al folklore médico peruano) | Hermilio Valdizán e Ángel Maldonado

La casi centenaria Medicina popular peruana demanda mucho a sus lectores, no solo por su extensión, sino por la riqueza y la densidad de las informaciones recogidas y sintetizadas por el doctor en medicina y psiquiatra Hermilio Valdizán (1885-1929) y por el doctor en ciencias Ángel Maldonado (1890-1955). Esta edición de la Universidad del Altiplano de Puno es el mayor esfuerzo editorial planteado desde la aparición de la primera edición limeña en 1922. En efecto, entregan al lector dos volúmenes con todas las abreviaturas desarrolladas en el cuerpo del texto además de una reconstrucción de la bibliografía, que originalmente era mínima, ya que la investigación actual arroja 257 referencias de autores y obras citadas, las cuales sirven de insumo a la traducción de todas las citas que estaban en idiomas extranjeros y que ahora disponemos paralelamente en castellano. Suman índices y vocabularios, tales como un glosario de 135 palabras quechuas y populares; un vocabulario popular con 427 entradas de nombres de uso corriente sobre remedios, enfermedades, medidas para los preparados medicinales entre otras empleadas por los estudiosos de la farmacopea entre los siglos XVIII y XX, y un vocabulario médico occidental con 112 entradas cuya fuente son los tesauros especializados. Este extenso aparato de referencias es un instrumento de lectura que implica importantes consecuencias para la investigación actual. Finalmente, el lector tiene nuevas referencias para penetrar en una obra clásica del folklore médico y, a su vez, acalla la crítica de quienes consideraban que el principal defecto era “el poco análisis y sistematización realizado por los autores” ( Devoto Bazán, 2016 , p.79). Leia Mais

Salud, interculturalidad y derechos: claves para la reconstrucción del Sumak Kawsay-Buen Vivir – FERNÁNDEZ JUÁREZ (HCS-M)

FERNÁNDEZ JUÁREZ, Gerardo (Ed.). Salud, interculturalidad y derechos: claves para la reconstrucción del Sumak Kawsay-Buen Vivir. Quito: Ministerio de Salud Pública. 2010. 238p. Resenha de: LOZA, Carmen Beatriz. Las medicinas tradicionales en la encrucijada intercultural. História Ciência Saúde – Manguinhos, Rio de Janeiro, v. 22 n.1 Rio de Janeiro Jan./Mar. 2015.

Esta obra colectiva, compilada por el antropólogo español Gerardo Fernández Juárez (Universidad Castilla-La Mancha), es fruto de un seminario-taller interdisciplinario, celebrado en Quito del 10 al 13 de noviembre del 2009. Agrupa diferentes maneras de entender la interculturalidad y la salud materna desde la antropología y la biome-dicina. La reseña de esta obra tiene un doble propósito. Por un lado, presentar el contenido en sus grandes líneas, resaltando el discurso oficial de la interculturalidad en salud en la subregión andina con énfasis en el Ecuador, y por el otro, evidenciar divergencias de criterios acerca de su implementación.

La intención de los autores es presentar los avances y desafíos en la incorporación de los enfoques de derechos humanos, interculturalidad y género en las políticas y modelos de atención en salud materna. A esa exigencia se suma otra, que de alguna manera resume y potencia las anteriores: analizar las cuestiones pendientes y profundizar la discusión crítica entre ministros, operadores y decidores de las políticas acerca del tema de la Declaración de Quito (13 de noviembre de 2009). Se pretende, con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, reducir las tres cuartas partes de la mortalidad materna (considerando el período 1999-2015). El hilo rojo que recorre los 35 textos es la implementación de la interculturalidad y el uso político desde el Estado en el ámbito de la salud. En cada texto se puntualiza y redefine la interculturalidad de manera recurrente, debido al carácter escurridizo y opaco de este concepto. La primera parte se centra en los derechos humanos, salud intercultural y en “el Buen Vivir” (un concepto filosófico-andino, retomado por los gobiernos de Rafael Correa y Evo Morales, como principio rector de sus acciones políticas para el bienestar de la población). La segunda parte examina la interculturalidad, género y salud, mientras la tercera parte refiere a la pertinencia cultural de los servicios de salud reproductiva: normas, regulaciones y gestión de servicios. Todo ese conjunto temático tiene como destinatario potencial a los decidores de las políticas públicas en salud en la subregión andina, pues muchas de las narraciones provienen de los responsables de programas en actual aplicación. Además algunos de los autores han dirigido la sistematización de las siete mesas que generaron propuestas y recomendaciones específicas acerca de la normativa, formación de recursos, gestión de servicios entre otros. La obra puede ser útil para los investigadores en ciencias sociales y politólogos interesados en las formas que asume la interculturalidad como política de Estado. Las narrativas de estos decidores y estudiosos, próximos a la cooperación internacional y las instituciones de salud estatales, son una oportunidad única para escudriñar en su pensamiento. La obra ofrece los antecedentes académicos del 68% de los autores dejando a un 32% de lado de un total de 31 participantes, sin ofrecer mayores explicaciones. Utiliza como complemento un anexo de 21 fotografías de los participantes.

La política intercultural en salud, particularmente centrada en el cumplimiento de la Reforma Constitucional en Ecuador y Bolivia, ocupa la primera parte. Las contribuciones son de diversos autores: de Gerardo Fernández Juárez, Luís Fernando Calderón, Luis Enrique “Katsa” Cachiguanco, Luis Maldonado Ruiz, Amilcar Castañeda, José Solá y Fernando Ortega Pérez. Una apretada síntesis de Gerardo Fernández Juárez presenta las paradojas de la salud intercultural a tiempo de realizar un balance crítico de su implementación estatizada. Por otro lado, Luís Fernando Calderón da cuenta de la forma cómo la administración del presidente Rafael Correa está trabajando en el campo de la salud. Este autor, a partir de una visión dicotómica, amplifica los defectos y males que aquejaron la política de salud del Ecuador desde 1985 hasta 2007 y ensalza aquellas en vigencia. Para ello señala que el modelo biomédico occidental habría sido el único mientras que actualmente se adopta a las medicinas tradicionales y las alternativas. Menciona 17 experiencias locales para el fortalecimiento de las redes biomédicas con miras a la implementación del Modelo de Salud Familiar y Comunitario. Calderón silencia el funcionamiento de las experiencias hospitalarias locales, sus resultados y problemas, dejando abierta la exposición técnica a sus colegas. Ensalza la acreditación de los terapeutas tradicionales y vislumbra que en el futuro se trabajará en “procesos de validación de las terapias complementarias y alternativas para evitar la mala práctica y la superchería en su ejecución” (p.59). En su artículo no existen datos específicos acerca del destino exacto de las medidas tradicionales indígenas en todo el proceso de la instauración de la salud intercultural.

La institucionalización de los terapeutas tradicionales y su empoderamiento dentro de los hospitales es defendida por la mayoría de los autores. Empero, el médico salubrista ecuatoriano, José Sola, la cuestiona frontalmente al señalar que:

La presencia de los agentes tradicionales en las unidades públicas de salud, les lleva a un proceso de institucionalización con su consecuente integración al sistema formal y la subordinación a un conjunto de normativas y jerarquías que obscurecen su propio referente filosófico (atender enfermos y no tratar enfermedades) y que desnaturaliza su autonomía, pero sobre todo se resquebraja una práctica que es esencialmente comunitaria, con lo cual se anula su sentido de solidaridad, se debilitan las redes sociales de apoyo y se maltratan las formas locales de la reciprocidad (p.121).

Esta cita evidencia claramente que los sistemas médicos tradicionales están siendo cooptados y sub-alternizados. La prueba es que se da fe que en el altiplano boliviano de Patacamaya, en el 2009, los terapeutas tradicionales no recibían salario por sus servicios (p.218).

La segunda parte muestra un diálogo entre interculturalidad y género. Cuenta con la participación de Lilia Rodríguez, Rocío Roser, Katherine Chalá, Irma Bautista, Gloria Lagos Roberto Campos, Margarita Sáez, Mario Tavera, Nancy Millán, Mónica Yaksic, Marcos Paz, Zulema Gambirazio, Daniel González, Jorge Hermida, Genny Fuentes, Steven Harvey, Juana María Freire, Miriam Cornejo y Jannine Crespo. Desde los distintos textos se abordan cuestiones tan diversas acerca de los avances realizados 15 años después de la Conferencia del Cairo (1994) resaltando la participación del Ecuador. Destaca por su esfuerzo de síntesis el artículo de Margarita Sáez, quien sintetiza brevemente los avances chilenos en la construcción de una estrategia para la pertinencia cultural en la organización y provisión de servicios de salud y la complementariedad de servicios médicos. Según la autora, a pesar de la política intercultural, “[el] modelo médico sigue siendo occidental y el proceso de cambio cultural es incipiente” en los 25 servicios de salud intercultural chilenos (p.231). La autora no sólo ofrece indicadores del éxito de la implementación de estas medidas sino también refle-xiones e interrogantes que cuestionan la asimetría de las relaciones entre sistemas médicos, una vez incorporada la interculturalidad. Según sus palabras, “[la] tendencia es ‘integrar’ [el parto] a un modelo oficial, que aunque ‘abierto’ y respetuoso sigue siendo dominante” (p.230).

La tercera parte, la más pequeña, cuenta apenas con dos contribuciones: de Ariuma Kowii, sobre sexualidad en adolescentes y jóvenes kichwa de Otavalo, y de Soledad Varea sobre las voces de los adolescentes acerca del cuerpo maternal y la resistencia. La relevancia de la problemática radica en el uso de las historias de vida y el rastreo de la participación de la mujer en diversos aspectos de la política y cultura. Cierra esta obra la sistematización del trabajo de los talleres (p.365-387).

En suma, la obra, a pesar de ser demasiado ecléctica y dispersa, es un esfuerzo por dar cuenta de la implementación de la interculturalidad por la cooperación internacional para cambiar los sistemas de salud andinos. Llama la atención que esta obra, producida y publicada en Ecuador, no haya contado con el aporte de la Universidad Andina Simón Bolívar (Quito). Allí funciona un exitoso Programa de Doctorado en Estudios Culturales, el cual ha publicado abundante bibliografía sobre la interculturalidad, recuperando estratégicamente los aportes de la escuela de los estudios de la sub-alternidad de la India y de múltiples vertientes latinoamericanas de reflexión crítica sobre la colonización y la descolonización. Esta ausencia es aún más notoria, porque desde ese espacio académico son los indígenas, los ecuatorianos y los afro-descendientes quienes han asumido una reflexión sobre la realidad de su país. Téngase en cuenta que en Ecuador, la interculturalidad ha surgido “desde abajo”, reflexionando intensamente acerca del concepto andino de “el Buen Vivir” en numerosas publicaciones, todas ellas ignoradas en la bibliografía de la obra reseñada. Y llamo la atención sobre esto, porque fue desde esa Universidad que se ha visibilizado el funcionamiento del multiculturalismo neoliberal y nada menos que un mecanismo encubridor por excelencia de las nuevas formas de colonización que se implementa gracias a la interculturalidad funcional, cuyos dispositivos de poder permiten la permanencia y fortalecimiento de las estructuras sociales establecidas con una matriz colonial (Walsh, 2009). Por ejemplo, como lo menciona la obra incidentalmente, el sistema de salud boliviano intercultural no asume la necesidad de que los médicos tradicionales incorporados en los hospitales gocen de derechos laborales y salarios. Muchos biomédicos todavía quieren que los pagos sean en especies (huevos, gallinas o cerdos), pero de ningún modo en salario digno. Este tema de inequidad salarial y de injusticia ha movilizado, desde el 2006 hasta la fecha, a las instituciones no oficiales de la medicina tradicional sin conseguir mayores avances.

La interculturalidad en salud en Bolivia fue impuesta “desde arriba” y tiene un desarrollo independiente, de tal suerte que no compartimos el punto de vista del editor. Él asume una continuidad histórica entre las “iniciativas” interculturales actuales y las supuestas acciones de los terapeutas tradicionales y sus organizaciones por establecer un acercamiento con el sistema biomédico para el reconocimiento que estaba en poder de estos últimos (p.24). Subrayamos que no sólo se trata de procesos históricos totalmente distintos temporalmente, sino que responden a proyectos conceptualmente diferentes. Los terapeutas tradicionales entre 1960 hasta 2005 actuaban en pleno proceso de despenalización de su práctica, mientras que hoy en día se apoyan en el respaldo constitucional. A pesar de ello, el discurso del fortalecimiento de la medicina tradicional por el Estado no deja de ser un mero enunciado, pues en la práctica se toman medidas que van en sentido contrario. Por ejemplo, en Bolivia, gracias a las compensaciones monetarias condicionadas (Bono Madre Niño-Niña Juana Azurduy de Padilla) se restringe a las parteras tradicionales a ejercer su práctica porque se cuestiona su calificación; ellas no pueden competir con los biomédicos asegurando el certificado de nacimiento del recién nacido, menos compensar a la madre con un monto de dinero desde el embarazo hasta el parto y desde el nacimiento del bebé hasta que cumpla 2 años. Lo paradójico es que a pesar de estas medidas, la mortalidad materna en Bolivia no ha descendido (Prieto, Cid, 2010Bolivia, 2008).

Apoyada en documentación histórica, aclaro que las dirigencias de la Sociedad Boliviana de Medicina Tradicional (SOBOMETRA) en ningún momento “menospreciaban su propio patrimonio” ceremonial (p.40), tal como lo afirma el editor. Esta antigua institución trabajó incansablemente por la defensa de numerosos sitios sagrados de curación en el altiplano y ciudades de La Paz cuando existía penalidad. Muchos espacios ceremoniales estaban prohibidos para los terapeutas tradicionales hasta 1978, pero SOBOMETRA y sus dirigentes los ocuparon. Basta mencionar las primeras ceremonias del solsticio de invierno en el área arqueológica de Tiwanaku bajo control policial (1978), las ceremonias públicas de Huaraku (1984) y Corazón de Jesús (1985), entre otras muchas celebradas en diversos sitios emblemáticos de La Paz. Las garantías escritas de lo afirmado se encuentran en la correspondencia recibida por el Ministerio de Previsión Social y Salud Pública, la Prefectura de La Paz y la Alcaldía de La Paz, pero, sobre todo, sustento mi afirmación en el archivo fotográfico privado del presidente vitalicio de SOBOMETRA, Walter Álvarez Quispe.

Si se continúa disociando teoría y práctica intercultural desde los Estados se producirá un efecto contrario al perseguido: reducir las inequidades y potenciar una salud de calidad para todos los ciudadanos en igualdad de condiciones. Por el momento, todo parece indicar que la asimetría entre biomedicina y medicina tradicional está siendo exacerbada en la implementación de medidas que crean contrasentidos en la subregión andina.

Referências

PRIETO, Lorena; CID, Camilo. Análisis del sector salud Bolivia. S.l.: Banco Interamericano de Desarrollo. 2010. [ Links ]

BOLIVIA. Instituto Nacional de Estadística, Ministerio de Salud y Deportes. Encuesta nacional de demografía y salud 2008. La Paz: Instituto Nacional de Estadística; Ministerio de Salud y Deportes. 2008. [ Links ]

WALSH, Catherine. Interculturalidad, estado, sociedad, luchas (de) coloniales de nuestra época. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar. 2009. [ Links ]

Carmen Beatriz Loza – Directora de investigación, Instituto Boliviano de Medicina Tradicional Kallawaya. [email protected]

 

 

Medicina tradicional andina: planteamientos y aproximaciones – SÁNCHEZ GARRAFA; SÁNCHEZ GARRAFA (HCS-M)

SÁNCHEZ GARRAFA, Ricardo; SÁNCHEZ GARRAFA, Rodolfo. Medicina tradicional andina: planteamientos y aproximaciones. Cusco: Centro Bartolomé de Las Casas, Centro de Medicina Andina, 2009. 409p Resenha de: LOZA, Carmen Beatriz. ¿Por qué es difícil subordinar la medicina tradicional andina a la biomedicina? História Ciência Saúde – Manguinhos, Rio de Janeiro, v. 21 n.1 Jan./Mar. 2014.

Este libro reúne 24 textos relacionados con la medicina tradicional andina, seguidos de un conjunto de paratextos compuestos por el colofón sobre el 25 o aniversario del Centro de Medicina Andina del Cusco y cuatro anexos. A partir de ese conjunto, los editores peruanos, el antropólogo Rodolfo Sánchez Garrafa y el químico Ricardo Sánchez Garrafa, desean mostrar la “relación existente y posible entre la medicina tradicional y la medicina académica”, siguiendo el ansiado proyecto global para las Américas impulsado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), implantado desde la segunda mitad del siglo XX y vigente hasta la actualidad. De partida, recupera textos dispersos, escritos entre 1922 y 2006, poniéndolos al alcance del lector. El 50% por ciento proviene de una diversidad de libros extranjeros o peruanos, seguido de un 33% por ciento de textos redactados, al parecer para el volumen, quedando un 17% restante de artículos tomados de revistas o de comunicaciones internacionales especializadas. Un 63% por ciento de todo ese material fue redactado por autores peruanos y un 37% por ciento por autores europeos y norteamericanos. Ese cuerpo reflexivo heterogéneo ofrece una visión panorámica en cuatro partes distintas y complementarias: las nociones introductorias al estudio de la medicina tradicional; los diagnósticos y las terapias de los especialistas; la articulación de la medicina tradicional y académica en los sistemas formales de salud y, finalmente, la significación de la medicina tradicional para los organismos reguladores de la salud. Sin lugar a dudas, todas esas problemáticas son claves y actualmente clásicas, pues permiten entender el marco que debe ser tomado en cuenta para el análisis de una articulación de la medicina tradicional con la biomedicina de Los Andes. Sin embargo, hay más, pues el libro presenta una gama de temáticas que han preocupado a los antropólogos y biomédicos a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, varios autores alertan acerca de la falta de uniformidad conceptual al emplear categorías muy diversas para denominar a la “otredad médica”, llamada de manera equivalente medicina folclórica, popular, naturista, indígena, natural o tradicional (p.19-27). La falta de consenso y el uso indiscriminado de categorías disímiles se mantiene como un problema absolutamente vigente no solo entre los propios terapeutas, que alguna vez emplearon de manera intercambiable estas categorías para legitimar su practica, sino también por los pacientes y hasta los especialistas que en épocas pasadas no dieron la importancia necesaria a las definiciones conceptuales y sus significados. Pero, resulta que si bien la terminología utilizada es problemática, muchos autores, particularmente biomédicos, habrían enfatizado en averiguaciones acerca de la etiología de las enfermedades identificadas por los indígenas y la población popular, razón por la cual elaboraron listas con causales explicativas para entenderlas. Una clara ilustración de esa tendencia es el texto de David Frisancho Pineda (p.111-128). Asimismo, la reiteración de que la teoría médica tradicional es distinta de la biomédica genera una literatura que enfatiza la labor de traducción terminológica, establece equivalencias y parecidos entre ambas medicinas (p.119-128). En suma, el corpus permite comprender que, en distintos periodos, quienes se ocuparon de estudiar la medicina tradicional relegaron las voces de los terapeutas y de sus pacientes. Mientras que en otros períodos la situación cambia de manera contrastante, incorporando no sólo aquellas voces sino visibilizando las representaciones que ellos tienen de la enfermedad, la salud y la curación (p.77-96; 143-163; 199-214).

Los cuatro textos que conforman los anexos tienen un valor histórico incuestionable. Así, el documento del 25 o aniversario del Centro de Medicina Andina del Cusco presenta un balance interesante, puesto que condensa su experiencia desde su creación, cuando se perseguía y menospreciaba a las medicinas tradicionales, hasta el presente en que se ha llegado a reconocer la existencia de diversos sistemas médicos en muchos de los países andinos. Un proceso que recorrió el Centro de Medicina Andina en sus diversas fases y realizó ajustes en las concepciones, en los fines y los medios para proseguir una labor encaminada decididamente a “…buscar la complementariedad de los diferentes sistemas médicos para que estos sirvan efectivamente al complejísimo ser humano que no puede ser entendido ni diagnosticado ni tratado completamente por una sola corriente [médica]” (p.375-384). Ese proyecto encontró sus fundamentos en la famosa “Declaración de Alma-Ata” del 12 de septiembre de 1978. Le siguen en los anexos los “Puntos clave: estrategia de la OMS sobre medicina tradicional 2002-2005”, donde se presenta una definición de la medicina tradicional y se aclaran los alcances, ofreciendo sobre todo las tácticas que desarrollarían a corto plazo. Esto se puede apreciar con los documentos siguientes que tratan de la medicina tradicional estándar en un contexto mundial y donde se expone la política global normativa (p.391-409). Los anexos entran en diálogo directo, por ejemplo, con el texto del médico Manuel Fernández Ibarguen acerca de “la OMS y los sistemas médicos tradicionales” (p.325-337) y con el del antropólogo español Gerardo Fernández Juárez quien, desde España, se empeña en dar sugerencias para implementar la interculturalidad en salud en Bolivia (p.273-290). En otros casos, los anexos no dialogan explícita y directamente con aquellas concepciones sobre enfermedad que vehiculan los entrevistados de la antropóloga argentina Carmen Muñoz Bernard (p.143-163). En efecto, esto sugeriría que la definición sobre medicina tradicional de la OMS no es la única, pues la gente tiene sus propias representaciones y sus propias formas de explicar la particularidad y riqueza de la medicina tradicional que durante siglos ha servido como un recurso importante, accesible y culturalmente apto en Los Andes.

El libro cumple con alguna dificultad su objetivo porque no evidencia del todo la articulación de la biomedicina y las medicinas tradicionales andinas. Subrayemos que son limitadas las muestras concretas de los mecanismos de “complementariedad” médica, a pesar de los anhelos de la OMS/OPS y los despliegues de sus estrategias, respaldadas con significativas inversiones económicas. De ahí que, actualmente, nos encontramos en la necesidad de conocer los mecanismos, las respuestas y, consecuentemente, los resultados de ese proceso. Para el mundo andino se necesita un balance imparcial acerca de la salud intercultural. Hasta el presente han dominado narrativas que han publicitado las acciones ministeriales privilegiando la voz oficial de los decidores políticos, restando valor a la voz de los terapeutas tradicionales que tienen su propia visión acerca de los efectos de la interculturalidad funcional del sistema biomédico hegemónico (Campos Navarro, 2006, p.373-388). Así mismo, han dominado las narrativas triunfalistas de un avance considerable y consensuado en la implementación de salud intercultural neoliberal, sin mostrar el lado problemático de la institucionalización para las medicinas tradicionales, simplemente elogiando el cumplimiento de las metas de las agencias de cooperación internacional. Esos vacíos en la investigación se desprenden tanto en la obra reseñada como en las publicaciones compiladas por Gerardo Fernández Juárez para América Latina (20042006). Esas narrativas han dejado de lado los debates acerca del propio concepto de interculturalidad – sea como herramienta de emancipación o como vehículo hacia un neocolonialismo global – y sus múltiples definiciones con matices propios (Walsh, 2009).

Con todo, la fortaleza del libro radica en la estupenda selección de textos que nos permite constatar maneras diferenciadas para acercarse a un mismo objeto de estudio en el siglo XX. Pero, nótese también que el aporte consiste en haber probado que los estudios y reflexiones acerca de la medicina tradicional no se originaron desde la antropología del norte, sino como fruto de la investigación de los biomédicos en el Perú. Se trataría, entonces, de un esfuerzo formidable que respondería a diversas motivaciones y no necesariamente a las influencias de la OMS/OPS. En el libro están las garantías, quedando claro que la producción del conocimiento no siempre se engendra en condiciones de dependencia y como respuesta a las demandas de los organismos internacionales.

Uno de los aspectos más notables del libro es constatar una diversidad de opiniones contradictorias acerca de la mentada complementariedad médica. Mientras algunos antropólogos y biomédicos secundan los esfuerzos de la OMS/OPS, otros de manera contundente, como Polia Meconi, consideran que es improbable la integración de ambas medicinas a pesar de todos los empeños. Más bien, la biomedicina en las últimas décadas “ha sido dirigida a la búsqueda de nuevos remedios fitoterapéuticos por parte de las multinacionales farmacéuticas más que al estudio y al conocimiento de las estructuras profundas de la medicina tradicional” (p.107). Planteamiento reforzado, en el mismo libro, por el biomédico Duncan Pedersen quien agrega: “Los esfuerzos de racionalización e integración de prácticas tradicionales en los sistemas oficiales de atención han sido escasos, de corta duración, casi siempre en la subordinación de la medicina tradicional al sistema oficial o en el empobrecimiento del efecto terapéutico y de la eficacia simbólica” (p.58). Ninguno de los autores de la compilación se refiere a la forma contraproducente de la institucionalización de las políticas de interculturalidad en salud, en las cuales el papel de los médicos tradicionales es simplemente funcional, decorativo o servil al proyecto hegemónico biomédico.

Más allá de esa tensión que produce, se quiera o no reconocer, el proyecto de intercul-turalidad en salud trae a colación un tema no menos importante y polémico: el papel del antropólogo ante ese tremendo proceso de cambio que se desarrolla en el contexto de un mundo global. Según Polia Meconi, la función del estudioso consistiría en estudiar, penetrar y comprender las medicinas tradicionales andinas para entregar el fruto de sus estudios a la historia universal. Una vez más, Polia Meconi se interroga acerca del porvenir de la medicina tradicional y también de las posibilidades existentes para su integración. Su respuesta es interesante porque considera que son las condiciones históricas y culturales las que en definitiva permitirán la articulación o no de los sistemas médicos, en vistas de la existencia de realidades muy contrastantes. Con esto, se confirma que, en el caso andino, las experiencias son realmente distintas de un país al otro, de un sistema médico tradicional al otro y, a pesar de ello, se pretende replicar experiencias, calcar estrategias y formular modelos comunes para lograr la articulación de las medicinas con el claro propósito de controlarlas. Aun así, “la medicina tradicional existirá hasta que exista una sociedad tradicional” (p.107). De tal suerte, deberemos volcar la mirada al acelerado proceso de modernización de la medicina tradicional institucionalizada que alienta la globalización y, en ese contexto, ver cuáles son las respuestas que plantean terapeutas y pacientes ante el proyecto de la interculturalidad en salud estatizada. La marginación extrema o el reacomodo de los terapeutas tradicionales son posibles y están ahora más cerca que nunca de suceder en Los Andes del siglo XXI.

Referências

CAMPOS NAVARRO, Roberto. Procesos de legalización e interculturalidad en las medicinas indígenas de México y Bolivia. In: Fernández Juárez, Gerardo (Coord.). Salud e interculturalidad en América Latina: antropología de la salud y crítica intercultural. Quito: Abya-Yala. p.373-388. 2006. [ Links ]

FERNÁNDEZ JUÁREZ, Gerardo (Coord.). Salud e interculturalidad en América Latina: antropología de la salud y crítica intercultural. Quito: Abya-Yala. 2006. [ Links ]

FERNÁNDEZ JUÁREZ, Gerardo (Coord.). Salud e interculturalidad en América Latina: perspectivas antropológicas. Quito: Abya-Yala. 2004. [ Links ]

WALSH, Catherine. Interculturalidad crítica y educación intercultural. In: Viaña, Jorge; Walsh, Catherine; Tapia, Luis. Construyendo interculturalidad crítica. La Paz: Instituto Internacional de Integración Andres Bello. p.75-96. 2009. [ Links ]

Carmen Beatriz Loza – Diretora de pesquisa/Instituto Boliviano de Medicina Tradicional Kallawaya. E-mail: [email protected]

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Moche. Cosmología y Sociedad: Una Interpretación Iconográfica – GOLTE (C-RAC)

GOLTE, Jürgen. Moche. Cosmología y Sociedad: Una Interpretación Iconográfica. Lima-Cusco: Instituto de Estudios Peruanos-Centro Bartolomé de Las Casas, 2009. 472p. Resenha de: LOZA, Carmen Beatriz. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.43, n.especial, 607-608,  2011.

El interés del libro del antropólogo alemán Jürgen Golte y su importancia son evidentes, tanto por el tema como por la manera de abordar la iconografía y cultura moche. Después de un trabajo sostenido y de largo aliento, el autor se impone como uno de los mejores conocedores de la iconografía moche, pues escudriñó pinturas, esculturas y cerámicas para aproximarse a la cosmovisión de los artesanos que elaboraron para su sociedad hermosas y significativas piezas. Y, como un historiador, desplegó todo su conocimiento al servicio de las narraciones plasmadas en imágenes, la mayoría de las cuales provienen de colecciones, privadas y estatales, tanto alemanas, egipcias, chilenas como también estadounidenses y peruanas. Pero resulta que si bien son miles de piezas arqueológicas las que tuvo entre manos para estudiar, son aproximadamente 50.000 imágenes identificadas y analizadas con el apoyo de cientos de referencias bibliográficas consultadas para la elaboración de la obra. Sin lugar a dudas, todo ello fue posible gracias al importante apoyo brindado por la Frei Universtät Berlin, donde ofrece cátedra y el respaldo de una de las mayores financiadoras de la investigación en Alemania, la Deutsche Forschungsgemeinschaft. No debe dejar de mencionarse la ayuda prestada por los curadores de los museos, quienes pusieron en sus manos los ceramios, lo cual no es banal de mencionar, pues como él mismo lo señala “la mayoría de los que hablan e investigan sobre el arte moche no han visto los originales, muchas veces de difícil acceso en colecciones o en depósitos de museos públicos diseminados por el mundo, o no les prestan la atención debida” (Golte 2009:38). La conjunción de ambas limitaciones es superada por el autor para ofrecernos una obra muy documentada, en vista de los últimos y grandes descubrimientos realizados en la costa del Perú.

El libro se abre con una extensa, profunda y pertinente introducción sobre los procesos formativos iniciales que dieron nacimiento a la sociedad moche. Allí, se sostiene que los cambios radicales y revolucionarios deben haberse generalizado con bastante lentitud y que las nuevas formas quizás fueron desarrolladas a partir del fondo simbólico socializado y difundido con anterioridad. El proceso de identificación está destinado a marcar las fronteras y las particularidades del grupo expresado en un lenguaje comprensible a todos. Desde la introducción, el autor tiene la intención de marcar la distancia con el objeto de estudio y dejar claro el alejamiento cultural que lo separa (por extensión a nosotros) de los artesanos y artistas mochicas, quienes eran hábiles comunicadores de ideas cosmológicas y de comprensión de su mundo, de ahí que tanto los “productores como los receptores estaban familiarizados a esas reglas porque pertenecían a una tradición cultural común” (Golte 2009:18). Insiste en aproximarnos a las imágenes alejándose de la comprensión ingenua proveniente de nuestras propias categorías. Se busca con ello mostrar, reiterativamente, la tensión que conoce el investigador al evitar que su imaginario invada su análisis de las imágenes. En ese sentido, el libro entrama, desde el principio hasta el final, una doble inquietud: dotarnos de una metodología para la comprensión de la iconografía y la cultura moche desechando las ideas etnocéntricas que han imperado en gran parte de la literatura producida con anterioridad a su libro. Su propuesta, entonces, es planteada como un modelo para entender la cosmovisión y las culturas de los Andes Centrales.

La principal tesis apunta a demostrar que “La cerámica mochica es un medio que construye sentido con objetos tridimensionales” (Golte 2009:20). De este planteamiento resulta una doble enseñanza: si no reconocemos la parte bidimensional del ícono y la dimensión tridimensional de una efigie o escultura adolecemos de una falla inicial al relacionar la temática y las expresiones iconográficas. Sólo así reconocemos que los personajes representados son identificados por los atributos que poseen. Este procedimiento, paradójicamente, no fue problematizado por los arqueólogos e historiadores del arte debido a su familiaridad con el arte europeo ampliamente difundido en los estudios iconográficos. En este punto, parece pertinente subrayar su postura de tomar en cuenta y en serio la condición de los ceramios moche como objetos tridimensionales. Tan en serio lo asume, que la totalidad del libro abunda en infinidad de ejemplos para convencernos de su utilidad. Pero resulta que, si bien este aspecto es central, no es menos importante su demostración acerca del manejo que tenían los artesanos mochicas del tiempo y del espacio para establecer un lazo entre vivos y muertos bien representados en los ceramios. En esta brecha, Golte ahonda en consideraciones teóricas acerca de la historia, la cual es capital para situar las imágenes mochicas, pues estas tienen un lugar en la larga historia de desarrollo de convenciones y representaciones. De ahí que enfáticamente afirme que los moches “no son creadores ex-nihilo”, razón por la cual es imprescindible no aislar las piezas del contexto y universo de la cultura moche (Golte 2009:25).

Entre los hallazgos destaca la ubicación del lugar desde el cual se debe iniciar la lectura de las imágenes dibujadas en los ceramios (principalmente botellas). Esta identificación tiene trascendencia en la medida que sólo a partir de ello es posible restituir el panel representado en la botella de acuerdo a un orden lógico. Gracias a ese procedimiento, al parecer sencillo, son recuperadas las imágenes en su totalidad para poder comprender su narrativa. Restitución íntegra que ayuda a identificar y entender la secuencia de escenas para poder ir entendiendo, paulatinamente, sus mensajes. En esa línea, Golte presta una especial atención a los lugares que ocupan cada una de las imágenes, sin descuidar por ejemplo los lugares menos expectantes como la base o las asas. No deja de mencionar los lugares vacíos cuyo papel es necesario para la transmisión de sentido, lo que significa que se los debe tener presentes porque son parte del panel y juegan un rol significativo. Y este aspecto deja establecida la idea de que los pintores moche no cubrían las superficies con pinturas sin un propósito bien definido. Se detectó que en algunos ceramios se quiso connotar un encuentro de contrarios complementarios en un juego entre imágenes de arriba frente a imágenes de abajo. Para explicar esta oposición de contrario, el autor se sumerge en los principios andinos de los cuales extrae la explicación de que se trataría de una especie de tinku, es decir, el interface que se produce en el encuentro de opuestos. Golte establece la relación estrecha entre forma del ceramio y narrativa desplegada en imágenes. Son aspectos que podrían parecer evidentes, pero son difíciles de manejar. Ahí es donde Golte abre un gran debate con los estudiosos de la cultura moche, Donna McClelland y Christopher Donnan, porque en sus trabajos las representaciones de los paneles que presentan son incompletas, tal como el autor lo demuestra. En realidad, la totalidad del libro apunta a mostrar las grandes fallas metodológicas en los estudios a lo largo del tiempo. En particular, cuando revisita los temas y las piezas moche utilizadas por otros investigadores estadounidenses con quienes tiene varios desacuerdos fundados en lecturas opuestas de las representaciones realizadas por los artesanos moches.

En suma, se trata de una obra muy útil por su propuesta metodológica para abordar un estudio iconográfico en los Andes. La fuerza radica en la articulación de cada una de las partes como un todo donde la sucesión de imágenes dibujadas y las reflexiones forman una unidad y no simplemente elementos yuxtapuestos. Hubiera sido interesante, dada la enorme cantidad de imágenes utilizadas, un complemento cuantitativo con el análisis de algunas variables, lo cual sin lugar a dudas también habría ofrecido muchas luces sobre esa base de datos que ha reunido más de 50.000 imágenes. En todo caso, el acercamiento individualizado, detallado y reflexivo propuesto en esta importante obra deja abiertas numerosas vetas a explorar. Al mismo tiempo, habría sido importante la edición con excelentes fotografías que si bien han sido reproducidas en innumerables libros de arte prehispánico, cobrarían otro sentido a la luz de la densa e inteligente propuesta de Golte para entender los mensajes de los artesanos mochicas.

Beatriz Loza – Directora de Investigación del Instituto Boliviano de Medicina Tradicional Kallawaya. La Paz, Bolivia. E-mail: [email protected]

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Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Andina. Del Noroeste Argentino al Conurbano Bonaerense – PALMA et al (C-RAC)

PALMA, Néstor Homero (Director); TORRES, Graciela F.; SANTONI, Mirta E.; FONTÁN, Liliana Madrid de Zito. Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Andina. Del Noroeste Argentino al Conurbano Bonaerense. Salta: Instituto de Investigaciones en Antropología Médica y Nutricional, 2006. 279p. Resenha de: LOZA, Carmen Beatriz. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.41, n.2, p.313-315, dic. 2009.

Un notable vacío sobre medicina tradicional sudamericana se reconoce y completa en el Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Andina del Noroeste Argentino al Conurbano Bonaerense. Desde la Argentina, dos biomédicos y un grupo de estudiosos nos ofrecen un importante catálogo de 476 entradas con noticias sobre materiales minerales, animales y recursos humanos; además de especies vegetales empleadas con fines medicinales por los terapeutas indígenas, particularmente los médicos itinerantes kallawayas, en el Noroeste de la Argentina (cf. Palma et al. 2006:33-270).

El diccionario está compuesto por tres cuerpos distintos pero complementarios, para aportar a la antropología y suministrar información histórica del fenómeno cultural de la medicina tradicional, a pesar de la ausencia de reconocimiento en los medios académicos oficiales argentinos. El primer cuerpo es una presentación y una introducción para exponer los lugares donde se recogió la información; además, entrega elementos explicativos sobre las “teorías” etiológicas presentes en la nosología médica tradicional andina, a partir de una terminología exclusivamente biomédica. El segundo cuerpo, de mayor volumen, está compuesto por un total de 476 entradas que no sólo son noticias sobre recursos medicinales, sino también sobre patologías (p.ej., alseduras, quedao, mala fuerza); patologías culturales (p.ej. ojeadura, ojeo, sopladura, susto); expertos (p.ej. kallawaya, curandero, curandero particular, camposino) y otros conceptos (p.ej. flechado de la casa). Algunas de las entradas se caracterizan por presentar un sentido unívoco, lo cual es signo de simplificación. Así, sahumerio no sólo es el “conjunto de elementos vegetales, animales, minerales y biológicos de carácter terapéutico que se queman en el acto terapéutico” (Homero Palma et al. 2006:193). Habría que agregar que sahumerio es la designación genérica de todos aquellos expertos que muñidos de un brasero realizan curaciones en el ámbito de las enfermedades, los padecimientos y los infortunios. Ahondar en la diversidad de sentidos, en los matices y en los contrastes del espacio geográfico de estudio habría enriquecido este cuerpo del diccionario. En esa línea, era necesario eliminar la categorización de cada noticia. Por ejemplo, la coca no sólo puede ser categorizada en farmacología, pues sus usos rituales y alimenticios son amplísimos en el mundo andino. Al mismo tiempo, los autores debieron ponerse de acuerdo en el tipo de noción conceptual que primaría a lo largo de la obra. La ambigüedad radica en el empleo simultáneo de sistema médico (cuyo paradigma está en crisis a pesar de su funcionalidad) y medicina folklórica (ampliamente superada en los estudios andinos).

Un anexo documental es el tercer cuerpo, conteniendo 193 noticias extractadas de la Historia del Nuevo Mundo (1653) del jesuíta Bernabé Cobo (1580-1657)1 (Cobo 1964 [1653]. Sin lugar a dudas, el extracto cumple varios objetivos: En primer lugar, facilitar a los estudiosos un compendio de la voluminosa obra de Cobo, cuya edición es antigua y de difícil acceso, a pesar de las reediciones que le sucedieron después del siglo XIX. En segundo lugar, se documenta que ciertos materiales habrían “caído en desuso o no han sido introducidos en el Noroeste Argentino”. Tal documentación se hace veladamente, pues es el lector quien debe constatar y confrontar el listado de los autores con el de Cobo, en vista de la ausencia concreta de especificaciones sobre los cambios operados en el empleo de productos medicinales (cf. Palma et al. 2006:227-270).

La comprobación de que en el Noroeste Argentino existe un vigoroso sistema médico no oficial de raigambre andino, que sería una opción al Sistema Nacional de Salud Argentino, da nacimiento al Diccionario Enciclopédico. Por esa razón, los estudiosos indagan en el vasto territorio de la puna jujeña, salteña y catamarqueña; en los valles Calchaquíes en jurisdicción de las provincias de Salta, Tucumán, Catamarca y la selva Tucumano-Oranense (desde el norte de la provincia de Salta, Jujuy y norte de la provincia de Tucumán), localidades del conurbano bonaerense y el Departamento de La Paz en Bolivia (Palma et al. 2006:20).

Según los autores, es necesario comprender un “complejo sistema de ideas de naturaleza heterogénea”, para entender los sistemas médicos andinos tradicionales. Tales sistemas corresponderían a la concepción mítica del número, al poder de la palabra, pues las prácticas terapéuticas están intrínsecamente relacionadas con los signos, los objetos potentes y la magia. Más aún, no deja de estar vigente el concepto topográfico de la enfermedad, las patologías cuya etiología puede adscribirse a la teoría de las emanaciones (p.ej. Pilladura de la tierra2 y la aicadura3). Obsérvese, entonces, que las enfermedades mentales tanto la locura (psicosis y neurosis) como el retraso mental (oligofrenias endógenas y exógenas) son la derivación secundaria de otra patología: consecuencia de un susto, de lapilladura de la tierra, del robo del alma por el Diablo o de una brujería (Palma et al. 2006:26).

La distinción entre aquellos principios que rigen a los sistemas médicos constituye el motivo principal de la introducción del libro. Quizá la centralidad otorgada a ese tema permita explicar la carencia de especificaciones concretas acerca de dos cuestiones fundamentales: la unidad de estudio y las unidades de análisis. Son escasas las infomaciones sobre los límites no sólo conceptuales sino también empíricos de su tarea. Explorando cada una de las noticias se deduce que alguna información proviene de entrevistas y de observaciones de campo, pero la gran mayoría de los datos son transcripciones de estudios secundarios provenientes de una bibliografía antropológica, etnográfica y médica andina.

En ese sentido, habría sido de mucha utilidad la consulta de varias obras, por ejemplo, la obra fundacional del antropólogo francés Louis Girault: Kallawaya: guéris-seurs itinérants des Andes; recherches sur les pratiques medicinales etmagiques ([1984], 1987), pues es lamas ambiciosa recolección publicada sobre vegetales, materiales animales, minerales y recursos humanos utilizados por los kallawayas entre 1956y 1965.Las 1.134 noticias recogidas por Girault habrían, por un lado, alimentado el diccionario con relación a los usos de esos elementos para la prevención y curación de las enfermedades; por otro lado, habrían permitido a los autores realizar comparaciones acerca de las aplicaciones específicas verificadas en los contextos culturales de la actual Argentina y, sobre todo, aprovechar de los elementos que ofrece Girault para identificarlos. Destaco este aspecto, porque la descripción material de los elementos en cada noticia es un componente omitido en el Diccionario enciclopédico donde únicamente presentan el identi-ficador nominal, enfatizando después en los empleos terapéuticos generales (Girault 1984)4. Por ejemplo, la Jaientilla conocida popularmente como piedra bezoar es presentada como si se tratara de un material homogéneo. Mientras que los especialistas indígenas la diferencian, según su propia taxonomía, entre masculinas y femeninas por su forma, coloración y tamaño, de tal suerte que los elementos descriptivos son esenciales para comprender su función preventiva y curativa (Loza 2007).

Reproducir una parte del texto de Cobo es una elección que debió justificarse y explicarse de manera contundente. El lector no tiene información para comprender que las 193 noticias extraídas de la Historia del Nuevo Mundo (1653) no reproducen la totalidad de los recursos de uso medicinal señalados por el jesuíta. Las noticias que aparecen en el diccionario apenas significan el 36,8% de un total de 524.

Además, el lector carece de elementos para entender que Cobo no es el único autor que realizó una recolección en las Indias de los siglos XVI y XVII. Es importante aclarar que la publicación de la Historia del Nuevo Mundo, de difusión europea a fines del siglo XIX, no incentivó de manera contundente los estudios de farmacopea. Es más, a nivel local los estudiosos se dedicaron a trabajar sobre la materia, de manera independiente y solitaria, a medida que sentaban presencia las grandes expediciones oficiales y que éstas se convertían en el centro de intereses públicos, políticos y comerciales de las élites europeas. No se olvide que la historia natural y la medicina formaban parte de múltiples intereses para controlar tanto la naturaleza como la sociedad.

Igualmente, está ausente de la bibliografía el texto del siglo XVIII de un médico criollo, Gregorio de Losa Ávila y Palomares ([1783], 1983), que ejerció en Potosí. Esta fuente hubiera sido de mucha utilidad no sólo para cotejar con la información que ofrece Cobo, sino también para conocer los productos que circulaban desde la Argentina hacia Potosí y que De Loza tuvo la oportunidad de conocer. Recuérdese que este autor ofrece una colecta de 206 noticias (Losa Ávila y Palomares 1983 [1727-1780]). De igual manera, habría sido útil la publicación de un autor anónimo que en Charcas escribió entre 1790 y 1815, sobre productos medicinales, muchos de los cuales se utilizaban en Argentina, quien también acopió noticias, sumando un total de 290 elementos para la curación de 268 enfermedades citadas (Anónimo 1989 [1790-1815]).

El aporte del Diccionario Enciclopédico es esencial, pues ofrece explicaciones de las particularidades locales en los usos preventivos y curativos de los remedios que los médicos tradicionales utilizan en la Argentina. La terminología local volcada en el diccionario es prueba de la riqueza de los aportes de varias tradiciones médicas. Esta contribución es una invitación para realizar una colecta sistemática a nivel andino, en el marco de una presentación dentro de las lógicas tradicionales que no necesariamente fuercen una traducción conceptual o terminológica. Labor que es urgente ante la acelerada desaparición de los terapeutas tradicionales, en una época en que asistimos a una arremetida de la biomedicina que empieza a hegemo-nizar en materia de políticas públicas; que intenta, por así decirlo, desplazar la esencia por el signo.

Notas

1 cf. Luís Millones-Figueroa (2003).

2Agarrar la tierra, pilladura de la tierra: concepto patológico que comprende el mal denominado “agarrar la tierra”, tiene como fundamento la separación del alma del cuerpo. No obstante, constituye una patología diferente del susto (Palma et al. 2006:37).

3 Acción y efecto de aikar o k’aikar. El término hace referencia a la violación de un tabú o prohibición, y descubre una patología de neta implicancia pediátrica, ya que se involucra en ella a los niños. La gravedad de esta patología radica no sólo en los signos clínicos, sino también en la interpretación que hacen los adultos respecto de las causas mágicas que les atribuyen (Palma et. al. 2006:37).

4 Texto que es reproducido en 1987 bajo el título Kallawaya: Curanderos Itinerantes de los Andes; Investigación sobre Prácticas Medicinales y Mágicas. Louis GiraultfTvaducido por Carmen Bustillos; Rene Alcocer. Institut Francaise de Recherche Scientifique pour le Développement en Coopération, 670 p., La Paz.

Referencias

Anónimo 1989 [1790-1815] De la Naturaleza, Calidades y Grados de Arboles, Plantas, Flores, Animales y otras cosas Exquisitas y Varas del Nuevo Orbe del Perú y para más Claridad por el Orden de A.B.C./Transcripciónpaleográficay estudio por Gregorio Loza-Balsa; epílogo por Alberto Laguna Meave. Sociedad Geográfica de La Paz, La Paz.        [ Links ]

Cobo, B. 1964 [1653] Historia del Nuevo Mundo/Estudio preliminar del Padre Francisco Mateo de la Compañía de Jesús. 2 tomos. Biblioteca de Autores Españoles desde la Formación del Lenguaje hasta Nuestros Días. Atlas, Madrid.        [ Links ]

Girault, L. 1984 Kallawaya: Guérisseurs Itinérants des Andes; Recherches sur les Pratiques Medicinales et Magiques. Institut Francaise de Recherche Scientifique pour le Développement en Coopération (Mémoires de l’Orstom), París.        [ Links ]

Losa Ávila y Palomares, G. de 1983 [1727-1780] De los Árboles; Frutos; Plantas; Aves y de otras cosas Medicinalestiene este Reyno [versión paleográfica, estudios y análisis por Gregorio Loza-Balsa]. Sociedad Geográfica de La Paz, La Paz.         [ Links ]

Loza, C.B. 2007 Develando Ordenes y Desatando Sentidos. Un Atado de Remedios de la Cultura Tiwanaku. Imprenta Sagitario, La Paz. }        [ Links ]

Millones-Figueroa, L. 2003 La historia natural del padre Bernabé Cobo. Algunas claves para su lectura. Colonial Latin American Review 12:85-97.         [ Links ]

Palma, N.H., G.F Torres, M.E. Santoni y L Madrid de Zito Fontán 2006 Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Andina del Noroeste Argentino al Conurbano Bonaerense. Instituto de Investigaciones en Antropología Médica y Nutricional, Salta.        [ Links ]

Carmen Beatriz Loza – Directora de Investigación del INBOMETRAKA, La Paz, Bolivia. E-mail: [email protected]

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Alfareros del Imperio Huari. Vida Cotidiana y Áreas de Actividad en Conchopata – PARAVICINO (C-RAC)

PARAVICINO, José Ochatoma. Alfareros del Imperio Huari. Vida Cotidiana y Áreas de Actividad en Conchopata. Lima: Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 2007. pp. 328p. Resenha de: LOZA, Carmen Beatriz. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.40, n.2, p.235-237, dic. 2008.

La reciente aparición del último libro del arqueólogo y antropólogo peruano José Ochatoma Paravicino ofrece numerosas pistas de investigación futuras al haber presentado un enfoque novedoso sobre la vida cotidiana y las áreas de actividad de Conchopata (Andes Centrales). Se trata de un conocido centro secundario Huari, en Perú, cuya principal actividad estuvo concentrada en la producción especializada de cerámica fina con iconografía y acabado magistral, la cual fue posible de producir dentro de un patrón jerárquico. El esfuerzo investigativo del autor consistió en proponer la comprensión de la utilización del espacio, la organización de la producción y los sistemas de creencias y rituales entre los Huari durante el siglo IV. Todo esto planteando la discusión de categorías arqueológicas y antropológicas que se redefinen y aclaran a la luz de los datos empíricos de Conchopata, sitio arqueológico situado al noroeste de la Plaza Mayor de la ciudad de Ayacucho, pero cuyas evidencias se dispersan hasta las inmediaciones del aeropuerto.

Este libro fue escrito a partir de la redacción de su tesis para obtener el grado de Doctor en la Universidad Nacional Autónoma de México, bajo la dirección de la arqueó loga mexicana Linda Manzanilla Naim. La estructura del libro refleja una arquitectura de un trabajo académico desarrollado en siete capítulos (incluidas las consideraciones finales). La elección del terreno de investigación no fue hecha al azar, más bien se funda en apreciaciones anteriores que caracterizaban el sitio de Conchopata como un gran centro de producción cerámica, excavado por el propio autor en distintas oportunidades.

Apoyado en esos antecedentes, se propuso excavar y analizar la evidencia arqueológica considerando diversas escalas de análisis. Así, “la unidad mínima es el área de actividad, luego la unidad doméstica y, en una escala jerárquica mayor estaría la vida cotidiana”. Su objetivo principal consiste en comprender el ámbito de la organización social ligada a la subsistencia y la reproducción familiar. En esa línea se centró en el análisis de la producción de cerámica ahondando en todas sus etapas, observando paralelamente la ideología de la fabricación y distribución tanto en las áreas ceremoniales y las tumbas, como en los depósitos de ofrendas.

El primer capítulo es esencial porque sirvió de piedra angular para plantear la discusión sobre los linea-mientos teóricos que servirán de lazos con los capítulos siguientes, donde se utilizó la información arqueológica a la luz de muchas de las nociones claves y elecciones metodológicas utilizadas a lo largo del texto. De este modo, presenta el corpus teórico donde se discuten conceptos centrales. Por un lado, aquéllos que están muy relacionados con el análisis del espacio: áreas de actividad, unidades domésticas y espacio social. Por el otro, conceptos más técnicos como especialización artesanal y taller. El conjunto de esas nociones es revisado tomando en cuenta tanto la bibliografía internacional como aquella producida localmente a partir de evidencia arqueológica de Conchopata.

Mientras que en el segundo capítulo se muestra el entorno ambiental complementado con la descripción geomorfológica que sirve de sostén para el análisis de los recursos no metálicos como la arcilla y sus bancos que servían para la producción de la cerámica en gran escala. Téngase presente que la especialización se debe a que los pobladores de Conchopata tenían dificultades para dedicarse a la agricultura, pero supieron sacar partido de la abundancia de mantos arcillosos convirtiéndose en eximios especialistas alfareros. Dentro de este mismo capítulo se repasan, en una perspectiva de larga duración, las visiones sobre el sitio desde 1492 hasta las investigaciones anteriores al 2007. Justamente, gracias a ese balance bibliográfico se revela que esos análisis se habrían centrado en la taxonomía descriptiva de cerámica, aislando el contexto social de producción.

El tratamiento de la esfera de reproducción familiar se desarrolla, ampliamente, en el tercer capítulo apoyado en la cerámica “doméstica” o “utilitaria” como una fuente sin parangón para entender la reproducción social, a pesar de lo subestimada que estuvo por los estudiosos de Conchopata. Por esa razón, fue necesaria una propuesta de clasificación morfológica de los diversos tipos de vasijas a fin de distinguir: la preparación de alimentos, el servicio y consumo de alimentos, el transporte y entrenamiento. También, la evidencia arqueológica permitió distinguir fuera del área de la cocina otras más: la del descanso, almacenamiento, patios y basurales.

El cuarto capítulo está dedicado a la esfera de la producción cerámica. Dos dimensiones bien definidas lo caracterizan: Por un lado, una presentación del espacio arquitectónico mostrando las áreas definidas de producción alfarera y grandes concentraciones de herramientas y desgrasantes. Por el otro, la tecnología para la producción, aspecto que es tratado de manera más extensa. Por ejemplo, se precisa el empleo de azadas y azadones multifuncionales, las porras discoidales perforadas y los batanes. Apoyado en esa información, nos introduce al manejo de la preparación arcillosa y su amasado. El autor muestra claros ejemplos del empleo de moldes que servían para dar cuerpo a las cerámicas cocidas en hornos cerrados ubicados al interior de las unidades habitacionales. Importante evidencia de la utilización de un alto nivel tecnológico.

El quinto capítulo reconstruye la arquitectura de las unidades domésticas dentro de un contexto urbanístico cuyo estilo correspondería a “horizonte arquitectónico ortogonal celular”. Mostrándonos que Conchopata fue “sede de una ciudad muy importante que al parecer, en sus primeras fases, competía con la metrópoli Huari”. Justamente en ese momento de pugna se produjo la especialización cerámica. Para entender mejor los patrones arquitecturales se presentan las características de muros, pisos, accesos, hornacinas, áreas abiertas, banquetas y canales de drenaje.

El sexto capítulo está relacionado a la esfera ideológica de la cotidianidad. Se identifican los diversos contextos: las áreas ceremoniales, las ofrendas y los sistemas de entierros. Para estos últimos se propone una tipología a partir de los componentes básicos. Uno de los indicadores más valiosos es el análisis de la cerámica en particular de las vasijas rituales y votivas. Estos temas son complementados por la información arquitectónica sobre los entierros dentro de las unidades domésticas, lo cual es un elemento importante de la cosmovisión de los habitantes de Conchopata. Este dato es esencial porque nos permite ampliar las informaciones sobre los espacios ceremoniales cerrados y abiertos.

Finalmente, el séptimo capítulo de manera sintética presenta los logros de la excavación dando coherencia a la diversidad de temas desarrollados en los seis capítulos precedentes. Reafirma su idea de que las condiciones ambientales fueron esenciales para la ocupación de Conchopata. Plantea que se produjo en “una etapa previa al Estado Huari donde el crecimiento de la población habría generado el desplazamiento de algunos agricultores hacia las zonas de baja productividad agrícola, quienes en su afán de obtener los recursos necesarios para su subsistencia, se habrían especializado en la producción de cerámica”. Posteriormente se dedicaron tiempo completo a esa actividad bajo el mando de las élites dominantes Huari.

El autor nos propone la noción de vivienda-taller alfarero como un espacio aislado si no más bien conectado con otros espacios habitacionales y ceremoniales. Esto significa que existía una multifuncionalidad de los sitios donde se desarrollaban diversas actividades domésticas o rituales. Existían algunos talleres donde se producía cerámica a tiempo completo y otros a tiempo parcial, pero sea cual fuere la modalidad parecería que sirvió para pagar tributo entre otros productos manufacturados.

Algunas habitaciones guardaban secretamente a los muertos (con quienes convivían), pero también se construían mausoleos para éstos. El culto a los antepasados fue central, al igual que el denominado “Dios de los Báculos y otras deidades”. El estudio de la ideología religiosa se constituyó en una clave para entender el posterior abandono de Conchopata.

En suma, el libro de Ochatoma Paravicino, a diferencia de muchos trabajos donde la teoría no se armoniza con los datos empíricos, es un caso donde existe una buena sincronización. Además, el libro tiene el mérito de presentar una revisión bibliográfica exhaustiva de un arco temporal bastante amplio: desde 1927 hasta 2007, sobre los trabajos realizados en Conchopata y en torno al sitio. El examen pasa obligatoriamente por los estudios locales peruanos y los resultados obtenidos por los investigadores extranjeros interesados por Conchopata. Señalo esto como algo provechoso, pues en algunos estudios internacionales se prescinde de los trabajos arqueológicos andinos locales, sin que ello problematice a los autores sobre lo fragmentario de sus estados de arte. En todo caso, la presentación cronológica de la bibliografía debió ser mejor articulada en la narrativa del autor porque se presenta como una sucesión de fechas, cuando sabemos que reflejan cambios teóricos o metodológicos que se fueron produciendo en la ciencia arqueológica.

El centro de la reflexión estuvo claramente explicitado al recrear la cotidianeidad que, como lo reconoce el autor, ha sido una temática sumamente compleja para su estudio. Al igual, que la demostración de la especialización jerarquizada de la producción alfarera que habría permitido la definición y la legitimación de las élites locales Huari.

Queda claro a través del libro que las élites Huari organizaban el trabajo de los alfareros, logrando que algunos se especialicen en la producción de bienes utilitarios de amplia distribución. Mientras que otros vendrían a ser “especialistas agregados” encargados de prestar servicios a un patrón. El autor ahonda en el aspecto de la especialización gracias a las excavaciones de los sitios habitacionales y deja claro que existía un pequeño grupo de especialistas en cerámica fina con rica iconografía. Al respecto, es importante señalar que en el último capítulo la problemática de la cerámica es abordada de manera dispersa y redundante, lo cual habría podido evitarse con una puntualización temática en uno solo de los apartados.

Algo semejante sucede a nivel narrativo con la problemática de los rituales domésticos cuya evidencia material -en restos de camélidos, cuyes o conchas enterrados en pequeñas fosas cavadas en las paredes- merecería alguna comparación y una mayor profundización. En todo caso, este y otros aspectos forman parte de los avances, y nuevas propuestas para la comprensión de la sociedad Huari, dignos de dilucidarlos, debatirlos y problematizarlos en el futuro a la luz de esta importante publicación sobre Conchopata.

Carmen Beatriz Loza – Directora de Investigación INBOMETRAKA, La Paz, Bolivia.

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Contra la Tiranía Tipológica en Arqueología: Una Visión desde Suramérica – GNECCO; LANGEBAEK (C-RAC)

GNECCO, Cristóbal; LANGEBAEK, Carl Henrick. (Editores). Contra la Tiranía Tipológica en Arqueología: Una Visión desde Suramérica. Bogotá: Facultad de Ciencias Sociales, CESO, Universidad de los Andes, Ediciones Uniandes, 2006. 272p. Resenha de: LOZA, Carmen Beatriz. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.40, n.1, p.99-102, jun. 2008.

Ninguna lectura –con un mínimo de atención y sensibilidad– dejaría de presentar y reflexionar sobre este denso, polémico y novedoso libro suramericano, destinado a mostrar la necesidad de sobrepasar los ámbitos de la tipología y, por esa vía, descentrar la narrativa arqueológica de los estrechos límites que imponen los modelos y las categorías. Me refiero a diez ensayos, escritos por un número equivalente de arqueólogos suramericanos, en los que la investigación rigurosa, el espíritu crítico y la claridad expositiva se alían al servicio de la discusión sobre los alcances de la tipología arqueológica. En efecto, se trata de observar cómo las evidencias de la cultura material se colocan dentro de proporciones ordenables, reduciéndolas para convertirlas en suficientemente manejables, obviamente, dentro de una dirección operativa, cómoda y útil, susceptible de atraer numerosos adeptos a esta opción metodológica.

La propuesta del libro es, desde el inicio, provocativa: inventar nuevas categorías, nuevas formas de interpretar, nuevas propuestas analíticas a la luz de una evaluación de la literatura teórica y un análisis de la información arqueológica. Ese ofrecimiento se concretiza en un libro que se posesiona de manera directa “en contra de la tiranía” tipológica, expresada en una aplicación automática, irreflexiva, apolítica y poco crítica de los datos arqueológicos suramericanos. Por esa razón, los autores se adhieren a varios postulados básicos. Uno de ellos, considerar que la universalización se produce a condición de que la teoría que construye las tipologías requiera que ese criterio se cumpla. El otro postulado, prevenir sobre la supuesta neutralidad objetiva de la tipología, a la cual califican de un producto social como cualquier otro. Por eso mismo aseguran que no “…escapan de la lucha ideológica; no son inocentes construcciones y neutras sino dispositivos de poder…” (Gnecco y Langebaek 2006:ix).

De ahí que utilicen los postulados señalados como leitmotiv de los ensayos escritos en base a los datos arqueológicos provenientes de diferentes estudios de caso. Todos los autores proponen lecturas que “cuestionan la tiranía del pensamiento tipológico” en sus formas abusivas y dominantes. Sin que ello signifique emplearla desde una perspectiva no prescriptiva, más bien crítica y heurística que conduciría a formular interpretaciones “alternativas y sugerentes”, es decir, propuestas transitorias, provocativas a las interpretaciones reiterativas que confirman, una y otra vez, los modelos institucionalizados, forzando muchas veces los propios datos para que coincidan con estos últimos.

¿Cómo ese grupo de arqueólogos suramericanos plantea tamaño desafío metodológico?, ¿cuáles son los ámbitos que se dedican a estudiar y sobre qué tipo de evidencia?, ¿cómo se posesionan con relación a la tipologización desde sus estudios de caso? Los diez ensayos independientes que componen el libro han dado respuestas a estas interrogantes. Cada respuesta es, sin duda, única. No sólo porque hay estudios de caso donde se discute el manejo de la tipología en condiciones específicas de su aplicación, sino porque cada texto está sujeto a condicionamientos propios de su objeto de análisis y de sus horizontes ideológicos. Esto no quita que, vistos los capítulos en su conjunto, las respuestas esbozadas por todos ellos presentan también rasgos comunes, preocupaciones similares, idénticos desafíos metodológicos, entregándonos una imagen unitaria de los peligros de una tipologización.

El primer capítulo, escrito por la investigadora Cristina Barreto desde Brasil, guarda distancia del determinismo ecológico a pesar de su popularidad. Más bien, la autora construye su narración recordando los prejuicios con que se ha mirado a las sociedades de las tierras bajas del subcontinente –considerándolas carentes de complejidad; luego, de simples e igualitarias y, finalmente, limitadas en sus estructuras políticas jerárquicas. A partir de esas lecturas que provienen de la arqueología y de la analogía etnográfica, la autora se pregunta: ¿Por qué no se desarrollaron sociedades más complejas en la región o por qué no duraron mucho en el proceso evolutivo de la sociedad? La respuesta la bosqueja apoyada en un examen crítico y agudo de los modelos de evolución social fuertemente influenciados por el determinismo ecológico. Para Barreto, estos modelos habrían tenido un rol de “plaga” que se propaga en la comprensión del desarrollo evolutivo de las sociedades amazónicas. Sin embargo, sus datos contradicen los modelos de desarrollo cultural amazónico que enfatizan limitantes ecológicos y que tienden a explicar cualquier asentamiento grande en la región como consecuencia de ocupaciones repetidas de lugares favoritos. Barreto invita a considerar las particularidades locales, los fenómenos sociales (como la demografía, la intensificación ritual, la movilización de la fuerza de trabajo) y la constitución y mantenimiento de interacciones supralocales para tener una visión más integral.

El segundo capítulo discute el llamado “Sistema de interdependencia regional” del Orinoco en Venezuela, caracterizado por la horizontalidad política y la complementariedad ecológica. Rafael A. Gasson realiza un detallado balance bibliográfico con la particularidad de contrastar datos sobre el problema de las organizaciones políticas del área. La pregunta que lo guía es: ¿cómo estaban estructurados los sistemas durante la época prehispánica y qué relación existió entre las organizaciones sociopolíticas del área y el tamaño y complejidad de los sistemas? Para ello, escudriña las definiciones y controversias acerca de los sistemas regionales de intercambio. De ello deduce que no hubo un macrosistema regional de interdependencias en el Orinoco, sino más bien sistemas y subsistemas regionales de intercambio. Asimismo, invita a desechar la visión primordialista a favor de “una perspectiva que tome en cuenta la diversidad, la complejidad y la prioridad explicativa de los procesos históricos” a partir de nuevos datos (Gasson 2006:47).

Siguiendo con el terreno venezolano, el tercer capítulo, de Rodrigo Navarrete, estudia los palenques y empalizadas, a partir de una revisión del problema de la complejidad social durante el período del contacto en el oriente de Venezuela. Partiendo de una perspectiva de análisis bibliográfico cronológico, desarrolla una narrativa lineal para entender la información etnohistórica, etnográfica y arqueológica como documento iluminador de la depresión del Unare. Repasa detalladamente la visión europea temprana, prestando atención a los palenques complejos dejando al descubierto “los silencios” existentes en las fuentes sobre las mujeres y sobre los individuos no pertenecientes a las élites, producto de una representación eurocéntrica, andinocéntrica y elitista (Navarrete 2006:61). Con el propósito de complementar esas visiones se adentra en las referencias coloniales tardías para mostrarnos una mutación gradual de los palenques. Finalmente, ese recorrido lo conduce a afirmar que: “Las diferencias en las versiones de este pasado específico no están sólo determinadas por diferencias metodológicas sino por interpretaciones y posiciones de los autores” (Navarrete 2006:66). Por esa razón, el autor sugiere como derrotero establecer un análisis donde la cultura material tenga un papel comunicativo justo ahí donde no existen documentos. Obviamente, considerando “las transformaciones sociopolíticas Palenque y los cambios de los diferentes intereses políticos de los actores sociales que escribieron los documentos, de quiénes produjeron sus prácticas materiales en la vida cotidiana y de los antropólogos que las interpretaron” (Navarrete 2006:67).

Alejandro F. Haber, en el cuarto capítulo, nos introduce al problema de la relación entre la caza y la domesticación, alejándonos de las causalidades unidireccionales y determinismos para concentrarse en la vicuña, a partir de los estudios de la Puna de Atacama. Dicho estudio parte del postulado de renunciar a “aplicar sobre el mundo un pensamiento tipológico que lo interpreta según la realidad virtual sostenida por las grandes narrativas teóricas”, razón por la cual prefiere atender a las teorías locales acerca de las condiciones de las relaciones entre los seres del mundo. Apoyado en datos etnográficos y lingüísticos quechua-aymaras se adentra en la búsqueda de categorías explicativas que den cuenta de las relaciones domésticas y los vínculos de los hombres con los animales silvestres. Recoge el concepto de uywaña para explicar la producción y reproducción de las vicuñas; pero, también para entender las relaciones entre los humanos y no humanos.

El quinto capítulo es redactado por Andrés Laguens sobre el espacio social y recursos en la arqueología de la desigualdad social. Apoyado en los conceptos “campo y espacio social”, provenientes de la teoría del sociólogo francés Pierre Bourdieu, desarrolla una estrategia para entender las desigualdades sociales preeuropeas. Dicha propuesta es presentada en toda su amplitud. En primer lugar, a partir de un inventario sumamente cuidadoso de los conceptos que son utilizados en el análisis, por ejemplo desigualdad, diferenciación, clase, campo social o recursos. Esta revisión es capital para dar cabida a las elecciones metodológicas cuali-cuantitativas para la definición del espacio social desde el registro arqueológico del valle de Ambato, en Catamarca, entre los siglos VI y XI a.C. Con la ayuda de ese arsenal teórico, el autor logra determinar que el volumen y la estructura de los recursos son dos dimensiones descriptivas importantes en la caracterización de la desigualdad social, siendo esta última una dimensión relacional, relativa y multidimensional.

El sexto capítulo, de Axel E. Nielsen, está destinado a mostrar que las tipologías neoevolucionistas son herramientas teóricas inadecuadas para conceptualizar los procesos sociales que permiten el tránsito del período Medio al período Intermedio Tardío. Pero, sobre todo, impiden aprehender el modelo de “jefatura” y su aplicación al noroeste argentino. Tal constatación se desprende de un análisis minucioso de las variables utilizadas en determinados contextos que permitieron la formulación de los modelos, pero también de las transformaciones sociales andinas en las jefaturas del siglo XVI. Considerando sobre todo literatura etnohistórica y etnográfica andina plantea los rasgos del espacio social andino y deduce que el modelo etnohistórico se ajusta más a la interpretación del registro arqueológico del período de Desarrollos Regionales.

El séptimo capítulo, de Víctor González, presenta una evaluación de un modelo de localización geográfica de asentamientos en Alto Magdalena. Se trata de ver hasta qué punto se cumplen las expectativas teóricas y hasta qué punto podemos caracterizar los cacicazgos agustinianos como sistemas tributarios. Apoyado en el empleo de patrones geográficos para señalar la disposición espacial de los centros monumentales, señala la disposición espacial de dichos centros.

El octavo capítulo, redactado por Wilhelm Londoño, se centra en discutir el estereotipo de cacicazgo en Tierradentro, a partir de una narrativa que contrasta los datos etnohistóricos y arqueológicos para mostrar la diferenciación social en el sur occidente de Colombia. A su manera, desea contrarrestar la transferencia del derrotero histórico de occidente al resto de las culturas pasadas y presentes. Dicha tarea la realiza repasando los conceptos y planteamientos de Reichel-Dolmatoff y de sus sucesores, los cuales son discutidos y presentados ampliamente, mientras que para tener una idea del manejo de artefactos que se empleaban todavía en el contexto colonial ceremonial, se ahonda en el registro etnohistórico para comprender el universo indígena simbólico.

Cristóbal Gnecco, en el noveno capítulo, discute el concepto de desarrollo prehispánico desigual en el sur occidente de Colombia. En realidad, se ataca al desarrollo por su “pesada carga política, por sus connotaciones evolucionistas que fundan el orden colonial” (Gnecco 2006:191). Una manera de hacerlo es ahondar en la forma en que diversos estudiosos fueron construyendo sus marcos conceptuales, pero además rastreando cómo éstos fueron influyendo en las explicaciones e interpretaciones sobre las entidades prehispánicas. Examina las relaciones intrarregionales ahondando sobre los objetos que circulaban y las trayectorias que debieron seguir.

Finalmente, el último capítulo, escrito por Carl Henrik Langebaek, muestra la posibilidad de inferir analogías de los documentos y la etnología para la comprensión de la sociedad muisca. Se trata de advertir al lector acerca de la manera en que se está asumiendo la información etnohistórica, cuyos resultados son muchas veces discutibles y merecen una revisión más detallada.

En suma, esta obra fundadora nos muestra la madurez en los estudios arqueológicos suramericanos, al probar extensamente que las más recientes investigaciones no se construyen como simple reflejo de teorías, modelos y categorías replicadas redundante e irreflexivamente. Mas, al contrario, los ensayos prueban que se trata de deconstruir las narrativas del pasado en la búsqueda de una coherencia interna entre datos de cultura material y teoría. No deja de sorprender, sin embargo, la falta de una síntesis final que redondee lo planteado en la decena de ensayos y establezca las relaciones existentes entre los textos, en sus propuestas metodológicas y datos arqueológicos. La corta introducción no llega a llenar ese importante vacío del libro.

En el libro hubiese sido importante utilizar otros notables contraejemplos provenientes de Bolivia, Chile, Ecuador y Perú para tener un verdadero panorama de los cambios que se están operando a nivel teórico y conceptual en la arqueología suramericana. Estamos seguros de que los mismos habrían complementado mucho lo realizado por los autores desde Argentina, Brasil, Colombia y Venezuela. Señalo esto porque el peso específico de la arqueología andina en Suramérica es gravitante en la actual configuración continental. Además, más allá de ofrecernos contraejemplos, la arqueología andina habría aportado mucho con el manejo de las fuentes etnohistóricas y los datos etnográficos por el mismo hecho de poseer una larga tradición en ese campo. Aunque hay, ciertamente, varios ensayos que han mostrado una sensibilidad particular por el manejo de la información documental llamada “etnohistórica”, esta información debe ser leída cuidadosamente porque también es reflejo de una ideología y producto de un contexto histórico específico.

Sea como fuere, las reflexiones y el trabajo de campo realizados por los arqueólogos que produjeron este libro son una muestra de que la institucionalización de la arqueología en una parte de Suramérica ha sido un factor que coadyuvó la construcción de una arqueología crítica. Esto se debe a la influencia de factores económicos y políticos que permiten a los arqueólogos de los países desde donde se trabajó el libro, tener mayores recursos para sus investigaciones y la prueba es la confección editorial de este libro desde la Universidad de los Andes. Los arqueólogos que lo escribieron se hallan trabajando en países donde la investigación científico-arqueológica cuenta con el respaldo de una estabilidad institucional, la cual, en la práctica, no es homogénea a todos los países sudamericanos y, en menor medida, a los andinos. La discusión sobre tipología en algunos países no es el centro del debate, pues existen actividades de rescate y conservación que ocupan gran parte de su trabajo y reflexión.

Carmen Beatriz Loza – Directora de Investigación INBOMETRAKA, La Paz. E-mail: [email protected]

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