Deporte/masculinidades y cultura de masas. Historia de las revistas deportivas chilenas/1899-1958 | Pedro Acuña Rojas

El libro de Pedro Acuña forma parte del cada vez más rico campo de los estudios históricos sobre el deporte, que ha crecido progresivamente desde el cambio de siglo. Una serie de trabajos seminales analizaron la forma en que los medios de prensa deportiva escrita de la primera mitad del siglo XX lograron instalarse dentro de la opinión pública y consolidar un debate respecto a la posición del deporte y la educación física dentro del Estado. En sus páginas se proyectaba la actividad física como una política de salud, pero también como una estrategia civilizatoria: el deporte podría convertirse en una escuela de formación del carácter para niños, jóvenes y adultos, así como en el mejor antídoto frente a las denominadas “enfermedades sociales” que proliferaban en la intensa vida urbana. Todo ello sería posible si era organizado de una forma científica y moderna, es decir, racionalmente ejecutado y orientado a una práctica física lo suficientemente sistemática como para transformarse en un hábito. Para ello, en las revistas eran imaginadas formas institucionales, infraestructuras y equipamientos desde donde llevar a cabo esa misión. Al mismo tiempo, participaban de la reelaboración de algunas narrativas nacionales, especialmente aquellas relacionadas con el patriotismo, los esencialismos del ser nacional y, en ocasiones, las supuestas ventajas raciales de la propia población, en contraste a la de los países vecinos. Asimismo, desde allí se impulsaba la construcción de arquetipos masculinos y femeninos, basados en modelos de conducta, mérito y virtud pública y privada de algunos deportistas, supuestos ejemplos para el resto de la sociedad, que podría encontrar en ellos un horizonte para guiar sus propias vidas. Leia Mais

¡Presente! la política de la presencia | Diana Taylor

Enquanto caminha pelo tempo e pelo espaço com, para e entre artistas e ativistas políticos do continente americano, Diana Taylor narra suas experiências e nos desafia a pensar como estar ¡presentes! em um mundo saturado de impossibilidades. Em ¡Presente! la política de la presencia (2020), a autora enfatiza a importância do posicionamento político e ético diante da questão “o que posso fazer quando não há nada o que fazer e o fazer nada não é uma opção?”. Analisando criticamente o seu posicionamento frente as cercas, em cima das cercas, ao transpassar as cercas e ao tentar derrubar as cercas que nos separam, ela expõe as narrativas de suas vivências, sentidos e afetos diante das performances experimentadas.

O projeto, concebido simultaneamente em espanhol e em inglês, foi lançado originalmente pela Duke University Press em agosto de 2020, e em dezembro do mesmo ano pela Ediciones Universidad Alberto Hurtado, versão traduzida pela historiadora australiana Ana Stervenson. O ¡presente! como tema central é abordado como algo que está para além da presença em si, e a palavra/ato segue a grafia em espanhol também na edição inglesa, na tentativa de enfatizar a sua potência pelos dois pontos de exclamação que a acompanha. Leia Mais

Guerra por las ideas en América Latina, 1959-1973. Presencia soviética en Cuba y Chile | RAfael Pedemonte

El autor, doctor en Historia por la Universidad de la Sorbona (Paris I) y Pontificia Universidad Católica de Chile, participó en un programa de posdoctorado en la Universidad de Gante (Bélgica) y se desempeñó como académico e investigador en la Universidad de Poitiers (Francia). Ha publicado trabajos sobre historia cultural en el siglo XIX chileno y artículos sobre temáticas referidas a las relaciones internacionales durante la Guerra Fría.

En primer lugar, se trata de una valiosa obra que establece en la cultura el prisma que le permite analizar los ejes de la relación política y diplomática entre la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y América Latina durante los llamados largos años sesenta, signados por la irrupción de la Revolución Cubana, así como por el reformismo de Eduardo Frei y el proyecto de la Unidad Popular en Chile. Un intenso proceso temporal que tuvo como telón de fondo el establecimiento del marco de coexistencia pacífica definida entre las las superpotencias a partir de 1962. Leia Mais

Laboratorios etnográficos (1880-1980) – OJEDA (RCA)

OJEDA Jorge Pavez Laboratorios etnográficos
Jorge Pavez Ojeda. https://commons.wikimedia.org/

OJEDA J P Laboratorios etnograficos Laboratorios etnográficosOJEDA, Jorge Pavez. Laboratorios etnográficos. Los Archivos de la Antropología em Chile (1880-1980). Santiago de Chile: Colección Sociología. Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2015. 598p. Resenha de ESPIRITO-SANTO, Diana. Revista Chilena de Antropología, n.34, p.111-114, jul./dec., 2016.

Este nuevo libro de Jorge Pavez, al igual que su anterior, Cartas mapuche, siglo XIX (2008), marca un hito en la reflexión, ahora sobre el quehacer antropológico en Chile y su vinculación con el devenir de los vínculos “interétnicos”, “coloniales”.

La entrada a esa historia es por medio de un concepto: el de “laboratorio etnográficos”. Este “permite significar la conjunción de varios agentes, procesos y prácticas” (leídos desde una perspectiva dialógica), insertos en una topología (“son territorios completos, sometidos a procesos de ocupación estatal y de colonización”), en una economía y, por último, en una “cierta anatomía”. Así,

Las inscripciones topológicas, las marcas de su economía y los informes de sus anatomía se encuentran en el archivo de su producción. El archivo mismo, el conjunto de las inscripciones textuales y visuales producidas en el laboratorio de los territorios indígenas, da cuenta de la “vida del laboratorio” colonial y de su economía política y libidinal (p.27).

El período que abarca esta historia es de un siglo: 1880-1980. Los laboratorios centrales, capitales, giran en torno a los “autores fundadores de narrativas etnológicas de la nación” (p.35): ellos son Rodolfo Lenz, Max Uhle, Martín Gusinde y Tomás Guevara. A cada uno de ellos Pavez le dedica uno o más capítulos.

Así estas “narrativas”, al ser leídas bajo el supuesto del paradigma dialógico (opuesto al paradigma iniciático), hace de los “padres fundadores” autores parciales, donde los co-autores han sido silenciados, marginados u omitidos. La gracia de la obra de Pavez es mostrar, entonces, al detalle y con precisión obsesiva, la co-autoría y las consecuencias que se derivan de esta desconstrucción.

Como no me es posible comentar todos estos laboratorios me voy a permitir encarar dos de ellos ligados a la Araucanía: el de Lenz y el de Guevara, para posteriormente abordar algunas ideas más generales a que apunta esta obra.

La “narrativa” de Lenz —con un substrato caracterizado como de “araucanismo neohumboltiano” (la lengua como representación externa del “genio de los pueblos”, p.76)— se vincula, en el “dispositivo etnográfico”, con dos mapuche Víctor Manuel Chiappa y, a través de él, con Kalvún. Este nexo ya había sido puesto de relieve por Gilberto Sánchez en 1992. Otro co-autor, Manuel Manquilef tendrá un lugar relevante en este laboratorio, como también en el de Guevara.

En esta relación triangulada se manifiesta la tensión entre ambos aparatos y sus paradigmas, por ejemplo a la lengua y la posibilidad de traductibilidad.

Lenz, fiel a su postura humboltiana, se preguntaresponde “¿Es posible traducir literalmente de una lengua a otra, cuando las dos son de estructuras enteramente distinta y representan grados de cultura enteramente diferentes? Creo que no es posible”.

La respuesta de Lenz es la que rescata Paves por su originalidad: “…todas las teorías lingüísticas generales han nacido exclusivamente en el terrenos de las lenguas indo-europeas […] la perspicacia de Lenz para acusar las limitaciones etnocéntricas de su ciencia… recuerda lo que Jacques Derrida apuntó como la tentación imperialista de una lengua semítica universal recogida en el mito de la torre de Babel” (p.108). Es evidente que dentro de esta perspectiva el lugar de Manquilef era más simétrico o igualitario, de allí el estímulo de Lenz a que se publicara su obra, bajo su autoría, en los Anales de la Universidad de Chile. Es notable el rescate que hace Pavez de la complejidad del juego de Manquilef en la traducción de su obra:

Pero al mismo tiempo que traduce diálogos a enunciaciones impersonales, también encubre o atenúa ciertos conceptos orientados a generar efectos diferentes en cada idioma y su público lector, especialmente cuando se trata de enunciar la relación de fuerza (política o militar) entre los pueblos que practican las lenguas en traducción. Así por ejemplo, una frase de su padre Fermín Trekamañ Manquilef, citada dos veces: “Afkilpe aukantun dunu, aukantun dunu meu, piam, yeneenolu ta che; que no se concluya el conocimiento del juego, pues por el, se dice, la gente fue invencible”.

Aukantu es más que nada la acción de luchar, que por supuesto está contenida en el juego de palin, que es un juego agonístico, pero que abarca muchos otros escenarios de competencia, y especialmente, la guerra.

Aflayai aukantun dungu, “que nunca se acabe el conocimiento de la lucha/combate/pelea/ guerra”, en un enunciado bastante subversivo, que traducido al juego se vuelve la alegoría secreta de un pueblo que tiene que estar preparado para defenderse” (p.111).

Así el laboratorio de Lenz es sensible, por su orientación, a la valoración positiva de la propuesta y práctica de Manquilef. También lo era, nos recuerda Pavez, de la tradición y el habla popular chileno, expresada en la revista del Folklore, en su diccionario etimológico y en la recopilación de la Lira Popular.

Aquí Pavez rescata la tensión de Lenz con la elite chilena que veía con horror y escándalo ese rescate de lo popular:

Salte un hoyo, le vi el coño Colorado como un demonio

Meto lo duro en lo rajao Lo meto seco y lo saco mojao

La experiencia de Lenz es que “en Chile parece faltar por completo, entre la gente ilustrada, ese amor y cariño al pueblo bajo, el cual, sin embargo… es la base eterna de la fuerza nacional”.

La tensión de este Laboratorio con el insigne Andrés Bello es rescatada por Pavez. Para el triple fundador –de la Gramática, del Código Civil y de la Universidad de Chile—la valoración positiva de habla del pueblo estaba lejos de su horizonte, su postura oligárquica era abierta. Lenz en cambio “apela ya no amar a la ley sino amar al pueblo y a la nación; a la “pasión por el orden” de Bello opone una pasión por la creación el descubrimiento, el cambio y la transformación” (p.162).

En síntesis, el laboratorio de Lenz mantiene “una relación con el pasado, con la nación y con el ‘valor de antigüedad’ que la élite chilena no comprendía… Como tuvo ocasión de señalar en varias oportunidades y con altos costos personales, la elite chilena no tenía vocación de integración nacional” (p.164).

113/ Laboratorios etnográficos. Los Archivos de la Antropología en Chile (1880-1980) Laboratorio de Guevara En primer lugar, Pavez aborda uno de los textos de Guevara que se ha sido desde los 80 una obra fundamental para los estudiosos de la sociedad mapuche y para el “nacionalismo mapuche”: Las últimas familias araucanas (publicada en los Anales en 1912) y la razón es que allí “La gran variedad de familias presentes permiten una visión de conjunto sobre lo que constituye el entramado de alianzas políticas y familias que estructuran la sociedad mapuche” (p.320). Pavez quiere corregir “varios errores de interpretación” (como la coautoría), para finalmente mostrar “cómo esta forma de escritura de la historia mapuche contribuyó a la formación del primer movimiento político mapuche en la época de la reducción” (p.321), así “la operación historiográfica y la operación política se entrelazan en su génesis” (p.352). Aquí Pavez retoma la hipótesis de lectura de Menard sobre este gabinete:

…sobre este tipo de gabinete se ejerce un control y se impone un ‘orden del discurso’ colonial, que va a implicar un arreduccionamiento de la escritura, mapuche, al igual como se arreduccionaban los linajes en los territorios conquistados. André Menard ha señalado esta metonimia de la condición reduccional, para enunciar la delimitación reductora que se despliega en el formato de doble columna en que se publican estos textos mapuches (p.354).

Permítanme la siguiente hipótesis sobre este gabinete etnográfico encabezado por Manquilef- Guevara en la producción de “las últimas familias”.

Estábamos de acuerdo en el pasado reciente con la afirmación que se trata de una “visión de conjunto de la sociedad mapuche”, no obstante, tuvimos que modificarla con nuestros estudios en el área huilliche y posteriormente en el área Arauco-Tirúa. Las últimas familias es el laboratorio de los nagche y wenteche, que se valieron de Guevara para hacernos creer que no había universo mapuche más allá de esa oposición (de allí que sea poco útil este texto para comprender las redes mapuches en la zona de Arauco-Tirúa y de sus vínculos con la zona de Malleco).

Volvamos a Guevara. El título de las “últimas familias” (no compartido por sus co-autores) es coherente con la propuesta historiográfica de Guevara:

lla suponía… como toda escritura de la historia un rito fúnebre que permitiera superar el pasado, pero lo que él estaba enterrando es el pueblo mapuche en conjunto, dándole un término como sociedad y civilización (p.365).

Por supuesto, como nos dice Pavez, “Es difícil creer que los mapuches del gabinete guevariano pensaran lo mismo” (p.365). Menos que compartieran el “evolucionismo” de Guevara que los inferiorizaba.

Estamos también lejos de Lenz, para éste lo mapuche era un clave del substrato cultural nacional, pero compartía con Guevara el paradigma de la extinción.

Ambos laboratorios funcionan como oráculos trágicos de un fin ineluctable, no obstante, Las últimas familias tiene la virtud de poner el oráculo de los lonkos que lo niega “no se acabará el ser, la sabiduría, mapuche”. Este juego oracular es que la ha transformado a esa obra en una clave La disputa de Guevara con Charles Sadleir y la obra de los anglicanos en la Araucanía, le permite a Pavez precisar el nexo que tuvo la Misión Anglicana con el movimiento mapuche, pero también con el “valor del mestizaje para las empresas misioneras católicas y retomado por la ideología nacionalista chilena” (p.397). Hay ahí un puente entre Lenz y Sadleir ambos eran sensibles y críticos al mestizaje promovido por el nacionalismo, ya que para los anglicanos “la comunidad cristiana y económicamente productiva se traducía en una clara distinción étnica o “racial” en el plano sexual reproductivo” (p.397). Esta distinción llevó a Sadleir a identificarse con los mapuches (sobre todo con aquellos militantes de la Sociedad Caupolicán, de la cual el formó parte), gesto que molestaba a Guevara, a pesar de considerarse un “amigo de los araucanos”.

Por último, Pavez nos presenta la distinción de la postura con uno de los mayores teóricos de la “raza chilena”: Nicolás Palacio.

Se enfrentan así las diferentes formas del indigenismo de principios del siglo XX, que en el fondo son variaciones de un racialismo evolucionista: el elitismo nacionalista de Guevara en contra el nobilismo raciológico de Sadleir, el racismo nacionalista de Palacios en contra del cosmopolitismo cientificista de Lenz, el culturalismo pragmático de Manquilef en contra del sicologismo determinista de Guevara. En esta multiplicación de posiciones, 114/ Rolf Foerster resulta bastante evidente que entre la imagen dada por Guevara… de una raza derrotada, biológicamente decadente y en vías de extinción, y la imagen de una raza dignamente representada por dirigentes aristocráticos, vestidos con moderna elegancia y convencidos de la vigencia de su autoridad así como de una autonomía racial y política frente a la nación y al Estado chileno, los caciques encontrarán en el proyecto comunitaristas anglicano una alternativa de negociación más atractiva que la ofrecida por el proyecto mestizológico chileno (p.423).

Este resumen de dos de los laboratorios nos permite pasar ahora a cuestiones más generales que me gustaría tratar antes de finalizar.

Una precisión: el estudio de estos laboratorios no es una suerte de “síntesis comprensiva y global de la historia de la antropología en Chile” y “esto porque las condiciones mismas de posibilidad de la práctica y el archivo etnográficos no llevan a pensar una historia de la antropología, sino más bien a conocer cada laboratorio etnográfico” (p.27-28).

No obstante, Pavez nos ofrece inmediatamente una síntesis al señalar que en la “historia del archivo indigenista” hay unos “padres fundadores de la etnología chilena”, que como todos padres producen fascinación y rechazo. Ahora bien, para sorpresa, esos padres no son los jesuitas de los siglos XVII y XVIII (Valdivia-Ovalle-Rosales-Havestadt-Febres- Molina), sino los “padres de habla alemana” de las primeras décadas del siglo XX: Lenz, Uhle, Gusinde: “autores consistentes de una ‘revolución científica’ en Chile”. La tesis es que “La modernidad alemana, anclada en el romanticismo populista, buscará en la alteridad negada por las elites criollas los fundamentos para la renovación de un proyecto nacional chileno cuya modernización se hiciera cargo de las tradiciones vernaculares” (p.30).

Mi hipótesis es que Lenz y la etnología alemana es de algún modo una continuación (y una negación) del “laboratorio jesuita”, que dio, como unos de sus resultados, no sólo diccionarios y una buena etnografía mapuche-huilliche, sino también la construcción dialógica de la “política de los parlamentos”.

Mientras que el laboratorio de Guevara tiene como objetivo desmontar ese laboratorio para levantar uno acorde con la “pacificación” y el “sistema reduccional”, como primer paso en la disolución de lo mapuche en lo nacional, de ahí la tensión con Manquilef que es heredero del laboratorio parlamentario del siglo XVIII y del XIX (no deja de ser significativo que Pavez no rescate de forma significativa la labor parlamentaria de Manquilef en la Cámara de Diputados; como el laboratorio político de las organizaciones mapuches de los 80 que rescatan ese legado).

Pero volvamos a la síntesis: para Pavez “la segunda guerra mundial dará el golpe de gracia a la fundación de la etnología en Chile” (p.31). El golpe viene desde los Estados Unidos: “cuyos paradigmas tecnofuncionales parecían más libres de tradiciones ideológicas porque favorecían la autonomización disciplinaria y un alejamiento del debate social” (p.31).

La figura central de ese parricidio sería Ricardo Latcham (rescatado desde su tumba, muere en 1943, por Mostny) y también (otra sorpresa) Lipschutz.

Ambos habrían practicado un indigenismo que “no ponía en peligro la ‘unidad nacional’ de Chile, sino que promovía abiertamente (y desde la antropología física) la patrimonialización colonial republicana de los reductos vivos de la alteridad política y sociocultural” (p.31). Esta historia concluye: “en los años 50 y 60” donde los “padres” alemanes son reducidos a la condición de ‘figuras recesivas’” (p.31).

Rolf Foerster – Departamento de Antropología, Universidad de Chile. E-mail: [email protected].

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El rio Mapocho y sus riberas. Espacio público e intervención urbana en Santiago de Chile (1885-1918) – FERNÁNDEZ (RAHAL)

FERNÁNDEZ, Simón Castillo. El rio Mapocho y sus riberas. Espacio público e intervención urbana en Santiago de Chile (1885-1918). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2014. Resenha de: RIVERA, Francisco. Revista de Arqueología Histórica Argentina y Latinoamericana, Buenos Aires, v.2, n.9, 63-68, 2015.

Hace algunos años, un grupo de jóvenes arqueólogos chilenos fueron llamados a excavar y evaluar los componentes materiales de los antiguos tajamares del río Mapocho en Santiago de Chile, descubiertos durante las obras de construcción de la nueva línea del tren subterráneo (Metro). Ese acontecimiento significó un punto de inflexión en la arqueología chilena, ya que en gran medida abrió y permitió consolidar el campo de la arqueología histórica urbana en nuestro país. Estimuló, entre otras cosas, el desarrollo de nuevas metodologías y técnicas, hasta ese entonces novedosas para los profesionales interesados por la materialidad del pasado histórico. Junto con ello, obligó también a estos jóvenes arqueólogos a profundizar su mirada sobre los restos materiales de los complejos procesos de intervención del río Mapocho en particular, y de planificación urbana en general, durante los siglos XIX y XX en la ciudad de Santiago. Dichas intervenciones urbanas arrojaron importantes evidencias que han permitido desde entonces conocer más sobre la relación de la ciudad con el río, y sus distintos procesos constructivos a través del tiempo.

Al igual que en otros países latinoamericanos como Brasil o Argentina, en Chile el estudio de la cultura material de los períodos históricos fue desarrollado tradicionalmente por profesionales venidos de disciplinas ajenas a la arqueología, como arquitectos o historiadores del arte (Funari 1997). Si bien desde la arqueología reconocemos que no podemos competir con la fuerza del registro escrito y oral que predomina en la interpretación histórica, desde aquellos años se ha buscado un mayor acercamiento entre ambas disciplinas, lo que ha llevado a los arqueólogos chilenos a buscar soluciones metodológicas en los planteamientos de aquellas disciplinas afines, de la mano además con la tendencia teórica en boga del post-procesualismo y sus flirteos con la hermenéutica y del post-estructuralismo como modelos de explicación del registro material. En ese escenario, surgieron también en la arqueología histórica chilena diversos compromisos teóricos; la historia como eje de investigación a la cual la arqueología aportaría con datos materiales o ésta última como laboratorio en el cual se podrían probar modelos que luego serían útiles a la prehistoria (Gómez Romero y Pedrotta 1998). Sin embargo, en los últimos años se ha acordado una perspectiva global que busca una agenda de investigación arqueológica propia con elementos en común con la historia y la antropología. En mi opinión, el trabajo de Castillo “El río Mapocho y sus riberas” debe insertarse en el desarrollo de esta última perspectiva, si bien éste nace y se focaliza principalmente en la historiografía pura.

El libro es el resultado de la tesis doctoral del historiador chileno Simón Castillo Fernández, el cual trata sobre la transformación urbana y su relación con el río Mapocho entre 1885 y 1918. A pesar de que en algunos pasajes la voz del autor se pierde entre el “ruido” de las abundantes referencias bibliográficas, lo que podría quizás hacer perder a algún lector, el texto mantiene sin embargo una coherencia interna amena y estimulante, y se lee como un conjunto fluido de capítulos y no como un árido documento académico. El elemento central de la tesis de Castillo es el espacio público en la ciudad de Santiago de Chile, entendiéndolo “en doble sentido de esfera pública y lugar construido y practicado” (p. 39). El autor así entonces decortica y explica las transformaciones socio-culturales producidas por las intervenciones técnicas y urbanísticas llevadas a cabo en las riberas del río Mapocho. La hipótesis del autor señala que “la transformación de los bordes del Mapocho urbano desarrollada el menos entre 1885 y 1918 fue una intervención inédita debido a un proceso de modernización urbana de nuevas dimensiones” (p. 50). En ese cuadro de análisis, el autor se centra en las dimensiones sociales inherentes a los procesos de transformación urbana desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX, centrándose en tres elementos propios de la modernización urbana y de conformación del espacio público: la higiene, la estética y el tránsito, los cuales surgieron como ejes centrales a partir de la gran obra de intervención que constituyó la canalización del Mapocho a fines del siglo XIX.

En la introducción el autor señala sus objetivos de investigación, el cual es entregar una historia sociocultural de aquellas transformaciones urbanas “que coadyuve a una discusión más densa sobre el espacio público en Santiago de Chile” (p. 25), comprendiendo con ello también la relación establecida en la ciudad entre el Estado y la sociedad civil (p. 30). El texto comprende cinco capítulos, iniciándose con un vuelo histórico por las percepciones construidas alrededor del río. El segundo y tercer capítulo se centran en las primeras grandes obras públicas de intervención del río a fines del siglo XIX y primero años del siglo XX, para luego abordar los problemas y políticas públicas con respecto a la ribera norte, de un marcado carácter popular. El autor se centra en los problemas ligados a las primeras grandes expansiones urbanas hacia estas zonas de la ciudad y el interés de las élites por controlarlo, a través de instituciones sanitarias y mercados. El capítulo cuarto se extiende sobre la realización de espacios públicos como los parques construidos en la ribera sur (Parque Centenario, Cerro Santa Lucía, Estación Mapocho), demostrando un claro contraste con las intervenciones llevadas a cabo los años anteriores en su ribera opuesta. Por último, el capítulo quinto y final trata sobre la ocupación de la ribera norte durante los primeros decenios del siglo XX, tomando como eje las nuevas expansiones urbanas hacia aquella zona y la habilitación como espacio público del Cerro San Cristóbal.

Es interesante resaltar del libro de Castillo, que las políticas de intervención urbana en Santiago aparecieron condicionadas, como era de esperarse en una sociedad sumamente segmentada socialmente, por enfoques muy distintos pero coexistentes dentro del espacio social urbano. Como bien lo sabemos a partir de los trabajos de Bourdieu, en el espacio moderno, y la ciudad de Santiago no fue ninguna excepción, los grupos se distinguieron bajo la diferenciación de capital económico y cultural, y que Castillo identifica y ve reflejadas en las políticas de intervención del espacio público. En este trabajo, Castillo considera relevantes aquellos aspectos del espacio urbano que dicen relación por un lado con el contexto social en el cual se inserta (el pensamiento moderno, burgués y urbano), pero –lo más importante en mi opinión– como dispositivo constituyente de aquellas prácticas diferenciadas del espacio social. En palabras del autor, “las relaciones entre naturaleza y sociedad urbana como horizonte proyectual-disciplinario donde intervienen elementos de la urbanística moderna y del control social, ligados a procesos de modernización” (p. 38).

El autor examina entonces ciertas variables significativas en la elaboración de las políticas espaciales, intentando determinar su relación con la ciudad en su conjunto, como por ejemplo en los capítulos tercero y cuarto, en los cuales discute las diferencias entre sectores socialmente distintos y por lo tanto como constitutivas de las prácticas diferenciadas, así como expresión material de las desigualdades sociales presentes en la ciudad a fines del siglo XIX y principios del XX. Quien camina hoy por las calles de Santiago sabe que el río Mapocho no sólo ha sido el emblema de la ciudad, sino que éste es el reflejo de las contradicciones Rivera 2015: 63-68(Reseña) 66  sociales al interior de ella. Siguiendo al autor, el río ha representado una frontera que corta la ciudad en dos, con una mitad norte de carácter campesino, marginal, y asociado a las clases populares (el famoso barrio de la Chimba es el ejemplo más elocuente de dicho imaginario), y una mitad sur urbana, burguesa, y asociado a las clases más acomodadas. Desde esta representación, el autor nos recuerda que las estructuras derivadas de las políticas urbanísticas funcionan como elementos activos del espacio, materializadas luego por pautas de conductas específicas de los individuos, tal como queda demostrado a partir de la transformación de espacios naturales en espacios públicos, como fueron los casos de los parques Centenario y Forestal.

El autor nos muestra entonces que el espacio es también una construcción socio-cultural, históricamente condicionada y que responde a una lógica particular de los sistemas políticos de la época: “los artefactos urbanos como productores de sentido y construcción de la realidad” (p. 46). El libro nos permite entender entonces la planificación urbana y la espacialidad como campos de discurso, en el cual se configuran las contradicciones sociales evidenciadas en la documentación escrita. Bajo estos parámetros, Castillo plantea que es posible identificar aquellos rasgos espaciales que son socialmente representativos de las políticas de ordenamiento urbano a través del tiempo, desde las primeras ideas de Benjamín Vicuña Mackenna en el siglo XIX, y que fueron comandadas a numerosos arquitectos e ingenieros como Joaquín Toesca y Alejandro Bertrand. Es decir, la organización espacial y los elementos estructurales que componen el espacio urbano como los parques, mercado y edificios públicos (tales como el Desinfectorio Público y la Protectora Nacional de la Infancia, por ejemplo), se perciben –incluso hasta el día de hoy– como algo “natural” y no como dispositivos de orden social. En otras palabras las formas que estas construcciones adquieren en relación a la liminalidad simbólica del río.

Para el autor, la identificación de las diferencias sociales que se generan en una determinada espacialidad y a ésta como una dimensión socialmente producida, permiten finalmente entender la relación entre las respuestas que la sociedad civil tuvo sobre este orden y sus características reales; el espacio social urbano produce y reproduce desigualdades sociales al marcar la pertenencia o la exclusión a ciertos barrios, zonas, ámbitos o grupos (clases sociales, género, facciones, etc.). En síntesis, me parece que desde una mirada arqueológica, el aspecto más interesante de este trabajo es el esfuerzo por identificar las relaciones sociales que se generan dentro un sistema o espacio social, y la forma en la cual se expresan materialmente en términos de su ordenamiento espacial y sus componentes artefactuales. En ese sentido, el mejor ejemplo es el sistema hidráulico y de alcantarillado. Desde el punto de vista de los análisis morfo-funcionales y cronológicos de esta materialidad recuperada de las excavaciones arqueológicas, se ha intentado indagar en aspectos relativos a la higiene y salud pública, así como al desarrollo urbano sostenido por Santiago desde su fundación hasta los inicios del siglo XX, cuando se moderniza el sistema de agua potable y alcantarillado, que se encuentra en uso hasta hoy. Los restos que se encuentran bajo la ciudad revelan que es sólo con la efectiva modernización del sistema de agua potable implementado hacia 1920 cuando las condiciones de salubridad mejorarán para sus habitantes. Si bien las nuevas infraestructuras comienzan a instalarse desde mediados del siglo XIX, éstas se restringieron sobre todo al centro histórico, permaneciendo los antiguos sistemas coloniales en los sectores suburbanos de Santiago.

Si bien el trabajo de Castillo nos obliga como arqueólogos a reconsiderar el enorme cuerpo documental como base insoslayable de datos, creo que no debemos por ese motivo considerarlos como núcleo de las interpretaciones al cual los datos materiales aportarían información sobre aspectos invisibles del registro escrito. Si se me permite una defensa de una posición arqueológica, me parece insuficiente considerar las fuentes escritas solamente como una voz única, sino que nos deben servir como base para postular modelos propios en problemáticas específicas de estudio, como en este caso, el de las intervenciones urbanas en el Santiago de los siglos XIX y XX. En ese sentido, en mi opinión creo que necesitamos un mayor compromiso de la arqueología en los procesos de documentación del pasado, con una mirada puesta sobre el rol protagónico de la materialidad. Si hay algo que podríamos reprochar del trabajo de Castillo es la ausencia de referencias a los trabajos arqueológicos realizados en los numerosos estudios de impacto ambiental en el casco histórico de Santiago desde la década de 1990 en adelante. Sin embargo, creo que esta ausencia acusa una falencia de la propia arqueología, y es la de nuestro encierro disciplinario y falta de diálogo con sus ciencias hermanas. Si es ya difícil construir un marco bibliográfico sobre los resultados de las excavaciones arqueológicas en Santiago, es porque estas no son accesibles al gran público. Tenemos ahí una gran responsabilidad, en cuanto a la falta de difusión de nuestros resultados, los cuales enriquecerían sin lugar a dudas las investigaciones históricas. El libro de Castillo nos recuerda una vez más que confinar los objetos de estudio en campos aislados, terminará inevitablemente silenciando aquellos eventos y grupos subordinados que no fuesen registrados por la pluma histórica. Rivera 2015: 63-68(Reseña) 68  Para cerrar, si la ya clásica obra de Armando de Ramón, “Santiago de Chile: historia de una sociedad urbana” (2000) es una obra imprescindible para conocer el proceso de urbanización capitalino, el trabajo de Castillo es un trabajo igualmente invaluable de documentación para la evaluación de nuestros futuros proyectos arqueológicos; un ladrillo fundamental a los mismos cimientos que sustentan nuestras disciplinas, al menos en Chile incomprensiblemente tan alejadas entre sí.

Referências

Funari, P. P. 1997. Archaeology, history, and historical archaeology in South America. International Journal of Historical Archaeology 1 (3):189-206.

Gómez Romero, F. y V. Pedrotta 1998. Consideraciones teórico metodológicas acerca de una disciplina emergente en la Argentina: la Arqueología Histórica. Arqueología 8:29-56.

Francisco Rivera Amaro – Arqueólogo (Universidad de Chile), Magíster en Ciencias Históricas con mención en Arqueología (Universidad de Friburgo, Suiza), actualmente cursa el programa de Doctorado en Antropología en la Universidad de Montreal, Canadá. Es socio y representante legal de la consultora SurAndino Estudios Arqueológicos y Patrimoniales Ltda. Ha trabajado en distintos proyectos de investigación Fondart y Fondecyt en el Norte Grande de Chile, especialmente en el área de la arqueología histórica de la minería. Es autor y coautor de artículos y libros, entre ellos El Mineral de Caracoles. Arqueología e historia de un distrito minero de la Región de Antofagasta (1870-1989) (2008) y Arqueología Histórica en el Mineral de Capote, Chile: organización espacial y diferenciación social en una mina de oro (siglo XX) (2012).

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El rio Mapocho y sus riberas. Espacio público e intervención urbana en Santiago de Chile (1885-1918) | Simón Castillo Fernández

En aquel texto ineludible para la historia urbana del país que es Santiago de Chile: historia de una sociedad urbana, Armando de Ramón advertía a los historiadores que adhirieran a la historiografía de la ciudad y sus problemas sobre el riesgo metodológico de focalizar su atención en cuestiones relativas a las formas o límites urbanos, desatendiendo con ello las dimensiones sociales inherentes al proceso urbano. Así, el premio nacional de Historia señalaba que la única posibilidad válida para quien enfrentara este desafío pasaba por construir un relato de la ciudad que partiera del estudio de la sociedad urbana: entender sus formas de habitar y ocupar el espacio urbano, del cómo y para qué construirlo, de las demandas asociadas a la vida en la ciudad como servicios públicos, los abastos, del cómo conviven en el espacio público las clases sociales. Siguiendo estas premisas, se debe partir reconociendo que Castillo ha recogido abiertamente estas propuestas al ofrecernos en su texto una idea sobre cómo, a través de intervenciones técnicas y urbanísticas, el espacio público del río Mapocho y sus riberas señalaron transformaciones socioculturales que operaron sobre la sociedad que lo circundaba. Leia Mais