Los jóvenes frente a la Historia: Aprendizaje y enseñanza en escuelas secundarias – AMÉZOLA; CERRI (CA-HE)

De AMÉZOLA, Gonzalo; CERRI, Luis Fernando (coords). Los jóvenes frente a la Historia: Aprendizaje y enseñanza en escuelas secundarias. La Plata: Universidad Nacional de La Plata, 2018. 211 p. Resenha de: ROCHA, Milagros. Clío & Asociados. La historia enseñada. La Platat, v.27, p.141-143, Julio-Diciembre 2018.

Un volumen interesante se suma para seguir pensando la enseñanza de la historia. En esta oportunidad, se pone en superficie una investigación realizada en varios países de América Latina que nos desafía a reflexionar en escalas no sólo propias y locales, sino más amplias.

Esta obra se materializa producto de un recorrido previo y orquestado a partir de un conjunto de trabajos que son resultado del proyecto de indagación “Los jóvenes y la historia en el Mercosur”, llevado adelante por investigadores de distintas Universidades de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, bajo la coordinación general del profesor Luis Fernando Cerri (Universidade Estadual de Ponta Grossa, Brasil).

Durante agosto de 2012 y mayo de 2013 se llevan a cabo encuestas dirigidas a estudiantes de entre 15 y 16 años de edad y a docentes de esas mismas escuelas. Se tomaron como referencia 7 tipos de instituciones educativas: pública de excelencia, pública central, pública periférica, rural, privada laica, privada religiosa y privada alternativa, ubicadas éstas en diferentes ciudades de los países nombrados anteriormente (págs. 9-11). Esto arroja una muestra (no probabilística) de 4 mil cuestionarios de alumnos y 300 de profesores. Por su parte mencionamos que la edad de los estudiantes no resulta ociosa puesto que éstos se encuentran finalizando su educación obligatoria y por tanto tuvieron acceso a un abanico importante de contenidos históricos (los cuestionarios se pueden observar detenidamente en el Anexo del libro, págs. 183-206). Asimismo cabe destacar que este proyecto hunde sus raíces de inspiración en el proyecto Youth and History, desarrollado en Europa a partir de 1994, con base en la red European Standing Conference of History Teachers Associations, Euroclio, el cual exploró sobre la calidad, características y resultados de la enseñanza de la historia, la conciencia histórica y las actitudes políticas de los jóvenes europeos.

Producto de este camino transitado este libro compendia una multiplicidad de voces de diversa procedencia y localía: estudiantes y profesores interpelados por los modos de aprender y enseñar la disciplina. Se suma a esta disímil composición el tono de los distintos autores1 que van entramando, al calor de las categorías de conciencia histórica2 y conciencia política, 7 capítulos.

El primero de éstos titulado, “Contenidos y métodos en el aprendizaje histórico en Argentina, después de dos décadas de reformas educativas”, coloca en autoría a los coordinadores del libro, los profesores Gonzalo de Amézola (Universidad Nacional de La Plata, Argentina) y Luis Fernando Cerri (Universidade Estadual de Ponta Grossa, Brasil). Los autores recortan dentro de este amplio espectro que les ofrece las encuestas, la enseñanza y el aprendizaje de la historia en Argentina. El capítulo versa por diversos tópicos, entre ellos: las políticas públicas educacionales del país anclando en el campo curricular de historia, las políticas y métodos de enseñanza, los medios de acceso al conocimiento histórico, las representaciones predominantes sobre algunos contenidos aprendidos. Se alude a que la enseñanza de la historia, en las escuelas secundarias argentinas, se mantienen sin grandes alteraciones por 100 años, deteniéndose ésta en acontecimientos políticos universales, y en el plano nacional, recuperando ese ideal patriótico, desplegando prácticas explicativas y aprendizajes memorísticos. Se menciona la Ley Federal de Educación de 1993 y la Ley de Educación Nacional de 2006, señalando cambios y continuidades de índole estructural como de contenidos, para concluir preguntando en qué medida dichas modificaciones impactan/ron en las prácticas pedagógicas. Los cruces estadísticos, a nivel geográfico, les permite a los autores comenzar a construir reflexiones provisorias donde poder analizar el impacto de esas reformas educativas en las aulas, en lo enseñado y aprendido; arrojando como resultado temporal una combinación de innovaciones de bajo impacto sustentadas en una fuerte tradición en las prácticas pedagógicas.

El segundo apartado denominado: “Entre el desconocimiento juvenil y las nuevas demandas de ejemplaridad. Las representaciones sobre los héroes en la Argentina actual”, tiene por autoras a dos mujeres, Mariela Coudannes Aguirre y María Clara Ruiz, docentes e investigadoras de la Universidad Nacional del Litoral, Argentina. El mismo teje su argumento y problematización en torno a la pregunta 33 del cuestionario que refiere a: “Escribe debajo el nombre de 3 héroes de tu país en orden de importancia”. Toman como cruce de análisis a escuelas de gestión estatal y privadas, en Argentina. Los resultados recabados se articulan con un despliegue teórico que contribuye a una mayor profundización (aparecen puntos de contactos con el capítulo anterior respecto a ese peso de la tradición, ese ideal patriótico corporizado en sujetos varones de bronce que todavía, y paradójicamente, sobreviven). Esas figuras heroicas construidas desde la historiografía y las escuelas argentinas que todavía persisten (entre ellos San Martín, Belgrano) se tensan ante la invisibilidad de ciertos sujetos históricos, los “personajes del interior” y el lugar de las mujeres en la historia enseñada, en manuales escolares y en las representaciones en la vía pública. Quedan en la periferia de estos listados: Perón, Eva Perón, Maradona, Favaloro, entre otrxs. Las autoras también advierten que la pregunta no permite relevar si se identifican con sus respuestas de modo afectivo o racional. A partir de este “podio” el capítulo despierta preguntas para re-pensar no sólo la historia enseñada, y aprendida, sino también el lugar simbólico e historiográfico que todavía ocupa la historia de los “grandes hombres”.

El siguiente capítulo escrito por María Cristina Garriga, Viviana Pappier (Universidad Nacional de La Plata) y Valeria Morras (Universidad Nacional de La Plata y Universidad Nacional de Quilmes) titulado: “La conciencia histórica en jóvenes de la Provincia de Buenos Aires” construye, a partir de indagar en las respuestas de los jóvenes estudiantes, la relación que establecen éstos con el pasado, presente y futuro. Bajo el soporte teórico que explicitan se traza una línea de indagación cuantitativa tendiente a problematizar el modo en que estos jóvenes interpretan: la historia y su sentido, el pasado, presente y el/su futuro, es decir, un entrecruzamiento entre esas 2 esferas a las que alude Rüsen (1992) externa-social y la interna que interpela la subjetividad del individuo. En este marco se seleccionar las preguntas: ¿qué significa la historia para vos?, ¿cómo pensás que era la vida en tu país hace 40 años?, ¿cómo pensás que será la vida en tu país dentro de 40 años?, ¿cómo pensás que será tu vida dentro de 40 años? y las respuestas obtenidas en escuelas públicas y privadas de ciertas ciudades argentinas como: La Plata, Quilmes, General Sarmiento y Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires). Asimismo las autoras plantean que este análisis puede enriquecerse, a su vez, a partir de introducir elementos cualitativos para pensar la conciencia histórica en diálogo con la enseñanza de la historia.

Desde un análisis que recorta la mirada en la Provincia de Buenos Aires se pasa, posteriormente, a un capítulo que pone en el centro de la escena a jóvenes de la Provincia de La Pampa, específicamente, la ciudad de Santa Rosa. Éste tiene como autores a María Claudia García, Gabriel Gregoire y Laura Sánchez (de la Universidad Nacional de La Pampa, Argentina) quienes lo titulan: “Una mirada local: los jóvenes de Santa Rosa. Cultura histórica /cultura política”. El capítulo explora las actitudes políticas de los jóvenes de dicha ciudad y de la localidad de Toay, tras la idea de indagar qué representaciones tienen los jóvenes sobre: la política, religión y el tiempo en clave de conciencia histórica. Los autores incorporan a su vez ciertos cruces con los datos relevados a nivel nacional y los demás países latinoamericanos que participan del proyecto. Por último, mencionamos que los autores tensionan los resultados planteando, por ejemplo, cómo esa concepción de historia que se interioriza interviene, también, en la formación política y cómo a su vez esto les resulta ajeno a sus modos de participación política.

El capítulo de Virginia Cuesta y Cecilia Linare (ambas docentes de la Universidad Nacional de La Plata) toman de referencia otra escala de análisis, como bien anticipa el título: “Los jóvenes, la enseñanza de la Historia y su mirada frente a los procesos de integración regional”. Las autoras se enfocan en relevar, por un lado, cómo los jóvenes se vinculan con la enseñanza de la historia en Latinoamérica en relación con las historias nacionales, y por otro, qué piensan sobre el integracionismo regional latinoamericano, pos conformación del Mercosur. En función de esta propuesta de abordaje se sirven de la pregunta 18 de la encuesta la cual refiere al interés acerca de la historia local, regional, nacional, latinoamericana y la historia del resto del mundo exceptuando América Latina. Además presentan un análisis sobre el regionalismo en el Cono Sur, los propósitos y las políticas educativas que los países poseen respecto al integracionismo latinoamericano y la enseñanza de contenidos vinculados. De esta manera cimentan aportes significativos para sondear qué intereses tienen esos estudiantes sobre las distintas dimensiones de la historia y sobre su enseñanza.

El sexto trabajo escrito por Gonzalo de Amézola, presenta: “Veinte años de dictadura. La enseñanza de la última dictadura militar (1976-1983) en las escuelas secundarias de Argentina”. Un panorama general sobre: las políticas de memoria, las tensiones o inconvenientes de enseñar estos contenidos, el abordaje y lugar que estos contenidos ocupan en los diseños curriculares en el marco de las dos últimas reformas educativas (1993 y 2006), su tratamiento en manuales escolares, y su consecuente pregunta, qué piensan los estudiantes. El artículo alza información de las encuestas realizadas en Brasil, Argentina, Uruguay y Chile, respecto a qué asocian estos jóvenes cuando piensan en los gobiernos militares, en la democracia, en los “nuevos derechos”, entre otras, Esto posibilita construir conclusiones parciales dadas no sólo desde el propio proceso histórico de cada país, y su particular forma de enseñanza, sino también enriquecer los resultados a la luz de una mirada comparada.

El libro cierra con las voces de los docentes a través de un artículo elaborado por María Paula González (Universidad Nacional de General Sarmiento) que se titula: “La historia escolar y los profesores. Una mirada desde el Mercosur”. En función de 288 encuestas a docentes de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay se estructura el texto presentando un perfil general que toma de referencia: la formación docente, la antigüedad profesional, sus perspectivas, preferencias y participación políticas y religiosas, asimismo se reflexiona sobre el propio oficio docente respondiendo, por ejemplo, la importancia de la Historia para lxs estudiantes, el tiempo de preparación de las clases, cuestiones de salario, entre otras. Nuevamente aparece esta idea de reflexionar sobre la práctica y la formación docente desde una mirada nacional que se complejiza a través de la perspectiva comparada.

En definitiva, una producción que levanta y amplifica preguntas que nos interpela como docentes. Sin duda un volumen que deja un importante antecedente desde el cual anclar para seguir pensando nuestra práctica profesional desde lo personal, como colectivo y en una dimensiones local y latinoamericana. En suma, de manera subterránea, se puede observar la idea de que bajo el ejercicio continuo de nutrir los interrogantes: qué, cómo y para qué enseñar historia en la escuela es que podremos convocar a estos jóvenes estudiantes a pensar el pasado, presente y el/su futuro.

Notas

1 El libro presenta un pequeño recorrido académico de los autores (págs. 207-210) a fin de conocer sus trayectorias, áreas de trabajo e investigación.

2 El concepto de conciencia histórica acuñado por el historiador y filósofo alemán Jörn Rüsen (1992) es entendido por éste en tanto relación mediada entre el pasado y presente que habilita pensar el futuro. Creencias, valores que estructuran el pensamiento humano.

Milagros Rocha – Universidad Nacional de La Plata. E-mail: [email protected]

Acessar publicação original

 

 

 

Das aulas avulsas ao Lyceu Provincial: as primeiras configurações da instrução secundária na Província da Parahyba do Norte (1836-1884) – FERRONATO (RBHE)

FERRONATO, C. J. Das aulas avulsas ao Lyceu Provincial: as primeiras configurações da instrução secundária na Província da Parahyba do Norte (1836-1884). Aracaju, SE: Edise, 2014. Resenha de: MARIANO, Nayana Rodrigues Cordeiro. ‘GLORIOSO TEMPLO DE SABEDORIA’: O Lyceu Provincial e a Instrução Secundária na Parahyba do Norte. Revista Brasileira de História da Educação, Maringá, v. 17, n. 2 (45), p. 277-282, abr./jun. 2017.

O Lyceu Provincial e a instrução secundária na Parahyba do Norte. Esta é a temática central abordada pelo historiador Cristiano Ferronato no livro Das aulas avulsas ao Lyceu Provincial: as primeiras configurações da instrução secundária na Província da Parahyba do Norte (1836-1884), publicado em 2014, pela Universidade de Tiradentes e pela Editora Diário Oficial do Estado de Sergipe. A obra é fruto de sua tese de doutoramento realizada junto ao Programa de Pós Graduação em Educação da Universidade Federal da Paraíba, defendida em 2012. Atualmente, Ferronato atua como professor do curso de licenciatura em História e do Programa de Pós-Graduação em Educação da Universidade Tiradentes – SE. Nos últimos anos, realiza pesquisas sobre instrução no Nordeste oitocentista.

O livro que chega ao grande público discute as configurações da instrução secundária na então Província da Parahyba do Norte desde a oferta de aulas avulsas, enfatizando esse processo histórico do ensino liceal. Em 1836, foi criado o Lyceu Provincial da Parahyba do Norte, instituição de ensino secundário longeva, um precioso artefato da memória educacional paraibana que carrega consigo uma força de preservação, de interação e de germinação, representado pela elite provincial, ao longo do século XIX, como um ‘glorioso templo de sabedoria’1. A instituição carecia de um trabalho de fôlego, e Cristiano Ferronato nos brindou com este estudo que abrange 48 anos, visto que delineou seu recorte entre os anos de 1836, com a criação do Lyceu, e 1884, quando este foi transformado em Escola Normal. Nesse processo, além do ensino liceal, o autor discute as aulas avulsas públicas e particulares na Província. O livro é composto de cinco capítulos e nele, a partir das primeiras páginas, sentimo-nos convidados a bater à porta e entrar nesse universo instrucional, morada de tantas histórias.

‘Um tempo, um espaço e um objeto’. Neste capítulo inicial, o autor enfoca as questões teórico-metodológicas e, com base nelas, aponta a trajetória percorrida para a realização da pesquisa. Fiel à sua formação,estabelece um diálogo rico com o núcleo documental, composto por leis, regulamentos, decretos, correspondências, dados estatísticos, listas de alunos, programas de ensino, jornais, manuscritos, dentre outros, com destaque para os relatórios e falas dos presidentes de Província direcionados à Assembleia Legislativa. Respaldado pelos aportes teóricos e metodológicos de uma abordagem cultural, explora de forma fecunda o fenômeno da escolarização secundária, com o auxílio de formulações elaboradas por Bourdieu, como as noções de ‘configuração, representação’ e ‘poder simbólico’. Realiza também um maduro investimento no mapeamento dos estudos liceais no Brasil e em Portugal e na interlocução com a historiografia.Em consonância com a abordagem de Dolhnikoff, alavanca as elites locais à condição de elites políticas, partícipes de um ‘arranjo institucional’, que considera resultado das negociações entre as elites de diversas regiões da nova nação. Tal arranjo foi concretizado nas reformas liberais da década de 1830 e não foi modificado com a revisão conservadora dos anos de 1840, que não anulou a autonomia provincial. Ao tornar visível essa dimensão política, Ferronato traz à tona a complexidade das relações entre centro e regiões, no processo de construção do Estado nacional e nas experiências de escolarização secundária estudadas.

As primeiras configurações do ensino secundário, com suas aulas avulsas públicas e particulares e com a criação do Lyceu Provincial, são discutidas a partir do segundo capítulo. Problematizando esse processo,o autor aponta algumas análises importantes acerca do ensino superior no Brasil, mencionando a fundação dos primeiros cursos, a exemplo de Direito em São Paulo e Recife em 1827. Destaca também a influência da educação coimbrã na formação jurídica homogênea da geração inicial de administradores da nação recém-independente. Com a criação dos primeiros cursos no Brasil, ficava a cargo dessas instituições a formação da elite que ocuparia cargos na burocracia imperial. Nesse contexto, a constituição de instituições de ensino secundário era importante, pois auxiliaria na formação da elite local para atuar no aparato burocrático provincial.

Inicialmente, as aulas avulsas compunham o ensino secundário e eram denominadas pelo conteúdo a ser ministrado, ou seja, aulas de latim, de retórica. De acordo com Ferronato, com a criação do ensino liceal, houve uma organização, reunião ou complementação das aulas isoladas. Na província em questão, as referidas aulas funcionavam nas principais vilas e cidades, a exemplo das vilas de Sousa e Pombal, nas casas dos próprios professores. Os relatórios de presidentes da Província ou diretores da instrução pública contêm dados mais abundantes sobre o número de alunos matriculados e sobre os gastos para o seu funcionamento, não explicitando o cotidiano de funcionamento das mesmas.

Para Ferronato, a institucionalização do Lyceu Provincial influenciou a criação, em 1849, da Diretoria da Instrução Pública, uma vez que transformações se efetivaram com sua instalação, o funcionamento das aulas, sua localização, a utilização de relatórios etc. No entanto, essa nova forma de organização escolar coexistiu com a anterior até 1877, ano de extinção das aulas avulsas. Nessa convivência, o ensino liceal representaria o poder da capital, a Cidade da Parahyba, e a modernização do ensino secundário; já a outra modalidade de ensino, seria encabeçada pelo poder local, vista como uma organização tradicional. As aulas particulares, afirma o autor, funcionaram reservadamente na Província. É interessante destacar a relevância de trabalhar com as aulas avulsas públicas e particulares, especialmente por serem restritos os estudos sobre essa forma educativa.Vale ressaltar a riqueza dos organogramas e quadros sobre a Diretoria da Instrução Pública;sobre as aulas avulsas de latim em vilas e cidades da Província;sobre os alunos matriculados;os mapas de despesas com a instrução secundária;os salários dos professores, entre outros,estruturados ao longo do capítulo.

No livro, duas temporalidades ganham contorno com base na visão do autor. A primeira abrange a criação do Lyceu ocorrida em 1836, sua estruturação e sua consolidação, destacando-se os estatutos, elaborados em 1837 e 1846, e a tentativa de sua equiparação com o Colégio Pedro II. Essa fase estende-se até o ano de 1873, quando foi publicado o Decreto nº 5429, a partir do qual um processo de centralização do ensino marcaria o declínio e fim das aulas avulsas públicas no interior da Província. De 1873 a 1884, uma segunda fase se estruturaria, com um significativo aumento do número de alunos matriculados e com o fim de exames gerais de preparatórios nas províncias, em 1877. Um ciclo se findaria com a sua transformação em Escola Normal. Com a restauração da instituição, em 1885, passou a se denominar Lyceu Paraibano.

A ascensão do ensino liceal no Brasil é o foco do terceiro capítulo, no qual o autor examina diversos traços desse ensino no Império, mostrando que ele seria integrante de um projeto civilizatório mais amplo. Fazendo jus à memória da instituição em discussão,ele recua ao ano de 1831, com a criação do Curso de Humanidades, uma espécie de embrião da estruturação do ensino secundário. Um destaque é dado ao Ato Adicional de 1834, quando foi colocada nas mãos do governo provincial uma série de atribuições tributárias, coercitivas e legislativas, o que proporcionou a descentralização na gestão da instrução e impulsionou na Província o desenvolvimento do ensino liceal. O autor aborda também as discussões sobre os exames preparatórios no Brasil e na Parahyba do Norte como mecanismo de acesso ao ensino superior e, no tocante aos objetivos formativos dos liceus, um debate entre ensino técnico e estudos humanísticos.

Uma parcela da historiografia amalgamou uma representação sobre o Imperial Colégio Pedro II, criado em 1837, apresentando-o como uma instituição modelo para o ensino secundário no Brasil. Estruturando sua problematização, a partir do Lyceu Provincial da Parahyba do Norte, Cristiano Ferronato apresenta outra leitura dessa imagem. Ele identifica, com os programas de ensino, que a instituição não seguiu integralmente o modelo proposto pela Corte.

Nos capítulos finais entra em cena o ‘glorioso templo de sabedoria’, criado para formar a elite dirigente da Província. Inserida no movimento da Cidade da Parahyba e instalada no conjunto arquitetônico jesuítico, a instituição enfrentou inicialmente problemas decorrentes da falta de recursos financeiros, estiagens prolongadas, epidemias, poucos matriculados e ausência de prédio próprio. Apesar dos entraves iniciais, o Lyceu conseguiu se solidificar e tornou-se símbolo da instrução secundária. Com base em um levantamento dos livros que compunham a biblioteca da instituição, o autor confirma a perspectiva propedêutica, já que o acervo era composto por obras de filosofia, retórica, latim, entre outras. Com os agentes envolvidos nessa ação educativa, alunos, professores, autoridades e funcionários em geral, Cristiano Ferronato vai finalizando seu estudo. Descortina um espaço disciplinador, a íntima relação com o ensino das aulas avulsas e, dialogando com os estatutos do Lyceu, apresenta-nos as principais normatizações e atribuições propostas para o funcionamento cotidiano da instituição, com regulamentações sobre matrícula, exames, férias, premiações, deveres dos funcionários, dentre outras questões.

Felizardo Toscano de Brito, Manoel Pedro Cardoso Vieira, Diogo Velho Cavalcante de Albuquerque, Manrique Victor de Lima, Fr. Fructuosoda Soledade Sigismundo, Antonio da Cruz Cordeiro, Pe. José Ignácio de Brito Machado, Silvino Elvídio Carneiro da Cunha, foram alguns dos professores que fizeram história na instituição e a partir dela. Um corpo docente composto por religiosos, advogados, médicos, literatos e por homens ligados à imprensa figura entre tantos outros nomes arrolados pelo autor. São eles os responsáveis pela instrução de parte da mocidade paraibana, isto é, os filhos da elite econômica e política da Província e também alguns membros de grupos intermediários, como chama a atenção Ferronato, os quais ocupavam cargos como presidentes de Província, deputados, diretores da instrução pública, professores do Lyceu, médicos da Santa Casa de Misericórdia e outras funções, como visto nos itinerários traçados no livro. Aí temos exemplificado o papel que lhes foi conferido ao adentrar essa casa liceal.

Estes são alguns aspectos que, analisados ao longo do livro, consolidam a abordagem inovadora apresentada. O autor abandona análises generalistas sobre a instrução no Brasil do Oitocentos, apresentada sob o signo da falta, e traz para o palco o processo educativo como uma prática social e histórica.A História da Educação, que tem passado por um prodigioso desenvolvimento, ganha, com a escritade Cristiano Ferronato, mais um trabalho que contribui de maneira criativa e fecunda para a reflexão sobre as configurações da instrução secundária na  Parahyba oitocentista. Apresentando-nos um cenário rico, complexo, inovador, o autor aponta caminhos que estão descortinando esse universo instrucional. As diversas qualidades do livro, aliadas a uma escrita atraente e instigante que suspende percepções simplificadas em favor de uma compreensão que atrela a escolarização secundária a um jogo social mais amplo, indicam-nos uma obra indispensável para os leitores interessados na história das instituições educativas no Brasil.

Nayana Rodrigues Cordeiro Mariano – Universidade Federal da Paraíba. João Pessoa, Brasil.

Acessar publicação original

Faire apprendre l’histoire: pratiques et fondements d’une didactique de l’enquête en classe secondaire – JADOULLE (DH)

JADOULLE, Jean-Louis. Faire apprendre l’histoire: pratiques et fondements d’une didactique de l’enquête en classe secondaire. Resenha de: NICOD, Michel. Didactica Historica – Revue Suisse pour l’Enseignement de l’Histoire, Neuchâtel, v.2, p.159-160, 2016.

Comment enseigner l’histoire en 2016, avec quelle méthode ? Quelles démarches ? Et sur quels fon­dements ? Plusieurs chercheurs s’efforcent de répondre à ces questions depuis plus de 25 ans. Un ouvrage remarquable de Jean-Louis Jadoulle met en valeur une synthèse qui couronne ces tra­vaux sur la didactique d’histoire.

Son livre se destine, en premier lieu, aux didac­ticiens et aux enseignants formateurs, puis aux enseignants en histoire, qui profiteront d’une table des matières développée, d’une écriture soignée au service d’une analyse pointue des différents objets sur lesquels repose, depuis 20 ans, la didactique en histoire.

À cette maîtrise fine de la didactique, Jadoulle ajoute son expérience personnelle en Belgique, tant par son enseignement universitaire, l’édi­tion de deux collections de manuels d’histoire que par des enquêtes menées sur les pratiques enseignantes.

Dès lors, l’ambition de son ouvrage est annon­cée dès sa première page ; proposer une « mise au point théorique », brève, puis des « pistes d’action opérationnelles », détaillées, illustrées d’exemples de travaux d’élèves, d’enseignants en formation et de plans d’études. L’auteur y relève la tension existant entre les travaux de recherche et les pro­grammes scolaires. Ces tensions relèvent des ques­tions fondamentales telles que: les attentes sociales face à la matière à enseigner aux élèves ; l’ouver­ture aux autres cultures, la question de l’identité, celle de la transmission du patrimoine aux jeunes générations…

Pour illustrer ses propos, Jadoulle défend et expose la démarche d’enseignement de l’histoire basé sur l’enquête historique à laquelle l’élève est invité à s’exercer. Ainsi, cette pratique permet à l’élève un réel exercice d’acquisition de compétences. Il devient l’acteur de ses apprentissages, alors même que, selon l’auteur, les pratiques de nombreux enseignants persistent selon le modèle transmissif1.

Pratique dont la subsistance peut être complémen­taire au modèle d’une didactique de l’enquête.

Précisons que les attentes de l’auteur envers les enseignants sont élevées:

  • Une connaissance affinée des ressources docu­mentaires pour disposer de textes riches, com­plexes, mais accessibles à la compréhension des élèves.
  • Une planification fine quant à l’élaboration des tâches à demander aux élèves leur per­mettant de développer la compétence visée par l’enseignant.

Pour ce faire, l’auteur structure sa réflexion en trois parties:

  • Dans la première, il définit les objets de l’his­toire enseignée tels que l’identification des acteurs, les causes et les conséquences des faits historiques…
  • Dans la seconde, la plus développée, il détaille les objets et les étapes nécessaires pour l’éla­boration d’une séquence d’histoire. Il insiste sur la mise en place de la phase de démarrage de la séquence, sur la place des concepts, sur la temporalité, sur les compétences, et finale­ment sur l’évaluation. Dès lors, l’évaluation des compétences de l’élève doit être le corol­laire de la démarche d’enquête suivie pendant les cours.

En effet, l’auteur accorde une large place à la notion de compétence – 70 pages sur 400 – dans lesquelles il défend une optique « situationnelle ». Il propose ainsi de concevoir une « famille de situations » aux caractéristiques semblables dans lesquelles la compétence de l’élève peut s’exercer. Le choix de cette « famille de situations » permet aux enseignants des évaluations comparables des compétences des élèves. Or, cette pratique pourrait restreindre, en soi, la liberté des enseignants et susciter leurs réserves.

  • Et finalement, la troisième partie est consa­crée aux finalités, aux fondements épisté­mologiques et éducatifs de l’enseignement de l’histoire où la « didactique de l’enquête » trouve sa justification dans la démarche des historiens. L’auteur s’appuie ici sur les tra­vaux des historiens, notamment P. Veyne, M. Certeau, H.-I. Marrou et A. Prost.

L’ouvrage remarquable de Jadoulle se distingue par sa qualité d’analyse des sujets abordés, n’esquivant aucun des débats et des difficultés soulevés par la tension existante entre les chercheurs, les ensei­gnants et les attentes de la société. Simples d’accès pour le lecteur et structurés dans leur déroulement, les chapitres comportent de nombreux schémas, extraits de plans d’études, et travaux d’élèves ou préparations des leçons par les enseignants. Par ailleurs, de nombreuses synthèses avec présenta­tions des controverses ponctuent les chapitres et éveillent le plaisir du lecteur.

Jadoulle invite son lecteur à partager le fruit de ses réflexions par une pensée aiguisée, colorée de rencontres à l’occasion d’enquêtes menées et d’échanges riches avec les enseignants, en ayant le souci d’outiller les élèves et les enseignants face aux attentes actuelles et futures de notre société.

[NotaS]

1 Modèle « transmissif » signifie que l’élève reçoit passivement le savoir émis par l’enseignant.174 | Didactica Historica 2 / 2016

Jean-Louis Jadoulle – Professeur à l’Université de Liège, est directeur de plusieurs collections de manuels scolaires d’histoire et auteur de nombreux articles en didactique de l’histoire.

Acessar publicação original

[IF]

Recherche historique et enseignement secondaire (DH)

Recherche historique et enseignement secondaire. Annales. Histoire, sciences sociales, vol. 70, n° 1, 2015, p. 141-214. Resenha de: BUGNARD, Pierre-Philippe. Didactica Historica – Revue Suisse pour l’Enseignement de l’Histoire, Neuchâtel, v.1, p.201, 2015.

Exceptionnellement, les Annales consacrent la deuxième partie de leur numéro de janvier-mars 2015 aux rapports qu’entretiennent la recherche historique et l’histoire enseignée en France, à partir du débat organisé par la revue aux Rendez-vous de l’histoire de Blois 2013 sur « Les Annales et l’enseignement ». Des rapports devenus sans doute plus aisés et plus consensuels à partir de la création des instituts universitaires de formation des maîtres (IUFM), à la fin des années 1980, jusqu’aux réformes récentes de la formation des enseignants, avec en 2013 la création des écoles supérieures du professorat et de l’éducation (ESPE). Un équilibre s’est ainsi établi entre les pôles que forment la science historique et sa pédagogie, conformément à une évolution signalée comme analogue en Europe et au-delà.

Une série d’articles stimulante, ouverte aux expériences concrètes conduites par des praticiens em collège et en lycée, entre en tension ou en harmonie avec la didactique, l’historiographie et l’épistémologie de l’histoire. Il est notamment souligné, en introduction, que l’intérêt pour la recherche manifesté dans les établissements pourrait permettre à l’histoire scolaire de « sortir de l’orniere » la confinant entre attentes politiques antinomiques et dédain des chercheurs: elle peut dans ces conditions « etre pensee autrement que comme une forme degradee d’histoire “savante” » (nous renvoyons ici à l’article de Laurence De Cock).

Le dossier des Annales est sans doute le plus important consacré à l’histoire enseignée depuis le numéro spécial « Difficile enseignement de l’histoire » de la revue Le Debat (vol. 175, no 3, 2013), mentionné dans l’introduction, ou la grande note de synthèse « La didactique de l’histoire » de Nicole Lautier et Nicole Allieu-Mary dans la Revue francaise de pedagogie (no 162, 2008, p. 95-131).

Table

Anheim Étienne, Girault Bénédicte, L’histoire, entre enseignement et recherche

Barbier Virginie, L’histoire-géographie en classe. La construction d’un savoir par l’apprentissage d’un savoir-faire

Berthon-Dumurgier Alexandre, Apprentissages historiques et métier d’historien. Un parcours de compétences

El Kaaouachi Hayat, La recherche en histoire dans la formation continue des enseignants

De Cock Laurence, L’histoire scolaire, une matière indisciplinée

Delacroix Christian, Un tournant pédagogique dans la formation des enseignants. Le cas du Capes d’histoire-géographie

Girault Bénédicte, De la didactique à l’épistémologie de l’histoire: une réflexivité partagée

Pierre-Philippe Bugnard – Université de Fribourg.

Acessar publicação original

[IF]

 

O Imperial Collegio De Pedro II e o ensino secundário da boa sociedade brasileira – CUNHA JUNIOR (RBHE)

CUNHA JUNIOR, Carlos Fernando Defferira da. O Imperial Collegio De Pedro II e o ensino secundário da boa sociedade brasileira. Rio de Janeiro: Apicuri, 2008. Resenha de: GOELLNER, Silvana Vilodre; CARVALHO, Marco Antônio Ávila de. Revista Brasileira de História da Educação, Campinas, n. 24, p. 193-219, set./dez. 2010.

Elaborado tendo como ponto de partida a tese de doutoramento em educação produzida pelo autor, o presente livro percorre os corredores e arredores de uma tradicional instituição escolar no período compreendido entre 1837 e os anos finais do Império. Suas páginas permitem identificar rastros de um modo de educar os jovens da elite imperial brasileira cujo objetivo primeiro estava direcionado para a formação da boa sociedade brasileira. Trata-se, portanto, de uma obra ímpar cujas fontes arroladas fornecem dados fecundos para melhor conhecermos a atmosfera político-intelectual de um período no qual se buscava a formação dos corpos e sub­jetividades de homens representados como potenciais dirigentes do mundo imperial.

O livro é dividido em cinco capítulos. No primeiro deles, no qual o foco é a constituição do quadro de profissionais que atuavam no Colégio Pedro II(CPII), Carlos Fernando desenvol­ve uma interessante narrativa ao destacar os atributos, valores, funções e responsabilidades necessárias para tornar-se, tanto um professor, como um inspetor de alunos. Boa formação acadêmi­ca, erudição e notoriedade revelam-se como alguns dos critérios basilares para a contratação de docentes; já para os inspetores, exige-se o nível de instrução/formação com domínio de língua estrangeira bem como uma moral ilibada. Aos docentes cabia a tarefa não só de ensinar aos alunos as Letras e as Ciências como, também, lembrá-los de seus deveres perante Deus, Pais, Pátria e Governo. Aos inspetores, responsáveis pela ordem, disciplina e preservação da moral, era indicada a missão de vigiar, controlar e cuidar da boa conduta dos colegiais, assim como zelar pelo seu bom proveito nos estudos.

Ao dialogar fontes de diferente natureza (regulamentos, atas, ofícios, entre outras), Carlos Fernando faz ver que esse “perfil ideal” nem sempre era aquele que compunha o quadro profissional da instituição pois, não raras vezes, se depara com reprimendas e exonerações decorrentes de atitudes consideradas não apropriadas. Com relação aos docentes, identificou registros que apontavam para a falta de assiduidade, ofensas à moral e corrupção; no que respeita aos inspetores, além dessas falhas percebeu, ainda, denúncias con­tra mau tratamento aos alunos, bigamia e sodomia. Atos estes que feriam, sobremaneira, os princípios cristãos, a moral elevada e a construção da masculinidade desejada no e pelo Colégio.

Projetado para formar um determinado modelo de homem: “fiel, honrado, culto, disciplinado, católico e eloquente” (p. 37), o CPIInão aceitava mulheres como alunas nem mesmo integran­do o seu quadro profissional. O processo de masculinização lá desenvolvido deveria seguir regras viris evitando, sobretudo, a contaminação pela feminilidade. Nesse sentido, como afirma o autor, ao dificultar o ingresso das jovens ao universo letrado, “os dirigentes imperiais preservavam o monopólio do poder público dos negócios, da política e do poder em suas próprias mãos, ou seja, sob o controle masculino” (p. 47).

O segundo capítulo é dedicado a identificar o perfil dos alunos que ingressavam no Colégio considerando dois fatores: a origem socioeconômica e a naturalidade dos estudantes. Da análise docu­mental empreendida, o autor indica a existência de vários critérios tanto para o ingresso quanto para a permanência na instituição, o que não significa desconhecer que existiam, também, alguns apa­drinhamentos e predileções. Para entender essa afirmação deve-se levar em conta que, em função dos custos, apenas uma minoria da população poderia ter seus filhos matriculados no Colégio da Corte, reduzindo, sobremaneira, a formação da elite.

Ao desenvolver seus argumentos, Carlos Fernando destaca a existência de duas classes de alunos: Internato e Externato, explicitando ser a segunda delas a mais “acessível” às classes menos favorecidas. Nos primeiros anos após 1857, percebeu um significativo aumento no número de matrículas de alunos exter­nos e internos e um indício de que, pelo menos no Externato, esse acréscimo deu-se em função de um corte nas aulas avulsas de instrução pública secundária que eram ministradas na cidade do Rio de Janeiro. A diminuição da oferta de vagas dificultou a aquisição de conhecimentos mínimos por parte dos jovens menos favorecidos, razão pela qual, muitos dos alunos que ingressavam no Externato, frequentavam apenas os primeiros anos, o que era suficiente para realizarem os exames preparatórios. Em decorrência dessa situação, ainda que houvesse a presença de alunos vindos das escolas públicas, o ensino ministrado no CPII, acabou por facilitar o acesso ao ensino superior apenas para filhos da boa sociedade imperial.

Com relação à naturalidade e à carreira seguida pelos cole­giais após concluírem seus estudos, o autor aponta que a grande maioria dos alunos era natural do próprio Rio de Janeiro, fazendo ver que o CPII destinava-se, prioritariamente, à formação dos fi­lhos dos Saquaremas, grupo que circulava na Corte e região. Para analisar as atividades profissionais daqueles que ingressaram nas Academias Superiores, utilizando-se de um método semelhante ao de José Murilo de Carvalho (1980), Carlos Fernando destaca três grandes grupos: Governo: profissionais ligados ao Estado imperial e ocupantes de cargos políticos; Profissões liberais: médicos, advogados, poetas, jornalistas e engenheiros que não tinham relação profissional com o Estado imperial; e Economia: proprietários rurais, negociantes, comerciais e banqueiros. Revela, ainda, uma alternância na predileção da carreira a ser seguida, inicialmente voltada para o Governo e, partir de 1870, para as Profissões liberais. Essa alteração, segundo o autor, proporciona a formação de uma outra elite, menos comprometida com os in­teresses dos Saquaremas e, de certa forma, menos interessada nas ocupações do governo imperial. Esse período coincide, também, com as influências positivistas sofridas pelo Colégio, onde houve a abertura de espaços para uma maior divulgação e aplicação de conhecimentos de cunho científico.

O capítulo 3, inicia com uma descrição do entorno do CPII: a cidade do Rio de Janeiro, o crescimento populacional, o comér­cio, a urbanização, o sistema sanitário etc. A partir de relatos de professores e alunos, o autor expõe, também, as características estruturais do Colégio, a divisão de sua sede, o interno de seus prédios cuja precariedade acabou sendo evidenciado pela imprensa local. Precariedade essa que parece explicar os poucos registros iconográficos da instituição, uma vez que revelar suas deficiências poderia macular a imagem que se queria construir do Colégio como um símbolo da educação pública no Império.

Apesar dessa contextualização, o foco de análise recai em dois espaços que poderíamos denominar de lugares da memória: a cafua e o Salão Nobre. Carlos Fernando chama a atenção para esses espaços por perceber que é neles que se desenvolvem os minucio­sos e sutis processos de educação do corpo e do caráter revelado na aplicação das punições e recompensas. A cafua era destinada àqueles que não cumprissem as normas vigentes na instituição; já o Salão Nobre era ocupado pelos melhores alunos, o local no qual recebiam prêmios, destaques, honrarias e visibilidade. Ambiência simbólica construída a partir de dicotomias entre “o escuro e o luminoso; o fechado e o aberto; o escondido e o visível; o sujo e o limpo; o privado e o público; o vergonhoso e o célebre” (p. 85). Enfim, espaços pedagógicos nos quais aplicavam estratégias disciplinares que educavam para a formação de homens da boa sociedade brasileira.

No quarto capítulo, o autor analisa a instrução ministrada no CPII, instituição construída como modelar do governo imperial. Perscruta os planos de ensino, o projeto pedagógico, os decretos, as disciplinas ministradas e os conhecimentos valorizados, dentre os quais destacam-se, até o final da década de 1860, as letras clássicas e o ensino religioso. Essa orientação pedagógica, gradativamente, começa a perder força, cedendo espaço para a afirmação de uma cultura mais racional e científica, peculiar ao movimento positivista e à instauração da República. Oconhecimento, antes centrado nas letras, voltou-se também para o científico, o que não significa afirmar que a instituição tenha adotado uma função propedêutica destinada a preparar candidatos para os cursos superiores. Pela sua história e configuração, o Colégio da Corte era identificado como um local a formar e recrutar a elite nacional, “local em que os virtuais dirigentes imperiais deveriam aprender mais do que o conhecimento exigido nos preparatórios, mas um amplo conjunto de saberes, vivências e atividades” (p. 103).

Aprendizado esse que passaria pela educação do corpo, con­forme podemos observar no quinto e último capítulo. Nele ganha destaque a gymnastica, introduzida no Colégio em 1841, sob a orientação Guilherme Luiz de Taube, ex-Capitão do Exército Im­perial. Nos documentos analisados é recorrente a ideia de que a adoção da ginástica inspirava-se nos colégios europeus, nos quais tal prática era recorrente e recomendada como um importante elemento de educação da juventude.

Conhecida como científica, a ginástica ali aplicada estava pautada pelo modelo médico-higienista, oriundo da tradição eu­ropeia, a qual consolidou-se como um meio de controle social, de formação moral e disciplinar, de regeneração e aperfeiçoamento da raça, de construção de um sentimento de identidade nacional, de desenvolvimento e aprimoramento do físico e da saúde. Prática regular no CPII, este capítulo focaliza a gradativa consolidação deste elemento da cultura corporal no qual são evidenciados os seus principais mestres, os dias e horários das aulas, a construção do ginásio e do pórtico de ginástica, o regulamento que a oficiali­za, os planos de ensino e seus conteúdos, enfim, o seu acontecer dentro da instituição.

Inspirada inicialmente pela conduta militar, a ginástica passa a ser justificada e incentivada na sociedade brasileira em função de argumentos de ordem médica e higiênica, visto que a ciência positiva estava a alastrar-se e, com ela, a ideia de que a construção de um corpo forte e sadio seria obtida mediante a prática sistemática de exercícios ginásticos. Vale ressaltar, conforme aponta Carlos Fernando, que a ginástica desenvolvida no interior do CPIInão esteve orientada apenas por uma escola ou método. Da análise das fontes emergiram diálogos entre autores de diferentes tradições indicando certo ecletismo no seu fazer dentro do Colégio da Corte, ora ressaltando a prática da esgrima, ora de exercícios oriundos da escola francesa ou, ainda, outras filiações compondo, assim, um modo de educar o corpo masculino e, por consequência, de formar a elite imperial brasileira.

Feita essa síntese, gostaríamos de registrar que, muitas são as razões pelas quais a leitura desse livro é tarefa necessária e, diríamos também, prazerosa para quem se interessa pela história da educação no Brasil. Afora o fato de tratar-se de uma importante e tradicional instituição tomada como referência para tantas outras, o desenho metodológico e a densidade teórica aqui presentes mostram-se exemplares para investigações dessa natureza. A produção das fontes e os diálogos estabelecidos entre elas, a urdidura da trama e a construção narrativa proposta por Carlos Fernando são revela­dores de um investimento pessoal e, também, coletivo na medida em que indica novas abordagens sobre temas e fontes já outrora visitados. É exatamente esse tom que nos permite, ao folhearmos suas páginas, sentir os cheiros e as texturas, ouvir as vozes e os sussurros dos corredores e arredores do Imperial Collegio Pedro II. Ao tocar nossa sensibilidade, identificamos vestígios de um projeto político-pedagógico de educação da elite cujo desenrolar promoveu encantamentos e desencantos, liberdades e interdições. E, nesse sentido, não há como ler esse livro sem lembrar de O Ateneu, obra magistral de Raul Pompéia publicada em 1888, cuja narrativa focaliza uma instituição escolar destinada a formar meninos da e para a boa sociedade brasileira. Resguardadas as especificidades de cada um dos livros, vale lembrar a retórica de Aristeu Argolo dos Santos, seu diretor, quando relata o árduo trabalho de educação da mocidade:

Um trabalho insano. Moderar, animar, corrigir esta massa de carac­teres, onde começa a ferver o fermento das inclinações; encontrar e enca­minhar a natureza na época dos violentos ímpetos; amordaçar excessivos ardores; retemperar o ânimo dos que se dão por vencidos precocemente; prevenir a corrupção; desiludir aparências sedutoras do mal; aproveitar os alvoroços do sangue para os nobres ensinamentos; prevenir a depravação dos inocentes; espiar os sítios obscuros; fiscalizar as amizades; descon­fiar das hipocrisias. Ser amoroso, ser violento, ser firme; triunfar dos sentimentos de compaixão para ser correto; proceder com segurança para depois duvidar; punir para pedir perdão depois… (…) não é o estudo dos rapazes a minha preocupação… É o caráter! Não é a preguiça o inimigo, é a imoralidade! [Pompéia, 1967, p. 30]

Sem pretender analisar o componente da imaginação e da ficção presentes na obra literária e na investigação historiográ­fica, importa identificarmos o Ateneu e o Colégio Pedro II como instituições escolares destinadas à formação da elite Oitocentista. Ou melhor, a elite masculina, a qual se inferia a expectativa de representar, nos corpos e subjetividades de seus integrantes, um modo viril e qualificado de ser, atributos considerados necessários a futuros dirigentes. Por fim, os vestígios revisitados por Carlos Fernando permitem que, em pleno início do século XXI, possamos compreender o conselho de Aristarco aos ingressantes no Ateneu “faça-se forte aqui, faça-se homem. Os fracos perdem-se” (idem, p. 37). Palavras essas também pronunciadas e ouvidas nos corre­dores e arredores do Imperial Collegio Pedro II.

Referências

Carvalho, J. M. de. A construção da ordem – a elite política imperial. Rio de Janeiro: Campus, 1980.

Pompéia, R. O Ateneu. Rio de Janeiro: Editora Letras e Artes, 1967.

Silvana Vilodre Goellner –  E-mail: [email protected].

Marco Antônio Ávila de Carvalho

Acessar publicação original

História da organização do trabalho escolar e do currículo no século XX: ensino primário e secundário no Brasil – SOUZA (C)

SOUZA, Rosa Fátima de. História da organização do trabalho escolar e do currículo no século XX: ensino primário e secundário no Brasil. São Paulo: Cortez, 2008. Resenha de: BERGOZZA, Roseli Maria. História da educação: uma forma de aprender. Conjectura, Caxias do Sul, v. 14, n. 2, p. 255-260, maio/ago, 2009.

A autora Rosa Fátima de Souza, licenciada em Pedagogia pela Universidade Federal de Uberlândia, atualmente é professora e pesquisadora no Programa de Pós-Graduação em Educação Escolar da Unesp (SP), Pós-Doutora pela University of Wisconsin (EUA) Obteve o título de Mestre pela Universidade de Campinas (SP). Realizou estágio de Doutorado na Universitad Autónoma de Barcelona. Seus trabalhos têm versado especialmente sobre temas como: cultura escolar, história do Ensino Fundamental e do Médio (nomenclatura atual), do currículo e do patrimônio histórico escolar. É livre-docente pela Unesp desde 2006.

A obra é composta por quatro capítulos, constituídos por estudos específicos sobre a história do ensino no Brasil. O primeiro capítulo aborda as transformações ocorridas no currículo da então escola primária entre os anos de 1890 e 1960. O segundo analisa a configuração do currículo predominante na Primeira República. O terceiro examina as transformações ocorridas na educação, entre as décadas de 30 e 60, contemplando as reformas educacionais de 1931 e 1942. O último capítulo aborda os Ensinos Fundamental e Médio, seguindo a lógica das novas concepções educacionais vigentes na época, amplamente difundidas no País, a partir da década de 60, como, por exemplo, a cultura técnica e científica, a educação para o trabalho e as transformações na cultura escolar brasileira.

Inicialmente, a autora faz uma reflexão histórica sobre as transformações da cultura escolar brasileira no século XX e traça um panorama mundial sobre os procedimentos didáticos e as tendências pedagógicas, anteriores ao século XX. Educar o povo seria uma preocupação central do projeto educacional republicano, e caberia à escola primária moldar o novo cidadão, para conviver com a nova e moderna sociedade. Nesse período, a crença no poder da escola tornouse uma ideia muito difundida, tendo a escola primária a atribuição de moldar o caráter das crianças, “incutindo-lhes especialmente valores, virtudes, normas de civilidade, e de amor ao trabalho”, ajudando na construção e consolidação da Nação brasileira. A veiculação desses valores cívico-patrióticos se fazia necessária, de tal forma que, segundo a autora, se buscou fazer da escola primária uma instituição eminentemente republicana.

Muitas das análises realizadas pela autora levam em consideração a realidade e dados relativos ao Estado de São Paulo. Porém, sempre que possível, estabelece relações com as transformações da cultura escolar no Brasil.

Em 1890, a reforma inicia pela Escola Normal, ampliando os programas e excluindo a educação religiosa, reafirmando a laicidade da escola pública e adotando o método intuitivo como marco de renovação educacional. Em 1892, com a mudança no sistema de eleições dos 14 milhões de habitantes estimados na época, só era permitido votar a quem soubesse ler e escrever. Por esse emotivo a maioria da população brasileira encontrava-se fora da participação política, posto que a taxa de analfabetismo aproximada, na época, era de 85% da população, caracterizando, assim, um grande problema a ser resolvido na incipiente República.

Souza considera que a institucionalização da escola pública primária no Brasil, no início do século XX, ocorreu por um processo de múltiplas diferenciações, incluindo os critérios de seleção escolar que eram rígidos e reveladores de contradições: seria uma educação voltada para o povo, mas altamente hierarquizada e excludente. No entanto, as Escolas Normais tiveram um papel determinante na formação do magistério primário de acordo com os ideais da escola republicana e da moderna pedagogia.

Segundo Souza, olhar para as práticas de ensino nos permite olhar também para a cultura escolar primária. Os exemplos que a autora utiliza mostram a identidade cultural, peculiar das escolas primárias. Essas foram sendo construídas através dos hábitos diários, como, por exemplo, a formação de fila para entrada na escola, o canto do Hino Nacional, a chamada, o registro, no caderno, do cabeçalho, as respostas em coro, as arguições orais, a exigência de silêncio. Como não nos é possível reconstruir o universo escolar, olhar para as práticas nos possibilita uma relativa aproximação com a cultura escolar primária.

Destacam-se, também, as práticas simbólicas que, realizadas nas instituições escolares, contribuíram para consolidar as ideias, os valores e as representações sociais ligadas à constituição de nacionalidade, como o respeito aos símbolos nacionais, o sentimento patriótico e, principalmente, o reconhecimento do valor social e cultural da escola.

A divulgação e a publicidade da escola no meio popular também se deram pelas comemorações cívicas, religiosas, festas de encerramento, exposições de trabalhos, preleções, dentre outras. Nessas celebrações, as instituições escolares contribuíram para a preservação da memória nacional, além de agir sobre o imaginário e os sentimentos das famílias, dos alunos, propiciando uma grande visibilidade para a escola perante a sociedade.

Na década de 20, surgiram novas práticas, como, por exemplo, a constituição de corpos saudáveis e viris, o ideal de patriotismo, o canto orfeônico criado para desenvolver o gosto artístico pela poesia e pela música nacionais.

Na década de 30, o ensino primário foi organizado sob os princípios da Escola Nova. No texto, a autora relaciona nomes importantes do movimento escolanovista brasileiro, os quais passaram pela direção do ensino público de São Paulo, como, por exemplo, Lourenço Filho, Fernando de Azevedo, Sud Mennucci e Almeida Júnior.

A nova pedagogia escolanovista explicitava a orientação através de indicações metodológicas já descritas no Código de Educação do Estado de São Paulo, em 1933, como, por exemplo, “o ensino terá como base essencial a observação e a experiência pessoal do aluno, e dará a este largas oportunidades para o trabalho em comum, a atividade manual, os jogos educativos e as excursões escolares”.1 De acordo com a autora, os princípios doutrinários da Escola Nova reagiram contra a determinação sistemática e lógica dos programas, principalmente os utilizados pela escola primária, que foi um dos temas centrais nos projetos de modernização da sociedade brasileira, propagado pelos republicanos.

O então ensino secundário no Brasil tinha suas bases nos seminários e colégios jesuítas fundados na época colonial. Com as reformas pombalinas de 1759 e 1772, foram instaladas as aulas régias de latim, grego, retórica e filosofia. No entanto, a escola secundária, no início do século XX, destinava-se ao atendimento de um grupo minoritário, geralmente de representantes de grupos sociais com algum poder aquisitivo e expressava o interesse por estudos desinteressados, não havia relação com o mundo do trabalho. A autora afirma: “A formação das classes dirigentes continuou privilegiando a arte da expressão, a erudição lingüística, o escrever e o falar bem, o domínio das línguas estrangeiras e a atração pela estética literária.” (SOUZA, 2008, p. 89-90).

Porém, não era consensual essa padronização, tanto que Souza recorre a vários autores para explicitar que, no fim do Império, o ensino secundário encontrava-se em situação precária, e a questão da cientificidade, nos estudos secundários, já estava sendo discutida. Os defensores dessas ideias propalavam o preparo dos jovens para fazer frente aos novos desafios da sociedade moderna.

Em 1890, a reforma instituída pelo Ministro da Instrução Pública, Correios e Telégrafos, Benjamin Constant, embora de orientação positivista, buscou a ampliação e a formação científica na educação secundária, contudo não chegou a se consolidar. As dificuldades notadas entre 1890 e 1900 declaram os entraves em ordenar um currículo estável, sendo, inclusive, dessa época, o Exame de Madureza, conferido aos concluintes do Ensino Secundário, para verificar os conhecimentos e o desenvolvimento intelectual desses alunos. Caso obtivessem êxito, lhes era conferido o grau de Bacharel em Ciências e Letras.

O caráter seletivo do ensino secundário evidenciou-se no início do século XX, tanto que a maioria dos estados brasileiros manteve, até 1930, um único ginásio público instalado nas suas capitais, a demanda era atendida pela iniciativa privada. A autora coloca dados, como, por exemplo: que o Brasil, em 1907, possuía 373 unidades escolares, 172 para o sexo masculino e 77 para o sexo feminino. Nessas escolas, encontravam-se matriculados 30.426 alunos, sendo que 23.413 eram do sexo masculino.

No fim da Primeira República, o ensino secundário foi tema de muitos debates na sociedade brasileira. No Congresso de Instrução Superior e Secundária, em 1922, realizado no Rio de Janeiro, algumas discussões giraram em torno de vários temas, dentre eles: a exigência ou não do latim como disciplina obrigatória. A síntese das teses e recomendações desse congresso estão publicadas na Revista Brasileira de Estudos Pedagógicos, na seção documentos de 1944.

A autora afirma que, através da reforma de 1925, conforme Decreto de 13 de novembro de 1925, mesmo indiferente aos debates sobre a divisão do ensino secundário em ciclos e a diversificação dos programas, institui-se o sentido unitário da escola, referendando o caráter elitista do ensino secundário no País, destinado aos que pudessem fruir de uma educação longa e voltada para estudos de nível superior e com uma sólida base em cultura geral. Em seis anos de curso secundário, os alunos deveriam estudar 25 matérias obrigatórias, o estudo de Italiano e Alemão era facultativo.

Outra questão amplamente discutida, na década de 20, foi o Ensino Clássico versus Ensino Científico, ou seja, qual seria o mais adequado diante das novas necessidades da sociedade brasileira.

A escola secundária passa por uma remodelação e consolidação importantes, entre os anos de 1930 e 1960, principalmente através das reformas federais implantadas no governo de Getúlio Vargas: A Reforma Francisco Campos em 1931 e a Reforma Capanema em 1942.

Na Reforma Francisco Campos, os pressupostos da Escola Nova foram retomados e, dentre tantos pontos, um foi especialmente enfatizado: preparar os jovens para a vida e, principalmente, para o trabalho. A duração do ensino secundário passa para sete anos, e o ingresso ao primeiro ciclo se dava pelo Exame de Admissão. Segundo a autora, no que diz respeito à seleção cultural, a reforma trouxe um equilíbrio entre estudos literários e científicos, e o cientificismo foi revitalizado, embora a autora ressalte que, em parte, o currículo do ensino secundário perdeu o caráter humanista, tão acentuado até então.

A reforma que ficou conhecida como Capanema, na verdade, era a Lei Orgânica do Ensino Secundário, de 9 de abril de 1942, proposta pelo ministro Gustavo Capanema. Essa reforma buscou o resgate da formação humanista e do ensino secundário como ensino das elites, resultando no Curso Clássico, com ênfase às letras, e o Científico com foco nas ciências, de acordo com as intenções para estudos posteriores.

Porém, em meados do século XX, o ensino secundário brasileiro sofreu grandes mudanças, inclusive na forma de acesso, atendendo à demanda das diferentes camadas sociais e perdendo o caráter elitista, adquirido anteriormente.

Anísio Teixeira e Lourenço Filho, citados pela autora, indicavam que a democratização do ensino se fazia necessária, quer pela necessidade de o Estado oferecer vagas, quer para atender às necessidades do tempo presente, tornando-se uma escola prática para enfrentar as novas mudanças sociais e econômicas que estavam se consolidando no Brasil.

Na década de 60, são inúmeras as mudanças ocorridas, em função, inclusive, das lutas ideológicas, políticas e sociais. A primeira Lei de Diretrizes e Bases da Educação Nacional foi aprovada em dezembro de 1961. Conforme a autora, seria a primeira vez que a união passaria a não mais controlar o ensino secundário desde o período imperial. Porém voltaria a centralizar e a burocratizar a educação, através da Lei 5.692, de 11 de agosto de 1971. Mas foi na década de 70 que a escola pública consolidou-se no Brasil, bem como a sua universalização e expansão, adaptando-se, geralmente, de acordo com as demandas políticas e econômicas da sociedade brasileira.

Em síntese, a obra de Rosa Fátima de Souza é de suma importância para todos os pesquisadores da História da Educação, principalmente para os de alinhamento teórico com a história cultural, leitura importante para professores de História da Educação, pedagogos e interessados nas valiosas contribuições históricas acerca da organização do trabalho escolar, do currículo e das reflexões sobre a cultura escolar.

Em outros termos, a autora apresenta uma visão panorâmica do percurso histórico da educação no Brasil. Nesse sentido, considera-se essa obra de Souza um texto básico para os estudiosos da área da educação e uma leitura obrigatória para profissionais que, direta ou indiretamente, atuam no meio educacional.

Nota

1 Código de Educação do Estado de São Paulo (apud SOUZA, 2008, p. 77-78).

Roseli Maria Bergozza – Aluna do Programa de Mestrado em Educação da Universidade de Caxias do Sul (UCS).

Acessar publicação original

L’Enseignement de l’histoire en France. De l’Ancien Régime à nos jours – GARCIA; LEDUC (AHRF)

GARCIA, Patrick; LEDUC, Jean. L’Enseignement de l’histoire en France. De l’Ancien Régime à nos jours. Paris: Armand Colin, 2003, 320p. Resenha de: BIANCHI, Serge. Annales Historiques de la Révolution Française, v.338, p.181-183, oct./déc., 2004.

L’ouvrage que Patrick Garcia, enseignant en IUFM et Jean Leduc, enseignant en classes préparatoire proposent sur l’enseignement de l’histoire en France est un livre érudit, utile et particulièrement suggestif, voire salutaire, conçu pour des publics très divers. Nous n’avons retenu que les contenus  de la fin de l’Ancien Régime à l’Empire pour en dégager les apports essentiels.

Avant 1830, l’histoire n’est pas une discipline à part entière enseignée dans les écoles, ce qu’elle deviendra avec la Monarchie de Juillet qui inaugure le « siècle de l’histoire ». Chaque régime trouve dans la place de l’histoire un révélateur des priorités politiques et morales de l’époque. Avant 1789, l’histoire peut être enseignée dans 50 des 348 collèges, les écoles royales militaires et quelques établissements féminins. Mais il s’agit d’un recueil d’exemples à suivre, particulièrement antiques et d’une morale en action, ou de l’histoire sainte. Rousseau qui voudrait « écarter tous les faits » s’oppose à La Chalotais (1763) qui désire par l’histoire distinguer les faits prouvés et à D’Alembert qui veut enseigner l’histoire à rebours. Dans cette histoire destinée à légitimer la monarchie et ses grands rois, la stabilité sociale et la mise à l’écart du peuple, la formation d’un citoyen n’est pas à l’ordre du jour.

Elle le devient dans le « traumatisme » révolutionnaire où la création d’un calendrier républicain est le symbole d’une volonté de recommencer le monde sur une « table rase », en niant les héritages monarchiques. L’histoire demeure dans la décennie une discipline à la fois secondaire et politique. Elle n’aurait guère de prise dans le primaire, pâtirait de la désorganisation des structures anciennes du secondaire et serait concurrencée par les autres modes de pédagogie civique pour adultes que sont les fêtes, le Panthéon (et la presse « populiste » des instituteurs des hameaux, les rédacteurs de la Feuille villageoise). La place de l’histoire varie dans les projets de Condorcet, Talleyrand, Le Peletier, Lakanal et Daunou. Elle est alors rarement dissociée de la géographie et de l’histoire des peuples libres. Les auteurs auraient pu se pencher sur les (rares) témoignages d’instituteurs et d’institutrices désireux de régénérer leurs élèves à partir d’exemples républicains (Brutus, Tell, certains philosophes), voire d’ouvrages et recueils d’actions héroïques contemporaines. Mais l’histoire semble réservée aux enfants des élites sous le Directoire, disposant parfois d’un horaire quotidien dans les écoles centrales, loin cependant des effectifs du dessin ou des mathématiques. Cette vision « classique » néglige peut-être certains acquis récents de l’historiographie scolaire de la révolution, autour des réalisations du primaire et de l’ubiquité des instituteurs républicains.

Mais les qualités de l’ouvrage sont mises en évidence avec l’Empire et la restauration. Bonaparte puis Napoléon veut réconcilier le passé monarchique au présent impérial en soulignant les continuités et les filiations. Mais l’histoire de César contre Brutus ne ferait pas recette auprès des enseignants, devenant au fil des années la servante de l’histoire religieuse et des lettres, un exercice de nomenclature et de mémorisation. Avec la Restauration commencent la caractérisation d’un enseignement parfois régulier, de 3 à 5 années dans les lycées, de 1 heure 30 à 2 h 30, reposant sur le premier « manuel » (Desmichels, 1825) ou le premier « précis » (1827). Les professeurs libéraux et légitimistes s’affrontent sur la nature de la Révolution, le contenu variant selon les orientations politiques du sommet, non sans décalages délicats à saisir sur le terrain.

Dans chacune des séquences, les auteurs ont voulu répondre pédagogiquement aux questions centrales qu’impliquent leur sujet : fonction de l’histoire, finalités sociales, périodes et thèmes enseignés, supports et diffusion des contenus, profils des enseignants. Même si les réactions du public et les témoignages des maîtres font défaut, las analyses emportent la conviction par le dosage maîtrisé de l’érudition et des problématiques. À partir de 1830, l’histoire entre dans les mœurs et les institutions, devient une passion française, de Guizot à Lavisse, le grand homme de l’ouvrage, à l’apogée de la « république des professeurs », pourfendue par Charles Péguy. Les auteurs scrutent les programmes, les horaires, les contenus, les réactions des gouvernants et du corps enseignants, les modes, les interrogations de la profession et du public, scolaire et adulte, les mutations des méthodes entre cours magistral, commentaire de documents et travaux pratiques, selon les niveaux d’enseignement. Les spécificités françaises, le lien si étroit entre enseignement et recherche universitaire, sont rendues dans leurs richesse et leurs ambiguïtés. L’évolution de l’agrégation est particulièrement suggestive, d’abord générale (1762), puis liée à la géographie (1830), puis féminine (1884), puis indépendante (1950), puis détachée progressivement du Capes (entre 1991 et 2004) : elle comprend plus ou moins d’épreuves écrites et orales, un moment une épreuve de correction de copie, un stage controversé…

C’est dire, au delà de la période révolutionnaire la richesse de cet ouvrage, qui complète avec bonheur les livres de René Grevet (L’avènement de l’école contemporaine) et d’Evelyne Héry (Un siècle d’enseignement de l’histoire) en ouvrant des perspectives neuves, mêlées à une connaissance particulièrement précise (et actualisée) du terrain pour les deux auteurs. On sort de la lecture avec le sentiment réconfortant d’une prise de conscience de la plupart des potentialités du métier d’historien, au terme d’expérimentations de plus de deux siècles, mettant en scène des générations d’acteurs confrontés aux mêmes dilemmes des finalités – morale, civique, intellectuelle et critique – de notre discipline.

Serge Bianchi

Consultar publicação original

[IF]

L’Enseignement de l’histoire en France. De l’Ancien Régime à nos jours – GARCIA; LEDUC (CH-RHC)

GARCIA, Patrick; LEDUC, Jean. L’Enseignement de l’histoire en France. De l’Ancien Régime à nos jours. Paris: Armand Colin, 2003, 320p. Resenha de: PINGUÉ, Dannièle. Chaiers d’Histoire – Revue d’Histoire Critique, v.93, 2004.

Dans le cadre d’une « histoire de l’éducation » en pleine expansion, les recherches sur l’enseignement de l’histoire se sont multipliées depuis plusieurs décennies. Comme pour les autres disciplines, « l’amont » de l’acte éducatif est mieux connu que son « aval » ; en « amont », sur ce qu’il est prescrit d’enseigner, on dispose de sources abondantes et accessibles, au premier rang desquelles figurent les documents officiels (programmes et commentaires) et les manuels ; en aval, les pratiques dans les classes et l’impact de l’apprentissage de la discipline sont beaucoup plus difficiles à appréhender.

L’excellent ouvrage de Patrick Garcia et Jean Leduc propose un état de la question. Portant sur une durée de plus de trois siècles, des premiers balbutiements de la discipline scolaire à la fin de l’Ancien Régime aux inflexions les plus récentes, il a pour fil conducteur cinq interrogations : pourquoi, pour qui, quoi, comment, par qui. Selon les auteurs, l’évolution des finalités, des contenus et des pratiques ne permet pas de distinguer de « grandes périodes qui seraient résolument distinctes », mais dessine néanmoins « quatre mouvements aux rythmes différents ».

De la fin de l’Ancien Régime à la fin de la Restauration, une ébauche de l’enseignement de l’histoire se met en place. À la suite d’Annie Bruner (Histoire enseignée au Grand Siècle. Naissance d’une pédagogie, Paris, Belin, 1997), les auteurs considèrent que l’on peut parler d’enseignement de l’histoire à partir du moment où les trois critères suivants sont réunis : l’histoire enseignée ne se limite plus au commentaire des auteurs de l’Antiquité ni à l’histoire sainte ; tout en restant une morale en action (recueil d’exemples à suivre ou à rejeter), elle commence à avoir d’autres finalités ; sans cesser d’être abordée dans le cadre du préceptorat individuel, elle apparaît dans le cursus de certaines institutions scolaires. Dans la seconde moitié du xviiie siècle, ces conditions commencent à être réunies. Ainsi, à la veille de la Révolution, l’histoire est présente, en tant que discipline autonome, dans un cinquième environ des collèges et il est intéressant de noter que la géographie lui est déjà associée ; débutant par l’histoire sainte, le cursus se poursuit avec l’histoire de l’Antiquité, puis l’histoire nationale. Certains penseurs des Lumières souhaiteraient que cet enseignement prenne davantage en compte le passé récent et lui assignent explicitement une finalité civique (contribuer à la formation de l’esprit critique). Sous les différents régimes qui se succèdent de 1789 à 1830, l’histoire confirme progressivement sa présence dans l’enseignement secondaire et voit s’ajouter à sa finalité morale une finalité politique de plus en plus nette (faire aimer aux élèves le régime existant).

De 1830 à la fin du xixe siècle, son enseignement se généralise et une sorte de modèle s’installe. Ce processus bénéficie d’un contexte particulièrement favorable – comme dans d’autres pays, le xixe siècle est en France le « siècle de l’histoire » (Gabriel Monod, 1876) – et se déroule en deux temps. De la Monarchie de Juillet au Second Empire, sont posés les premiers fondements du modèle qui va triompher à la fin du xixe siècle : l’histoire est introduite à l’école primaire et son enseignement dans le secondaire est étendu à tous les degrés du cursus ; des innovations ont lieu tant au niveau des programmes que des méthodes (introduction de l’histoire contemporaine en classe de philosophie, expérimentation de la progression « concentrique » dans les écoles primaires du département de la Seine…) ; sa finalité patriotique est de plus en plus affichée. Mais c’est dans les premières décennies de la Troisième République – « le moment Lavisse »  – que l’histoire s’impose pleinement dans l’enseignement : dans le contexte de la victoire de la République et de l’émergence du courant méthodique, elle apparaît alors à la fois comme une nécessité politique et comme une science, les deux aspects, d’ailleurs, n’étant pas contradictoires. Elle affirme sa présence à tous les degrés et dans toutes les filières de la scolarité primaire et secondaire. Cet enseignement est éminemment politique : sa principale finalité est de favoriser chez les élèves l’éclosion du patriotisme et d’un sentiment d’identité nationale ; les cours portent principalement sur le territoire de la France : en totalité dans le primaire, en priorité dans le secondaire à partir de la troisième ; pour mieux faire connaître et aimer ce territoire, l’enseignement de la géographie est définitivement associé à celui de l’histoire. Si la majorité des maîtres ne sont pas des spécialistes de ces disciplines, ils connaissent mieux qu’autrefois les contenus qu’ils enseignent ; par contre, malgré les exhortations de leurs supérieurs à rendre les cours plus vivants, leurs méthodes n’évoluent guère : surtout dans le secondaire, elles restent fondées sur le cours magistral et l’appel exclusif aux facultés de mémorisation des élèves.

Dans la première moitié du xxe siècle, ce modèle ne connaît guère de changements importants. Certes, les dernières années de la IIIe République voient se développer des débats autour des contenus, des finalités, des méthodes. Ainsi, la place de l’histoire ancienne dans le secondaire est discutée ; le patriotisme guerrier est violemment contesté par les pacifistes, tandis que l’historien des Annales Lucien Febvre condamne le principe même de l’utilisation politique de l’histoire (« L’histoire qui sert, c’est une histoire serve » – Revue de synthèse historique, t. 30, 1920, cité p. 148 –) ; les autorités continuent à recommander, toujours sans grand succès, la mise en activité des élèves et l’utilisation des documents. Mais tout cela n’entraîne guère de modifications profondes. La même continuité prévaut durant la Seconde Guerre mondiale et dans la décennie d’après-guerre.

Par contre, à partir des années 1950, s’affirment les « mises en cause » qui vont conduire à la « crise » des années 1970 puis au « recentrage » dont les effets se prolongent aujourd’hui. Trois facteurs qui ne sont pas nouveaux mais qui prennent alors de l’ampleur se conjuguent pour remettre en cause le modèle qui s’est imposé à la fin du xixe siècle : l’essor des courants pédagogiques pour qui l’acquisition des capacités doit primer sur celle des connaissances ; le triomphe du courant historiographique de « l’École des Annales » alors que l’approche méthodique est toujours en vigueur à l’école ; enfin, dans le contexte de la décolonisation et des débuts de la construction européenne, la contestation plus vive que jamais de l’« instrumentalisation » « nationaliste » de l’histoire enseignée. Cet « assemblage hétérogène » de critiques émanant de tous les horizons politiques conduit à une double série de mesures : à l’école primaire, dès 1969, l’histoire et la géographie sont fondues, avec la physique et les sciences naturelles, dans un bloc de « disciplines d’éveil », sans horaires ni programmes précis, qui deviennent par la suite des « activités d’éveil » ; au collège, en 1977, la « réforme Haby » intègre les deux disciplines dans un ensemble intitulé « histoire, géographie, économie, éducation civique », accompagné d’« objectifs » privilégiant les « compétences » par rapport aux connaissances. Sur le plan des finalités de cet enseignement, la rupture est totale avec la période précédente, la formation intellectuelle de l’élève devenant l’unique objectif. Face à cette entreprise perçue comme une tentative de « liquidation » du passé national, se forme immédiatement une coalition aussi hétéroclite que la précédente, dont le contenu des protestations peut se résumer dans le slogan : « Parents, on n’enseigne plus l’histoire à vos enfants ! » (titre paru en première page du numéro du Figaro Magazine du 20 octobre 1979). Le ministère, dans l’obligation de calmer le jeu, impulse alors, au cours des années 1980, une large réflexion associant des universitaires, des membres de l’inspection, des enseignants et d’autres personnes directement concernées par l’histoire. C’est le temps des colloques, des commissions, des GTD (Groupes de Travail Disciplinaire). De ce travail foisonnant va naître une cascade de « nouveaux programmes » et de « documents d’accompagnement » dont les derniers nés datent de 1995-98 pour le collège, 2000-2002 pour le lycée et 2002 pour l’école primaire.

Pour Patrick Garcia et Jean Leduc, aujourd’hui (c’est-à-dire en 2002), la « continuité » prévaut, en particulier en ce qui concerne la place de l’histoire dans les horaires et les examens, ses liens avec la géographie et l’éducation civique, l’organisation générale des programmes, et, selon eux, la « défaite des didacticiens », du moins dans le secondaire. Néanmoins, l’influence du « tournant historiographique » des années 1980 (montée de l’intérêt des historiens français pour les réflexions sur leur discipline, et émergence de la « nouvelle histoire ») est perceptible à travers l’apparition dans les programmes et les manuels de préoccupations épistémologiques et le souci de « défataliser l’histoire ». La recrudescence de la demande sociale (liée au souci des Français de retrouver des racines) et l’enjeu de la construction européenne sont également pris en compte, si bien que la finalité politique de l’enseignement de l’histoire « s’ordonne de plus en plus autour de la notion de prise de conscience du patrimoine culturel européen ». Les auteurs soulignent enfin le caractère innovant des programmes de 2002 du cycle 3 de l’école primaire, tout nouveaux au moment de l’achèvement de leur ouvrage.

Au terme de ce parcours, Patrick Garcia et Jean Leduc estiment que sur la longue durée s’affirment des éléments de continuité qui fondent « une culture disciplinaire » de l’enseignement de l’histoire en France. La continuité prévaut selon eux dans cinq domaines : les finalités assignées à la discipline ; les liens étroits entre l’enseignement et la recherche universitaire ; le mariage entre l’histoire et la géographie ; la façon d’enseigner l’histoire ; et enfin le mode de recrutement des enseignants. C’est par rapport à cette « tradition » que se produisent les inflexions. « Plus que par des ruptures, l’histoire de l’enseignement en France est marquée par un jeu entre traditions et inflexions ». En effet, toutes les tentatives de réforme trop brutales s’étant soldées par des échecs, les auteurs des programmes cherchent à proposer aujourd’hui des « inflexions réalistes ». Mais, selon les auteurs, cette politique de compromis n’est pas synonyme d’inertie, et finalement, « l’évolution l’emporte ».

9Comme on peut le voir, plus qu’un simple historique, cet ouvrage de synthèse à la fois concis et très nuancé, qui n’oublie aucun aspect de la question, propose une réflexion approfondie sur la signification de l’enseignement de l’histoire d’hier à aujourd’hui. Nous ne saurions trop en recommander la lecture à tous ceux, enseignants et futurs enseignants notamment, qui s’intéressent particulièrement à cette question.

Danièle Pingué

Acessar publicação original

[IF]

De la recherche à l’enseignement: penser le social (CC)

De la recherche à l’enseignement: penser le social, n° hors série d’Histoire & Sociétés. Revue européenne d’histoire sociale, Paris, Alternatives Economiques, 2004, 80p. Resenha de: OPÉRIOL, Valérie. Le cartable de Clio – Revue romande et tessinoise sur les didactiques de l’histoire, Lausanne, n.4, p.299-300, 2004.

C’est à la présence de l’histoire sociale dans l’enseignement secondaire qu’est consacré ce numéro spécial de la revue Histoire & Sociétés. Il réunit diverses contributions d’historiens et de didacticiens issues d’une journée d’études sur L’histoire sociale dans l’enseignement secondaire en Europe, tenue lors des Rendez-vous de l’Histoire de Blois en octobre 2003: Michel Pigenet, L’histoire sociale en question ; perspectives et enjeux Patrick Garcia, Historiographie et enseignement de l’histoire Christiane Kohser-Spohn, Histoire sociale et enseignement scolaire de l’histoire en Allemagne Paolo Giovannini, Sociologie et histoire: quelles convergences aujourd’hui? Laurent Albaret, La place de l’histoire sociale dans l’enseignement de l’histoire médiévale Marc Deleplace, Nouveau programme, nouvelle lecture de l’« ère des révolutions»? Rafael Valls, L’histoire sociale dans les manuels d’enseignement secondaire en Espagne Charles Heimberg, L’apprentissage du lien social et des solidarités.

Les articles s’adressent aux enseignants et abordent des sujets à l’échelle européenne. Analysant les instructions officielles, les programmes et les manuels scolaires – ce qui, soit dit en passant, ne reflète peut-être pas ce qui se passe réellement dans les classes et devrait être complété par des enquêtes sur le terrain –, ils montrent que l’histoire sociale est en perte de vitesse dans l’enseignement, au profit des domaines politique et culturel. Convaincus que l’approche sociale de l’histoire, la connaissance de l’organisation des sociétés, des rapports de pouvoir et des combats des individus et des groupes contribue au développement de l’esprit critique et à la formation citoyenne des élèves, ils tentent de comprendre pourquoi les cours d’histoire la réduisent à la portion congrue. Ils interrogent notamment les liens et la distance entre la recherche scientifique et l’école, puisque l’histoire a toujours eu vocation à être enseignée, comme l’explique l’un des articles.

En France, dans l’enseignement de l’histoire médiévale une large place est encore et toujours accordée au récit politique, aux grands hommes et aux événements, en complet décalage avec l’historiographie, qui a vu se développer dès les années 1970 une approche sociale variée, avec des objets d’étude comme la vie quotidienne, la parenté, la sexualité, la marginalité, les femmes,… Pour l’époque moderne en revanche, c’est plus en répercussion avec la recherche, orientée vers un renouvellement de l’approche politique, que la part de l’histoire sociale est minorée dans l’enseignement, comme le montre l’exemple de la Révolution française, que l’on expliquait il y a 20 ans par la montée de la bourgeoisie, alors qu’on invoque aujourd’hui l’affirmation du modèle politique de la démocratie libérale.

En Espagne et en Allemagne, la situation est différente. Depuis une trentaine d’années, même si le politique reste prédominant, l’histoire sociale s’est accrue dans les manuels – surtout pour l’Antiquité et le Moyen Age et moins pour l’époque contemporaine – et les contenus de l’enseignement se sont diversifiés. Mais cette évolution réjouissante a connu en Espagne un brusque revirement à la fin des années 1990: sous la pression du parti conservateur ont été édictés de nouveaux programmes, revenant à des contenus plus rigides, basés sur la chronologie, les faits et les grands personnages historiques, avec une diminution de l’histoire contemporaine. Le risque de ce genre de retour en arrière s’explique notamment par le grand écart inconfortable que doivent accomplir les maîtres entre d’une part leur formation académique, plutôt traditionnelle et privilégiant le politique, domaine où ils se sentent les plus sûrs et qui leur confère davantage de prestigie puisque les élèves y sont les moins compétents, et d’autre part les innovations pédagogiques. La discipline doit donc s’émanciper des conceptions traditionnelles si elle veut trouver tout son sens, qui est de contribuer « à relativiser la nature des valeurs et des institutions sociales du présent en démontrant leur caractère de constructions humaines… » (p. 68).

C’est particulièrement par le biais de l’histoire sociale, qui met en évidence la pluralité des points de vue et des intérêts et permet de comprendre la construction du lien social et des solidarités, que peut s’exercer la fonction citoyenne de l’enseignement de l’histoire, à laquelle on doit toutefois prendre garde de ne pas réduire cette discipline en faisant fi de la contextualisation historique. Les auteurs remettent en question l’a priori qui veut que l’histoire sociale soit plus difficile à enseigner et proposent une démarche investigatrice, où l’élève doit être amené à réfléchir au changement, aux temporalités ; tout en prenant en compte les usages publics de l’histoire, on le sensibilisera à la périodisation, de même qu’à la comparaison entre les époques, comme le préconisait déjà Seignobos en 1906: « On devra donc [lui] demander de comparer les hommes ou les choses de chaque époque avec les hommes et les choses analogues d’un autre temps ou d’un autre pays. » (p. 17); en effet, la richesse d’une approche comparée n’est plus à démontrer, surtout depuis que les divisions entre sociologie et histoire se sont effacées au profit d’un rapprochement qui ouvre aujourd’hui des perspectives stimulantes, permettant l’étude des liens entre le passé et le présent, entre les événements historiques et les processus sociaux, entre l’action individuelle et les institutions et processus de transformation sociale. C’est ainsi que les jeunes pourront se concevoir et se situer comme acteurs dans le collectif et construire les valeurs du lien social, de la solidarité et de la justice.

Valérie Opériol – Cycle d’orientation et Collège de CAdolle, Genèe.

Acessar publicação original

[IF]

 

Enseigner l’histoire dans le secondaire. Manuels et enseignement depuis 1902 – LUCAS (HE)

LUCAS, Nicole. Enseigner l’histoire dans le secondaire. Manuels et enseignement depuis 1902. Rennes: Presses universitaires de Rennes, 2001. 319 p. Resenha de: BRUTER, Annie. Histoire de l’Education. v.97, p.150-151, 2003.

Ce livre issu d’une thèse se fonde sur une enquête menée par questionnaires et interviews auprès d’élèves et d’enseignants d’histoire de l’académie de Rennes, ainsi que sur l’examen d’un échantillon de manuels pour cette matière dont la date de parution s’échelonne, comme annoncé dans le titre, de 1902 à nos jours. Le plan fait successivement parcourir une présentation du corpus, à vrai dire assez imprécise ; une sorte d’historique de l’enseignement de l’histoire et de ses manuels au XXe siècle ; une enquête sur la vision contemporaine du manuel, notamment de la part des élèves et enseignants de l’académie susdite ; une longue analyse des couvertures et du paratexte (le terme lui-même n’est pas employé) de divers manuels au cours du siècle ; et un chapitre final sur la façon dont ces ouvrages traitent de divers personnages historiques. L’idée de replacer l’étude des manuels d’histoire récents ou contemporains dans une plus longue durée était louable. Il est regrettable, néanmoins, qu’un ouvrage à visée historique se permette de ne pas indiquer précisément ses sources (il renvoie pour cela à la consultation de la thèse), d’autant que le corpus étudié est à géométrie variable selon les chapitres, la bibliographie proposée très sommaire et les références de bas de page souvent approximatives. Autre regret, l’indifférence totale aux manuels des autres disciplines, sur lesquels les travaux ne manquent pourtant pas : les manuels d’histoire ne sont quand même pas les seuls à s’être transformés au cours du siècle ! On aurait souhaité aussi plus de clarté dans l’exposé, et des conclusions plus neuves, allant au-delà de la description célébratrice.

Annie Bruter

Consultar publicação original

[IF]

Los Jóvenes ante el reto europeo. Conocimientos y expectativas del alumnado de Educación Secundaria – PRATS et al (ECS)

PRATS, Joaquim (Director); PEÑA, Tòfol A. Trepat José Vte.; VALLS, Rafael; URGELL, Ferran (Coordinador). Los Jóvenes ante el reto europeo. Conocimientos y expectativas del alumnado de Educación Secundaria. Barcelona: Fundación “la Caixa”, 2001. (Col. Estudios sociales, núm. 7), 284 p. Resenha de: GONZÁLEZ, Isidoro. Enseñanza de las Ciencias Sociales, v.1, p.111-113, 2002.

Este libro ha sido elaborado por un equipo de investigación dirigido por Prats, catedrático de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona, integrado por Trepat, que actuó como coordinador y es también profesor de la Universidad de Barcelona, por el sociólogo de la educación, Peña, de la Universidad de Oviedo, por Valls, de la Universidad de Valencia y por Urgell, sociólogo investigador del Grupo DIGHES.

Se trata de un ambicioso estudio que incorpora diversas metodologías y técnicas de investigación en didáctica de las ciencias sociales y en sociología. Es una buena prueba del alto nivel que puede alcanzarse. Está publicado en una prestigiosa colección de libros que edita la Fundación «La Caixa» y que pueden verse en internet en la dirección www.estudios.la caixa.com. La investigación ha tratado de indagar en cuatro aspectos fundamentales sobre cómo se vive la dimensión europea en las aulas de la ESO, y qué peso parece tener en estas vivencias la instrucción recibida y construida por el alumnado.

Todas las comunidades españolas han sido estudiadas, tanto en lo que se refiere al estudiantado como en lo relativo al uso de los libros de texto que, en su mayoría, están homologados por las diferentes administraciones.

La generación de alumnado elegido tiene especial interés como población para ser estudiada, ya que los estudiantes de 4.o de ESO se encuentran en su último año de educación obligatoria y no están condicionados por experiencias profesionales o por trayectorias escolares diversificadas.

Es una generación que ha estudiado siguiendo los programas escolares de la reforma educativa que estableció la LOGSE, programas que incorporan el estudio de Europa y la dimensión europea en los términos más actuales. Al tiempo, esta generación de escolares es la última que asistirá a una etapa de educación obligatoria sin la experiencia de utilizar el euro, hecho que producirá consecuencias, aún por determinar, en el imaginario y la vida de los ciudadanos europeos de la Unión.

Según los autores, los resultados de la investigación demuestran un deficiente conocimiento sobre la historia y la geografía de Europa en un grupo muy numeroso del alumnado que acaba esta etapa educativa; y más si tenemos en cuenta que la prueba de conocimientos que se realizó incluía solamente contenidos muy básicos.

Solamente algo más de la mitad de los estudiantes obtienen unos resultados aceptables. Los porcentajes concretan más esta afirmación: un 59% aprobaría frente a un 41%, que suspendería; aunque de los que aprueban, ninguno obtiene una calificación excelente. En este terreno de los conocimientos, los alumnos de los centros privados concertados superan en casi un punto de nota media a los de los centros de titularidad pública.

Pero la investigación demuestra que no es éste el factor fundamental que determina el nivel de conocimientos. El componente familiar (socioprofesional y el llamado capital cultural) es, según las conclusiones de este estudio, el factor más influyente a la hora de explicar el mayor o menor rendimiento académico del alumnado, al menos en los temas que se han estudiado. De esta manera, los estudiantes que obtienen una calificación más destacada son los que pertenecen a familias de clase alta o clase media alta con padres que poseen estudios superiores o secundarios. Dentro de esta tendencia, pesa mucho más lo que se denomina capital cultural que la pertenencia a un determinado grupo socioprofesional.

En conocimientos sobre Europa, los chicos alcanzan casi medio punto de nota media más que las chicas. En el presente estudio, esta diferencia se aprecia no sólo en los conocimientos, sino también en el mayor grado de interés que muestran los chicos sobre otros aspectos más concretos, como son la política europea, la valoración del proceso que está siguiendo la Unión, o sobre las cuestiones ligadas a las posibilidades políticas, económicas o de otro tipo que supone la pertenencia a la Unión Europea. Se alcanzan mejores resultados en los temas de geografía que en los de historia.

Los autores del estudio se preguntan: ¿Son europeístas nuestros jóvenes de 16 y 17 años? La respuesta a la que llegan es que los jóvenes españoles, al término de los estudios obligatorios (ESO), se sienten mayoritariamente europeos (así se manifiestan tres de cada cuatro, mientras que sólo uno no se siente europeo). Pero la excelente matización que tiene cada una de las afirmaciones de esta investigación nos aclara que esta afirmación general contiene muchos matices. Las razones que esgrimen los jóvenes a favor de su pertenencia a Europa son de carácter fundamentalmente geográfico y hay pocas menciones a otro tipo de argumentos ligados a factores culturales, políticos o históricos.

Cuando afirman que se sienten europeos se refieren a una impresión muy general, en muchos aspectos imprecisa y bastante ambigua en su definición.

Como señala el libro, el sentirse europeo no implica necesariamente que los jóvenes reconozcan en esta filiación su identidad principal. Solamente lo han hecho así un 5%. Como era de esperar el sentimiento más fuerte de identidad se produce con España compatibilizándolo con el de su pueblo o ciudad, el de su comunidad autónoma o con otros ámbitos más próximos y cercanos. Así, de cada diez, seis jóvenes se declararían españoles, uno de su pueblo o ciudad, uno de su comunidad y uno no contestaría; del resto, la mitad (5’3%) se declararía de la Unión Europea.

El que no se declaren de la Unión no descarta que se sientan de ella, pero se trata de una identidad bastante tenue y lejana.

Aunque debe señalarse que los jóvenes españoles esperan más cambios e influencia en sus vidas, de la pertenencia a la Unión, que la mayoría de los otros jóvenes europeos.

A pesar de la importancia que en la concepción de Europa tiene la Unión Europea, lo cierto es que la información que manejan sobre ésta es muy escasa. El trabajo nos ofrece multitud de ejemplos: un alto porcentaje de escolares no sabe distinguir los estados que forman la Unión y confunden los países miembros con los que no lo son. Igualmente hay países europeos que, sin formar parte de la Unión, son considerados también como miembros de ella, como es el caso de Suiza, Eslovaquia, Rumania e incluso Rusia.

Para los autores tiene un especial interés el saber cómo se relacionan los conocimientos con expectativas, sentimientos y actitudes ante Europa y el proceso de que está llevando la Unión Europea. Los resultados de la investigación nos indican que, pese al desconocimiento medio que se aprecia en los temas relacionados con Europa y, más en concreto, con la Unión Europea, los jóvenes adolescentes españoles creen que la pertenencia de España a esta organización es positiva. Casi nadie cree que el ingreso de España en la UE haya sido negativo. Además, la mayoría aprueba el proceso de unión y piensa que este paso será positivo. Casi la totalidad de los encuestados no desearía que se detuviese o se cancelase el proceso de unión y la mayoría lamentaría que desapareciese la Unión Europea.

Para los jóvenes adolescentes, Italia y Francia son los países que más atraen, y los italianos son los europeos que se ven con más simpatía y los que reciben una mejor valoración. Después de los citados, Gran Bretaña, Alemania o Portugal serían países apetecibles para ir a vivir, independientemente de que sus ciudadanos no susciten, en un porcentaje elevado, demasiadas simpatías, especialmente los alemanes y británicos, que son vistos con recelo e incluso con una relativa hostilidad. El resto de países europeos y sus ciudadanos reciben valoraciones más variadas. Así, por ejemplo, los holandeses son valorados muy bien y los rusos muy mal, aunque también es cierto que, a más lejanía, el grado de indefinición es mucho más alto.

En el estudio dirigido por Prats se introduce una valoración de contraste que lleva a descubrirnos que los jóvenes españoles muestran una gran aceptación e identificación por los estadounidenses, a pesar de que sus sentimientos hacia ellos son contradictorios. En conjunto, los jóvenes españoles les otorgan una valoración más alta que a muchos de sus conciudadanos europeos (alemanes, franceses, portugueses y holandeses). Esta actitud contrasta con la poca aceptación que les suscitan los marroquíes. Para los estudiantes, los estadounidenses son ricos y poderosos; seguramente estas características los hacen más atractivos. Otros, los marroquíes, son percibidos como pobres, tienen una lengua, cultura y religión muy distintas y ello, probablemente, los hace menos deseables; incluso se han percibido algunos rasgos que recuerdan posturas hostiles a estos ciudadanos con indicios de una incipiente xenofobia. Y, finalmente, es digno de mención que ven con mucha más normalidad la llegada de europeos de la Unión a ocupar puestos de trabajo que la de otros extranjeros no comunitarios; incluso aceptan que un comunitario ocupe un puesto de trabajo en España si está más preparado que el español.

Por último, una parte especialmente interesante es el estudio de los libros de texto. Los autores han analizado los textos que utilizan más del 80% del alumnado español. La primera conclusión a la que llegan es que los libros de ciencias sociales de la etapa educativa secundaria obligatoria (ESO) son, sin duda, los que mayor espacio y atención han dedicado a los temas europeos en la historia de la educación española. También es constatable que los estereotipos negativos respecto de los países europeos han desaparecido de los manuales. Se puede afirmar, en este sentido, que los textos escolares españoles actuales son los más europeístas que han existido hasta el presente.

Pese a esta presencia de contenidos europeos, los libros ofrecen algunas incoherencias, cuando no errores o distorsiones.

La dificultad de definir con suficiente precisión el concepto de Europa hace que los manuales escolares reflejen esta situación y que éstos no propongan realmente ninguna definición correcta, ni se atrevan normalmente a plantear el problema existente o las diversas posibilidades de su definición. Además de ser confusos a la hora de delimitar qué es Europa en sus elementos definidores (historia, cultura, religión, etc.), los manuales escolares también lo son en otros aspectos más sencillos como, por ejemplo, al hablar de los límites geográficos. Otro problema no menos importante es que la mayor parte de los libros de texto ofrece una visión excesivamente occidentalista dentro del ámbito europeo.

El libro introduce un apartado de recomendaciones que pueden ser consideradas poco interesantes en su conjunto y un apéndice metodológico. Conviene comentar que este apartado es una extraordinaria muestra de cómo el rigor, la calidad técnica y el acierto en la elección de caminos metodológicos hace posible un auténtico camino de investigación en el área de didáctica de las ciencias sociales.

En resumen, una interesante aportación como las que ya son habituales en el potente departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona y, en concreto, del grupo de investigación DIGHES (Didáctica de la Geografía e Historia en la Educación Secundaria) que dirige con acierto Prats y cuenta con investigadores tan solventes como, entre otros, Trepat. En este trabajo los investigadores del grupo se han ayudado de dos buenos especialistas como son Peña y Valls.

Isidoro González – Universidad de Valladolid.

Acessar publicação original

[IF]